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Capítulo 17- Advertencia.

La puerta de Casita se abrió lentamente, dejando a Luisa pasar; apenas entró en la sala, se encontró con toda su familia reunida. El primero en correr hacia ella fue Toñito, quien ya era un adolescente alto y se veía muy similar a cómo Camilo cuando tenía su edad, ese año estaría cumpliendo quince, se había convertido en un hombrecito.

Luisa sintió las lágrimas de su primo mojar su blusa durante algunos instantes, antes de que este se apartara entre sonrisas y le dejara el camino libre a Mirabel, quien se acercó a Luisa con un abultado vientre de embarazada que dejó desconcertada a su hermana durante unos segundos.

-Luisa -susurró Mirabel, acunando el rostro de su hermana y sonriendo, aun con lágrimas cayendo de sus ojos.

Se abrazaron, porque seis años era mucho tiempo y Mirabel la había extrañado demasiado; los ojos de Luisa se alzaron hacia el hombre de cabello rojizo y pecas esparcidas por la blanca piel que estaba de pie y miraba hacia Mirabel como si esta sostuviera el mundo, él era Ignacio. Vio a Mariano más atrás, cargando a la pequeña Adela mientras Dolores retiraba hojas secas del cabello rizado de su hijo, quien no dejaba de hablar con Pepe como si se conocieran de toda la vida.

Su tía Pepa tenía una nube lluviosa encima de su cabeza, pero su expresión era feliz, quizás por eso su tío Felix no estaba intentando consolarla, sino que solo la abrazaba. Isabela estaba parada al lado de Emilia, ambas en una esquina de la habitación, sonriendo suavemente ante el reencuentro y haciendo bromas a Camilo, quien había recibido un sermón de su madre antes de que esta le acomodara la ropa y le felicitara por su matrimonio, esto último entre dientes, él no le dio importancia.

Cuando Mirabel se apartó de Luisa, esta pensó que todos parecían en calma, pero esto podía deberse a la emoción del momento solamente, pero Luisa no pensó mucho en ello, en cambio, sus ojos buscaron desesperados la mirada que más deseaba ver, encontrando a su tío Bruno en lo alto de la escalera.

-Ella está con mamá -indicó, dejándole saber dónde estaba Julieta.

-Gracias -dijo Luisa, caminando hacia él y dándole un suave abrazo.

-Me alegra que estés de vuelta -afirmó Bruno, dándole dos palmaditas en la espalda antes de apartarse y dejarla subir las escaleras.

Casita movió los tablones a medida que ella avanzaba, dirigiéndose a la habitación principal, esa a la que nadie entraba nunca, al menos no antes de que ella se fuera. Alzó su mano para tocar la puerta, pero vio la manecilla moverse y, antes de darse cuenta, unos ojos con mirada atónita y más arrugas a su alrededor la miraban incrédulos. Luisa sonrió suavemente, mirando la expresión de su madre, hasta que la realidad llegó a Julieta, quien tiró de su hija hacia ella, envolviéndola en un abrazo cálido que logró hacer llorar a Luisa.

-Está bien hija, estás en casa -susurró Julieta, llorando junto con su hija.

Luisa no estaba segura del tiempo que pasaron allí, abrazadas frente a la habitación de Alma, pero eventualmente se separaron, y los ojos dulces de Luisa, algo irritados, miraron con temor hacia la puerta que brillaba con el nombre de Abuela encima. Julieta tomó su mano, apoyándola como años antes no había hecho, y guiándola hacia adentro.

Luisa no estaba preparada para lo que encontró, la habitación era lúgubre, aunque ella nunca la había visitado antes, no sabía cómo era, pero estaba en penumbras excepto por la luz que entraba por la ventana, cuyas cortinas estabas abiertas. La cama estaba en el fondo, y en el centro de esta, demasiado quieta, yacía su abuela.

-Mamá, Luisa ha regresado -dijo Julieta, tocando con su mano el brazo de Alma.

-¿Luisa? -cuestionó una mujer que Luisa no podía creer que fuera Alma, estaba demasiado delgada, se le marcaban mucho los huesos y tenía el cabello blanco muerto, sus ojos se veían nublados mientras miraba en todas direcciones, quizás intentando que su perdida mente evocara el recuerdo de alguna persona con ese nombre.

-Tu nieta -remarcó Julieta, que había aprendido a lidiar con los desvaríos de Alma.

-Luisa, sí -murmuró Alma, finalmente extendiendo la mano hacia la figura musculosa reconocible.

-Abuela -dijo Luisa, tomando su temblorosa mano y sentándose a su lado en la cama, mirándola mientras las lágrimas llenaban sus ojos.

-Luisa, mi fuerte Luisa -reconoció Alma lentamente, su voz rompiéndose en ciertas partes-. Regresaste a tiempo, la familia tiene que estar unida para la ceremonia.

-Sí, lo sé. Todo estará listo para mañana -aseguró Luisa, sonriendo ante el recuerdo de las preparaciones anteriores, ella solo recordaba su ceremonia, la de Mirabel y Camilo, y por último la de Toñito.

-Pedrito tiene que tener un buen don -comentó Alma, apretando de forma débil la mano de Luisa.

-No es Pedrito solamente, Camilo tiene un hijo adoptivo -informó Luisa, viendo la expresión de su abuela pasar a asombro.

-Entonces, hay que preparar todo para una ceremonia doble -concedió Alma, tosiendo al final de sus palabras.

Julieta rápidamente cubrió su boca con un pañuelo, limpiando la saliva sanguinolenta que había manchado sus labios. Luisa le dio una mirada preocupada a su madre, pero bien sabían que nada podrían hacer ya.

-Sí, lo prepararemos, Pedrito y Pepe tendrán una hermosa ceremonia -afirmó Luisa, sabiendo que toda su familia haría hasta lo imposible porque así fuera.

-Mi última...ceremonia -dijo Alma, mirando a Luisa entre su afectaba visión, y alzando su otra mano para tocar su mejilla-. Me alegra tener a mi familia de vuelta.

-Todo será perfecto -aseguró Luisa, su voz rompiéndose al final, ignorando la forma en que su madre salía de la habitación, limpiándose las lágrimas.

-Hija mía, estoy cansada -comentó la abuela, bajando ambas manos y cerrando los ojos.

-Descansa abuela, nos veremos más tarde -Luisa le dio un suave beso en la frente a Alma, soltando sus manos y saliendo de la habitación.

Su madre la esperaba afuera, inclinada sobre la baranda y llorando, cuando sintió a Luisa salir, extendió los brazos para abrazarla nuevamente, dejando que la tristeza de lo inevitable las golpeara a ambas. Si solo el cambio pudiera venir separado del dolor, las personas se harían la vida más fácil y serían más felices.

Emilia estuvo hablando con Isabela hasta que Luisa entró en la habitación de Alma, entonces el silencio se extendió por la habitación. Dolores y Mariano charlaban con José y Camilo, quienes contaban historias de sus vidas que no les habían dicho en las cartas y telegramas, los niños parecían entretenerse juntos y Toñito se mostraba totalmente absorto en escuchar las historias de su hermano, arrimándose a la conversación entre Camilo y Dolores.

La primera mirada que Emilia sintió fue la de Pepa, Bruno se había acercado, saludando a Emilia con un abrazo mientras Mirabel se sentaba, cansada por el embrazado, y Emilia se había sonreído, felicitando a Mirabel, entonces sintió la mirada penetrante de Pepa sobre ella. Poco a poco, la estancia se fue quedando en silencio, hasta que todos se miraban unos a otros.

-Me sorprende que hayan decidido regresar -comentó Pepa, la nube cambiando a un color oscuro y dejando de llover.

-Camilo fue quien nos avisó, dijo que era buena idea, y no era plan de nadie mantenerse lejos ante una situación tan delicada -respondió Emilia; hacía muchos años que la ella débil que se dejaba intimidar había muerto, el día en que su bebé murió también, no iba a dejarse aplastar por nadie, ni siquiera por la familia de su mujer.

-Entiendo que Luisa venga, es tu presencia lo que no me encaja -repuso Pepa, un tono venenoso arrastrando sus palabras.

-Mi vida, no -regañó Felix, con la suavidad que lo caracterizaba al tratar con ella.

-Emilia viene como mismo José, mamá -intervino Camilo, atrayendo la atención de Pepa.

-Mami, ¿qué está pasando? -preguntó Pepe, que miraba en todas direcciones confundido.

-Nada, mi cielo, problemas de adultos -respondió Camilo, transformándose en su versión femenina y cargando a Pepe-. Mejor ve con tía Lola a que te muestre tu habitación, compartirás con Pedrito.

-¡Sí, vamos! -intervino Pedrito emocionado.

-Me llevo a Adela -dijo Dolores, recibiendo a la bebé de los brazos de Mariano y yéndose con los niños, dándole una mirada fría a su madre antes de desaparecer.

-¿Mamá? ¡Tú no eres su mamá! -reclamó Pepa, apartando la mano de Félix de su brazo.

-Para lo que a él le consta, sí lo soy -rebatió Camilo, regresando a su forma masculina y enfrentando a Pepa.

-Todo esto es un sinsentido -exclamó ella, negando con la cabeza mientras miraba a su alrededor.

-Tía, es suficiente -intercedió Mirabel, poniéndose de pie con ayuda de Ignacio-. José y Pepe son la familia de Camilo y Emilia la de Luisa, por ende, son parte de nuestra familia. Se quedarán con nosotros y serán respetados, eso es todo.

Pepa contorsionó su rostro en confusión, un rayo saltando en la nube en su cabeza antes de salir corriendo en dirección a su habitación, con Félix tras de ella. Mariano colocó una mano sobre el hombro de José, indicándolo que lo siguiera y dejara a la familia sola, ellos tenían su propia forma de resolver los problemas, Ignacio insistió a Mirabel para que fueran a su habitación a descansar, algo a lo que ella accedió después de los reclamos de Isabela, quien se quedó hablando con Camilo y contándole lo sucedido a Dolores cuando esta regreso.

-¿Puedo hablar contigo un momento? -pidió Bruno, tocando suavemente el hombro de Emilia.

-Sí, claro -accedió ella, siguiendo al hombre hacia la entrada de la casa, donde Casita les trajo los sombrillas del perchero de la entrada.

Bruno las tomó, ofreciéndole a Emilia la sombrilla floreada y tomando él la que tenía diferentes tonos de verdes, dándole un chal rojizo que destaca sobre su vestido de vuelos blancos y naranjas, y subiendo su capucha mientras la veía envolver sus hombros con la tela de flecos y seguirlo fuera de la casa.

Abrieron las sombrillas y caminaron en silencio bajo la lluvia sin viento que caía pesada sobre Encanto, a causa del humor de Pepa, hasta que la casa estuvo lejos. Tarde se dio cuenta Emilia de que no estaban dirigiéndose al pueblo, sino que tomaban el camino externo hacia la loma, pero no fue hasta que vio su casa, la que no pudo disfrutar en lo absoluto, que se percató de a dónde la llevaba Bruno.

-Mis sobrinas y yo venimos cada semana a limpiarla, la hemos tenido lista por si regresaban durante los últimos seis años -dijo Bruno, deteniéndose delante de la entrada, ambos mirando a la casa totalmente cerrada.

-¿Por qué? -preguntó Emilia, quien había pensado que ya alguien más habría estado ocupando esa propiedad.

-Porque Luisa la construyó para ti, y nos parecía un sacrilegio destruir eso -admitió Bruno, sin retirar la vista de la puerta.

Emilia guardó silencio durante varios minutos, sintiendo el frío calar su cuerpo y la realidad pesar sobre sus hombros. Lentamente, avanzó hacia la entrada, subiendo los escalones hasta que el techo del portal la protegió de la lluvia, cerrando la sombrilla y apoyándola en la pared, sintiendo los pasos de Bruno detrás suyo, quien dejó la sombrilla al lado de la de ella y se apoyó en la pared, viéndola acercarse hasta la barandilla de la cerca del portal y aferrarse a ella con fuerza.

Ambos ignoraron las lágrimas que corrieron por su rostro, o el movimiento espasmódico de sus hombros ante sus sollozos, permitieron que la lluvia sobre las piedras sonara por encima de su llanto y Bruno le concedió ese momento, hasta que Emilia estuvo lista.

-¿Qué pasó durante nuestra ausencia? -preguntó, escuchando los pasos de Bruno, quien se acercó hasta detenerse al lado de ella.

-Mamá empezó a enfermar después de que ustedes se fueran, el peso de sus acciones y el arrepentimiento consumiéndola lentamente, pero no dio su mano a torcer sino hasta hace un mes, cuando empezó a pedir desesperadamente que buscaran a toda su familia, que la quería completa para la última ceremonia que ella dirigiría en vida -declaró Bruno, apoyándose en la barandilla sobre sus antebrazos-. Durante ese tiempo, vi a mi hermana Julieta perder su matrimonio por orgullo, y luego por miedo a que al hablar las cosas no se solucionen, quise ver el futuro para ella, pero me pidió que no lo hiciera y yo acepté, respetando su decisión. Vi a mis sobrinas florecer en su vida, pero también la manera en que se entristecían ante la ausencia de sus hermanos, y yo no podía hacer nada.

-No estaba en tu control, Bruno -consoló Emilia, reconociendo el sentimiento de impotencia que calaba en Bruno.

-Lo sé, pero dolía ver esa aflicción y no poder ayudar -admitió él, tragando grueso y mojándose los labios con la lengua-. Quien peor lo llevó fue Pepa: había perdido a su hijo, visto a su hermana deteriorarse y sentido totalmente inútil ente su madre enferma. Mamá nunca quiso admitirlo, pero tenía mayor preferencia por el don de Julieta, era la única de nosotros que tenía beneficios y cero desventajas, y ante su condición decreciente, Julieta era la única que podía ayudar a sobrellevar la situación. Esto causó mucho daño en mi hermana. No te tomes a pecho su reacción de hoy, está abrumada, no entiende muchas cosas y ha sufrido demasiado, entrará en sí en algún momento, si mamá lo hizo, ella puede.

-Eso espero, ni Luisa ni Camilo merecen pasar por esto, y Camilo no se ve como el tipo de madre que permite que su hijo vea ese tipo de escenas y se quede callado -comentó Emilia, entrelazando sus dedos y apoyándose en sus antebrazos, imitando la posición de Bruno.

-No es ese tipo de madre, no -concordó Bruno con una sonrisa, que rápidamente tomó matices tristes-. Tienen que tener cuidado, Emilia, tú y Luisa más que nadie. Camilo siempre fue un cambiaformas, ese es su don, el pueblo aceptará su condición más naturalmente, pero con Luisa es diferente.

-¿Crees que nos desprecien? -preguntó Emilia, tensándose ante el tono bajo que Bruno había adoptado.

-Hubo rumores después de que ustedes se fueran, Dolores tuvo muchas discusiones durante meses con las personas de Encanto debido a sus comentarios despectivos hacia la posible relación que Luisa y tú llevaban, fue difícil contenerlos -explicó Bruno, mirando directamente a los ojos de Emilia, que se veían opacos ante la lluvia-. Ahora que están de vuelta...

-Los rumores regresaran, ya deben de haber empezado -intervino Emilia, entendiendo lo que Bruno decía.

-No sé qué suceda, no he mirado vuestro futuro desde que la tabla que mostraba sus vidas felices en Encanto se destruyó, junto con aquella en la que tú te ibas y dejabas a Luisa detrás, pero hay peligros acechando fuera -confesó Bruno, Emilia notó la tensión que rápidamente cubrió el cuerpo del señor mayor que la acompañaba.

-¿A qué te refieres? -preguntó, percibiendo que aquella reacción no provenía solo del miedo a los hablares del pueblo.

-La noticia de que ustedes se fueron trascendió las montañas de Encanto luego de que Mirabel estableciera contactos con el exterior. Juan López fue hallado dando vueltas en varias ocasiones, la más reciente fue hace dos meses, parecía regresar pensando que ustedes regresarían. Con el nuevo sistema de negocios que Encanto sostiene con el exterior, será cuestión de tiempo que él se entere de tu regreso; incluso con la audición de Dolores, estás en peligro -advirtió Bruno, una mirada aprensiva penetrando los ojos de Emilia.

Ella pudo notarlo, la advertencia era justa, había miedo en sus ojos, mezclado con una tristeza feroz que no perjuraba nada bueno. Bruno no solo le estaba explicando el peligro, sino que estaba aterrorizado del depredador que estaba afuera, acechando en busca de la oportunidad por acabar con ellas. Fue así como Emilia lo entendió, allí, mientras Bruno palmeaba su hombro y recogía la sombrilla, escuchando sus pasos al bajar los escalones, viéndolo alejarse bajo la lluvia, ella comprendió finalmente el peligro.

-¡Bruno! -gritó su nombre, corriendo bajo la lluvia para alcanzarlo, el agua fría mojando su cuerpo y la desesperación marcando sus facciones; Bruno se detuvo, girando para verla sofocada, mirándolo con miedo y determinación-. ¿Qué muestra la última tabla? ¿Qué hay en el último futuro restante?

El silencio volvió a extenderse entre ellos, el peso de la realidad cayendo sobre ambos de forma aplastante, la lluvia disminuyendo finalmente. Bruno sabía que apenas las palabras salieran de su boca, nada podría devolverlos atrás, ya sería una verdad severa cazándolos durante el tiempo que restara, pero vio la decisión firme de aquella mirada iridiscente y supo porque Luisa se había enamorado de Emilia, había fuego en sus ojos, había vida.

Podía huir, rehusarse a contestar o simplemente mentir, dejando que Dolores escuchara otra cosa, comprándoles tiempo de paz antes de torturarse con el dolor de la verdad, pero eso no era Bruno, así no era él. Sabía que Emilia y Luisa se merecían su sinceridad, comprendía que el miedo nos mantenía atentos, y no había forma de defenderse de un enemigo al que no consideras una verdadera amenaza. Sin embargo, también entendía que, cuando lo dijera, nada volvería a ser igual.

El miedo formaría parte de sus vidas de forma permanente, ya nada lograría hacerlos bajar ese estado de alarma constante. Para ellos sería imposible disfrutar de la estadía si siempre estaban mirando sobre el hombro, buscando quien sería el que soltaría el rumor, quien condenaría su existencia; no quería eso para su sobrina, ni para Emilia, ni para nadie.

Bruno genuinamente desearía romper la tabla y que con eso el futuro cambiara, pero su experiencia anterior le dejaba claro que eso no iba a ocurrir, no había podido salvar a Mirabel y no podía salvarlas a ellas. Ese era su destino, cambiarlo o no, estaba en sus manos, no en las de Bruno.

-Tú muerte -confesó, dándole peso y vida a la mayor de las condenas.

*********
Y aquí estamos de vuelta, ¿qué opinan del capítulo?

Para quienes no sepan, llevo unos días difíciles. Mi gata murió y mi abuela fue diagnosticada con metástasis del cáncer, sin mi papá en el país, es mi responsabilidad cuidarla, por eso solo subiré un capítulo de cada uno de mis libros, apenas pude regresar a escribir ayer. Espero sepan entenderme.

Si leen otros de mis libros, nos leemos pronto, sino, nos leemos la próxima semana. Un placer escribir para ustedes. ❤.

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