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Capítulo 10- Unión.

Ana observaba con dolor a Luisa bailar con Emilia, ella se había ido hacía cuatro años, no debía de lamentar ahora que Luisa siguiera con su vida, pero le dolía. Siempre pensó que si algún día regresaba, ambas volverían a estar juntas como un evento inevitable de la vida, pero no contó con que el tiempo pasa y la distancia hace que lo que antes era certeza, se desvanezca en incertidumbre.

—Fue una buena charla —comentó Juan, acercándose a Ana con un vaso de refresco para ella, la noche era calurosa y las llamas de las farolas junto con la multitud hacían que el efecto del calor fuera más fuerte.

—Me alegra que Doña Alma haya aceptado tus visitas con los materiales, creo que todos podemos salir beneficiados de esto —concordó Ana, alegrándose genuinamente por su familia —. ¿Regresará a su casa mañana, señor Juan? —preguntó, tomando de su bebida y evitando sus propios instintos de seguir observando a Luisa y Emilia.

—Me temo que sí, ante la muerte de mi hermano mayor, la responsabilidad del resto de mi familia y la finca recae en mí —respondió Juan en un tono dolido, acomodando casualmente con la mano su cabello en un gesto que buscaba restarle importancia a su confesión.

—Lamento lo de su hermano —dijo Ana de inmediato —. Parece muy dolido, ¿fue recientemente?

—Se cumplieron dos meses ayer —contestó él, afirmando con la cabeza.

—Lo siento, debió ser muy sorpresivo —intentó consolarlo Ana.

—Está bien, tengo la esperanza de que algún día se haga justicia y ... —sus palabas murieron en su boca, su mirada fija en la imagen de aquella joven que bailaba alegremente de la mano de otra muchacha más alta y musculosa.

Tardó varios segundos en reconocerla, se veía absolutamente diferente, estaba radiante, vestida de forma bonita y riendo, sus mejillas sonrojadas por el movimiento constante del baile, su alborotado cabello cayendo brillante alrededor de su rostro, largo hasta casi sus caderas. Parecía otra mujer, pero Juan la había reconocido. ¿Cómo podía no reconocerla?

—¿Quién es la chica que baila allá con la otra muchacha más musculosa? —preguntó, su voz apenas un murmullo tenso.

—Oh, es una muchacha nueva, por lo que me contaron en el pueblo, llegó hace dos meses, pero me temo que no está interesada en salir con nadie —explicó Ana, malentendiendo el motivo de la fijación de Juan.

—¿Puedo al menos saber su nombre? —insistió él, necesitando algo más que solo fechas coincidentes y la guía de sus ojos.

—Emilia, aunque ahora que lo pienso, creo que nadie sabe su apellido —respondió Ana, un tono dubitativo momentáneo tomando su voz.

—Tengo que salir de aquí —afirmó Juan, dándole la espalda a la muchedumbre y alejándose por uno de los callejones.

Su respiración se aceleraba hasta un punto de no dejarlo respirar, su cabeza martilleaba como si alguien quisiera abrírsela, intentaba en vano controlar los temblores de su cuerpo. Los recuerdos llegando a su mente en cientos de formas. La niña de quince años que su hermano muy felizmente trajo a casa, después de haber pasado obsesionado con ella durante más de seis meses e insistiéndole a su padrastro para que cerrara el matrimonio, la misma que esa primera noche había gritado hasta que sus pulmones se quedaron sin aire mientras la cama crujía, algo que Juan no había podido evitar escuchar, pues en ese entonces Carlos todavía vivía con él y sus padres en la casa principal. Carlos había afirmado a la mañana siguiente que la muchacha era una dramática con gustos raros por el dolor.

Esa chica que cocinaba para ellos, que cuidaba sus animales, que hacía las compras de la casa. La misma a la que su madre siempre regañaba, aludiendo que era una inútil y que no sabía cuidar de su hijo, a la que su padre ocasionalmente miraba de más, hasta el día en que le tocó por detrás en la cocina, sin percatarse de que Juan y Carlos venían entrando. Juan recordaba su hermano dándole una paliza a su padre, remarcando que nadie podía tocar lo que era suyo, Carlos nunca le había alzado la voz siquiera a su padre, hasta que esa mocosa había llegado. Dos días después ambos se habían mudado.

La misma muchacha que cuando Juan iba a visitar la casa de Carlos, no hablaba, su cabello siempre recogido en trenzas sueltas que cubrían partes de su rostro, su cuerpo cubierto con ropas largas, mangas hasta las muñecas y cuellos altos cerrados, no agraciándose en lo absoluto para las visitas. Carlos la defendía diciendo que era normal para alguien en esa etapa ser algo rebelde, que a él no le importaba y todo lo que Juan podía pensar era en cuánta paciencia su hermano tenía.

Esa mujer que no había sido ni lo suficientemente cuidadosa como para no caerse por las escaleras sabiendo que estaba cargando un hijo de su hermano, el primero desde que se habían casado, un hecho en el que su madre no dejaba de resaltar, aludiendo al mal augurio que era una mujer que había tardado seis años en preñarse de su marido.

—Juan, respira conmigo, vamos —las palabras suaves de Ana empezaron a llegar finalmente a él, atravesando la nebulosa de recuerdos y poco a poco sus ojos se enfocaron en la morena mujer —, Eso es, mucho mejor —Juan tardó unos minutos más en normalizar su respiración y calmarse totalmente, hasta que finalmente puso sus manos encima de las de Ana, señalando que ya estaba bien —. ¿Me vas a contar qué fue eso?

—Emilia... esa chica... ella... —Juan intentaba hablar, pero la rabia empezaba a dominar su pensamiento, sus manos se cerraron en puños y él se mordió sus mejillas por dentro hasta sacarse sangre buscando controlarse lo suficiente para hablar —. Era la esposa de mi hermano.

—¿Era tu cuñada? —cuestionó Ana, pensando que igualmente eso no tenía nada de malo, considerando que ella no sabía absolutamente lo más mínimo de la vida de Emilia —. Supongo que es difícil verla así de feliz —comentó ella, pensando que lo que a Juan le dolía era ver como la viuda de su hermano, a solo dos meses de su muerte, mostraba tanta felicidad.

—No, no es eso —rebatió él, negando con la cabeza y sosteniendo a Ana por los hombros —. Ella lleva todo este tiempo siendo buscada, mi hermano murió en un incendio, o eso parecía, pero cuando investigaron, el incendio era provocado, así que mi familia pidió que revisaran el cuerpo y los médicos dijeron que por marcas en algunos huesos, podían suponer que mi hermano había recibido treinta y siete puñaladas. Ella...fue ella, ella estaba en la casa y de repente ese día despareció. Ana, ella mató a mi hermano.

La desesperación en Juan no dejaba lugar a dudas, él decía la verdad, y mientras Ana intentaba procesar lo que escuchaba y su ser se llenaba de miedo por lo que esa loca podría hacerle a Luisa, su inocente y tierna Luisa, Dolores dejaba caer su vaso de guarapo, el pánico azotándola con fuerza ante lo que escuchaba. Y así, con solo unos minutos, la llama para el caos había sido desatada.

                             🖤

Luisa y Emilia bailaban, ajenas a los ojos extraños que se habían enfocado en ellas, la canción se detuvo y Emilia pidió un momento para tomarse una limonada, necesitando refrescarse de alguna forma urgentemente, por lo que Luisa se rio al verla jadeante y sudorosa, llevándola a uno de los puestos e intentando esconder su nerviosismo, pues al ver el pecho de Emilia subir y bajar a un ritmo errático y el sudor correr por su piel, cientos de pensamientos nada apropiados habían llenado su mente, pero eso no era correcto y menos aun cuando Emilia apenas había decidido perdonarla hacia unos días.

De reojo, Luisa vio a Ana hablando casualmente con el señor Juan, al que les habían presentado más temprano ese día. Si Luisa tuviera un don más allá de la fuerza, diría que era el percibir a las personas, de cierta forma. A ella no le agradaba Juan, había algo en su persona que la había desconcertado desde el momento en que los Méndez lo habían presentado, sobre todo por la manera en que esos fríos ojos azules miraban, pareciendo casi sin vida. Estuvo incómoda todo el tiempo que la conversación duró, implorando porque Mirabel y Emilia aparecieran y agradeciendo mentalmente en un jadeo de alivio cuando lo hicieron.

—Vale, necesito un descanso —comentó Emilia, dejando el vaso de limonada y alcanzándole otro a Luisa, que le sonrió jadeante y lo bebió rápido, agradeciéndole al señor del puesto y colocando una mano en la parte alta de la espalda de Emilia, guiándola hacia un lado.

—Sí, creo que yo también podría usar un descanso —concordó Luisa, sintiéndose mejor después de que el frío líquido había refrescado su cuerpo.

—¿Nos unimos a tu familia? —preguntó Emilia, señalando hacia donde el resto de los Madrigal estaban juntos, charlando con diferentes personas del pueblo y aceptando algún que otro baile.

—No, prefiero quedarme contigo un rato más —respondió Luisa, notando lo que había dicho de manera casi inconsciente y sonrojándose al instante. Emilia sonrió por esto, sintiendo sus propias mejillas volverse rojas —, De hecho, estaba esperando que tal vez quisieras acompañarme un momento —comentó Luisa, su voz adquiriendo un tono nervioso que hizo a Emilia mirarla con curiosidad —. Hay algo que quiero mostrarte.

—Lidera el camino —accedió Emilia.

Parecería algo ilógico, pero ella genuinamente confiaba en Luisa, aun cuando la mayor había cometido un error anteriormente, Emilia no podía culparla ni juzgarla, ella misma desconocía lo que era que alguien a quien habías amado y con quien no habías cerrado ciclo se te apareciera delante de la nada, pero había sentido la sinceridad en Luisa cuando le habló y también los sentimientos que habían nacido e iban creciendo desde su llegada, así que, contra su propio buen juicio, había decidido darse una oportunidad.

Luisa inició un retroceso lento, buscando llamar la atención en lo mínimo, hasta que la sombra de las casas y los puestos la taparon, entonces estiro su mano hacia Emilia, quien no dudó en seguirla, cerrando la distancia entre ellas y tomando su mano. Iniciaron un trote torpe y relajado por el pueblo, con Emilia alzando la falda de su vestido para que no enganchara con nada y poder seguirle el paso a Luisa, quien prácticamente iba tirando de ella. Emilia reía, parecían dos niñas haciendo alguna travesura, escondiéndose de los adultos, corriendo para no ser atrapados.

Se escabullían entre las sombras, intentando que se les viera lo menos posible, porque Luisa no quería que nadie supiera que dirección habían tomado y fuera a buscarla. Emilia empezó a reconocer el camino cuando vio las casas aledañas, era la ruta para su casa, pero no detuvo su carrera apresurada detrás de Luisa, por algo la mayor la llevaba hacia allí. Luisa desaceleró la carrera cuando llegaron al puente, mirando a Emilia, que jadeaba sonoramente, pero tenía las mejillas rojas, los ojos iluminados y una sonrisa en su rostro, por lo que Luisa se despreocupó y continuó avanzando.

—Hoy en la tarde insistí mucho en venir sola porque quería prepararte una sorpresa, espero sinceramente que te guste —explicó Luisa, soltando la mano de Emilia mientras le indicaba que ahora ella era quien lideraba el camino.

Emilia no dijo nada, miró a Luisa con una mirada traviesa y suspicaz, avanzando hacia la entrada de su casa y girando el pomo, abriendo lentamente la puerta. Sus ojos se quedaron estancados en la imagen que se mostraba delante de ella, un nudo creciente en su garganta que le imposibilitaba hablar y sus pies pegados al suelo. Fue la presencia de Luisa en su espalda lo que la hizo avanzar más, adentrándose en la etéreamente iluminada sala, que era adornada con velas pequeñas por diferentes zonas. Habían flores recorriendo parte de las paredes, todas en tonos claros que se mezclaban con pequeñas flores de colores más oscuros, dando un efecto de salpicado que a Emilia le encantó.

Su sofá ahora tenía tres cojines mullidos con diseños de mariposas bordados, había un sonajero de viento pintado en azul, con las varillas y campanas acomodadas de forma delicada, quedando cerca de la ventana grande daba al frente de la casa. Una alfombra de bordados se extendía por el suelo y a medida que Emilia avanzaba en la casa podía ver más detalles, como los paños y tapices que estaban en la cocina, o la cortina del baño en un tierno color verde azul. Sus pasos se detuvieron delante de la habitación, empujando la puerta suavemente y encontrándose con el suelo acolchado en flores que creaban un diseño, pero no cualquiera, sino el de esa loma que se extendía más allá de su casa, aquella a la que iban Luisa y ella.

—Pensé que sería un buen recibimiento —comentó Luisa, todavía algo insegura de si su sorpresa estaba siendo bien recibida.

Emilia giró hacia ella, encontrándola parada en la puerta de la habitación, sus manos juntas delante, jugueteado en gestos nerviosos para intentar calmarse, sus mejillas rojas y su mirada con toques temerosos. Emilia sonrió, las lágrimas desbordándose por sus mejillas, pero la felicidad haciéndola sentir que explotaría en cualquier instante. Limpió su rostro con sus manos de forma apresurada y torpe, y luego avanzó hacia Luisa, sus brazos haciendo un intento casi cómico por alcanzar el cuello de esta y poder abrazarla.

Luisa sonrió, sintiendo la tensión y el miedo evaporándose de ella, sus brazos rodeando a Emilia y alzándola, haciéndole más fácil la tarea de aferrarse a su cuello, gesto que Luisa no pasó desapercibido, sobre todo cuando Emilia enterró su cabeza en el cuello de Luisa y las lágrimas de esta mojaron su blusa una vez más, pero a Luisa no le importaba, más aun sí eran lágrimas de felicidad. Aun apoyada en el agarre de la mayor, confiando en que esta no la dejaría caer, Emilia relajó sus brazos, llevando sus manos a descansar suavemente en los hombros de Luisa, sus dedos rozando el cuello de esta, sus ojos fijos en aquellos ojos cafés que la miraban con adoración.

—Es perfecto, muchas gracias —logró decir, con su voz tomada por el reciente llanto y escuchándose de forma graciosa debido a su nariz taponada, pero Luisa pasó por alto todo eso, quedándose con lo bueno solamente, sonriéndole a Emilia mientras un suspiro de alivio la abandonaba.

Los ojos de Emilia se desviaron un momento, bajando hacia los rosados labios de Luisa, su propia lengua salió y humedeció sus labios, el deseo formándose en su mente y dominándola. Lentamente, Emilia llevó sus dedos a trazar una caricia ligera sobre la piel de Luisa, ascendiendo hasta que llegaron a su rostro, acunando sus mejillas en un gesto suave que hizo a Luisa cerrar los ojos un instante. Emilia acercó su rostro, todavía siendo retenida por el agarre de Luisa y agradeciéndolo, porque sentía que sus piernas eran incapaces de sostenerla en pie esa noche.

Luisa abrió los ojos cuando sintió a Emilia tan cerca, viendo como la muchacha miraba fijamente sus labios y luego alzaba la mirada, una petición de permiso implícita. El pensamiento de que parecían haber intercambiado posiciones llegó a Luisa, pero a ella no le interesaba siempre que pudiera volver a sentir los carnosos labios de Emilia sobre los suyos. Emilia tragó un instante, sintiendo el nudo seco de su garganta bajar junto con los nervios y luego, unió lentamente sus labios a los de Luisa.

El gesto parecía una caricia casi fantasmal en un inicio, pero entonces Emilia presionó con más fuerza, moviendo sus labios parsimoniosamente y recibiendo una respuesta inmediata de Luisa, quien decidió seguir el ritmo que Emilia ponía, moviendo sus labios acorde a lo que la menor iba haciendo, disfrutando de la calidez y suavidad de estos contra los suyos. Emilia se alejó lentamente, mirando todavía los labios de Luisa y respirando tan profundo y lento que parecía casi no hacerlo, sus ojos se fijaron en los de la mayor, los sentimientos de Luisa desbordándose y consumiéndola por dentro, llenándola y mezclándose con los suyos propios, haciendo que Emilia jadeara un instante ante la intensidad de lo que ambas sentían, siendo innegable para ella.

Sus manos se aferraron a los hombros de Luisa con fuerza, usando ese impulso para precipitarse sobre sus labios nuevamente, pero esta vez era diferente. Sus movimientos eran más rápidos, más ansiosos, como si todo lo que obtenía no fuera suficiente. El sonido de sus labios uniéndose y soltándose cada pocos segundos llenaba el ambiente tranquilo donde no se escuchaba el sonido de los festejos, con Luisa siguiéndole ese ritmo vertiginoso que hacía que sus piernas se volvieran gelatina ante las sensaciones que la recorrían.

Cuando Emilia enterró sus uñas en la nuca de Luisa, haciendo a la mayor jadear, introdujo su lengua, encontrándose con la húmeda lengua de Luisa, que no tardó un segundo en enredarse con la de ella, moviéndose de forma casi salvaje y desesperada. Luisa gimió, no pudo evitarlo más, un gemido ronco y bajo escapó de su garganta, vibrando en su pecho y llegando hacia Emilia, quien sintió su cuerpo arder ante ese sonido.

Se alejó de Luisa en un sonido húmedo de sus labios separándose, notando que en algún punto sus piernas habían subido hasta enrollarse en las caderas de Luisa para mejor apoyo. Ambas jadeaban, la realidad de lo que estaba pasando llegando hacia ellas. Luisa no la forzaría, Emilia podía sentir la comprensión en ella, transmitiéndole la seguridad de que si Emilia quería detenerse en ese preciso instante, Luisa la bajaría y todo sería como si nada hubiera pasado y esa sensación de protección llenó a Emilia, haciendo que sus ojos se aguaran nuevamente. Cuando sintió el miedo en Luisa y las intenciones de esta de bajarla, una reacción lógica considerando que estaba viéndola llorar, Emilia se aferró con fuerza a Luisa, apretando sus piernas alrededor de sus caderas con más firmeza y sujetándose de su blusa, siendo esta lo primero que sus manos alcanzaron.

—No, no, no, no —susurró con rapidez, acercando su rostro al de la mayor y uniendo sus frentes, sus jadeos llegando a la boca de Luisa, su calor siendo vestido por el que desprendía el cuerpo ajeno —. Por favor, hagas lo que hagas, no te detengas.

Eso fue todo lo que Luisa necesitó, cerrando la puerta de la habitación y avanzando hacia la cama.

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Se acercan fuego y luego tormenta, me temo que se vienen baches fuertes, sorry por todos.

Espero que les esté gustando el fanfic, déjenme en comentarios qué opinan y yo los leo todos. Besitos 😄😁❤

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