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Capítulo 3- Calma.

Cuando la mañana llegó para Emilia, se encontró sola en la habitación. Dejó que un suspiro saliera de sus labios mientras se incorporaba, su mente empezando a meditar todo lo que haría de ahora en adelante, considerando su huida y la ayuda recibida la noche anterior, necesitaba pronto tomar decisiones.

Se paró de la cama y caminó hacia la ventana, observando como el sol estaba a mitad de su camino hacia su cenit, lo que significaba que debían de ser sobre las diez de la mañana. Reprochándose el exceso de sueño en una casa que no era suya, Emilia se metió rápidamente al baño, dándose una ducha rápida que le ayudara con el calor que sentía y lavándose la cabeza con el champú que encima tenía un papelito escrito a mano.

Úsalo si quieres, no tengas pena de tomar algo.
Mirabel.

Cuando salió, usó uno de los peines para desenredar su cabello, que tenía nudos de diferentes tipos por todas partes, mientras su cuerpo se secaba con el viento cálido que entraba por la ventana. Estuvo lista casi veinte minutos después, observando que su ropa de la noche anterior no estaba por ninguna parte, Emilia sacó de su bolso de lona una falda marrón oscura y una blusa amarillenta, dejando su cabello suelto para que se secara y amarrándose las botas.

Los tablones se movieron en apreciación, dándole un saludo alegre que ella devolvió, pese a sentirse ligeramente torpe por ello, considerando que era una casa a quien le hablaba. Salió de la habitación, dejando que los movimientos de las tablas y baldosas le indicaran por dónde ir hasta que llegó a la cocina.

—Buenos días, mija. ¿Qué tal dormiste? —la saludó alegremente Julieta, poniendo un plato con arepas rellenas de queso y un vaso de jugo en la mesa, indicándole que se sentara.

—Buenos días, dormí bien, muchas gracias —dijo Emilia, sintiéndose increíblemente fuera de lugar bajo esas atenciones.

—Me alegro, Mirabel me dijo que cuando se despertó todavía parecías inconsciente, se preocupó, pero asumió que simplemente estabas muy cansada. Ella lavóy tendió tu ropa, Casita avisará cuando esté seca —explicó Julieta, poniendo delante de Emilia una tacita de café caliente.

—Gracias, realmente no debían de preocuparse tanto —agradeció sinceramente Emilia —. ¿Hay algo en lo que pueda ayudar?

—No, debes relajarte y descansar, mi comida es mágica, pero no significa que no merezcamos un descanso —aseguró Julieta, llenando unas canastas con arepas para llevar al pueblo.

—Pero no me gustaría estar sin hacer nada, por favor —repuso Emilia, terminando de comerse las arepas y sosteniendo el vaso de jugo mientras miraba a Julieta con unos ojos suplicantes.

—Está bien —cedió Julieta en un suspiro, sabiendo que con los jóvenes discutir era en vano —No es la gran cosa, pero tengo que llevar estas canastas al pueblo y no me da tiempo a llevarle el almuerzo a Luisa. ¿Podrías llevárselo? Cargarías con el tuyo también y ya si ella tiene algo en lo que la puedas ayudar, ustedes se pondrían de acuerdo, de paso te aseguras que sí almuerce. Esa niña, aunque se tome el descanso, descuida mucho su alimentación.

—Estaré feliz de hacerlo —aseguró Emilia con una sonrisa, sintiendo que tal vez podría devolver el favor de la ayuda recibida tan generosamente.

—Bien —sonrió Julieta, colocando las arepas que quedaban mientras Emilia terminaba su jugo y tomaba luego el café, sintiendo el sabor amargo por el previo consumo de azúcar, tal cual le gustaba a ella, para asombro de muchos.

Después de que las dos estuvieron listas, Julieta y Emilia partieron hacia el centro del pueblo, con Emilia ayudando a Julieta a llevar algunas canastas de arepas y dejándolas en su enfermería, saludando cortésmente a Agustín, quien le sonrió y preguntó educado cómo se encontraba.

Luego de una charla amena con el matrimonio, Agustín le indicó a Emilia qué camino debía seguir para llegar al puente que permitía el paso al terreno donde se encontraba Luisa, por lo que Emilia les agradeció y partió tranquilamente. El camino era fácil de seguir y Emilia disfrutó del paisaje, entreteniéndose con los niños que corrían por todas partes, las sonrisas entre las personas, la forma en que todos la saludaban como si la conocieran. El peso de su vida pasada desvaneciéndose entre tanta alegría.

Cuando el puente se mostró ante ella, Emilia miró las montañas que rodeaban Encanto, disfrutando de la forma en que el verde se mezclaba en diferentes tonos, salpicado con colores florares y los cálidos tonos de las casas que se hallaban en el centro de todo aquello. Una inspiración pasiva y de liberación llenó sus pulmones, haciéndola disfrutar de como el aire se sentía más puro cuando no tenía grilletes amenazándola con sujetarla a una pared como castigo.

Desechando las lágrimas que llenaron sus ojos ante la posibilidad de una vida diferente, Emilia cruzó el puente, caminando hacia el terreno donde habían unos jóvenes cargando materiales de construcción y Luisa levantando una cantidad impensable de piedras para la base de una casa.

—Así que la fuerza es tu don —comentó Emilia cuando estuvo lo suficientemente cerca, haciendo que Luisa respingara en su lugar, dejando caer parte de las piedras y girando sonrojada hacia ella.

—Eh … oh… sí, eso —tartamudeó Luisa, desviando la mirada mientras se rascaba la nuca con una de sus manos. Emilia rio quedamente.

—Lo lamento, no pretendía asustarte —se disculpó con una sonrisa, acercándose más hacia ella.

—No te preocupes, solo estaba muy ensimismada —dijo Luisa, quitándole importancia mientras volvía a cargar las piedras y las llevaba hacia donde estaban los demás materiales —Por hoy eso es todo muchachos, cuando tenga los planos empezaremos la construcción —explicó, mirando hacia sus trabajadores, quienes agradecieron y luego se despidieron, saludando a Emilia en el proceso.

—Así que construyes casas —comentó Emilia, apreciando los materiales que la rodeaban y el marcaje en el suelo donde se veía la separación del terreno que se usaría.

—Sí, bueno, mayormente reconstruimos la iglesia o cosas así, muevo los puentes y demás, pero ocasionalmente hay que construir algunas casas a medida que aumenta la población —explicó Luisa, mirando tranquilamente hacia donde los materiales y evitando a consciencia la mirada de Emilia.

—Eso suena bonito —dijo Emilia, mirando hacia el terreno delante de ella —. La persona que viva aquí cuando la termines será muy afortunada —comentó con suavidad, Luisa no pudo más que enternecerse ante la dulzura con la que Emilia hablaba.

—Estaba esperando que esa persona fueras tú —confesó Luisa, desviando la mirada y aferrando su mano derecha a su brazo izquierdo en un gesto avergonzado cuando sintió la mirada sorprendida de Emilia sobre ella.

—No puedes hablar en serio —rebatió Emilia, incrédula ante tanta generosidad proveniente de personas que no la conocían.

—Es solo si quieres, pero pensábamos que tal vez te gustaría tener un sitio donde estar y que no fuera nuestra casa, sino algo tuyo —explicó Luisa, avergonzada por la forma en que se había emocionado hasta el punto de organizar todo cuando ni siquiera lo había hablado con Emilia —Era una forma de hacerte saber que te damos la bienvenida, si estás dispuesta a quedarte.

Luisa se negaba a mirar a Emilia, sus ojos fijos en el pasto verde que se elevaba cubriendo la loma, hasta que escuchó el sollozo mezclado con una risita extraña, entonces la miró. Emilia estaba llorando, sus ojos se enrojecían al igual que la punta de su nariz, pero tenía una sonrisa radiante en los labios, la cual intentaba tapar con su delicada mano. Luisa sonrió, incapaz de no notar la alegría que recorría a la joven, quien sin decirle una palabra le había mostrado un pasado trágico grabado de mil formas en ella.

El viento sopló con fuerza, trayendo consigo hojas y pétalos que desde que Isabela había madurado su don se habían vuelto más frecuentes de ver y en diversos colores. El cabello de Emilia voló en todas direcciones, con sus suaves ondas ligeramente marcadas, que le daba constantemente un aspecto despeinado, revoloteando alrededor de su rostro y ella luchando contra esto, pasando sus manos en un vano intento de mantener controlado el cabello en su lugar. Luisa se encontró a sí misma incapaz de apartar la mirada ante la imagen casi etérea que estaba observando, hasta que reaccionó lo suficiente como para ayudar.

—Toma —ofreció Luisa, quitándose la cinta roja que traía en su moño y entregándosela a Emilia, quien la tomó dubitativa —Está bien, tengo otra cinta debajo más ajustada, mi cabello no suele sostenerse bien durante las labores diarias con solo una porque es muy rizado.

—Gracias —dijo Emilia mientras cerraba la cinta en un lazo sin forma que sujetaba su cabello de manera despreocupada en la parte baja de su cabeza, algunos mechones cayendo por su rostro —Por cierto, tu mamá me envió con almuerzo para las dos, dijo algo sobre que almorzara contigo para asegurarme de que sí lo hicieras.

—Sí, admito que normalmente me salto el almuerzo —confesó Luisa sonrojándose levemente, algo que para Emilia fue sumamente adorable —Oye, si quieres podemos almorzar en la loma, suelo subir con los burros de cualquier forma y desde allí al vista de Encanto es preciosa —propuso Luisa, haciendo que Emilia mirase hacia la cima de la loma y luego hacia ella, una sonrisa adornando su rostro.

—Me encantaría.

Subieron sin prisa, con Luisa contándole historias de Encanto, cómo surgió y el peligro en el que pusieron la vela y los dones hacía tres años, siendo salvados por Mirabel. Emilia escuchaba activamente, sonriendo con tranquilidad para que Luisa supiera que la estaba atendiendo apropiadamente mientras se divertía de ver a la musculosa mujer cargar los burros en sus brazos y acomodarlos para que no se alejaran de los demás.

Se sentaron bajo la sombra de un árbol en la cima, dejando a los burros andar libremente mientras Luisa continuaba con historias sobre su infancia y sus familiares, haciendo a Emilia reír ocasionalmente ante alguna anécdota tonta de Camilo, o Dolores y sus chismes.

Emilia se carcajeó hasta el punto de que le dolieron las costillas cuando, poco después del almuerzo, unos burros se escaparon y Luisa tuvo que correr detrás de ellos, blasfemando sobre como estos no la respetaban y cargándolos sobre su espalda sin dificultad ninguna.

Luisa admitía haber disfrutado de aquella tarde más que de cualquier otra en los últimos cuatro años, el leve recuerdo de tardes similares con otra chica diferente llegando a ella. No había pensado en Ana en mucho tiempo, su recuerdo ya no era doloroso, pero tampoco era agradable recordar a la mujer que había amado en secreto y perdido irremediablemente.

Sin embargo, mientras veía a Emilia reírse despreocupadamente, un contraste absoluto con el llanto que el día anterior había mojado su blusa, Luisa no pensó en nadie más que en la joven de oscuros cabellos revueltos, sujetos por una cinta roja que nadie nunca había tocado después de que su abuela se la regalara el día en que recibió su don.

Regresaron al pueblo cuando el sol empezaba a clarear en naranja, después de dejar a los burros se adentraron por los caminos de adoquines, con Luisa nerviosa por si alguien hacía algún cometario respecto a la forma en que Emilia había llegado el día anterior. Para su suerte, su prima Dolores se había encargado de dejar en claro que nadie debía mencionarlo, por lo que el mayor inconveniente con el que se vieron las chicas fueron los efusivos niños del pueblo haciendo preguntas sobre cómo eran las cosas fuera de Encanto.

Si bien Luisa quiso excusar a Emilia, para que no se viera forzada a nada, la joven le sonrió amablemente y le dijo que no se preocupara, sentándose en el borde de la fuente, rodeada de niños y describiendo paisajes y objetos del mundo fuera de las montañas.

—Parece que le irá bien aquí —comentó Dolores suavemente, acercándose a Luisa, que estaba apoyada en una columna de madera del portal de una casa.

—Sí, eso parece —concordó Luisa con una sonrisa casi imperceptible.

—Sabes, creo que deberías de darte la oportunidad —dijo Dolores, apreciando como todo el cuerpo de Luisa se tensaba mientras giraba a mirarla.

—¿De qué hablas? —preguntó, su nerviosismo siendo disimulado en un falso tono osco.

—Solo digo que no siempre podías estar atenta a que estuviera dentro de mi habitación si estabas tan lejos de la casa —respondió Dolores, dejando que el significado oculto en sus palabras cayera en todo su peso sobre Luisa, quien de repente se puso lívida —Tranquila, no he dicho nada durante ocho años, no lo diré ahora, como mismo no dije lo de tío Bruno oculto en las paredes de la casa. Por sorprendente que parezca, hay secretos que sí se guardar.

—Gracias por tu silencio —dijo Luisa, sintiendo una ola de afecto llenarla.

—He visto cómo la miras —continuó Dolores, mirando en dirección a Emilia —Acaba de llegar y es muy pronto, por lo que no sé decir más nada, pero mi consejo es que sí las cosas siguen como van, no te reprimas. Que haya salido mal una vez no significa que pasará siempre.

Sin dejarla decir nada más, Dolores se alejó rumbo a donde estaba Mariano, que la esperaba mirándola con un amor desbordante y Luisa siguió observando a Emilia contarle historias a los niños hasta que el sol cayó, solo entonces partiendo rumbo a Casita, donde los demás Madrigal las esperaban con noticias sobre la pronta boda de Dolores y Mariano.

Mientras Mirabel hacia planes sobre bordar hasta el cansancio el vestido de Dolores, adaptándose a los gustos de su prima, Isabela se quejaba de las peticiones de flores tan comunes que Dolores le hacía, con Pepa creando una tormenta sobre ellas y Camilo empeorando todo con sus bromas. Solo Toñito parecía ligeramente normal, entablando una conversación sana con Emilia, lo cual significaba que en realidad se estaba burlando de su familia.

Eventualmente la abuela Alma había tenido que poner orden, tenían tres meses para planear todo para la boda, lo cual significaba que tenían mucho trabajo por delante y todos debían de participar. Repartió las tareas sin discusiones, Isabela aceptaría el gusto de Dolores y haría las flores, Mirabel debería controlar su obsesión por los colores brillantes mientras adornaba el vestido de novia.

Toñito había ofrecido plumas de las aves si ellas las querían para la decoración, Camilo, Félix, Agustín y Julieta se encargarían del buffet de los invitados, Bruno estaría organizando la diversión posterior a la ceremonia y Luisa dividiría su tiempo entre la casa de Emilia y la remodelación de una parte de la iglesia para adaptarla a los deseos de Dolores para su boda.

—Me gustaría tener diseños bonitos en las paredes, ya que los tapices son difíciles de confeccionar, así fueran pintados —comentó Dolores, sabiendo que de su boda soñada, solo eso no lograría tener.

—Sabes que en el pueblo nadie sabe hacer los diseños que quieres, Lola, me temo que tendrás que conformarte con las flores y enredaderas de Isabela —dijo Alma, sabiendo que todos estarían trabajando lo mejor posible para que Dolores, quien siempre creyó que nunca tendría ese momento con su ser amado, fuera feliz.

—¿Qué diseños son? —preguntó Emilia, hablando por primera vez desde que todos se habían calmado.

—Tengo un libro de recortes con ellos, espera —dijo Dolores entusiasmada, corriendo hacia su habitación para buscarlos.

—Ahora se dedicará horas a quejarse sobre por qué no puede tener sus bonitos diseños en su boda, será incansable —se quejó Camilo, ganándose otro coscorrón por pare de Pepa, ya era el cuarto de la noche. Mientras Camilo se pasaba la mano por la nuca, aliviando el dolor, Dolores bajaba las escaleras entusiasmada y le pasaba el libro a Emilia, quien lo abrió y ojeó atentamente.

—¿Tienen pinturas y pinceles en el pueblo? —preguntó, sus ojos atendiendo a cada detalle de los recortes coloridos que veía.

—La tienda de Don Ramón las vende, tenemos algunos pintores que hacen los murales de nosotros ocasionalmente, pero ninguno sabe hacer lo que Lola quiere —respondió Félix, una mano pasando por la espalda de su hija para consolarla.

—Yo puedo hacerlo —afirmó con seguridad Emilia, levantando finalmente la mirada y fijándola en Dolores —Sé hacer este tipo de cosas, si me dan una escalera o algo que me sostenga, te puedo pintar lo que quieras desde el suelo hasta el techo.

—¿En serio? —preguntó Dolores emocionada, poniéndose de pie bruscamente mientras todos miraban atónitos hacia Emilia, quien sonrió suavemente por la muestra efusiva de alegría de la joven.

— Sí, seguro —aseguró sin duda alguna, sintiendo el abrazo cálido de Dolores, que se había tirado por encima de la mesa y había cerrado sus brazos alrededor de Emilia, haciendo que la silla se fuera hacia atrás y fuera sostenida por la fuerte mano de Luisa, evitando la caída.

—Gracias, gracias, gracias —dijo Dolores emocionada, apretando con fuerza a Emilia, que se rio de la joven y la abrazo de vuelta.

—No hay problema —concedió, sintiendo la mirada relajada de los demás Madrigal, pero sobre todo, la mirada cariñosa de Luisa.

Esa noche, todos se fueron a la cama más tranquilos, con las nuevas reparticiones de sus labores, donde ahora Isabela ayudaría a Emilia a pintar la iglesia, usando sus lianas y enredaderas para sostenerla en lo alto. Mirabel parecía pletórica de felicidad ante la posibilidad de ayudar en lo que fuera, contándole a Emilia todos sus planes para los bordados del vestido de Dolores, haciendo a la joven reír mientras se duchaba con la puerta abierta, para poder escuchar sin problemas a la entusiasta joven de dieciocho años.

Luego de que Mirabel dejara de hablar, empezó a preguntar, dejando en claro su curiosidad por el talento de pintura de Emilia. Emilia no encontró problema en contarle, al menos una parte de su historia, relatándole como empezó a pintar cuando tenía apenas cuatro años, haciendo desastres por toda la casa, pero su padre parecía no tener problemas con limpiar después si ella era feliz. Con el tiempo fue mejorando su técnica, llegando a un estilo impecable cuando tenía trece años.

Lamentablemente, por esa época su padre enfermó y murió, por lo que sus pinturas se volvieron algo que hacía de forma muy esporádica, ya que le recordaban mucho a él. Sin embargo, había dejado de pintar permanentemente a los quince años, así que estaría algo descuidada en la técnica, pero contaba con que lo que bien se aprendía, nunca se olvidaba.

—Toma este otro camisón, igualmente ya se me quedó algo pequeño —ofreció Mirabel, entregándole un camisón de un suave color azul —Es bueno que tengamos casi las mismas tallas, aunque eres un poco más estrecha y delgada que yo.

—La comida no era una prioridad en mi antigua casa —explicó evasivamente Emilia, Mirabel notó la tristeza detrás de esas palabras, recordando la horrenda apariencia de Emilia el día que llegó, por lo que decidió no preguntar más.

—Pues cambiaremos eso aquí —aseguró, tirándose en su cama y relajándose —Buenas noches, Mili —Emilia se quedó mirando a Mirabel durante unos segundos, sintiéndose sobrecogida por el diminutivo cariñoso.

—Buenas noches, Mira —dijo finalmente, aceptando que tal vez, su mundo podía ser muy diferente ahora y que eso era bueno.

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Bueno, esto es lo que tengo para vosotros 😅 espero que les guste.

La verdad es que en Encanto no hay mucho por donde shipear que no sea incesto, y a mí me gusta el incesto en la ficción, no digo que no, pero en el caso de Luisa simplemente no la veo con nadie de su familia, así que preferiría crear a una chica para ella.

Me gustaría saber sus opiniones respecto a lo que han leído y pues, si les gusta, nos leemos la semana que viene. Besitos de pequepinkypitufibola 💖.

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