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Capítulo 1. Leila.

— Buenas tardes, señora Kavanagh.

— Leila, cariño, pasa. — La madre de Ethan abre más la puerta para que yo pase. — ¿Cómo estás? ¿Qué tal el trabajo?

— Bien, tranquilo ahora que el caso terminó. ¿Cómo está él? ¿Qué le dijo el doctor?

Ella suspira y algunas arrugas se forman alrededor de sus ojos. La señora Kavanagh luce tan impecable como siempre, incluso en domingo.

— Terapia de rehabilitación para recuperar la movilidad, al parecer el médico a cargo es excelente pero Ethan no quiere ir.

— Probablemente piensa que es muy pronto o que tiene tiempo. — Intento sonreír pero no se siente genuino.

Después que esa bala lo hiriera, mi chico perdió la movilidad de su pierna izquierda por un nervio dañado o algo así, por lo cual el médico sugiere la rehabilitación física. Fuera de eso él está bien, sigue aquí y aún puede hacer su vida.

— Si quieres hablar con él, está en su habitación como siempre. Pero... — Apoya la mano en mi brazo. — Su estado de ánimo no ha mejorado, ¿Está bien? Ten cuidado.

— Lo tendré, gracias.

Dejo a la mamá de Ethan al pie de las escaleras mientras subo a ver a mi chico que ha estado muy irritable desde que fue dado de alta.

— ¿Ethan? — Golpeo su puerta antes de abrirla. — Bebé, soy yo.

Está sentado en la cama con la bandeja de comida intacta sobre su regazo y mirando por la ventana con aire ausente.

— ¿Ethan?

Me acerco con calma y retiro la bandeja para ponerla en la mesita.

— ¿Cómo estás? — Apoyo una mano sobre su rodilla y eso atrae su atención.

— ¿Qué quieres?

— Verte, tu mamá dijo que el doctor sugirió rehabilitación y...

— ¡Olvídalo! — Aparta mi mano con brusquedad. — No voy a la jodida terapia, ¿Qué te importa?

— Amor, entiendo que estés enojado pero la terapia física te va a ayudar, tu pierna derecha está bien...

— ¿Y qué? De todas formas no puedo caminar con una sola, ¿O es que ya no te gusto así?

— No dije eso. — Intento hacer que me mire. — Sabes que te amo y estaré contigo siempre.

Su vista se aparta de mi, rompiendo el momento y se recuesta de nuevo en la cama.

— Estoy cansado, puedes irte.

— Bien, pero volveré después a traerte unas de esas rosquillas te tanto te gustan de Starbucks, ¿Okay?

No me mira ni asiente, nada, así que me levanto y salgo de su habitación teniendo cuidado de no cerrar la puerta por completo.

— Tiempo, es todo lo que él necesita. Tiempo. — Me recuerdo a mi misma.

Me despido de la señora Kavanagh sin entrar en detalles para no preocuparla más y me dirijo a la casa de Lidia antes de volver a mi solitario departamento.

Temprano en la mañana del lunes me arrastro fuera de la cama por una ducha y café cargado para rendir el día. Tomo mi arma, la placa y el vaso térmico cuando llego a la estación de policía.

— Buen día. — Saludo a Mía detrás del mostrador. ¿Quién diría que en lugar de patrullera pasó a recepcionista?

Soy la primera en nuestro piso y voy directo a encender la cafetera porque necesito otro poco para activar las neuronas, cuando se escuchan voces y pasos por la escalera.

— Buen día. — Saluda un Christian extrañamente sonriente. — ¿Qué tal estuvo tu descanso?

— Regular. — Encojo los hombros. — Por lo que veo no saliste mucho de tu habitación del hotel.

Christian sonríe más porque su rostro sigue igual de pálido que cuando se fue a Detroit y luego de luna de miel a Hawaii.

— Rubia. — Volteo para mirar a Luke cuando pasa por mi lado con lentes oscuros y un bronceado tan intenso que quema.

— Ay, Dios. ¿No me digas que te llevaste a Chewbacca a tus vacaciones? — Pregunto.

— En primer lugar, rubia. — Luke se quita las gafas revelando los círculos pálidos de panda en sus ojos. — Yo soy Han Solo, no el puto Chewbacca. Y en segundo, tenía que ir a cuidar a mi mejor amigo casi hermano y su esposa, ¿Entendido?

— ¡No! ¿De qué los cuidas? ¿De divertirse? Que Dios no lo quiera, ¿sean capaces de divertirse como un matrimonio?

— Si. — Chilla y se pone otra vez los lentes oscuros. — Ahora pónganse a trabajar.

Christian pone los ojos en blanco mientras Luke se sirve una taza de café.

— ¿Y? ¿Dónde está la señora Grey? ¿Regresó a la academia?

— No. Welch permitió que se quedara aquí pero Abernathy la puso en una patrulla.

— ¿Por qué?

— No lo sé, pero pronto estará aquí otra vez. Con Ethan fuera por tiempo indefinido necesitamos más personal.

— Cierto. — Suspiro. — Sabes que Ethan no va a volver, sus padres no lo van a permitir.

— Es desición de él, Leila. Démosle tiempo para recuperarse.

— Sobre eso... Él no está haciendo la rehabilitación todavía, está siendo muy negativo con todo lo de su tratamiento.

Christian presiona sus labios en un gesto de frustración que conozco bien.

— ¿Podrías hablar con él? — Le pido tratando de contener las lágrimas. — No quiere escuchar a nadie.

— Lo intentaré, lo prometo.

Palmea mi hombro y rodea el escritorio para sentarse, los reportes de robos del fin de semana ya han llegado a sus manos para que comencemos.

— ¿Jesse tampoco se queda? — Pregunto volviendo mi atención al trabajo. — Estamos algo escasos.

— Ese jodido chico. — Gruñe el jefe. — Está en la misma jodida patrulla que Ana, ¿Qué no hay más policías?

Antes de que pueda responder a su pregunta retórica, se escuchan unos pasos suaves en la escalera.

— ¿Christian? — Una cabeza castaña se asoma. Se detiene frente a mi con su uniforme azúl resaltando sus ojos claros. — Tengo que irme, ¿Te veo al final del turno?

— ¡Espera! — Christian prácticamente salta de la silla. — ¿Llevas tu arma? ¿Tiros? ¿Cargador de repuesto?

Ella pone los ojos en blanco a su esposo.

— ¿Dónde está tu jodido chaleco antibalas?

— Ya te dije que voy a apoyar en el tránsito está semana, ¿Para qué necesito un chaleco?

— Por imprevistos y accidentes. Y me importa una mierda lo que Abernathy dijo, ponte el puto chaleco.

— Christian... — Gruñe.

— Esposa, él tiene razón. — Agrega Luke. — Nos sentiremos más tranquilos si lo llevas puesto.

— No tengo uno. — Ana encoge los hombros.

— Leila, ¿Tenemos uno extra aquí? — Grey me mira esperando una respuesta.

— El de Ethan, puedes usarlo. — Señalo a la silla vacía y me dirijo ahí para tomarlo.

Cuando lo levanto puedo percibir el aroma de su colonia impregnado en él y lo acerco a mi nariz para olerlo.

— ¿Leila? — Luke se ríe. — ¿Te dejamos a solas con el señor Chaleco?

— Cállate, idiota. — Gruño avergonzada y lo entrego a Grey.

Él se apresura a pasarlo por encima de la cabeza de Ana y ajusta las correas de los lados.

— No te lo quites ni un momento, no te confíes, siempre mira sobre tu hombro... — Luke la señala mientras habla. — Te acostumbrarás al peso de llevarlo.

— Lo sé, lo sé. Gracias chicos. — Besa a su esposo y gira para irse.

— ¿No hay beso para Luke? — Hace un gesto con las manos.

— Hay un puñetazo para Luke. — Christian lo mira con los ojos entrecerrados. — ¿Lo quieres ahora?

— Mierda. ¡Adiós, esposa! ¡Ya no nos distraigas porque tenemos mucho trabajo!

Y no puedo evitarlo. Me río alto y fuerte a pesar de la tristeza que me apretuja el corazón.

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