Capítulo 2- Vida.
Luisa subió la montaña a pie, porque el caballo solo pudo llevarla hasta la parte menos inclinada de la falda de la montaña, sus piernas mantenían un ritmo veloz entre los árboles, sabiendo que la persona que ella buscaba podía encontrarse en cualquier parte de aquel lugar, tenía mucho terreno que recorrer.
Sus ojos se fijaban en cada tramo de tierra que se extendía delante de ella, buscando cualquier irregularidad. Sin saber a quién buscaba, Luisa empezó a gritar al azar en busca de alguien, pidiendo que sus gritos fueran escuchados y que la persona respondiera, aun si no le llamaban por su nombre. La desesperación empezaba a hacer mella en ella, la idea de que no lograría llegar a tiempo, de que tal vez ya era muy tarde, torturando su mente.
La vio, tuvo que mirar dos veces para asegurarse de lo que veía, pero la blusa blanca que se movía al compás de una respiración lenta apenas perceptible era de una chica. Luisa corrió hacia ella, agachándose a su lado y viendo a la muchacha en cuestión.
Su piel de un oliva claro tenía tonos purpúreos y negruzcos en ciertas áreas, habían marcas de manos en sus brazos, verdugones rojizos, heridas abiertas, sus piernas desnudas hasta las rodillas por su falda subida mostraban las mismas condiciones y todo lo que Luisa podía sentir era espanto. ¿Quién había dañado tanto a esa joven?
Con la mayor delicadeza de la que era posible, Luisa intentó despertarla suavemente, pero al ver que su consciencia no regresaría, la cargó en sus brazos, alzándola en volandas del suelo y empezó el descenso más rápido posible, teniendo cuidado de no caerse ni hacerle daño a la muchacha.
El caballo se había quedado donde Luisa lo había dejado, ciertamente el señor Suarez era bueno entrenándolos, subió de la forma más cuidadosa que pudo, colocando a la joven sobre sus piernas, sosteniéndola en su lugar con una de sus manos mientras la otra se enganchaba las azas de su bolsa al hombro y tiraba de las cuerdas del caballo.
El galope fue vertiginoso, Luisa se preocupaba de lo que ese movimiento brusco podía hacer en la chica, pero sabía que tenía que llegar a su madre pronto si quería que la muchacha tuviera una oportunidad. En el pueblo la recibieron todos, quienes despejaban el camino para ella mientras la veían pasar velozmente, reconociendo un cuerpo femenino entre sus brazos, la preocupación inundando a todos los bondadosos aldeanos.
Casita abrió sus puertas rápidamente cuando vio a Luisa detenerse, sus familiares la esperaban en la sala, asustándose al ver a Luisa entrar con un cuerpo inerte sobre sus brazos.
—Mamá —fue lo único que dijo Luisa.
—Despejen el sofá —ordenó Alma, con Dolores y Mirabel quitando todos los cojines del sofá y reclinándolo para que quedase más cómodo.
Luisa corrió a depositar con suavidad a la joven en el sofá, con Julieta tomando la jarra con un jugo de guayaba que Bruno le traía, pues ella lo que tenía reservado eran panes y empanadas que la muchacha obviamente no podría comer. Todos se apartaron, dejando a Julieta acercarse, todos menos Luisa, que soltó el bolso de lona y se arrodilló detrás de la cabeza de la muchacha, sujetándola en su lugar mientras Julieta se inclinaba con un vaso.
—Súbele la cabeza un poco —indicó Julieta, viendo su orden obedecida por Luisa y abriendo suavemente los labios de la joven, vertiendo un poco del jugo dentro de su boca.
Tomó unos segundos donde todos contuvieron el aliento, mirando como la muchacha no parecía tragar, hasta que de repente una ligera tos se hizo notar, el líquido bajando por su garganta y gestos de dolor siendo expresados en su rostro.
—No te muevas —indicó Julieta suavemente, apoyando una de sus manos en el pecho de la chica y sosteniéndola en su lugar —Bebe un poco más, te sanará —dijo, acercando el vaso nuevamente a los labios de la muchacha y viendo como esta vez ella tragaba de forma activa el líquido.
Mientras más tomaba, más parecía consciente de sí misma, sintiendo su cuerpo recuperar sus fuerzas. Luisa observó con alivio como los moretones y heridas iban desapareciendo, sintiendo la mirada de preocupación de su madre y todos sus familiares, las heridas no habían pasado desapercibidas por ellos.
Una tos más fuerte hizo que Julieta alejara el vaso de la joven, quien movió las piernas en una clara intención de pararse. Julieta se apartó para que Luisa se incorporara delante de la chica, sosteniéndola suavemente por los brazos, haciendo función de soporte a medida que la ayudaba a sentarse y Mirabel reclinaba una vez más el espaldar del sofá, dándole un punto de apoyo.
—Tranquila, todavía no estás totalmente bien —dijo Luisa suavemente, mirando el rostro de la muchacha, que todavía se contraía de dolor. La chica respiró profundamente antes de abrir los ojos y Luisa sintió que su respiración se estancaba cuando aquella mirada iridiscente en un tono avellana oscuro se fijó en ella con confusión.
—¿Dónde…? —la muchacha se mostraba confundida y miraba hacia todos los Madrigal con cierta desconfianza. Luisa no podía culparla, a juzgar por las marcas en su cuerpo que todavía no desaparecían totalmente.
—Estás en Encanto, te desmayaste en la montaña y yo fui a buscarte, te traje donde mi familia para que te ayudaran —explicó Luisa con calma, usando ese tono relajado que le había visto a su madre cientos de veces antes —. Mi nombre es Luisa.
—Em… Emilia –se presentó, su voz volviéndose más clara a medida que hablaba.
—Bien, Emilia, esta es mi mamá, Julieta —continuó Luisa, presentando a Julieta, que se acercaba con una bandeja con empanadas y otro vaso con jugo —Aunque no lo creas, su comida sana, por eso te sientes mejor ahora. Te explicaré todo, pero necesito que comas su comida primero, por favor.
Emilia se mostró algo suspicaz, pero considerando que la habían ayudado, no encontraba motivos para desconfiar. La señora que traía la bandeja, Julieta le habían dicho, se sentó en el sofá a una distancia respetuosa y le acercó el contenido que traía, Emilia tomó el vaso y una empanada, comiendo algo insegura ante la atenta mirada de todas esas personas.
Evitando sentirse intimidada, su mirada se concentró en la muchacha que seguía arrodillada delante de ella, sus manos fuertes apoyadas a cada lado del cuerpo de Emilia, como un escudo humano. Emilia se sentía relajada por eso, podía ver su musculoso cuerpo enmarcado en aquellas ropas sencillas y sabía que si la muchacha la había ayudado, significaba que era buena, algo obvio por la mirada dulcemente preocupada que le dedicaba.
Tal cual Luisa había dicho, Emilia empezó a sentirse mejor a medida que comía, sintiendo la fuerza volver a su cuerpo, el dolor desvaneciéndose. Sus manos temblaron a medida que sus ojos recorrieron su piel, viendo las heridas cerrarse sin cicatriz, los hematomas desaparecer, su color normal apareciendo. Ella ni siquiera recordaba cómo era su piel sin marcas.
Las lágrimas llegaron a sus ojos, los sollozos resonaron en el silencio de aquella casa desconocida y Emilia no pudo más que cubrir sus ojos con sus manos y llorar. El alivio la inundaba por completo, estaba a salvo y estaba sana. Una utopía con la que no se había permitido soñar siquiera.
Un instinto que Luisa desconocía de sí misma la hizo incorporarse sobre sus rodillas, sus brazos rodeando a Emilia con firmeza y suavidad a la vez. La chica se dejó abrazar, desplomándose sobre el hombro de Luisa y llorando, mojando la blusa de la mayor, sintiéndose segura entre esos fuertes brazos que parecían querer resguardarla del mundo.
Julieta le indicó al resto de la familia que se fueran, Alma secundando la orden pese a las protestas de Dolores y Camilo, quienes fueron empujados por Pepa hacia sus habitaciones para que Dolores no pudiera escuchar nada mientras Mirabel, Toñito y Bruno se alejaban para el cuarto del niño. Julieta le hizo una señal a Luisa para que supiera que le dejaba la bandeja allí por si la chica necesitaba comer más y se retiró con Agustín, dejando a las dos jóvenes solas.
Emilia no supo cuánto tiempo estuvo sollozando sin control, pero en todo momento fue consciente de la mano firme que le acariciaba la espalda con delicadeza y de la voz suave que le decía que todo estaría bien. Sus sollozos fueron bajando hasta que cesaron, el llanto desgarrador volviéndose pequeñas lágrimas que escapaban lentamente, sus temblores controlándose hasta que su cuerpo se quedó sin fuerzas, cayendo totalmente inerte, pese a que estaba consciente.
No se movió, se quedó entre los brazos de aquella desconocida durante unos minutos más, hasta que sintió que estaba calmada, que podía separarse sin derrumbarse. Lentamente sus manos se apoyaron en los firmes hombros y ejercieron una ligera presión que Luisa entendió de inmediato, apartándose con cuidado de Emilia y mirándola con preocupación.
—Lo siento —dijo Emilia, sus ojos fijos en la mancha húmeda de la blusa blanca de Luisa.
—No tienes que disculparte, es una blusa, ya se lavará —repuso Luisa, quitándole importancia —. ¿Quieres comer un poco más? —ofertó, acercando la bandeja a Emilia, quien asintió mientras alcanzaba otras empanadas y Luisa le servía más jugo de guayaba. Emilia se apartó un poco, dejando espacio suficiente en el sofá como un indicio para que Luisa se sentara, algo que la mayor no dudó en hacer.
—¿Cómo es que la comida me…sana? —preguntó Emilia, insegura de lo qué estaba pasando.
—Pues, resumiendo la historia, esa vela que se ve allí —dijo Luisa, señalando la vela con su dedo y viendo como Emilia miraba en la dirección —nos otorga un don a todos los Madrigal cuando cumplimos cinco años. Cada uno tiene un don diferente, mi mamá puede curar enfermedades y heridas con su comida, por eso te traje aquí de inmediato.
—¿Cómo me encontraste? —cuestionó Emilia, recordando vagamente lo lejos que estaba el pueblo cuando ella perdió la consciencia.
—Mi prima Dolores tiene el don de la audición, puede escuchar absolutamente cualquier cosa en un rango que abarca todo el Encanto, nuestro pueblo dentro de las montañas. Ella te escuchó cuando te desmayaste y pediste ayuda, así que me enviaron a mí a buscarte —explicó Luisa, viendo una ligera fascinación en los ojos de Emilia, pero luego vio como esta fue cubierta por preocupación y Emilia miró a todas partes con el ceño fruncido.
—Entonces ella nos está escuchando ahora —murmuró, sabiendo que eso no haría ninguna diferencia.
—No, mi tía Pepa la hizo quedarse en su habitación. Nuestras habitaciones se crean cuando la vela nos da un don y son acordes a nuestros dones, la de Dolores es a prueba de sonido, aparentemente buscaba darle un espacio de tranquilidad, porque imagino que debe ser complicado no poder siquiera dormir porque escuchar hasta un alfiler caer en toda la inmensidad de los alrededores —la tranquilizó Luisa, sus manos cerrándose en puños sobre su falda ante el nerviosismo de hablar tanto, cuando ella era mayormente callada todo el tiempo.
—¿Y tú? Si te enviaron a ti a buscarme por algo sería —indagó Emilia, mirando fijamente a Luisa, finalmente un indicio de tranquilidad llegando a ella.
—Luisa —llamó Alma, bajando las escaleras, ante su presencia, Luisa inmediatamente se incorporó, una costumbre que no había podido cambiar ni siquiera con la mejora de su familia —Hemos preparado una cama en la habitación de Mirabel para nuestra invitada, debe de estar cansada —informó suavemente Alma, mirando con dulzura hacia la joven que también se ponía de pie y la miraba algo intimidada.
—No creo que sea necesario, yo podría… —intentó negar Emilia, sintiendo que ya habían hecho mucho por ella.
—Tonterías, te quedarás con nosotros y ya mañana veremos qué hacer —interrumpió Alma con firmeza —Luisa, querida, llévala donde Mirabel para que se instale.
—Sí, abuela —afirmó Luisa, indicándole el camino a Emilia con una mano. La joven la siguió sin reprochar nada, siguiendo el camino hacia la puerta verde decorada con flores y mariposas dibujadas —Ella es mi abuela, Alma Madrigal, es la matriarca de la familia, antes solía ser más exigente, pero mejoró mucho hace tres años.
—Bueno, puedes decirle que igual sigue siendo intimidante —comentó Emilia, agradecida de que Dolores no pudiera escucharla y disfrutando de la sonrisa de Luisa ante sus palabras.
—Mi hermana menor Mirabel es quien habita en esta habitación, ella no obtuvo un poder así que este cuarto es bastante regular, pienso que puedes sentirte cómoda con ella. Es muy vivaracha y amable, pero te dejará descansar si es lo que quieres —informó Luisa, deteniéndose ambas delante de la puerta de Mirabel y ella tocando la madera en dos golpecitos suaves que hicieron que su hermanita corriera a abrir la puerta.
—Perdón la demora, estaba buscando un camisón adecuado para ti —dijo al abrir, una sonrisa radiante adornando su rostro —Mucho gusto, Mirabel Madrigal.
—Emilia —se presentó nuevamente la pelicastaña, insegura de qué apellido tendría que dar, prefirió no dar ninguno.
—Adelante, te mostraré todo —incitó Mirabel sonriente, a lo que Emilia se giró hacia Luisa.
—Nos veremos en la mañana, cuando hayas descansado —afirmó Luisa, sus ojos desviándose de la mirada avellana que la observaba.
—Claro, hasta la mañana y… gracias —dijo Emilia, adentrándose en la habitación con Mirabel, quien dedicó minutos a una explicación entusiasta de su familia y el resto de sus dones, le presentó a Casita y le dio un camisón para que ella usara, dejándola sola para que se cambiara y permitiéndole dormir.
Emilia estaba cansada, quizás debería de estar razonando lo que había pasado, pensando en Carlos y el incendio en su casa, en si la estarían buscando o no, o si no debería de estar asustándose por todas esas personas extrañas con dones peculiares ayudándola, pero no podía. Su mente estaba tan exhausta que apenas tocó la almohada empezó todo a oscurecerse, sumiéndola en un sueño profundo y calmado, como no había tenido en seis años.
Luisa se reunió con su familia en la cena, considerando que la invitada había comido más de diez empanadas de Julieta y se había quedado dormida enseguida, no tenían problemas con comer sin esperarla, ya le darían más comida en el desayuno para suplir ese desajuste del horario alimenticio. Todos estaban en silencio, analizando lo qué había pasado y lo que habían visto.
—Bueno, es obvio que esa chica recibió una paliza —soltó Camilo sin tacto, recibiendo un coscorrón de Pepa en la nuca —, Perdón —se disculpó, mirando avergonzado a sus familiares, que lo miraban con desaprobación.
—¿Qué haremos con ella? —preguntó Agustín, mirando directamente a Alma y luego a Julieta.
—Supongo, por su condición, que no tiene dónde quedarse, así que le daremos acceso a la habitación de Mirabel mientras le construimos algo pequeño en el pueblo, si es que ella quiere quedarse —dijo Alma, mirando directamente a Luisa, siendo ella la encargada de las remodelaciones y construcciones de Encanto.
—Podríamos construirle una casita en el terreno que queda al lado del río, pasando el puente pequeño, da hacia la loma donde llevo a los burros, es un sitio tranquilo y tiene espacio para que ella use en lo que decida hacer —propuso Luisa, recordando que esa zona era una de sus favoritas y que siempre imaginaba que era un terreno desaprovechado.
—Me parece una buena idea —intervino Julieta —Mirabel, mija, ¿no te molesta compartir habitación por un tiempo?
—Para nada, mamá, compartí durante mucho con Toñito —aseguró Mirabel con una sonrisa.
—¿No nos preocuparemos por lo que sea que le haya pasado y que causó que terminará aquí? —intervino Camilo nuevamente —Quiero decir, no la conocemos de nada, no parece algo seguro.
—Nuestro hogar se construyó en base de proteger a los que no podían protegerse —repuso Julieta.
—Pero eso no quita que mi hijo tenga razón, puede que la chica será peligrosa —rebatió Pepa, ganándose una mirada furiosa por parte de su hermana.
—No lo tiraremos a la calle —habló Luisa, haciéndose notar por encima de los otros, algo que atrajo la atención de todos, pues, pese al cambio en los Madrigal, Luisa seguía siendo obediente de las reglas y rara vez se interponía en las decisiones de su familia.
—Quizás yo pueda ayudar —habló Bruno después de unos segundos de silencio —Puedo ver el futuro y observar qué sucederá con la chica, si es dañina para nosotros, lo sabremos y así todos pueden calmarse un poco.
—¿Harías eso? —preguntó Julieta, sabiendo que Bruno después de la visión de Mirabel cuando Casita se destruyó, había asegurado no volver a tener visiones.
—Es obviamente importante para Luisa —respondió Bruno con obviedad, mirando a su sobrina y sonriéndole de esa forma suave y desinteresada que siempre tenía. Luisa respiró profundamente y asintió sonriente en agradecimiento.
Los Madrigal terminaron su comida sin más discusiones, todos yendo sentándose juntos en la sala mientras Bruno subía a su habitación para recrear otra visión. El tiempo pasaba pesado, Toñito siendo el único que se escuchaba entre ellos mientras jugaba con sus animales, hasta que la puerta de Bruno se abrió nuevamente y él bajó las escaleras con una tabla de cristal verde brillante entre sus manos.
Se acercó a la familia, todos se reunieron alrededor de Alma, intento observar la imagen de la tabla que Bruno le entregaba a su madre. En esta se veía claramente una casita en el terreno que Luisa había dicho con anterioridad, la puerta estaba abierta y Emilia estaba apoyada en el marco, mirando hacia afuera, directamente hacia donde venía Luisa bajando de la loma con los burros.
—No pasará nada malo, la chica es buena para el Encanto y… para nosotros —aseguró Bruno, su mirada encontrándose con la de Luisa un instante y desviándose totalmente luego.
Luisa lo supo, había algo que su tío Bruno no le decía, pero en esos momentos su mente se concentraba en la casita que la imagen mostraba, absorbiendo los detalles, imaginando que en un día no muy lejano esa visión se haría realidad.
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Bruno como el tío solapador que tapa los secretos de sus sobrinas es mi headcanon favorito.
¿Opiniones sobre el capítulo? Os leo.
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