Capítulo 26. Christian.
— Aún creo que no debiste vender tu departamento, amor.
Pongo la cinta en la última caja sobre la mesa y miro a nuestro alrededor. No me arrepiento de dejar éste lugar porque iremos a uno mejor donde mi Cerecita estará segura.
— Quería hacerlo, ya no lo necesito y no tengo la paciencia para lidiar con jodidos inquilinos.
— Tienes razón.
No solo vendí el departamento, incluí los muebles en el costo y eso nos deja solo con nuestras pocas pertenencias para mudarnos, muchas más cajas de las que creí.
— Creo que necesitamos un camión de mudanzas. — Ana señala las cajas.
— Puedo subirlas a mi auto y hacer varias vueltas.
— Poco práctico, amor. Sé que voy a arrepentirme de esto pero, ¿Por qué no llamamos a Luke y a mi chofer?
¿Luke?
¿Chofer?
— ¿Aún trabaja para ti?
No lo he visto desde que volvimos de la luna de miel, creí que ese Phil o como se llame ya no era parte de su vida.
— Por supuesto que sí, no voy a quitarle su empleo cuando más lo necesita. Aún puede hacer recados para mamá y para mí.
— ¿Y Luke? ¿Segura que quieres llamarlo?
— No.
— Eso pensé. — Me río. Demasiado pronto para ver su jodida cara rondando por aquí.
— Tú y yo solos, bebé. Hagamos esto un paso a la vez.
Cargamos las primeras cajas hasta el auto, las maletas con nuestra ropa y algunas otras cosas antes de conducir a Escala. El resto de lo que queda son articulos de decoración.
Arrastramos las cajas hasta el ascensor desde el garaje y luego afuera del ascensor cuando se detiene en nuestro nuevo piso.
— ¿Hmm, amor? — Ana se endereza para mirarme. — ¿Dónde están nuestros muebles?
Mierda.
— Llamaré a los de la mudanza.
La jodida idea de vender mi departamento con los antiguos muebles era que Ana decoraría nuestro nuevo lugar con muebles modernos.
Putos muebles que encargamos en la semana y serían entregados hoy.
Tomo mi móvil del bolsillo, seleccionando el número de la mueblería y esperando los timbres hasta que toman la llamada.
— Buenos días, atiende Molly de Mulligans, ¿En qué puedo ayudarle?
Antes de que pueda decir una sola palabra, mi esposa toma el teléfono y camina hasta el ventanal de nuestra sala vacía.
— Habla la señora Grey, hablamos el martes con el señor Mulligans y se comprometió a entregar nuestras compras ésta mañana.
— ¡Oh, señora Grey! Hubo un retraso porque el camión...
— Lo siento, pero eso no es mi problema. Mi esposo y yo no podemos dormir en el piso por su error, así que quiero mis cosas ahora mismo o el reembolso de mi compra.
¿Qué?
— Nena, no, ¿Qué haces? Necesitamos esas cosas.
Intento alcanzarla pero ella se aparta de nuevo, solo puedo escuchar la desesperada voz de la mujer en la línea.
— Señora Grey, no hay necesidad de...
— Dígale el señor Mulligans que me llame.
Ana cuelga la llamada sin esperar respuesta. Suspira y mira a nuestro alrededor, completamente vacío.
— Podemos dormir aquí, puedo traer unas cobijas y... — Me interrumpe.
— Podríamos volver al departamento a pasar la noche y salir de ahí muy temprano en la mañana, antes que sea entregado a los nuevos dueños.
— ¿Y si nos quedamos en el catamarán? Cargamos el resto de las cajas y conducimos hasta el muelle, sería tu primera noche ahí.
— Suena interesante.
Ana sonríe y se acerca pasando sus brazos por mi cuello para besarme, ambos contentos de que éste contratiempo no arruine nuestra primera noche fuera.
El bolsillo de su short corto se mueve por la vibración de mi móvil. La mueblería.
— ¿Señora Grey? El señor Mullins quiere ofrecer sus sinceras disculpas por el inconveniente y quiere ofrecer una bonificación que será entregada mañana junto con sus muebles.
— Bien, entonces los esperamos.
Termina la llamada y me regresa el móvil, sus ojos poniéndose en blanco como si hubiera leído mis pensamientos.
— Si, era necesario. Pagaste una cantidad ridículamente excesiva por todas esas cosas, créeme, prefieren regresar un porcentaje que perder la venta.
Mierda, a veces ella me da miedo.
— Volvamos entonces por las cosas.
Dejamos las cajas en el piso por el momento y las maletas en el clóset. Conduzco de vuelta a mi antiguo departamento para cargar los últimos artículos en la cajuela, dejando todo perfectamente limpio y ordenado para los nuevos inquilinos.
— Entonces, ¿El catamarán? — Pregunto cuando subo al auto.
— Si. — Sonríe. — Me gustaría conocerlo.
— Es genial, a Luke le encanta aunque se marea todo el tiempo.
Ana pone los ojos en blanco por la sola mención de mi amigo. Enciendo el motor para salir del estacionamiento y me incorporo al tráfico cuando el móvil de Ana suena.
— Es mi madre.
Eso es extraño.
— Contesta.
Ella asiente y presiona el teléfono contra su oreja.
— ¿Mamá?
— ¡Anastacia! — Puedo escuchar que la llama con emoción.
— Lo recordaste, bien. ¿Estás sobria?
— Tan sobria como puedo estar a las 11 de la mañana.
Ana pone los ojos en blanco con fastidio.
— ¿Qué necesitas, mamá?
— Oh, si. Una mujer está aquí, quiere hablar contigo... Una Elena algo...
— ¿Elena? ¿Elena Lincoln?
Eso definitivamente capta mi atención, así que me orillo para escuchar sin provocar un accidente.
— ¡Si! ¡Esa! ¿Estás en problemas, Annie?
— ¿Yo? — Chilla. — ¡Es la mujer cuyo esposo te cogiste!
— Eww, con razón me resulta conocida. — Ella debe estar malditamente bromeando. — ¿Entonces le digo que vienes?
Ana exhala y me mira por un segundo.
— Si, supongo que si.
Termina la llamada y deja el móvil a un lado, conteniendo todo su enojo por la extraña relación con su madre.
— ¿Broadview? — Pregunto.
— Si, amor. Una parada rápida antes de ir al muelle, ¿Te parece bien?
— Si.
Llegar hasta el exclusivo residencia nos toma cerca de 20 minutos, el tiempo suficiente para hacer que Ana se calme.
— ¿Quieres bajar conmigo? — Me pregunta.
— Si tú quieres que te acompañe.
No necesito recordarle el momento incómodo de la última vez con su madre tratando de seducirme.
— No te separes de mi en ningún momento.
— Entendido.
Tomo su mano cuando bajo del auto y le doy un apretón para que sepa que la apoyo, lo que sea que esté pasando lidiaremos con ello.
— Se suponía que sería nuestro primer día en Escala y las cosas no están resultado como lo quería. — Se queja cuando pasamos la puerta.
— No te preocupes por eso, Cerecita. Lo importante es que estamos juntos.
— Lo sé.
Sonríe mientras caminamos a la sala y nos detenemos para mirar a las personas. No solo su madre está ahí, algo achispada por el alcohol. Una mujer rubia golpea el piso con impaciencia, acompañada de un chico y una chica.
— ¡Anastacia! La esposa de tu papá está aquí. — La señala. — ¿No es ésta una incómoda reunión familiar?
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