Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 8- Catarsis.

Luisa llevaba tres días intentando hablar con Emilia, tres días en los que la chica la había evitado de la forma más activa posible. Al inicio había sido simplemente un buenos días dicho de forma general, no mirando a Luisa en ningún momento, después había hablado ella con los trabajadores de Luisa, quienes hablaron con la chica Madrigal para repartirse respecto al trabajo en la casa de Emilia y la de los Méndez, quitándole a Luisa la opción de explicarle a los señores Méndez de su error cuando prometió encargarse de su vivienda de forma inmediata. Intentó ir a verla a la casita, pero el trabajo de reconstrucción le había absorbido el tiempo.

Pensó que al empezar las modificaciones en la iglesia tendría mejor suerte, pues Emilia todavía dedicaba tiempo de las tardes noches a pintar la parte faltante de los diseños de Dolores, pero resultó que allí habían muchas personas y nunca estaban solas, por lo que a Emilia le resultaba más fácil evitarla. Creyó que podría interceptarla en casa, Dolores acordando apartar a la familia o avisar si alguno se acercaba, pero Emilia justificó que la boda se acercaba y la pintura tenía que tener tiempo de secarse sino querían casarse en una iglesia con olor a pintura fresca para pasar las noches pintando hasta tarde y amanecer los días antes de que el sol saliera para lo mismo.

Isabela había protestado al inicio sobre que ella no pretendía llevar ese ritmo temerario de trabajo, pero Emilia dejó en claro pronto que lo único que ella tenía que hacer era pasar una vez al día para reajustar las lianas y asegurarse que estuvieran fuertes para resistir el peso de Emilia, que no la necesitaba todo el tiempo, así que nadie tuvo nada que objetar. Su hermana mayor, por supuesto, no había tardado en notar la distancia obvia entre las dos mujeres, pero Isabela no era dada a meterse en asuntos de otros, así que lo ignoró, esperando que Luisa la buscara si fuera algo muy serio.

Al final, había pensado que tendría la oportunidad perfecta en un momento del horario de almuerzo cuando regresaba de las reparaciones de la vivienda de los Méndez y se dirigía a la iglesia, porque se había tropezado con su madre que cargaba los almuerzos para ella, Mirabel, Isabela y Emilia; por lo que Luisa se ofreció muy entusiastamente para entregarlos, dispuesta a desviarse hasta el taller de Mirabel y la floristería si eso significaba que tenía una oportunidad de hablar con Emilia. Julieta le sonrió a su generosa y preocupada hija y le cedió las canastas, viéndola correr más feliz de lo que la había visto en los últimos tres días.

Luisa llegó a la floristería primero, dejándole el almuerzo a Isabela mientras ella atendía a un cliente, aprovechando eso para no tener que entablar conversación. Mirabel se suponía que fuera más difícil, pero cuando su hermanita la vio con ese brillo en el rostro que Luisa había perdido desde el domingo, decidió dejarla ir con rapidez, rezando para que lo que fuera que Luisa quería, saliera bien, recordando la plática nocturna que había tenido con su tío. Finalmente Luisa llegó a la iglesia, deteniéndose en sus puertas y observando silenciosa la figura de Emilia en lo alto, llegando casi al techo, trepada en unas lianas y ramas creadas por Isabela.

Se veía angelical desde la vista de Luisa, vestía un vestido azul claro con flores rosadas y moradas, su cabello recogido en una coleta alta sostenida por un pañuelo a juego con el vestido, del que colgaban hilachos morados. Usaba un delantal blanco estropeado en pintura, que Luisa reconoció como uno de los que Mirabel no había usado en años. Allí, inclinada sobre la pared a semejante altura, con la luz filtrándose por el vital de colores del techo, todo lo que Luisa podía pensar era que Emilia era preciosa. Dejó las canastas en uno de los bancos, acercándose sigilosamente, considerando su tamaño y peso, no queriendo entorpecer el trabajo de Emilia en lo mínimo.

El aire se estancó en su garganta ante el terror en un segundo, la imagen anteriormente etérea se había convertido con rapidez en la peor pesadilla de Luisa. La joven estaba regresando sobre la liana, observando la finalidad de su trabajo, los últimos detalles estaban concluidos finalmente, se sujetó a una de las enredaderas para descender por las ramas y cuerdas verdes, y entonces una de ellas se quebró ante su peso. La ingravidez envolvió su cuerpo un instante, hasta que empezó a caer a una velocidad vertiginosa, sin tiempo siquiera para sentir pánico, sus ojos fijos en el techo que se alejaba cada vez más, anunciando su cercanía al suelo.

Luisa ni siquiera lo pensó, su cuerpo se precipitó hacia adelante con fuerza, envolviendo el cuerpo de Emilia entre sus brazos y golpeando el suelo, rodando sobre sí misma unos metros. Su respiración estaba agitada, producto al golpe en las costillas al rodar, todo el aire había sido expulsado de sus pulmones, tenía algunas áreas golpeadas, pero en general parecía haber salido bien. Hizo uso de su fuerza para incorporarse y mirar a Emilia, que había terminado debajo de ella, siendo resguardada y rodeada por las extremidades de Luisa, que la miraba atentamente, recorriendo cada parte visible de su cuerpo. A sus ojos y para su alivio, Emilia no parecía tener ninguna herida.

—¿Estás bien? —preguntó Luisa con preocupación, su mirada fija en los ojos que la miraban impresionados. El silencio se extendió en el tiempo y Luisa se preocupó de que Emilia sí se hubiera hecho daño —Mimi, ¿te duele algo? ¿te heriste? Tengo que buscar a mi mamá —Luisa se apresuraba a ponerse de pie, preocupada por lo que podía estar mal con Emilia, pero entonces todo su cuerpo se detuvo como piedra cuando la mano de Emilia acunó su mejilla.

—Te raspaste aquí —comentó la menor, acariciando el borde de una herida pequeña en la mejilla de Luisa. Como una acción inconsciente, Luisa cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia el toque de Emilia, su respiración volviéndose pesada y su corazón acelerándose.

—Estoy bien, es solo un rasguño, no tiene importancia —aseguró Luisa en un murmullo, su mirada detenida en la expresión tierna y confundida de Emilia.

—Me salvaste —dijo la menor, hablando de forma apenas audible para Luisa, quien le sonrió tristemente.

—No podría soportar que nada te pasara —afirmó Luisa, sintiendo el calor detrás de los ojos que anunciaba que si seguían así, lloraría irremediablemente —¿Estás bien?

—Sí, tú me protegiste —confirmó Emilia suavemente, su mano descendiendo por el rostro de Luisa, su pulgar rozando el límite del labio de la mayor.

—Quiero hablar contigo, por favor —pidió Luisa, una súplica desesperada pronunciada con parsimonia, buscando no alterar a Emilia, quien por primera vez en días parecía dispuesta a escucharla.

Los labios de Emilia se abrieron, la respuesta en la punta de la lengua cuando llegó el sonido de la puerta principal de la iglesia siendo abierta. Luisa se apresuró a ponerse de pie, ayudado a Emilia a incorporarse, agradeciendo que las enredaderas de Isabela las cubrieran de la mirada de quien hubiera entrado y maldiciendo a la vez porque las interrumpieran. El encanto que se había creado en son de paz entre Emilia y ella había desaparecido totalmente. Acomodándose las faldas, Emila fue a primera en salir de detrás de las enredaderas, su cuerpo tensándose como una cuerda apenas sus ojos vieron la persona delante de ella.

—Hola, lamento importunar, pero pregunté en el pueblo y me dijeron que Luisa había entrado aquí —habló suavemente Ana, haciendo que la piel de Luisa se erizara ante su mala suerte; si creyó poder tener una oportunidad de una conversación civilizada con Emilia, la visita de Ana buscándola acababa de tirarlo todo por la borda.

—Sí, lo está —respondió Emilia, su voz destacando en una animadversión que ella no se molestó en ocultar.

—Hola —saludó Luisa, su mente más estable ante la presencia de Ana después de días dedicando largas horas a pensar.

—Hola, tu mamá me dijo que estabas en tu horario para almorzar y pensé acompañarte mientras discutimos algunas cosas sobre el arreglo de la casa —dijo Ana con una sonrisa risueña, viéndose angelical vestida con aquel vestido amarillo claro con detalles azules en los vuelos.

—De hecho traía el almuerzo de Emilia conmigo porque tenía pensado almorzar con ella —respondió Luisa en un claro intento de que Emilia entendiera lo que quería decir y aceptara hablar con ella.

—No te preocupes, ve a almorzar con tu amiga, tengo entendido que hace muchos años que no se ven —espetó Emilia, tomando la canasta más pequeña de comida del banco donde Luisa las había dejado y saliendo por la puerta lateral en busca de Dolores, que parecía ser la única compañía con la que no se sentía intimidada, considerando que ya habría escuchado todo.

—Supongo que somos tú y yo entonces —comentó Ana —. ¿Si no tienes nada que hacer podemos ir a la loma? —propuso, Luisa sintió un pánico latente llenarla por dentro.

—No, mejor vamos al parque detrás del río, después de la plazoleta —sugirió ella, tomando la canasta de almuerzo y partiendo a andar, buscando no darle opciones a Ana para discutir sobre eso. Si iba con ella a la loma, ni Emilia, ni Dolores ni ella misma se lo perdonarían jamás.

Caminaron tranquilamente por el pueblo, como en años anteriores habían hecho, los aldeanos saludándolas como si el tiempo no hubiera pasado. Eso era lo maravilloso de Encanto, te recibían con las puertas abiertas sin importar qué pasara. Pocos minutos después llegaron al parque que Luisa había dicho, sentándose en uno de los banco de piedra que yacían debajo de la sombra de árboles pequeños cultivados por Isabela en el proceso de dominar su don.

—Muchas cosas han cambiado por aquí —comentó Ana, abriendo su canasta y sacando unas arepas que Luisa reconoció enseguida, eran iguales a las que antes Ana hacía para ella y le llevaba a su refugio secreto en el bosque.

—Cuatro años es mucho tiempo —fue la respuesta de Luisa, sacando los tamales con carne asada al lado que su mamá le había enviado.

—Sí, supongo que lo es —concordó Ana con cierta nota de tristeza en su voz.

—¿Por qué has vuelto, Ana? —preguntó Luisa, buscando desesperadamente comprender qué había cambiado.

—Escuchamos rumores sobre un movimiento de tierra que había ocasionado que una de las montañas se fraccionaran, y que después se había visto totalmente arreglada. No nos tomó mucho entender qué algo había pasado en Encanto, vinimos hace tres meses para comprobarlo, no llegamos al centro del pueblo, nos quedamos visitando a mi tía Marta y ella nos contó lo que había pasado; vimos los cambios y pensamos que era cierto, las cosas habían mejorado, quizás era momento de volver a casa —explicó Ana, sus ojos oscuros mirando a Luisa con una ternura que le recordaba a sus viejas épocas —. Pensé que eso podría ponerte feliz —continuó Ana, su mano estirándose hasta rozar la de Luisa con delicadeza.

—Ana —Luisa negó suavemente con la cabeza, alejando su mano del contacto cálido de Ana y mordiendo el extremo de su labio inferior en un gesto nervioso que buscaba tranquilizarla —. Tú te fuiste hace cuatro años, no puedes volver ahora y esperar que todo sea como antes.

—Pero puede serlo —repuso Ana con tranquilidad, una nota esperanzada en su voz —. Te vi el domingo cuando nos encontraste en tu casa, estabas feliz de verme y no tardaste en comportarte como antes.

—Estaba impactada —rebatió Luisa —. Apenas si comprendía lo que estaba pasando y mi cuerpo y mente actuaron por costumbre. No significa nada —aseguró, sintiéndose mal de herir a una persona a quien antes amó, pero teniendo la certeza de que lo decía en serio. Allí, delante de Ana en ese instante, podía decir que ese impacto inicial había pasado totalmente  y que, si bien quedaba un cariño subyacente por los años compartidos, ese amor que antes profesaba ya no estaba allí.

—Estoy segura que podríamos funcionar ahora si nos damos la oportunidad —insistió Ana, sin comprender del todo lo que Luisa quería enfatizar.

—No me estás entendiendo. Yo no quiero esa oportunidad —afirmó Luisa, remarcando las palabras con lentitud, viendo cómo se filtraban en Ana y finalmente la comprendía —. Te amaba muchísimo, eso es innegable, pero eso fue hace cuatro años. Aprendí mucho de mí misma en ese tiempo, crecí como persona en más de un sentido y tantas cosas cambiaron dentro y fuera de mí, que me es imposible querer nada de lo que tenía antes.

—¿Qué significa eso? —preguntó Ana, las lágrimas agrupándose en sus ojos.

—Te quiero, siempre te tendré un cariño sincero por todo lo que vivimos y los buenos y malos recuerdos que tengo —confirmó Luisa con tranquilidad —, pero lo nuestro se acabó. Era algo que solo funcionaba con la antigua Luisa, estaba destinado a morir de cualquier manera, y eso está bien. Lo lamento si tenías otras esperanzas, pero yo no puedo corresponderte ya.

Luisa vio como Ana asentía lentamente, evitando su mirada, así que cerró su canasta a medio comer y le dio un apretón ligero en el hombro, buscando consolarla un poco, antes de ponerse de pie e ir caminando sin rumbo por el pueblo. Se sentía ligera, como cuando Mirabel había salvado el milagro, sus preocupaciones de repente parecieron desaparecer y todo le impresionaba posible. Terminó de comerse su almuerzo en el camino, llegando a donde su madre para dejarle la canasta y un beso suave en la mejilla que detonaba su buen humor, haciendo reír a Julieta, que ya estaba preocupada por la actitud apagada de su hija los últimos días.

Sus pasos la llevaron a un ritmo estable por el pueblo, saludando a los aldeanos que no la habían visto con anterioridad y riéndose de los pequeños que se interponían en su camino en un vano intento por hacerla tropezar. Antes de darse cuenta, estaba delante de la calle que llevaba al puesto de periódicos de Dolores, donde estaban Mirabel y Dolores afuera, hablando con Emilia, quien mostraba una expresión seria que preocupó por un momento a Luisa.

Dolores le dijo algo a Emilia que Luisa no llegó a escuchar y la mirada avellana de la chica se alzó hasta encontrarse con la suya, su expresión suavizándose tanto que la mayor se permitió tener esperanza. Mirabel y Dolores entraron a la tienda, dejando a Emilia afuera mientras veían a Luisa acercarse, hasta detenerse delante de la menor.

—¿Podemos hablar, por favor? —pidió Luisa, su mirada mostrando una súplica sencilla que fue recibida con un sonrojo ligero por parte de Emilia, quien desvió la mirada y asintió con la cabeza.

—Por la tarde, cuando termines el trabajo —dijo Emilia, apoyándose en el poste de madera de la entrada.

—Mi trabajo ya ha terminado por hoy, me tomo el resto del día libre —afirmó Luisa, haciendo que Emilia la mirara nuevamente.

—¿Puedes hacer eso? —preguntó insegura, sabiendo la importancia de sus labores para Luisa.

—Soy mi propia jefa y es cuestión de prioridades —aseguró Luisa con seguridad, notando como Emilia mojaba sus labios con su lengua y asentía —¿Vamos a la loma? —propuso.

—Claro, pero solo si pasamos a buscar a los burros —respondió Emilia, ganándose una risa queda de parte de Luisa que se le contagió por unos instantes.

—Pasaremos a buscar a los burros —accedió Luisa, dejando que Emilia iniciara la caminata hacia la loma por lo largo del camino de adoquines para luego seguirla.

—No puedo creerlo, se van a arreglar —comentó Mirabel en un grito contenido, aferrándose al brazo de Dolores y zarandeándola ligeramente.

—Eso es maravilloso, pero tú todavía no me cuentas cómo es que te enteraste de esto —acusó Dolores, molesta de que hubiese algo que ella no supiera en el pueblo.

—Esa historia es algo peculiar —admitió Mirabel, soltando el fuerte agarre que sostenía en el brazo de Dolores.

—Tenemos tiempo, si alguien nos necesita yo lo sabré —dijo Dolores, dejando claro que no admitiría que Mirabel le diera de largas.

— Bueno, el domingo tío Bruno fue a verme al taller para hablar conmigo, quería que ayudáramos a Luisa, aparentemente sus visiones le muestran que algo malo pasará que condenará la felicidad de mi hermana, por lo que pensó que yo podría tener un plan —explicó Mirabel con cierto nerviosismo.

—¿Qué tienes que ver tú con lo que pasó hoy? —cuestionó Dolores, interpretando la conocida expresión culpable de Mirabel.

—Puede que le dijera a Isabela que no reforzara las lianas ayer —respondió Mirabel encogiéndose de hombros.

—¿¡Estás loca!? —bramó Dolores, moderando su tono al notar que había llamado atención indeseada sobre ellas —. ¿Cómo se te ocurre hacer eso? Emilia pudo haberse matado. 

—Isabela dijo que las lianas durarían hasta el mediodía, así que yo le pedí a mamá que hoy repartiera el almuerzo empezando por Luisa, si no funcionaba, Isabela arreglaría las lianas y listo, nada tenía que pasar —explicó Mirabel en su defensa.

—Casi se mata, Mirabel —espetó Dolores, incrédula de las locuras que su prima podía hacer.

—Pero no pasó —rebatió ella, haciendo que a Dolores le diera dolor de cabeza. De nada servía discutir si Mirabel seguiría dando los mismos argumentos. Tenía razón, nada malo había pasado y al menos podía respirar tranquila por eso.

—¿Qué fue lo que vio tío Bruno que lo alarmó tanto? —preguntó Dolores, decidiendo cambiar de tema y concentrándose en uno que parecía más importante.

Sus ojos se enfocaron en la expresión triste y preocupada de Mirabel, notando como un temor latente brotaba hasta hacerla jugar con los hilos de su blusa en un gesto nervioso. Dolores supo de inmediato que su tío, lamentablemente, había visto venir otra desgracia.

**********
Y hasta aquí por el momento, originalmente eran 3 capítulos, pero como dije en otros libros, he tenido que reducirlos a dos para no poner nada en hiatus y que me dé tiempo junto con la universidad.

Espero que hayan disfrutado y me dejen sus opiniones al respecto, os quiero. Besitos♥️♥️♥️

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro