Capítulo 1- Lucha.
Dolores cantaba esa mañana, estaba de muy buen humor y Luisa no podía culparla, Mariano había cometido el error de hablar con su madre sobre pedirle matrimonio a Dolores con el anillo de su familia y Dolores había estado escuchando la conversación, lo que llevó a que todos en casita escucharan el grito desbordante de felicidad.
El clima era maravilloso, Pepa estaba radiante de felicidad por su hija, Isabela había decorado a casita con flores de diferentes tipos para que Dolores disfrutara, Mirabel se había propuesto tejerle diseños alegres a la falda favorita de su prima, su mamá había puesto los hornos a rebosar de comida y en general todos estaban haciendo algo para apoyar la felicidad de Dolores, incluso Camilo, quien se había limitado a no estorbar ni bromear, bajo amenaza de Pepa de lanzarle una nube de tormenta en su habitación.
Luisa no podía estar más feliz por su familia, después de que Mirabel los guiase por un mejor camino hacía ya tres años, todos habían mejorado sus relaciones interpersonales, eran más abiertos y honestos con los demás y consigo mismos. Habían adaptado sus rutinas de forma que todos tuvieran un día de descanso y el pueblo había tenido que aprender a hacer cosas por sí mismos, como ellos habían tenido que elaborar trabajos más allá de cuidar de todos.
Ahora Julieta vendía sus comidas, a no ser que fuera una emergencia claramente, pero el resto del tiempo lo dedicaba en la enfermería que Luisa había ayudado a construir, ayudando a las personas a curarse a sí mismos, a aprender a tener cuidado sobre sus cuerpos, con la ayuda de Agustín.
Mirabel había abierto un taller de costura, todos en el pueblo amaban sus diseños y las mujeres vestían flores y mariposas por doquier. El tío Bruno había creado un teatro pequeño donde presentaba funciones escritas por él cada fin de semana, algunas veces eran ejecutadas por sus ratas bien entrenadas, con ayuda de Toñito, pero otras las personas participaban, hasta habían tenido que hacer un espacio para las pruebas y ensayos, claramente, con todas las ropas confeccionadas por Mirabel.
La tía Pepa y el tío Félix se encargaban de las huertas, ella con su habilidad para el clima y él con sus conocimientos de la huerta y cultivo.
Dolores había abierto un centro de periódicos, allí escribía historias que publicaba cada semana, además de dar noticias importantes para el pueblo, básicamente hacía lo que más le gustaba, escuchaba y transmitía información.
Camilo ayudaba en lo que encontraba, todavía indeciso sobre qué quería hacer realmente, mientras que Isabela había abierto una floristería, las personas iban a comprar sus flores y cualquier otro tipo de plantas allí, encargándolas como regalos o para decorar sus hogares.
Todos buscaban sus lugares, se adaptaban, incluso Luisa, quien había seguido trabajando en la construcción de hogares, puentes y demás, aunque ya no lo hacía sola, sino que lideraba a los demás obreros, cargando ella con el peso, pero dejándoles a ellos la creación. Para cualquiera, parecería algo perfecto, simplemente lo que antes creaba una presión asfixiante, ahora te permitía respirar.
Luisa estaba mirando hacia el Encanto, disfrutando de la vida y algarabía rebosante en el lugar, mientras cuidaba de los burros que habían subido a la loma, como todas las tardes, era una de las cosas que más la relajaba. Allí, con el sol reluciente bañando todo lo que sus ojos alcanzaban, Luisa pudo entender lo que Ana le había dicho cuatro años atrás, Encanto había sido una prisión y ella había estado tan enterrada debajo de eso, que no lo había querido reconocer a tiempo, pero ahora todo era diferente.
En definitiva, parecía que iba a ser un buen día. Luisa se acomodó en la hierba, sus brazos cruzándose detrás de su cabeza para darle apoyo, y disfrutó de las nubes blancas que pasaban lentamente, su mente despejándose y la tranquilidad absorbiéndola.
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Sus manos temblaron, aferrándose a la mesa, el sonido de la puerta abriéndose y anunciando su llegada la hacía sentir nauseosa, su barbilla temblaba, su cuerpo se estremecía y sabía que algo malo se avecinaba cuando escuchó como su cuerpo chocaba con el perchero para los abrigos y sombreros de la entrada. Estaba tomado, una vez más. Sus pasos que se arrastraban llegaron hasta ella, sabiendo que acaba de entrar en la cocina, tragó seco, esperando lo que fuera que pasara, nada podía ser peor ya.
—Emilia —su voz arrastraba y se escuchaba pastosa, Emilia tembló mientras inspiraba bruscamente una bocanada de aire —Hablé con el médico, me contó que… lo lamento tanto —su voz se rompió mientras su mano alcanzaba su hombro, ella tembló, las lágrimas bajando por su rostro mientras se mantenía estoicamente quieta —Debiste de decírmelo, jamás te hubiera castigado de saber que estabas esperando un hijo mío, lo lamento tanto, pero debes de entender que fue tu culpa —Emilia respiró más rápido, la rabia acumulándose dentro —De haberme obedecido como te dije desde un inicio, yo no hubiese tenido que golpearte así, si fueras más obediente nada de esto pasaría. Ya lo sabes, pórtate bien de ahora en adelante y estoy seguro que la próxima vez que lleves un hijo mío, todo saldrá bien.
Sus manos se deslizaron por el frente, abrazándola desde la espalda y pegándola a él, su aliento etílico la hacía sentir arcadas que apenas controlaba, su tacto se sentía incómodo y la ira iba saliendo a la superficie, el miedo creciendo ante la idea de que volvería a sentir sus manos sobre ella golpeándola cuando algo que ella hiciera no le complaciera, que compartirían la misma cama después como si su cuerpo no estuviese retorciéndose de dolor en donde los hematomas la cubrían, que volvería a mentirle al médico, porque cuando le dijo la verdad este se lo contó a Carlos y esa noche la paliza fue doble, que tendía que soportarlo dentro de ella una vez más, usándola como si fuera una muñeca de trapo.
« No, ya no más. »
La idea cobró fuerza como el agua hirviendo, que empieza lentamente a calentarse hasta que bulle y quema, volviéndose peligrosa si toca la piel. Sus músculos se contrajeron, sus brazos tiraron hacia atrás y usó sus codos para romper el abrazo, alejándose de él y girando para enfrentarlo, usando la mesa de espacio entre ellos.
Vio la confusión en aquellos ojos azules, esos que eran tan extraños de ver que su madre había dicho antaño que era perfecto para que sus hijos heredaran, la sola idea le daba ganas de vomitar, entonces vio cómo se oscurecían, el entendimiento llegando a ellos.
—¿Te piensas capaz de enfrentarme? ¿Tú, una sucia rata sin valor? —bramó él, su pecho subiendo y bajando de cólera mientras su mano se aferraba a la mesa y la empujaba lejos. Emilia caminó rápidamente hacia atrás, su espalda topando la meseta.
—No seré más tu puto objeto, primero muerta —rebatió ella, su voz alcanzando una firmeza que deseaba haber tenido antes, previo a ese punto de ruptura, desde ese primer grito, el primer golpe, la primera disculpa.
—Muerta estarás. ¡Tú eres mía! —el grito posesivo se camufló en los ruidos de la noche, todos estaban de celebración por el Carnaval, nadie vendría a ayudarla, pero Emilia no se lamentaba, nunca lo habían hecho aun cuando la noche era silenciosa y la escuchaban gritar.
Carlos avanzó hacia ella, Emilia intentó huir por el costado, pero la mano de él se agarró de su largo cabello castaño oscuro, tirando de la trenza que ella usaba y arrojándola al suelo. Su cuerpo estaba demasiado dolido y magullado por las palizas anteriores, por el reciente aborto forzado. El golpe contra el suelo sacó todo el aire de sus pulmones y la hizo arrastrarse, buscando alejarse, no lo logró.
Escuchó la hebilla del cinto y luego el primer correazo llegó a sus piernas desnudas, el grito escapó de sus labios sin contención, el segundo llegó a sus muslos, su falda carmelita se había subido, dejándolos a merced de su abusador, ella lloraba e gateaba por alejarse.
Carlos le asestó una patada en la espalda, tirándola a ras de suelo y evitando que se moviera más. Emilia sabía que estaba gruñendo y ofendiéndola de cientos de forma diferentes, pero ella no lo escuchaba por encima de sus propios sollozos. El próximo correazo la alcanzó en el brazo, raspando su hombro, el siguiente en la espalda, podía escuchar sus gritos y su visión estaba borrosa, estiró su mano tanto como pudo, buscando cualquier punto de apoyo.
Sus dedos tocaron la madera de la mesita cuando el siguiente correazo llegó a sus caderas, un dolor menos punzante debido a las telas de su ropa, su mano se cerró alrededor de la pata de la mesita, tirándola hacia abajo y haciendo que el jarrón que estaba encima colapsara en pedazos en el suelo.
Emilia gritó cuando sintió a Carlos encima de ella, una de sus manos tirándola del pelo mientras la otra subía más su falda, sus piernas forzándose entre las de ella. Su cuerpo resentía hasta la más mínima respiración, pero cuando sintió sus dedos tirando hacia abajo su bombacha, su propia mente gritó una negación tan fuerte que el dolor parecía inexistente.
Estiró más su mano, alcanzando uno de los fragmentos del jarrón que habían caído cerca, sintió el borde filoso cortar su palma, pero igual ella se aferró a este con fuerza, torciendo su mano y escuchando el grito de dolor de Carlos mientras se apartaba de ella, cubriendo su rostro, Emilia lo había cortado por la mejilla.
Ella se volteó boca arriba, pataleteando para alejarse por el suelo, su cuerpo impactando contra una de las encimeras de madera cuando Carlos, furibundo, se lanzó hacia ella y le asestó un puño en la cara, haciéndola escupir sangre. Sus ojos vieron borrosamente el metal debajo de la encimera, se había caído por la parte de atrás de esta cuando ella la chocó. Era su única oportunidad, era él o ella.
Estiró su brazo bajo la madera, sintiendo como las manos de Carlos se aferraban a sus piernas y tiraban de ella por el suelo, pero Emilia ya había tocado el mango de madera y cuando él se cernió sobre ella, Emilia no dudó en encajar el filo del cuchillo en su garganta, viendo como la expresión de Carlos se congelaba.
Ella tiró del cuchillo, la sangre bañándola mientras él se alejaba de ella, cayendo de espaldas en el suelo y aferrándose a su garganta, pero ella estaba más allá del control. La ira la domaba por completo, Emilia se incorporó, sentándose sobre Carlos a horcajadas y alzó el cuchillo, enterrándolo en su pecho, lo sacó nuevamente, asestado esta vez en su abdomen. Siguió sacándolo y entrándolo en diferentes partes del cuerpo, la sangre creando un charco alrededor de ellos, las lágrimas precipitándose hacia el cuerpo apuñalado desde los ojos de Emilia.
No supo cuánto tiempo estuvo así, pero cuando estuvo segura de que nada podría revivirlo, el miedo llegó. Ella sería linchada en el pueblo por lo que acababa de hacer, nadie le creería que fue en defensa propia, la culparían por todos esos años de abuso, pero qué culpa tenía ella que se había visto forzada a casarse con quince años con un hombre veinte años mayor y que había aguantado por seis años sus abusos y maltratos, sin que nadie la defendiera ni la apoyara. El mundo era injusto y cruel, y ella sería culpada.
« No, no escapé de él para acabar así. »
Tambaleándose por el dolor, Emilia avanzó apoyándose en las paredes, marcas de sangre quedando allí donde ella tocaba, llegó hasta el baño, mirándose en el espejo. Parecía una visión surrealista, su cuerpo cubierto de sangre, ella acababa de asesinar a Carlos. Cerró los ojos, haciéndose a la idea de que su libertad dependía de qué tan rápido actuara.
Se quitó toda la ropa rápidamente, entrando en la bañera y abriendo la ducha, el agua fría y el jabón eliminando todo rastro del espeso líquido rojo, su cabello mojándose y enredándose en la trenza. No importaba, tenía que huir.
Cuando se consideró limpia, salió del baño y corrió hacia la habitación, tomando una bolsa pequeña de lona y metiendo dentro la ropa más imprescindible que tenía, que consistía en tres blusas y dos faldas, tres mudas de ropa interior, vistiéndose rápidamente con una blusa blanca sencilla de mangas sueltas y una falda marrón lisa. Carlos no le permitía comprar ropa bonita, decía que ella no la necesitaba, que era un gasto innecesario.
Se colocó sus zapatos más prácticos, unas botas cerradas que le permitirían correr con seguridad de ser necesario y rebuscó entre las gavetas de Carlos, encontrando todo el dinero guardado en diferentes bolsas pequeñas, metiéndolo en el fondo de su bolso.
Entró al cuarto de los trastes, sacando todas las botellas de alcohol de Carlos y vertiéndolo por cada habitación posible, creando un camino, al llegar a la cocina sus ojos se detuvieron unos instantes en el cuerpo sin vida de su esposo, no sentía lástima ni remordimiento, no sentía nada. Echó el alcohol de las últimas tres botellas por toda la encimera, buscando la caja de fósforos y saliendo de la cocina, encendiendo uno y arrojándolo al suelo, viendo como el fuego se extendía por todas artes.
Salió de la casa solo cuando estuvo segura de que el fuego seguiría creciendo, escondiéndose entre los árboles que formaban un bosque alrededor del pueblo, viendo el humo aumentar mientras las llamas consumían todo. Los aldeanos estaban muy felices festejando y muy tomados para darse cuenta que una de las últimas casa del poblado se quemaba hasta los cimientos. Cuando las llamas alcanzaron a derrumbar el techo, Emilia marchó, sabiendo que ya nadie podía salvar nada dentro.
El camino fue largo, la noche la hacía tropezar constantemente con su oscuridad, el aire húmedo y pesado dificultaba su paso, su cuerpo magullado por todos los golpes resentía cada respiración y movimiento, pero Emilia no se detuvo, consciente de que tenía que distanciarse tanto como fuera humanamente posible para ella en esas condiciones, alejándose del camino por si alguien la reconocía.
La noche se extendió hasta que los rayos del sol se filtraron por las hojas, la mañana había llegado. Emilia se encontró a sí misma perdida, viéndose delante de grandes montañas inmensas que parecían no tener fin. Quizás no había nada del otro lado, pero si algo estaba segura era de que nadie la buscaría más allá de esas montañas, ni siquiera había un camino a través de ellas, si quería pasarlas tenía que subir.
Parecía una locura y ciertamente lo era, avanzaba lento y su mente parecía al borde del desvanecimiento en más de una ocasión, pero el sol se alzaba en su más alto punto cuando Emilia alcanzó la cima. Descansó unos segundos, su mente repitiéndole que no podía parar, que tenía que alejarse más, pero cuando sus ojos vieron un poblado en la distancia, rodeado de todas aquellas montañas inmensas, Emilia lloró. Quizás tenía una oportunidad.
Empezó el descenso, que le resultaba más sencillo que la subida, aferrándose a los árboles para bajar, hasta que la falda de la montaña se hizo más plana y fácil de avanzar, pero para ese momento su mente ya no se sostuvo y el desvanecimiento la alcanzó. Observó el sol en el cielo, ya empezaba a tomar tonos naranjas, estaba llegando la noche.
—Ayuda —murmuró y luego todo se volvió oscuro.
♥️
Luisa acababa de regresar con los burros, poco antes de que el atardecer llegara, como todos los días, pero algo era diferente. Su familia estaba reunida en el centro de la plaza, se veían con un semblante preocupado que hizo a Luisa ponerse en alerta. Algo iba mal. Apenas la vieron, todos avanzaron hacia ella, Dolores llegando de primera y aferrándose a sus brazos con desesperación.
—Luisa, tienes que ir a la montaña —habló apresuradamente, sus ojos abiertos en una expresión de espantó.
—¿Qué sucede? —preguntó Luisa confundida, mirando a todos en busca de una explicación.
—Dolores escuchó a alguien que venía de entre las montañas, la persona cayó desmayada e imploró por ayuda poco antes de que Dolores dejara de escucharla —habló Julieta, con esa pasividad que lograba mantener incluso en los momentos más desesperados. Luisa admiraba eso de su madre.
—Es una chica, su voz apenas fue audible para mí, por lo que debe de estar en muy mal estado —informó Dolores, alejándose unos pasos de Luisa y aceptando el abrazo confortante de Mariano.
—Iríamos nosotros, pero tú eres la más fuerte, si algo malo ha pasado te necesitaríamos allí —intervino Mariano con seguridad. Luisa miró a los hombres que se habían reunidos, dispuestos para ir y negó con la cabeza.
—Iré yo sola, soy más rápida de esa manera y mi don me permitiría ayudarla —aseguró firmemente —Dolores, señálame cuál montaña es.
—No tienes que hacer esto sola —intervino Mirabel, preocupada de la carga que recaería en Luisa si no llegaba a tiempo.
—Sola es más práctico, al menos esta vez —afirmó Luisa, acallando cualquier otro reclamo y miró atentamente a Dolores, quien señaló una de las montañas del Sur —. Esperen en la casa, necesitará tu comida si está herida, mamá.
Después del asentimiento de Julieta, Luisa estiró la mano, aceptando el caballo que le ofrecía uno de los aldeanos, había pocos en Encanto, pero el señor Suarez tenía ejemplares fuertes y resistentes que entraba desde que eran potros.
Sin esperar más, Luisa subió al caballo e inició un galope desesperado y veloz sobre los adoquines de los caminos de Encanto, rumbo a la montaña señalada por Dolores. Su único pensamiento era una súplica muda para llegar a tiempo, para ayudar a la persona que se desvanecía cercana a la muerte entre los árboles del bosque.
« Por favor, resiste un poco más. Estoy llegando. »
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Con este capítulo no quedó claro a que se refería el +18 de la etiqueta.
En fin, es obvio que habrá angustia y dolor, pero me encanta mezclar estas con escenas de amor y cariño, momentos felices. Si sois fans de este tipo de mezclas y futuro smut explícito (lemmon, sex, como le digan) os invito a quedaros.
Cualquier comentario es bien recibido, por favor díganme qué piensan. Y ahora sí, SIGUIENTE 🔜🔜🔜
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