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• XX. Reencuentro •

—¡¿Ramzi?! —jadeé al tiempo de acudir con él.

Se trataba del muchacho mayor quien nos había ayudado a escapar del barco en Ildiz a cambio de un rubí de sangre. Ashun se sobresaltó y ocupó sitio junto a mí para cerciorarse de que no me equivocaba. Supe por el aspecto que adquirió su rostro que le había reconocido también y que estaba tan desconcertado como yo.

Le puse una mano sobre el hombro menos magullado y le propiné una suave sacudida para hacer que me mirase.

—¡Ramzi! ¡¿Puedes oírme?! ¡Eres tú, ¿verdad?! ¡¿Me reconoces?!

Solo entonces, sus ojos débiles ocultos bajo los tumores amoratados dejados en su rostro por los golpes parecieron encontrar en mi cara la misma familiaridad que la suya había suscitado en mí.

Dejó salir un respiro laborioso y apesadumbrado.

—La paz sea con ustedes, hermanos... —masculló en un hilo de voz, ajada y ronca—. Guardaba esperanzas de que no los encontraran. Lamento no haber podido hacer más por ayudarlos.

Me mordí los labios con fuerza, sintiéndome estremecer de solo contemplar su lastimoso estado y adivinar las condiciones bajo las cuales había debido ser forzado a confesar.

Ashun se levantó de su sitio con una mano en la cabeza, exhalando un áspero resoplido, y nos dio la espalda incapaz de seguir mirándole.

Divisé un botijo de agua en una de las esquinas de la celda y me apresuré a tomarlo con la esperanza de que aún contuviera un poco. Al agitarlo oí el sonido del líquido golpeando el interior y acerqué la boquilla a los labios de Ramzi para que bebiera. Entre un trago y otro, vertí otro poco de agua en la palma de mi mano y la pasé con cuidado por su rostro para limpiarle la sangre seca de la piel.

—¡¿Quién te hizo esto?! ¡¿Qué fue lo que pasó?! —pedí saber.

Ramzi se aclaró la garganta tras beber un trago y exhaló otro respiro.

—Dadas las circunstancias de su huida... fue evidente mi participación en su escape al dejar caer la caja —relató débilmente. Mis inquietudes no habían estado tan lejos de la verdad—. Negué estar implicado, pero al desnudarme para fustigarme encontraron el rubí de sangre. Entonces me dieron palos hasta... —Pasó un buche de saliva—, hasta que no tuve más remedio que confesarlo todo.

Su expresión se torció al decir aquello, como si admitiese un acto vergonzoso y despreciable.

—Se envió un mensaje desde el barco con una paloma mensajera de vuelta a la nación avisando sobre la deserción de dos obreros en posesión de bienes muy valiosos, bajo sospecha del asalto a la casa de algún noble o alto señor. Fui desembarcado en calidad de prisionero y puesto bajo custodia en Hadiveh hasta que el asunto se aclarase.

»Días después, otra paloma mensajera llegó en respuesta con indicación de retenerme bajo el aviso del reciente asesinato de un alto señor yroseo. Se sospechaba que los desertores del barco no podían ser otros que el asesino de Elim Bin Alikair de la casa de la Serpiente Plateada, junto con su supuesto cómplice, quien le ayudó a salir de Kajhun.

»Se enviaron pregoneros por toda la ciudad de Ildiz dando voces de la desaparición de dos fugitivos peligrosos, hasta que dieron con un camellero que había alquilado dos animales a tres jóvenes peregrinos, dos de los cuales calzaban con la descripción de los fugitivos; un muchacho alto, con la cabeza rapada como un esclavo, y un adolescente de cabello y ojos negros. Esto lo supe según lo que escuché cuando el nuevo barco de Yrose arribó, cargado de soldados, y fui trasladado aquí y encerrado.

»Se me fustigó otra vez por información sobre el destino o posible paradero de los fugitivos, pero por mucho que me golpeasen no tenía nada para decirles, puesto que no sabía nada más... así que me dejaron aquí y tres cuadrillas partieron en direcciones diferentes hacia las ciudades más próximas.

Al finalizar su historia, Ramzi hizo por beber otro buche de agua y le acerqué el botijo a los labios. Después, se aclaró la garganta:

—Como dije, esperaba que no les encontrasen... pero el destino es caprichoso y tal parece que quiso que así fuera.

Asentí con lentitud en cuanto hubo concluido su relato. Con su ayuda nos habían atrapado; ahora todo encajaba... pero no podía guardarle rencor de ninguna manera.

Ramzi había pagado un precio alto por ayudarnos. Por un maldito rubí de sangre... había acabado pagando con la suya propia.


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https://youtu.be/ayEnJUtnSg8

Luego de que Ramzi se durmiera, acurrucado como lo estaba sobre el piso frío contra los barrotes de la celda, Ashun y yo permanecimos largo rato en un mutismo sepulcral. Mi hermano se hallaba pensativo y ausente. De vez en cuando me arrojaba alguna mirada terrible y sus ojos se colmaban de pesar como si ya me imaginase muerto.

Me pregunté si volveríamos a ver a Laila o a Eloi de regreso en Yrose. Eloi era más probable. Debía haber un juicio antes de dictar mi sentencia y necesariamente Mailard debía presentarse allí para testificar y constatar los hechos acontecidos en su casa. Y Eloi, a la vez que su mozo, era un testigo clave.

Lamenté el hecho de no poder ver a Laila una última vez pero, al mismo tiempo, pensé que quizás eso fuera lo mejor; pues no querría que ella atestiguase mi juicio. Había sido lo bastante duro para Laila ver morir a un hermano, como para tener que oír la sentencia de muerte de otro.

Observé a Ashun por el rabillo del ojo. Estaba decidido a salvarlo como fuera. Llegado el momento del juicio bastaría con decir que no le conocía y que no tenía nada que ver conmigo. Y estaba seguro de que si Eloi podía salvar aunque fuera a uno de nosotros prestaría declaración acorde. Miré a Ramzi sobre mi hombro y supe que también debía salvarlo. Después de todo, por fuera de la remuneración que Ashun y yo le habíamos ofrecido, él solo había actuado de buena fe, conforme a sus principios y a los de todo paje de barco, y nos había protegido hasta donde le había sido posible. No merecía compartir mi destino.

—¿Ashun? —llamé a mi hermano. Este respondió solo con la mirada.

Hice una pausa antes de hablar. Sabía que no había forma en que fuera a tomarse a bien lo que tenía para decirle, pero era algo que necesitábamos aclarar ahora. Teníamos un largo camino por delante y aún cabía la posibilidad de que lograse convencerlo de qué era lo mejor para todos.

—Una vez en Yrose... yo negaré estar relacionado de cualquier forma contigo —declaré—. Diré que te conocí en el barco y que escapamos juntos; que tú no sabías quien era yo ni lo que había hecho. Pero tú habrás de avenirte a ello, Ashun, solo así te podrás salvar.

Este me observaba tenso y con una ira latente en las facciones que casi consiguió apabullarme.

—No digas necedades, Yuren —dijo al final; domeñándose de gritar.

Lo miré molesto y con una ceja en alto:

—¿No es mayor necedad el que muramos ambos? ¿Qué caso tendría?

—¡¿Entonces qué?! —se sobresaltó él y largó los brazos a sus costados—. ¿Pretendes que te niegue ante una corte, me desentienda por completo de ti y me limite a escuchar tu sentencia?

Sonaba duro, pero no había una mejor forma de ponerlo.

—Sí, Ashun, eso es justo lo que pretendo.

Ashun se pasó con fuerza las manos por la cabeza:

—No seas ridículo...

Me acuclillé frente a él, entre sus rodillas, y dejé reposar mis brazos sobre ellas para mirarlo al rostro.

—Laila y Eloi te necesitan. Ustedes todavía podrían escapar cuando todo esto haya quedado enterrado en el olvido. ¡Pueden ser libres los tres!

—Hablas como Eloi... Hablaba del mismo modo cuando nos despedimos aquella noche. ¡No me hagas pasar por esto de nuevo, Yuren!

—Yo no soy Eloi —espeté, exasperado—. Yo pienso cumplir con mi promesa. Me aseguraré de que nadie más se vea implicado en esto; pero debes prometerme que no permitirás que todo lo que hicimos haya sido en vano. Ya sabes conducirte por Hadiveh. Sabes el camino hasta Umbul y sabes cómo llegar allí a salvo. Contigo pueden lograrlo, Ashun, ¡o habrá sido por nada!

—Basta... —farfulló—. ¡Basta, Yuren!; no sigas...

Hice caso omiso a sus súplicas. Debía escucharme primero.

—En cuanto puedas, toma a nuestros hermanos y váyanse de Yrose. Salva a Eloi de ese calvario y nunca vuelvas a permitir que Laila esté sola. Júrame esto, Ashun, por favor —supliqué—. Solo eso quiero oír y de ese modo... yo podré estar en paz.

—¡He dicho que pares! —bramó Ashun y se levantó de su lugar de modo tan abrupto que me tiró sobre las espaldas, a sus pies. Desde mi posición, mi hermano lucía como un gigante—. ¡¿Cómo puedes estar tan resignado?!

Apreté los labios y dirigí la vista al piso para después ponerme de pie.

—No lo estoy. —Sonreí, sin rastro de alegría.

—¡¿Cómo estás tan tranquilo entonces?! ¡¿Por qué hablas de ese modo?!

https://youtu.be/FuZJtWflfMk

Suspiré. No lo sabía... No lo entendía yo mismo; solo sabía una cosa:

—Yo no debería estar vivo, para empezar. Eloi sacrificó su única esperanza de huir por mí y tú cambiaste tu propia seguridad por acompañarme. Ese pobre chico está así por ayudarme... —le dije, señalando a Ramzi, y la voz me flaqueó llena de amargura de solo pensar en pronunciar mis siguientes palabras—, y Zami de seguro esté muerto. Murió protegiéndome. ¿No lo ves, Ashun? Solo he traído desgracia a quienes me han cuidado y a quienes han pretendido ayudarme.

Sentí que mi garganta se constreñía y congestionaba, y los ojos se me humedecieron; pero estaba tan abatido que no podía llorar. Solía maldecir lo emocional que era... y ahora ya no me quedaban fuerzas para serlo.

—¿Por qué? —farfullé. Había albergado esa duda desde el inicio—. Laila era nuestra madre; tú eras nuestro padre; Eloi renunció a sí mismo por nuestro bienestar... e Inoe era nuestra luz. Pero yo... —mascullé con la barbilla temblorosa—. Yo no soy nada; nada más que esto: un chiquillo inútil que lo echó todo a perder; que hizo que todos pagasen por su error —concluí, y se me escapó un feroz sollozo—. No soy nada....

Cuando levanté la mirada, Ashun tenía los ojos húmedos. No le había visto llorar desde la muerte de Inoe. Meneó la cabeza, incrédulo.

—No tienes... una maldita idea... —masculló—, de cuan doloroso es oírte hablar así... De cuánto les dolería a ellos —añadió con la voz al punto de quiebre—. ¿Cómo puedes decir esa clase de cosas? «¿Un chiquillo inútil»? ¿«Nada»? ¿Te estás escuchando a ti mismo?

—¿Acaso es mentira? ¡Nunca pude hacer nada por ustedes! ¡Nada que...!

Ashun me sujetó con firmeza el rostro entre los dedos. Sus yemas se me hincaron en la mandíbula y me habló tan de cerca que su aliento tibio peinó sobre mis mejillas.

—Escúchame, Yuren —siseó entre dientes, presa de alguna emoción intensa que le hacía temblar la voz—: Inoe y tú eran ambos la luz de nuestras vidas. Y tú eres mucho, mucho más de lo que siempre te has empeñado en creer. ¿Cómo puedes dudarlo? Tienes una voluntad y determinación con las que yo no podría empezar a soñar. Has sido así siempre.

»Jamás me permitiste terminar una jornada de trabajo yo solo, aunque terminases exhausto, con las manos y los pies llenos de heridas, casi sin poder mover los brazos. Y, aun así al llegar a casa, mientras que yo me dormía al instante, tú todavía tenías las fuerzas suficientes para quedarte en pie para fregar los platos por Laila y aliviarle las labores, o para jugar con Inoe y distraerlo de su enfermedad. Condenaste tu propia vida por proteger a Eloi, algo que yo mismo no tuve el coraje de hacer... y estabas dispuesto a regresar por él y por Laila, aun si te arriesgabas a ser atrapado y morir.

Las facciones del rostro se me contrajeron en el intento de controlarme para no llorar con las palabras de Ashun. Nunca había considerado nada de lo que hacía como valioso. En mi posición, débil como era, todo lo que hacía era lo que podía. Nada más. Y nunca creí que eso fuese suficiente.

—Lo que nos trajo a este punto no fueron tus errores —continuó mi hermano; sin soltar mi mentón para obligarme a mirarlo—. Fueron tu valor y tu determinación; tu amor inconmensurable por todos nosotros y tu deseo de hacer que todo fuera mejor. Inoe era nuestro motivo para luchar, pero eras tú quien nos impulsaba a ello; quien nos mantenía fuertes —finalizó Ashun, levantándome el rostro—. Y ahora eres todo cuanto nos queda.

Sollocé de modo abrupto... y fue allí que me derrumbé.

Había intentado mantenerme fuerte; pero ya no pude continuar haciéndolo. Busqué el consuelo del pecho de mi hermano y me desplomé contra él.

Tuve de pronto mucho, mucho miedo.

—No quiero morir... —susurré contra su ropa empapada de mis lágrimas llenas de terror—. No quiero morir, Ashun...

—Y yo no te dejaré morir —me juró. Después, Ashun me abrazó y sepultó el rostro en mi pelo, donde depositó un beso—. Vivirás una larga vida, Yuren. Prométeme que lo harás.

Sollocé una vez más contra su pecho. Y contra el tremor de mis labios y la congestión de mi garganta, me las arreglé para susurrar:

—... Lo prometo.


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No supe cómo me quedé dormido. Pensaba que no podría hacerlo hasta mi ajusticiamiento; y menos aún después; pero la primera noche el cansancio pudo más que yo. A partir de allí, las que le siguieron recibimos tan poco alimento que apenas sí teníamos fuerzas para mantener abiertos los ojos o erguida la cabeza.

Tal y como fue planeado, el barco yroseo zarpó desde Umbul y se desplazó de vuelta por toda la litoral de Hadiveh con rumbo a Yrose, siguiendo en retorno el mismo camino que Ashun, Zami y yo habíamos recorrido escapando por tierra. Sin embargo, esta vez el viaje parecía no tener fin. Cuando servimos como pajes, había tanto movimiento que las horas pasaban volando y ni cuenta nos dábamos cuando ya era hora de volver a sentar la cabeza sobre la almohada. Pero encerrados como lo estábamos, había perdido incluso la noción del día y la noche, y ambos estaban difusos.

Ramzi sanaba de a poco y los días consiguientes al zarpe nos sirvió para conocernos mejor entre los tres. Corroboré durante ese tiempo algo que ya sospechaba: Ramzi era muy listo. Conocía bien las leyes yroseas y todo aquello que a nosotros, los obreros, se nos ocultaba.

Repitió a Ashun lo que me había dicho a mí respecto a la mentira acerca de la sobrepoblación y que yo había elegido no contarle, dando por supuesto que jamás me lo creería, aunque a Ramzi pareció creerle después de todo. Nos contó también que su intención siempre había sido escapar, así como había ayudado a muchos otros chicos a conseguirlo; pero que antes planeaba reunir suficiente dinero para poder subsistir un tiempo. Y con el rubí de sangre al fin le era posible; pero había sido atrapado justo antes de tener siquiera la posibilidad de intentarlo.

Aunque él jamás insinuó nada parecido, era evidente que mi aparición en su vida había puesto una lápida encima a todos sus planes, pero aun así me aseguré de que supiera que no se vería involucrado conmigo de ninguna manera, llegado el momento de declarar y confesar mis crímenes, y que con toda certeza saliera libre. Me dijo que no era necesario; que era responsable por sus actos, pero, de todos modos, mi promesa pareció servirle de consuelo.

No estaba seguro de poder lograr nada en mi posición, ya fuera con respecto a él o a Ashun... pero lo intentaría. Mi hermano todavía no había accedido a prometerme lo que le había pedido, pero yo estaba determinado a apegarme a mi confesión y hacer un último intento de librarlo de mi condena.

Así transcurrieron diez días de viaje, según oímos del carcelero que custodiaba nuestra celda; un soldado yroseo calvo con brazos largos y piernas aún más largas. Calculé que pronto estaríamos de regreso en Ildiz, al punto de inicio, y desde allí haríamos por mar el mismo trayecto de regreso que desde Kajhun y que veríamos costas yroseas dentro de poco.

A ratos olvidaba que mi destino era morir allí y me distraía intercambiando bromas con Ramzi, burlándonos del carcelero o contándonos anécdotas divertidas. Incluso le conté de Eloi y Laila, de Inoe y su inesperada partida... y de Zami, Benu y Madre Teete. Así fue como pasé de verlo como un simple conocido, un encuentro fugaz y agradecido en nuestro camino, a considerarlo un compañero valioso... un amigo.

https://youtu.be/-6GceRthLco

Ashun rara vez se unía a nosotros. Estaba de un humor más lúgubre y decaído con cada día que se restaba a los que, en teoría, me quedaban por vivir. Yo lamentaba sobremanera ver a mi hermano tan ajeno y apático. Cada vez que le miraba, con el cabello mustio, la sombra de barba que empezaba a oscurecer su mandíbula y las facciones endurecida por las prolongadas aflicciones, no podía sino sentir una inmensa culpa al ser el responsable de su desdicha. Recordaba su promesa; la de no dejarme morir, pero entendía lo difícil que sería cumplirla. No esperaba que lo hiciera, por lo que aquello no podía servirme de consuelo y prefería abandonarme a la gratitud por el sentimiento, aún si sabía que era imposible.

Nos encontró de ese modo el final del mes. Los días continuaban transcurriendo en favor de mi inminente final y, aunque era lo último que hubiese querido mostrar, empezaba a ponerme más y más ansioso; pese a que había creído con firmeza que el tiempo me traería resignación.

Y una noche, después de cenar algo de pan —pellizcándole con los dedos las zonas que no estaba infectadas de larvas o enverdecidas de moho—, y beber una escudilla de sopa, noté que Ashun se hallaba más pensativo de lo normal. Le atrapé observándome por el rabillo del ojo, pero cuando interceptaba su mirada me la hurtaba con reserva.

Ramzi se había dormido sobre su costado sin comer y preferimos no despertarlo. No era como si la comida se fuese a enfriar, de todos modos. En principio saborear los escarceos de grasa fría coagulada en la superficie del caldo que nos daban como alimento me hacía dar arcadas; pero al cabo de una semana ya me había acostumbrado; así como me había acostumbrado a mear y cagar en un balde y a dormir sobre el suelo frío y húmedo.

Sin otra cosa que hacer por el resto de la noche, una parte de las cuales solía ocupar en conversar con Ramzi, imité a nuestro compañero de celda dormido y me tendí sobre mi costado en el piso, después de ponerle cerca su ración para cuando el hambre le despertara.

Recostado sobre el piso me sorprendí pensando en nuestro viaje por Hadiveh. En las cosas buenas y malas, en las personas por el camino y en todas las lecciones aprendidas; lecciones que sabía que me quedarían por toda la vida; aunque no imaginaba cuán corta sería. Pensé en Benu y en Madre Teete; incluso en Rokh. En nuestros camellos y en las personas amables que encontramos a nuestro breve paso por todas partes. Y en Zami...

Pero luego pensé en mis hermanos vivos... y todo se ensombreció.

—Fue una gran aventura mientras duró —le dije a Ashun, sin mirarlo.

Sabía que mi hermano no quería tocar el tema, pero era yo quien se iba a morir y necesitaba descargar lo que me oprimía el pecho. Ashun no tenía otra opción si no aguantarme, por el poco tiempo que me quedaba. Luego tendría una larga vida sin mí; o eso esperaba con todo el corazón:

—Cuando dejen Yrose, junto con Laila y Eloi, deben volver donde Benu y comer de sus pasteles de maíz. Quiero que ellos los prueben.

—Iremos todos allí. Los cuatro —apuntilló Ashun. La forma en la que procuró sonreír e intentó que su voz sonara natural cuando dijo eso me reconfortó—. Iremos allí y a todos los otros sitios. Juntos.

Me trajo una alegría inesperada imaginarlo, aunque solo fuera por un instante. Sabía que no sería posible, pero si engañarme por algún rato me ayudaba a dormir, no había daño en ello.

Resentí, sin embargo, el hecho de que Zami ya no nos acompañaría, y pensar en las terribles circunstancias de su muerte me quemó en el pecho. Quería pensar que se había salvado. Que quizás había sido encontrado por peregrinos buenos o que de algún modo había podido volver a la ciudad. No encontraría nunca rastro de nosotros... pero era mejor así. Ese pensamiento me ayudaba a sentirme menos responsable.

Por otro lado... si ese no fuera el caso imaginaba que, dondequiera que estuviera, al menos estaría con su hermano Demet al fin; así como yo pronto me reencontraría con el nuestro. Ver a Inoe otra vez me trajo una calma extraña y un momento breve de dicha en la miseria y el miedo. Pensé que, solo por eso, pasara lo que pasara... valdría la pena.

—Aún hay una posibilidad de que no te sentencien a morir, Yuren.

Abrí los ojos y giré sobre mi improvisado lecho para mirar a mi hermano, considerando sus palabras. De modo que mis suposiciones eran ciertas. Conque eso había sido lo que le había tenido tan pensativo... Buscaba una salida. Ya empezaba a parecerse más a él mismo.

—Mailard podrá ser un cerdo —me sorprendió oírle aludirlo de ese modo. Ashun, a diferencia de Laila, jamás lo había hecho. Me alegró ese pequeño atisbo de que el miedo ya no lo frenaba—, pero nos permitió vivir en una casa por años aunque bien podría haber roto su promesa hecha a Eloi y solo echarnos a la calle. Lo que pasó fue un accidente y actuaste en bien de sus intereses, para proteger a su mozo. Sé que, por consideración a Eloi, él podría hacer algo. De hablar en tu favor, no quedarás libre, pero te salvarías de morir. Encontraremos la forma de liberarte después.

https://youtu.be/BWeS5q6dSow

En realidad el optimismo de Ashun no conocía límites. Si vivía sería solo para pudrirme en otra celda con muñones en vez de manos... o quizá sería enviado a las temidas minas de Ikaina. Pero si el solo pensamiento de salvarme servía de consuelo a Ashun, no tenía problemas en dejar que lo creyese.

Me acomodé intentando dormir con esa grata idea sembrada en mí cabeza.

—«Tuqburni» —dijo Ashun, cuando mis ojos empezaban a cerrarse.

Los abrí, creyendo que había sido mi imaginación oírle hablar.

—¿Qué?

Cuando volteé para verlo Ashun no me miraba, pero una sonrisa cálida adornaba sus facciones. Creí reconocer en su gesto al viejo Ashun; el de siempre. De pronto parecía como si todo este tiempo no hubiese transcurrido; como si volviéramos de trabajar en la obra de construcción y nos preparásemos para dormir junto a la hoguera.

—Eloi me enseñó esa hermosa palabra —me reveló.

—¿Qué quiere decir? —Estaba seguro de no haberla oído nunca.

Ashun negó con la cabeza.

—Mis palabras toscas arruinarían su significado; es mejor si lo escuchas de él. Cuando nos reunamos con nuestros hermanos, pídele a Eloi que te lo diga —dijo y se acomodó para dormir—. Recuérdalo, Yuren.

Asentí, solo para darle en el gusto.

—Tuqburni... —repetí otra vez—. Lo recordaré.


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https://youtu.be/id2B0bkiMDs

Desperté de un sobresalto en lo que parecía ser la mitad de la noche. Creí haber oído un alboroto y cuando abrí los ojos y todo estuvo quieto a mi alrededor estuve convencido de que lo había soñado. Pero me percaté de que Ashun y Ramzi estaban despiertos, tan alarmados como yo, y que se hallaban aferrados a las rejas de la celda mirando hacia el exterior.

—¡¿Qué pasa?!

Ashun me acalló con una seña y me instó a prestar atención.

La estancia continuaba oscura, pero una iluminación tenue se filtraba desde la cubierta superior por la escotilla. El carcelero se había puesto de pie y subía con cautela los escalones hacia la cubierta superior. Vimos la mitad de su inmensa figura desaparecer por la escotilla y detenerse allí por un tiempo largo. Me pareció oír un sonido extraño, como un jadeo borboteante. Y entonces, el pesado cuerpo del hombre se desplomó rodando escaleras abajo.

Mis compañeros de celda y yo le observamos caer sin entender qué ocurría, hasta que un denso charco de color negro empezó a teñir el piso bajo sus carnes.

La sangre me huyó del rostro al comprender lo que habían presenciado mis ojos. Una figura más menuda y delgada bajó entonces los peldaños de las escaleras y se agachó junto al cadáver para examinar el cuerpo como si buscase algo. Muchas cosas me pasaron por la cabeza. Alguien se estaría tomando el barco de seguro... pero ¿quién? ¿Estábamos siendo atacados por piratas? ¿Un motín? ¿Pajes rebeldes? Algo tintineó de pronto en su mano con un sonido que ya nos era conocido: el entrechoque de unas llaves. Y la figura se puso de pie y vino en la dirección de nuestra celda.

Entonces, a la luz que bajaba por la escotilla, centelleó con un haz rojizo lo que me pareció que era la hoja de una daga alargada muy familiar. Y al momento de llegar frente a nuestra celda y verle de cerca reconocí, aún en la oscuridad reinante, un rostro que me llenó de tanta dicha que me trajo lágrimas a los ojos.

Estuve a punto de gritar cuando la mano de Ashun me cubrió la boca, impidiendo que cualquier sonido saliese de ella, y me sostuvo contra su costado mientras el nuevo dueño de las llaves de la celda las metía una a una en la cerradura buscando la correcta:

—¡¿Qué estás haciendo aquí?! ¡¿Cómo nos encontraste?! —articuló Ashun.

—He viajado a bordo del barco desde Umbul —dijo aquel y una de sus pícaras sonrisas gatunas brilló en la oscuridad.

Me libré de la mano de Ashun, pero no tuve ni las fuerzas de gritar como lo hubiera hecho antes, ni me pareció que fuese prudente hacerlo:

—¡Estás con vida! —silabeé de modo sordo.

No podía concebir el verle allí después de pasar tanto tiempo creyéndole muerto. Fue como verlo resucitado. Y como si de pronto todo volviese a estar bien.

—He estado robando y reuniendo provisiones durante todo el viaje. Aguarden. Los sacaré de aquí y desembarcaremos en un bote que ya he pertrechado bien en cubierta. Y entonces... pondremos rumbo a Ahzudy.

—¡¿Desde aquí?! —cuestionó Ashun.

Zami dio una cabeceada:

—Ya no podemos arriesgarnos a ir por tierra. Esta podría ser nuestra última oportunidad. Es ahora o nunca.

De súbito, escuchamos el clic en la cerradura y la puerta se abrió, mostrándonos la libertad. No le dimos tiempo a Ramzi para preguntar qué ocurría, pues en el instante en que fuimos liberados, Ashun y yo lo impelimos a ponerse en marcha junto a nosotros.

Una vez afuera, me arrojé contra Zami rodeándolo con los brazos y estrechándolo con fuerza.

—Creí que no volvería a verte... —gimoteé contra su pecho.

Aquello pareció atraparle con la guardia baja, pues lo sentí tensarse por algunos segundos. Ni siquiera me paré a preguntarme si era correcto o apropiado mostrarle tanta efusividad, pero no me importaba. Y entonces, aquel correspondió a mi abrazo rodeándome con los suyos.

—Podrías haberte ido... —le dijo Ashun—. ¡Estarías en tu hogar ahora!

—Les hice una promesa. Y yo jamás rompo mis promesas.

Al separarme de él, Zami tenía el rostro adornado por otra de sus sonrisas. Y cuando levantó la mirada para ver a Ashun, este le correspondió con una de las suyas. Ambos se estrecharon entonces en un abrazo breve, pero fuerte.

—Cuando desperté en medio del desierto ya se habían ido. Creí que los había perdido para siempre... Pero cuando llegué a Umbul el barco todavía estaba amarrado al puerto —nos explicó—. Allí me infiltré como otro tripulante y a partir de ahí solo tuve que esperar el mejor momento. Lamento no haber venido antes a verlos. Era riesgoso hacerlo antes de tenerlo todo listo.

—Cuando caímos del caballo, pensé que habías muerto —le reproché.

—Y es una suerte que todos lo creyesen. Si me hubiesen atrapado junto a ustedes no hubiese podido hacer nada más.

Ramzi nos observaba confuso de uno en uno, sin comprender nada. Su mirada se detuvo en el joven zuharí.

—Pero... ¿quién eres tú?

—Él es Zami —le dijo Ashun—. Es nuestro hermano.

Salimos a toda prisa y en silencio de la celda y nos precipitamos escaleras arriba. En la segunda cubierta, al espiar hacia los camarotes, la mayor parte de la tripulación descansaba ya entre ronquidos. Zami nos hizo una seña y salimos por la segunda escotilla hacia la cubierta principal, donde los vientos gélidos de la noche en altamar nos flagelaron con fuerza. Nos movimos con sigilo, siguiendo a Zami en dirección del pescante del barco. Me percaté de que en la cubierta había desperdigados e inertes tres cuerpos más: los de los centinelas asignados para esa noche. La daga de Eloi colgaba del cinturón alrededor de la cintura de Zami y a la luz de los faroles vi que escurría y que la hoja estaba teñida de rojo.

Procuré no mirarla más, ni a los cuerpos.

Llegados junto al pescante, Zami levantó la lienza de uno de los botes salvavidas y reveló las provisiones con las que había conseguido hacerse. Eran escasas, pero eran nuestra última oportunidad. Y tras haber asegurado en las drizas el bote para poder izarlo, maniobramos entre los cuatro las poleas siguiendo las indicaciones de Ramzi, a quien sus años a bordo de barcos le habían regalado con la experticia y la experiencia suficientes como para llevar a cabo la labor con eficiencia y la mayor discreción posible.

Todo lo hicimos en completa oscuridad.

De ese modo fue que logramos sacar el bote por la borda, descolgándolo por encima de las aguas que se agitaban abajo, abatiendo el casco del barco. A partir de allí nos aguardaba un viaje incierto al cual, con tan pocas provisiones y sin nada de preparación, teníamos pocas posibilidades de sobrevivir. Pero no me importaba. Si mis opciones eran morir en una horca o hacerlo camino a nuestra libertad, donde hubiésemos tenido una pequeña posibilidad, la decisión estaba clara para mí.

—Dos de nosotros habrán de permanecer a bordo maniobrando las poleas para bajar nivelado el bote o perderemos provisiones —dijo Ramzi.

Observé de uno en uno a mis tres compañeros, pero ninguno me observaba a mí. La decisión estaba tomada antes siquiera de que yo interviniese en ella.

—Yo puedo hacerlo —añadió, posicionándose en uno de los extremos del pescante tras los cabos, drizas y poleas que conformaban el mecanismo de descenso—. Yo sé maniobrarlo mejor que ninguno. Ashun, tú también lo has hecho antes; durante nuestras paradas camino a Hadiveh.

Fui víctima de un súbito terror. Como uno de los tripulantes más fuertes entre los pajes, Ashun había maniobrado el pescante las veces suficientes como para saber llevar a cabo la tarea.

Antes siquiera de que pudiese hacer manifiestas mis preocupaciones o protestar, mi hermano se había posicionado del otro extremo de Ramzi:

—Yuren, Zami, suban al bote.

El estómago me dio un doloroso vuelco y una serie de jadeos entrecortados se escaparon por entre mis dientes al oír su resolución.

—¡No! —Aferré sus manos, suplicante—. Ashun, no. ¡No! ¡Ven conmigo!

Zami dio un paso al frente para tomar su lugar:

—Ve con él, Ashun —después miró a Ramzi—. Indícame cómo y sabré hacerlo.

Pero mi hermano protestó y lo arrancó de su sitio junto al pescando de un brazo para devolverlo junto a mí:

—Eres el único que sabe cómo llegar a la isla. ¡Si te perdemos, no tendremos nada! —dictaminó mi hermano—. Además, yo ya lo he hecho antes. No se aflijan; será rápido. Saltaremos para llegar junto a ustedes en cuanto el bote haya descendido a salvo.

No pude replicar a ello pues, en el instante en que abrí la boca para negarme, un grito desde el nido de cuervos del palo mayor del barco nos sobresaltó en nuestro sitio. Un vigía se había percatado de nuestra presencia en cubierta y bastó una mirada al pescante y al bote dispuesto en los cabos para hacer conjeturas y deducir lo que intentábamos.

—¡Cesen al acto, bribones! ¡Atención! —bramó al tiempo de dar ensordecedoras campanadas para alertar a la tripulación.

—¡No hay tiempo! —farfulló Ashun—. ¡Suban, Zami! ¡Ahora!

—¡No! ¡¡Ashun!! —grité al tiempo en que me vi rodeado por los brazos de Zami, quien con poco esfuerzo me forzó a subir a bordo del bote salvavidas en lo que yo clamaba por mi hermano y me revolvía intentando librarme.

Ashun le dijo algo en el oído a Zami, pero no pude escuchar qué. Al instante siguiente, Zami se subió conmigo al bote y me retuvo allí.

En el momento en que extendí una mano para tomar la de mi hermano mayor y así tirar de ella para recuperarle a mi lado, Ashun la alcanzó solo el tiempo suficiente para besarme con apremio los nudillos y luego soltarla, dejándome ir. Y, al acto, él y Ramzi se abocaron a la tarea de maniobrar las drizas para hacer descender el bote al mar.

En cubierta ya acudían asomando sus cabezas rapadas los soldados yroseos presas de la conmoción y la furia. ¿Acaso podrían haberse imaginado que tres bribones escaparían de la celda de un calabozo para huir de su suerte por mar?

El bote sufrió tantos remezones obra de las manos nerviosas que maniobraban los cabos y poleas que sentí que nos caeríamos al mar y los vértigos diluyeron la fuerza de mis luchas por liberarme de Zami. Durante el descenso no dejé de llamar a mi hermano y de debatirme con desesperación en el intento de soltarme, con el firme propósito de trepar por la borda y volver a su lado.

Al fin, luego de una ardua tarea, apremiados por el tiempo y por la proximidad de los soldados, Ashun y Ramzi optaron en mutuo acuerdo por dejar ir los cabos de manera que el bote se precipitase hacia las aguas.

La caída fue corta y horrorosa. Dejé salir un grito y Zami me estrechó con fuerza contra su cuerpo. El fondo del bote azotó la superficie de las aguas con un duro golpe que hizo saltar algunas de las provisiones por la borda al remecerse por completo. Obra del impacto, Zami me soltó por un instante breve y ese fue el momento en que me libre de sus brazos y me arrojé hacia la borda del bote, empinándome hacia la del barco, la cual a estas aturas se alzaba inalcanzable sobre nuestras cabezas.

Habiendo dispuesto el bote a salvo en el agua, Ashun y Ramzi se encaramaron juntos sobre las barandas con la intención de saltar. Intercambiaron entre ellos una mirada llena de triunfo en sus rostros exhaustos. Después, Ashun me sonrió desde las alturas y yo le sonreí de vuelta. Extendí los brazos hacia mi hermano y me dije a mí mismo que, pasara lo que pasara, lo atraparía.

Una dicha indescriptible me invadió en ese momento. No podía creerlo. Éramos libres. Por fin éramos libres...

Fue allí que, en el instante en que Ashun se sujetó de los cabos del pescante para descolgarse, alcancé a divisar a sus espaldas la silueta negra, como una sombra, de un soldado yroseo de gran estatura. Y a la luz de una antorcha que le llegó por las espaldas distinguí en su rostro una cicatriz sobre un ojo nublado. Era el cabecilla de la cuadrilla del desierto.

A la luz plateada de la luna refulgió entonces una sonrisa virulenta... y después la hoja de la cimitarra que blandió sobre mi hermano.

—¡¡ASHUN!! —grité con toda la fuerza de mi pecho.

La luz abandonó repentinamente mi visión, sumiéndome en tinieblas, a la vez que una mano fría y temblorosa cubría mis ojos, impidiéndome mirar.

Escuché el escalofriante sonido del sable hendir el aire y frenar con un sonido amortiguado. Después, algo tibio me salpicó sobre el rostro dejando huellas ardientes sobre mi piel. Sentí que mi corazón se saltaba un latido y que la respiración se me atoraba en la garganta sin que pudiese desahogarla.

Lo último que alcancé a ver de Ashun fue su sonrisa cálida, la que tantas veces a lo largo de mi vida había conseguido aplacar mis tristezas y mis inseguridades, la que alejaba el miedo y calmaba mi ansiedad... pues, cuando logré librarme de la gélida palma de la mano de Zami de un tirón desesperado y miré hacia la borda, ya no quedaba rastro de mi hermano en la baranda; solo los soldados Yroseos asomados allí, lanzándonos maldiciones mientras agitaban los sables sobre la cabeza a medida que nuestro bote se alejaba.

Arriba, colgando lánguido y doblado en dos a la altura de la cintura sobre la baranda, distinguí el cuerpo laxo e inerte de Ramzi. La madera empezaba a tintarse de sangre bajo su cuerpo. Pero no había rastro de mi hermano por ninguna parte.

Y fue entonces que noté que el sable del soldado de la cicatriz, quien estaba ahora de pie donde antes se hallara Ashun, fulguraba a la luz de los faroles teñido de un rojo espantosamente fresco. El alma huyó de mi cuerpo al entender qué era lo que me había salpicado en la cara en el instante en que Zami me cubrió los ojos... y la razón por la que lo había hecho.

https://youtu.be/vWBzdReqg1s

Las inmensas olas que sacudían el barco de un sitio a otro sirvieron para alejar con rapidez el pequeño bote del casco del navío, permitiéndonos una huida rápida. A mis espaldas, Zami bogaba con fuerza batiendo los remos sobre las olas en el afán de mantenernos alejados.

En cuanto a mí, los latidos arrebatados que me martilleaban el pecho y la respiración desbocada que escapaba por mis labios entreabiertos aserrando mi garganta, poco servían al cuerpo al que luchaban por mantener con vida...

... pues todo rastro de voluntad para hacerlo se desvaneció de mi ser cuando comprendí que aquella cálida, aquella hermosa sonrisa que adornaba el rostro lleno de esperanzas de mi adorado hermano mayor, de mi mejor amigo y cómplice, de mi querido Ashun... estaba escrito y destinado que sería la última que vería en lo que me restase de vida.



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