Capítulo 14- Herida.
Emilia empacaba toda la ropa que era fácil de llevar en la bolsa de lona, metiéndola sin orden ni forma dentro, las lágrimas mezclándose con el agua dulce de la lluvia que había mojado su cuerpo anteriormente. Sus sollozos resonaban de forma intermitente, saliendo solo cuando su control flaqueaba. El sonido de la puerta abriéndose ante las manos de Luisa fue acallado por un trueno en el cielo, por lo que Emilia se sorprendió cuando sintió aquellos fuertes brazos abrazándola por detrás.
-¡No, suéltame! -gritó, un inútil esfuerzo de resistirse al dolor que en esos momentos la rompía por dentro. Pataleteó, sus manos golpearon con el puño cerrado las manos de Luisa, pero la mayor no la soltó en ningún momento y poco a poco Emilia fue perdiendo la fuerza, dejando que el llanto se soltara por completo.
-Estoy aquí, no me voy a ningún lado, estoy aquí -susurró Luisa, repitiéndolo tanto como hizo falta, hasta que Emilia se calmó, su respiración normalizándose y sus manos aferrándose a las de Luisa.
-Tienes que regresar -dijo Emilia suavemente, su voz apenas un murmullo entre la lluvia.
-No, ya no puedo -repuso Luisa, sus brazos aflojándose a medida que sentía a Emilia girar para mirarla.
-¿De qué hablas? -preguntó Emilia, sorbiendo tiernamente por la nariz, algo que a ojos de Luisa le dio un aspecto encantadoramente infantil.
-No puedo volver porque solo puedo estar donde tú estés, es lo que tiene enamorarse perdidamente de alguien por quien estás dispuesto a luchar hasta las últimas consecuencias, no hay vuelta atrás una vez que pasa -afirmó Luisa, sus manos acunado suavemente el rostro de Emilia, sus dedos limpiando las lágrimas que resbalaban por sus mejillas.
-Es tu familia, no puedo pedirte que...- intentó negar Emilia, siendo interrumpida por Luisa.
-No me estás pidiendo nada -aseguró Luisa en un tono quedo-. Yo lo estoy escogiendo. Si tú me quieres allí, yo quiero estar contigo.
Emilia miró en la profunda mirada café de Luisa, sus ojos perdiéndose en la veracidad de esos sentimientos que iban más allá de ella misma, por encima del todo. Sus brazos recorrieron alrededor del cuello de Luisa, atrayéndola hacia ella en un gesto firme que hizo que sus labios se fundieran en un beso profundo y desesperado, donde el alivio y la aprensión se mezclaban sin forma ante lo incierto.
Recogieron las cosas de Emilia, que no eran muchas, decididas a alejarse de Encanto con nada más que lo que traían, aun si eso significaba que se enfrentaban al mundo sin dinero, pero con toda la disposición. La puerta de la casa fue cerrada con llave y ambas chicas emprendieron el camino por la loma, Luisa asegurando que era una vía más corta que subir directamente la montaña.
En medio de la lluvia que empezaba a calmarse, el galope de un caballo llegó hacia ellas, haciéndolas girar para ver a Bruno y Mirabel llegar en un caballo negro con una mancha blanca que Luisa reconoció como el ejemplar más joven del señor Rogelio, haciendo al caballo detenerse justo al lado de ellas.
-Dolores escuchó por dónde irían y vinimos de inmediato -explicó Mirabel sin que ellas preguntaran nada, abrazando a Emilia primero con fuerza, luego yendo a abrazar a Luisa.
-Te trajimos tus ropas, creemos que las necesitarán -comentó el tío Bruno, alcanzándole a Luisa una bolsa de lona llena de todas sus pertenencias importantes.
-También hay dinero dentro y el señor Rogelio estuvo de acuerdo en darles el caballo, Antonio habló con este para que las cuidara y obedeciera, a lo que Estrella accedió siempre que le den turrones de azúcar -explicó Mirabel, entregando las bridas del caballo a Luisa.
-Pero... -Luisa apenas sabía qué decir, el llanto acudiendo a ella de forma suave ante el apoyo que recibía.
-Escucha Luisa, las demás visiones todavía son posibles, tienen que tener cuidado, si algo pasa intentaremos encontrarlas a través de los animales de Antonio -aconsejó Bruno, su rostro mostrando la inquietud que le caracterizaba cuando temía ante algo.
-Muchas gracias... a todos -dijo Luisa abrazando fuertemente a Bruno y Mirabel, sus ojos mirando hacia Casita a la distancia, donde sabía que Dolores estaría escuchando-. Nos volveremos a ver algún día.
Con la lluvia escampando totalmente, aun con el cielo nublado, Luisa y Emilia montaron en el caballo, recorriendo el camino del bosque que Luisa conocía para evitar las escaladas de la montaña, alejándose cada vez más de Encanto y sus habitantes, una nueva verdad mostrándose ante ellas mientras en la casa Madrigal, la familia se enfrentaba a la nueva realidad: la puerta de Luisa se había apagado.
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-No puedo creer que se haya ido -murmuró Félix, todavía incrédulo de lo que pasaba.
-Yo puedo -aseguró Dolores, mirando con una acusadora frialdad hacia sus tíos, padres y abuela-. Puedo entender que ella o cualquiera de nosotros quiera permanecer lejos de este sitio.
-Dolores, ahora no es el momento -intervino Pepa.
-¿Sino es ahora, cuándo? -protestó Camilo, avanzando hasta quedar al lado de su hermana-. ¿Cuándo van a sentarse y notar que no somos niños ya? ¿Que tenemos muchas cosas que queremos hacer y no podemos porque el collar al cuello, que nos tienen puesto siempre, nos lo impide?
-¡Camilo! -gritó Pepa, sintiendo los brazos de Félix a su alrededor.
-Mira lo que te rodea -exigió Camilo, abriendo los brazos-. Tienes una nieta sin don, a quien recién vienes a prestar atención, una nieta maravillosa que todavía siente la esperanza en tus ojos cuando la miras, aun cuando sabes que ella no desea romance o hijos. Toñito es un niño y tiene que lidiar contigo presionando todo el día para que hable con los animales y que ayuden, cuando lo que desea es dejarlos a todos libres y alejarlos de nosotros. Luisa, no hay nadie aquí más desinteresado que Luisa, y se fue porque tú preferías hacer tú voluntad antes que aceptar su felicidad.
-Hago lo que es mejor para la familia -repuso Alma, mirando a Camilo con enojo.
-No, haces lo que es mejor para ti y eso nos ha llevado al límite de la destrucción dos veces -rectificó Camilo, su mirada impasible ante la molestia creciente de Alma.
-No toleraré este tipo de comportamiento en mi casa -declaró la abuela Madrigal con firmeza, haciendo que Camilo esbozara una sonrisa triste.
-¿Sabes qué es lo más irónico? -preguntó retóricamente-. Que la persona que más amaste y el motivo por el cual haces todo esto, jamás lo hubiera aceptado.
-¡Camilo! -regañó Pepa en un grito ahogado cuando vio a su madre alzar su bastón, sus intenciones de golpear a Camilo siendo claras.
El bastón se detuvo a pocos centímetros de su rostro, la ira en Alma cambiando a un dolor sordo y tristeza profunda, la sala quedando en un atónito silencio ante lo que veían. El sonido del bastón cayendo al suelo se unió a un trueno estruendoso que retumbó en el cielo. Alma cayó en los brazos de Félix y Pepa, que rápidamente la sujetaron para evitar una caída, Dolores aprovechó el aturdimiento de su familia para empujar a su hermano fuera, dándole una orden no dicha de que se fuera.
Él no miró atrás, sus pasos lo llevaron a subir las escaleras, las baldosas se movían ante su caminar, saludándolo tristemente y consolándolo, pero cuando Camilo llegó a su habitación llena de espejos y observó los ojos de su abuelo devolverle la mirada en el reflejo, supo que acababa de herir a su abuela de la forma más cruel posible, y lo había hecho a propósito. Adoptó su verdadera forma y se sentó en el suelo, respirando profundamente y pensando en lo que había pasado.
La determinación fue creciendo a medida que el pensamiento tomaba fuerza, pasando de una idea vaga que ocasionalmente acudía a su mente, a un mantra base para su cordura, hasta que la decisión estuvo tomada. Se puso de pie veloz, sacando la bolsa de debajo de su cama y abriendo su armario, tomando sus ropas sin molestarse en doblarlas, solo metiéndolas sin orden ninguno de forma apresurada, una imperiosa necesidad de salir de allí apoderándose de su piel como una comezón ardiente.
Dos toques en su puerta detuvieron sus movimientos erráticos, Camilo se giró, observando la madera brillante y meditando las posibilidades de responder al llamado, pero al final un suspiro escapó de sus labios junto con el permiso para que la persona pasara, Camilo dándole la espalda a la puerta una vez más y centrándose recoger sus pertenencias.
-Traje esto para ti -la voz de Isabela lo detuvo, haciéndolo girar sobre sí mismo y mirarla. Ella era la última persona que él esperaba allí-. Pensé que podías necesitarlo -continuó ella, elevando más sus manos y mostrando el paño que envolvía panes con quesos y jaleas preparadas por su madre, que ayudarían a Camilo en su viaje.
-¿Cómo sabías que me iría? -preguntó él, dubitativo.
-Porque vi tu reacción allá abajo y Dolores me confirmó que se escuchaba como recogías -respondió Isabela, dejando el bulto al lado de la bolsa y sentándose en la cama.
-No voy a disculparme -aseguró Camilo, mirando firmemente a Isabela.
-No pediré que lo hagas -repuso ella con calma, mirándolo con una pasividad que lo dejó descolocado durante varios segundos-. ¿Me puedes mostrar? -preguntó ella, desviando la mirada hacia la ropa visible en la bolsa y luego de regresó a Camilo, que se vio aterrado un instante antes de suspirar.
-Claro -accedió, alejándose de ella unos pasos y concentrándose con los ojos cerrados.
Sintió su cuerpo ir cambiando lentamente, su piel distenderse y ponerse tersa, sus huesos moviendo su posición y variando sus tamaños, su cabello creciendo, sus rasgos afinándose, su cuerpo volviéndose más estilizado, las curvas marcándose ligeramente en su figura escuálida, hasta que abrió los ojos y observó la mirada fascinada de Isabela. Ella se puso de pie, acercándose tentativamente, con una petición de permiso implicada en sus gestos, hasta que este le fue otorgado, solo entonces alzó las manos y acunó las suaves mejillas entre sus dedos.
-Te ves hermosa -aseguró, observando a la versión femenina de Camilo.
-No es todo el tiempo, pero tengo momentos donde prefiero verme así, que se refieran a mí de esa forma -explicó Camilo, viendo a Isabela asentir en comprensión.
-Ve a dónde nadie lo sepa, ni pueda saberlo -exhortó su prima, dándole un suave beso en la frente antes de salir de su habitación con parsimonia, dejando a Camilo solo, pero más determinado que nunca.
Cuando la noche llegó a Encanto, la lluvia no había cesado, los relámpagos rompían las nubes en el cielo, los truenos retumbaban, el río corría feroz, el viento silbaba tétricamente y, en Casita, habían dos puertas cuyo brillo se había apagado, y dos Madrigales menos en la casa, pero sus mentes y almas, donde fuera que se hallaban, estaban en paz.
❤💙
El cansancio había mellado sus cuerpos, el caballo había corrido tan lejos como había podido, la noche las había alcanzado en el bosque y Luisa había improvisado una carpa para protegerlas, hasta que el alba les alumbró nuevamente el camino. En el primer pueblo dijeron ser hermanas y rentaron una habitación en un hostal, habían tomado el lado opuesto al del antiguo poblado de Emilia, de esa forma estarían fuera de riesgos, así que descansarían allí y decidirían una nueva ruta.
Después de una comida caliente y varias horas de sueño reparador, decidieron que seguirían adelante otros dos poblados más, partiendo durante la noche, para que el calor fuera menos y la incomodidad al caballo también. Mantuvieron la historia de ser hermana en ambos, durmiendo durante los días y dejando el caballo en el establo, partiendo durante las noches frescas que aliviaban la pesadez del camino.
En el tercer pueblo dijeron ser primas que acababan de vivir un derrumbe en su hogar que acabó con la vida de sus familiares, salvándose solo el esposo de la hermana de Luisa y su sobrino, además de ellas. Esa historia conmovió lo suficiente para que nadie dudara de ellas, así que prefirieron mantenerla.
Estuvieron viajando casi un mes antes de llegar al último poblado, en el cual se asentaron luego de que Luisa ayudara a un granjero de ser aplastado por una roca gigante salida de control que rodó ladera abajo. La fuerza de Luisa impresionó a Alonso, quien rápidamente se mostró agradecido con las desgraciadas primas que venían de tan lejos huyendo de su dolor y les ofreció comida en su casa.
Durante la cena, Alonso dejó en claro lo útil que alguien como Luisa podía ser en sus caballerías y a lo largo de su granja, proponiéndole trabajar para él por un salario considerablemente justo, tomando en cuenta las circunstancias.
Con la bolsa de dinero casi vacía, un viaje largo a sus espaldas y la tentativa posibilidad de un hogar, Luisa no dudó en aceptar, consiguiendo una renta en una casita a las afueras del poblado, a menos de diez minutos de la granja y las caballerías de Don Alonso, quien pagó el primer mes de renta por ellas bajo la generosidad de su esposa, Doña Gertrudis.
Luisa se presentó temprano al primer día de trabajo, descubriendo que sus labores no eran muy diferentes a las que tenía en Encanto, solo que tenía menos trabajo, ya que no movería iglesias ni puentes, y le pagaban por ello. Emilia disfrutó la forma en que Luisa se mostró emocionada mientras le relataba su primer día, como si lo que ella contara fuera algo inconcebible, cuando era relativamente normal para los hombres fuera de Encanto.
Después de tres días residiendo allí, Emilia salió a buscar trabajo, aun cuando Luisa argumentó que no era necesario, pero con ella todo el día fuera en la granja, para Emilia la casa se había vuelto una prisión de aburrimiento. Con sus esperanzas totalmente marchitas, pensando que ya no conseguiría nada, Emilia se vio delante de la pequeña escuela del poblado, donde un cartel grande pedía a cualquier mujer con la capacidad de enseñar a los niños de edades preescolares.
Siendo las cuatro de la tarde, Emilia no pensó que la aceptarían, por eso no dudó en abrazar a Luisa, aferrándose a su cuello y cruzando sus piernas por detrás de sus caderas, cuando esta llegó a casa, contándole la noticia feliz.
Había parecido imposible, si Luisa era honesta consigo misma, había pensado que no lo lograrían, pero cuando su cuerpo tocó las sábanas esa noche, sintiendo como el colchón se hundía al lado suyo y luego percibiendo la calidez que la cubrió, con Emilia acurrucándose entre sus brazos, se dio cuenta que ya llevaban un mes en aquel pueblo, dos desde que se habían ido de Encanto, y el mundo no se había derrumbado, por el contrario, parecía que todo iba bien.
-¿En qué piensas, Lulu? -preguntó Emilia con suavidad.
-En la forma en que nos hemos adaptado sin que nada malo pase -respondió Luisa, deslizando sus dedos por la espalda de Emilia mientras sentía como esta se acomodaba sobre su pecho-. No pensé que llegaríamos tan lejos, pero aquí estamos.
-Y aquí seguiremos siempre que no levantes una casa sobre los hombros -bromeó Emilia, recordando la plática donde le había dejado claro a Luisa que el mundo exterior no era como Encanto, que allí no podía alzar un caballo sobre su altura con una mano como si nada.
-Mejor alzó el hospital, ¿qué dices? -contestó burlesca, riéndose y moviendo a Emilia con el retumbar de la risa en su pecho.
-¿Te arrepientes? -preguntó Emilia en un susurro, observando como la expresión sonriente de Luisa pasaba por la turbación un instante, antes fruncir el ceño.
-¿Por qué preguntas eso? -repuso Luisa, la preocupación abriéndose paso en su cuerpo.
-Porque puede que extrañes a tu familia, tu antigua vida -explicó Emilia, sus ojos fijos en el bordado suave del escote del camisón de Luisa, alzando la mirada cuando una mano grande se cernió sobre la suya y apretó ligeramente.
-No me arrepiento -afirmó Luisa, perdiéndose en los ojos iridiscentes avellanas de Emilia-. Tú eres lo mejor que me ha pasado, nada de lo que haga para estar contigo será motivo de arrepentimiento.
Emilia sonrió suavemente, alzando su mano para acunar la mejilla de Luisa y deslizó su dedo pulgar sobre los carnosos labios. Sus ojos bajaron hasta estos y se volvieron a alzar hacia los cafés de Luisa, admirando la manera en que la muchacha entendía la invitación implícita. Luisa se alzó sobre sus codos, empujando el cuerpo de Emilia sobre su espalda contra la cama, quedando encima de ella y mirando como sus rizos llegaban a rozar la nariz de Emilia, que la fruncía tiernamente y sonreía. Luisa descendió poco a poco sobre Emilia, rozando sus narices juntas unos segundos antes de que sus labios se tocaran.
Fue un toque suave, lento, que transmitía entre sonidos húmedos la forma en que ambas podían amarse, la manera en que la lujuria y el romance se mezclaban, convergiendo totalmente en el punto exacto en que sus cuerpos hablaban más que sus bocas, sus gestos siendo un lenguaje más preciso y explícito, y cuando Luisa sintió las manos de Emilia enredarse en sus rizos mientras abría las piernas, la tela del camisón celeste subiéndose ante el camino ascendente de la mano de Luisa, su mente se perdió en el momento, entendiendo todo eso que Emilia no decía.
Luisa no estaba sola, ellas estaban juntas.
Luisa no había perdido, la había ganado a ella.
No la escuchó decirlo, pero podía sentirlo. Emilia la amaba a ella.
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No es el fin, pero admitamos que está bonito 🥺❤💖. Pensé en traerle amor y cariño antes de meter el lado oscuro de la historia. Espero les guste.
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