"Un Trato con el Diablo"

El aire en el Infierno tenía un peso diferente cuando estabas frente a él.

Lucifer Morningstar.

Rey del Infierno. Padre del Pecado. La primera estrella caída.

Y ahora mismo, estaba sentado frente a ti, con una copa de vino en la mano y una sonrisa que podía hacer que hasta el alma más fuerte temblara.

La sala en la que te encontrabas era un espectáculo de exceso: techos altos con frescos dorados que parecían moverse con vida propia, columnas de mármol con detalles en rojo carmesí, y un enorme ventanal que mostraba la infinita extensión del Infierno. Un paisaje de caos, fuego y sombras danzantes… pero desde este palacio, se veía hermoso.

Y en medio de todo, él.

Lucifer era la encarnación misma de la realeza infernal. Traje impecable, postura relajada pero dominante, y esos ojos escarlata que te analizaban con la paciencia de un depredador.

Te sentías observado. No solo con la mirada, sino con su mera presencia. Como si tu alma ya estuviera en la palma de su mano, aunque aún no hubieras dicho nada.

Y, sin embargo, estabas ahí.

Esperando.

Hasta que él rompió el silencio.

—Entonces… —su voz resonó como un eco elegante en la habitación—, dime, cariño, ¿qué es exactamente lo que quieres de mí?

Su tono era dulce, casi divertido, como si todo esto no fuera más que un juego pasajero para él. Tal vez lo era.

Sabías que esta era una pregunta peligrosa. Que jugar con Lucifer era lo mismo que bailar al filo de una navaja, y que, si dabas un paso en falso, caerías sin posibilidad de retorno.

Pero ya estabas aquí. No había vuelta atrás.

—Poder —respondiste con firmeza, sin apartar la mirada de sus ojos escarlata.

Lucifer ladeó la cabeza, su sonrisa ensanchándose como si acabara de escuchar algo sumamente entretenido.

—Ah… qué clásico. Ambición pura —murmuró, girando la copa entre sus dedos—. ¿Pero sabes qué me aburre, mi querido mortal? Los que piden poder sin entender el precio.

Se inclinó ligeramente hacia adelante, apoyando un codo en la mesa, con la barbilla sobre su mano.

—Dime… ¿qué estarías dispuesto a dar a cambio?

El aire se volvió más denso. Sentías su presencia envolviéndote como si el mismísimo Infierno te estuviera abrazando. Sabías que no había negociación justa con él.

Pero tampoco estabas dispuesto a retroceder.

—Depende del precio.

Lucifer soltó una carcajada baja, elegante y peligrosa. Sus ojos brillaron con astucia mientras dejaba la copa a un lado y entrelazaba los dedos.

—Me gusta cómo piensas. Pero déjame darte un consejo, pequeño áspid… cuando negocies con el Diablo, nunca pienses que puedes ganar.

Su sonrisa se volvió más afilada, y en un abrir y cerrar de ojos, estaba justo frente a ti.

No lo habías visto moverse.

Un escalofrío recorrió tu espalda.

—Pero… me encanta un buen juego —susurró.

Su voz se deslizó sobre tu piel como un veneno dulce. Sus dedos rozaron tu barbilla, levantándola con suavidad, pero con un control absoluto.

—Así que dime, cariño… ¿quieres jugar conmigo?

Tu corazón latió con fuerza. Sabías que cualquier respuesta que dieras te encadenaría de alguna forma a él.

Y, aun así, no apartaste la mirada.

—Sí.

Lucifer sonrió con satisfacción.

—Entonces, espero que te diviertas… porque esto apenas comienza.

Y con esas palabras, supiste que habías sellado tu destino.