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Susurros

—¡Sí!, ¡Sí!, ¡Mas, mas!

Las embestidas de mí amado Gerardo se van haciendo cada vez más rápidas y profundas, haciéndome tocar el cielo, su lengua torturaba mis pezones de manera insistente… Dios… estaba a punto de tocar el cielo…

—¡Amanda!, ¡Amanda se te va a hacer tarde!

De nuevo mi madre vino a despertarme, ¡maldición! Voy a tener que rogarle a Gerardo que no me envié de nuevo ese tipo de videos eróticos por correo electrónico, para él es fácil, luego de verlos puede buscar «alivio» en su esposa, pero yo no, no tengo ni esposo, ni novio, ni  siquiera un amante que me de lo que necesito.

Mientras me doy un baño —con agua helada— para poder irme al trabajo, recuerdo la forma en que mi relación con Gerardo comenzó.

Trabajaba como asesora financiera de una importante compañía trasnacional y un buen día mis jefes decidieron que yo era la indicada para cerrar el trato con una empresa en Argentina.

Luego de que llegase al aeropuerto de Buenos Aires, un taxi me recogió para llevarme al hotel donde me quedaría con todos los gastos pagos, cortesía de Gerardo Di Fiore, el presidente de la compañía con la que mi empresa cerraría el acuerdo de negocios.

Al llegar al hotel, le pedí a la recepcionista que me indicara la habitación donde me quedaría hospedada, era la habitación presidencial. Dicha habitación parecía salida de un cuento de hadas; sus paredes cubiertas de un empapelado color vino tinto con intrincados detalles dorados, varios espejos antiguos alrededor de la habitación, un hermoso sofá de cuero en una de las esquinas del mismo, el jacuzzi de lujo al igual que el resto de los accesorios del cuarto de baño y, por último, una enorme cama de tamaño King Size, cubierta por un delicado y costoso juego de sabanas y edredones blancos y almohadones del mismo color, me hizo sentir como si, de repente, hubiese entrado a la habitación de una princesa de cuentos de hadas.

Me arrojé a la cama y empecé a saltar sobre ella como una cría de ocho años, estaba emocionada, para una chica como yo que provengo de una hermosa familia de clase media donde abunda el amor pero el dinero escasea, tantos lujos eran simplemente demasiados.

Cuando la adrenalina descendió de mi sistema, me quité la ropa y me recosté al fin en la cama, dejando que las tibias sabanas cubrieran mi cuerpo vestido solo con mí nada sexy ropa interior rosada.

No sé cuánto tiempo estuve dormida antes de que una delicada caricia caminando a lo largo de mi pierna me hiciera abrir los ojos de golpe, solo para encontrarme con la intensa mirada azul del hombre más hermoso que he visto en mi vida.

—Lamento haberla despertado,  señorita Vásquez.

—¿Qué… qué… qué hace usted aquí? —mi voz temblaba, estaba totalmente aterrorizada—. ¡Largo de aquí, pervertido! —grité.

—Oh, disculpe, señorita, no quise asustarla —comenzó el hombre, mirándome con profundo arrepentimiento— yo no quise, de verdad, lo lamento, solo quise asegurarme de que había llegado bien, mi chofer me lo había contado pero no quise creerle, lo lamento…

—¿Su chofer? —lo único que mi mente había captado de toda la monserga que el sujeto había soltado fue esa.

—Sí, mi chofer —afirmo el ojiazul con toda tranquilidad— me presento, soy Gerardo Di Fiore, presidente de «Manufactura Di Fiore» y principal admirador de su espectacular belleza, a sus órdenes.

Me tendió la mano y al tomarla, una corriente de energía corrió por mi cuerpo, estacionándose en mi punto sensible, Gerardo Di Fiore era un espectáculo andante, una estatua griega viviente, su cabello dorado enmarcado en delicados rizos, su intensa mirada del color del cielo y una sonrisa que podía iluminar la noche más oscura, a la par de su delicioso acento sureño, despertó en mi toda clase de pensamientos impuros.

—Oh, estoy tan avergonzada —dije mientras sentía que me ruborizaba—. No era mi intención insultarlo, de verdad…

—No te preocupes, Amanda —dijo él, sonriente— si alguien aquí fue un imprudente sin dudas fui yo, que anhelaba meterme entre tus sabanas cuando ni siquiera sabias mi nombre.

De nuevo sentí como todo mi cuerpo se sonrojaba, ese hombre era demasiado sensual y, el saber sus bajas intenciones conmigo, en lugar de ofenderme, me lleno de una enorme excitación.

—Uhm, señor Di Fiore, yo…

—No te preocupes, preciosa, te entiendo. Seguro sos una mujer comprometida y mi forma de abordarte, te ha desagradado, lo lamento.

—¡No!, ¡al contrario! —Me regañé mentalmente, por sonar tan ansiosa— no es eso, es solo que no estoy acostumbrada a esa clase de elogios —dije con sinceridad.

—Pues, no entiendo porque —contraatacó él— siendo una mujer tan hermosa como sos vos, no entiendo como cada dos minutos no te dicen eso.

—Pues al parecer, todos a mí alrededor son ciegos —bromeé.

—O no tienen ni una pizca de imaginación y no han deseado ser quien te arranque con los dientes cada prenda interior para luego bañar tu cuerpo con chocolate.

Solo en ese instante recordé que estaba semidesnuda e intenté, inútilmente, cubrir mi cuerpo con mis manos.

—No lo hagas, preciosa, no ocultes la obra de arte más hermosa que he visto en toda mi existencia.  

Luego de decirme eso, Gerardo se arrojó a mi cuerpo y me dio un beso intenso, ardiente, visceral y lleno de promesas de que esa no sería la última vez que nos besaríamos.

—Dentro de un par de horas vendré a buscarte para llevarte a cenar, espero que estés lista, en el placard te dejo lo que quiero que uses tal y como quiero que lo hagas, nos vemos.

Y así, tan de la nada como apareció en mi habitación, salió de la misma, provocando que instintivamente me lanzara a la cama y me tapara el rostro con mi almohada, Dios, esa fue la experiencia más extraña, excitante y sensual que había vivido en mis veinticinco años de existencia.

Cuando el sopor había descendido, me levanté de puntillas de la cama y abrí el closet para ver lo que Gerardo había dejado allí para mi, tomé la caja blanca con lazo purpura que estaba guardada ahí, la coloqué sobre la cama y extraje el contenido: Un mini vestido rojo, un par de tacones súper altos de color negro, un collar con forma de serpiente de color dorado con aretes a juego y nada más, no sujetador, no bragas.

Los engranajes de mi cerebro comenzaron a sacudirse velozmente, ¿de verdad era real lo que estaba viendo? Y, lo más importante ¿de verdad tendría que usar lo que él me había pedido tal y como lo había hecho? De ser así, mi ropa interior tendría la noche libre.

Me refregué los ojos un par de veces, estaba atónita, ¿Cómo no estarlo, por Dios? A mi edad, nunca había pasado de la primera base con mi primer y único novio y ahora estaba delante de mí un hombre groseramente atractivo, dándome una obvia proposición indecente, y en mis manos estaba aceptarla o negarme.

Tome mi teléfono celular y llamé a la única persona que podía sacarme de dudas, mi fiel amiga Sandra, ella ha estado a mi lado desde que nací y es la única a la que puedo confiarle esto.

Luego de que le contara todo lo ocurrido sin interrumpirme, mi amiga me hizo la pregunta que me hizo librarme de todas mis dudas y complejos «Amanda, ¿estás dispuesta a dejar todas tus inseguridades atrás y por una vez comportarte de manera imprudente?». La respuesta era obvia… Si, estaba dispuesta a todo.

Me dirigí al baño, llene el jacuzzi con sales de baño y esencia de rosas y jazmín y me di una relajante y lenta ducha.

Al terminar la ducha, envolví mi cuerpo en una suave toalla, maquillé mis ojos con un maquillaje ahumado que había aprendido a hacerme en mis tiempos de adolescencia y lo compensé con un delicado brillo labial, dejé que mi castaño cabello se ondulara de manera natural, me coloqué el único perfume caro que tenia y que casualmente era el único que había llevado, y me coloque las prendas que Gerardo me había regalado.

Justo cuando me estaba terminando de colocar los zapatos, la puerta de mi habitación se abrió, dándole paso a un imponente y atractivo Gerardo ataviado con un elegante traje azul oscuro que combinaba con sus ojos, una elegante camisa blanca y una delgada corbata negra que combinaba con sus elegantes y costosos zapatos.

—Creo que pediré la cena para que la tomemos aquí —dijo—, no voy a poder contenerme.

Se dirigió hacia mí y comenzó  a devorarme con sus labios, hizo que me recostara y empezó a repartir caricias en mi cuerpo sobre el vestido, poniendo especial atención en mis bien formados pechos, haciendo que gemidos fueran los únicos sonidos que lograran salir de mis labios.

—Susurra, pequeña —murmuró él en mi oído— susurra lo que quieres que haga contigo.

—Hazme tuya —susurre en respuesta— hazme tuya, Gerardo.

—Buena chica —dijo con una sonrisa en los labios.

Me tomó en sus brazos, haciendo que me colocara de pie, comenzó a quitarme los zapatos y luego comenzó a desperdigar besos en mis piernas, deteniéndose de forma premeditada cerca de mi calidez, haciendo que mí cuerpo temblara por la anticipación.

Me quitó el vestido con rapidez, dejando mi cuerpo desnudo frente a él.

—Que hermosa sos, Amanda, que hermosa sos.

—Es injusto —dije, haciendo un puchero— yo estoy desnuda y tu aun estas completamente vestido.

—No hay problema con eso, pequeña.

Hizo que me sentara de nuevo en la cama mientras que observaba como se quitaba la ropa, ¡Dios!, ese hombre era hermoso, su cuerpo parecía cincelado, su abdomen marcado parecido  al de una estatua antigua me estaba enloqueciendo. Justo cuando la única prenda que lo cubría era la que escondía su pronunciada erección, se acercó a mí.

—Quita el bóxer con tus dientes, Amanda —ordeno, con voz ronca.

Comencé a temblar, nunca había vivido una experiencia similar a esa.

—Yo te guiaré, Amanda, vos solo hace lo que te diga.

Como si pudiese oír mis pensamientos, Gerardo insistió un poco más y yo acepté y comencé a quitar con rapidez la única prenda que cubría su cuerpo.

—Tranquila, Amanda —dijo Gerardo entre gemidos— ve despacio pequeña.

Hice lo que me pidió y, luego de que lo había desnudado por completo, dejé que mi instinto me guiara y tome su fuerte vara entre mis manos, haciendo lentos movimientos ascendentes y descendentes sobre su perímetro.

—Para, Amanda, para, me vas a matar —rogo, a lo que yo respondí tomando su sexo con mis labios, y haciendo con ellos los mismos movimientos que estaba haciendo minutos atrás con mis manos.

Sus gemidos eran lo único que llenaba la estancia, mientras sus dedos se paseaban hábilmente las cimas de mis pechos y mi sexo.

—¡Dios! —Dijo él, antes de colocar sus manos en mis hombros— acuéstate, Amanda, tengo que compensarte.

Hizo lo que me ordenó y el comenzó de nuevo a besarme desde la punta de mis pies y fue subiendo y subiendo hasta que llego a mi intimidad. Su lengua comenzó a recorrer mi sexo con habilidad, haciéndome enloquecer. Él sabía lo que hacía, y, lo más importante, sabía como hacerme tocar el cielo.

Mi cuerpo comenzó a convulsionar a medida que su lengua y sus dedos jugueteaban con mi femineidad, sentía como un millón de fuegos artificiales explotaban en mi interior.

—Bien hecho pequeña, bien hecho —susurró él, luego de haberse detenido para que mis convulsiones cesaran.

—¿Qué fue eso? —pregunté mientras sentía como mi cuerpo languidecía.

—Eso fue un orgasmo, Amanda, ¿nunca has tenido uno?

—Nunca he estado en posición de tener uno.

Gerardo me miró de arriba abajo, mientras que yo lo miraba a los ojos, tratando de hacerle entender el mensaje.

—En definitiva, todos los hombres a tu alrededor están locos —afirmó— ¿Cómo nadie ha querido hacerte el amor?

Me encogí de hombros, no tenia respuesta ante esa pregunta.

—Tranquila, Amanda, yo me encargaré de eso.

Se recostó sobre mí y comenzó de nuevo a colmarme de caricias y besos audaces, llenándome de un infinito placer. Abrió mis piernas y se ubicó en medio de ellas y empezó a introducirse despacio dentro de mí.

—Mírame a los ojos, Amanda, mírame.

Hice lo que me pidió mientras que el iba haciendo su camino en mi interior, unió sus labios a los míos para acallar mis gritos de placer, nuestras lenguas hicieron un baile delicioso mientras que el pequeño dolor que estaba quemando en mi entrepierna se convirtió en el mas delicioso placer.

—Mas rápido, Gerardo, ve más rápido, te lo ruego.

El sonrió con lentitud y me complació, fue más y mas rápido, nuestras respiraciones se desenfrenaban y sentía que mi corazón iba a explotar, de nuevo las luces de fuegos de artificio comenzaron a brillar a mí alrededor, había llegado de nuevo al orgasmo.

—¿Por qué, Gerardo? —Dije mientras me recostaba en su pecho—, ¿Por qué yo?

—Porque sos hermosa, Amanda, por eso.

—Pero tú eres un hombre casado, lo sé, mi jefe me había contado sobre ti.

Él se quedó en silencio y me miró con el ceño fruncido.

—No te estoy reclamando nada, Gerardo, yo acepté estar contigo a pesar de que lo sabía, solo te estoy preguntando porque me elegiste a mí, una mujer tan normal, tan común y corriente.

—¡Porque no sos común y corriente! —Exclamó, como si hubiese dicho la cosa más obvia— ¿Por qué no podes entender lo maravillosa que sos, Amanda?

Solo negué con mi cabeza, no podía entender lo que él me estaba diciendo.

—Yo también indagué sobre tu vida —dijo el— se que vos fuiste la primera de tu clase, que te has convertido en la mano derecha de tu jefe gracias a tu enorme capacidad, se que has luchado toda tu vida para sacar a tu familia adelante, ¿Qué otra razón voy a tener para saber lo maravillosa que sos?

De vuelta a mi presente, he terminado una nueva jornada de trabajo: Reuniones, revisión de documentos, cálculos de presupuestos, firmas y mas reuniones forman parte de mi día a día y, aunque para muchas personas le resulte aburrido, para mí es una obligación y un placer, un placer porque hacer lo que hago ha sido mi mayor aspiración desde que ingresé a la universidad a estudiar administración financiera y una obligación porque, aunque después de ese idílico e irreal encuentro, entre Gerardo y yo mantuvimos un trato estrictamente profesional el resto de mis días en Buenos Aires para cerrar el acuerdo, su única condición para que la firma se llevara a cabo fue que me dieran un aumento de sueldo y un ascenso, razón por la cual me siento obligada a hacer las cosas de la mejor manera posible, para que quedara en claro que esos nuevos beneficios me los he ganado por mi desempeño laboral y no por mis dotes como amante.

Salí de la empresa agotada y maldiciendo a mi suerte: justo cuando mi auto se descompuso mi jefe se antojó de hacer una reunión de emergencia, lo que derivaba en que tenía que tomar un taxi, sabiendo que a esas horas los taxistas duplicaban la tarifa.

—Señorita, ¿hacia dónde se dirige?

Una hechizante voz con acento del sur de la América Latina me sacó de mis pensamientos.

—¡Gerardo!

—Hola, pequeña —me saludó mi Dios argentino con una sonrisa en los labios— ¿venís?

Me subí a su automóvil y, sin pensarlo dos veces, le di un intenso beso en los labios.

—Te extrañé, Gerardo —admití.

—Yo más, pequeña —sonrió—, eché de menos tus susurros.

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