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Capítulo 18- Certeza.

Luisa caminaba lentamente, mirando desde lejos a Emilia sentada en los escalones de la casa que ella misma le había construido. Su tío Bruno había regresado poco después de que el aguacero se apaciguara, Luisa no tenía fuerzas para pelear con su familia, así que dejó que los demás se encargaran de todo, a fin de cuentas, ella ya no tenía por qué soportar nada de eso.

Emilia permaneció sentada en la escalera, mirando hacia el pasto mojado, incluso cuando Luisa se sentó a su lado, dejando que sus hombros se rozaran juntos, haciéndole saber que estaba allí.

—¿Sabías que yo moría en una de las visiones? —preguntó Emilia, haciendo que el aire se volviera espeso y difícil de respirar para Luisa.

—No dejaré que pase —aseguró Luisa, su voz saliendo como un gruñido ronco y adolorido.

—No es eso lo que pregunté —dijo Emilia suavemente, su vista manteniéndose lejos de Luisa.

—Sí, lo sabía —admitió la más alta, dejando que el silencio se extendiera entre ellas.

—Si eso llega a pasar, prométeme que seguirás adelante —pidió Emilia, alzando la mirada y dejando que Luisa se perdiera en la angustia reflejada en sus iridiscentes ojos.

—No va a pasar —negó Luisa, sintiendo las lágrimas llenar sus ojos y el calor recorrer sus mejillas.

—¿Cómo está tu abuela? —preguntó Emilia, negándose a continuar con una conversación sin sentido, no quería herir más a Luisa.

—Está débil, apenas llegará a mañana —respondió, suspirando con alivio cuando sintió a Emilia entrelazar sus manos.

—Lo lamento.

No dijeron nada por un largo tiempo, dejando que el olor a tierra mojada se filtrara por sus pulmones, que la humedad del ambiente las calara y viendo el cielo nublado cambiar a tonos más oscuros, la noche se acercaba.

Las luces del pueblo eran visibles desde allí, la vida nocturna de Encanto empezaba a despertar y todos estaban desesperados preparando todo para la ceremonia del día siguiente, habían cambios en los planes con la llegada de Pepe, pero nadie parecía querer preguntar nada, aunque Emilia sabía que los rumores ya debían de estar circulando, tenían demasiado miedo de hacer enojar a Dolores, algo comprensible.

—Vamos dentro, quiero ver si sigue igual que antes —dijo Emilia cuando el cielo finalmente se oscureció, tirando de Luisa al ponerse de pie.

Luisa fue quien abrió la puerta, lento, temerosa de encontrar demasiados cambios, o peor aún, no encontrar ninguno. La casa se mostraba ligeramente oscura, Luisa tuvo suerte de que Mirabel hubiese colocado velas en una mesa pequeña al lado de la entrada, permitiéndole iluminar rápidamente la casa, dejando a Emilia parada en la puerta, mirando todo.

No habían grandes cambios, ya no habían flores adornando el sitio como aquella única noche, ni el aroma floral que estas habían esparcido, la iluminación era más escasa y la casa se veía sin vida, pero estaba limpia y los muebles permanecían en el mismo lugar.

Emilia tomó la mano de Luisa, ambas caminando por la estancia, encontrando las decoraciones de la cocina que permanecían iguales, el camino que ya no tenía flores guiándola hacia la habitación, la cama perfectamente tendida y lisa. Habían cortinas con mariposas en cada ventana, obra de Mirabel, y el edredón era de flores, obviamente trabajo de Isabela, pero la esencia de Luisa se seguía percibiendo en la forma en que los objetos estaban acomodados, o la sencillez de la casa. Seguía siendo perfecta.

—Me pregunto qué cara habrán puesto cuando limpiaron la casa por primera vez y encontraron la cama revuelta —comentó Emilia, disfrutando del inocente rubor avergonzado de Luisa, quien tosió tontamente y se rascó la nuca, desviando la mirada.

—Prefiero no pensar en mi familia encontrándose esa escena —repuso Luisa, adentrándose en la habitación y revisando los armarios, todavía había ropa que ellas habían dejado atrás aquel día.

—Yo prefiero en no pensar en Dolores escuchándonos —rebatió ella, riéndose cuando Luisa se sobresaltó, pegándose en la cabeza con el marco del armario y dejando caer un perchero con una falda de tonos verdosos al suelo—. Ven aquí —pidió Emilia, estirando las manos hacia Luisa, quien fue hacia ella sin dudarlo, entrelazando sus dedos e inclinándose hacia abajo para pegar sus frentes.

—Te construí esta casa porque creía en un futuro para nosotras, y lo sigo creyendo —afirmó Luisa, dejando que su aliento se mezclara con la respiración lenta de Emilia—. Te prometo que, mientras yo viva, no permitiré que ese futuro se cumpla.

—Te creo —susurró Emilia, elevándose sobre la punta de sus pies para unir sus labios a los de Luisa con suavidad, dejando que el calor que transmitían las envolviera en un beso lento que transmitía el temor y la inseguridad que estar de regreso les había plantado.

Las manos de Luisa se posaron en las caderas de Emilia, pegándola más a su cuerpo, dejando que la cercanía calmara cada temor que surgía, apagando el dolor latente y dándole un lugar seguro. Un escalofrío placentero bajó por su columna cuando sintió los dedos de Emilia trazar espirales en su cuello, sus uñas deslizándose por sus hombros hasta alcanzar el cierre posterior de su blusa, bajándolo.

Luisa inició un caminado lento hacia atrás, hasta que sus piernas tocaron la cama, haciéndola sentarse, disfrutando de cada curva del cuerpo de Emilia cuando esta se sentó a horcajadas sobre ella. Sus dedos se enrollaron en la tela de la falda, subiéndola lentamente mientras el beso se transformaba en una necesidad fogosa de lucha entre labios, dientes y lengua, todo lo que sus mentes procesaban era la necesidad que tenía una de la otra.

Un gruñido retumbó en su pecho cuando Emilia perfiló su labio inferior con sus dientes, los dedos de Luisa afianzando su agarre en sus caderas, deslizándose por sus muslos expuestos y erizando su piel. Luisa dejó que sus labios vagaran por la mandíbula de Emilia en una caricia suave que procuraba encender la llama dentro de ella, sintiendo como las caderas de su amante se movían contra sus muslos, causando una fricción placentera que pronto dejó huella de la humedad excitante que se desbordaba.

Emilia dejó salir un gemido gatuno cuando Luisa cerró sus labios sobre su pulso en el cuello, succionando una marca suave que contrastaba con la forma en que sus dedos se arrastraban por la cara interior de sus muslos.

Las manos de Emilia descendieron sobre los pechos de Luisa, disfrutando de la suavidad de estos cuando apretó con gracia, ganándose un gemido ahogado por parte de la más alta. El sudor perlaba sus pieles, la luz de la luna se filtraba contra las velas y las manos de Emilia siguieron bajando hasta encontrar el borde de la falda de Luisa, desatando la cinta que la mantenía en su lugar y adentrándose por debajo de esta.

Luisa gruñó agudamente cuando los dedos de Emilia empezaron a jugar con su intimidad, deleitándose en la manera en que estos hacía sonidos húmedos mientras rodeaban ese capuchón hinchado que mandaba sacudidas eléctricas por su cuerpo.

Emilia arqueó su espalda al sentir a Luisa colar sus dedos debajo de sus bombachos, apartando la tela y encontrando sus fluidos, sus dedos rozando la entrada en un toque provocador que buscaba devolverle parte de la placentera tortura que ella daba. Volvieron a besarse, con más fuego, con más ansias, sintiendo sus cuerpos temblar cuando se hundieron una en la otra. En aquel silencio plácido solo se escuchaban los sonidos húmedos de cada penetración, la melodía sinfónica de sus gemidos, los jadeos que ahogaban sus voces.

Luisa presionó tres dedos dentro de Emilia en el momento en que sintió sus uñas romas clavarse en su espalda mientras sus otros dedos golpeaban la pared frontal de su interior; se aseguró de que su pulgar atendiera el botón debajo del capuchón rosado, disfrutando del gemido extendido que se acompañó de Emilia arqueando su espalda. De repente, parecían tener una necesidad insaciable una de la otra, sus dedos se movieron en embestidas erráticas y rápidas, casi violentas, mientras los dedos restantes hacían gestos circulares sobre su mayor punto de placer.

La mano de Luisa se agarró de las nalgas de Emilia, sosteniéndola en su lugar y disfrutando de cómo esta movía sus caderas para encontrar cada embestida de sus dedos, mientras ella misma abría más las piernas, sintiendo a Emilia salir de su interior y dedicarle toda su atención a los movimientos veloces que hacía sobre su capuchón. La tensión se acumulaba en sus cuerpos, los gemidos se entrecortaban por sus voces que desaparecían, sus frentes sudorosas se pegaron, ignorantes de los cabellos que se adherían a sus pieles producto del sudor.

Se miraban una a la otra, disfrutando de esa conexión que crecía como fuego ferviente, respiraban el aliento ajeno, sus cuerpos temblaban ante los movimientos que hacían en sus intimidades. Emilia apretó los dientes, sintiendo aquel calambre placentero recorrer su cuerpo, la tensión acumularse en su parte baja, Luisa sabía que le quedaba poco, podía sentirlo en las contracciones que el interior de Emilia procuraba sobre sus dedos, como no queriendo dejarlos salir, ella misma se hallaba más allá de toda retención.

Cuando el tiempo se perdió de sus nociones, Luisa apretó a Emilia más contra ella, haciéndola arquear la espalda en una forma casi inhumana mientras ella misma se temblaba de pies a cabeza. Los gruñidos y gemidos se extendieron mientras sus músculos se contraían, tensando sus cuerpos como las cuerdas de una guitarra a punto de reventarse, hasta que el clímax bajó.

Respiraban erráticamente, ambas jadeando por el aire que parecía insuficiente en aquella burbuja en la que se habían sumido, hasta que Luisa salió del interior de Emilia con lentitud, no queriendo hacerle daño. Emilia se desplomó sobre Luisa, quien cuidadosamente se inclinó hacia atrás hasta estar acostada sobre el edredón de flores, sintiendo el calor ajeno como una constante que las relajaba y les recordaba que estaban juntas, que no estaban solas.

No dijeron nada por mucho tiempo, solo dejándose llevar por las caricias ligeras que Luisa dejaba en la espalda de Emilia, y por la forma en que Emilia jugaba con los rizos que se habían salido de la coleta de Luisa. Podían fingir, durante ese tiempo, que afuera de aquella casa Encanto no estaba rumoreando sobre ellas, abuela Alma no estaba muriendo y no había una tablilla de cristal verde brillante que auguraba un futuro oscuro para ambas, pero no podían solo huir esta vez, tenían que enfrentar la realidad, sin embargo, Luisa estaba a favor de extender la paz tanto cómo fuera posible.

—Durmamos aquí esta noche —sugirió suavemente, no queriendo romper esa capsula intemporal que las protegía.

—¿No será un problema en Casita? —preguntó Emilia, alzando la mirada para ver a Luisa, quien le sonrió con dulzura y depositó un beso en su frente sudada.

—No nos extrañarán allá.

Emilia sonrió, cansada y complacida, aceptando la oferta de paz poco duradera que Luisa le otorgaba. No quería moverse, no quería romper aquel vinculo de ninguna forma, fue por eso que Luisa simplemente usó su fuerza para impulsarse más arriba en la cama, deslizando en movimientos torpes el edredón hacia abajo y tomando la sábana que cubría las almohadas para taparse.

Se quitaron los zapatos con tirones de sus pies, entre risas infantiles que mostraban lo mucho que les divertía el comportarse de esa forma torpe, ni siquiera se pararon para desvestirse, retorciéndose en la cama con movimientos poco fluidos hasta que las telas se retiraron de sus cuerpos, siendo tiradas al suelo y quedándose solo en ropa interior. Así fue como se abrazaron, manteniendo durante la noche sus mentes ajenas a cualquier problema, ya eso sería algo que tratarían al alba.

                            💚

Bruno estaba de regreso en su cueva, no había tenido una visión en todos esos años, había preferido mantener al futuro fuera de sus acciones, temeroso de que lo que su poder podría mostrarle. El regreso de Luisa y Emilia había cambiado las cosas, si podía ver más, si había alguna forma de protegerlas, él quería ayudar.

—Sabía que volverías aquí —susurró una voz suave desde la oscuridad, sobresaltándolo por un momento, hasta que la persona fue avanzando hacia la luz, dejando que esta mostrara su cuerpo.

—No deberías de estar aquí, Mirabel —dijo Bruno, negando suavemente con la cabeza ante la imagen de su sobrina embarazada.

—Quiero ayudarlas, déjame ayudarte a ayudarlas —pidió ella, mirándolo con sus grandes ojos suplicantes. Bruno amaba a su familia, a su sobrina, por sobre todas las cosas, entendía perfectamente porque ella, de entre todas las personas, sería quien más quisiera proteger a Luisa.

—No sé si el futuro haya cambiado —comentó él, mirando hacia la arena apagada que cubría el suelo.

—Averigüémoslo juntos.

Mirabel se acercó a Bruno, tendiéndole la mano, él la tomó. Se colocaron uno frente al otro, de pie en aquella cueva, mirándose a los ojos con temor, hasta que los ojos de Bruno se volvieron de un color verde brillante. El viento empezó a soplar, la arena se arremolinó alrededor de sus cuerpos, sintieron la presión que ejercía el poder de Bruno sobre el tiempo, hasta que trazos verdes empezaron a formarse entre los granos de arena. Mirabel miró con la misma intensidad con la que lo había hecho hacía casi nueve años atrás, buscando desesperada cualquier alternativa.

La arena mostraba una imagen clara, Luisa y Emilia estaban sonriendo, besándose castamente mientras sus rostros mostraban una alegría que difícilmente la familia Madrigal había visto antes. Los trazos cambiaron, estaban en la plaza de Encanto, la lluvia caía de forma tórrida y las personas se aglomeraban alrededor de la pareja, Luisa estaba arrodillaba en el suelo, Emilia descansaba sobre su regazo, las lágrimas fluían por el rostro de Luisa mientras cargaba el cuerpo ensangrentado de Emilia.

—Tiene que haber algo que nos indique cuándo pasará —dijo Mirabel, afianzando el agarre sobre las manos de su tío, el miedo corriendo a través de ella como sangre.

—Mira la plaza, Mirabel, los adornos —indicó Bruno, señalando hacia los faroles que colgaban desde los tejados.

—Son los adornos de la ceremonia —susurró Mirabel, entendiendo el peso de esa realidad.

La arena de cristalizó en una tablilla verde, mostrando la misma imagen que su predecesora, el viento dejó de soplar y los ojos de Bruno regresaron a la normalidad, con Mirabel sosteniendo el futuro de cristal que se mostraba ante ella. La imagen siempre había sido la misma, debieron de haberlo notado, la decoración de la plaza en la que Emilia moría era la de las ceremonias que se hacían cuando un Madrigal obtenía su don.

—Será mañana —afirmó Bruno, volviendo real un temor para el que no estaban preparados. Ambos se miraron, el miedo y la determinación siendo visibles en sus ojos. Ayudarían a Luisa y a Emilia, costara lo que costara.

                            💙

Al alba llegó más rápido de lo que la pareja hubiese deseado, con el sol dando en sus rostros y despertándolas. La paz y tranquilidad que se había mantenido durante sus sueños se vio explotando en una ansiedad lenta que las hizo mirarse con aprensión: era hora de regresar a la realidad. Emilia fue la primera en darse un baño, con Luisa tomando ropa del armario y dejando la que habían usado el día anterior en la canasta de ropa sucia que nunca habían tenido la oportunidad de usar.

Le dejó a Emilia el vestido rosado con margaritas amarillas bordadas en cada vuelo de la falda y el vuelo del escote, que se ajustaba a la cintura con una cinta rosada más oscura, sintiendo el rubor correr por su rostro cuando la vio salir del baño, atándose la cinta roja que Luisa le había regalado al final de su trenza de espigas suelta que le daba un aire despeinado.

Emilia recogió y organizó la cama mientras Luisa se bañaba, silbando por lo bajo cuando vio a Luisa entrar con el cabello suelto, haciéndose una trenza ladeada con el mechón de siempre, vestida con una blusa amarillo claro que se ajustaba a sus anchos hombros y se cerraba con una cinta en un lazo en el centro, en contraste con la falda púrpura con líneas rosadas al final de esta.

Luisa le sonrió avergonzada cuando Emilia alzó una ceja de forma sugerente, todavía tenían esa dinámica inocente entre ellas que las hacía sonreír como niñas cuando estaban juntas, y les encantaba mantenerse de esa forma. Luisa se sentó en la cama, dejando que Emilia recogiera su cabello en un moño que contenía sus rizos y mostraba su trenza, antes de que llegara la hora de regresar a Casita.

Avanzaron cruzando el puente, sosteniendo sus manos mientras se daban confianza una a la otra, hasta que Encanto despertando en su vida matutina, agitada en las preparaciones para esa noche, se mostró ante ellas. Soltaron sus manos y se adentraron en la plaza, farolillos colgantes adornaban los tejados y había varios puestos cerrados porque todos andaban corriendo, reuniendo la comida y los dulces de la noche, preparándose para la ceremonia que ya se había anunciado que sería doble.

A medida que la pareja caminaba, se fueron dando cuenta que muchos se les quedaban mirando, pero no fue hasta que encontraron la mirada preocupada de Ana que se dieron cuenta de lo que pasaba, los rumores habían regresado con mayor fuerza, el pueblo las rechazaba.

Luisa no había tenido que enfrentarse a eso, a fin de cuentas, habían huido de Encanto antes de que comenzaran y en los pueblos que habían vivido nadie sabía ni sospechaba de la naturaleza de su relación, así que para ella, que nunca se había visto cara a cara con el desprecio de la gente, fue como si alguien hubiese amarrado una soga a su cuello y empezase a apretar, buscando asfixiarla.

Incluso sin tocarla, Emilia había sido capaz de sentir la creciente ansiedad en Luisa, colocando su palma sobre su brazo, dejándole saber que no estaba sola. Fue esa pequeña superficie de contacto lo que devolvió a Luisa sobre sus pies, miró a Emilia como si ella fuera su salvación viviente, sintiendo la ansiedad recluir hacia su interior mientras aquellos ojos iridiscentes le transmitían amor.

—Hagamos esto —murmuró determinada.

Emilia se sobresaltó cuando sintió la mano de Luisa entrelazándose con la suya, miró alarmada a las personas que las rodeaban, incluso encontró la expresión atónita de Ana, que tampoco entendía que sucedía, pero Luisa estaba decidida y Emilia no iba a contradecirla, no cuando podía notar la firmeza con la que caminaba, la seguridad en su porte estirado.

Luisa había dejado su piel y vida misma por Encanto desde su más tierna infancia, si eso no era suficiente para ellos y aun se consideraban en una posición en la que podían despreciarla, ella no iba a ser quien se escondiera, a fin de cuentas, ellos no tenían derecho a opinar sobre su vida. Y si su elección sobre a quién amar era lo único que hacía falta para que la repudiaran, ninguno de ellos merecía dos pensamientos de ella.

Caminaron tomadas de la mano por todo el pueblo, sabiendo que si nadie se atrevía a hablar era por miedo a que Dolores los escuchara y tuvieran a toda la familia Madrigal en su contra. Al final, Alma tenía razón en algo: el pueblo contaba con ellos, los necesitaba, y esa posición de poder también les daba un beneficio, uno del que ellos nunca se habían aprovechado, pero Luisa había hecho lo suficiente por ellos como para no querer aguantarles ni la más mínima falta, menos aun si estas eran juzgando a la persona que amaba.

Respiraron más tranquilamente cuando Casita se mostró ante ellas, lidiar con los Madrigal era más intenso, sobre todo porque ellos no esconderían su desprecio, pero entre ellos tenían a quienes las apoyaban, lo cual disminuía la tensión. Sin embargo, cuando Luisa encontró a Mirabel parada en la puerta, mirándola aprensivamente y señalando con la cabeza hacia un lateral de Casita, supo que algo iba mal, sobre todo por el inconfundible brillo de la tablilla entre sus manos.

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Ya regresé por aquí, pequepinkypitufibolas.

¿Cómo han estado? ¿Se sienten bien? Recuerden tomar mucha agua.

En fin, déjenme saber sus opiniones sobre el capítulo, y si les ha gustado, avancen al siguiente como disculpa por la tardanza. 🥰😘

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