Capítulo 11 - Deseo.
Las manos de Luisa eran suaves, contrario a lo que Emilia esperaría de alguien que carga rocas, puentes e iglesias, y la trataban con una delicadeza que la hacía sentir frágil y amada a la vez. Luisa la bajó cuando estuvo cerca de la cama, dejando que los pies de Emilia tocaran el suelo y sus piernas estuvieran estables para sostenerla. Se miraron en silencio durante unos pocos segundos, sintiendo el deseo que se arremolinaba en el aire a su alrededor; Luisa acunó el rostro de Emilia, viendo como la menor cerraba los ojos e inclinaba la cabeza hacia su tacto, un gesto que con anterioridad ella misma había hecho.
Sus dedos acariciaron suavemente, descendiendo por su cuello, su otra mano deslizándose en una caricia ligera por el brazo de Emilia, ascendiendo hacia su hombro. Su mano encontró los lazos que ataban la parte superior del vestido, mientras que la otra rodeó son lentitud la cintura de Emilia, alcanzando el lazo de la cinta ancha en que ajustaba el vestido a su cuerpo y tirando de este, viendo como lentamente la cinta aflojaba hasta que se soltaba, dejando que la tela cayera pesante alrededor del cuerpo de Emilia.
Emilia abrió los ojos, encontrándose con la delicada mirada de Luisa, quien parecía determinada a tomarse su tiempo, pero la menor sentía que sus propias manos picaban ante la tentación de sentirla, así que las alzó un instante en una muda petición de permiso que recibió el asentimiento de Luisa. Emilia llevó sus dedos a la cinta que sostenía la falda de Luisa, deshaciendo el lazo y posteriormente el nudo, dejando que esta cayera hacia el suelo, arremolinándose a los pies. Luisa alzó sus pies hacia atrás, desatando sus zapatos uno a la vez, y arrojándolos lejos en un movimiento lento que fue seguido por Emilia, quien llevó sus manos al borde de la blusa de Luisa, tomándola entre sus dedos y tirando de ella de forma pausada hacia arriba.
Luisa la ayudó, alcanzando el borde del cuello de la blusa y tirando de este mientras alzaba los brazos, quedándose únicamente con su ropa interior: unos bombachos blancos sencillos y un sujetador de tela que se adaptada a sus senos perfectamente. Emilia apreció los músculos de Luisa, su cuerpo marcado por todas partes por aquellas definiciones que eran prueba de su fuerza, su mirada de adoración ante cada parte de piel expuesta por la mayor. Sus ojos se alzaron hacia Luisa, su mano pidiendo permiso para tocarla. La mano de Luisa alcanzó la palma de Emilia, llevándola directamente hacia su abdomen, tragando grueso cuando sintió esos delicados dedos empezar a recorrerla.
Emilia ascendió en su curioso tacto, disfrutando de la firmeza de los músculos a medida que ella avanzaba, recorriendo luego ambos brazos de Luisa, llegando a su cuello, a su rostro. Sus pies se pararon en puntas, alzando su estatura unos pocos centímetros y sus dedos encontraron la cinta en el cabello de Luisa, tirando de esta y viendo aquella cortina rizada caer hasta los hombros de la mayor, enmarcando su rostro de la forma más hermosa que Emilia podía siquiera imaginar. Su pecho subía y baja con pausa ante sus respiraciones profundas, sabiendo que ella tenía marcas que la comida de Julieta no había podido curar, que en comparación con la perfecta mujer delante de ella, estaba muy atrás.
Luisa extendió sus manos hasta acunar nuevamente el rostro de Emilia, descendiendo su estatura, llegando a sus labios, donde depositó un tierno beso que se fue extendiendo cuando sintió a Emilia responderle, transmitiéndole en ese suave movimientos de labios toda la adoración que había alcanzado a sentir en esos dos meses. La tensión se disipó en Emilia, junto con las dudas, sus propias manos alcanzaron las cintas del vestido, aflojándolas mientras ella sacaba los pies de sus zapatos, agradeciendo que fueran sandalias sencillas fáciles de quitar. Cuando empujó el calzado lejos, quedando cinco centímetros más bajita que antes, Luisa se apartó de ella unos segundos, observando como las manos de Emilia deslizaban el vestido por sus brazos, bajándolo hasta que la tela cayó por su propio peso, dejándola en ropa interior delante de Luisa.
—Eres hermosa —afirmó Luisa en un susurro jadeado, siendo incapaz de hablar más alto que eso, y Emilia alzó la mirada, encontrando solo sinceridad en los ojos cafés.
Su cuerpo avanzó, acortando el espacio que las separaba y aferrándose a Luisa, que reaccionó a tiempo para elevarla en sus brazos una vez más, permitiéndole a Emilia besarla con deseo, su lengua moviéndose con la impaciencia de un niño que descubre un regalo nuevo. Las manos de Luisa acariciaron su cuerpo con firmeza, disfrutando de cada curva por la que se deslizaban, incluso con la ropa interior de por medio, la piel y calidez de Emilia era casi abrumadora para la mayor.
Luisa caminó los dos pasos que las separaban de la cama, arrodillándose sobre esta y luego inclinándose, depositando a Emilia con delicadeza entre las sábanas. El cabello de Emilia hizo un arco alrededor de su rostro, su pecho subiendo y bajando entre jadeos, sus ojos gritando por más. Luisa descendió sobre ella, sus labios depositando besos suaves por todo el contorno de la mandíbula de Emilia, descendiendo sobre su cuello, dejando un beso húmedo allí donde el pulso de Emilia se marcaba con rapidez contra sus labios. Las manos de Emilia desfilaban por la espalda de Luisa, encontrando el broche del sujetador y zafándolo con movimientos torpes, que hicieron a Luisa sonreír, antes de dejar una suave mordida sobre la clavícula de Emilia, que la hizo gemir.
Dejó que Emilia deslizara los tirantes del sujetador por sus brazos, sacándolo fuera y arrojándolo por el borde de la cama; las manos de Luisa acariciaron las piernas de Emilia en un recorrido ascendente desde sus tobillos, algo sencillo considerando la diferencia de estatura y la manera en que la menor alzaba las piernas hacia el tacto de Luisa, quien bajó la cabeza hasta depositar un beso en el lateral de la rodilla, subiendo su camino desde allí mientras su otra mano acariciaba con suavidad la piel del abdomen de Emilia, llegando hasta el límite del sujetador, pero sin pasarlo.
Cuando los labios de Luisa dejaron un último beso en el borde de los bombachos de Emilia, esta se arqueó sobre la cama en un gemido de placer y frustración, algo que Luisa disfrutó. Su mano finalmente recorrió con firmeza los costados de Emilia, siguiendo el recorrido de las costillas hasta llegar a su espalda y encontrar el cierre del sujetador de esta, desabrochándolo con menos problemas que Emilia y agradeciendo que este no tuviera tirantes, pues apenas el cierre fue abierto, Luisa retiró la prenda, encontrándose con dos senos del tamaño perfecto para caber en sus manos, con los pezones de un tono rosado rojizo oscuro que se alzaban duros hacia ella.
Los ojos de Luisa subieron hacia los de Emilia, encontrando una mirada nublada por el deseo. Emilia humedeció sus labios con su lengua antes de asentir vagamente, por lo que Luisa tomó el consentimiento y bajó, depositando más besos por todo el abdomen bajo de Emilia, disfrutando de cómo ella movía las caderas ante cada roce, ascendiendo por el centro de su vientre, hasta que una de sus manos fue su apoyo en la cama y la otra se afianzó sobre las caderas de Emilia, con sus labios rozando suavemente la piel de los senos. Sus ojos se alzaron hacia Emilia, sintiendo como esa mirada avellana, turbada por el placer, la miraba constantemente y sin romper el contacto visual; Luisa cerró sus labios sobre uno de los pezones de Emilia.
Emilia gimió largo y agudamente, sus manos aferrándose al cabello rizado de Luisa, su espalda arqueándose y sus ojos cerrándose. La lengua de Luisa fustigaba su pezón mientras su mano hacía movimientos circulares delicados sobre su cadera, bajando lentamente sus bombachos y todo lo que Emilia podía sentir era un calor líquido recorriendo su cuerpo, su interior mojado contrayéndose ante la excitación, sus piernas que se abrían ante el cuerpo de Luisa, sus pies que rastrillaban las piernas más musculosas mientras sus propias manos tiraban de aquel cabello extrañamente suave para alguien con rizos.
Su respiración jadeante se volvía cada segundo más inestable, especialmente cuando las caricias de la mano de Luisa bajaron hacia la parte más alta de su muslo, sabiendo que parte de su mano podía sentir la humedad en su ropa interior, mientras la boca de Luisa cambiaba hacia el otro pezón, succionando con firmeza y soltando por momentos, disfrutando de la forma en que un sonrojo oscuro se extendía por el rostro y pecho de Emilia. Los pies de Emilia alcanzaron el elástico de los bombachos de Luisa, tirando de estos hacia abajo, un gesto que la mayor entendió, alejando su mano de la piel de Emilia un momento para sacarse su propia ropa interior, devolviéndola a la pierna de Emilia en un recorrido ascendente que la llevó hacia el centro de la excitación de Emilia.
—Lulú —llamó Emilia, su voz apenas audible y embriagada por las sensaciones; Luisa alzó la cabeza lo suficiente para verla, Emilia se mostraba totalmente perdida entre sus emociones —Por favor.
Hacerla suplicar parecía cruel y Luisa no soportaría torturar a Emilia, no dudó un segundo en alzarse sobre sus rodillas, llevando sus manos al elástico de las bombachas de Emilia y tirando de estas, dejándola totalmente desnuda entre las sábanas rojizas de la cama. Sintió el peso de su propio deseo arder dentro cuando vio a Emilia así, sus piernas ligeramente abiertas, su intimidad expuesta ante ella, la humedad brillando mientras descendía hasta la cama. Sed, si Luisa describiera su sensación de alguna forma, sería diciendo que se sentía como una persona sedienta en el día más caluroso.
Sus manos abrieron más las piernas de Emilia, descendiendo en una caricia significativamente más firme que las anteriores. Ella se inclinó hacia adelante, dejando besos por todo el borde de las caderas de Emilia, disfrutando de los movimientos involuntarios de esta, hasta que su aliento chocó con los labios íntimos, viendo la manera en que brillaban por los fluidos de la muchacha de cabello oscuro. Sus dedos abrieron sus labios, disfrutando de la imagen tan excitante de sus pliegues expuestos, mostrando cada contracción sobre la nada, y ese botón que se mostraba hinchado para ella. La lengua de Luisa recorrió toda la húmeda entrada, deleitándose en el sabor, el sonido melodioso de un gemido a medio camino de un gruñido llegando a ella y exacerbando sus sentidos.
Su lengua se adentró, sintiendo las contracciones sobre ella mientras sus manos trataban de sujetar a Emilia en el lugar sin hacerle daño, disfrutando de la humedad desbordante que aumentaba por momentos, o de los dedos que se enterraban en su cabello mientras aquellas piernas preciosas subían por encima de sus hombros, sintiendo sus tobillos tocando su espalda. Luisa sacó su lengua, sonriendo ante el gruñido de frustración que se extendió en un gemido agudo cuando ella cerró sus labios en una succión sobre ese punto rosado que acumulaba todas las sensaciones más importantes en ese momento.
Emilia se tensó, su cuerpo temblando ante cada succión de Luisa, o cuando su lengua fustigaba con firmeza en diferentes direcciones y gestos circulares. Su mente parecía haberse vuelto líquido, sus manos dejaron el cabello de Luisa, aferrándose a las sábanas hasta el punto en que uno de sus dedos rasgó parte de la tela cuando una de las manos de Luisa ascendió por su abdomen y llegó hasta su seno, tocándola con firmeza, sus dedos cerrándose sobre su pezón. El calor en Luisa iba aumentando hasta el punto en que apenas podía centrarse, su mano libre descendiendo debajo de ella misma, llegando a su propia intimidad goteante por la excitación y tocándose, gimiendo en el momento en que su lengua daba otro lengüetazo por los pliegues de Emilia.
Los ojos avellanaba se fijaron en la mujer entre sus piernas, notando el movimiento de la mano que no la estaba tocando a ella, sabiendo que era producto a Luisa tocándose a sí misma. Ella era suficiente, hacerla sentir bien era lo único que se necesitaba para llevar a Luisa a un punto donde tenía que tocarse, y esa sensación de sentirse deseada, amada, apreciada, ese momento, la llevó hasta el límite.
Su espalda se arqueó de forma casi imposible, sus caderas moliéndose contra el rostro de Luisa, quien había succionado el botón rosado y movía su lengua contra este más rápido al sentir los temblores que recorrían a Emilia; la manera en que su piel se había erizado, hasta que un gemido alargado se acalló, su rostro contorsionándose en una expresión de placer máximo y mutismo, su garganta cerrándose en el momento en que el clímax llegó a ella.
El mundo parecía girar a su alrededor, su cuerpo se mostraba laxo sobre la cama, sus ojos intentando fijarse en algo mientras sus oídos intentaban comprender que eran esos sonidos. Lentamente la realidad fue volviendo a ella, percibiendo la frente de Luisa apoyada sobre su abdomen, sus rizos tapando su rostro, su brazo moviéndose casi furiosamente debajo de ella: fue allí que lo entendió, los sonidos eran gemidos y lo que veía era a Luisa persiguiendo su propio placer, sin forzar a Emilia a tocarla. Una calidez emotiva la llenó por dentro, sus manos temblorosas alzándose hasta llegar a los cabellos húmedos por el sudor, apartándolos para mostrar el rostro de Luisa, sonrojada y con los ojos ligeramente entrecerrados por el placer.
Los dedos de Emilia acariciaron con cuidado las mejillas de Luisa, apartando los cabellos pegados a su rostro, haciendo que la mayor alzara la mirada hacia ella, y Emilia no pudo más que morderse el labio inferior ante la erótica imagen de Luisa entre sus piernas, tocándose por ella, hasta que vio la manera en que Luisa cerró los ojos y la tensión en sus músculos, el gruñido que vibraba en su garganta contra los muslos de Emilia y se extendía en momento, llegando a la finalización de sensaciones con Luisa desplomándose momentáneamente sobre la cama y parte del cuerpo de Emilia.
Emilia continuó acariciando el cabello de Luisa, sus ojos fijos en el techo, intentando comprender todo lo que acababa de vivir. Las lágrimas llegaron a ella, un jadeo lloroso escapando entre sus labios, captando la atención de Luisa, quien rápidamente bajó de su propio placer y se alzó sobre la cama, incorporándose a la altura de Emilia, sin saber si tocarla era lo correcto considerando que podía estar llorando por lo que acaba de pasar.
—Mimi, ¿te hice daño? —preguntó Luisa con un tono de miedo y desesperación que se iba abriendo paso en su interior. Emilia la miró, intentando comprender qué podía haberla llevado a esa conclusión, hasta que notó las lágrimas que caían por los costados de su rostro.
—No, Lulú, no —se apresuró a tranquilizarla Emilia, sus manos casi sin fuerza acunando el rostro de Luisa —Es solo que jamás me había sentido así, no sabía que era siquiera posible —confesó Emilia, sus ojos mostrando una adoración desmedida por Luisa en ese momento. Luisa la observó unos instantes antes de sonreír cándidamente, sus manos acariciando las mejillas de Emilia, limpiando las lágrimas de los bordes y sus labios depositando un suave beso en la punta de la nariz de Emilia.
—Te idolatro —confesó Luisa, deseando que verdaderamente no fuera muy pronto, porque no podía controlar más los sentimientos dentro de ella. Emilia sonrió, todavía algunas lágrimas descendiendo por su rostro, pero ahora Luisa sabía que eran de felicidad.
—Te idolatro —admitió Emilia también, disfrutando del brillo en los ojos de Luisa ante sus palabras, de la forma en que las emociones de Luisa la llenaban a ella también.
Luisa la besó, uniendo sus labios con suavidad y ternura, con Emilia disfrutando de ese momento de intimidad, de la mezcla de Luisa con su propio sabor, de la desmedida confianza, placer y amor en un solo acto, donde los límites se difuminaban ante los sentimientos. Allí, en ese momento, todo parecía perfecto.
💥
—No puedo creer lo que dices, ella no le haría daño a nadie —espetó Mirabel, aferrada ante la inocencia de Emilia cuando las acusaciones de Juan fueron expuestas, con Dolores confirmando lo que este decía.
—El señor Juan no tiene por qué mentir, Mirabel —intervino Ana, preocupada de que no veía a Luisa ni a Emilia por ninguna parte.
—No lo conocemos de nada, no tengo que creerle —rebatió la futura líder de la familia Madrigal.
—Ni tampoco la conoces a ella —repuso Ana con enojo —. ¿Dónde está ella ahora? ¿Dónde está Luisa? —preguntó, haciendo que todos los presentes empezaran a cuestionar motivos, recordando la imagen de Emilia el día en que llegó, sin saber qué podría haberle pasado para haber sido hallada en esas condiciones.
—Están llegando —anunció Dolores, quien había extendido la conversación lo suficiente como para que nadie interrumpiera el momento entre Luisa y Emilia. Si Juan tenía razón, lo mejor era evitar que expusieran a su prima.
—Allí está —anunció Camilo cuando las figuras de Luisa y Emilia fueron iluminadas por las luces de la plaza.
Ambas chicas notaron el silencio que reinaba, percibiendo las miradas de todos sobre ellas. Por un instante, Emilia temió que alguien las hubiera descubierto, miró a Dolores, quien tenía una expresión casi indescifrable de preocupación y temor, pero entonces notó la furia de Mirabel, que la miraba compasiva, el enojo en Ana, que parecía querer calcinarla y finalmente, esos ojos azules que eran tan similares a los que antaño la atormentaban; por un segundo haciéndola retroceder a sus años de tortura, humillaciones y abuso, tomándole dos minutos notar que no era Carlos que había regresado de la tumba, sino su hermano, otro hombre que también la odiaba, como todos, y el mundo de Emilia se detuvo.
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Hola, regresé por aquí, ¿qué les pareció el capítulo? Personalmente creo haber encontrado la forma de narrar sucio y romántico para la época en la que está basado el fanfic, pero ustedes me dirán pues.
Sin más, dejen algún comentario, por favor, y seguimos adelante. ❤❤❤
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