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Capítulo 1

Su nombre era Tendou Satori, y estaba seguro que era mucho más extravagante de lo que había pensado tras ver su decoración esotérica y conocer a su iguana mascota.

Mucho más.

Tras un incómodo encuentro en el que Nanami casi le rasguñó el ojo a su compañero, Akaashi se encontraba ahora sobre el sofá lleno de peluches de animales marinos. Había uno de esos pulpos reversibles que indicaban el estado de ánimo de la persona.

Genial. Incluso un par de juguetes le hacían sentirse intimidado.

Tendou era alto, larguirucho y flaco hasta el punto de que caminaba encorvado y se marcaban sus costillas a través de la holgada camiseta de Thor que lucía por encima de unos pantaloncillos.

Llevaba pelo rojo y peinado hacia arriba como Bokuto —¿acaso era una moda en ese edificio?—, y su cara iba enmarcada por grandes ojos ojerosos pero de pupilas diminutas que observaban cada movimiento incómodo que realizaba sobre los cojines.

Pese a tener roces tras su primer encuentro, Tendou no se había rendido con Nanami —ahora la gata yacía en sus piernas mientras le acariciaba bajo el mentón con sus enormes dedos cubiertos de vendas.

—Así que... seremos compañeros —dijo Tendou, pensativo. Su tono ya no era cantarín. Se frotaba el mentón con dramatismo—. Y gritaste porque el Señor Pablo quiso acercarse a darte la bienvenida.

Señor Pablo. Akaashi contuvo el aliento.

Por supuesto. La estúpida iguana.

—Me dio un susto —Akaashi resopló sin darse cuenta—. No esperé que sería compañero de cuarto de una iguana.

Tendou, que seguía acariciando el pelaje de Nanami con un gesto dramático y tal como lo haría el villano de una película vieja, le miró con un par de cejas enarcadas como si quisiera descubrir lo que ocultaba su alma.

O bien podría haber usado la bola de cristal que adornaba la mesita de al lado. O quizá no fuera tan adorno.

A medida que Akaashi prestaba más y más atención en el lugar, más objetos extraños encontraba. Temía lo que podría ocultar en su cuarto. De verdad le hacía temblar.

—Solo buscaba darte besitos —dijo Tendou—. Son seres muy amorosos cuando les das la oportunidad, Aka-kun.

Fue el turno de Akaashi para arquear las cejas ante el nuevo uso de un apodo para él. Tendou era más confianzudo de lo que había calculado en sus planes.

Aunque, ¿cuáles eran realmente sus planes para toda esa experiencia?

Cuando Nanami se cansó de las caricias de aquel extraño, trazó un perfecto arco en el aire y corrió hasta esconderse debajo del destartalado sofá de un solo cuerpo en el que reposaba su dueño. Para su suerte, el Señor Pablo estaba de regreso en su pecera dentro del cuarto de Tendou.

Aunque el cuarto no era una pocilga, era innegable el hecho de que la mayoría de muebles eran de segunda mano y cubiertos por tapetes con divertidos bordados de estrellas, planetas u otros objetos espaciales. No es que pudiera quejarse —no por el precio que pagaba por una renta de un lugar ya amueblado y con todos sus servicios resueltos—; además, era un lugar lo suficientemente acogedor.

Si es que quitaba el olor a incienso, las enigmáticas figuras de colección en los estantes, y...

Akaashi sacudió la cabeza cuando cayó en cuenta del detalle —si bien había estatuas de dioses paganos o de mitologías indias, como Ganesha el dios elefante, lo más notorio eran...

Las figuras de acción coleccionables que descansaban en los estantes de madera beige empotrados sobre la pared. Figuras de superhéroes.

Tendou debió notar la estupefacción de Akaashi ya que una sonrisa orgullosa se formó en su rostro. Se levantó de un salto para enseñar, con brazos extendidos, a todas sus figuras articuladas que pertenecían a superhéroes de Marvel, DC Cómics, o incluso de personajes heroicos del mundo del manga y el anime.

¿Acaso su compañero era no solo un místico y esotérico bohemio que cuidaba de una iguana, sino también un friki y un otaku?

—¿Te gustan? —preguntó Tendou con sorna—. Son mis bebés. Digamos que tengo un pequeño hobby en coleccionar figuras y tomarles fotos para subir en internet. Puedo dejarte tocarlos, pero solo bajo mi supervisión. Y puedes tocar a cualquiera de ellos excepto a mi All Might Edición Super Platinum. Ese está fuera de discusión.

Akaashi trataba de asimilar toda la información que iba escuchando. No tenía idea de quién era All Might, pero podía deducirlo por la caja descansando sola en un estante individual y recubierta de un pequeño plástico protector.

—Puedes buscarme en Instagram como guessmonster —siguió diciendo Tendou—. No te olvides de seguirme y darme like. También podrías suscribirte a mi canal, Aka-kun.

Parecía una especie de Superman tras diez sesiones de esteroides. Pero estaba bien, supuso... para lo que era una figura de acción.

Salió de su ensimismamiento cuando Tendou se alejó canturreando hasta la cocina que todavía no conocía. Ni siquiera había visto su propio cuarto. Supuso que Tendou tenía prioridades —como enseñarle su más de tres docenas de figuras de superhéroes.

No tenía idea de qué aventura podría esperarle en Tokio.

—¡Akaashi! —escuchó a Tendou desde la cocina—. ¡¿Te gusta el filete con crema de portobellos?! ¡Puedo hacerte patatas gratinadas para acompañar! ¡Hay que cenar elegante el primer día...! ¡Ya luego podremos comer ramen cocinado en la cafetera!

Akaashi no era capaz de responderle con más que algunos monosílabos. Dejó que Tendou llevara la conversación mientras preparaba la comida más suculenta y gourmet que probó en años, y que nadie jamás podría esperar de un muchacho con gustos tan exóticos como Tendou Satori.

—Te va a gustar el edificio. Es tranquilo, y está lleno de gente agradable. Excepto cuando se enojan —rio Tendou como si recordara un chiste que solo él conocía—. Especialmente mi Semisemi. Ah, a veces nos deleita con su preciosa música. Pero solo nos gusta su piano y su bajo, cuando intenta tocar el violín eléctrico es como si dos ratas estuvieran peleando por un churro en una alcantarilla.

No tenía idea de quién era Semisemi, pero Akaashi se preguntaba, tal vez, si sería el novio de Tendou. El hecho de que le gustara un chico traía un poco de calma a su ansiosa alma que ocultaba bajo cientos de capas de seriedad y caras estoicas.

Akaashi seguía sin ser capaz de asimilar toda la información que Tendou le soltaba. Era un muchacho bastante dicharachero, y descubrió que estudiaba psicología en la Universidad de Tokio. Muchas cosas comenzaban a cobrar sentido.

Pero a pesar de todas sus excentricidades, Tendou resultó ser alguien agradable y hospitalario. Cocinaba como los dioses y le encantaba ser adulado; coleccionaba artículos de brujería y también figuras de superhéroes y era el dueño de una iguana.

¿Qué otros secretos tendría para descubrir de ese ser tan singular?

Esa misma noche ya en su cama en el nuevo dormitorio a rebosar de chucherías místicas y olor a incienso de rosas secas —la cual Tendou dejó tendida, perfumada y con una figura del Capitán América sosteniendo un cartel de bienvenida—, y con Nanami acurrucada en su estómago, Akaashi decidió que lo mínimo que podía hacer por su compañero era regalarle su follow en las redes sociales. Esperaba que no fuera de esas personas apasionadas de lo que hacen pero que apenas y tienen tres dígitos de audiencia.

Pequeña sorpresa se llevó Akaashi cuando entró a su perfil, y encontró cinco dígitos de seguidores que podría considerarse la de un influencer.

Pero antes de dormirse, pensó con toda la seriedad del mundo: ¿existían los influencers de figuras de acción?

Como Akaashi tenía unos días para aclimatarse antes de empezar sus pasantías y Tendou tenía clases de neurobiología, le dejó una lista de productos del hogar que estaban necesitando y no pudo conseguir por falta de tiempo junto a un billete de dos mil yenes.

Le sonaba más falta de memoria que de tiempo, pero no era quién para juzgar.

El portal estaba bastante tranquilo a las nueve de la mañana. La mayoría de inquilinos debían estar trabajando, en clases, o en el décimo quinto sueño. Le hubiera gustado ser cualquiera de esos con tal de no quedarse solo con su alma y pensamientos, pero ir de compras sería bueno para su salud mental.

Error.

Akaashi tomó la línea equivocada del subterráneo y acabó en un barrio llamado Shinjuku, el cual iba lleno de prostitutas a las que acudían los trabajadores antes de llegar a la oficina. También encontró varios hombres de tez negra y considerable altura en las entradas de los callejones.

En algún lado leyó que eran los guardias de los cuarteles de la yakuza, la mafia japonesa. Salió casi pitando sin que se notara mucho su desesperación.

Encontró un pequeño supermercado que parecía lo suficientemente surtido como para abastecerle de lo que Tendou puso en su lista.

Lejía. Jabón en pan para lavar la ropa a mano. Masa salada para tartas. Tubo de tomates pelados para salsa. Duraznos confitados. Paquetes de ramen de todos los sabores que se le podían ocurrir; mejor si eran los picantes. Varios vegetales y frutas. Pollo específicamente cortado en tiras y cualquier trozo de carne que fuera tierno. Leche de almendras. Cacao amargo en polvo. Azúcar negra. Mix de frutas congeladas.

La lista seguía.

Akaashi se arrepintió de no haber llevado el carrito de las compras que también le dejó junto al billete y la lista. Temía verse ridículo, pero ahora lo que más temía era por su espalda.

Genial —gruñó para sí—. Es mi primer día y ya tendré calambres en todo el cuerpo...

Sin embargo, aunque la excéntrica lista de Tendou saliera más o menos exitosa en su compra, nada preparó a Akaashi para la lucha con las bolsas de papel y su posterior subida a un subterráneo del cual, todavía, no tenía de cómo diablos funcionaba.

Iba a morir. Era su primer día en Tokio, y Akaashi definitivamente iba a morir en el proceso.

Pero, aunque el lugar se sintiera asfixiante y oliera a la axila de un chimpancé en una selva africana en pleno verano, Akaashi no tuvo la suerte de desaparecer de la faz de la tierra.

Todavía.

Utilizó sus flacuchos brazos para sostener las pesadas bolsas más su pequeña mochila que cargaba siempre a la espalda con sus artículos personales. Más de una vez casi perdió el cartón de huevos de codorniz o las hogazas de pan baguette; lo próximo que Akaashi sería la paciencia.

Con una mano temblorosa quiso encajar la llave —la cual preparó entre sus dedos desde que pudo sentarse en el subterráneo— sobre la cerradura, pero su puntería era tan desastrosa como la de un marinero borracho jugando a los dardos.

Divisó una cabellera rubia al fondo del portal, sentado con los pies sobre un mostrador y leyendo plácidamente un periódico mientras de sus labios colgaba un cigarrillo a medio fumar.

Intentó hacerle señas para que le ayudase —dedujo que sería el portero, Ukai—, pero nada llamó su atención.

—¡Espera! Deja que te ayudo yo...

Akaashi dio un respingo ante la nueva presencia y dio un tumbo a causa de la sorpresa. Giró tan rápido que esta que las hogazas de pan salieron volando, pero solo para ser atrapadas en el aire por dos enormes manos que acompañaban un par de brazos bien torneados.

No es que fuera una persona de sorprenderse con tanta facilidad, sin embargo, estaba seguro que abrió los ojos de par en par en el momento que su campo de visión captó la imagen de un joven hombre que...

Que lo perdonasen los dioses, pero era verdaderamente guapo.

Akaashi se olvidó de cómo respirar de forma automática.

—Alcánzame esa bolsa —pidió el chico mientras abría la puerta con la confianza y destreza que tiene alguien que lleva haciendo aquello por años—. No vayas a perder más cosas.

Aunque su tono era casi pastoso y sereno, podía escuchar un poco la burla en su voz. Una voz que era grave y bonita —de un timbre bastante agradable al oído.

Akaashi siguió viendo al muchacho cargar con sus bolsas de papel en uno de sus brazos enormes. Era bastante sencillo, en realidad, si lo miraba con detenimiento.

Cabello oscuro peinado a la izquierda con un pequeño undercut a la altura de las orejas. Ojos grisáceos y nariz grande, pero no era tosca o fea. Párpados más bien caídos y cansados. Pecho amplio y brazos grandes, aunque no tanto como los de Bokuto. Pero seguían siendo más grandes que los del japonés promedio.

Incluso su ropa era simple. Dedujo que sería alguna clase de uniforme por la camiseta negra con el dibujo de un onigiri a la altura del pecho y una gorra con un sencillo logo estampado.

Eso no quitaba que fuera un humano interesante.

Al menos era interesante de observar en conjunto. No le hubiera molestado seguir haciéndolo, si no fuera porque el muchacho le estaba hablando y su ensimismamiento solo le hacía ver sus labios en movimiento sin ser consciente de un solo sonido.

—¿Disculpa? —inquirió Akaashi tras sacudir la cabeza—. Tuve una laguna mental por un momento. Perdóname.

—Ya, ya. No pasa nada —El muchacho escondió la vista bajo la gorra. Casi parecía ser un tic nervioso—. Te preguntaba en qué piso vives.

Akaashi abrió la boca para hablar, pero el portero se percató de la presencia de ambos. De repente fue consciente del olor a tabaco mezclado con el perfume de ambiente con aroma a limón y desinfectante para pisos.

—Ah, estaban ahí —dijo Ukai de forma monótona con voz ronca, pero más aguda de lo esperado—. No me vayan a ensuciar el piso. Acabo de pasar el trapo. Hinata y tu hermano llegaron anoche más borrachos que una cuba e hicieron un desastre. La próxima vez arrojaré sus cosas por la ventana.

Akaashi abrió la boca en una pequeña o de sorpresa. No esperaba que el muchacho tuviera un hermano, aunque la verdad era que no debía esperar nada de una persona de la que todavía no sabía nada de nada.

El chico chasqueó la lengua, pero su gesto resignado le hizo pensar que era algo usual.

—Tsumu es muy ocioso cuando está sin entrenar. Hace muchas estupideces —dijo el chico—. Le daré una colleja en cuanto lo vea.

Ukai soltó un gruñido y dio otra calada a su cigarrillo.

—Pues yo diría que es ocioso incluso cuando está entrenando. Hace desastres todos los días del año... ¡los dioses nos libren de los años bisiestos por tener que aguantarlo un día extra...!

Ukai continuó diciendo cosas entre dientes, pero Akaashi sintió un tirón en su manga. El muchacho le hacía una seña para que se escaparan al ascensor mientras el portero de caballero rubio y largo atado hacia atrás seguía quejándose.

—¿A qué piso me dijiste que ibas? —preguntó el chico, pero rápidamente volvió a sacudir la cabeza—. Perdóname tú. Me llamo Miya Osamu. No te pregunté tu nombre, tengo los modales en el trasero al igual que Tsumu.

Akaashi balbuceó un par de veces. No sabía cuál de toda esa verborragia le distraía más, pero al menos ahora la cosa cambiaba.

El muchacho tenía un nombre bonito.

—Akaashi Keiji —contestó con un asentimiento gentil—. Vivo en el piso 7. Soy... el nuevo.

La boca de Osamu se abrió por la sorpresa. Por supuesto, el rumor del nuevo vecino debió esparcirse como pólvora por todo el edificio y no habría nada que no escuchara de él a este punto.

Oh. Así que eres el nuevo compañero de habitación de Tendou —notó Osamu frotándose la barbilla con su mano libre—. Eres audaz. Eso me agrada.

Audaz. ¿Lo decía por la iguana, o tal vez algo más?

Akaashi dio otro asentimiento. No era muy conservador. Aunque se viera como alguien tranquilo e impasible, en el fondo era más bien un ser humano tímido.

Y lo era todavía más cuando los extraños demostraban esa clase de cortesía en él. Casi como si no lo mereciera.

Osamu le acompañó hasta el séptimo piso en silencio, y le esperó hasta que Akaashi abrió la puerta del departamento E con dedos temblorosos. Esperaba que el Señor Pablo no decidiera darles la bienvenida aquel día.

—Bueno, muchas gracias por acompañarme hasta aquí —dijo Akaashi sin mirarle a los ojos y recibiendo la otra bolsa de sus brazos—. No hacía falta que subieras hasta acá arriba, pero te agradezco.

Osamu tenía una mueca de sorpresa en su calmado rostro. Algo que había notado con él era que, pese a la tensión de apenas conocerse, no parecía ser alguien avasallador y que fuera capaz de volver la situación más incómoda.

—Pero si de verdad no ha sido nada —Osamu se rascó una mejilla y apretó la gorra sobre su frente. Con su otra mano enseñó hacia otro punto en el mismo piso—. Vivo en el apartamento C.

Fue el turno de Akaashi para sorprenderse. Atravesó con la mitad del cuerpo el marco de su puerta para observar la puerta que Osamu señalaba. Estaba justo al frente de la suya, solo atravesando un pequeño tramo del espacio común en el séptimo piso.

—Así que... —Akaashi carraspeó—. Seremos vecinos.

—Seremos vecinos —confirmó Osamu con una media sonrisa—. Igual ya lo sabía. Bokuto me lo dijo anoche. Tuviste el privilegio de conocerle.

Bokuto Koutarou. Recordar al excéntrico muchacho del piso de arriba le hizo sentir algo extraño. Como si comenzar a entender los nombres de los convivientes en ese edificio le hiciera sentirse parte de algo más grande.

—Ya festejaremos tu bienvenida, 'Kaashi —dijo Osamu tras darse la vuelta y encaminarse hasta su apartamento—. Tendremos rato para conocernos.

No le dio tiempo a darle una respuesta, ya que se metió de un zumbido a su apartamento, el cual se encontraba en penumbras, y cerró la puerta con un suave click que le hizo comprender que era el único que seguía solo en el pasillo.

—Sí... —dijo Akaashi para sí mismo—. Supongo que tendremos tiempo para conocernos todos.

Con cada día que transcurría, Akaashi comenzaba a tener otro tipo de expectativas acerca de su estadía en Tokio.

En su segunda mañana en el edificio, Akaashi volvió a toparse de casualidad con Bokuto, pero estaba no venía solo.

Lo acompañaba un muchachito de no mucha estatura y con el cabello tan naranja como una mandarina. El sentimiento era tan fuerte que Akaashi creyó que sentir el perfume de aquella fruta en el aire.

—¡Oh! ¡Agkaashi! —Bokuto exclamó con euforia en el rellano de la escalera en que se lo cruzó—. ¡Por suerte te vuelvo a ver!

Akaashi rezongó para sus adentros al escuchar su apellido ser asesinado, pero supuso que con el tiempo podría —o debía— acostumbrarse a esas cosas.

—¡Oh! ¡¿Es el famoso Akaashi del que han estado hablando?! —intervino el chico de cabello naranja usando la misma energía que Bokuto, pero su aura era mucho más inocente y juvenil. Agitó sus bracitos con más ganas—. ¡Hola, señor Akaashi-san...! ¡Mi nombre es Hinata Shoyou! ¡Es un placer conocerle...!

—¡Pero no griten! —exclamó Ukai desde el escritorio de entrada, y la ceniza de su cigarrillo salpicó por toda la superficie—. ¡Esto no es una discoteca, joder!

Los otros dos hicieron una mueca de arrepentimiento desde arriba de la escalera. Akaashi se aguantó las ganas de sonreír ante la imagen —lo más usual en su vida siempre era aguantarse las ganas de casi cualquier cosa—, y subió los escalones de dos en dos para acercarse a sus vecinos.

El muchacho de pelo naranja —Hinata— era bastante más bajo que Akaashi, pero eso no quitaba que se le notaran los músculos en el torso y los brazos. ¿Sería un deportista al igual que Bokuto?

No parecía ser mucho más joven que él; si acaso, sería solo uno o dos años más pequeño, pero su jovialidad le hacía ver como un eterno adolescente.

—¡Le estaba diciendo a Hinata que deberíamos festejar tu entrada al edificio, Agkaashi! —exclamó Bokuto asintiendo varias veces—. ¡Puedo reservar el pequeño salón de la azotea, y Osamu puede preparar una barbacoa...! ¡Ah! ¡Y Semisemi puede cantar!

Akaashi se sintió curioso de escuchar por segunda vez el nombre Semisemi. Se preguntaba qué clase de ser humano podía ser si era un conocido tanto de Bokuto como de Tendou.

Si tenía que lidiar con otro ser humano tan intenso como ellos dos, entonces Akaashi abriría su ventana y se echaría a gritar.

—Por favor, no se molesten —se excusó Akaashi—. Solo estaré seis meses aquí... no quiero que se preocupen tanto por mí.

Por supuesto, Akaashi dejó colgando las palabras que no quería decir en voz alta: «no quiero que se encariñen conmigo si debo marcharme a donde pertenezco».

El pecho de Bokuto se desinfló un poco ante su última frase. Hinata, por su lado, parpadeaba mirando entre las dos personas que le acompañaban. Era casi como si una idea hubiera cruzado su mente.

—¡Oh! ¡Seis meses! Bokuto-san, ¡¿acaso ese no es el mismo tiempo que tú te...?!

Akaashi frunció las cejas al mismo tiempo que Bokuto se abalanzó sobre Hinata para pasarle un fuerte brazo por los hombros y atraparlo en un asfixiante abrazo. El chico de pelo naranja carcajeó con algo de incomodidad; al igual que Bokuto, pero al menos trataba de fingir que solo estaba riéndose con naturalidad.

—¡Hinata! —vociferó Bokuto otra vez—. ¿Y si subes y le avisas a Tsum-Tsum del festejo para este sábado? Ese flojo puede empezar a hacer algo... ¡y podrías avisar a Kiyoko y a Yachi! ¡Ellas ayudarán más que encantadas!

Hinata, que se había olvidado de su interrupción de hacía un momento, se irguió e hizo un saludo militar hacia Bokuto. Casi instantáneamente se echó a andar por las escaleras.

—¡Entendido! ¡Me encargaré de todo! —chilló a la distancia—. ¡Especialmente de no invitar a Kageyama!

Akaashi hubiera querido preguntar tantas cosas. Sobre quiénes eran Kiyoko, Yachi, el tal Kageyama que no estaba invitado, o incluso Semisemi. Quería cuestionar por qué se tomaban esas molestias con un recién llegado que quizá no valía la pena.

Pero, más que nada, su lado curioso quería averiguar qué era lo que Hinata insinuaba que pasaría en seis meses con Bokuto.

No es que fuera de su incumbencia, sabía que no... pero aquel hombre que apenas entraba en su vida le generaba una curiosidad inesperada.

Además, el hecho de que coincidiera con su regreso a casa causaba todavía más expectativas.

¿Qué pasaría en seis meses? ¿Se graduaría? ¿Se mudaba del edificio? ¿Iba a casarse?

La lista podía ser infinita. Y Akaashi era un adicto a las listas mentales.

—Así que... como te decía, Bokuto-san...

—¡Akaashi, no hace falta tanta formalidad! —carcajeó. No supo si fue su risa o su nombre bien pronunciado lo que le hizo sentir un pequeño cosquilleo—. ¡Además, es tradición! ¡Siempre festejamos cuando llega alguien nuevo al edificio! La última vez con Oikawa y su marido, aunque no se veía muy feliz de todos acabaran vomitando por las bebidas...

Akaashi se cruzó de brazos. Tenía una ceja bastante arqueada hacia arriba.

—Entonces es una excusa para beber —dijo medio en serio, medio en broma—. Lo que quieren todos es una pequeña borrachera de fin de semana.

Bokuto se llevó una mano al pecho con dramatismo. Lucía como si estuviera profundamente ofendido.

—¡Akaashi! ¡Es solo para conocernos mejor y crear un vínculo! —La culpa surcó los ojos de Bokuto como una estrella fugaz—. ¡¿Y qué mejor hacerlo que con algo de cerveza de por medio?! ¡Será espectacular! ¡No te darán ganas de irte después!

Ese es el punto, masculló para sus adentros. Debo irme, y no quiero motivos para hacerlo más complicado.

Pero a Akaashi se le dificultaba decir que no algunas veces, o incluso poner sus propios límites. Más si Bokuto le ponía cara de perrito mojado para que aceptara su propuesta.

Estaba literalmente perdido. El lunes comenzaba sus prácticas en la importante Editorial Nekoma para manga juvenil. No tenía idea qué clase de jefes o compañeros de trabajo debía esperarse en su lugar, pero no quería llegar con una resaca del domingo que todavía no se le pasaba.

Sin embargo... allí estaba... accediendo a los pedidos desesperados de Bokuto para que hiciera un pequeño festejo por su llegada.

¿Era su llegada tan importante como para realizar un evento? No se creía tan relevante.

—Pero solo será a cenar, y no mucho más. Quiero descansar bien el fin de semana para comenzar las pasantías —Akaashi resopló—. Y me dejarán poner una parte de los gastos...

No es que a su bolsillo le agradara esa idea, pero a su mente mucho menos le agradaba pensar en ser un intruso que hacía a los demás que pusieran dinero por él.

Bokuto cruzó los brazos y se negó de forma tajante.

—¡De eso ni hablar! —exclamó con ganas—. ¡Nos encargaremos todos nosotros de esas cosas! Como te digo, es una tradición. ¡Después puedes compensarnos con un café!

Bokuto dio una rápida palmada a Akaashi que casi dislocó su hombro. Apenas notaba que otra vez llevaba ropa deportiva, y que una fina capa de brillante sudor cubría su frente. La piel le olía a almizcle, gel para cabello y mucho, mucho perfume.

No era una combinación desagradable, si era sincero. Era característica, y comenzaba a pensar que podría reconocer el paso de Bokuto por alguno de los ambientes del edificio con suma facilidad.

Incluso su olor pisaba tan fuerte como su personalidad. Debía ser cosa de personas extrovertidas.

Empezaba a preguntarse qué clase de dios cruel allá arriba había decidido que sería sensato poner a alguien como Akaashi en un edificio como aquel.

—¡Nos veremos el sábado! —exclamó Bokuto, y se daba la vuelta para seguir el camino de Hinata por las escaleras—. ¡Te haremos pasar la mejor noche de tu vida, Agkaashi!

Me tardé más de la cuenta en actualizar, pero he estado un poco deprimida esta semana

No se realmente por qué, pero he tenido un bajón con la vida en general y eso también me bloqueaba creativamente. Y cuando me bloqueo, me frustro más por no saber cómo salir de eso. Pero creo que me voy sintiendo un poco mejor ya que logré terminar esto, y también empecé varias otras cosas y de a poco me van fluyendo más las palabras

Espero sentirme mejor hasta el lunes para comenzar a actualizar lunes y jueves como dije que me gustaría hacer, veremos qué pasa ;u;

¡Se revela el misterio del roommate! Aunque ahora se viene la fiesta de bienvenida, y también el primer día en la oficina... que le va a deparar al pequeño y pobre Akaashi en medio de tantos locos????

Y, por cierto... cuál será el secreto de Bokuto que Hinata estuvo a punto de revelar?????

Yo les dije que habría secretos. Les dejo acá su espacio para teorías jiji ——>

Perdonen la descripción totalmente sesgada y subjetiva de Osamu, es que no puedo evitarlo

Muchísimas gracias por todo su apoyo! ♥️ Tanto acá como en el último capítulo del fic de las debilidades... pueden creer que ya pasó una semana?! Sigo un poco en shock y me pone sensible entrar a ver comentarios, así que me tomaré unos días más hasta hacerlo uwu

Mañana subiré el oneshot TenSemi que les dije have no se cuanto sjxjsjsjs y me falta terminar el oneshot KageHina y el SakuAtsu angst que tenía... quiero tomar carrera de nuevo y motivarme al menos con esto que amo

Nos vemos el lunes! :'D besitos ♥️

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