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Capítulo 27. Christian.

— ¿Qué quiere?

Me recargo en el sofá manteniendo la distancia para observar a Ana y al resto de las personas en la sala.

— Lo que me pertenece. — La mujer rubia con el rostro redondo mantiene su mirada fija en mi esposa.

— ¡Aquí no hay nada suyo! Qué descaro. — Responde con un ligero tono de burla.

Creí que Carla intervendría para apoyar a Ana, pero solo mantiene la vista en su copa sobre la mesa.

— Todo lo que hay aquí es mío, incluso el dinero en tu cuenta. Es dinero de mi esposo.

— Él me lo dejó porque era lo justo, ésta casa para mi madre y para mí, el fideicomiso para asegurarse que recibiera una parte de la herencia.

— No me importa lo que Ray dijera, es mío todo así que ve preparando tus mierdas porque serás lanzada a la calle con la puta de tu madre.

El insulto me hace incorporarme en mi puesto, listo para defender a mi Cerecita de ésta desagradable mujer.

— Mi madre no es una puta, — Gruñe Ana. — Y está loca si cree que puede sacarnos un solo centavo, ¡Largo!

Señala la puerta principal pero sé que tomará más que eso para terminar la discusión.

— ¡La policía nos quitó todo! — La mujer grita, poniéndose de pie. — ¡Congelaron las cuentas de Ray! ¡Todo! ¡Estamos en la calle!

— Ese no es mi problema. — Ana permanece con los brazos cruzados sobre su pecho y me sorprende la frialdad con la que responde.

— Hija, ésta casa es lo suficientemente grande como para que...

— No. — Interrumpe a su madre. — Ellos no pueden quedarse aquí porque cuando menos lo esperes, estarás en la calle. No vinieron a pedir ayuda, mamá. Están aquí porque quieren lo que tenemos.

— Oh.

— ¡Es nuestro! — La señora Lincoln avanza unos pasos hacia Ana. — ¡22 años de matrimonio soportando su maldito mal genio! ¡Lo merezco más que tú, chiquilla estúpida!

— No va a obtener nada de mi.

Supongo que la mujer se dió cuenta de lo testaruda que es mi esposa porque respira hondo y vuelve a sentarse en el sofá.

— Intentemos llegar a un acuerdo, ¿Está bien?

— No.

— Estoy dispuesta a consentir que te cases con Elliot. — Ofrece.

¿Qué mierda?

— ¿Está loca? — Chilla Ana. — ¡Es mi hermano!

El par de chicos que habían permanecido en silencio levantan la cabeza, la expresión de vergüenza cambiando por una muy confundida.

— ¿Mamá? — La chica se pone de pie. — ¿Qué...?

— No es tu hermano, — Dice hacia Ana. — Ninguno de ellos lleva la sangre de Raymond.

— ¿Qué?

Incluso la desorientada madre de Ana no para de mirar de un lado a otro.

— El padre de Elliot era un guardaespaldas y el padre de Kate nunca se hizo responsable.

— ¿Qué? — Repite Ana. — ¿Engañó a mi padre?

— ¡Él me engañó primero! ¡Y el colmo de todo fuiste tú! — La señala. — ¡Su hija bastarda!

El ambiente se llena de tensión tan rápido que incluso a mí me cuesta respirar. Un momento... ¿Esto significa que Ana es la única hija de Steele?

— ¡Mamá! — El chico finalmente reacciona y habla por primera vez. — Ana no tiene la culpa de nada, ni nosotros. Vámonos, Kate.

— ¡No! — Chilla la mujer con su voz aguda. — ¡Nos arrebataron el dinero de Ray y no es justo que ésta estúpida chiquilla se quede con él! Tú decides. Me das la mitad del dinero o te casas con Elliot.

— No voy a hacerlo, en primer lugar porque ya estoy casada, — La madre de Ana luce sorprendida. — Y en segundo porque nadie puede acceder a mi fideicomiso, nadie. Ni mi esposo puede tocar un centavo de este dinero sin mi consentimiento.

Todas las cabezas giran para mirarme.

Mierda.

— En ese caso, prepárate porque voy a hablar de ti a todos los que conozca y a la policía. ¡Perderás todo!

El rostro de Ana se torna pálido, su cabeza cayendo ligeramente a un lado así que decido intervenir.

— Es suficiente. Será mejor que se vaya o haré que la policía la escolte.

Señalo la puerta para que se largue mientras camino hacia mi Cerecita, paso los brazos por su cintura y beso su cabeza para que sepa que estoy ahí para ella.

Cuando todos han dejado la sala, gira en mis brazos y se aparta un poco para mirarme con sus ojos azules llorosos.

— El dinero de papá nunca me importó, puedo vivir sin él pero mi mamá no. Además Fred, Gretchen y el resto de los empleados perderán su trabajo Christian, eso no puedo permitirlo. Si les dejo ésta casa, podría conseguir una más pequeña para mi mamá y...

— No, Cerecita. Esa mujer es ambiciosa y no se detendrá hasta que tenga todo tu dinero.

Estoy seguro que aquí hay algo más que solo un secreto a voces. ¿Por qué congelaron todas las cuentas de Steele y no las de Ana? ¿No están al tanto de esas cuentas? ¿No saben de Ana? ¿Steele pudo protegerla de ésta eventualidad?

— Tranquila, te tengo Ana.

— Gracias amor.

Se apoya de nuevo en mi pecho y suspira.

— Podríamos venir a vivir aquí con mi madre.

— De ninguna jodida manera, prefiero pagar el dinero yo mismo.

Mis palabras la hacen reír.

— Casi me ofende que puedas compartir tu espacio con Luke y no con mi madre.

— Luke es útil a veces, — Mis hombros se encogen. — En muy raras ocasiones.

— ¿Sabes qué es lo que estoy pensando ahora?

¿En Luke?

— No.

— Quiero llevarte a mi habitación y hacer el amor.

Mierda.

— ¿Ya dije que eres una Cerecita muy traviesa? — Me río, levantándola en mis brazos porque es justo la mejor idea que se le pudo ocurrir. — No te preocupes por mí, recuerdo el camino.

Ella ríe cuando comienzo a subir la escalera, pasando a su madre y su trago en el camino a su habitación. La lanzo sobre la cama antes de volver a la puerta y poner seguro.

— Quítate la ropa, — Ordeno. — Esto sólo será un adelanto de lo que haremos en el catamarán.

— ¡Genial!

Se desprende de sus shorts cortos y las bragas con una rapidez sorprendente antes de ponerse de rodillas en la cama.

— No ésta vez Cerecita, abre esas preciosas piernas porque quiero ver a mi esposa mientras le hago el amor.

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