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Capítulo 25. Leila.

Sabían que algo estaba mal tan pronto como me vieron. Papá me abrazó con fuerza y mamá acarició mi cabello como lo hacía cuando era una niña. Tomé el desayuno con ellos antes de subir a mi antigua habitación y tirarme en la cama.

— ¿Leila, cariño? — Mamá golpea la puerta antes de entrar.

— ¿Si?

Me toma un par de segundos enderezarme para limpiar las lágrimas que no sabía que estaban escurriendo por mi rostro, justo cuando creí que no había más.

— Te traje un té.

Coloca la taza sobre el escritorio y se sienta a mi lado en la cama, pasando su vista por los estantes con todas las novelas románticas que leí cuando vivía aquí.

— Gracias, mamá.

— Hija, — Ella sigue mirando al frente. — Cuando quieras hablar, estoy lista para escucharte. Tu papá también quiere apoyarte aunque le cuesta recordar que su pequeña es una mujer.

— Lo sé, y gracias. Estaré bien en un par de días, solo necesitaba alejarme un poco.

Del alcohol... y de Jesse.

Presiona sus labios con fuerza y gira para mirarme amorosamente como siempre ha hecho, su mano bajando hasta mi pierna con lentitud como si yo fuera un siervo asustadizo.

— Quédate todo el tiempo que necesites Leila, este lugar es demasiado silencioso para tu padre y para mí.

— Lo haré, gracias.

— ¿Necesitas que llame a alguien?

Mis cejas se fruncen.

— ¿A quién?

— No lo sé, alguna amiga.

— No mamá, no tengo amigas. — Le recuerdo.

Lidia fue mi única compañía mientras crecía, ella y su novio de turno porque yo prefería quedarme en mi habitación a escuchar musica o leer.

Echo un vistazo a las paredes color lila con la franja verde y el color celeste en el techo simulando un cielo nublado, la misma decoración desde que tenía 15 años. Nada aquí ha cambiado, excepto yo.

— Tu papá fue a la oficina y yo estaré abajo, avísame si necesitas algo cariño.

— Si, mamá.

Tomo un libro del estante y vuelvo a la cama sientiéndome cansada de llorar, necesitando el consuelo y la distracción de una buena historia de amor. Y supongo que lo hago porque me quedo dormida.

Cuando vuelvo a abrir los ojos, la luz de la farola ilumina la ventana porque oscureció, seguramente es la hora de la cena y dormí toda la tarde.

Bajo la cortina y vuelvo a sentarme, cuando noto la pequeña vibración de mi móvil debajo de mí almohada con una llamada entrante.

Jesse.

— Mierda.

¿Debería contestar?

Decido dejarlo pasar al buzón y luego lo apago para evitar la tentación. Lo que me pasa no es culpa de Jesse y me siento mal por él, pero no tengo la voluntad para mantenerlo apartado.

Dejo el móvil y el libro sobre la mesita para bajar las escaleras, mi mamá está en la cocina así que le ayudo a llevar los platos a la mesa.

— Tu papá debería estar aquí en cualquier minuto. — Ella sonríe ante el sonido de un motor aparcando. — Te lo dije.

Mis padres son ambos maestros y han estado casados desde hace 30 años. Mamá dejó de trabajar cuando enfermó de los nervios, supongo que se refiere a ansiedad o algo así.

La veo limpiarse las manos en el delantal y caminar a la puerta con una gran sonrisa, justo a tiempo para que mi papá entre.

— Ya estoy aquí, Cora.

— Y me alegro de verte, Benjamín. — Él se inclina para besarla. — Cariño, no frente a Leila.

Ambos giran para mirarme como si tuvieran qué comprobar que soy real, provocando una sensación incomoda así que se apartan.

— La cena está lista.

No puedo evitarlo. Mi mente vuela al chico rubio que compartía mi vida y a la rutina que establecimos a lo largo de los años.

Cada sábado desayunábamos hot cakes y cada dos semanas íbamos al cine, eligiendo las películas por turnos: Acción para mí y documentales o históricos para Ethan. Un fin de semana visitábamos a sus padres y al siguiente a Lidia para mantener el contacto con las familias.

Siempre duerme del lado izquierdo de la cama y acostumbra llevar camiseta y boxer en lugar de pijama.

— ¿Hija? — Papá agita su mano frente a mi. — ¿Leila?

— ¿Si? — Parpadeo para salir de mis pensamientos. — Lo siento, no te escuché.

— Pregunté si preferían salir a cenar.

— No, está bien así, sabes que adoro la comida de mamá.

Me miran con preocupación pero no dicen nada, y lo aprecio. Lo que realmente necesito de estar aquí es no pensar en todo lo malo, en lo que perdí.

Después de la cena con mis padres voy de vuelta a mi habitación, descansada después de la siesta de la tarde y de vuelta al libro de romance que dejé pendiente, deseando que mi vida no fuera tan complicada.

La casa se queda en silencio y lo próximo que sé es que son casi las 2 de la mañana. No tan tarde como para dejar de leer pero bastante tarde para llamar a alguien... En caso de que quisiera escuchar su voz.

Enciendo de nuevo el móvil pero no busco su número sabiendo que está desactivado. Abro la galería de fotos y me desplazo entre los cientos de fotografías de nosotros, cuando nuestra única preocupación era terminar de ahorrar para pagar los gastos de nuestra boda.

— Mierda, Ethan. ¿Por qué me hiciste esto? ¡Yo te amaba!

Lágrimas bajan por mis mejillas mientras continuo mirando las fotos, recordando lo feliz que era cuando estaba con él.

Si estuviera en Seattle, llamaría a Jesse para que fuera a mi departamento y yo fingiría que era Ethan y todo estaba bien de nuevo.

Pero no estoy en Seattle.

No puedo llamar a Jesse.

El pánico me brota desde el pecho y me levanto de la cama, tropezando todo el camino con los pies descalzos hasta el porche de la casa. La madera fría me alivia un poco así que me siento ahí, esperando que la angustia y el dolor pasen.

— Un día a la vez, Leila. — Me recuerdo. — Un maldito día a la vez.

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