Capítulo 5- Honestidad.
Los cimientos de aquella futura casa estaban acabados de terminar, después de haber visto la visión de su tío Bruno, Luisa no tuvo trabajo ninguno en diseñar la vivienda, imaginando sin problemas todo aquello que el cristal verde no mostró.
El horario de almuerzo se había pasado de forma rápida, y en la tarde habían dejado el marcaje para las futuras paredes, Luisa tenía toda la intención de terminar la casa pronto, dejando la remodelación de la iglesia para la boda de Dolores de último, por si a su prima le daba por cambiar de idea como lo había hecho cientos de veces durante los años.
La noche ya llegaba cuando Luisa finalmente terminó el trabajo, dejando que sus trabajadores se fueran a sus hogares y caminando hacia Casita. Su cuerpo estaba adolorido, no porque su fuerza hubiera mermado, sino porque seguía siendo humana y a diferencia de sus primos y hermana, su don era directamente con su cuerpo.
Camilo era el más cercano a saber cómo se sentía, cuando tenía que transformarse en un hombre fuerte para ayudar en ciertas labores terminaba el día igual de agotado que ella, pero cómo él era quien menos trabajaba, realmente no podía compararse.
Casita la saludó alegremente cuando la vio llegar, Luisa respondiendo el saludo de una forma más cansada, pero igualmente feliz por estar en casa. Al pasar las puertas y llegar a la sala central, lo primero que vio Luisa fue su cinta roja, pero había algo discordante en esa imagen.
Su cinta estaba atada a un mechón de cabello trenzado, colgando en un lazo relajado, resaltando entre la cortina castaña que se mantenía suelta en ligeras ondas apenas marcadas. Cuando Emilia se dio la vuelta lentamente, habiendo sentido a Luisa entrar a la casa, la mayor sintió como si su cuerpo se hubiese vuelto piedra.
Emilia vestía una blusa de un rosado claro que se ajustaba a su figura, un vuelo cayendo desde el cuello de la blusa, cubriendo sus hombros y llegando a mediados del brazo, con adornos violáceos y una franja amarilla por los bordes. Su antigua falda marrón había sido sustituida por una falda verde aguamarina, cuyo borde final tenía formas onduladas resaltadas con una franja amarrilla.
En el fajín de este resaltaba una banda ancha a modo se cinturón, que era ajustada con un lazo rojo, similar a esos pequeños lacitos rojos que recorrían el borde de la falda. Sus zapatos eran la combinación perfecta de ambas prendas, el color verdoso preponderando sobre las franjas rosadas y rojas que iban en todas direcciones.
—¿Luisa? —la voz de Emilia vestida con un ligero toque de diversión hizo a Luisa parpadear en reconocimiento, dejando de mirarla de forma embobecida y reaccionando a lo descortés que había sido.
—Lo siento, yo solo… lo lamento —tartamudeó una disculpa, desviando la mirada mientras su rostro se enrojecía. Sus ojos volvieron hacia Emilia cuando la escuchó reír quedamente, acercándose a ella mientras sus manos abrían la falda y daba una vuelta sobre sí misma.
—Asumiré que me veo bien, dada tu reacción —comentó la joven, sonriendo cuando el sonrojo de Luisa aumentó y en lugar de hablar simplemente asintió con la cabeza, incapaz de confiar en su propia voz en esos momentos —Mirabel me pidió que fuera a su taller hoy en la mañana, así que me hizo pasar todo el día allí junto con Dolores arreglándome ropa, diciendo algo sobre mis horribles faldas color desperdicio… por aludir educadamente a lo que en realidad ella dijo —explicó Emilia, deleitándose en la risa relajada de Luisa cuando entendió lo que ella quería decir sabiendo que su hermana no tenía un filtro de pensamiento y palabra, por lo que era muy probable que hubiese dicho que las faldas color mierda de Emilia eran terribles de soportar, justo así. Considerando que Dolores también había estado con ella, Luisa podía imaginar perfectamente el desarrollo de esa conversación.
—Pues mi hermanita tiene talento, la ropa es bonita y tú te ves maravillosa —comentó Luisa sin pensarlo, sonrojándose violentamente al notar lo que había dicho, pero se relajó al ver la sonrisa tranquila que adornaba los labios de Emilia, quien tenía las mejillas de un color rojizo más sutil que el de Luisa.
—Gracias —respondió la joven, pasando su cabello por detrás de su oreja en un gesto avergonzado —Agradezco también tu nota de buenos días en hoy en la mañana, me hizo feliz leerla.
—La comida está lista —llamó Julieta desde la cocina, haciendo que la casa se llenara de conversaciones sin sentido mientras todos iban saliendo de sus habitaciones.
Luisa, quien intentaba mantener la compostura después de las palabras de Emilia, conteniendo una sonrisa y esperando que su sonrojo bajara, pasó primero a lavarse las manos y parte del cuerpo, se tendría que bañar después, pero prefería primeramente disfrutar el tiempo en familia.
—Espero que el día de todos haya sido productivo hoy —dijo Alma mientras los Madrigal se servían la comida.
Las cosas habían cambiado en muchos aspectos, pero la abuela seguía poniendo como prioridad el beneficiar al pueblo de Encanto con sus habilidades. Todos asintieron y comentaron sobre algunas de sus labores del día, hasta que Luisa sintió su piel erizarse al notar la mirada de la abuela fija en Emilia, que estaba sentada a su lado.
—Emilia, querida, ¿y tú qué hiciste hoy? Además de un obvio cambio de armario —preguntó Alma con cierto tono de desconfianza.
—Eso fue obra mía y de Dolores —intervino Mirabel con una sonrisa orgullosa, recibiendo elogios por parte de su madre y sus hermanas, igual que Dolores.
—Pensé que estarías confeccionando el vestido de novia de Dolores —inquirió Alma, esa pasividad que marcaba su voz todavía hacía a la familia ponerse nerviosa.
—Así era, abuela, pero decidimos que Emilia necesitaba algo de ropa primero y convencí a Mirabel de que dedicáramos tiempo a eso, considerando que era solo cuestión de ajustar algunas prendas, no hacer ropa desde el principio —intervino Dolores, sabiendo que su palabra era la máxima autoridad sobre cómo se organizarían las cosas en su boda y en qué tiempo.
—¿Entonces pasaron todo el día en eso? —preguntó la abuela, mirando nuevamente a Emilia y ella pudo ver un punto de acusación en sus palabras.
—No, terminamos sobre el mediodía, Mirabel se quedó tomando todas las medidas de Dolores y anotando sus ideas y yo me fui a la iglesia a marcar los diseños que Dolores pidió. Cuando tuve un boceto relativamente acertado la busqué para su aprobación, considerando que todo pareció gustarle, empezaré a pintar a partir de mañana, después de pasar a comprar los materiales necesarios —respondió Emilia, la seguridad en su voz dejó atónitos a todos unos instantes.
Claro, ellos no lo comprendían, Emilia había vivido en un hogar donde comer era un privilegio que tenías que ganarte y que siempre le era quitado, desacreditando sus labores como si no las hiciera. Así que Emilia había aprendido a enfrentar a Carlos desde muy pronto, como también había vivido las consecuencias.
—Hablando del tema, Dolores, mañana necesito que vayas conmigo en la mañana para la compra de los materiales. Puedo saber de pinturas, pero es tu boda, la elección de la paleta de colores y combinaciones ha de ser tuya —continuó Emilia, esta vez hablando don la futura novia directamente.
—Claro, iremos después del desayuno. Mariano se nos unirá, por cierto, me gustaría su opinión para que todo quede como una mezcla de los dos —acordó Dolores, recibiendo una sonrisa y un asentimiento por parte de Emilia, que continuó comiendo como si nada, la tensión evaporándose de la mesa.
Luisa solo pudo mirarla de reojo, sintiendo una gran admiración por ella. Solo Mirabel se había enfrentado de aquella forma a Abuela Alma, cualquier persona con esa voluntad era digna de respeto en muchos sentidos.
La comida avanzó entre nuevas bromas de Camilo hacia Toñito, con Mirabel secundando al niño y la tía Pepa regañando a su hijo mediano. Emilia disfrutaba de la dinámica familiar alegre, donde el tío Bruno intervenía ocasionalmente con algunas frases o comentarios sin sentido que hacían a todos reír, incluso a Emilia, quien llegó al punto de derramar lágrimas de risa cuando Bruno dijo que si se ponía un sombrero de pana inventaría otra personalidad que acompañara a Hernando y Jorge, algo que Emilia no encontró extraño, sino extremadamente divertido y adorable, por alguna razón.
—Emilia —habló Camilo, dirigiéndose directamente a la chica por primera vez desde que ella había llegado.
Todos se habían desplazado a la cocina para continuar la conversación mientras Emilia ayudaba a Isabela a fregar los trastes, puesto que le correspondía esa labor a la mayor de las hijas de Julieta ese día, pero la joven no quiso dejarla sola, considerando que se quedaba en la casa Madrigal de gratis.
—Cuéntanos algo sobre tu familia. No nos has dicho nada de ti, a fin de cuentas —pidió Camilo.
El plato resbaló de sus manos, rompiéndose en pedazos en el suelo mientras la expresión divertida de Emilia se transformaba en terror absoluto por un momento. Todos quedaron callados, Félix tomando a su hijo del brazo y arrastrándolo fuera de la cocina, con Pepa creando una nube negra y yendo detrás de ellos.
Isabel, Dolores y Mirabel miraban con malos ojos en dirección a Camilo, Julieta se había parado rápidamente para ayudar a recoger los pedazos del plato del suelo junto con Agustín. La abuela Alma simplemente miraba la expresión distraída de la chica, como si se hubiera enajenado totalmente, pero entonces su cuerpo fue bloqueado de la visión de Alma por el cuerpo musculoso de Luisa, que tomaba sus manos con suavidad para alejarla del desastre en el suelo.
—Tranquila, mi primo es un idiota a veces, no es que sea malo, pero no tienes que explicar nada —dijo Luisa suavemente, sus pulgares haciendo círculos en los dedos de Emilia, quien cerró los ojos ante el dulce tacto y se esforzó por mantener su respiración tranquila.
No supo cuando las dejaron solas en la cocina, pero realmente no le importó, Emilia se concentró en respirar a la par de Luisa, controlando el pánico. La pregunta de Camilo había despertado una verdad, ella no había dicho nada de sí misma, pese a la forma en que había sido recibida sin cuestionamientos por la familia Madrigal.
Pedirle a totales extraños que mantuvieran semejante generosidad sin explicar siquiera quién era, rozaba el límite de lo absurdo. No les podía decir todo, ni siquiera se sentía preparada para relatar gran parte de su vida, pero podía empezar a contar por lo simple, por lo que no le costaba tanto ya que lo había asimilado durante seis largos años.
—Vamos a la sala, quiero responder a la pregunta de Camilo —pidió Emilia con la voz suave, sabiendo que Dolores la escucharía y reuniría a los demás.
—No tienes que hacerlo —repuso Luisa, haciéndole saber que no estaba forzada a nada, pero Emilia apretó el agarre de sus manos y asintió con la cabeza, dándole una sonrisa nerviosa.
Luisa no dijo más, ambas se soltaron de las manos y caminaron hacia la sala, donde los demás estaban sentados en balances o sillones, esperándolas. Mirabel la miraba con aprensión, sintiendo que la habían forzado a algo que no quería, Isabela estaba visiblemente molesta con su primo por toda la situación, aun cuando apenas había interactuado con Emilia, podía notar que era una buena chica y debido a la terrorífica imagen que habían visto cuando Luisa llegó con ella, Isabela consideraba un abuso que se viera forzada a contarles nada.
Dolores tenía una disculpa implícita en su rostro, mientras Camilo simplemente miraba al suelo con firmeza, aparentemente el regaño había sido mayor de lo pensado. Luisa le indicó a Emilia que se sentara en uno de los sillones, acomodándose en el espacio restante en el sofá más cercano y todos miraron atentos a la joven.
—Camilo tiene razón, no les he dicho nada de mí y eso parece abusivo, considerando lo generosos que habéis sido conmigo —inició Emilia, Mirabel fue a protestar, pero la joven negó con la cabeza mirándola, por lo que ella no dijo nada —Supongo que puedo empezar por lo simple, mi familia estuvo integrada por mi mamá y mi papá durante mi infancia, éramos una familia sencilla, él era zapatero y mi mamá lo ayudaba, yo también aprendí mucho del oficio, y en mis ratos libres me dediqué a pintar —comentó, mirando a Dolores con una sonrisa que fue suavemente devuelta por la muchacha —Cuando cumplí trece años mi padre murió, por lo que mi mundo se puso patas para arriba rápidamente, mi mamá se derrumbó y yo cargué con el negocio familiar, pero ya no iba tan bien como antes.
—No tienes que seguir querida, en serio —intervino Julieta cuando Emilia pausó por unos instantes, sus ojos fijos en sus manos y su pecho subiendo y bajando de forma contenida, en un obvio esfuerzo por controlar su respiración.
—Está bien, no pasa nada —aseguró la muchacha, aunque era obvio que su voz ya no estaba tan firme como antes —Las cosas mejoraron un poco a medida que mamá fue saliendo de su depresión, aunque era yo la única que trabajaba y lamentablemente, mi técnica con cualquier zapato que no fuera de medida infantil no era la mejor, así que el dinero escaseó pronto. Mi mamá conoció a un señor que la empezó a cortejar, lo cual pareció devolverle la vida y me hizo muy feliz, hasta que se casaron y ella se embarazó, entonces él fue muy directo en asegurar que yo sobraba en la casa como hija de mi madre con un matrimonio anterior.
—¿Cómo pudo siquiera decir eso? Espero que tu madre le haya golpeado con una olla en la cabeza —interrumpió Pepa, una nube negra de enojo formándose sobre ella.
—Tranquila, mi vida, respira hondo —dijo Félix, espantando la nube y acariciando suavemente a su esposa para calmarla. Emilia sonrió tristemente y Pepa supo que eso no había pasado, la nube se desvaneció, formándose una de un color más azulado, mostrando la tristeza que la mirada de Emilia transmitía.
—Quizás si mi madre hubiese sido alguien como usted, es posible que ese hubiera sido el desenlace —comentó Emilia, mirando sus dedos entrelazados y respirando profundamente —Sin embargo, no fue así. Mi madre no estaba dispuesta a enfrentar a su nuevo marido, menos aun con un bebé en camino, así que su solución fue aceptar la propuesta que él le hizo.
—¿Propuesta? —inquirió Isabela, mirando con cierto recelo ante esa palabra, no le gustaba el rumbo que aquello iba tomando.
—Un amigo de negocios de mi padrastro, veinte años mayor que yo, estaba muy interesado en casarse conmigo, puso encima de la mesa una suma sustanciosa de dinero que hizo que mi padrastro no dudara en convencer a mi madre de que eso era lo mejor. Estarían deshaciéndose de mí y a la vez yo podría contribuirles en algo a ellos y al futuro bebé, como pago por el año y medio que había vivido bajo su techo siendo mantenida por él —explicó Emilia.
Un jadeo general corrió por la sala, incluso Camilo se sintió retraído ante la historia. Cuando él preguntó, jamás pensó que sería algo tan turbio lo que Emilia confesaría, simplemente quería molestar a la chica, no pensó que su vida hubiera sido tan mala.
—¿Te obligaron a casarte? —preguntó Julieta, sintiendo un enojo y dolor terrible por aquella chica que no pertenecía a su familia, pero que tanta falta le hacía una. Emilia inspiró aire de forma casi ahogada y pasó su lengua por sus labios.
—Según mi madre, quince años era una edad más que aceptable, ya me consideraba una mujer y no podía consentir que siguiera viviendo con ella, interviniendo en su matrimonio —fue la respuesta de Emilia, quien miró al suelo avergonzada ante lo que contaba. Su vida simplemente no era algo que motivara orgullo.
Todos permanecieron en silencio durante unos minutos que se extendieron en el tiempo de forma casi agónica. Contra todo pronóstico, Isabela fue quien se puso de pie, rompiendo la calma pesada que había caído sobre ellos, y se acercó a paso firme hacia Emilia. Extendió su mano delante de esta, mirándola a los ojos de forma inexpresiva, Emilia tomó su mano de forma dubitativa, poniéndose de pie apenas sintió el suave gesto que le indicaba que se levantara. Allí, mirándose una a la otra, Isabela simplemente extendió sus brazos alrededor de Emilia, abrazándola firmemente.
—Has sido muy fuerte, no hay nada de qué avergonzarse —afirmó en un susurro que llegó a oídos de todos, rompiendo el silencio de la habitación.
Nadie dijo nada mientras Emilia miraba hacia el vacío con expresión atónita, hasta que sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas, pero esta vez, el alivio destellaba en ellos. Sus brazos devolvieron el abrazo hacia Isabela, tomando una respiración profunda mientras pestañeaba para deshacerse de las lágrimas y por primera vez desde que había llegado, todas las reticencias por su presencia finalmente cayeron abajo.
Sus ojos se encontraron con los de Luisa en medio de aquella habitación, mientras su cuerpo seguía sosteniendo a Isabela, que no dejaba de abrazarla, devolviéndole todos esos abrazos que no había tenido durante tantos años, empatizando con su dolor, recordando la desesperación desgarradora que ella misma había sentido cuando se vio obligada a comprometerse con Mariano, alguien que al menos era guapo y contemporáneo a su edad. Ella no podía siquiera imaginar lo que debía ser casarse con alguien veinte años mayor, que no amabas en lo absoluto y que te había comprado como a un puerco.
Luisa también la miró a ella, sus ojos expresando cuánto dolor sentía ante la historia de Emilia, cuánto deseaba haber podido detener todo aquello, haberla conocido antes, haberle evitado tanto sufrimiento. Esa noche, toda la familia Madrigal concordaba en algo, Emilia había llegado para quedarse, ni siquiera Abuela podría evitarlo, ya no, y fuera cual fuera el resto de su historia, no alteraría en nada la decisión de aceptar a aquella joven en el Encanto, porque ese pueblo existía para proteger a quienes lo necesitaban y Emilia lo necesitaba desesperadamente.
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Tadaaaan... aquí está la continuación esperada♥️.
¿Qué piensan? ¿Les gusta? Vuestros comentarios son mi pago, déjenme saber.
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