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Capítulo 13- Elección.

Por extraño que pareciera, Emilia despertó de un buen humor excepcional, sintiendo los fuertes brazos de Luisa abrazándola totalmente, el calor de su cuerpo vistiendo el suyo propio, los constantes latidos de su corazón resonando en sus oídos, su respiración pausada tranquilizando su mente. No podía borrar de su cabeza la noche anterior, ni los seis años de tortura que había vivido, pero podía sentir el alivio recorriendo su cuerpo al saber que Luisa la aceptaba como fuera, que no veía el mal en ella.

—Veo que has despertado de buen humor —comentó Luisa con voz somnolienta, haciendo que Emilia la mirase, una sonrisa extendiéndose por sus labios. Emilia se impulsó hacia arriba en la cama, quedando la parte superior de su cuerpo sobre el torso de Luisa; sus labios impactaron en los de la mayor, un beso efusivo formándose para darle la bienvenida al día.

—Sí, de muy buen humor —concedió Emilia con una sonrisa, sus dedos peinando los rizos de Luisa de forma despreocupada—. ¿Qué crees que pase hoy? —preguntó, no pudiendo negar la preocupación ante la inminente conversación con la abuela.

—No lo sé, de abuela se puede esperar cualquier cosa —respondió Luisa, jugando con la cinta roja todavía atada al cabello de Emilia—. Sea lo que sea, debes de saber que te apoyo a ti, estoy de tu lado. Estoy contigo.

Emilia sonrió suavemente, sintiendo como si su pecho fuera a desbordarse de alegría con esas palabras tan sencillas, pero con tanto peso. Luego de un ligero asentimiento y un último beso en los labios, ambas chicas se levantaron, Luisa preparando el café mientras Emilia se aseaba y buscaba ropa que ponerse, saliendo con un vestido rojo que tenía diseños de fuego en amarillo por el vuelo del escote que caía en sus brazos, con dos tirantes oscuros pasando por encima de sus hombros, y por el borde de la falda, atando sus botas cómodas y la cinta de Luisa sosteniendo su cabello de forma despreocupada en lo bajo de su cabeza, con mechones cayendo por su rostro.

—Ve a asearte un poco, sé que nada de mi ropa te sirve, pero te vendrá bien refrescarte. Calentaré la leche y tostaré un poco de pan, es sencillo, pero nos dará energía —dijo Emilia, saliendo del baño y entrando en la cocina, abrazando a Luisa por la espalda.

—Suena perfecto, Mimi —aseguró Luisa, dándole un dulce beso en la frente antes de irse hacia el baño.

Después de que Luisa regresara, vestida con sus ropas de anoche, ambas chicas desayunaron en un silencio pasivo y cómodo, entre sonrisas y algunos roces de sus manos sobre la mesa, con sus dedos acariciando suavemente el dorso de las manos contrarias, Luisa sonriendo al sentir a Emilia realizar diseños sin sentido en sus brazos. Emilia trenzó el cabello de Luisa en ese lateral que a ella le gustaba, recogiéndolo en una cola suelta en esa ocasión, disfrutando de los rizos que colgaban esponjosos, sujetos por las dos cintas, con algunos que caían ocasionalmente por el rostro de Luisa, una visión altamente adorable para el gusto de Emilia.

Cuando la puerta de la casa se cerró y el puente se mostró delante de ellas, las dos chicas supieron que la utopía había acabado, era hora de enfrentar la realidad. Luisa apoyó su mano en la espalda baja de Emilia un momento, dándole seguridad antes de que iniciaran su caminata. El pueblo ya estaba despierto cuando ellas entraron a sus calles de adoquines, podían percibir las miradas de algunas personas sobre ellas, pero nadie decía nada y todos parecían dispuestos a continuar con sus trabajos.

El primero en saludarlas fue el panadero, quien lanzó un hola efusivo hacia Luisa y luego hacia Emilia, algo que dejó a la última descolocada unos instantes antes de sonreír y devolver el saludo. Ese gesto pareció encender la llama, pronto todos estaban tratándolas como antes de la noche pasada, pareciera que nada había ocurrido y si no estuvieran caminando rumbo a Casita para una plática con Abuela Alma, Emilia incluso podría creérselo, hasta que al final de la plaza una figura conocida las detuvo.

—¿Puedo hablar con ustedes? —pidió Ana, la expresión de Luisa se endureció un instante, pero Emilia colocó su mano sobre su brazo y la tranquilizó, asintiendo en dirección a Ana, que las guió a un lateral de la plaza para que hablaran un momento—. Quería disculparme por lo de anoche, sin conocerte ni conocer a la otra persona involucrada, creí en sus palabras por mi propia conveniencia, porque pensé que si lo que él decía era cierto, podría alejarte de Luisa. Fue una estupidez, te lastimé y lastimé a Luisa, reabrí heridas de muchas personas mayores de este pueblo y realmente lo lamento.

Mientras hablaba, Ana iba rotando la mirada entre Emilia y Luisa, haciéndoles saber que la disculpa era para las dos, mostrándose avergonzada por sus acciones. Luisa no dijo nada, no sabía qué decir verdaderamente, pero Emilia avanzó los dos pasos que la separaban de Ana y alzó la mano tentativamente, anunciando lo que iba a hacer, cuando Ana asintió, Emilia tocó su hombro, sintiendo como la culpa y la tristeza fluían a través de Ana. Desde que había llegado a Encanto, esa habilidad que siempre había negado había ido mejorando, antes podía deducir los sentimientos de las personas, pero ahora los sentía con una claridad impresionante.

—Te perdono, no pasa nada —aseguró Emilia después de notar la sinceridad en los sentimientos de Ana, dejando una caricia sutil con los dedos en el brazo de la chica antes de volver donde Luisa.

—Lo que hiciste estuvo mal, pero creo que todos cometemos errores y tenemos derecho a una segunda oportunidad —dijo Luisa, sabiendo que si Emilia no guardaba rencor sobre el tema, ella no debía hacerlo.

—Muchas gracias —dijo Ana, despidiéndose de ambas chicas y alejándose por el camino, dirigiéndose a donde estaba el resto de su familia.

Luego de verla marchar, Emilia tocó a Luisa, sintiendo la tranquilidad en sus emociones, sabiendo que esa historia había terminado totalmente. Se dedicaron una sonrisa tranquila de unos segundos antes de retomar el camino, el sol ligero de la mañana calentando sus cuerpos mientras subían los adoquines directo a Casita, que las saludó con efusividad cuando las vio paradas delante, abriendo sus puertas para ellas.

Cuando entraron, el ambiente relajado que las había rodeado hasta ese momento, desapareció; avanzando hacia la sala encontraron a toda la familia reunida, menos Antonio, que había sido recluido en su habitación para protegerlo de la conversación que iba a tenerse. La tensión era casi palpable y la Abuela, sentada a la cabeza de los asientos, fue la primera en hablar.

—Siéntense —ordenó Alma con firmeza.

Desde el momento en que no saludó siquiera, Luisa supo que algo muy malo se avecinaba, pero los rostros desconcertados de gran parte de su familia la hacían saber que la abuela no había explicado nada todavía, hasta que encontró la mirada culpable de su tío Bruno y la preocupación de sus hermanas y su prima, allí entendió rápidamente que la conversación tendría menos que ver con los eventos de la noche anterior y más con la naturaleza de la relación entre Emilia y ella. Ambas se sentaron en los sillones dispuestos delante de abuela Alma, cerrando el círculo de asientos ocupados.

Nadie habló en lo absoluto, Luisa esperaba que la abuela iniciara la conversación, pero en cambio, su abuela presionó su bastón en la esquina de una bandeja que sobresalía debajo de su asiento, empujándola hacia afuera, dejando que el verde brillo del cristal llamara la atención sobre la tabla de una de las visiones del tío Bruno, aquella en la que Luisa y Emilia se besaban en la puerta de la casa de Emilia. El jadeo que recorrió la sala fue casi general, pero lo que atormentó a Luisa fue la mirada de su madre, sus ojos llenándose de lágrimas mientras no quitaba la vista del rostro de Luisa.

—Necesito una explicación —dijo la abuela Alma, acallando los murmullos que empezaban a formarse. Emilia continuaba mirando la tabla, sin comprender totalmente en qué momento el señor Bruno había visto su futuro. Mirabel le había explicado cómo funcionaba el poder de su tío, pero era la primera vez que ella lo veía verdaderamente.

—No creo que haya mucho que explicar —respondió Luisa, su mirada firme en la de su abuela, evitando a propósito los ojos de su madre o su padre.

—¿Me estás diciendo que la visión de Bruno es cierta? —preguntó Alma en tono acusativo, su bastón sonando contra el suelo.

—Sí —afirmó Luisa sin acobardarse, Emilia mirándola finalmente con sorpresa inesperada, no creyó que Luisa enfrentara a su abuela de esa forma por ella.

—No, no lo consiento —declaró la abuela, poniéndose de pie y golpeando el bastón en el suelo—. Mi familia no apoya este tipo de acciones. Me temo que Emilia deberá dejar Encanto de inmediato.

—No —intervino Mirabel, poniéndose de pie y enfrentando a su abuela—. ¿Por qué debe de irse solo por amar a alguien más? ¿Tan malo sería que las dejaras ser felices?

—Eso es antinatural, Mirabel —rebatió su abuela con firmeza.

—¿Y por qué decides tú lo que es natural o no? —preguntó Isabela, parándose al lado de su hermana—. Natural sería una familia con hijos, pero yo no quiero eso, ni ahora ni nunca, y sigo viendo tu expresión esperanzada cada vez que un chico se me acerca o tus comentarios de que todavía estoy joven e inexperta y por eso hablo así y me duele, porque no es cierto, yo netamente no quiero eso. ¿Soy antinatural también?

—Isabela, no estamos hablando de eso —repuso su abuela.

—No, estamos hablando de cómo una vez más quieres dominar nuestras vidas, decirnos lo que es normal y lo que no, dictar nuestro futuro, ordenarnos a quién amar. ¿No ves lo mal que eso está? —espetó Isabela, flores con espinas surgiendo a sus pies a medida que se exaltaba mientras una nube de tormenta era creada por Pepa encima de ellos.

—Esto es diferente —insistió Alma.

—No, no lo es —intervino Camilo, su mirada fija en el suelo finalmente alzándose, sorprendiendo a todos—. Nada es diferente, deberíamos tener derecho a escoger a quien amar, sin importar quién sea y que eso esté bien.

—El mundo no lo acepta —repuso Alma.

—El mundo nunca nos aceptó —rebatió Camilo—. Encanto existe porque el mundo no nos aceptaba, vivimos ajenos a ellos precisamente por eso. ¿Por qué hemos de regirnos por sus reglas?

A medida que la discusión aumentaba, Luisa solo podía observar a sus primos y hermanas defendiéndola, sintiendo como no estaba sola. Ella, que se esforzaba tanto por su familia y su pueblo, también podía ser quien fuera defendida en lugar de solo defender.

Sus ojos corrieron por la sala, observando el desamparo en la expresión de su madre, que se mostraba dolida mientras su padre intentaba consolarla, su tía Pepa miraba atónita a sus hijos, sus ojos desviándose hacia Luisa ocasionalmente, el tío Félix intentaba calmarla mientras veía a sus hijos discutir, con Bruno que se había puesto de pie en un vano intento de mediar entre sus sobrinos y su madre.

—¡Basta! —el grito vino de Emilia, quien se sostenía la cabeza con las manos en una expresión adolorida.

Las emociones y los sentimientos de los demás habían llegado a ella con fuerza, intentó bloquearlos, creyó que podría resistirlos al no estarlos tocando, pero no lo lograba, mientas más se agudizaba la discusión, peor se transformaba el ambiente dentro de Casita y mayor era el empuje de las emociones dentro de ella, hasta hacerla sentir que en cualquier momento su cabeza explotaría. Luisa se arrodilló rápidamente delante de Emilia, todas sus emociones anteriores siendo reemplazadas por la preocupación, y luego por el miedo al ver la sangre gotear de la nariz de Emilia.

—¡Mamá! —el llamado desesperado de su hija pareció sacar a Julieta de la nube negra en la que su mente se había embotado, corriendo a la cocina en búsqueda de uno de sus panes con queso y trayéndolo, alcanzándoselo a Luisa rápidamente, quien no dudó en acercarlo a Emilia, pero la joven parecía estar sucumbiendo a su propio tormento—. Por favor, necesitas comértelo —indicó Luisa, partiendo un pedacito del pan y acercándolo a la boca de Emilia, quien hizo un esfuerzo por entreabrir los labios, aceptando el pan y masticando lentamente. Cuando el alimento bajó por su garganta, su dolor empezó a remitir, su cabeza dando vueltas momentáneamente mientras se ajustaba a las emociones que flotaban en el ambiente.

Una por una, Emilia fue aceptando los sentimientos y pesares de los presentes, lentamente dejando que fluyeran desde ellos hacia ella, a través de su propio cuerpo. Podía distinguirlas, darles forma y colores, identificarlas para cada uno, hasta que todas estuvieron en total sintonía con ella misma, solo entonces Emilia abrió los ojos, encontrándose con la mirada café preocupada de Luisa. Esa bondad, ese amor, no merecía ser atacado de esa forma. Lentamente, Emilia se puso de pie, caminando entre los Madrigal hasta llegar delante de Alma, bajo la atenta mirada de todos los presentes.

—Luisa es buena, bondadosa y dedicada, probablemente sea la más inocente de todos ustedes, y la más pura también —dijo pausadamente, su voz llegando a los oídos de todos—. Ha dado todo por este pueblo y su familia, renunciando a la mujer a la que amó durante toda su adolescencia, a su propia felicidad y torturándose por sentir que no era suficiente más allá de lo que podía hacer por ustedes. ¿Es eso lo que quiere para su familia?

—Tú no entiendes nada —repuso Alma, pero su voz había perdido fuerza y su expresión ahora se mostraba dolida y confusa.

—Lo que no entiendo es cómo puede tener esta familia maravillosa y no aceptarlos a todos tal cual son, haciéndolos sentir menos y presionados para cumplir con un estándar inexistente que a nadie le importa, porque nadie va a vivir sus vidas por ellos —afirmó Emilia, su mirada pasando en derredor por los presentes—. El día de mañana, serán ellos quienes habrán vivido infelices siempre, quienes cargarán con el peso de una vida que no querían. Usted no tuvo más opción, la vida misma la forzó a perder a la persona que amaba más que a nada en este mundo, y aun así le quita la posibilidad a sus nietos de obtener ese amor que alguna vez vivió.

—Es diferente, nosotros tenemos una responsabilidad para con el pueblo —argumentó Alma.

—Y primero debería tenerla para con su familia —rebatió Emilia con firmeza—. Sin embargo, en algo tiene razón, ustedes tienen una responsabilidad y usted ha puesto a Luisa en una situación donde no hay forma de ganar. Si ella me escoge, los pierde a ustedes, si los escoge a ustedes, me pierde a mí y vivirá resintiéndolos por forzarla a escoger, al final ella será quien más sufra sin importar qué pase. Así que quien escoge soy yo.

—¿Emilia? —su nombre siendo llamado por Luisa, que emanaba todo tipo de sentimientos de ansiedad y miedo, hizo que Emilia sintiera que podría desvanecerse allí mismo, pero tenía que ser fuerte, por ella, porque Luisa no se merecía eso.

—Yo seré quien se vaya, sin mí,Luisa no tiene más opción que quedarse, así que usted gana —afirmó Emilia, ignorando el segundo llamado desesperado de Luisa, que finalmente se abría camino entre su familia—. Pero... —dijo en un tono más alto, alejándose del tacto de Luisa cuando esta llegó a su lado—, qué le quede claro una cosa: Luisa no tiene nada malo en ella, no hay nada que cambiar y, conmigo o sin mí, seguirán gustándole las mujeres. Mi partida solo le compra tiempo para que ustedes se hagan a la idea, quizás así algún día ella sí pueda ser feliz, porque su voluntad, señora Alma, no cambia en nada quien ella es.

Sus palabras cayeron como una piedra en el centro de la familia Madrigal, todos atónitos ante su declaración. Luisa quiso hablarle, decir algo, pero antes de que pudiera reaccionar siquiera Emilia ya estaba marchándose a toda prisa de la sala, de Casita en sí, dejándolos en familia, pero solos. El agua cayó con fuerza por todo Encanto, Pepa siendo incapaz de controlar sus propias emociones ante lo que se desarrollaba, Julieta miraba a su hija, quien no movía los ojos de la puerta de salida por la que Emilia se había ido.

—¿Por qué? —preguntó Luisa, su voz quebrándose en ciertos puntos, su cuerpo girándose lentamente hasta enfrentar a su abuela, a su familia—. ¿Tan difícil es aceptar que alguien puede ser feliz de una forma que rompe con vuestro marco? ¿Tan imposible es ceder por un momento, pensando primero en la felicidad de aquellos a quienes se supone que aman?

—Luisa —Julieta susurró el nombre de su hija en un jadeo ahogado, incapaz de reconocer a la mujer que iba mostrándose en esos momentos.

—Le he dedicado mi vida a este pueblo y esta familia, y Mirabel fue la única que lo notó y lo agradeció cuando los demás solo sabían exigir más y más de mí. Estaba tan acostumbrada a ese estilo de vida que Isabela tuvo que ir conmigo a la loma todas las tardes durante un año para forzarme a aceptar ese tiempo de descanso y Dolores tuvo que vigilarme, avisándole a Mirabel cada instante en el que yo iba a hacer más de lo que me correspondía —declaró Luisa, su voz no se alzaba y sin embargo, su tono parecía más oscuro y profundamente amenazador de esa manera—. Jamás les he pedido nada, y por una vez decido ponerme a mí misma por delante y ustedes son incapaces de aceptarlo.

—Es solo que… no entendemos —repuso su tía Pepa, su mirada viajando hacia Camilo por un instante.

—No hay nada que entender, nosotros queremos ser felices sin arrastrar nada de vuestras generaciones, tenemos ese derecho, nos guste lo que nos guste —afirmó Luisa, sintiendo a sus hermanas acercarse a ella en consuelo y apoyo, uniéndose Dolores y Camilo prontamente—. Ella escoge irse por ustedes y por mí, y tiene razón, me sería muy difícil escoger yo si soy forzada a ello. Sin embargo, no es nada difícil escoger entre la persona que decide desinteresadamente irse y la familia que prefiere egoístamente retenerme, sabiendo el daño que me harán. Ahora la elección es mía.

Luisa miró por última vez a su abuela y a sus padres, y luego, sin detenerse, salió corriendo de Casita, sus ojos apenas logrando ver nada a través de la tormenta que su tía Pepa había desatado y su cuerpo sobreponiéndose al agua fría del cielo mientras exigía sus músculos al máximo, buscando llegar a la casa de Emilia. Mientras Luisa corría, la visión de Emilia y ella besándose en Encanto, que todavía yacía en el suelo de la sala de Casita, se fraccionaba, el brillo de la tabla apagándose, un camino del futuro desapareciendo.

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Hemos vuelto por aquí, ¿qué les pareció el capítulo? Espero que les haya gustado y sin más, sigan adelante a leer el otro.

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