XXX - ¿Todo comienza a arreglarse?
La enfermera seguía quieta en su lugar, no sabía qué hacer. Nunca le había tocado dar una noticia así, menos siendo el doctor Fournier el encargado del paciente.
—Doctor, ¿quiere que yo se los diga? —preguntó nerviosa.
—No, olvídelo. Esto me corresponde a mí decírselos. Yo fui el doctor desde el principio, debí haber venido a penas supe que ella estaba aquí —La enfermera sabía que era mucha presión para el doctor, pero lo cierto es que no tenía fuerzas para decirle a esa gente que acababa de salir del susto de la bebé, que ahora Reyna había muerto.
—No se preocupe doctor. ¡Yo se los diré! —aseguró para calmarlo un poco y salió. En su mente, quiso actuar como en las películas, salir y decírselos sin ningún tipo de tacto pero, cuando vio como todos la rodeaban preguntándole por el estado de salud de Reyna, flaqueó—. ¡Les pido que se calmen por favor! El doctor Fournier atendió a la paciente, sus signos vitales estaban muy débiles y... es le aplicaron electrochoques —No sabía cómo continuar.
—¿Y? —Rocket estaba al borde de la desesperación, él sabía que el estado de Reyna era muy delicado desde antes de todo esto.
—La paciente... no ha resistido. Le ha dado un paro cardiaco —La enfermera no se atrevió a levantar la mirada. Todos quedaron boquiabiertos, negando levemente con sus cabezas.
—¡No! ¡Eso no! Míreme... Usted no... no puede estar hablando en serio —dijo Rocket con dificultad. Escuchaba como todos lloraban de fondo, pero él no podía, no quería creer lo que le habían dicho.
—Lo lamento mucho seño —Ella también estaba al borde de las lágrimas—; hicimos lo que pudimos.
—¡No! ¡No me puede decir eso! ¿Dónde está el doctor Fournier? ¿Cómo es que no pudo salvarla? ¡Usted me está mintiendo! ¡Dígamelo, por favor! ¡Dígame que es mentira! —suplicó Rocket, en medio de sus gritos. No pudo seguir evitándolo, las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos, sentía una opresión en su pecho—. Esto no puede estar pasando. ¡No puede ser cierto! —Se dejó caer al piso, se sentía derrotado.
Todos lloraban, incluso la enfermera había empezado a hacerlo, no podía con la desesperación y el sufrimiento que veía en esa mirada.
En ese mismo momento, en ese mismo hospital, venía llegando un señor de tez blanca y ojos azules, de unos cincuenta y cinco años, junto a un joven moreno de ojos cafés.
El señor habló en recepción para que le indicaran cómo llegar al consultorio del traumatólogo. Hablaron con la secretaria del doctor, pero esta les explicó que él ahorita estaba atendiendo a una paciente de emergencia, así que se sentaron a esperar.
—Le dije que no necesitábamos venir, yo estoy bien. La consulta aquí debe ser muy cara y... —dijo el joven.
—Necesitas que te revise un especialista. Puedes tener una herida interna, además Ernesto es amigo del doctor y él aceptó verte sin cobrar —dijo el señor serio. Lo cierto es que las condiciones en las que encontró a ese muchacho fueron graves, y aún cuando el doctor de su pueblo lo revisó, no pudo hacerle los exámenes correspondientes por falta de equipos.
El joven bufó molesto, pero no le quedó de otra que ceder; después de esta revisión, iría a buscar a sus conocidos, a quienes quería ver y que le explicaran cómo había llegado con el señor Julián, pues no recordaba nada de eso.
Ambos vieron a un hombre llorando, totalmente desolado, agarrándose de las paredes como si de un momento a otro fuera a caerse. No aguantaron las ganas y ambos se acercaron.
—Disculpe señor, ¿qué le ocurre? —El señor colocó su mano en el hombro del hombre que lloraba. Este levantó la mirada y lo vio, pero enseguida desvió su vista hacia el joven. Sin poder evitarlo, lo abrazó,
—¡No puedo creer que estés aquí Ibrahim!
—Rocket que... ¿qué haces aquí? ¿Estás solo? ¿Por qué llorabas? —Ibrahim le devolvió el abrazo, sintiéndose abrumado.
—Todos están... ¡Dios mío! ¿Dónde estuviste? ¿Por qué no sabíamos nada de ti? ¡Nos tenías preocupados! ¿Estás bien? ¿No te hicieron daño? —Rocket lo miró de arriba abajo buscando alguna herida o cicatriz de algo, pero se veía en muy buen estado.
—No entiendo de qué hablas. ¿No me hicieron nada de qué? ¿Tú sabes lo que me pasó? —Ibrahim estaba confundido, no entendía a qué se refería Rocket.
—¿No lo recuerdas? Los interceptaron a mitad de la carretera, le dispararon a Reyna pero tú lograste huir con Yancelis. Sin embargo, lograron quitarte a la niña y hoy la recuperamos. Ella está en una habitación en el tercer piso —Rocket no sabía cómo decirle lo que acababa de pasar.
—¿Y está bien? ¿Qué le hicieron? ¿Está grave? —preguntó preocupado.
—Si, ella está bien. Ahorita está dormida, tiene que descansar y... reponerse un poco de... de todo esto.
—¿Y Reyna? ¿Dónde está? ¿Puedo verlas? Quiero decirle que estoy bien, no he podido hablar con ninguno de ustedes y... —No pudo terminar.
—Ibrahim, Reyna ha... ha muerto —Rocket trató de contener el sollozo que quería salir de su garganta. Ibrahim se quedó mudo, abrió la boca y volvió a cerrarla, repitió ese movimiento un par de veces, tratando de asimilar lo que Rocket le había dicho.
—¡Eso es mentira! No, no puedes... no hablas en serio. —Ibrahim negaba con la cabeza mientras los ojos se le llenaban de lágrimas, sentía una opresión en su pecho que se le hacia terriblemente familiar—. ¿Dónde está?
—En el quirófano —susurró Rocket. Ibrahim corrió hacia lo que creyó que sería el camino para llegar al lugar mencionado, gruesas lágrimas resbalaban por sus mejillas mientras sentía como su corazón se aceleraba cada vez más.
Llegó a lo que era la sala de espera y vio varios rostros conocidos, todos bañados en lágrimas, sin más se acercó y preguntó:
—¿Dónde está? —Estaban Raúl, Samuel, Reynaldo, Gregorio, Cristian y Diego. Todos se levantaron impresionados, no podían creer lo que veían. Cristian y Diego lo abrazaron, por un momento pensaron que no era real la imagen que tenían en frente.
—Está adentro, el doctor todavía no ha salido... ¿Cómo es que estas aquí? ¿Dónde has estado todo este tiempo? —Diego estaba impresionado, no solo la noticia de Reyna, sino que además, ahora su amigo aparecía... justo en este momento.
—Luego les explico. Díganme que no es cierto. Ustedes que estaban aquí... no es cierto... Reyna no... no puede estar muerta.
—Una enfermera salió y nos dijo que... le había dado un paro cardíaco —dijo Cristian con la cabeza baja. Ibrahim no daba crédito a lo que oía, escucharlo una segunda vez, solo sirvió para aumentar esa opresión, su vista se nubló y sus fuerzas disminuían.
—¿Có-mo pas-ó? ¿Cóm-o terminó a-quí? —Sentía la rabia y tristeza crecer en su interior. No quería, no podía creer lo que estaba escuchando. Sus sollozos no se hicieron esperar.
—Intentó salva-r a su her-mana pero... no midió la-s consecuen-cias —explicó Raúl, en el mismo estado que él.
Todos vieron como entraban dos doctores al quirófano, dentro había mucho movimiento, parecían apurados por algo. Ibrahim inmediatamente se acercó, pero una enfermera que iba pasando, lo detuvo y evitó que entrara.
Rocket y el señor Julián —aquel que estaba con Ibrahim—, llegaron y se fijaron en que Ibrahim, era sujetado por una enfermera y por Diego, estaba alterado gritando cualquier cantidad de cosas, e intentando entrar al quirófano.
Ambos se acercaron con la intención de ayudar, sabían que Ibrahim era difícil de controlar, y ya que ellos eran los que estaban en "mejores" condiciones, no les quedó de otra que intentar calmarlo.
Dentro del quirófano, estaba el doctor Fournier junto con dos de sus colegas, a quienes llamó como medio de desahogo y que, le dijeron que envolviera el cuerpo de Reyna en una cobija térmica y volviera a conectarle el marcapasos.
—¿Están seguros de que funcionará? —preguntó con los nervios a flor de piel.
—Es una posibilidad. Por lo que nos describes, ella tenía hipotermia, si logramos que entre en calor, podremos salvarla; claro que habría que estar muy atentos para inyectarle la dosis de adrenalina —aclaró el doctor Betancourt.
—¡Si soy idiota! ¿Cómo no me di cuenta? Ahora lo veo tan obvio —Fournier se pasó una mano por el cabello con frustración.
—¡No te mortifiques! Todavía tenemos oportunidad —Lo animó el doctor Fernández dándole una palmada en la espalda en señal de apoyo.
Unos minutos después, la temperatura corporal de Reyna se estabilizó, ya podían inyectarle la adrenalina, debían actuar rápida y cuidadosamente. Fue Fournier el encargado de inyectársela, mientras Fernández revisaba que su temperatura siguiera estable, y Betancourt estaba listo para cualquier reflejo que pudiese tener el cuerpo de Reyna, debido a la dosis que recibiría.
Una vez que le inyectaron toda la dosis, Reyna abrió los ojos y arqueó la espalda, su cuerpo empezó a temblar y a convulsionar, se debía a la adrenalina; Betancourt la agarró evitando que se hiciera algún daño de gravedad, sus pulsaciones se dispararon y entre algunas enfermeras, tuvieron que ayudar a agarrarla.
Tomó casi un minuto, pero poco a poco, los latidos volvieron a la normalidad, la habían recuperado.
—¡Está viva! ¡Está viva! ¡Lo logramos! —Fournier no cabía en sí de la alegría.
—Hay que inyectarle el suero, luego comenzaremos a revisar que todo siga con normalidad —dijo Fernández verificando el pulso de Reyna, el cual había bajado casi que a débil, pero se podía percibir.
Rápidamente, Fournier le colocó la intravenosa y procedió a descubrir el pecho de Reyna, colocó sus manos una sobre la otra e hizo presión, una, dos y tres veces; le dio respiración boca a boca, pero sus latidos y pulso seguían igual de débiles.
—¡Inténtalo de nuevo! Esta vez, presiona un poco más fuerte —ordenó Betancourt. Fournier volvió a hacerlo. Las palpitaciones pasaron a ser regulares, igual que la respiración; con toda certeza, podían decir que estaba viva.
—Debes informar a los familiares. Si son los que estaban en la sala de espera, se veían bastante afectados —suspiró Betancourt, fueron solo unos segundos, pero pudo ver el dolor en el rostro de cada uno.
Fournier asintió y salió, todos lo miraron, algunos con odio, otros con tristeza. Él optó por acercarse a Rocket, al ser la cara más conocida que encontró.
—Antes que nada, les quiero pedir disculpas, les he hecho pasar un mal momento. Dos colegas me ayudaron y logramos reanimar a Reyna —dijo con una sonrisa contenida, todos se acercaron para escuchar con claridad lo que iba a decir.
—¡¿Qué?! Me está diciendo que... ¿Reyna está viva? —preguntó Rocket con alegría.
—¡Si! ¡Reyna está viva! Hay que esperar a que reaccione, pero logramos que su corazón latiera —asintió Fournier. Todos empezaron a abrazarse y a llorar, no cabían en sí de la alegría de saberla viva—. Tengo que decirles que es muy probable que cuando reaccione, tenga dolores muy fuertes de cabeza y en el cuerpo, inmovilidad en piernas y brazos, incluso temblores.
—¿Y eso a qué se debería doctor? —preguntó Gregorio con sumo interés.
—La paciente tenía hipotermia cuando llegó y estuvo aguantando todos los síntomas durante mucho tiempo, lo que ocasionó el paro. Para que reaccionara, tuve que inyectarle una fuerte dosis de adrenalina; debido a que la cantidad excede lo recomendado, puede tener esas consecuencias —explicó Fournier. Si algo ocurría, asumiría las consecuencias, era consciente de la cantidad que aplicó.
—¿Cuándo podremos verla? —preguntó Ibrahim ansioso, necesitaba verla y comprobar que estaba bien.
—No puedo decirles tiempo exacto. Cuando despierte necesito hacerle unos exámenes, lo más probable es que para mañana en la tarde, y eso si despierta en las próximas horas.
—¡Muchas gracias doctor! ¡Por todo! —Rocket tenía los ojos llorosos, era tanta su emoción y agradecimiento, que abrazó al doctor. Al principio, no supo cómo responder, pero correspondió el abrazo y se retiró, colocándose a la orden.
Todos se sentían aliviados de cierta manera, ya lo peor había pasado, pudieron sentarse con calma, ambas hermanas estaban vivas, solo faltaban que sanaran.
El señor Julián sonrió al ver que las cosas se habían arreglado, vio como dos doctores salían del quirófano y en uno de esos, reconoció al doctor Betancourt, por lo que se acercó a saludar.
—Disculpa que te haya hecho esperar, estaba atendiendo una paciente y me olvidé que venían, pero ya puedo atender al joven del que me comentaron —Betancourt tenía la misma sonrisa de satisfacción que Fournier.
—No te preocupes, justo hablé un poco con uno de los familiares de ella; el muchacho la conoce, es su novia.
—¡¿De verdad?! ¡Que casualidad! Que pequeño es el mundo.
—Si. ¡Ibrahim, ven! Te presento al doctor Betancourt, él te va a revisar —Lo llamó el señor Julián. Ibrahim se acercó y estrechó la mano del doctor.
—¡Encantado de conocerte Ibrahim! Acompáñame a mi consultorio, te revisaré y podrás volver con ellos luego —pidió amablemente Betancourt, este lo hizo. Una vez estuvieron en el consultorio, tomaron asiento y empezó Betancourt a indagar—. Tengo entendido que no recuerdas nada de lo que pasó, podrías aclararme qué es lo último que recuerdas.
—Recuerdo que estaba en casa de mi novia, habíamos ido para allá por unos problemas que ella había tenido en la casa donde nos estábamos quedando —contó confundido, pues ahora que lo pensaba, sentía que había pasado una eternidad desde ese momento hasta ahora.
—¿Podrías decirme la fecha exacta de ese día?
—Veintisiete de diciembre —respondió con toda seguridad.
—¿Hace cuánto reaccionaste?
—Hace casi dos semanas. No podía controlar del todo mis movimientos y me dolía muchísimo la cabeza. Tuve fiebre por unos cuatro días hasta que, con hierbas y esas cosas, se me bajó y comencé a sentirme mejor —Ibrahim no podía comprender del todo cuál era el interés de esa pregunta.
—¿Has sentido dolor constante en alguna parte de tu cuerpo? —Betancourt anotaba todas y cada una de sus respuestas.
—En el brazo derecho. De hecho, lo tuve vendado un tiempo, parece que sufrí una lesión.
—¿Si eres novio de Reyna, supongo que conoces a las personas que estaban en la sala de espera? —Ibrahim asintió—. ¿Ninguno te resulta desconocido? —Él negó con la cabeza—. Bien, por ahora procedamos con la revisión física. Necesito que colabores en todos los exámenes y cosas que te pida —Necesitaba hacerle varios rayos x, exámenes de laboratorio, incluso una evaluación psicológica, pues tenía una gran laguna mental.
Por suerte, Ibrahim colaboró en todo; le hicieron infinidad de exámenes, placas y preguntas, todas las contestó sin objeción, aunque ya se sentía harto de tanto protocolo.
Fue casi al final de la tarde que lo desocuparon y pudo volver con los demás. Raúl había vuelto a la casa para ayudar a Olivia, ella estaba atareada con la vieja Eustaquia, que no paraba de insistir en querer ir al hospital a pasar la noche. Samuel, Rocket y Reynaldo, habían subido a la habitación de Yancelis. Se acercó al señor Julián y le explicó todos los exámenes que le hicieron y que ya solo debía esperar los resultados.
—¡Ya salimos de eso! El papá de tu novia subió, su otra hija también está aquí; tuve la oportunidad de verla y está bien, estaba durmiendo.
—¿Rocket? Él no es papá de ninguna de ellas, pero las quiere como sus hijas. ¿No han dicho nada si Reyna ya despertó? —preguntó Ibrahim con los nervios a flor de piel.
—No, recuerda que si acaso la verán mañana. Los jóvenes se quedaron a esperarte. —El señor Julián señaló a Cristian, Diego y Gregorio—. Anda, ve con ellos, yo tengo que volver a la casa, me siento más tranquilo al saber que quedarás con tus conocidos.
—¡¿Ya se va?! Déjeme llevarlo —Rocket había bajado para agradecerle nuevamente al señor Julián, y logró escuchar que se estaba despidiendo de Ibrahim.
—No hace falta. Ustedes tienen asuntos que atender aquí y... —No pudo terminar, fue interrumpido por una cuarta persona que se acercó y abrazó a Ibrahim como si su vida dependiera de ello, era Jean Carlos. Se había enterado de lo que estaba pasando en ese hospital, gracias a que fue contactado por Rocket.
—¡Por fin estás aquí! ¿Estás bien? ¿No te hicieron nada? —Revisaba a Ibrahim de arriba abajo, tal como hizo Rocket.
—Estoy bien, estoy bien. Lamento haberte preocupado. ¡Discúlpame! —Ibrahim estaba avergonzado, era consciente del mal rato que le había hecho pasar sobretodo a él, quién era como su padre.
—¿Dónde estuviste? ¿Por qué nunca supimos de ti? —Jean Carlos no cabía en sí de la felicidad que sentía de ver a Ibrahim bien, sano y salvo, y de saber que Yancelis y Reyna estaban fuera de peligro.
—Es una larga historia que ya contaré después. Quiero presentarte a alguien, él es el señor Julián, me acogió en su casa todo este tiempo y es quien me trajo a hacerme una revisión médica. Él es mi tío, Jean Carlos —Los presentó Ibrahim. Ambos se estrecharon la mano.
—¡Muchas gracias por cuidar de mi sobrino! No sabe el alivio que me da ver que está bien gracias a usted.
—No hubiese podido hacer menos. Me alegra que se hayan reencontrado —A Julián lo llenaba saber que había contribuido para que ese joven que encontró moribundo, ahora esté con los suyos.
—Dígame, ¿qué puedo hacer por usted? —preguntó Jean Carlos dispuesto a ayudarlo en lo que él necesitara, pues lo que había hecho, era algo que no tenía precio.
—¡No ha sido nada señor! Yo solo hice lo correcto. —El señor Julián no había hecho eso esperando algo a cambio, con saber que Ibrahim está bien y con su familia, era más que suficiente recompensa para él—. Ahora si me disculpa, me tengo que ir, ya sé que Ibrahim estará bien —Sabía que debía regresar a su casa, de lo contrario se haría muy tarde y debería esperar al día siguiente, y no contaba con dinero para quedarse en algún hotel.
—Entonces permítame llevarlo a su casa —Se ofreció inmediatamente Jean Carlos.
—Ya yo me ofrecí a llevarlo, ustedes tienen mucho de qué hablar y yo necesito volver a la casa a buscar algunas cosas para Reyna —Intervino Rocket.
—Entonces por favor, dígame su número telefónico —pidió Jean Carlos, no estaba dispuesto a dejar eso así, haría algo para ayudar a ese buen señor.
—Lo siento pero... yo no tengo teléfono —Al señor Julián le avergonzaba decirlo. Esa había sido la razón por la que Ibrahim no había podido ponerse en contacto con sus familiares. Vivía en un pequeño pueblo de bajos recursos, en el que no había buena señal, era inútil tener un teléfono.
Rocket y Jean Carlos se sorprendieron con esa respuesta, y comprendieron un poco la incomunicación de Ibrahim y del señor.
—En ese caso... le doy el mío. Quiero mantener el contacto con usted, que me informe de cualquier cosa que necesite.
—No puedo aceptarlo, usted lo necesita. A mí esos aparatos no se me dan muy bien, y realmente no lo necesito.
—No me rechace esto. Si quiere no lo use, pero me sentiré más tranquilo al saber que usted lo tiene. Si quiere solo manténgalo hasta que yo me ponga en contacto, pero por favor recíbalo —pidió Jean Carlos. El señor Julián no pudo negarse, asintió y agarró el celular.
—¡Muchas gracias por todo! De verdad, si no hubiese sido por usted, me habría muerto. ¡Muchas gracias! —Ibrahim lo abrazó, le había tomado un gran cariño a pesar de haberlo conocido por unos breves días.
—No tienes nada que agradecer muchacho. Prométeme que te vas a cuidar mucho y que cuidarás a esas dos jovencitas, se ve que no la pasaron bien y estoy seguro de que tú serás un gran apoyo. —Ibrahim asintió—. ¡Cuídate mucho! Adiós —Se apuró, odiaba las despedidas. Les dijo adiós a Jean Carlos y a los tres jóvenes que se acercaron y con los que tuvo la oportunidad de hablar brevemente, estos también le agradecieron haber cuidado de Ibrahim todo ese tiempo, demostrándole así, como Ibrahim contaba con el cariño y amor de todas esas personas. Se fue con Rocket, quien amablemente le sacó conversación en el camino y una vez que lo dejó, se despidió prometiendo que volverían a verse.
Ibrahim puso al tanto a Jean Carlos de todo lo que fueron sus últimos días, y al pasar casi media hora, decidió subir finalmente a ver a Yancelis; más nunca, ni aún con todas las advertencias, se hubiese preparado para ver lo que vio. Esa bebé de mirada traviesa y curiosa, tenía un rostro cansado, con marcas de golpes en brazos y piernas, se notaba mucho más delgada y estaba conectada a un aparato que hacía un ruido repetitivo, indicando que sus latidos eran constantes.
Tomó una bocanada de aire y se acercó lentamente, con delicadeza acarició su manita y se sentó cuidando no incomodarla.
—Hola princesita —Fue lo único que se sintió capaz de pronunciar, el nudo en su garganta le dificultaba hablar y la confusión que era su mente, no lo dejaba pensar con claridad. No entendía cómo es que ella pudo estar todo un mes alejada de Reyna, en manos de unos miserables que los interceptaron a mitad de la carretera.
—Está mucho más delgada... pobrecita —Jean Carlos se sentía mal con solo verla, no lograba entender, cómo alguien podía tener tanta maldad como para raptar a una bebé.
—Esos malditos... ¿Lograron atraparlos? —preguntó Ibrahim con rabia.
—Si, Rocket me dijo que se habían puesto en contacto con Reyna y que, gracias a su hermano y a un tal Diablo, lograron encontrarlas. Me contó que uno de los secuestradores era familiar de Reyna, al parecer su tío.
—¡¿Qué?! ¡No puede ser! ¿Cómo es posible que su propio tío? —A Ibrahim le impactó escuchar eso; sabía que Reyna hablaba con mucho resentimiento de él, pero nunca logró profundizar mucho en ese tema, nunca logró saber las razones exactas y mucho menos, se imaginó que llegaría hasta esos extremos.
—Y no solo él. El tipo que la contactó con Fernando, el de la disquera, también estuvo en todo eso, igual que el amiguito que ella tenía —Samuel entró en ese momento a la habitación.
—¿Te refieres a Jhonny? ¿El que fue a buscarla a la casa de Rocket antes de que nos fuéramos a casa de Rubén? —preguntó Ibrahim queriendo confirmar.
—¡Si, ese mismo! —Jhonny nunca le cayó bien, siempre existió un roce entre ambos; sin embargo, le costaba creer eso, no lo creía capaz de estar involucrado en algo así. Además, según lo que le había contado Jean Carlos, Jhonny había estado durante el secuestro y había recibido unos golpes.
—¿A qué amiguito te refieres? —Ibrahim no había entendido esa parte.
—El que estaba enamorado de ella... el tal Gabriel.
—¡¿Gabriel?! ¿Enserio? Pero... si él... —Solo balbuceó sin saber qué decir—. Ese tipo estaba loco. ¡Su obsesión por Reyna llegó hasta las últimas consecuencias!
—No quiero ni imaginarme lo que vivieron a manos de esos mal nacidos —Jean Carlos se horrorizaba conforme escuchaba cómo había sido todo. De repente, Ibrahim sintió como Yancelis movía la mano poco a poco e iba abriendo los ojos. Apenas lo vio, lo reconoció y una sonrisa pequeña se formó en su rostro.
—Hola princesita, ya despertaste —sonreía con emoción—, ¿cómo estás? Fuiste una niña muy valiente. —Yancelis lo miraba sonriente, pero no era una sonrisa del todo alegre, ella movía su cabecita buscando a alguien, Ibrahim supuso a quién—. ¿Reyna? Ella está bien princesa, está con el doctor, pero luego vendrá a verte —No quería preocuparla, quería que se sintiera lo más segura y tranquila posible, teniendo en cuenta los hechos.
Samuel rápidamente fue por el médico, quien los hizo salir para revisarla con calma. Al salir, dijo que le dio un medicamento que le aliviaría el dolor y la ayudaría a dormir, que lo más seguro es que en la madrugada se despertara, pero que una enfermera estaría pendiente de ella.
Todos no paraban de hacerle preguntas a Ibrahim, resultaba una gran sorpresa verlo ahí; algunos incluso, ya lo habían dado por muerto. Él se sentía un poco exasperado, pero debía reconocer que los había echado de menos.
Al caer la noche, Rocket se quedó en la habitación de Yancelis para cuidarla; Gregorio, Ibrahim, Samuel y José, se quedaron en la sala de espera, todos los demás regresaron a sus casas, ya se hacía tarde y no podían quedarse todos, necesitaban tener energías para mañana.
Jean Carlos insistió en quedarse, pero Ibrahim le pidió que se fuera a descansar y que mañana le trajera ropa, a lo que cedió luego de un buen rato.
Al día siguiente.
Los que se habían quedado en el hospital, despertaron muy temprano, por no decir que no durmieron prácticamente nada. El doctor ya estaba revisando a Reyna, que había despertado esa mañana exigiendo ver a Yancelis.
—Reyna, ya te he dicho que la verás una vez que termine mi chequeo, hay que ver qué tal están tus reflejos y tus ordenes motrices —explicó Fournier por décima vez.
—Eso lo puede hacer después, ahorita quiero verla.
—Bueno, al menos mal de la lengua no estás. Ahora quiero que te toques la nariz con la mano izquierda, y con la mano derecha te tapes el ojo izquierdo. —Reyna lo hizo sin ninguna dificultad—. Levanta tu pierna izquierda y sube la mano derecha. —Intentó hacerlo, pero no logró levantar mucho la pierna, sentía un hormigueo en el muslo; además del dolor fuerte en su costilla, la cual ahora tenía un vendaje más apretado—. Es lógico que te cueste levantarla, recibiste un golpe fuerte en ellas.
—Fue con una madera podrida. —La voz de Reyna fue débil, pero el doctor escuchó de igual manera—. ¿Yancelis despertó?
—¡Vaya que eres necia! Si te refieres a tu hermana, yo no llevo su caso, lo lleva el doctor Betancourt, él fue el que la atendió desde un principio y me ayudó a reanimarte ayer —Reyna ya había sido puesta al tanto de todo lo que tuvieron qué hacer para no perderla.
—Entonces es con él con quién tengo que hablar —Tuvo toda la intención de levantarse, pero una punzada le recorrió el cuerpo, impidiéndoselo.
—¿No entiendes que tuviste un paro cardiaco? ¡Tu cuerpo está débil! Ya de por si tenías problemas antes de todo esto, ahora tu estado de salud es aún más delicado, necesito que me hagas caso.
—Y yo necesito ver a mi hermana —Reyna se estaba obstinando de que el doctor le dijera lo que debía hacer.
—Mira, hagamos un trato, tú dejas que te revise y te haga todos los exámenes que necesito; a cambio, yo mismo te llevaré a ver a tu hermana por lo menos media hora —Fournier pensó que negociando con ella, lograría lo que se proponía.
—Una hora.
—Necesito hablar con mi colega, no sé si él lo permita, pero lo intentaré. Lo que si te aviso es que despertó ayer por la noche, así que si quieres verla cuánto antes, colabora conmigo —Reyna lo miró molesta, odiaba ceder a su chantaje. Solo asintió y él sonrió satisfecho, había logrado lo que se proponía.
Con ayuda de dos enfermeras, la llevaron en una silla de ruedas para hacerle algunos rayos x y determinar alguna ruptura o fisión diferentes a la que ya tenía en la costilla.
Por suerte para Reyna, ningún golpe llegó a causar algo de gravedad. En el caso de las piernas, no podría caminar mientras recuperaba la movilidad y control total, con medicamentos y algunos ejercicios. Lo que había empeorado era la costilla, nuevamente volvió a abrirse la fractura, pero con la venda y reposo unas dos semanas, estaría recuperada.
Fournier fue muy claro cuando le dijo que esta vez, así tuviera que amarrarla a la camilla, se encargaría de cumpliera todas sus indicaciones. Y al terminar los chequeos, tal como quedaron, la llevó a la habitación de Yancelis, estaba dormida.
Ahí estaban Rocket, Samuel, José y Juliana, quienes inmediatamente se acercaron y la abrazaron con cuidado de no lastimarla, no había podido verlos desde que despertó.
—¡Definitivamente estás loca! —dijo Juliana con lágrimas en los ojos.
—¿Y solo ahora te das cuenta? —Reyna se sentía alegre de verlos. Todos la saludaron con efusividad y al ella acercarse a Yancelis, su expresión de tristeza salió a flote, le dolía verla en ese estado y saber que no hizo lo suficiente para impedirlo.
Escuchó como alguien entraba a la habitación pero no levantó su vista del rostro de Yancelis, solo podía enfocar su atención en ella, sintió como le colocaban una mano en su hombro y al levantar la vista, quedó totalmente sorprendida; no se esperaba verlo y menos ahí, junto a ella. Su instinto lo llevó a abrazarlo, dejándole sentir aquella calidez que solo Ibrahim podría brindarle.
—¡Estás vivo! ¡Estás aquí! ¡Estás vivo! —Tenía que repetirlo para poder creerlo.
—Los dejamos un momento a solas —dijo Rocket consciente de que ese par tenían mucho de qué hablar.
—¿Dónde estuviste? ¿Por qué nunca llamaste? —Quiso saber Reyna.
—¡Es una historia muy larga! No recuerdo qué fue lo que pasó, no recuerdo eso de que nos interceptaron en la carretera; solo sé que un señor me encontró moribundo y me llevó a su casa, donde estuve semanas inconsciente. Para cuando reaccioné, no recordaba nada. Lo último que recuerdo, es que te molestaste con Rocket y nos fuimos a casa de Rubén —explicó Ibrahim.
—¿Cómo que no recuerdas nada? ¿No te acuerdas de lo que pasó ese día?
—No, ni siquiera sabía que antes había estado contigo. Ayer me hicieron unos exámenes y cosas y pronto me dirán los resultados. Cuando llegué al hospital, encontré a Rocket y él me puso al tanto de todo. ¿Tú cómo estás? ¿Qué te hicieron?
—Estoy bien, estoy bien. Ahora que ya estamos los tres de nuevo, estoy bien. Me preocupé mucho al ver que no estabas con ellos, pensé que los habían secuestrado a ambos, pero cuando no te vi, yo... yo... pen-sé que... estabas mu-erto —No pudo contenerse más y comenzó a llorar, Ibrahim la abrazó y la dejó desahogarse; sabía que así, ella también lloraba por lo que había vivido a manos de los secuestradores.
—Ya no tienes que asustarte, todo está bien, estamos juntos y estamos bien, todos estamos bien —Finalmente la besó. ¡Dios! Cómo había extrañado esos labios y todas las sensaciones que le causaban, extrañaba ese cosquilleo en su estómago y ese revoloteo en su cuerpo, además del martilleo acelerado de su corazón.
—¡Te extrañé! ¡Te extrañé muchísimo! Abrázame por favor, abrázame muy fuerte, no me sueltes por favor. ¡Abrázame! —pidió Reyna. Ibrahim la abrazó con fuerza, tal como ella se lo pidió. Le besó la frente en un gesto protector y se sentó en la cama de Yancelis.
Hablaron un poco, Reyna le explicó que no podía levantarse ya que no tenía fuerza en las piernas, pero que con medicamentos y ejercicios, se solucionaría. También le contó que venía de hacerse los exámenes y que fue gracias al Titi, quien fue a buscarlas y le avisó a la policía, que pudieron salir de ahí, pero no quiso decir más nada respecto al secuestro; ni siquiera le mencionó que Jhonny, Gabriel y Argenis formaron parte de todo eso, aún cuando Ibrahim trató de que se lo dijera, simplemente no lo consiguió.
Ibrahim por su parte, le contó sobre el señor Julián, sobre el doctor que lo atendió mientras estuvo inconsciente, quien formó parte del proceso para que pudiera levantarse y conseguir la cita con el doctor Betancourt, y le explicó el por qué no se había puesto en contacto con alguno de ellos una vez que reaccionó.
Tenían un mes sin verse y aunque parecían que en sus días no hubiese pasado mucho, la verdad es que ambos cargaban un mar de emociones encima que todavía, no había dejado salir y que quizás después, podría pasarles factura a ambos.
1 hora después.
Fue Yancelis quien los interrumpió de su amena conversación, estaba reaccionando, movía la cabeza y las manos, parecía tener una pesadilla, forcejeaba con algo y estaba inquieta. Ibrahim intentó despertarla agitándola un poco con sumo cuidado y al ella abrir los ojos y verlo, comenzó a llorar. Él inmediatamente la abrazó y le susurró:
—Ya, ya princesita, todo está bien. Estás a salvo... mira quién está aquí —señaló a Reyna, con la intención de que eso la tranquilizara.
Yancelis volteó y al verla, se abalanzó sobre ella y le rodeó el cuello con sus brazos, llorando con la cabeza escondida en su pecho. Algo que llamaba la atención de ambos, era que lloraba pero no hacía ruido, simplemente derramaba lágrimas como si la vida se le fuese en ello.
En ese momento, entraron los doctores Fournier y Betancourt, quienes al ver la escena y que representaba un esfuerzo para Yancelis, optaron por separarlas a ambas, causando que Yancelis se pusiera inquieta.
—Todo está bien, los doctores te van a revisar un momento —dijo Reyna con la intención de tranquilizarla. Yancelis al ver que Reyna seguía en la habitación, se quedó tranquila, pero no dejó que los doctores la tocaran, le hizo señas constantes para que se fueran.
El doctor Betancourt, pidió hablar con Reyna fuera de la habitación un momento; a penas se vieron con un poco más de espacio, le preguntó:
—No me conoces Reyna pero yo a ti si, tuve la oportunidad de ayudar a mi colega a salvarte ayer, soy el doctor Betancourt. —Reyna le estrechó la mano y él prosiguió—: Necesito que me respondas algo, ¿ella hablaba antes de todo esto?
—Si, no mucho pero si lo hacía, de hecho más que todo, decía palabras puntuales.
—Por favor, dime cuáles —pidió con seriedad y atención.
—Mamá, nena, Ibrahim, agua, salir, hambre, comer, tetero, calor, dame y jugar. No las pronunciaba bien, pero las decía y se sabía que se refería a eso... ¿por qué?
—Desde que reaccionó, se ha estado expresando por medio de señas, no ha querido decir palabras. De hecho, te vio y no te dijo nada, ¿cierto? —Reyna se quedó pensativa, era cierto; al verla, Yancelis no había dicho absolutamente nada, solo se dedicó a llorar de una manera silenciosa.
—Pero... ¿qué quiere darme a entender? ¿Por qué no ha hablado? —Quiso saber.
—Es posible que debido a la experiencia que ha vivido, ella sufra de estrés post-traumático —explicó Betancourt.
—¿Y eso cómo... cómo se trata?
—Bueno tendríamos primero ver qué síntomas presenta, es posible que sea algo de unos días mientras va recuperándose, pero en caso de no serlo, se necesita iniciar rápidamente con una terapia psicológica. Aquí en el hospital tenemos un buen departamento de psicología infantil, podrían atenderla aquí y determinar más a fondo qué es lo que le pasa —Ofreció el doctor.
—¿Y cuándo podrían revisarla?
—Dentro de un par de días, hay que ver qué tal va ahora que puede estar con sus seres queridos.
—Betancourt por favor, tenemos que sedar a la niña, está llorando mucho y se mueve de un lado al otro, quiere levantarse, busca de desconectarse el marcapasos y la intravenosa —Fournier salió de la habitación para avisarles.
Betancourt entró rápidamente junto con una enfermera que venía pasando, a quien le pidió que entrara. Buscaron una inyección y Betancourt se la inyectó en la intravenosa, mientras Fournier y la enfermera la agarraban para evitar que se lastimara.
Reyna se tardó en llegar a la habitación ya que no sabía manejar la silla de ruedas y no tenía la suficiente movilidad como para hacer un movimiento brusco con el brazo, Ibrahim se le acercó y la tomó de la mano.
—¿Qué ha pasado? ¿Por qué se ha puesto así? —preguntó Betancourt, indicándoles a Fournier y a la enfermera que la soltaran.
—En lo que vio que Reyna salió, comenzó a alterarse; intentamos calmarla pero solo se alteró más —aclaró Fournier.
—Esto precisamos analizarlo y hacerle seguimiento, es posible que sufra de estrés post-traumático; necesitamos ver cómo está en los próximos días e iniciarla en la terapia psicológica —Betancourt estaba preocupado; era una niña muy pequeña y el estrés post-traumático nunca resultaba fácil de superar, ya de por si la situación que ella vivió, dejaba muchas secuelas.
—Necesita descansar y tú también Reyna, vamos a tu habitación —dijo Fournier, disponiéndose a llevarla a su habitación. Ibrahim fue tras ellos, pero el doctor le indicó que no podía dejarlo entrar a la habitación porque de lo contrario, debía permitírselo a los demás; Ibrahim asintió, le dio un beso suave en los labios a Reyna, y volvió a la sala de espera para buscar a Rocket.
Reyna entró a la habitación con el doctor Fournier y él la ayudó a acomodarse en la camilla, sin embargo, no pudo solo dejarla e irse-
—Reyna, necesito que esta vez si me hagas caso y colabores conmigo, recuerda que todo esto es para que te mejores.
—Lo sé doctor. Pondré de mi parte para recuperarme, quiero... necesito salir cuánto antes de aquí —Reyna estaba decidida a colaborar en lo que fuera necesario.
—¡Muy bien! Entonces empezaré por decirte que no puedes volver a salir de esta habitación a menos que sea por algún chequeo. Quiero que lo que se te de para que comas, lo hagas sin rechistar —dijo Fournier serio.
—Está bien pero... ¿cómo visitaré a Yancelis? Necesito saber cómo sigue, qué hace y si ya vuelve a hablar —Reyna no quería negarse directamente a lo que Fournier le decía, pero no estaba dispuesta a no ver a Yancelis.
—Ya buscaré alguna forma de solucionarlo, entre Betancourt y yo veremos que será lo mejor para ambas; por ahora, esas son mis indicaciones. En un rato vendrá una enfermera a traerte la comida y a llevarte al baño. Cualquier cosa que necesites, puedes decirle a ella o tocar el botón al lado de tu cama, alguien vendrá a ayudarte. ¡No se te ocurra levantarte! —advirtió muy serio, ella solo asintió y él se fue.
Reyna suspiró, ahora que estaba sola, era inevitable que se acordara de todo lo que había pasado, necesitaba saber qué había pasado con Gabriel y con Argenis, además del Titi. También estaba preocupada por Yancelis, era mucho para ella.
—Mi pequeñita... Ahora todo estará bien —dijo en voz alta, más que todo para convencerse a sí misma.
Pocos minutos después, en los que estuvo viendo a la nada, centrada en sus pensamientos, alguien tocó la puerta, era Ibrahim con una bandeja de alimentos.
—Convencí a la enfermera de que me dejara traerte la comida, y adivina... me dejará pasar el resto de la tarde contigo.
—¡Que bueno! Ven, siéntate conmigo. —Reyna, con gran esfuerzo, se arrimó un poco para hacerle espacio. Él acomodó todo en una pequeña tablita que los pacientes podían usar como mesa, y comenzó a darle la comida—. Me tratas como una bebé.
—¡Lo eres! Una bebé tremenda y berrinchuda —aseguró Ibrahim con una leve sonrisa.
—Yo no soy berrinchuda —dijo riéndose, había sonado como una verdadera bebé berrinchuda y malcriada.
—¡Si, claro! Si tú lo dices —Ibrahim le restó importancia y siguió dándole de comer, quería asegurarse de que se lo comiera todo. Rocket y él le comentó que Reyna no había comido bien el mes que estuvo ahí, pues casi todo lo devolvía; eso explicaba por qué estaba más delgada.
Al terminar de comérselo, él dejó la bandeja sobre un buró y se sentó nuevamente junto a Reyna.
—¿Me puedes hacer un favor? —preguntó Reyna.
—¡Claro princesa!
—Podrías regalar un kilo de sal en la cocina.
—No exageres, no sabía tan mal.
—Lo dices porque no lo probaste —reprochó, él solo se rió. Hubo un leve silencio que ella volvió a interrumpir—. No sé si el doctor me dejará levantarme de aquí a visitar a Yancelis, mientras no sea así, cuídala —Esta vez, estaba seria.
—No tienes que pedírmelo. ¡Lo haré! Igual que también te cuidaré a ti —aseguró Ibrahim. No pensaba permitir que algo así se repitiera, no dejaría que ellas corrieran riesgo estando él ahí, había decidido protegerlas a toda costa.
Reyna no quiso decir nada, simplemente asintió y siguieron hablando de cualquier tema; por suerte para Ibrahim, la enfermera que lo dejó entrar, era la misma que acompañó a Reyna al baño y lo dejó quedarse un poco más.
Pasaron la tarde hablando de cómo Ibrahim se había sentido al volverlos a ver a todos, y de lo que le habían dicho en la noche, pues aunque fue una noche incomoda y tensa, pudieron bromear un poco.
La misma enfermera, le entregó a Ibrahim un libro llamado: «Orgullo y Prejuicio» de Jane Austen, el cual él comenzó a leerle a Reyna. Una novela que tocaba con el orgullo y la distancia social, la astucia y la hipocresía, los malentendidos y los juicios apresurados, lleva a sus personajes y al propio lector, al escándalo y al dolor, pero también a la comprensión, el conocimiento y el amor verdadero.
Se concentró tanto en su lectura que cuando se dio cuenta, la enfermera fue a buscarlo para que saliera de la habitación, ya era de noche y Reyna se había quedado dormida. Él se levantó de la camilla, le dio un beso en la frente y salió.
En la sala de espera, se encontró a Rocket, quien le explicó que los demás se habían ido.
—¿Te ha contado algo?
—Nada, no quiere tocar el tema. Supongo que todavía está intentando asimilarlo.
—No dejes de insistir en eso, necesito saber qué fue lo que pasó. Cuando la encontramos, ella estaba en ropa interior, solo la cubría una chaqueta que le había dado el Titi, y ya tenía la marca de todos los golpes.
—No te preocupes, seguiré insistiendo. Pero tampoco puedo presionarla —Rocket suspiró y asintió, comprendiendo el punto de Ibrahim.
Ambos se tomaron un café, esa noche sería larga, como todas las que venían. Se dedicaron a hablar de tonterías para que el tiempo resultara un poco más entretenido, aunque no era fácil.
De tanto cabecear, acabaron dormidos en los asientos, en una posición nada cómoda; a ambos se les veía cansados, era obvio que necesitaban reponerse un poco.
Fournier y Betancourt estaban en el consultorio de este último, habían salido los resultados de los exámenes de Ibrahim, ya que Betancourt los pidió con carácter de urgencia.
—Aquí están los resultados, necesito que los veas conmigo por si hay algo que no logro ver. —Fournier asintió y Betancourt abrió los exámenes. A nivel sanguíneo, todo estaba bien; a nivel del tórax, igual; sus reflejos también. El problema radicaba en la parte trasera de su cráneo, había un ligero bulto—. ¿También ves el bulto? Es justo donde tenía el chichón que según él, era por la posición que mantuvo tanto tiempo.
—Habría que hacerle más estudios. Hay que determinar si es un tumor, si es benigno o maligno, y tiene que ser ya —Fournier estaba preocupado, era una situación complicada.
—Si, mañana se los haré. Espero que no sea nada grave, pero necesitamos descartarlo; quizás por eso, tiene las lagunas mentales —Betancourt comprendía un poco más la situación de Ibrahim. Suspiró con frustración y acomodó los resultados en su escritorio; mañana a primera hora, le pediría a Ibrahim hacerse los exámenes.
—¡Vámonos! Necesitarás energía, y ambos necesitamos descansar —Fournier lo ayudó a levantarse y se fueron al carro de este, pues el de Betancourt estaba descompuesto y él se ofreció a llevarlo a su casa. Al llegar, le exigió por milésima vez que durmiera lo suficiente, con la clara amenaza de que si no lo hacía, lo iba a castrar.
Luego se dirigió a su casa y una vez allí, hizo algo que había querido hacer desde el día anterior, gritar. Gritó para liberarse un poco, para desahogar esa tensión que lo atormentaba desde que escuchó como el marcapasos de Reyna indicaba que le había dado un paro cardiaco, gritó por lo que acababa de ver en esos resultados que no indicaban nada bueno, gritó porque necesitaba hacerlo.
Cuando terminó y su garganta no daba para más, se bañó, se vistió, comió y se acostó a dormir, sabiendo que mañana sería un día difícil y trabajoso para Betancourt y para él; tanto Reyna como Ibrahim, parecían personas tercas y complicadas si de ceder se trataba. Solo esperaba que no dieran tanto problema y que con un par de días más, al menos Yancelis pudiese ser dada de alta, su estado físico no era delicado, solo necesitaba una buena alimentación y mucho descanso.
Las cosas parecen mejorar en cierto sentido, pero empeorar en otro. Todos querían que alguien más mejorara, sin preocuparse por la propia mejora; todos querían que esa situación acabara pronto y que volver a los tiempos de antes, sin saber si eso podría hacerse realidad.
Hola a todos. ¡Por fin actualización! Les quiero contar que tenemos página de Facebook, el enlace está en mi perfil de Wattpad, se llama: «Trilogía "piezas" Reyna_151».
También tengo una cuenta de Facebook dedicada a Wattpad, los invito a agregarme. Me llamo «Reyna escritora»... Próximamente crearé un grupo de Facebook, así que atentos.
Espero les haya gustado el capítulo y les cuento que las actualizaciones se harán el día domingo, en caso de no poder ser así, avisaré y los compensaré, lo prometo.
Ya saben, nos leemos el domingo, los quiero, bye.
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