Brahms Heelshire [El Niño] 2/2
¿Por qué parte 2? Porque quería hacerlo y fin 💋
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Susurros en la Mansión – Parte 2
Los días en la mansión Heelshire comenzaron a sentirse distintos. El silencio ya no te resultaba inquietante; ahora tenía un aire de intimidad, como si las paredes mismas supieran del lazo que había comenzado a formarse entre tú y Brahms.
Él siempre estaba cerca. Observando. Siguiendo cada uno de tus movimientos con esa mirada oculta tras la máscara blanca. Al principio, podía ser perturbador, pero con el tiempo, aprendiste a aceptar su presencia.
No estabas seguro de cuándo comenzó a volverse más… posesivo.
Tal vez fue la vez que intentaste salir al pueblo y encontraste tu abrigo desaparecido. O cuando las puertas que antes podías abrir con facilidad ahora amanecían cerradas con seguro.
—No necesitas ir a ningún lado… —murmuró Brahms una noche, su voz baja mientras deslizaba sus dedos enguantados por tu muñeca—. Te dije que eres mío.
Tu corazón latió con fuerza. No de miedo. No del todo.
Estabas sentado en la cama, con Brahms a tu lado, su cercanía cada vez más evidente. Podías sentir el calor de su cuerpo, su respiración pausada, como si intentara controlar algo dentro de sí mismo.
—No puedo quedarme encerrado para siempre, Brahms —murmuraste con calma, observándolo con cuidado.
Él apretó la mandíbula, su máscara inclinándose apenas en tu dirección.
—Si sales… —hizo una pausa, como si cada palabra le costara— podrías olvidarte de mí.
La confesión fue un susurro roto.
Sin pensarlo, llevaste una mano hacia su rostro, rozando con las yemas de los dedos la fría superficie de su máscara. Brahms se tensó al instante, su respiración entrecortada.
—No podría olvidarte, Brahms.
Por primera vez, lo viste dudar. Como si una parte de él quisiera creerte, pero la otra… la otra seguía atrapada en sus propios miedos.
Entonces, con un movimiento repentino, sujetó tu muñeca con más fuerza.
—Demuéstralo.
Antes de que pudieras preguntar qué quería decir, su otra mano subió lentamente hasta su propia máscara.
Tu respiración se detuvo cuando comenzó a quitársela.
El sonido del material deslizándose contra su piel llenó el aire, y por primera vez, pudiste ver el rostro que se escondía detrás de los susurros en la oscuridad.
Brahms Heelshire estaba roto. Lleno de cicatrices, con el peso de los años de soledad marcados en su piel. Pero, en sus ojos, viste algo más.
Un anhelo desesperado.
Un amor enfermizo.
Una necesidad de que tú fueras la única persona que nunca lo abandonara.
Y, en ese instante, supiste que no había vuelta atrás.
—No me dejes… —susurró.
Y tú, con el corazón acelerado, tomaste su rostro entre tus manos, dejando que el destino te envolviera en su oscura promesa.
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