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Sombras y Susurros

La lluvia caía suavemente sobre la ciudad, pintando las calles con reflejos plateados bajo la tenue luz de los faroles. Te encontrabas en un pequeño templo abandonado, refugiándote del aguacero. No estabas solo.

—No esperaba verte aquí —dijo una voz profunda y tranquila detrás de ti.

Te giraste, y ahí estaba él, Suguru Geto, con su habitual aire de calma y misterio. Su cabello oscuro caía en mechones húmedos alrededor de su rostro, y sus ojos, siempre tan afilados, te observaban con una intensidad que te hacía contener la respiración.

—Yo tampoco esperaba encontrarme contigo —respondiste con sinceridad.

Geto sonrió levemente, acercándose sin prisa hasta quedar a tu lado. Se quedó en silencio por un momento, observando la lluvia caer.

—Siempre me ha gustado la lluvia —murmuró—. Tiene algo… melancólico.

No respondiste de inmediato. Solo lo observaste, notando cómo su expresión, por lo general impenetrable, parecía suavizarse bajo la lluvia.

—A veces, la melancolía no es algo malo —dijiste finalmente.

Geto dejó escapar una risa baja.

—Tienes razón —susurró, y entonces sus ojos se posaron en los tuyos—. Pero dime… ¿qué haces realmente aquí?

Sabías que no te preguntaba por casualidad. Geto no creía en las coincidencias.

—Quizá… buscaba respuestas —confesaste.

Él arqueó una ceja, divertido.

—¿Y crees que yo puedo dártelas?

No respondiste. Solo lo miraste, permitiéndole ver la verdad en tu expresión. Y él pareció entenderlo.

Geto se acercó más, su presencia envolviéndote en una calidez inesperada. Su mano se deslizó con suavidad por tu mejilla, el contraste de su piel contra la tuya haciéndote estremecer.

—Eres alguien peculiar… —murmuró—. No sé si es suerte o desgracia que hayas cruzado mi camino.

Su toque era suave, pero su mirada ardía con algo mucho más intenso.

—Tal vez sea ambas —susurraste.

Geto sonrió, esa sonrisa suya, llena de secretos y promesas no dichas.

—Entonces, será interesante averiguarlo —dijo antes de inclinarse y atrapar tus labios en un beso pausado, tan etéreo como la lluvia que los rodeaba.

Un beso que sabía a peligro… pero también a algo profundamente real.