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Capítulo 7- Confusión.

Luisa había querido hablar con Ana, pero la voz de su Abuela llamándolas dentro atrajo su atención, su madre yendo a buscarlas para que las dos entraran, la cena ya estaba servida. Se reunieron con el resto de la familia, estando también los padres de Ana allí con ella; todos charlaban alegremente, con los invitados contando historias de sus aventuras en las tierras fuera de Encanto, mientras Luisa solo sabía recordarse cada pocos segundos que no debía seguir mirando a Ana, que estaba rodeada de su familia y debía comportarse.

—¿Entonces regresan para quedarse? —preguntó Agustín tranquilamente, bebiendo de su guarapo.

—Sí, después de aprender sobre algunos negocios de fuera de Encanto, pensamos que sería bueno regresar y ampliar la diversidad aquí dentro, siempre que Doña Alma nos lo permita —respondió Rogelio, el padre de Ana.

—Claro, Rogelio, Encanto ha cambiado mucho desde que ustedes se fueron, mi familia y yo hemos cambiado —aseguró Alma, aceptando la propuesta de Rogelio de montar un nuevo negocio en el pueblo.

—Eso es algo obvio —comentó Ana, ganándose la atención de algunos miembros de la familia que sonrieron al sentirse reconocidos por su mejoría, Luisa entre ellos.

—Queríamos pedirle permiso para que dejara pasar a nuestro proveedor. Es un hombre bueno que hará negocios con nosotros si usted lo permite, estaría viajando de vez en cuando a Encanto para traer los materiales que necesitaremos para la producción de zapatos nuevos —informó el señor Rogelio, mirando a Alma, que se mostró pensativa unos instantes.

—El gasto saldría enteramente de nosotros, al igual que el alojamiento y nos hacemos responsables de que es un buen hombre —intervino Doña Mercedes, la madre de Ana.

—Está bien, supongo que sería un buen cambio. Es hora de que Encanto se habrá más al mundo —accedió Alma, ganándose una sonrisa general de su familia e invitados, menos Emilia, quien intentaba mantener el rostro sereno y no perder las formas, mientras Dolores le daba la mano por debajo de la mesa en un gesto de sororidad y empatía.

—Podríamos hacer un festejo por el regreso de los Méndez y de paso conocer al señor —propuso Mirabel, siempre dispuesta a traer alegría a todo el pueblo con festejos por cualquier motivo.

—No suena mal, podría motivar a todos a comprar más la mercancía —secundó Félix, quien continuaba comiendo sin importar nada.

—Lo haríamos el fin de semana, la noche del sábado ya que el domingo todos descansan y de esa forma ustedes podrían abrir el negocio empezando el lunes —continuó Mirabel, demostrando ese razonamiento rápido que había perfeccionado desde que sus clases con la Abuela Alma para ser su sucesora como portadora de la vela habían empezado poco después de la reconstrucción de Casita.

—Eso estaría perfecto —aseguró Ana, mirando con una sonrisa radiante a Mirabel.

—Entonces está decidido —afirmó Abuela, pensando en el beneficio de aquel trato para el pueblo.

La velada fue tranquila, con Camilo haciendo comentarios chistosos que no consistían en burlarse de otros y el resto de la familia e invitados disfrutando de su compañía, hasta que fue hora para que los Méndez se despidieran; tenían pensado regresar a su antigua casa, pero esta había sido comprada por otra familia que había crecido en Encanto, por lo que tendrían que construirse una nueva, mientras tanto se quedarían en con algunos viejos amigos, pese a la invitación de Alma de que se quedaran con ellos.

—Luisa se encargará de la construcción de vuestra casa, se podría reparar alguna de las que están deshabitadas por sus condiciones en el centro de la plaza, así podrían usarla de punto para vender —afirmó Alma, atrayendo la atención de Luisa.

—¿Harías eso? —preguntó Ana, mirando a Luisa directamente a los ojos, recordándole a aquel día desgarrador de hacía cuatro años, pero también a todos esos momentos anteriores.

—Sí, claro, empezaría mañana mismo si quieren —aseguró Luisa sin vacilación, nerviosa por lo que estaba pasando en ese momento y que ella no llegaba a comprender totalmente.

—Me alegra que tengas tiempo disponible, querida, siempre fuiste muy atenta con nosotros —comentó doña Mercedes, haciendo que Luisa se sonrojada y le sonriera tímidamente.

—Entonces nos veremos mañana, buenas noches —se despidió Don Rogelio, partiendo con su familia lejos de Casita, con Ana mirando ocasionalmente hacia atrás, sus ojos encontrándose con los de Luisa.

—¿Y tendrás tiempo para hacer esa reparación? —preguntó de repente Isabela, trayendo a Luisa de regreso a su entorno. Ante la mirada confusa de su hermana, Isabela volteó los ojos y señaló con su mano hacia Emilia, quien se mantenía recluida al lado de Dolores, sin decir nada y sosteniendo una expresión neutra —. Considerando que estás haciendo la casa de Emilia.

Fue así como un balde de agua fría cayó sobre Luisa, dándose cuenta de lo que había pasado durante las últimas dos horas. Había ignorado a Emilia, perdiéndose totalmente en la mirada de Ana y su tempestuoso regreso, se había comprometido con su familia a una labor para la cual no tenía tiempo, si tomaba en cuenta que todavía no había terminado su labor anterior y lo peor era que no podía retractarse sin hacer quedar mal a su familia; pero sobre todo, había lastimado a Emilia, a quien ya conocía lo suficiente como para saber que esa mirada sin vida en sus ojos era su culpa totalmente.

—Lo mismo estaba pensando, cuando ofrecí que arreglaras una casa para ellos me refería a después de que terminaras la casa de Emilia e hicieras los arreglos de la iglesia para la boda de Dolores, no pensé que propusieras empezar mañana —intervino la abuela, haciendo que la culpa quemara a Luisa por dentro al darse cuenta que había dejado que sus viejos hábitos de poner a la familia Méndez por encima de las demás personas la dominaran.

—Yo… no me di cuenta, la costumbre —se excusó vagamente, intentando sonar natural ante las miradas escrutiñadoras de su familia.

—Bueno, ya te has comprometido a hacerlo, supongo que tendrás que buscar tiempo —concluyó la abuela.

—Pero eso la agotará, mamá —intervino Julieta, preocupada por la salud de su hija.

—No es problema —dijo Emilia, hablando por primera vez desde que había llegado a casa, nadie lo había notado hasta ese justo momento, cuando su voz volvió a sonar y se percataron que no la habían escuchado hablar en todo el día —Luisa tiene trabajadores capaces, mi casa está casi terminada, yo puedo ir con unos pocos de ellos y concluir lo que falta. Así ella puede usar a los demás en la reconstrucción de la casa para los Méndez —propuso la chica tranquilamente, pero Luisa podía escucharlo, su voz se notaba neutra, carente de vida o emociones.

—¿Estás segura? —preguntó Alma, queriendo asegurar el bienestar de todos sus invitados de Encanto.

—Claro, no puedo abusar tanto de vuestra generosidad. Luisa ha hecho más que suficiente ya, es hora de que avance al siguiente trabajo —afirmó Emilia, dando el tema por zanjado.

Para todos eso parecía algo lógico, pero Luisa había entendido el significado de aquellas palabras, Emilia estaba concluyendo lo que recién había iniciado entre ellas en la tarde y la culpa era toda suya. Ni siquiera ella misma sabía por qué había perdido de esa forma los papeles, simplemente al ver a Ana su mente se había desvanecido y todo lo que quedaba era una maraña de recuerdos sin forma que no le permitían razonar nada. Ella lo había jodido todo.

La familia Madrigal aceptó la propuesta, todos decidiendo partir a sus habitaciones para una larga noche de sueño. Mirabel se dirigió a su habitación para recoger ciertas cosas de costura, aludiendo que iría a su taller para adelantar trabajo porque allí veía mejor y el sitio estaba equipado precisamente para trabajar; le pidió a Emilia que le dejara la puerta sin pestillo para ella poder entrar en la madrugada sin molestarla y se despidió de su madre y hermanas, marchándose por el camino velozmente.

—¿Estarás bien sola? —preguntó Dolores, no queriendo dejar a Emilia sola, quien era capaz de sentir el dolor que la muchacha expresaba con solo saber que ella había sido lastimada. Dolores Madrigal verdaderamente era otro nivel de amistad.

—Sí, no pasa nada —aseguró, pese a que las dos sabían que eso era una vulgar mentira.

Dolores decidió callar, haciendo uso de esa habilidad que escasamente tenía donde lograba respetar la intimidad y decisiones de los demás. Se alejó de Emilia lentamente, dándole una mirada de reproche a Luisa al pasar por su lado. Emilia por su parte subió las escaleras hacia la puerta de Mirabel, abriéndola y entrando, cerrando rápidamente para luego desplomarse contra esta, las lágrimas finalmente saliendo.

—Emilia —el llamado de Luisa llegaba susurrante desde el otro lado, pero Emilia no contestó; Luisa tocó la puerta dos veces de forma suave, pero Emilia no contestó —Emilia por favor, solo quiero hablar —suplicó Luisa, apoyando su frente en la fría madera, pero Emilia no contestó; sus brazos abrazando sus rodillas y su cabeza sumida entre estas. El ruido llegó lejos a ella, ya era muy tarde para huir cuando vio la figura de Luisa subiendo por la ventana.

—¿Qué demonios? —bramó Emilia, poniéndose de pie y dándole la espalda rápidamente, sus manos limpiando sus lágrimas.

—Le pedí a Casita que me ayudara a llegar, por favor escúchame —suplicó Luisa, el dolor raspando cada parte de ella por dentro, incapaz de entender por qué había actuado cómo lo había hecho.

—¿Qué quieres que escuche Luisa? —preguntó abruptamente Emilia, girándose para enfrentarla.

—Sé que me porté mal y no tengo justificación. Mi mente se bloqueó totalmente… yo… —Luisa intentaba explicarse con desesperación, las palabras torpemente enredándose en su cabeza mientras la mirada helada de Emilia sobre ella la calaba —Ana es una vieja amiga, yo solo…

—Sé quién es Ana, Luisa —la interrumpió Emilia, su voz saliendo fría y distante —Pude sentirlo cuando ella llegó, la forma en la que cambiaste, tu comportamiento, no me vengas con la mierda de que es una buena amiga.

—Vale, tienes razón. Ana fue mi pareja, estuvimos juntas muchos años, toda mi adolescencia prácticamente —confesó Luisa, cesando su intento de acercarse a Emilia al ver que esta seguía alejándose de ella.

—¿Por qué demonios harías todo esto conmigo si al final ella todavía era el objeto de tus sentimientos? —preguntó acusadoramente Emilia, intentando mantener un tono que ayudara a que solo Dolores las pudiera escuchar, no queriendo que nadie más en aquella casa se enterase de nada.

—Yo no sabía que ella regresaría y solo… —intentó explicar Luisa, notando lo que sus torpes palabras parecían afirmar, pero ya era demasiado tarde, el rostro de Emilia se había deformado en una expresión ente adolorida e indiferente.

—No sabías que ella regresaría, pero ahora que lo ha hecho los demás somos basura desechable, ¿no es cierto? —espetó Emilia, la ira incandescente en sus ojos abrasaba a Luisa con fuerza.

—No, eso no es lo que quise decir, no me supe explicar —repuso Luisa, desesperándose al notar que hablar no estaba haciéndole ningún bien.

—¡Yo sé lo que vi, Luisa, carajo! —exclamó Emilia, haciéndola callar en el acto. Todo quedó en silencio durante unos minutos que para ambas se extendieron dolorosamente, hasta que Emilia se acercó a la puerta y la abrió —Quiero que me dejes sola y preferiblemente que no vuelvas a hablarme. En lo que a nosotras respecta, solo debes de ordenar a tus hombres para dejarme a los imprescindibles, el resto del tiempo tú y yo no existimos alrededor de la otra —dijo Emilia, la firmeza en su voz no dejando espacio para las dudas.

—Por favor, no hagas esto —suplicó Luisa, sintiendo como si el aire se hubiese vuelto cien veces más denso para respirarlo.

—Yo no lo hice Luisa, tú sí —refutó Emilia, abriendo la puerta en su totalidad e indicándole a Luisa la salida.

Quiso hablar, gritar, protestar, explicarle que su reacción había sido más costumbre e impresión que sentimientos, pero ya era tarde, Emilia no la escucharía y tenía toda la razón del mundo para no hacerlo. Arrastrando los pasos, Luisa salió de la habitación, no teniendo tiempo para girarse cuando el portazo con el que cerró Emilia resonó a sus espaldas.

Las lágrimas llegaron a ella rápidamente, el calor detrás de sus párpados se sintió incómodo y todo lo que ella quería era tirarse en un agujero a morir. Alzó la mirada, encontrándose la expresión compadecida de Dolores, que estaba apoyada en la baranda del piso de arriba, mirándola con preocupación.

Con un gesto de cabeza, Dolores le indicó a Luisa que la siguiera, dejando la puerta de su habitación abierta y esperando. Luisa dudó unos instantes, combatiendo los deseos de derrumbar la puerta de Mirabel y hablar nuevamente con Emilia, pero sabía que eso no funcionaría de ninguna manera, por lo que simplemente se forzó a sí misma a subir las escaleras hasta detenerse delante de la puerta abierta, tocando suavemente como petición de permiso antes de adentrarse totalmente en esta.

Dolores la esperaba sentada en la cama, rodeada de cojines y almohadas con forros rojos. Luisa avanzó hacia ella, la puerta cerrándose detrás suyo y un trinar suave de pájaros, junto con el sonido del viento moviéndose entre las hojas inexistente de aquel lugar la sobrecogió.

—Mi habitación se adapta al sonido favorito de quien entre en ella, para mí regularmente es solo el silencio, ya que nunca puedo disfrutarlo, pero por hoy concedí que se adaptara al tuyo —explicó Dolores, recordando que Luisa era menor que ella y por ende no podía tener memorias de la apertura de su habitación —Siéntate conmigo —pidió Dolores, viendo a Luisa avanzar tímidamente hacia su cama y sentándose en una esquina —¿Me puedes contar qué fue eso?

—No lo sé —admitió Luisa pasados unos instantes de silencio, sus ojos llenándose de lágrimas nuevamente —Supongo que siempre me quedé con esta sensación de que si hubiera hecho más, si hubiera notado las señales, las cosas entre ella y yo no hubieran terminado mal —dijo, su ceño fruncido en confusión, buscando entenderse a sí misma —Siempre pensé que no tenía que lidiar con nada de eso porque ella ya no estaba, así que solo podía dejar que los sentimientos se guardaran y se fueran, pero entonces ella regresó y todo es que no afronté antes salió del rincón en el que estaban y derribo todo.

—Lo entiendo —dijo Dolores, ganándose una mirada incrédula y dubitativa de Luisa —Cuando tienes un don como el mío, comprendes muchas cosas aunque no las hayas vivido. Te diré lo que mí no tan vasta experiencia me permite saber. Lo que sientes es normal, nunca te permitiste cerrar el ciclo, simplemente lo dejaste ser y ustedes estuvieron juntas durante cuatro largos años, sin contar los años de amistad anteriores, prácticamente toda tu vida. Descubrieron todo juntas, en todos los sentidos, así que eso trae consigo demasiados vínculos fuertes. Sin embargo, lo hiciste mal esta noche, tu inexperiencia te llevó a un error por no saber administrar tus emociones, que no es lo mismo que tus sentimientos, y ahora le has hecho daño a alguien que no lo merecía.

—Lo sé —la voz de Luisa se rompió en un llanto débil —No sé cómo arreglarlo, no quería lastimarla, yo solo me vi impactada y ahora lo he destrozado todo.

—No sé si tenga remedio lo que hiciste, Luisa, porque solo Emilia sabe si va a disculparte o no, si puede o no, pero le debes al menos una disculpa adecuada cuando el calor del momento baje. ¿Entendido? —Dolores hablaba con la entereza de una hermana mayor, una que Luisa le desconocía, porque siempre la había visto como la prima vivaracha y chismosa que ella mostraba. En esos momentos, aquella conversación parecía algo a tener con una madre o con una hermana mayor, y el poder hablarlo abiertamente con alguien la hacía sentir relajada.

—Lo haré —aseguró Luisa, sorbiendo por la nariz y limpiándose las lágrimas —Debería irme ahora.

—Cuando te sientas lista, nunca antes, no hay apuro ninguno —aseguró Dolores, recibiendo una sonrisa tierna de Luisa, quien dejó que algunas lágrimas más cayeran de su rostro mientras recostaba su cabeza en el hombro de su prima.

Dolores le sonrió cálidamente, dándole palmaditas en la espalda hasta que Luisa se encontró más calmada, dejándola irse a su habitación para dormir un poco, el cansancio del estrés psicológico y emocional haciendo mella en ella. Mientras ambas primas dormían, en una habitación más pequeña Emilia se retorcía en posición fetal entre las sábanas, mordiendo la almohada para acallar sus sollozos, pidiendo que llegara el día y pudiera salir de aquella casa de los demonios, alejándose de los Madrigal.

De cierta forma Emilia pensaba que era su culpa, la estúpida idea de que tenía derecho a ser feliz y una oportunidad de conseguirlo se había presentado en su mente, la vida ya le había demostrado que eso no era una posibilidad para ella. Emilia sollozó más fuerte.

El resto de la familia se mantenía ajeno a los sentimientos demoledores que ambas chicas vivían, excepto por Bruno, quien en ese preciso momento sostenía en su mano su más reciente visión. Con la llegada de los Méndez, el futuro se había alterado una vez más, y ahora la imagen más fuerte, el hilo más resistente para ocurrir, no era esa imagen feliz que él habría querido para su sobrina.

Un suspiro cansado salió de sus labios, ella sola ya no podía lidiar con eso, estaba escogiendo mal y terminaría causándose sus mayores desgracias, así que, contra su propia palabra, Bruno se tapó la cabeza con su capucha y salió de la casa en silencio, rumbo al taller de Mirabel.

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Epaaa, ya regresé por aquí. Sé que el fanfic no tiene muchos lectores, pero los pocos que estén leyendo, por favor déjenme saber qué opinan y si les está gustando, eso me motiva a seguir escribiendo.
Dicho esto, pueden pasar al siguiente capítulo. 🔜🔜🔜.

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