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Capítulo 19- Ceremonia.

Habían seguido a Mirabel hacia uno de los laterales de la casa, Dolores las esperaba allí junto con Bruno, Isabela se había quedado decorando la casa por dentro, aunque ya estaba enterada de todo, al igual que Camilo, quien había estado preparando diferentes áreas seguras en la casa, usando mayormente los antiguos pasadizos de su tío Bruno, que todavía existían incluso cuando Casita se había reconstruido, en caso de que escapar fuera una necesidad.

El silencio que precedió a la conversación tensó a Emilia y a Luisa de forma casi sobrenatural, podían ver perfectamente la preocupación en las expresiones de la familia, pero sobre todo, Emilia podía sentir el miedo que los rodeaba.

—¿Qué sucede? —preguntó Emilia, notando que Luisa tenía un nudo en la garganta causado por el miedo, conocía a su familia, sabía que si estaban allí reunidos con aquella tablilla verde, solo algo malo podía avecinarse.

—Anoche Mirabel y yo nos adentramos en el futuro una vez más, teníamos miedo de lo que podíamos ver, pero quizás era posible para nosotros encontrar una solución, como hace nueve años cuando el milagro estuvo en peligro —explicó Bruno mientras Mirabel le entregaba a Emilia la tablilla, mostrando la imagen que ella nunca había visto, su propia muerte pronosticada dentro de aquel cristal verde.

—Supongo que esto deja claro que no hay otra forma —comentó Emilia, la tristeza apoderándose de su voz, sacando a Luisa de su mente.

—¡No! —bramó Luisa, tomando la tablilla entre sus manos con tanta fuerza que esta se fracturó en pedazos, sobresaltando a los presentes.

—No permitiremos que pase, Luisa —aseguró Mirabel, acercándole a Luisa una empanada hecha por su madre; al inicio Luisa no entendió el gesto, hasta que Emilia tomó sus manos entre las suyas y le mostró los cortes sangrantes que tenía en las palmas. Luisa gruñó por lo bajo, aceptando la empanada y dándole una mordida que curó sus heridas de inmediato.

—¿Es posible detener o esquivar el futuro que Bruno ve? —preguntó Emilia, notando la determinación de aquella familia para salvarla, para proteger a Luisa.

—Nunca ha pasado antes, pero tampoco lo hemos intentado mucho que se diga—respondió Bruno, mirando a Emilia con dolor en sus ojos. Esas personas la querían a ella también, eso no era solo por Luisa, sino por ella.

—Entonces tendremos que intentarlo nosotros —intervino Dolores, tomando la mano de Emilia en un gesto de apoyo y cariño; Emilia le sonrió.

—¿Cómo lo haremos? —preguntó Luisa, entrelazando sus dedos con los de Emilia y relajándose ante la caricia ligera del pulgar de Emilia por el dorso de su mano.

—Camilo está liberando una ruta de escape por los pasadizos que Bruno solía usar, Dolores estará atenta a cualquier comentario o sonido extraño, de cualquiera, dudo mucho que Juan pueda entrar sin que ella lo sepa —explicó Mirabel, mirando entre Luisa y Emilia.

—Antes de la ceremonia yo volveré a ver el futuro, para ver si algo ha cambiado —comentó Bruno.

—Incluso si no fuera así, mandamos a retirar los faroles de la plaza, dejándola despejada, al final la ceremonia y la celebración se realizaran en Casita —continuó Dolores, mirando hacia Mirabel y Bruno, que asentían ante sus palabras.

—¿Eso cambiaría algo? —preguntó Luisa, frotándose el puente de la nariz con los ojos cerrados, le estaba dando un fuerte dolor de cabeza tanto estrés.

—No sabemos si cualquier cambio, por pequeño que sea, puede alterar la visión —explicó Bruno, hablando pausadamente, intentando tranquilizar a Luisa.

—Haremos todo lo necesario para evitar que esto pase —afirmó Mirabel, acunando el rostro de Luisa, quien la miró desconsolada, la opresión creciendo en su pecho.

—¡Mirabel! —el grito de Ignacio los sobresaltó a todos, mirando al hombre acercarse por el lateral de la casa—. Perdón, no pensaba interrumpir, pero Julieta los está buscando para desayunar juntos y terminar de decorar todo.

Mirabel le sonrió a Luisa de forma consolatoria antes de avanzar hacia su esposo, quien la rodeó con sus brazos con cariño. Todos entraron a Casita, encontrándose la algarabía que corría entre los presentes. Disfrazaron sus expresiones temerosas con sonrisas y se reunieron en la mesa, Pepa y Félix faltaban, pero las bromas constante de Toñito con los niños y los gorgoteos adorables de Adela los distrajeron lo suficiente mientras Julieta hablaba de como Alma había amanecido con mayor fuerza y vitalidad ese día, como si su cuerpo despertada y se fortificara ante la expectativa de la noche.

El día se volvió un borrón de labores, donde tanto los pobladores de Encanto como los Madrigal corrieron por la casa, dejando adornos y reacomodando los muebles con ayuda de Casita y de Luisa, evitando que Emilia se quedara sola en ningún momento, buscando por todos los medios evitar la desgracia que se avecinaba.

                            -🖤-

La carta le había llegado la noche anterior, las letras eran garabatos rápidos que habían viajado con el mensajero que entraba a Encanto los suministros que habían pedido para la celebración, y quien, por unas monedas de más, no había visto problema en entregar un mensaje en una casa en específico que se hallaba en el pueblo cercano.

Mientras Juan leía, la rabia bullía en su interior: Emilia estaba viva, era feliz y había osado regresar a Encanto. La alegría insana sustituyó rápidamente al enojo, la tenía finalmente al alcance, después de haber intentado encontrarla durante años, finalmente volvía a estar cerca de él.

—Papá, mamá quiere saber si tienes alguna preferencia para la cena de esta noche —había dicho un niño de cuatro años, entrando sin tocar al estudio de Juan.

—Carlos, ven aquí —había pedido Juan, alargando la mano para abrazar a su hijo cuando este llegó hacia él—. Te amo, lo sabes, ¿cierto? —Carlos no respondió, se limitó a asentir lentamente—. Todo lo que hago es por tu bien y por el de tu madre, para que aprendan cómo funciona la verdadera vida en el hogar. Lo entiendes, ¿cierto?

—¿Pasa algo, papá? —había preguntado el inocente pequeño, un escalofrío recorriendo su espalda cuando su padre apretó el abrazo, lastimando sin querer un moretón que tenía en el hombro, uno que él mismo había causado.

—Voy a viajar esta noche, no regresaré hasta pasado mañana, dile a mamá que preparé una buena comida para celebrar, cuando regresé vendré con mucha alegría —había asegurado Juan, dándole un beso a su hijo e ignorando la forma en que el pequeño tembló, antes de dejarlo ir, viéndolo correr fuera de la habitación de forma apresurada.

Había avanzado hacia el escritorio que estaba cerca de la ventana, abriendo una de las gavetas y tomando el revólver que había dentro, colocando las seis balas correspondientes dentro antes de meterla en una bolsa para viajes cortos que no había usado en dos años, cuando finalmente dejó de buscar a Emilia por cada pueblo. Si hubiera sabido que ella misma se acercaría a él, exponiéndose en una bandeja para su venganza, no la hubiera buscando con tanto ahínco.

Había caminado hacia el cuarto, cambiándose por ropa menos llamativa, colocándose una ruana café sin adornos que taparía su rostro y saliendo de la casa, no sin antes darle un beso a su esposa, quien intentó contener el temblor que recorrió su cuerpo antes de poder devolverle el beso.

El camino era difícil a pie, pero más seguro de esa forma, había viajado durante toda la noche, sabiendo que era más seguro entrar a Encanto cuando la mujer chismosa con el don de la audición agudizada estuviera durmiendo. Lo bueno de haber estado allí aquella noche cuando ellos presentaron y explicaron sus dones, era que había adquirido el conocimiento para ver sus limitaciones, y el de esa mujer era que no podía escuchar nada una vez que estaba dentro de su habitación.

El sol empezaba a clarear el cielo cuando finalmente Juan llegó a Encanto, pero todos permanecían todavía en sus casas, avanzó por las calles desiertas, mirando en todas direcciones para que nadie lo viera, hasta que llegó a la puerta indicada. Dio dos toques suaves y esperó unos segundos antes de que le abrieran, permitiéndole pasar y cerrando rápido detrás de él.

—¿Todavía estará dormida? —preguntó el hombre, mirando con aprensión hacia Juan.

—El sol todavía no se alza sobre el horizonte, debe de estarlo —aseguró Juan, quitándose la ruana.

—Tienes que aprovechar esta noche, es la ceremonia del niño pequeño, todos estarán distraídos y habrá mucho ruido, es cuando único podrás acercarte sin que te reconozcan —explicó Pablo, el hijo mayor del panadero, un joven de la edad de Luisa que desde pequeño había soñado con pertenecer a la familia Madrigal, con casarse con la mujer fuerte que levantaba puentes e iglesias sin esfuerzo.

—Lo sé, ya vine preparado —afirmó Juan, tocando sugerentemente su bolsa.

—No puedes decir ni hacer ruido alguno, si Dolores te escucha, estamos perdidos —le recordó Pablo, mirándolo con temor.

—Gracias por ayudarme, no esperaba encontrar un amigo tan bueno —dijo Juan, sentándose en una de las sillas para descansar, su cuerpo necesitaba reposo para lo que se avecinaba.

—Ella mató a tu hermano y hechizó a Luisa, la transformó en una desviada, la apartó de mí. Si ella ya no está, es posible que Luisa vuelva a ser ella misma y yo tendré una oportunidad —explicó Pablo, sentándose al lado de Juan con la mirada perdida en sus propios pensamientos.

—Así será, amigo mío –afirmó Juan, colocando una mano en el hombro de Pablo a modo de consuelo. El pacto estaba hecho, solo debían de esperar a la noche.

                           💙

El día había sido agotador, pero todos habían cumplido sus trabajos con eficacia. Casita estaba decorada con banderas, faroles y velas por doquier, recortes en forma de mariposas y flores coloridas recorrían sus postes y barandas, la música resonaba contra sus paredes con el grupo local de músicos dando vida, la noche había llegado y los habitantes de Encanto se adentraban en la residencia Madrigal, listos para una nueva ceremonia, para un nuevo don.

—Luisa, ¿estás bien? —preguntó Emilia, viendo a Luisa parada delante de su puerta, que había empezado a brillar nuevamente cuando ella se había acercado.

—Tengo miedo —susurró la mujer musculosa, como si su confesión fuera a aparecer de la nada al mayor de sus amenazas delante de ella.

—Todo saldrá bien, ya verás —aseguró Emilia en voz baja, no queriendo perturbar más a Luisa, abrazándola por un costado y dejando un beso suave en su hombro, sintiendo el brazo de Luisa pasar por encima de su cuerpo y su agarre afianzarse, pegándolas más.

—Lo estará —las palabras salieron como un murmullo bajo, sin convicción, marcadas por el miedo. Emilia estiró su brazo hasta que su mano acunó la mejilla de Luisa, su pulgar acariciando suavemente su piel en un gesto delicado.

—Te tengo una sorpresa, por cierto —comentó Emilia, Luisa pudo percibir la sonrisa de Emilia, incluso con los ojos cerrados, abrió los ojos y la miró, un brillo travieso adornando su mirada.

Emilia no dijo nada, solo tomó a Luisa de la mano y la acercó a la baranda que recorría el pasillo de las habitaciones de los Madrigal, señalándole hacia abajo, donde la multitud empezaba a reunirse al fondo de las escaleras, los murmullos mezclándose con la música ante la impresión de que hubieran no una, sino dos puestas no materializadas en el piso superior.

Dejó que la mirada de Luisa vagara por el primer piso, observando a las personas, hasta que sus ojos se abrieron de la impresión cuando encontró lo que Emilia quería que viera: en una esquina de la primera planta, hablando de forma avergonzada e incómoda, con obvios sonrojos en sus rostros, estaban sus padres.

—¿Qué? ¿Cuándo…? —Luisa se trabó en sus preguntas, intentando asimilar la impresión que le causaba la escena.

—Él llegó hace unos minutos, Dolores intercambió lugares con Julieta cuando lo sintió llegar, haciendo que ella recibiera a Agustín en la entrada. Se pararon a hablar allí después de eso —explicó Emilia con una risa queda, viendo el brillo feliz y aliviado de Luisa mientras veía a sus padres coquetear como adolescentes.

—¿Crees que tengan esperanza? —preguntó, una alegría subyacente marcando sus palabras.

—Creo que tienen amor —respondió Emilia, haciendo que Luisa la mirara, su propio amor desbordándose en ese vínculo, las sonrisas adornando sus rostros.

—Es hora —avisó Toñito, tosiendo suavemente para alertar de su presencia.

—Vamos —dijo Luisa, pasando un brazo por encima de su primito y despeinándolo a modo de broma, riendo cuando él empezó a protestar con que ya no era un niño para que le hicieran eso y que su cabello era difícil de moldear cuando lo aplastaban y no quería que Pepa le regañara.

Llegaron al límite de la escalera, donde toda la familia Madrigal estaba reunida, en lo alto de esta, al lado de las dos puestas, solo se encontraban Mariano y Dolores, junto con Mirabel y Abuela Alma sentada en una silla de ruedas. Luisa intentó no sonreír cuando sus padres se pararon al lado de ella, quien tenía sus dedos entrelazados con los de Emilia, Agustín se acercó a Emilia, mirándola con cariño antes de darle un abrazo fuerte y luego apartarse para dejar un beso en la mejilla de su hija, regresando al lado de Julieta.

Los ojos de Luisa se encontraron con los de su tía Pepa, que estaba al lado de su tío Félix, cargando a Adela, con Toñito a su lado, fue entonces que Luisa notó que Camilo y José subían las escaleras, parándose al lado de Dolores y Mariano. Pepa le sonrió suavemente a Luisa, articulando un lo siento suave y tragando grueso para contener las lágrimas que amenazaban por desbordarse, Luisa le sonrió dulcemente, asintiendo lento con la cabeza de forma casi imperceptible, pero supo que Pepa la había visto cuando esta le sonrió.

Isabela apareció, haciendo una corona de margaritas amarillas a juego con el vestido de Emilia aparecer en el cabello de esta, quien se rio quedamente antes de darle un abrazo apretado. Bruno se paró al lado de Pepa, mirando a Luisa con una sonrisa, pero cuando sus ojos se encontraron con los de Emilia ella sintió la aprensión que emanaba el hombre. El futuro no había cambiado, pero ella no le diría eso a Luisa, la dejaría disfrutar de aquel momento.

—Hace sesenta años, en nuestro momento más oscuro, esta vela nos bendijo con un milagro, y el mayor honor para nuestra familia ha sido usar nuestras bendiciones para servir a esta querida comunidad —dijo Mirabel, parándose en medio de la escalera con su vestido azul de mariposas de colores, sosteniendo la vela brillante entre sus manos—. Hace diez años, ese milagro estuvo en peligro, y todos aprendimos una gran lección: no es el milagro lo que nos mantiene unidos, es el amor y el respeto entre nosotros. Desde entonces, no hemos vuelto a cometer el error de olvidar lo que era verdaderamente importante, todos somos valiosos, con milagro o sin él. Esta noche, nos reunimos una vez más para que nuevos miembros de la familia Madrigal obtengan su don, se vuelvan parte de esta grandiosa comunidad, pero, sea cual sea el resultado de esta ceremonia, todos estaremos orgullosos de darle la bienvenida a nuevos miembros del Encanto.

Apenas Mirabel dijo la última palabra, los aplausos resonaron entre la multitud y las cortinas se corrieron, dejando ver a Pedrito y a Pepe parados, vestidos con trajecitos blancos, dándose la mano y sonriendo ante la bienvenida que les daban. Mirabel subió las escaleras, entregándole a Abuela Alma la vela entre sus manos y acercándola al borde del último escalón, y todos hicieron silencio mientras ambos niños avanzaban juntos por el pasillo despejado, Casita haciendo saltar los adoquines ante su paso, mostrando grandes sonrisas relajadas.

Luisa no pudo evitar mirar a su hermana, recordando el terror que todos ellos habían sentido antes de caminar por aquella pasarela improvisada, ahora, lo que antaño causaba ansiedad y miedo, era una ceremonia feliz y despreocupada en la que todos se divertían. Eso era gracias a Mirabel.

Pedrito y Pepe subieron las escaleras, acercándose hacia Abuela Alma, dándole cada uno un beso en la mejilla bajo la orgullosa y atenta mirada de sus padres. Alma solo sonrió, alzando la vela entre sus manos temblorosas y mirando a ambos niños con orgullo mientras ellos colocaban sus manitas en la vela, haciéndola destellar en un brillo radiante que los envolvió e hizo que las puertas a sus espaldas brillaran más.

—¿Prometen, a partir de este momento, ser personas de bien que ayuden al prójimo y a la comunidad, con o sin don? —preguntó Alma, cambiando las palabras que había dicho durante tantos años, dejando que esta vez todos tuvieran la oportunidad de ser mejores, de sentirse incluidos, pasara lo que pasara.

—Lo prometemos —dijeron ambos niños a la vez, sonriéndose mutuamente antes de desprender sus manos de la vela.

Cada uno avanzó hacia su puerta, una al lado de la otra, viendo como el marco se solidificada y la manecilla brillaba. Todos miraban expectantes, ansiosos sobre lo que pasaría, pero cuando los niños tocaron las manecillas y un brillo cegador destelló en la noche, supieron que era real, tenían dos nuevos dones en la familia Madrigal.

La imagen de la puerta de Pedrito se transformó en su imagen, rodeado de notas musicales que recorrían brillantes la madera, y fue así como el niño tarareó por lo bajo una melodía inventada, calmado tranquilamente y transmitiendo felicidad a los presentes; ese era su don: podía alegrar o relajar a cualquiera con una armoniosa tonada.

Todos aplaudieron ante su canto, dejando que la felicidad que el transmitía llegara hacia ellos y los llenara, hasta que el silencio volvió a sumir el lugar mientras miraban al otra puerta, donde la figura de Pepe se formaba, rodeado de brillo y diferentes imagen cambiantes, nadie comprendía qué significaba aquello, hasta que el pequeño se giró hacia ellos, alzando la mano y haciendo un gesto suave que creo una pequeña fuente delante de ellos. Cuando Pepe se acercó a tocarla, la atravesó, dejando un rastro de polvo dorado, no podía crear cosas reales, solo hacía ilusiones, ese era su don.

—¡Tenemos dos nuevos dones! —anunció Mirabel, y todos estallaron en algarabía.

**********
¿QUÉ LES PARECIERON LOS DONES?
La verdad es que pasé trabajo escogiendo el don de Pedrito, pero pensé buscarle algo que tuviera que ver con el sentido de la audición de su madre y que ayudara a calmar los arrebatos de su abuela, me gustó esa idea.

Espero que los capítulos les hayan gustado y la semana que viene nos leemos por más 😘🥰.

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