Capítulo 6- Sentimientos.
Para sorpresa de todos, no fue difícil que después de aquella charla nocturna los Madrigal restantes que todavía no se sentían cómodos con la chica se relajaran totalmente, haciendo de su estadía un deleite. Emilia pasaba los días pintando todos los diseños que Dolores había pedido, que incluían flores gigantes y animales de llamativos colores, parecía querer hacer una jungla en las paredes, solo que de colores cálidos, pero Mariano estaba extasiado de complacerla y Emilia no le negaría nada considerando que tenía el visto bueno de toda la familia.
Mirabel había logrado confeccionar un vestido que se ajustara al gusto de Dolores, pudiendo finalmente centrarse en los bordados de colores que resaltarían sobre la tela blanca. Toñito y Camilo habían ayudado en la confección de los adornos, bajo la tutela de su tío Bruno, quien era constantemente asustado por ambos con bromas, hasta que Pepa los descubrió y le lanzó a cada uno nubes de tormenta en sus habitaciones.
Julieta parecía finalmente dominar todo el menú principal al gusto de los novios, así que empezaría a practicar con los postres y dulces. Isabela había logrado cultivar las flores que Dolores quería, todas en llamativas combinaciones de rojo y naranja.
Por su parte, Luisa se divertía viendo a su familia funcionar de esa forma, ella se había dedicado con su equipo a la construcción de la casa de Emilia, quien ya había sido aceptada por el pueblo como parte del Encanto. Habían avanzado a tal punto que las paredes ya estaban totalmente firmes y el techo montado apropiadamente, faltaban las estructuras internas y el montaje de tuberías, pero al menos el soporte estaba terminado, solo necesitaban que se secara totalmente, considerando el uso de piedras y ladrillos que habían utilizado en esa ocasión, pero las tejas parecían sostenerse apropiadamente, por lo que todo marchaba sobre ruedas.
Ante la total impresión de la familia, Camilo había llegado incluso a disculparse con Emilia, admitiendo que había actuado como un imbécil y que se arrepentía por ello. La chica lo perdonó sin problemas, lo que había llevado a una relación algo extraña de amistad. Todos parecían aceptarla y eso hacía muy feliz a Luisa, sobre todo por lo que significaba para ella misma. Al inicio creyó que el exceso de trabajo la alejaría de Emilia, lo cual haría que fuera más probable que el futuro bueno que su tío había visto no llegase, pero fue todo lo contrario.
En los horarios de descanso, Emilia recorría el pueblo hasta llegar a lo que sería su futura casa, llevándole meriendas o almuerzos con bebidas refrescantes a Luisa y sus trabajadores, pasando un tiempo de charla amigable con la muchacha, riéndose juntas de historias de la infancia de Luisa o de anécdotas memorables del pueblo que Luisa se esforzaba por caracterizar para mayor diversión.
El sonido de la risa de Emilia se había vuelto algo diario y constante en su vida, algo casi cercano a un vicio, viéndose a sí misma haciendo hasta lo imposible por hacerla reír. Pensó que tal vez iba demasiado lento o que no estaba avanzando para nada, pero Dolores le alzaba los pulgares o le sonreía cuando la veía al lado de Emilia, apoyándola y haciéndole saber que iba por buen camino.
Pese al exceso de trabajo, todos se tomaban en serio el horario de descanso implementado después de la destrucción y salvación del milagro hacía tres años, por lo que los sábados trabajaban hasta medio día y los domingos descansaban absolutamente, dándole espacio a Luisa para salir con Emilia, disfrutando de los puestos de comida de Encanto, o de las noches de fiesta los sábados, donde se había vuelto algo normal ver a las dos chicas bailando, superando la impresión inicial de ver a Luisa en la plaza moviendo el cuerpo al ritmo de una cumbia o un vallenato, puesto que la joven no bailaba normalmente en festividades. Los días y las noches de Luisa se habían transformado en un volcán de emociones diferentes mientras pasaba el tiempo con Emilia, disfrutando de su compañía de una forma que no pensó poder disfrutar.
En esos momentos estaban en la loma de siempre, con los burros sueltos a su gusto, pasando la tarde del Domingo porque realmente no había nada mejor que hacer para relajarse y Luisa extrañaba sus tardes tranquilas con sus burros. La única diferencia era que esta vez no quería estar sola con ellos, sino que invitó a Emilia, como todas las veces anteriores en el último mes y medio que la joven llevaba en Encanto.
El viento pegaba con suavidad en el rostro de Luisa, que sentía con calma como algunos de sus rizos se movían ante este, refrescándose del calor excesivo del día, sobre todo del rubor que con anterioridad había adornado sus mejillas cuando Emilia remarcó que a Luisa le quedaba bien el rojo, haciendo alusión a la falda de dicho color que traía ese día.
Era un rojo oscuro, con bordados en un rojo más llamativo, Dolores había insistido en que cambiara un poco su estilo y viera si eso captaba la atención de Emilia, Luisa lo había encontrado tonto, hasta que la chica había hecho entrada en la cocina y lo primero que había dicho era lo hermosa que se veía Luisa y como su piel combinaba con esa falda.
Dolores casi se atragantaba ahogando su risa cuando Luisa tartamudeó, sonrojándose violentamente y devolviendo de forma torpe el cumplido, disfrutando de ver a Emilia con una falda amarilla con flores blancas bordadas por todo el borde, una blusa blanca que se sostenía en sus brazos, dejando sus hombros descubiertos y con pequeños pétalos bordados por todo el vuelo que caía del escote superior, creando unas mangas, en combinación con el pañuelo amarillo sencillo que sujetaba su cabello, dejándolo suelto y apartándolo de su rostro. Traía unos zapatos sencillos de color carmelita claro con adornos verdes que simulaban hojas, lo cual combinaba totalmente con el conjunto y había dejado a Luisa más sonrojada que antes.
Luego de aquella interacción entre incómoda y divertida, ambas habían salido rumbo a la loma, recogiendo a los burros en el camino, y allí se encontraban en ese momento. Luisa se recostó en el pasto con un suspiro, sus brazos flexionándose detrás de su cabeza a modo de almohada, disfrutando de la sombra de aquel árbol que los tapaba en ese momento y deleitándose con la imagen de Emilia, inclinada hacia atrás, con sus manos apoyadas en la tierra para darle soporte, sus piernas extendidas y cruzadas una sobre la otra y el viento moviendo su cabello, haciéndola cerrar los ojos, disfrutando de la tranquilidad.
Los ojos de Luisa se embebieron en el cuerpo de Emilia, sintiéndose ligeramente culpable por mirarla de esa forma cuando era más que obvio que la chica todavía la veía solo como una amiga, pero entonces sus ojos encontraron algo en ella que no pensaba ver. En la espalda, detrás del hombro derecho, justo en la zona que quedaba desprovista de tela gracias al nuevo conjunto, había una marca más clara y tirante que sobresalía por encima del resto de la piel, una cicatriz evidente.
Su mirada vagó por la espalda de Emilia, notando las demás marcas que salpicaban su espalda y parte de sus brazos, algunas no eran tan visibles como otras, pero seguían estando allí. Frunció el ceño mientras miraba, en un intento vano de entender por qué esas marcas estaban allí cuando desde la llegada de Emilia había estado comiendo la comida de su mamá, no debería de tener heridas.
—La comida de tu mamá solo puede curar heridas recientes, no desaparecer las marcas de heridas curadas totalmente con anterioridad —dijo Emilia, haciendo que Luisa la mirara y notase que había sido descubierta en su observación furtiva.
—Lo lamento, no debí mirar —se disculpó rápidamente, desviando la mirada hacia los burros.
—Está bien, es la primera vez que expongo tanta piel y sabía que lo notarías —la tranquilizó Emilia, trayendo la atención de los ojos de Luisa sobre ella otra vez.
—¿Lo sabías? —preguntó Luisa desconcertada.
—Siempre me estás mirando, Lulú —respondió Emilia con cariño, resaltando un hecho que no era difícil de saber considerando la intensidad de la mirada de Luisa sobre ella. La mayor tuvo la decencia de desviar la mirada avergonzada antes de devolverla hacia Emilia nuevamente —Puedes preguntar, sé que te mueres por hacerlo —ofreció Emilia con tranquilidad, sin mirar directamente a Luisa para darle la oportunidad de elegir si quería preguntar o no.
—Tienes razón, tengo curiosidad —admitió Luisa, sentándose nuevamente y mirando a Emilia de frente —Pero no preguntaré —aseguró, viendo la impresión en esos iridiscentes ojos avellana, perdiéndose en ellos durante un segundo —No es importante y sé que contarlo no sería fácil para ti. Mi curiosidad no es superior a tu bienestar ni a mi preocupación por ti, Mimi.
Emilia sonrió ante el apodo cariñoso, ella llevaba dos semanas llamando a Luisa por Lulú, pero la mayor seguía sonrojándose y tartamudeando cuando intentaba decirle a ella algo diferente a su nombre.
—¿Por qué te preocupas tanto por mí? —preguntó Emilia, su mano desplazándose sobre la hierba hasta estar a milímetros de la mano de Luisa, quien fijó sus ojos en ese pequeño espacio antes de responder.
—Creo que ya lo sabes y solo disfrutas viéndome nerviosa —afirmó Luisa, cerrando el espacio entre sus manos, sus dedos tocado los más delicados de Emilia y su corazón acelerándose cuando la muchacha entrelazó su mano con la de ella sobre la verde hierba.
—No puedo evitarlo, siempre eres tan dulce y buena, atenta conmigo en todo momento, pero a la vez fiera y fuerte para defenderme, simplemente verte tímida y sonrojada es demasiado hermoso y adorable —respondió Emilia, una explicación que para nada era una excusa, sino un planteamiento de los hechos.
—Nadie nunca ha usado hermosa o adorable como adjetivos para describirme —comentó Luisa, un tono vagamente triste en su voz, recordando que incluso antaño, cuando su corazón había latido desaforado por otro amor, esos adjetivos nunca habían sido para ella.
—Eso es porque nadie mira correctamente —repuso Emilia y Luisa alzó la mirada.
Sus ojos se quedaron conectados en la forma en que brillaban los ojos avellana de Emilia, cambiando de color a un verde amarillento cuando la sombra del árbol se movía y pequeños haces de luz solar alumbraban su rostro. Su respiración se volvió lenta, como si todas sus funciones corporales se hubieran detenido para permitirle asimilar lo que sucedía.
Se estaban acercando, sus cuerpos se inclinaban hacia el centro del espacio entre ellas con lentitud, sus manos afianzando el agarre de sus dedos entrelazados cuando sus respiraciones se mezclaron, sus narices rozándose con suavidad. Luisa miró a los ojos a Emilia, una petición de permiso implícita en su mirada, Emilia sonrió suavemente, mirando los labios de Luisa y volviendo a alzar la mirada, asintiendo de forma casi imperceptible.
Luisa sintió como si el mundo desapareciera, escuchando sus propios latidos en sus oídos a medida que rozaba sus labios con los de Emilia, apenas una caricia suave que provocaba ansias en las dos. Sus labios finalmente se tocaron, parsimoniosamente, demorándose en el contacto delicado y carnoso que se creaba.
La primera en mover los labios fue Emilia, quien hizo un gesto ligero que alentó a Luisa a mover los suyos propios, haciendo que el beso se tornara más cálido para ambas. Luisa jadeó un instante, disfrutando de la sensación maravillosa de tener a Emilia besándola, pero no tuvo mucho descanso.
Emilia colocó su mano libre en la mejilla de Luisa, acariciando con su pulgar suavemente antes de introducir su lengua en la boca de Luisa, aprovechando el jadeo de esta, disfrutando de la respuesta inmediata y entusiasta que recibió.
La lengua de Luisa se movía al ritmo de la de Emilia, perdiéndose en una vorágine de sentimientos mezclados que se transmitían a través de aquellos movimientos lentos y profundos en una silenciosa disputa por el poder. El beso se volvía más profundo y ansioso a medida que los segundos pasaban, o tal vez minutos, ninguna de las dos sabían, hasta que finalmente la calma las alcanzó, separándose ambas durante unos instantes, manteniendo sus frentes juntas y Emilia acariciando la mejilla de Luisa.
—Deberíamos volver —comentó Emilia, recordando que ese día le tocaba hacer la comida junto con Mirabel.
—Lo sé —concordó Luisa, sabiendo que ninguna de las dos quería moverse.
Se mantuvieron en esa burbuja de amor durante algunos minutos más, hasta que se dieron cuenta que verdaderamente no podían permanecer allí todo el tiempo, por lo que se separaron con lentitud, Luisa poniéndose de pie y ayudando a Emilia a incorporarse, para luego ir a cargar los burros.
Descendieron de la loma entre risas, bromas casuales como todos los días, y sonrojos evidentes que ahora eran acompañados de una sensación de levitación ante sus sentimientos correspondidos, con Emilia empujando el miedo hacia abajo cada vez que su corazón latía desaforado por Luisa.
Nunca se había enamorado, la habían forzado a saltarse esa etapa de su vida, así que no podía evitar temer que Luisa no correspondiera sus sentimientos de la misma manera y terminara rompiéndole el corazón, pero podía sentirlo, al tocar a Luisa podía percibir sus emociones fragmentándose de amor y adoración por ella.
Emilia no sabía exactamente cómo, pero siempre había tenido esta percepción extraña cuando tocaba a las personas, como si pudiera percibir qué sentían, si eran buenas o malas, por eso no había tardado nada en confiar en Luisa, sobrecogiéndose con los tiernos y bondadosos sentimientos que ella había emanado desde aquel primer contacto. De la misma manera, había sentido como esos sentimientos se iban transformando en amor, acompañando los suyos propios, que crecían más con cada día.
Luisa había dejado a los burros donde siempre, después de haber arreglado de forma definitiva la puerta de la cerca de Osvaldo, bajo insistencia de Emilia de que si no lo arreglaban de forma permanente, ella misma impediría que Luisa atendiera a los burros y Osvaldo se vería en la necesidad de recogerlos él solo. Ese día Mirabel y Dolores no habían parado de reír debido a la expresión temerosa del señor Osvaldo con la amenaza latente de Emilia.
El camino hacia Casita estuvo lleno de risas y miradas cómplices mientras jugaban con los niños que iban distrayéndolas, Luisa eventualmente cargándolos sobre sus brazos y haciéndolos saltar en el aire antes de atraparlos con gentileza, Emilia podía entender por qué todos amaban a Luisa, ella sabía labrar su camino hacia el corazón de las personas.
Cuando Casita ya era visible, Luisa notó que había algo diferente, la puerta principal estaba abierta y Dolores estaba parada allí con una mirada de aprensión en su rostro. Emilia y Luisa se miraron, preocupadas de que hubiera pasado algo malo, por lo que apuraron el paso para llegar a Dolores, quien se mordía el labio de manera nerviosa y jugueteaba con sus dedos.
—Lola, ¿qué sucede? —preguntó Emilia preocupada, recibiendo una mirada más ansiosa de parte de la mujer.
—Dolores, ¿le pasó algo a alguien? —inquirió Luisa, sintiendo su propio nerviosismo crecer dentro.
—No, es solo que… —Dolores se mostraba indecisa sobre cómo decirlo, así que respiró profundamente y miró directamente a Luisa —Lo siento, pensé en avisarte antes, pero escuché como las dos estaban algo… ocupadas, y no supe interrumpir, después mamá y la abuela me llamaron y ya me fue imposible llegar a ti —explicó Dolores con una disculpa evidente en su expresión.
—¿De qué hablas? —preguntó Luisa, sonrojándose por la alusión de Dolores a sus actividades de la tarde, pero ya ella estaba preparada para que su prima las estuviera escuchando, la verdad era que no le sorprendía, de todas formas ella sabía que Dolores la apoyaba.
—Es que hay una visita —inició Dolores, callando al notar sus manos sudar.
—¿Quién? —insistió Luisa, desesperándose ante la ansiedad que emanaba de Dolores.
Emilia se limitaba a observarlo todo con cierta aprensión, tocando el brazo de Luisa para intentar tranquilizarla y sintiendo de inmediato la desesperación que ya la envolvía. Dolores abrió la boca dispuesta a responder, con una mirada ligeramente angustiada en sus ojos, pero entonces otra voz femenina se le adelantó.
—Luisa —la mentada y Emilia miraron en dirección a la mujer morena de oscuro cabello rizado que se alzaba como una melena alrededor de su cabeza, con una cinta sostenida en la parte delantera que se anudaba en un lazo amarillo con bordes rojos, en combinación con el vestido que traía.
—Ana —susurró Luisa, su voz apenas audible debido a la impresión.
Dolores se apartó, una mirada triste en sus ojos dirigida a Emilia, quien en un principio no lo entendió, pero entonces lo sintió. Los sentimientos de Luisa parecían al borde de estallar, si bien por fuera se mostraba de piedra, por dentro Emilia podía sentir la lucha de su pasado, la batalla de las emociones disputando el control, toda ella centrada en la hermosa mujer que tenía delante.
Emilia pasó su lengua por sus labios en un vago intento de contenerse y no llorar, miró a Dolores, quien tenía una disculpa implícita en toda su expresión y luego retiró la mano de Luisa, quien ni siquiera notó la ausencia del calor de Emilia, mientras ella se moría de frío al alejarse y entrar a la casa, siendo seguida de Dolores, que fue la única que la notó. Su mayor miedo en pocas horas se volvía realidad.
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Nadie tire piedras, denle a Luisa la posibilidad de la duda al menos. 😅
En fin, ¿qué les ha parecido? ¿Opiniones, hipótesis, comentarios? Esperaré para leerlos.
Besitos, pequepinkypitufibolas ♥️♥️♥️
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