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Capítulo 1 | Tres palabras

""'𝑪𝒂𝒖𝒔𝒆, 𝒃𝒂𝒃𝒚, 𝑰 𝒄𝒐𝒖𝒍𝒅 𝒃𝒖𝒊𝒍𝒕 𝒂 𝒄𝒂𝒔𝒕𝒍𝒆,

𝒐𝒖𝒕 𝒐𝒇 𝒂𝒍𝒍 𝒕𝒉𝒆 𝒃𝒓𝒊𝒄𝒌𝒔 𝒕𝒉𝒆𝒚 𝒕𝒉𝒓𝒆𝒘 𝒂𝒕 𝒎𝒆"

𝐓𝐚𝐲𝐥𝐨𝐫 𝐒𝐰𝐢𝐟𝐭

Había muchas cosas que Tiffany cambiaría de su vida.

De hecho, tenía una lista con cada decisión tomada a lo largo de los años y cómo, de haber sido diferente su elección, todo su futuro sería igual de diferente ahora.

No se trataba de arrepentimiento, se trataba de una autoevaluación, como le gustaba decirlo. Y de que, si le dieran la oportunidad, algo así como un hada madrina que aparece en medio de la noche en un carro con forma de calabaza parlanchina y le promete cumplirle tres deseos, de seguro cambiaría un par de cosas (sus alergias serían una de ellas, aunque jamás lo admitiera en voz alta).

Aunque un poco le aterraba pensar en esa posibilidad, una pequeña voz en su cabeza la repetía constantemente, ¿estás segura de que lo habrías hecho diferente? Y la respuesta no tenía mucha seguridad, en realidad su vida se basaba en muchas dudas y pocas certezas.

Pero había algo que sí tenía muy claro, una decisión trascendental y que había marcado el giro que dio su vida hacía nueve años atrás. Esa pequeña cosa no la cambiaría por nada en el mundo. Incluso si se quedaba atrapada en un bucle temporal o regresaba al pasado hasta ese preciso día en que tomó la decisión de cruzar la puerta de sus padres con diecisiete años, el corazón roto y una valija llena de sueños, no lo cambiaría.

Jamás. Por ningún motivo, tomaría otra decisión. Porque había muchas cosas que Tiffany Hamilton cambiaría de su vida, pero también había muchas otras que valoraba: como su independencia y libertad. Las cuales bajo el ala de los Hamilton jamás tendría.

Tiffany no llevaba una vida estable, había dado tumbos desde que obtuvo su diploma en periodismo hacía tres años y desde entonces se había prometido mejorar su toma de decisiones.

Plot twist: no lo había logrado.

Por eso trabajaba en una revista de bajo presupuesto donde jamás escribió un artículo propio, ya que las ideas las establecía su superior, un puesto de trabajo en el que sentía que no podía explotar todo su potencial. Pero pese a ello no podía cambiarlo, aunque eso la llevara a tener una dieta sumamente insalubre que consistía en comida pre congelada y vivir en un pequeño apartamento plagado de humedad, la razón era más que económica y se debía a que Tiffany tenía mucho miedo. ¿A qué? Bueno, eso no lo tenía muy claro aún.

Así era Tiffany Hamilton: una rubia con mirada segura y autoestima de acero por fuera, pero un conejito asustado por dentro.

Quizás por eso, ahora que se encontraba en la reunión típica de lunes en su oficina, estaba comenzando a considerar que quizás había un par de cosas más que cambiar.

El plan de Tiffany siempre había sido trabajar solo un año en Impactus, una revista de Nueva York que contaba con muy bajo presupuesto e igualmente bajo reconocimiento. Pero le gustaba que el personal no fuera tan amplio y la familiaridad con la que se trabajaba, además, digámoslo, Tiffany se sentía segura en aquel pequeño lugar. Era buena en lo que hacía y quizás debía uno o dos meses de renta de su pequeño piso en Brooklyn, pero había logrado un sentimiento de confort que pocas veces experimentaba.

Aunque el último artículo que escribió se titulaba "¿Qué accesorios son indispensable para una cita?", y era tan frívolo que cuando debió escribirlo tardó más de una semana porque la irritaba demasiado.

No todas las personas se adaptan a los cambios, Tiffany ya había atravesado por muchos y el sentirse de una vez que estaba en un lugar seguro le generaba una especie de paz mental que no era muy normal en ella.

Así que ¿qué importaba tener alguna que otra deuda? Estaba bien, solo debía ser más organizada o quizás hacer horas extras, nada del otro mundo, pensaba constantemente como un consuelo.

Kelly, su mejor amiga desde preparatoria, cuando escuchó su reflexión la observó horrorizada. Para ella, no tenía ningún tipo de sentido la lógica de la rubia y se encargó de dejárselo en claro todas las veces que el tema salía a relucir en las cenas que solían compartir los viernes, con pizza y una botella de vino de por medio. Una rutina que habían forjado desde que se encontraron en la soledad de la universidad, ambas con un pasado entrelazado por diferentes razones. Su amistad había surgido de improvisto y sin que ninguna lo esperara, pero desde entonces no habían podido pasar tiempo separadas, las unía un lazo mucho más pesado que la sangre o el amor romántico, era un vínculo.

Pero Tiffany había nacido en abril y su signo zodiacal la hacía ser la persona más terca del mundo (excusa que amaba usar para librarse de discusiones, como si la posición de la luna y los astros la hicieran ser una cabezota). Así que, por más que tuviera cientos de veces la misma discusión con su mejor amiga, ella vería el vaso medio lleno porque odiaba los malos pensamientos y pondría su mejor sonrisa, aunque todo terminara en casos.

¿Qué podía decirle? Tiffany sabía que era un completo error no preocuparse por una situación que era preocupante, pero a lo largo de sus veintiséis años había cometido muchos errores. Entonces, uno más a la lista no sería el fin del mundo, ¿verdad?

Claro que lo era.

Lo supo en cuanto escuchó lo que se decía en aquella reunión. Incluso la vocecita de siempre en su interior le indicó que no fuera tan positiva por el semblante serio de su jefa y como el director ejecutivo no dejaba de retorcer sus dedos sobre el escritorio.

Detalle no menor: si un director ejecutivo no se esfuerza en disimular su nerviosismo es porque algo va muy mal. Tiffany tragó saliva mientras intentaba esconder su expresión de pánico tras el vaso de su latte de caramelo habitual.

-... por eso una de las medidas próximas a tomar es reducir el personal.

Reducción de personal.

Reducción. De. Personal.

Reducción-de-personal.

Tiffany no solo soñaría con esas tres palabras, sino que serían las protagonistas de sus futuras pesadillas. Estaba muy segura de que se despertaría a mitad de la noche con lágrimas en los ojos y gritando de terror al ser perseguida por un verbo, una preposición y un adjetivo.

Quizás la pesadilla del periodista promedio, pensó Tiffany.

Pero estaba a punto de empeorar. Porque a eso solo se le sumaba una reducción del presupuesto, presupuesto que ya era bastante bajo. Lo que implicaría, de una forma u otra, que más de una persona se quedara sin trabajo. Incluso que su remuneración habitual sea mucho peor.

Solo en ese momento Tiffany fue consciente de que ya era tarde, ¿para qué? ¡Para todo! Por intentar pensar positiva, ahora no tenía forma de salir de ese problema sin quedarse en definitiva sin dinero para vivir, ya no había tiempo para buscar otro empleo que le ofreciera un salario igual o mucho mejor y las alternativas se veían cada vez peores, por no decir pocas.

Paseó la vista por todas las personas que se encontraban sentadas alrededor de la mesa ovalada ubicada en el centro de la sala de juntas, la reunión habitual de los martes para revisar la agenda de publicaciones de ese trimestre se había torcido a tal punto de que parecía a punto de correr sangre. Todos se encontraban tan pálidos que podrían confundirse con una hoja de papel, con la mirada perdida en algún punto entre la sala de reuniones y el más allá. Aunque intentara resguardarse en su fantasía positiva en que todo mejoraría, Tiffany jamás se sentiría bien, porque, pese a que necesitaban una columnista y quizás conservaría su empleo, alguien más podría perder el suyo. Tragó saliva y contó hasta diez.

Y por un momento, deseó haber hecho las cosas diferentes en el pasado.

Fue como el momento previo a la muerte, la vida le pasó por sus ojos y su mente fue invadida por un millar de recuerdos: desde la primera vez que le rompieron el corazón hasta la gran pelea que tuvo con su madre, la que marcó un antes y un después en su camino a la adultez.

Su positivismo se evaporó al ser consciente de que, si con suerte llegaba a fin de mes, ahora con el recorte de los salarios estaba más que claro que no podría vivir sola, ni siquiera en su pequeño y barato piso en Brooklyn.

Descartó la idea de un compañero en el preciso instante que su mejor amiga lo sugirió ese mismo día más tarde.

-¿Sabes? Ahora que lo pienso, vivir con alguien no sería tan malo. Dividirías gastos e incluso podrías conseguir un mejor lugar que... esto.

Kelly observaba su piso con una arruga en su frente y Tiffany siguió su mirada con una mueca de tristeza. De acuerdo, era un apartamento pequeño, impregnado de humedad y el elevador llevaba averiado desde que se había mudado, pero aun así... tenía su encanto, pensó refiriéndose al encanto de los ácaros, por supuesto.

Tan pronto como el reloj dio las cuatro, Tiffany había huido de su trabajo sin ánimos de escuchar las palabras del director ejecutivo un segundo más, lo único que deseaba era hundirse en la tristeza con una botella de vino de por medio, había llamado a su mejor amiga para tener refuerzos y ahora se encontraban allí. Una frente a la otra en el pequeño desayunador que funcionaba también como mesa para almuerzo y cena, su piso era tan pequeño que la mesa normal solo era para dos personas.

—¿Accederás a ser mi compañera de piso entonces?

La morena elevó una ceja poblada y oscura mientras fruncía los labios.

—Por supuesto que no.

—Que buena amiga, gracias —dijo entre dientes—. A menos que tengas otra idea o conozcas a alguien tan desesperado que quiera compartir piso, no eres de ayuda.

—Podríamos poner un anuncio en el periódico, ya sabes. Algo cómo: "Chica atractiva de veintiséis años busca compañero de piso" —dijo divertida.

Tiffany clavó sus ojos verdes en ella y le lanzó una mirada asesina.

—No. Eres. De. Ayuda.

La morena rodó los ojos.

—Bien, entonces... ¿algún otro plan para obtener dinero extra? ¡Oh, ya se!

—Juro por dios que si dices de nuevo algo referido a Only Fans te asesinaré —la señaló con un dedo acusador y su amiga se limitó a alzar ambas manos en señal de inocencia.

—Claro que no. Solo pensaba en...

—Lavar coches semidesnuda tampoco es una opción, Kelly.

Rodó los ojos con frustración. Otra vez.

—¡No estás abierta a muchas opciones!

—¡Esa ni siquiera debería ser una opción!

Se sostuvieron la mirada por lo que pareció una eternidad, o quizás fueron un par de segundos, ya habían bebido dos copas cada una y eran solo las seis de la tarde. Y se rindieron al darse cuenta de que ninguna tenía una buena idea a la vista, permanecieron en silencio y la rubia siguió preocupándose.

—Podrías hablar con tu abuela, ¿no? —murmuró Kelly, a sabiendas que era un tema delicado para Tiffany: el perder el orgullo de esa forma.

La rubia se apresuró a negar.

—No, no me gustaría decepcionar a la única persona que creyó en mí cuando todos se alejaron.

—Y... ya sabes, quizás podrías... ¿pedir ayuda? —la miró expectante, la morena decidió ir con cuidado—. Ya sabes, a los Hamilton.

Tiffany se mordió el labio inferior mientras negaba con la cabeza.

—Eso implicaría dejar que todo mi orgullo sea pisoteado por completo. Implicaría niveles de humillación que no creo estar dispuesta a llegar.

—¡Por favor! ¿Tú crees que tras todos estos años ella sigue enojada? Es tu madre.

—¿Olivia Hamilton? ¿Olvidando que su hija perfecta se negó a honrar el apellido de la familia y vivir la vida que ella tardó años en estructurar? ¿Incluso perdonándola? Por favor Kelly, dale más crédito.

—¡Bien! Podríamos cambiar la estrategia —alzó ambas cejas—. Quizás si hablas con tu padre primero podría funcionar. Pedirle un préstamo...

—No funciona así con los Hamilton, Kelly. Lo sabes.

Por supuesto que lo sabía, en el silencio de su piso queda sentado que no sería sencillo salir adelante sin la ayuda del legado familiar, pero implicaría volver sobre sus pasos y perder todo lo que había construido.

—¿Entonces qué? ¿Te rindes y ya? La rubia alzó la vista hacia su amiga.

—No se trata de rendirse o no, se trata de que no tengo dinero para vivir. —acercó su mano a la pila de papeles que había a un lado, entre ellos estaba el aviso de renta que debía pagar. Lo extendió en su dirección y Kelly lo leyó atenta—. El recorte de presupuesto empieza ahora, no en uno o dos meses. Si no puedo pagar este mes de renta estaré en la calle.

Fue en ese momento que la morena tomó noción de lo que decía, apartó los ojos del papel y los fijó en los de su mejor amiga antes de apretar los labios en una fina línea, negó con un gesto de cabeza demasiado efusivo.

—No pueden hacer esto.

—Claro que pueden -Tiffany llevó la palma de sus manos hasta cubrir sus parpados y presionó un poco, intentando pensar, en ir más allá de la última alternativa que veía posible, pero a la que tanto se había resistido por años. De nada servía intentarlo, sabía muy bien lo que debía hacer.

—Tiffany... —murmuró su mejor amiga con delicadeza, como si de alguna forma leyera la mente de la rubia y sabía muy bien lo que estaba a punto de hacer—. Espera ¿lo estás considerando? ¡No!

—Regresaré a casa. —decidió entrando en pánico—. Viviré con ellos, admitiré que tenían razón. Puedo hacerlo...

—Espera, espera. ¡Alto! —la señaló con un dedo—. Ni se te ocurra siquiera considerar esa opción.

—No tengo otra opción, Kelly. —aceptó derrotada—. Debo disculparme, admitir mis errores y ya.

—Oh, sí. ¿Y qué es lo que admitirás, exactamente? ¿Qué no quisiste seguir sus pasos? ¿Qué fuiste una ilusa al pensar que podías vivir tu vida como tú quieres y no como ellos la planearon? ¿Qué no puedes vivir sin su ayuda?

—¡Al parecer no puedo si terminaré en la calle!

Lo último que necesitaba Tiffany en un momento como ese era discutir con la única persona que le había sostenido la mano por años y que hoy era un ancla en su vida que parecía balancearse de un lado a otro como un bote siendo chocado por incontrolables olas. Vivía una vida que parecía irse a la deriva en cualquier momento y aceptó que quizás había llegado el momento de dejar de lado su orgullo, que esta vez no habría hada madrina que le concediera viajar al pasado y hacer las cosas de forma diferente, pero sí podía comenzar ahora. Aunque eso le costara mucho.

Esta vez, Tiffany Hamilton no tenía alternativa más que regresar donde sus padres y admitir su derrota, prepararse para la sonrisa cínica de su madre y el "te lo dije" que de seguro estaba ansiosa por pronunciar. No había ningún as bajo la manga.

—No harás eso.

—Claro que sí, no hay más opciones.

—Si las hay, tiene que haber.

La rubia negó con una sonrisa más de tristeza y pesar.

—No las hay, Kelly. Ya no hay tiempo.

—Pero...

—Está bien, no es tan malo, después de todo -dijo aquello en un intento de autoconvencerse, pero era algo muy difícil- ¿Sabes? A mi hermano mayor parece que le está yendo bien, siguió el plan de vida de los Hamilton y ahora tiene su propio bufete de abogados.

—No es su propio bufete de abogados si tu padre lo consiguió.

El peso de la mirada de la morena cayó sobre el de Tiffany, por un momento se sintió juzgada por la verdad de sus palabras. Era sabido que los Hamilton habían planeado la vida de sus hijos desde el primer momento, era una vida cómoda y de lujos, de seguro, sin problemas de dinero, pero el precio a pagar era alto: dejar de lado sus sueños.

Cuando ella decidió seguir sus propios sueños, tuvo que aceptar el precio pagar.

—Ya está decidido, Kelly.

—No, no lo está.

—Kelly...

—No regresaras donde tus padres, Tiffany.

—¿Tienes alguna maldita idea? ¿Hay algún plan del que no esté al tanto?

—Sí.

La forma en que dijo esa simple palabra provocó en la rubia un sentimiento de miedo y desconfianza que la invadió de pies a cabeza, la observó imperturbable mientras una sonrisa se extendía en sus labios.

—¿Me dirías cuál es? —preguntó despacio. Con duda y miedo.

La sonrisa de la morena se extendió hasta abarcar todo su rostro, de nuevo, quizás solo era producto del vino, pero Tiffany estaba cien por ciento segura de que sonreía como el gato Cheshire.

—Una cita a ciegas.





🎀💝🌸🍩

¡𝑩𝒊𝒆𝒏𝒗𝒆𝒏𝒊𝒅𝒙𝒔 𝒂 𝒆𝒔𝒕𝒂 𝒏𝒖𝒆𝒗𝒂 𝒗𝒆𝒓𝒔𝒊𝒐𝒏!

𝑬𝒔𝒑𝒆𝒓𝒐 𝒍𝒆𝒔 𝒈𝒖𝒔𝒕𝒆 𝒕𝒂𝒏𝒕𝒐 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒂 𝒎𝒊 𝒚 𝒑𝒖𝒆𝒅𝒂𝒏 𝒅𝒊𝒔𝒇𝒓𝒖𝒕𝒂𝒓𝒍𝒂 𝒎𝒖𝒄𝒉𝒐 💖

𝑹𝒆𝒄𝒖𝒆𝒓𝒅𝒆𝒏 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒆 𝒂𝒚𝒖𝒅𝒂𝒏 𝒎𝒖𝒄𝒉𝒊𝒔𝒊𝒎𝒐 𝒄𝒐𝒏 𝒔𝒖 𝒗𝒐𝒕𝒐 𝒚 𝒄𝒐𝒎𝒆𝒏𝒕𝒂𝒓𝒊𝒐 ❣️

𝑨𝒉𝒐𝒓𝒂 𝒔𝒊, ¡𝒂 𝒅𝒊𝒔𝒇𝒓𝒖𝒕𝒂𝒓!

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