Capítulo 12- Verdad.
—¡Tú, asesina! —exclamó Juan, dando dos pasos en dirección a Emilia, que rápidamente se vio protegida por Luisa.
—¿Qué demonios está pasando? —preguntó Luisa, mostrando una ira controlada que nadie en su familia o el pueblo le conocía; su cabello, por primera vez suelto, moviéndose ante el ligero viento que había en la noche.
—Que esa mujer es la asesina de mi hermano —espetó Juan, siendo sujetado de un hombro por Ana —. Ella lo acuchilló hasta matarlo y luego quemó la casa. Ella lo mató —continuó, su voz subiendo a gritos que retumbaban en el silencio de Encanto.
—¡Cállate! —intervino Mirabel, ignorando las ordenes anteriores de su abuela de sostener la calma —Aquí nadie acusará a nadie sin pruebas.
—Es verdad —todos quedaron en silencio cuando Emilia habló en un tono calmado que helaba la sangre, Luisa apartándose un paso de ella y girando a verla —. Yo maté a Carlos, lo acuchillé con el cuchillo de cocina para la carne, no sé cuántas veces porque no las conté, me detuve solamente cuando tenía la certeza que no iba a levantarse de ninguna forma. Me limpie, tomé lo necesario y quemé la casa. No miré hacia atrás al irme.
El silencio se extendió cuando Emilia calló, todos mostrándose atónitos ante semejante confesión. Luisa apenas podía procesar lo que escuchaba, los Madrigal mostrándose impactados e incrédulos, el pueblo incapaz de entender del todo esas palabras, hasta que Juan volvió a hablar.
—Eres una zorra —bramó, soltándose del agarre de Ana y avanzando hacia Emilia —. ¡Tú lo mataste! ¡Él era tu marido y tú lo mataste! ¡Yo no estaba allí para defenderlo y por eso lo mataste!
—¡Y lo mataría de nuevo! —gritó finalmente Emilia, su voz alzándose con firmeza de tal forma que detuvo a Juan en su andar —, Y lo mataría cien veces más, y en cada vida que me lo encontrara lo mataría hasta el cansancio —continuó, sus jadeos interrumpiendo sus palabras por momentos, su seguridad al hablar haciendo que su voz llegase a todos —. ¿Dónde estabas tú cuando lo maté? ¿Dónde estabas antes de eso, cuando él literalmente pagó por comprar a una niña que podía ser perfectamente su hija? ¿Dónde estabas cuando pasé toda la noche gritando mientras él me tomaba como un salvaje? ¿Dónde estabas la primera vez que me golpeó? ¿Dónde estabas cada semana cuando yo tenía que visitar al médico para que me curara los golpes, cosiera las heridas y enyesara los huesos fracturados? ¿Dónde estabas todos esos días en que él se iba de viaje a cogerse putas en otros pueblos y me dejaba encerrada en la casa bajo llave y sin comida? Porque decía que así era menos probable que yo tuviera fuerzas para huir.
El miedo ante los gritos de Emilia se extendía entre los presentes, el recuerdo de su cuerpo golpeado llegando hacia los Madrigal; nunca habían preguntado, pero ahora el aspecto de Emilia, las cicatrices y sus pesadillas tenían sentido. Todos permanecían callados, Juan sin poder apartar su vista de Emilia mientras Luisa recordaba las cicatrices que salpicaban la piel que ella acaba de besar con adoración, una ira ciega extendiéndose por dentro hacia un hombre que ya no existía.
—¿Dónde demonios estabas cuando pedí ayuda y todos me dieron la espalda? Todos diciendo que era mi marido y tenía que aguantarlo, que era mi deber como su mujer —bramó Emilia, su voz rompiéndose por momentos entre los gritos —. ¿Dónde estabas cuando me azotaba con el cinto porque la comida no quedaba como él quería, o porque al comprar en el mercado había hablado de más con un vendedor según él? ¿Dónde estabas la noche que me dio una paliza tan grande que me hizo perder al bebé que llevaba dentro? —un jadeo de terror extendiéndose entre todos ante esa última pregunta acusatoria —. Lo maté, lo maté y no me arrepiento. Lo maté y si reviviera lo volvería a matar, lo mataría las veces que hiciera falta porque era un puto monstruo.
Emilia jadeaba ante el esfuerzo y el dolor de esa confesión, las expresiones atónitas, las lágrimas que muchos derramaban, entre ellos gran parte de la familia Madrigal, que apenas si podía comprender que existiesen personas así de crueles en el mundo. Luisa lloraba en silencio, si nunca había preguntado era precisamente porque comprendía el dolor desgarrador que el pasado de Emilia significaba sobre ella, su único deseo en esos momentos era poder matar ella también a ese malvado monstruo, pero al no poder ser posible, solo podía prometerse proteger a Emilia en todo momento.
—Tú eras su esposa, si mi hermano hizo todo eso es por tu culpa —espetó Juan, su voz rompiendo el silencio, su afirmación asombrando a todos —. Mi mamá lo decía todo el tiempo: Carlos no era así antes de conocerte a ti y un hombre tiene que disciplinar apropiadamente a una mujer. Todo lo que él hizo fue tu culpa.
La última palabra de Juan se vio interrumpida por un golpe seco que lo envió cinco metros más allá, su cuerpo impactando contra una de las paredes de los puestos de la plaza, creando una marca en la piedra. Todos miraban atónitos a Luisa acercarse de forma lenta y salvaje hacia él, sosteniéndolo del cuello y elevándolo en el aire, empotrándolo con un solo brazo contra la pared al lado suyo, su mirada iracunda mientras su mano privaba de aire al forastero. Su familia gritando su nombre, pidiendo que se detuviera, pero las palabras parecían obstruirse por una bruma extraña que impedía que Luisa entendiera nada.
—Luisa, por favor —la voz suave y rota de Emilia la llamó, sacándola ligeramente de ese estado nubloso en el que se encontraba, Luisa giró suavemente la cabeza, sus ojos encontrándose con el rostro triste de Emilia —. No lo hagas, no tú —suplicó Emilia. Luisa gruñó por lo bajo, girándose nuevamente hacia Juan, su agarre afianzándose y notando el color purpúreo que iba extendiéndose por el rostro del hombre.
—Te vas a ir de Encanto y no vas a regresar, ni tú ni nadie de los tuyos. No aceptamos monstruos aquí —dijo, con una voz gutural que erizó las pieles de todos los presentes.
Lo soltó, disfrutando la forma en que el cuerpo desmadejado de Juan caía desplomado al suelo y él jadeaba por aire, teniendo dificultad para obtenerlo. Luisa se giró, caminando firmemente hacia Emilia, quien no dudó en aceptar el abrazo suave y delicado de Luisa, sintiendo su musculoso cuerpo relajarse mientras apretaba a Emilia con dulzura, con la serenidad de alguien que es aceptada.
—Osvaldo, Miguel —llamó Alma firmemente, atrayendo la atención de todos —, Llévense a ese tipo lejos de aquí —ordenó, viendo como los dos hombres de inmediato tomaban a Juan por cada brazo, parándolo y caminando hacia los caballos, llevándolo casi a rastras —. La fiesta ha concluido, tenemos mucho que asimilar y aceptar, necesitamos descansar apropiadamente. Pido absoluta discreción sobre el tema, los niños no deben de tolerar este tipo de conversaciones cuando sus preocupaciones deben ser regresar temprano a casa después de jugar. Espero ser lo suficientemente clara — todos asintieron ante las palabras de Alma, quien esperó pacientemente a que los lugareños se retiraran para dirigirse a su familia —. Es hora de nosotros irnos también, mañana será otro día.
—Yo me quedaré con Emilia —anunció Luisa; la forma en que se aferraba a Emilia en aquel abrazo, la mirada firme y segura, todo dejaba en claro que no estaba preguntando ni pidiendo permiso, era meramente una información, y para sorpresa de los Madrigal, Alma asintió con la cabeza.
—Mañana hablaremos —fue lo único que dijo la abuela, iniciando el recorrido con el resto de la familia siguiéndola, lanzando miradas de compasión y disculpas hacia Emilia, quien se negaba a mirarlos y mantenía la cabeza escondida entre los brazos de Luisa, enterrada en su abdomen.
—Vamos a casa, Mimi —susurró Luisa cuando estuvo segura de que estaban solas, aun sabiendo que Dolores las escucharía, pero ya había escuchado momentos más íntimos esa noche.
Emilia no contestó, limitándose a asentir con la cabeza y dejarse llevar por Luisa, quien decidió cargarla en sus brazos para hacer el viaje más rápido y llevadero. Abrió la puerta de la casa con una mano cuando llegaron, entrando con cuidado de no lastimar a Emilia y cerrando tras de ella, caminado hacia el cuarto que todavía se encontraba desordenado de su anterior encuentro, pues ellas habían decidido regresar a la plaza considerando que llevaban mucho tiempo lejos y no querían que nadie se preocupara. Una mala elección.
Con cuidado, Luisa depositó a Emilia en la cama, buscando en el armario uno de los camisones y regresando hacia ella, quitándole los zapatos y el vestido con suavidad, buscando que se sintiera cómoda. La expresión de Emilia era alejada, como si estuviera sumida en las profundidades de su mente, ajena a todo lo que la rodeaba. Cuando la suavidad del camisón vistió su cuerpo, Luisa pasó a quitarle los aretes y el collar, sus manos pasando por su cabello dispuesta a quitarle la cinta roja, pero una mano de Emilia se cernió sobre su muñeca, deteniéndola.
—¿Quieres que la deje puesta? —preguntó Luisa suavemente, su voz apenas un susurro en la madrugada. Emilia solo asintió con la cabeza, sin mirarla ni hablar —. Está bien, vamos a la cama —dijo Luisa, quitándose sus propios zapatos y quitando las sábanas, acomodando un poco la cama para dormir apropiadamente. Sus manos llevando con delicadeza a Emilia a acostarse, arropándola con las sábanas y ella acomodándose al lado suyo.
—Maté a un hombre —dijo Emilia suavemente, su mirada enfocada en el vacío, incapaz de mirar a Luisa.
—Lo sé —aseguró Luisa suavemente, mirando en detalle la expresión dolida de Emilia, la manera en que sus ojos avellanas se llenaban nuevamente de lágrimas.
—¿Por qué estás aquí entonces? —preguntó Emilia, frunciendo el ceño en confusión, incapaz de comprender cómo alguien tan bueno como Luisa se quedaría con ella después de saber eso.
—Porque ese hombre era un monstruo y tú solo te defendiste —aseguró Luisa —, Y me alegra que lo hayas hecho —añadió, finalmente logrando que los ojos de Emilia la miraran, la impresión y confusión cubriendo su mirada —. Él te hubiera matado eventualmente uno de esos días, de esta manera al menos pude conocerte —se explicó, su dedos acariciando con suavidad el rostro de Emilia —. No tienes que disculparte, justificarte o explicarte, yo lo entiendo, no hay más nada que hablar.
Emilia no dijo nada, simplemente cerró la distancia entre ellas en la cama, hundiendo su rostro en el pecho de Luisa y llorando; el alivio llegando a ella finalmente, el peso cayendo de sus hombros en su totalidad. Luisa la arrulló como hacía dos meses había hecho, sus manos dejando caricias suaves en la espalda y la cabeza de Emilia, sus labios depositando besos en su frente y su pelo, ella tarareando bajito una canción de cuna que su tía Pepa le cantaba a Toñito cuando este estaba asustado en las noches y Mirabel no lograba tranquilizarlo. La noche se extendió de esa forma, hasta que los sollozos pararon y el sueño venció a Emilia, solo entonces Luisa se dejó llevar, cerrando los ojos.
« Mañana será otro día.»
🖤
Ninguno de los Madrigal dijo nada cuando llegaron a Casita, que les abrió las puertas de forma silenciosa, notando el estado de ánimo pesaroso de sus integrantes. Apenas entraron, cada uno se desvió a su habitación, teniendo sus propios fantasmas con los que lidiar después de todas las revelaciones del día. Mirabel miró a su tío Bruno antes de que este se encerrara en su torre, un silencioso tratado donde ambos sabían que él iría a ver el futuro, necesitando estar seguro del bienestar de su sobrina, el cual ahora dependía de otra persona externa a su familia.
Bruno cerró la puerta, caminando entre los pasillos hasta llegar a la habitación de las visiones, sus pisadas marcando en el silencio de la arena. Sus ojos repasaron cada una de las tablas verdes, observando aquella en la que Emilia y Luisa estaban felices en su casa, donde Luisa lloraba delante de su familia y Emilia se iba, Luisa sosteniendo el cuerpo sin vida de Emilia, Luisa lejos de Encanto con Emilia en otro lugar. Las cuatro visiones se habían armado desde la llegada de Emilia hasta el momento, con Bruno revisando el futuro cada cortos períodos de tiempo, buscando cualquier vacío para asegurarse que solo las dos donde Luisa era feliz terminaran volviéndose realidad.
Tragando grueso por el nerviosismo, Bruno se paró en el centro de su habitación, la arena adaptándose a los trazos que tanto él había repetido en los últimos dos meses, el viento soplando fuerte, elevándola en un torbellino que dejaba a Bruno en el centro. Sus ojos volviéndose de un brillante color verde, la magia fluyendo por su cuerpo, llenando todo el lugar.
La arena empezó a cambiar de forma, adaptándose al futuro que se mostraba, las figuras moviéndose, pasando por los cuatro caminos hasta ahora probables antes de detenerse, el tiempo repasando los acontecimientos recientes, mostrando lo que se aventuraba. La arena tomó la forma de Luisa, estaba discutiendo con su familia, detenida delante de ellos, Emilia parada detrás. Se transformó en la imagen de Emilia marchándose del pueblo, lágrimas cayendo por su rostro, cambiando hacia la visión de Luisa corriendo con ella, alejándose de Encanto, y de nuevo Luisa arrodillada bajo la lluvia, el cuerpo de Emilia entre sus brazos. Bruno jadeó, incapaz de ver más que eso, la tabla verde brillante cayendo entre sus manos con la última imagen mostrándose.
—Así que ellas tienen ese tipo de relación —la voz de Alma llegó clara en medio del silencio de la habitación, Bruno dejó caer la tabla al suelo, la piedra bajo suyo recibiéndola y fragmentándola en pedazos.
—Mamá, no es cómo crees —intentó defenderlas Bruno, pero su madre alzó la mano en un gesto de silencio.
—No quiero mentiras, Bruno —afirmó Alma, caminando hacia las demás tablas de cristal verde, observando las imágenes que hasta ahora Bruno había visto —. Mañana lidiaremos con este problema.
Alma no dijo nada más, salió tan silenciosamente como entró en la habitación, alejándose de Bruno y sus visiones. Cuando Bruno salió de la impresión de lo que había pasado, corrió apresuradamente a través de las paredes de Casita, por las rutas que anteriormente fueron su hogar durante diez años, llegando hacia la pared que él sabía que daba a la habitación de Dolores, tocando con fuerza para que ella lo escuchara como un tono normal.
—¿Quién anda allí? —preguntó Dolores, su voz amortiguada por la pared de la casa.
—Lola, es Bruno, necesito que vayas a la habitación de Mirabel de inmediato, algo malo ha pasado —dijo Bruno, tan alto como podía para que los oídos de Dolores, que tenía una audición normal dentro de su habitación, pudieran escucharlo.
—Te veo allí, tío Bruno, llevaré a Isabela conmigo —afirmó Dolores.
Bruno aceptó la palabra de su sobrina y salió corriendo por las rutas que lo llevaban hacia uno de los cuadros cercanos a la pared de Mirabel, observando atentamente que su madre estuviera en su cuarto antes de salir y tocar suavemente la puerta. Apenas Mirabel abrió con mirada confundida, Bruno entró sin pedir permiso y tapándole la boca, llevando su dedo a sus labios para pedirle silencio. Mirabel no dijo nada, asintiendo con la cabeza para hacerle saber que permanecería callada, y ambos esperaron hasta que, segundos después, entraron Isabela y Dolores.
Dolores cerró la puerta y todos esperaron, ella escuchó, asegurando las posiciones de todos en la casa. Su madre estaba peleando con su padre, o más bien estada descargando toda una verborrea de ofensas hacia el esposo muerto de Emilia, una nube negra resonando en relámpagos sobre su cabeza mientras Félix intentaba calmarla, con Pepa asegurando que si algún hombre así se casaba con alguien de su familia, ella misma lo mataría con un rayo.
Camilo se dedicaba a jugar con Toñito, que se había despertado cuando todos entraron en la casa, pero no había avisado de su presencia porque notó que su familia estaba deprimida. La tía Julieta y el tío Agustín lloraban, ella más que él, mientras que él cariñosamente acariciaba su cabello, escuchando sus protestas sobre como la vida había sido injusta con esa pobre chica. La abuela Alma permanecía en silencio, para Dolores era difícil incluso percibirla, pero pronto pudo decir que estaba en su habitación, dormida.
—Bien, podemos hablar —afirmó finalmente y las tres muchachas miraron hacia su tío.
—Mamá sabe lo de Luisa y Emilia —anunció Bruno, un jadeo general de preocupación corriendo entre sus tres sobrinas.
—¿Cómo? —cuestionó Isabela.
—Fui a la cueva para tener una visión, necesitaba saber qué acarrearían los eventos de hoy, mamá me siguió y vio las tablas de las otras cuatro visiones —explicó Bruno sintiéndose culpable.
—No es tu culpa —aseguró Mirabel, notando el cambio de humor de su tío —. La abuela traspasó tu privacidad, no hiciste nada malo.
—¿Ahora qué hacemos? —preguntó Dolores, el nerviosismo apoderándose de ella.
—¿Qué viste en tu visión, tío Bruno? —interrogó Mirabel, necesitando todos los detalles antes de tomar una decisión.
—Lo mismo de antes, ninguna de las cuatro visiones ha cambiado, no desde que la cuarta se añadió la noche en que vine a contarte lo de Luisa —respondió Bruno, confundido por cómo era posible que nada hubiera cambiado conforme transcurría el tiempo.
—Eso significa que lo que sea que determinara qué visión es la definitiva todavía no ha pasado —intervino Isabela, sus palabras haciendo pensar a los demás.
—Dijiste que abuela dijo que hablará mañana, ¿y si es eso? ¿y si el resultado de esa conversación es lo que determinará lo que ocurra? —propuso Mirabel, mirando con aprensión al resto de su familia.
—Lo que no entiendo es cómo eso puede terminar con Emilia muerta —comentó Dolores, analizando la opción de Mirabel.
—Puede que la visión de Emilia muerta sea determinada a raíz de otra visión —comentó Bruno, atrayendo la atención de sus sobrinas —. Ha pasado antes, el futuro se muestra incierto y para determinar el camino final, una parte de las visiones tienen que ocurrir primero. Como cuando Mirabel arregló el milagro, primero tuvo que destruirse, de cierta forma, se cumplieron ambas visiones que tuve.
—¿Cómo podremos saber qué visión es la que lleva a ese desenlace? —cuestionó Dolores con expresión preocupada.
—No podemos, no hasta mañana al menos —declaró Bruno, un peso denso cayendo sobre los cuatro. Fuera lo que fuera que pasara, primero había que enfrentarse a Abuela Alma.
***********
Y eso es todo por esta semana, espero que les haya gustado y no dejarlos muy picados con ello.
Déjenme algún comentario con sus opiniones, pensamientos e hipótesis, les di las cuatro opciones, ¿cuál creen que se cumpla? Los estaré leyendo.
Besitos❤❤❤
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro