Capítulo 23. Christian.
Me sirvo una taza de café apenas llegamos a la estación el lunes en la mañana porque ésta jodida idea de dejar el cigarro me tiene más tenso que de costumbre.
— ¿Azúcar y crema? — Ana vierte el sobre en mi vaso.
— No.
— Opsi, amor. Ahora bébelo.
— Cerecita, ¿Esto es necesario? Te aseguro que dos caladas al cigarro me bastarían.
— ¡No! ¡El tabaco provoca cáncer!
— Eventualmente. — Mis hombros se encogen. — Te aseguro que será una muerte lenta.
— No. Y no discutas conmigo, Christian Grey. Soy tu esposa, tendremos hijos y te necesito ahí todo el tiempo, incluso cada minuto que el tabaco te roba me pertenece.
— Mierda.
Centro mi atención a los pasos arrastrados que se escuchan en la escalera, dispuesto a cambiar el tema de conversación con mi esposa. Leila aparece con un semblante tan cansado que parece haber envejecido un par de años.
— Buen día. — Toma una taza del gabinete y se sirve café.
— ¿Hmm? ¿Leila? — Ana la mira con tristeza. — ¿Qué pasó?
Lay toma un sorbo de su café amargo a pesar de que está caliente, recién salido de la cafetera.
— Lo siento. Yo...
Desvía la mirada, incapaz de enfrentarla. Cómo Leila la evita, Ana me mira a mi con el ceño fruncido.
— Christian. — Gruñe bajito. — Necesita ayuda.
— No, no lo hace. — Contesto en un susurro. — Es una mujer adulta, déjala lidiar con su problema de la manera que ella crea conveniente.
— ¡No puede hacerlo! — Es imposible mantener los susurros. — ¡Está enferma!
— Pero no quiere ayuda, quiere que la dejemos en paz. Respeta su deseo.
Leila mantiene la vista en el piso mientras sorbe pequeños tragos de su café, incómoda por nuestra conversación sobre ella.
— ¿Y luego qué? ¿La dejamos morir de una congestión alcohólica? ¿Levantamos su cuerpo después de que se ahorque?
Mierda.
Ella no debería estar diciendo eso frente a Lay porque todo lo que necesita es tiempo, en algunas semanas ella estará bien, es una mujer fuerte.
— Christian... — Ana intenta de nuevo. — Leila no está bien y necesita ayuda, ¿No quieres ayudar? Bien, pero no me estorbes.
Permanezco en silencio tratando de entender su punto de vista, pero un pequeño ruido llama mi atención. Un sollozo. Miro a mi amiga Lay sin poder creer que las lágrimas corren por sus mejillas.
Sé que ha llorado por Ethan, lo veo en sus ojos hinchados cada mañana, pero verla llorar es distinto. Se siente extraño.
Ana pasa sus brazos por los hombros de Leila para abrazarla y dejarla llorar. No le dice que pare, solo permanece ahí acariciando su cabello rubio mientras ella solloza y moquea.
Tengo qué admitir que Ana tiene razón, ésta no es la Leila que conozco. He visto llorar a Luke y a Ethan, pero no a ella. Nunca. ¿No se supone que las mujeres fuertes saben cómo manejar esto?
Nuevos pasos de escuchan en el piso de madera pero está vez es el jodido rubio que se acerca, llevando un semblante igual de cansado que el de Lay.
— ¡Tú! — Ana le grita. — ¡Estoy segura que tuviste algo que ver!
— ¿Yo? — Jesse arquea las cejas, visibles encima de los lentes oscuros.
— ¡Si! Tú, idiota.
Mi esposa deja ir a Leila para plantarse frente al chico y empujarlo por el pecho.
— ¿Qué rayos está mal contigo? ¿Por qué le haces esto?
— ¡No hice nada! — Levanta las manos en un gesto de defensa. — Le hice compañía como todos estos días. No la obligué a nada y estamos aquí cumpliendo con nuestro horario de trabajo. ¿Cuál es el maldito problema?
— Siéntate y cállate, hablaré contigo después. — Ana señala el escritorio y gira de nuevo para mirarme. — Ella no puede estar aquí, necesita vacaciones.
— No las ha solicitado. — Le recuerdo.
— ¡Las necesita ahora, Christian! Dale mis vacaciones si es necesario.
— Eres nueva, no tienes derecho a ellas.
Me dedica una mirada de fastidio mientras abraza a Lay y la lleva a una silla, dejándola sollozar sobre su hombro y empapar su ropa.
— Leila, ¿Tienes familia aquí?
— Mi hermana.
— ¿Podrías quedarte unos días con ella?
— No. Tiene un bebé pequeño y un esposo, no quiero preocuparla.
— ¿Alguien más?
— Mis padres viven en Portland.
— Perfecto. — Se endereza con las manos en la cadera. — Nos vamos a Portland.
¿Qué?
— ¿Nos vamos? — Gruño. — Nosotros no vamos a ningún lado.
— Voy a asegurarme que ella llegue a su destino. Intenta impedirlo.
Se dirige a su propio escritorio y recoge su bolso y abrigo, conmigo detrás de ella para hablarle.
— ¿Cerecita? ¿Podemos hablar de esto?
— No.
— Ella no quiere ayuda.
— Las personas enfermas no piden ayuda, ¡Porque están enfermas!
— Mierda, Ana. No puedes involucrarte, estás invadiendo su privacidad.
— Mi.ra.me.
No hay nada que pueda hacer porque mi obstinada esposa hará exactamente lo que dijo que haría, sin importar lo que yo diga.
— Bien, voy a autorizar las vacaciones de Lay. — Miro a la rubia. — ¿Estás de acuerdo?
— Hmm, si.
— ¿Ahora qué? — Pregunto a mi pequeña y obstinada esposa. — Leila puede conducir su propio auto.
— Lo sé, iré con ella.
Mis cejas se elevan en confusión.
— ¿Y luego qué? ¿Regresas en autobús? No te quiero viajando en un jodido autobús. Te sigo en mi auto.
— Como tú digas, amor.
Mi amiga se pone de pie y camina delante de mi esposa hacia las escaleras con todo decidido. Y el puto Luke ni siquiera está aquí para apoyarme.
— ¿Qué se supone que haga yo? — El jodido rubio abre la boca.
— Te haces cargo de los pendientes de Leila hasta que vuelva, y más vale que no te nuevas de aquí.
— Como sea.
Sigo a ambas mujeres por las escaleras, buscando el móvil en mi bolsillo y escribiendo un mensaje a Sawyer.
*¿Dónde mierdas estás? Te necesito ahora.*
Él contesta de inmediato.
*Estoy aquí.*
*¿Aquí, donde? Imbécil.*
Levanto la vista cuando llegamos a la acera y él está del otro lado de la calle con una mujer que pasea a un perro. Le muestra su placa y señala la estación como si eso fuera a impresionarla.
En el estacionamiento, Ana entra al auto con Leila y me hace una seña para que las siga.
— ¿A dónde vamos? — Pregunta Luke a mi espalda.
— Portland. Sube el puto trasero al auto y cierra la boca, hacemos esto por Lay.
— ¡Uy! ¿Es una intervención? ¿Como en la tele?
— Cállate.
— ¿Puedo escoger la música?
— No. Y no toques la...
Demasiado tarde. Presiona el botón sintonizador tantas veces que el sonido de la estática llena el auto.
Este será un jodido viaje largo.
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