Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 4- Miedo.

Estaba corriendo, sus piernas dolían y su cuerpo estaba lastimado, pero ella no dejaba de correr, tenía que huir a toda costa o él la atraparía. La oscuridad del bosque se cernía sobre ella, los pasos acelerados que la perseguían no se alejaban sin importar cuánto estaba ella esforzándose por alejarse. Su falda se enganchó en una de las ramas bajas de un árbol, tirándola contra el suelo y haciendo que se raspara las rodillas y las palmas. Se giró, tirando de la tela hasta que se rompió, pero ya era muy tarde.

—Hola, mi amor —habló esa voz que enviaba escalofríos a su cuerpo, caminando hacia ella, tapado por la penumbra del bosque —. ¿Me extrañaste?

La pregunta sonaba lenta, como cuando él bebía, Emilia sentía su corazón casi salirse del pecho mientras se arrastraba por la tierra del bosque, queriendo escapar, pero era como si toda la tierra se hubiese humedecido hasta volverse fango y evitara sus esfuerzos por levantarse y salir corriendo.

Sus jadeos y sollozos resonaban en el silencio, acompañado de las ramas que se rompían bajo los pies de Carlos mientras se acercaba a ella, hasta que se detuvo justo frente a ella, mirándola desde lo alto. La luz de la luna se coló por entre las hojas y Emilia gritó.

Se cayó de la cama, su cuerpo retorciéndose entre las sábanas sobre el suelo, un sudor profuso cubriendo su piel, haciendo que el camisón se pegara a su cuerpo, las lágrimas bañando su rostro. Logró patear las sábanas lejos, arrodillándose en el suelo mientras sus manos se aferraban a sus brazos, los sollozos vagamente controlados escapando de su garganta, su respiración acelerándose hasta un punto donde el aire no entraba a sus pulmones. No podía, no lograba respirar.

Escuchaba lejano el ruido de algo o alguien moviéndose alrededor de ella, una puerta abriéndose quizás, pasos rodeándola, no lo tenía claro, todo lo que intentaba hacer era respirar, pero no lo lograba. Unas fuertes manos se aferraron a sus brazos, haciendo que se incorporara de su posición doblaba sobre sus muslos, con la frente pegada al suelo. Una de esas manos le tapó la boca, la otra se aferró a su cuello por detrás, sosteniéndola en el lugar. Si quería respirar tenía que hacerlo por la nariz, pero la sentía taponeada por sus lágrimas que no dejaban que viera nada.

—Tranquila, estoy aquí, respira lento —la voz suave empezó a colarse por la bruma de su mente, sus lágrimas caían y su visión iba despejándose, hasta que los ojos se enfocaron en aquellos ojos cafés oscuros que la miraban con dulzura y preocupación, los rizos sueltos que enmarcaran el firme rostro y al expresión triste que mostraba —Respira conmigo, lentamente —continuó Luisa, inspirando profundo para guiar a Emilia, hasta que pudo percibir como la muchacha lograba normalizar su respiración —Está bien, fue solo una pesadilla, yo estoy aquí —siguió diciendo, dejando claro que ella no permitiría que nada volviera a lastimarla.

Todos estaban reunidos en el pequeño cuarto de Mirabel, ella había sentido a Emilia caerse de la cama y había visto la forma errática de pánico que se apoderaba de la muchacha, intentó acercarse, pero Emilia parecía haberse vuelto de piedra, no cedió sin importar cuántas veces Mirabel intentó moverla o llamar su atención, por lo que Mirabel fue corriendo a avisar a su mamá, causando tal revuelvo en el proceso que despertó al resto de la casa, siendo Luisa la primera en correr hacia donde estaba Emilia, usando el equilibrio perfecto entre su fuerza y su delicadeza para que la muchacha cediera ante sus manos.

—Está bien, estoy aquí y no te voy a dejar sola —aseguró Luisa, removiendo su mano de la boca de Emilia e ignorando el hilo de saliva que conectó su palma a esos rosados labios con visibles marcas de mordidas.

Emilia se dejó envolver por sus fuertes brazos una vez más, mojando el camisón de Luisa con sus lágrimas y sudor, pero a la mayor no le molestaba, se limitó a arrullarla con una nana que su mamá solía cantarle de pequeña.

—Traeré un poco de leche con café —informó Julieta, saliendo de la habitación directo hacia la cocina.

—Toñito, vamos, debes de dormir —dijo Pepa, tomando de la mano de Toñito.

—¿Mili estará bien, mamá? —preguntó el niño con preocupación, a sus ocho años era más maduro de lo que habían sido cualquiera de los otros nietos, exceptuando a Isabela.

—Sí, mi pequeño, tu prima Luisa se encargará —aseguró Pepa, siendo acompañada por Félix hacia el cuarto de Antonio.

—Camilo, vamos —indicó Dolores, tirando del brazo de su hermano mientras Isabela alcanzaba a empujarlo lejos con una de sus enredaderas, creando un cactus que pinchó el trasero de Camilo cuando este se reusó.

—Bruno, ¿estás seguro que la chica estará bien? —preguntó Alma, preocupada por lo que había pasado, la joven tenía que cargar con un dolor muy grande si llegaba a esos puntos.

—Sí, mamá, pero necesita tiempo y mucho amor —aseguró su hijo, mirando con tristeza al rincón en la habitación donde Emilia lloraba desconsolada sobre el pecho de Luisa, siendo abrazada por la mayor.

—Mira, mejor ve a dormir esta noche al cuarto de Luisa, creo que ella estará más cómoda cuidando de Emilia —propuso Agustín, recibiendo una mirada agradecida de Luisa, quien luego miró suplicante a Mirabel.

—Claro, no es problema —aseguró la joven sonriendo suavemente, pese a la preocupación que llenaba sus facciones.

—Aquí tienen, dásela cuando esté más tranquila —dijo Julieta, dejando sobre la mesita de Mirabel un vaso de leche caliente con café y saliendo junto con Agustín y Mirabel.

—Luisa —llamó Bruno con cierta duda, viendo como su sobrina le prestaba atención con una mirada —Mañana necesito hablar contigo, ve a mi habitación en la mañana, después de que todos se vayan a trabajar –fue todo lo que dijo.

Bruno cerró la puerta y partió hacia su torre, entrando en su habitación que había sido transformada después de la reconstrucción de Casita y observando con aprensión las tres lápidas de cristal delante suyo, sabiendo que uno de esos futuros se haría realidad, fuera cual fuera.

Luisa continuó allí, sentada en el suelo, abrazando a Emilia mientras esta lloraba aferrándose a su camisón, intentando por todos los medios transmitirle tranquilidad a la muchacha. Los sollozos fueron bajando de intensidad, hasta que no eran más que quejidos suaves que Luisa acallaba con su voz tierna en un arrullo delicado.

Cuando sintió a Emilia más relajada, Luisa pasó sus manos por la espalda y las piernas de la joven, levantándola en volandas y depositándola con cuidado en la cama, apartándose para tomar el vaso con leche y café, que todavía estaba caliente aunque el humo había desaparecido hace mucho.

—Bebe un poco, te hará bien —exhortó Luisa, poniéndolo frente a Emilia, quien tomó el vaso entre sus manos temblorosas y bebió en sorbos pequeños, su cabeza descansando en el pecho de Luisa, relajándose con los latidos constantes de su corazón resonando en sus oídos.

—Lo siento —dijo una vez que el contenido del vaso se había acabado —No quería molestar a nadie.

—No molestas, tranquila, no hay nada por lo que disculparse —aseguró Luisa, su mano deslizándose por el revuelto cabello que se mantenía sujeto precariamente por su propia cinta, un sentimiento cálido llenándola al ver que Emilia seguía usándola —Necesitas descansar, me quedaré contigo esta noche si quieres —propuso Luisa, no queriendo invadir la intimidad de Emilia más allá de lo que ella admitía.

—Por favor —dijo la joven suavemente, dejando que Luisa alcanzara las sábanas y la arropara, esperando a que ella estuviera cómoda para luego meterse en la cama a su lado, sintiendo sus latidos acelerarse en el momento en que Emilia se acurrucó en su pecho, entre sus brazos nuevamente, su respiración caliente tocando el cuello de Luisa.

—Está bien, duerme tranquila, yo estaré aquí —aseguró Luisa una vez más, sintiendo los ligeros temblores que todavía sacudían el cuerpo de Emilia.

—¿Me sigues cantando, por favor? —pidió Emilia con vergüenza, incapaz de ver la sonrisa dulce de Luisa mientras asentía.

—Claro, hasta que te quedes dormida —aseguró, iniciando nuevamente con la nana de su mamá y sintiendo como lentamente Emilia iba relajándose, hasta que su respiración se volvió superficial y el sueño la venció totalmente, solo entonces Luisa se permitió a sí misma relajarse. 

La mañana llegó como todos los días, solo que esta vez Luisa no estaba en su habitación, por lo que se sintió extraña cuando Mirabel entró y la despertó con suavidad, intentando no perturbar a Emilia, que se aferraba a Luisa como un koala a un tronco.

Luisa contuvo su sonrojo tanto como pudo, saliendo suavemente de la cama y mirando extrañada a Mirabel cuando esta le extendió un papel y un lápiz, su hermanita le hizo una seña hacia Emilia, haciendo que Luisa entendiera que le estaba indicando que dejara una nota, por lo que Luisa la tomó y se apoyó en la mesa, dándole la espalda a su hermana y escribiendo rápidamente, dejando la nota sobre la bolsa de ropa de Emilia y despidiéndose de Mirabel.

Después de darse una ducha en su propia habitación y vestirse con una falda azul oscura y una blusa blanca con bordados suaves de lilas, regalo de Mirabel, Luisa bajó a desayunar con el resto de la familia, quienes no tardaron en preguntar por Emilia. Luisa disimuló su nervosismo mientras respondía que había logrado que durmiera después de se tomara el vaso de leche con café de su madre.

—Espero que la cama de Mirabel no fuera muy incómoda para ti, Luisa —comentó Agustín, sintiéndose apenado de haber hecho que Mirabel durmiera en la habitación de Luisa.

—¿Qué? —preguntó Luisa sin comprender.

—Pues sé que dije que era mejor para Emilia que tú durmieras en la habitación con ella, pero solo después en la noche fue que noté que la cama de Mirabel es muy pequeña para ti, por lo que debió de haber sido incómodo —explicó Agustín, la realidad llegando a Luisa con fuerza.

Cuando su padre había sugerido que Mirabel durmiera en el cuarto de Luisa y Luisa con Emilia, se refería a que Luisa ocupara la cama de Mirabel al lado de Emilia, no que durmiera en la misma cama abrazada a Emilia. Los ojos de Luisa se desviaron rápidamente hacia su hermanita, quien la miró con confianza y negó con la cabeza, dándole a entender que no diría nada, por lo que Luisa contuvo el suspiro que quiso escapársele y miró a su padre.

—No, papá, estuvo bien, no fue incómodo —aseguró Luisa con seguridad, viendo como Agustín se relajaba.

El desayuno continuó sin más momentos tensos, todos hablando tranquilamente de la boda de Dolores, cuyos preparativos empezarían de inmediato, hasta que fue hora de ir a sus respectivas labores, solo entonces Luisa se permitió acercarse a Mirabel

—Gracias por cubrirme.

—Está bien, entiendo que en esas circunstancias era mejor dormir con ella que en mi cama, la harías sentir más segura. Eres una buena amiga, Luisa, estoy segura de que ves a Emilia como una hermana menor y deseas protegerla, como hacías conmigo cuando yo era niña. No hay nada malo en eso —dijo Mirabel, dándole una palmadita tranquilizadora a Luisa en el hombro antes de partir rumbo a su taller de costura.

—¿Así que dormiste junto a ella? —acusó insinuante Dolores, haciendo que Luisa respingara.

—No es lo que crees —rebatió Luisa rápidamente, mirando en todas direcciones por si alguien más de la familia estaba cerca.

—Es exacto lo que creo —repuso Dolores, llegando donde Luisa y tocando con suavidad su brazo —Y eso está bien Luisa, no importa lo que otros digan. Solo ten cuidado, como te pudiste dar cuenta, para muchos tú solo ves a Emilia como una hermana menor a la que proteger.

—Yo… —Luisa no supo que contestar, callando ante la sonrisa de Dolores, que simplemente le dio un apretón conciliador y se marchó lentamente, rumbo al taller de Mirabel para supervisar su futuro vestido.

Luisa dejó escapar un suspiro, lamentando toda su suerte y a la vez agradeciéndola, pues fue bueno que solo Mirabel la hubiera visto, con Dolores el tema era otro, porque ella sabía la verdad, pero al menos el resto de su familia estaba alejada del tema.

Ajustando mejor su cinta morada oscuro, una de esas muchas que nunca usaba, pero que ahora tenía que usar porque Emilia tenía la suya, Luisa alzó la mirada hacia la puerta de la torre del tío Bruno, donde brillaba su figura en esta de forma impresionante. Recordando las palabras de su tío la noche anterior, Luisa subió las escaleras, llegando frente a la puerta y tocando, siendo recibida por Bruno, quien le dijo que pasara mientras se aseguraba que más nadie la veía entrar.

—¿Por qué me has pedido que venga, tío Bruno? —preguntó Luisa ante el secretismo que su tío mostraba, llevándola por entre los pasadizos de arena, que afortunadamente ahora estaban seguidos de la puerta y no tenían que subir cientos de escaleras.

—Por esto —confesó Bruno, apartándose cuando llegaron a la cueva de las visiones, mostrándole a Luisa las tres lápidas de verde cristal que destellaban en la oscuridad.

Luisa se acercó a ellas con cierto temor, sabiendo que su tío jamás estaría tan serio si sus visiones fueran buenas. Sus ojos vagaron por las tres lápidas, sintiendo un nudo en su garganta crecer a medida que las observaba, en una de ellas se mostraba la visión que Bruno le había llevado a su abuela, donde Emilia estaba frente a la casa y Luisa venía bajando de la loma. Lo que Bruno no permitió que su madre viera era que al mover la lápida la imagen cambiaba a una donde Luisa sostenía a Emilia entre sus brazos, dándole un beso mientras las manos de la joven se enredaban en rizados cabellos.

La siguiente lápida mostraba a Luisa llorando frente a su familia, todos mirándola con frialdad extrema, excepto Dolores, Bruno y Mirabel. Al girarla un poco, la imagen cambiaba para mostrar a Emilia abandonando Encanto, su rostro bañado en lágrimas mientras subía por la montaña y se alejaba.

Las lágrimas corrieron por el rostro de Luisa, sintiendo su labio inferior temblar cuando observó la tercera lápida, donde se veía a ella sujetando a Emilia, quien estaba visiblemente iracunda y parecía discutir con alguien que no se mostraba en la imagen, y luego, cuando inclinabas el cristal, Luisa estaba arrodillada en el suelo, el cuerpo sin vida de Emilia entre sus brazos.

—No, tiene que haber alguna forma de… Esto no puede… No —Luisa apenas lograba hilvanar sus palabras, su mente desatándose en un sinfín de pensamientos mientras su cuerpo retrocedía hasta tocar la piedra de la pared y ella descendía por esta hasta el suelo.

—Tranquila, Luisa, necesito que respires —pidió Bruno, acercándose a ella y apoyando sus manos en los fuertes hombros de Luisa —Si te las he mostrado es precisamente porque creo que podemos hacer algo para que lo que termine pasando sea la primera imagen y no las otras dos.

—¿Es eso posible? —preguntó Luisa, la esperanza surgiendo dentro de ella.

—Mirabel eligió el camino que la llevó a su futuro, a esto que hoy tenemos, estoy seguro que nosotros podemos hacerlo también —aseguró Bruno, buscando darle confianza a Luisa.

—Pero, tío Bruno, es diferente. Mirabel salvó el milagro y a Casita, y yo… yo estaría… —Luisa ni siquiera era capaz de pronunciar las palabras, la sola idea de decir en voz alta que estaría desarrollando una relación con una mujer, cuando era perfectamente consciente de cómo mirarían eso en Encanto, la hacía temblar de terror.

—Luisa, no hay nada malo en amar, sin importar a quién ames. Mira a Dolores, no te despreció por eso, te apoyó incluso sin que lo supieras. Tienes razón, no todos estarán de acuerdo, pero ya viste las alternativas. ¿Estás dispuesta a dejar que eso pase? —las palabras de su tío calaron dentro de Luisa, deteniendo el llanto y forzando su mente a la calma, notando que su realidad no tenía muchas opciones y si tenía que escoger alguna, bien podía ser esa en la que sería feliz.

—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó Luisa, pensando que en esos momentos el reloj era su mayor enemigo.

—Las visiones se muestran poco antes de la boda de Dolores, tenemos tres meses hasta entonces —respondió Bruno, notando como la determinación crecía en Luisa.

—Bien, tenemos que trabajar en esto. ¿Me ayudarás? —preguntó Luisa, esperanzada.

—Claro, eres mi sobrina —aseguró Bruno con una sonrisa, sintiendo su cuerpo tronar de dolor y luego relajarse cuando Luisa lo abrazó fuertemente en agradecimiento.

Luisa salió después de decirle varias a veces a su tío cuan agradecida estaba, encontrando que la habitación de Mirabel estaba abierta y que Emilia no estaba dentro. Bajó a la cocina y vio que el plato que se le había dejado con los panes con queso y su tacita de café ya no estaban, por lo que supuso que había salido a hacer alguna labor.

Sin meditarlo, sabiendo que perder el tiempo no era una opción, Luisa partió hacia el terreno que estaba desprovisto de construcción alguna, dispuesta a iniciar la edificación de una casa, donde si tenía suerte, viviría en un futuro con una mujer maravillosa a la que estaba ansiosa por conocer totalmente.

**************
Buenaaaas, Buenaaaaas, ¿Cómo amanecimos hoy? 🤣🤣🤣

En fin, aquí está la actualización, espero que les haya gustado, me dejan saber sus opiniones al respecto ♥️♥️♥️.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro