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Prólogo

El clima era perfecto, el sol se colaba entre las frondosas ramas de los árboles y la humedad era la suficiente para evitar que el calor se sintiera abrazante. Luisa tenía que admitir que su tía Pepa estaba de mejor humor que nunca, creando magia de la forma más esplendorosa que Luisa conocía.

Sin embargo, nada de eso ayudaba con el dolor que ella sentía en ese preciso instante, uno tan desgarrador que podía jurar que en cualquier momento su pecho se abriría y ella caería al suelo, sin consuelo ni salvación.

—¿Te vas del Encanto? —murmuró, porque su voz apenas era lo suficientemente fuerte como para ser escuchada, el nudo del llanto en su garganta impedía que ella hablase.

—No me mires así, por favor —suplicó la muchacha, su negro cabello rizado recogido en un moño sin forma, ese mismo en el que Luisa había enredado sus dedos incontables veces antes —. Lo haces ver como si fuera el fin del mundo, pero no lo es.

—Te vas a ir, me estás dejando —remarcó Luisa, jadeos intercalando sus palabras —. ¿Cómo puedes pedirme que no te mire así? ¿Qué se supone quieres que haga?

—No lo entiendes, necesitamos irnos —enfatizó la muchacha, sus ojos cafés llenándose de lágrimas.

—¿Por qué? El Encanto tiene todo lo que cualquiera desearía —rebatió Luisa, un intento desesperado de entender por qué su corazón estaba siendo partido en mil pedazos insoldables.

—¡Menos libertad! —exclamó la joven, las lágrimas corriendo por sus oscuras mejillas, el calor inundando su cara. Ella sabía que si su tez fuera más clara, probablemente estaría tan roja como su vestido.

—¿Qué se supone que eso significa? —Luisa se mostraba confundida, sus propias lágrimas caían por su rostro y su mente parecía embotada en una nebulosa.

—Luisa, llevamos juntas desde que teníamos catorce años y recuerdo sin falta cada momento en que hemos estado juntas. ¿Sabes por qué? —la voz de la chica se rompía por instantes, pero la firmeza con la que hablaba había dejado a Luisa sin palabras —. Porque en estos años han sido tan escasas las veces en que has tenido tiempo para verme que es imposible no acordarse. No eres solo tú, nadie en tu familia puede salirse del papel otorgado por tu abuela, nadie en Encanto puede ser o hacer nada diferente. Ni siquiera podríamos estar teniendo esta conversación si no fuera porque Dolores está recluida en su habitación por orden de tu abuela para poder prepararle la sorpresa de su cumpleaños.

—La abuela solo intenta protegernos —rebatió Luisa, defendiendo lo que siempre le habían enseñado.

—El Encanto ya no está en peligro, el mundo sigue avanzando y nosotros nos quedamos cada vez más atrás —repuso ella con un tono desesperado dominando su voz —. Dime una cosa, ¿qué pasará si el día de mañana nacen más como Mirabel en tu familia? Digamos que un día la vela decide que se acabaron los dones, ¿qué pasará? Tendríamos que salir al mundo y estaríamos tan atrás de ellos que no encajaríamos, porque tu abuela se ha encargado de que seamos todos unos inútiles sin ustedes y sus dones, de que ustedes mismos sean inútiles sin poder usar sus dones para con nosotros. El Encanto se supone que debe protegernos, pero eso no significa que debe dominarnos —el pecho subía y bajaba al ritmo de su respiración errática, su lengua mojando sus gruesos labios, una sonrisa triste marcando su rostro —. Cada día este sitio se convierte menos en un refugio y más en una prisión, y me niego a ser reclusa en mi propia tierra.

—Yo…yo no… —Luisa intentaba hablar, quería decir tantas cosas, justificar todo lo que la mujer que amaba acababa de echarle en cara, pero ella misma sabía que era cierto, esa presión que siempre sentía encima era innegable.

—No te pido que vengas conmigo, sé que no lo harías —aclaró la muchacha, acercándose a Luisa y poniéndose en puntas de pie, sus manos acunando el rostro de la más alta —Pero tú no puedes pedirme que me quede —susurró, sintiendo el sollozo desgarrador de Luisa retumbar dentro de ella misma —Quizás algún día, si por algún motivo tu abuela cambia, las cosas puedan ser diferentes, pero ahora no puede ser de otra manera.

—Ana, yo te amo —dijo Luisa, su voz fragmentándose mientras sus manos se aferraban a las manos de Ana sobre su rostro, sintiendo los pulgares delicados acariciar sus mejillas con suavidad.

—Y yo te amo a ti, no sabes cuánto —murmuró Ana, su voz incapaz de subir el tono sin romperse en un llanto —pero eso no es suficiente, no cuando me estoy asfixiando en este lugar. No puedo quedarme.

Luisa no dijo nada, lo entendía, no podía pedirle que se quedara cuando eso la estaba matando, y ella no podía irse y dejar a su familia, así que eso era todo. La historia de amor, el cuento de hadas furtivo que habían logrado mantener oculto durante tantos años, llegaba a su fin.

Ana se aferró más a Luisa, tirando ligeramente de esta para que ella bajara un poco su estatura, sus labios encontrándose suavemente, moviéndose con una parsimoniosa tristeza y delicadeza, era un beso lento que transmitía todo el amor que se había acumulado y crecido durante esos años.

Cada mirada oculta de los adultos, cada momento en que sus manos se rozaron sin querer, cada sonrisa mientras se observaban a la distancia, hasta ese día en que finalmente Ana pidió la ayuda de Luisa, una excusa barata para pasar tiempo con la musculosa chica. Siguieron las escapadas sin que nadie lo notara, las comidas compartidas a escondidas, los chistes susurrados en esos momentos en que ambas estaban seguras de que Dolores estaba muy ocupada para prestarles atención.

Esa primera escapada al bosque de las montañas, tan lejos del pueblo como era posible, aquel primer beso tan torpe, la emoción que las recorría después. Los instantes entre trabajos que Luisa podía ir a verla, los regalos pequeños que podían pasar ocultos entre sus cosas habituales, evitando llamar la atención, la primera discusión que terminó en Ana tirándose a los brazos de Luisa, besándola profundamente hasta que la ropa se sintió estorbosa, hasta que las manos buscaban curiosas la piel de la otra, hasta que el dolor se hizo presente en su más placentera y torpe forma.

Toda su relación, tapada por el velo de una cuidadosa mentira, se quedaba en ese beso suave que ahora terminaba, en esas lágrimas calientes y saladas que recorrían sus mejillas, en el temblor descontrolado de sus manos, en el frío que vestía sus cuerpos cuando se alejaron.

Luisa no abrió los ojos, no podía, sabía que si la veía irse no soportaría respirar, así que se mantuvo repitiendo el mismo mantra en su mente, una orden clara para que inspirara, otra para expirar, y lo sostuvo de esa forma hasta que estuvo segura de que hacía mucho estaba sola.

Abrió los ojos, la claridad y bondad del clima mostrándole un bosque precioso, en un contraste absoluto con su dolor, y nunca Luisa sintió tanto el peso de su familia como en aquel momento. Inspiró, expiró, cerró los ojos, evocó cada recuerdo en un intento de no olvidar nada y luego volvió a abrirlos, todavía quedaba trabajo por hacer, no era hora de lamentos.

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Hola por aquí, bienvenidos a un nuevo fanfic, ni yo misma sé por qué lo escribí. En fin, si nunca me han leído antes, mis reglas son sencillas.

Actualizo cada fin de semana, tres capítulos por fin de semana. Junto con este fanfic sostengo otros cuatro, así que no me torturen, tengan paciencia conmigo.

Mis libros ya están terminados cuando los publico, lo que significa que la obra no cambiará su trama en ningún momento, yo solo edito y subo los capítulos.

Si en algún momento atraso mis actualizaciones por algún motivo del trabajo o la universidad, lo diré en mi tablero, no tienen que seguirme si no quieren, pero si ven que me atraso, revisen allí, les habré dejado escrito el motivo.

Por último, no necesito que voten el capítulo si ustedes creen que no merece el voto, pero si les pido que comenten algo, me interesan mucho sus opiniones y me gusta saber qué van pensando de la obra. Es todo lo que pido.

En fin, si les ha llamado la atención la sinopsis, que no es de las mejores, pero fue lo que salió, y el prólogo, os invito a seguir leyendo. SIGUIENTE🔜🔜.

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