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• XVIII - Libertad •

https://youtu.be/X2Z-npGG-ds

El resto de la noche fue excepcionalmente frío. Desperté un par de veces durante el transcurso de la cual sintiendo que me congelaba y me enrollaba en las cobijas sin conseguir paliar la sensación helada en mi espalda ni mejorar el frío de mis pies, pero estaba demasiado enojado con Ashun y con Zami como para ir a acostarme al lado de cualquiera de ambos.

Tuve muchos sueños confusos de los cuales podía recordar muy poco. Y por la mañana, cuando la claridad de las afueras se coló dentro de la habitación y arremetió de manera progresiva contra mis párpados, comencé a oír un murmullo suave y lejano, que entonaba una melodía conocida.

Esta me llevó de vuelta a dos recuerdos en concreto; el primero de los cuales, uno que no sabía que albergase en mi memoria. Me encontré en una playa extensa y blanca, con la vista del mar abierto al frente y el intenso aroma salino, más allá del olor agridulce de la herrumbe rojiza de unos barrotes. A mi lado una voz suave, ahogada por el rugido de las olas, el graznido de las gaviotas y el murmullo del viento, cantaba para mí... y luego me hizo una promesa que no alcancé a oír. Entonces, una oscuridad aplastante se tragó la visión y me llevó a otro sitio donde ya no vi imágenes y solo podía sentir un frío terrible que me estremecía por completo. Reviví la fiebre y la sensación del sudor pegajoso entre la ropa y mi piel.

El calor y el crépito del hogar me pegaban por un costado incapaces de abrigarme, como si no fueran reales, y la misma voz de antes se abría paso en mis oídos; igual a la primera y aun así distinta. Más grave y más melancólica... más baja y cautelosa; como un secreto...

Sabía a quién pertenecía la voz. Oírla nuevamente me trajo una dicha indescriptible... a la vez que me embargó de una gran soledad. Mi cabeza se negaba a darle un rostro por más que luchaba. Y en cuanto pude lograrlo me desperté de forma abrupta y me erguí de golpe en mi lugar:

—¡¿Eloi?!

Miré a mi alrededor, pero aunque me encontré con una habitación vacía comprobé que no estaba equivocado; no había sido un sueño ni un delirio, pues todavía podía escuchar la melodía en el aire y mis ojos erraron de un lado a otro con desesperación.

Sin embargo, bastó con oírla en la vigilia para determinar que esa voz no era la de Eloi.

Aun así, me levanté aprisa y salí de la habitación siguiendo la voz sin convencerme. Y al torcer por una esquina del edificio me encontré con Zami. Disponía nuestro equipaje sobre uno de los camellos mientras entonaba la canción de mis recuerdos sin reparar en mi presencia. Ashun no estaba allí. Miré al cielo intentando determinar qué tan tarde era y en qué momento habrían traído a los animales del corral. Según parecía, íbamos a marcharnos pronto.

Me quedé inmóvil a escuchar la tonada. Pero entonces, apenas notarme allí de pie, Zami cortó la canción de modo abrupto y me observó con las cejas en alto. Pareció debatirse en sus palabras por un momento.

—No te oí llegar. ¿Dormiste bien? —Sonreía con la gentileza usual y aquello me dio el valor de acercarme.

—La canción que estabas cantando, ¿de dónde la sacaste?

—Es muy antigua; escrita en la lengua de los poemas.

—¿Puedes cantarla otra vez?

Zami me observó perplejo unos segundos en lo que tomaba la gualdrapa de su camello del piso, la sacudía y la lanzaba por encima de la joroba del animal. Entonces, mientras la acomodaba sobre su espinazo, accedió a mi petición y empezó a cantar otra vez. Me recliné a la sombra contra la pared del khan y dejé que la melodía colmase mi cabeza. Zami tenía un modo diferente de cantarla; otro acento, otra entonación...; pero era sin duda la misma tonada.

https://youtu.be/5Gl4UhXHjfc

Al terminar me observaba con cautela. Dejé escapar un suspiro desde lo más hondo del pecho. No podía describir lo que sentía como otra cosa sino el beber agua salada para paliar la sed, pues al final me hallé más sediento que al principio y lamentando mi decisión. La voz de Zami era armoniosa y agradable, pero no había forma de que pudiese compararse a la voz cautivadora de Eloi. Tampoco cargaba la misma tristeza que él solía evocar en sus canciones.

—¿Entiendes lo qué dice? —Inquirí, ausente. Cuando Zami dijo que sí con la cabeza me inundó la añoranza—. ¿Puedes decírmelo?

Zami asintió otra vez y la recitó para mí:

—«Como si nunca hubieses soltado mi mano; como si no hubiese existido un final para esta historia, en tu ausencia creí en mí. Esta noche hace frío y sé que sientes frío también, pero no temas, porque yo traeré para ti el verano».

Una sonrisa demasiado rauda como para que pudiese refrenarla se escapó de mis labios. Pude entender por qué a Eloi le gustaba esa canción...

Antes, cuando pensaba en él, solía recordarle mirándome de mala manera desde sus fríos ojos color turquesa; pero había otro recuerdo muy vívido de él en mi memoria: mi hermano de pie frente al hogar, calentándose las manos. La noche en que huimos de los Jardines su mano se sentía helada en la mía. También lo estaba cuando acarició mi cabeza al despedirnos. No podía decir si siempre tenía las manos frías o si se le ponían heladas cuando estaba afligido; pero era como si, de algún modo, reflejasen la soledad fría en su corazón. Justo como había dicho Madre Teete... El pecho se me oprimió al pensar en que quizás esos versos le traían consuelo. Quizás, en el fondo, esperaba la llegada a un fin de su largo invierno. Esperaba su verano.

—¿Te es conocida? —preguntó Zami.

Descansé del todo contra la pared y miré al cielo azul sin nubes.

—Mi hermano solía cantarla.

—¿Ashun?

—Eloi —le corregí, con la voz matizada por un inesperado afecto.

Un suspiro me sacudió el pecho y cerré los ojos en busca de esa memoria.

https://youtu.be/t2D3yV5-Deo

Zami se situó junto a mí. Me percaté de que me observaba todavía de modo extraño y fue entonces que recordé lo sucedido la noche anterior. Pero... aún después de acordarme de lo enojado que estaba, de pronto sentí que ya no tenía deseos o fuerzas siquiera de seguir estándolo.

—Por favor no culpes a Ashun por lo que pasó anoche. La idea del burdel fue mía —resolvió decir al final de su larga vacilación.

Asentí. Después de enterarme del oscuro secreto entre los altos señores Yroseos y sus mozos, estaba bastante claro para mí cuán lejos era capaz de llegar una persona por calmar una simple urgencia.

Por mi parte no podía entenderlo, pero de algo estaba seguro: yo no lo haría nunca. No podría jamás tomar ventaja de una persona inocente en esa situación; no después de saber todo lo que Eloi sufría debido a ello. Por otro lado, sentí que jamás podría llegar a ese nivel de confianza y entrega con alguien a quien no amara profundamente, sinceramente... y quien me amase también de igual forma. Aunque ese día no llegara nunca.

No obstante... no podía esperar que Ashun se sintiese igual. Era triste pensarlo, pero supuse que no podía culpar a dos muchachos de sus edades por tentarse con lo que un par de dinares podían pagar. No tenían por qué compartir mi pensamiento.

Zami se había quedado callado y agradecí que respetase mi silencio.

En ese momento, Ashun apareció por la calle. Venía cargando nuestras alforjas al hombro y nos observó de uno en uno para después desviar la mirada hacia los camellos y continuar su camino sin detenerse en nosotros.

Zami se inclinó hacia mí para susurrar:

—No seas tan duro con él. Tu hermano te adora... Está muy arrepentido por lo que hizo y le duele mucho esta situación.

Tras decir aquello se alejó de la pared e interceptó el camino de Ashun para quitarle las alforjas de las manos. Después nos dejó solos y se fue hacia los camellos para colgar el equipaje a los costados de los animales.

Ashun vino a ocupar el lugar de Zami junto a mí. No lo miré y tampoco él me miró, pero en cuanto abrió los labios me crucé de brazos de forma refleja, esperando que empezara a excusarse de nuevo; sin deseos de oírlo.

—Perdóname —dijo en cambio y yo viré en su dirección, asombrado—. Lo que dijiste anoche... Tenías razón. No lo vi de ese modo hasta después de que lo mencionaste y... ahora sé por qué estabas molesto.

Vencido, dejé caer los brazos a los costados. No quería volver a pelearme con Ashun. De momento, me bastaba con que reconociera su error. Era más de lo que esperaba.

—Si lo sabes, no hace falta que me pidas disculpas. —Me sorprendió lo calmada que sonó mi propia voz—. Me basta con saber que entiendes por qué me sentí de ese modo.

Ashun me acarició el pelo y acepté de buena gana el gesto. Después lo miré a los ojos por primera vez en toda la mañana y hallé a mi sonriente hermano de siempre. Su sonrisa contagió a la mía y todo quedó perdonado. Volví a recordarme del hecho de que solo nos teníamos el uno al otro ahora. La unión era todo cuánto nos quedaba... y eso era más importante que nuestras diferencias.

—Los camellos están listos —anunció Zami al venir a nuestro lado y nos pasó un brazo por encima de los hombros a cada uno para instarnos a caminar—. Ya está bien de caras largas, nos queda un trayecto largo a Umbul y de ahí en adelante solo harán falta un bote y el favor de las mareas.

Mi sonrisa se ensanchó todavía más.

En realidad... estaba equivocado. Nos teníamos el uno al otro... y ahora también teníamos a Zami.


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https://youtu.be/r3Arb5j2ECc

Camino a Umbul paramos en dos ciudades diferentes y el arribaje consistió en lo mismo en cada lugar: buscar un sitio para dejar los camellos y luego hospedaje para nosotros en un khan. Comer bien, descansar lo necesario y partir temprano a la mañana siguiente. O acampábamos, cuando la noche nos sorprendía en mitad del desierto. No obstante, la costumbre iba volviendo el viaje más llevadero. De terminar el día con las nalgas y la ingle irritadas y adoloridas, por la fricción de la gualdrapa al montar a camello, el malestar se volvió una ligera incomodidad y después me di cuenta de que la piel del interior de mis muslos cobraba resistencia.

Hadiveh resultó ser una nación muy variada cuyos habitantes se dividían en grupos muy delimitados por sus diferencias y se hallaban en constantes riñas. Existía una porción extremadamente conservadora, en la cual los hombres se cubrían la cabeza con turbantes y las mujeres el cabello y a veces incluso el rostro con velos que solo dejaban los ojos a la vista. No empleaban para comunicarse otro idioma que el «hidiv», su lengua nativa, y no eran muy adeptos a los extranjeros. Zami era quien se comunicaba con ellos en hidiv y su carisma natural facilitaba el trato.

Por otro lado, estaba la parte más liberal de la población; la que regía burdeles y antros para el vicio y prosperaba gracias a la vida nocturna. Conforme visitábamos ciudades comencé a notar un patrón, y era que la zona dedicada a las diversiones y el placer siempre se hallaba bien oculta en la ciudad y sólo era posible llegar a ella mediante callejones intricados, pasadizos y callejones poco concurridos. Zami me explicó que esto se debía a que la monarquía de Hadiveh se inclinaba hacia el lado conservador de la balanza —por mucho que algunos de sus miembros más ilustres y respetables fuesen asiduos visitantes de la zona nocturna— y que cualquier actividad escandalosa que estuviese demasiado a la vista corría el riesgo de ser sometida a escarnio y sanción. En cambio, si se mantenía bien oculta, aunque fuera un secreto a voces, nadie podía quejarse. Y así Hadiveh mantenía su fachada como una nación de gente modesta y de costumbres recatadas.

Por último, habitaba en la nación una tribu muy antigua y olvidada del boreal de Nimia: el pueblo de Bedín. Se trataba de comerciantes nómades que se establecían en lo profundo del desierto en pequeñas comunidades en donde las personas de edad, los inválidos, los niños y las mujeres encinta se quedaban, mientras que los hombres recorrían las ciudades vendiendo la producción de su pueblo. Benu y su familia provenían de esta tribu. Las mujeres allí no se cubrían el rostro y mostraban su cuerpo sin pudor. No obstante, la vida era cada vez más difícil para los bedinos dadas las regulaciones modernas de Hadiveh para el comercio. Por esto, algunos bedinos abandonaban sus pueblos y la vida errante para establecerse en la ciudad. Sin embargo, eran acosados y tratados de modo desdeñoso por los ciudadanos más mojigatos; en especial sus mujeres. De manera que preferían instalarse con sus negocios y locales en las zonas nocturnas de la ciudad, en donde podían llevar sus vidas en paz y en donde eran mucho mejor acogidos.

Al fin una mañana; después de cinco días y cuatro noches viajando, cuando los primeros visos acerados de la mañana besaban las formas ondulantes del desierto; del otro lado de una empinada duna de arena, Umbul se desplegó frente a nuestros ojos.

Boqueé impresionado al verla. No sabía si contemplar toda su extensión desde las alturas contribuía a su magnitud o si la ciudad era en realidad la más grande que había visto en nuestro viaje. Como si las altísimas edificaciones y el esplendor de la arquitectura, los arroyos que la regaban, el verde que engalanaba sus calles y su tamaño colosal no fueran lo bastante impresionantes, el azul puro de los mares, centelleando y arremolinándose alrededor de sus costas, remataba la hermosura del paisaje cual si fuera el hilo dorado en un tapiz.

Zami me señaló en la dirección de la edificación más asombrosa de todas. Gigantesca, erigida entre impresionantes torres y alminares y rodeada de muros altos, se hallaba ubicada en el centro y descollaba por sobre toda la ciudad.

—Es el palacio de «Hadiv Allah'vna». Allí vive el sultán.

Di un boqueo y se me dibujó una sonrisa emocionada. Ese sí que era un palacio. Uno verdadero y no tonterías como las que balbuceaban los obreros ignorantes de Yrose.

—Es muy hermoso —mascullé—. Toda la ciudad lo es.

—Tanto como la recordaba —dijo Zami, arreando nuestro camello. Ashun lo imitó y avanzamos juntos—. Solo esperen a conocerla.

Conforme descendíamos la duna centré la vista en los barcos amarrados al muelle. Eran tantos como para hacerme perder la cuenta. Sentí que el corazón me palpitaba en el pecho tan rápido como el aleteo frenético de un pájaro y creí experimentar recién allí la emoción de lo que nos deparaba nuestro destino; como si los días anteriores hubiese estado tan solo viviendo un sueño.

La idea de irnos de Nimia resultaba cada vez más real. Pero, a la vez que mi excitación crecía, también empezaba a asolarme un inmenso miedo a lo desconocido. Quería confiar en Zami; en que sabría cómo llegar a Ahzudy, pero me asustaba pensar en todo lo que podía salir mal a partir de ahora.

Si teníamos suerte, estos días esperando un barco serían los últimos en el continente. Pronto estaríamos montados en un barco y luego, con suerte, arribaríamos a las costas de la isla de la anhelada libertad. Pero el camino no terminaba allí; pues de ahí en adelante empezaba otro viaje. Ashun y yo debíamos volvernos fuertes. Para que de ese modo, al volver a Nimia, pudiésemos ser capaces de salvar a nuestros hermanos.

El miedo y las ascuas fueron remplazados de modo inesperado por un súbito pensamiento. Una posibilidad que antes nunca me hubiese atrevido a contemplar: la de que no tendríamos que separarnos al crecer; que, una vez reunidos, viviríamos juntos por el resto de nuestra vida.

Al dejarnos Inoe, me torturaba a diario la idea de que a Ashun, a Laila y a Eloi solo les quedaban tres años. En el momento en que se marchasen, yo estaría solo. Y aquello me aterraba... Pero ahora no tenía por qué ser así. Podíamos construir nuestro hogar en otro sitio, donde jamás tendríamos que despedirnos de otro hermano de nuevo. Donde seríamos libres de las cadenas de Yrose. Donde Ashun ya no tendría que cuidar de todos, donde Laila estaría segura... y donde Eloi ya no sufriría nunca más.


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Acorde a lo planeado, tuvimos que prescindir de los camellos apenas llegar a la ciudad. Encontramos a un camellero dispuesto a comprarlos, pero los animales de su corral se veían delgados y enfermizos, y Ashun, Zami y yo abandonamos el lugar por tácito acuerdo. El segundo camellero interesado en los animales tenía un corral más pequeño, pero sus camellos estaban fuertes y saludables y supimos que allí estarían bien. Despedirnos fue difícil después de pasar casi una semana conviviendo con ellos, pero era tan solo uno más de los sacrificios necesarios durante el viaje para conseguir nuestro objetivo, así que procuré no alargar demasiado la despedida y me limité a acariciar sus cabezas antes de darme la vuelta y no mirar atrás. A partir de allí, tuvimos que seguir a pie cargando en peso nuestro equipaje.

Conforme nos adentrábamos a la ciudad, cada cosa llamaba mi atención y no me alcanzaba el tiempo a la velocidad que recorríamos los alrededores para mirar todo lo que hubiese querido. Había mucha gente en las calles, con aspectos y vestimentas tan diferentes como fascinantes. Las avenidas eran amplias y el primer zoco que recorrimos era enorme. Había tanta variedad de cosas que otra vez me encontré deseando poder visitar todos esos lugares en mejores circunstancias algún día, sin el apremio del tiempo, para poder vagar por horas y explorar cada zoco de cada ciudad.

Nos detuvimos en otro hamán. Era más amplio que todos los que visitamos por el camino, pero estaba mucho más concurrido y desnudarme en medio de tanta gente resultó un bochorno que no aguanté por mucho tiempo antes de decidir que quería asearme rápido e irme de allí lo más pronto posible. Luego de eso nos detuvimos a comer y Zami nos pidió arroz con cúrcuma, cordero asado con miel y verduras, y un gran platillo de albóndigas de garbanzos que estaban deliciosas untadas en salsa agria de yogurt y hierbas.

Tras mucho rogar durante la hora de la comida, logré convencer a Ashun de recorrer la ciudad después de encontrar hospedaje y dejar nuestras cosas. La idea no le parecía buena en un principio, pero Zami logró convencerlo aludiendo que no podíamos abandonar Nimia sin experimentar, aunque fuera por una noche, la vivaz vida nocturna de Hadiveh.

Ashun acabó accediendo y yo di saltos de alegría en mi asiento.

Durante nuestros días viajando y después de los iniciales roces entre ellos, Ashun había aprendido a confiar en él y pasó de tratarle como a un desconocido peligroso a tratarlo como a un hermano más. Aquello me ponía muy feliz. No podía esperar a que Laila y Eloi lo conocieran también. Presentía que él y Laila se llevarían bien. Él prácticamente ya la conocía porque yo me había pasado todo el viaje hablándole de ella; de su comida, de lo lista que era, de cuán valiente, astuta y tierna... Aunque, por otro lado, me preguntaba cuál sería el resultado del encuentro de Zami y Eloi; qué saldría de poner el carácter desfachatado del muchacho ahzudí frente a la poca paciencia proclive a la ira del demonio. Sin duda sería algo interesante de ver.

Ashun cumplió su promesa y pasamos el resto de la tarde recorriendo la ciudad, probando comidas y comprando uno que otro cachivache en el zoco, el cual me empeñé en recorrer de canto a canto. Y al caer la noche Zami nos llevó por los pasadizos y callejones que él ya conocía bien, hasta la zona de la ciudad que despertaba cuando el resto dormía.

https://youtu.be/unDSWl8IvCs

Al final de una larga callejuela nos recibió un espectáculo de luces coloridas al interior de farolillos de papel en hileras colgadas a ras del techo de una infinitud de locales de comida, bebida y juegos abiertos al público. Parecía una ciudad diferente. Había música por todos lados, bailarines y tañedores por las calles, espectáculos de marionetas y actos callejeros con gente disfrazada de animales, genios, reyes y princesas.

Gracias a la ayuda de Zami a la hora de administrar el dinero y al que obtuvimos vendiendo otro par de gemas por el camino, ahora teníamos suficiente como para costearnos un pasaje en un barco... pero también para darnos un buen último banquete, digno del sultán de Hadiveh, y eso fue lo que hicimos. Probamos comida en cada recinto; desde brochetas de cordero y verduras asadas, pescado frito en varillas, fatayer de todas las clases, calabacines, pimientos y hojas de parra rellenas, hasta tiras de ternera con verduras envueltas en tortillas de maíz, fritas en manteca u horneadas, sazonadas de la más amplia variedad de salsas saladas, dulces, picantes y agrias. Desde crujientes dulces de hojaldre con caramelo y nueces, halvas de mantequilla, fruta y cacao, granos de granada con azúcar y agua de rosas, hasta unas golosinas en forma de pequeños cubos con una textura suave y gelatinosa, cubiertos de azúcar llamados «lokum».

Los últimos ya los conocía, pues los había comido con anterioridad en una sola ocasión. Mailard había regalado a Eloi una gran caja de sándalo llena de estos en su cumpleaños número catorce y nuestro hermano, que detestaba las cosas dulces y las confituras, la dejó en la mesa y no volvió a tocarla. Inoe y yo comimos hasta enfermar del estómago y Laila nos las quitó y las guardó para racionarlas a razón de una por día para cada uno.

Recordarlo fue agridulce y sonreí con los ojos llorosos. Aquellos sabían a naranja y jazmín y tenían un sabor delicado; pero en Umbul los probamos de toda clase; de limón, de mango, miel, menta y frambuesa; algunos con trozos de frutos secos y otros cubiertos de coco rallado y nueces trituradas.

Nuestra última parada fue un lugar donde servían distintos tipos de licor y donde probé el anís, que era mucho más fuerte que la cerveza, pero cuyo sabor sí me gustó. Tenía un olor agradable que me resultaba conocido, aunque no sabía decir de dónde. Pensé que podía haberlo olido en alguno de los exóticos perfumes de Eloi durante las noches en que visitaba su habitación vacía. Pese a su aroma dulce no hizo falta más que un par de sorbos para empezar a sentirme mareado y extraño, y sufrir un intenso bochorno en el rostro. Empecé viendo borroso por las esquinas de los ojos y parecía que la escena a mi alrededor daba vueltas, aunque todo seguía en el mismo sitio.

—Me parece que ya cayó uno —dijo Zami, observándome por el rabillo del ojo—. Quizá no fue buena idea dejarlo beber.

—¿Estás bien? —preguntó Ashun, sujetándome el rostro entre las yemas de sus dedos para mirarme.

Me reí, sin saber qué era exactamente lo divertido.

—Ve que deje tranquilo el anís o tendremos que llevarlo de vuelta al khan en calidad de bulto —le recomendó Zami y empinó su vasija hasta acabarla.

Le había perdido la cuenta en la sexta o séptima ronda y me sorprendí de lo mucho que era capaz de beber sin parecer afectado. Ashun llevaba tres vasijas y ya luchaba por mantener los ojos abiertos y centrados.

—Estoy bien. —No me di cuenta del tiempo desmedido que me tomó contestar. Mi cabeza estaba procesando las cosas a una lentitud ridícula.

De pronto pensé en Laila y en lo mucho que ella desaprobaba el hecho de que Eloi bebiera con quince años y me pregunté qué pensaría de que Ashun me dejara a mí beber con trece...

https://youtu.be/nMLRqiRIONo

Pensar de nuevo en nuestra hermana volvió a ponerme emocional. En el fondo, sabía que ella estaba bien junto a Eloi —él había prometido que la cuidaría y ahora sabía por hecho que una promesa suya era tan inquebrantable como las de Ashun—, pero no podía evitar desesperar por ella y por verla de nuevo. Por sentir sus brazos tiernos alrededor de los hombros, sus manos delicadas con olor a tinta en las mejillas y ver sus ojos de medias-lunas cuando sonreía. Dos años eran un largo tiempo... Para mí iban a serlo, sin duda.

Hubiese querido reunirme mañana mismo con mis hermanos; con todos ellos, incluido Inoe, y volver a esas tardes sentados a la mesa junto al hogar, cuando todo era tan simple... Cuando vivíamos día a día; no como el ahora en que nos habíamos visto obligados a sobrevivir por la promesa de aquel mañana incierto en el que pudiésemos estar juntos otra vez.

Pensar que nunca más estaríamos en nuestra casa en Kajhun, los cinco juntos, me puso un nudo en la garganta. Aun cuando las piernas de Laila estaban adoloridas, cuando Inoe tosía sin parar, cuando Ashun elongaba sus brazos entumecidos, cuando Eloi no hacía más que ignorarnos mientras se abrigaba las manos en el hogar... y aun cuando yo me perdía del presente para divagar por horas en mis pensamientos, imaginando una vida diferente y fácil... Lo que no daría por volver a esos días y quedarme en ese presente; disfrutar cada momento; apreciar cada instante.

Aún en nuestras circunstancias, era muy feliz y no lo sabía.

En algún lugar del recinto, alguien tocaba música. Las voces y risas de las personas a mi alrededor habían dejado de sonar para mí y solo podía escuchar el sonido de un duduk que comenzó a plañir una melodía triste. Un recuerdo quiso asomarse, pero se me escapó. Y de pronto volví a pensar en Eloi y me sentí en una gran contradicción. Por un lado, deseaba volver a esos días tranquilos; pero por otro, ahora que sabía lo infeliz que era nuestro hermano en secreto, mientras nuestras vidas transcurrían en paz, borraba toda añoranza.

Decidí que no quería volver a esos días; no si uno de nosotros sufría. Prefería guardarlos en mi memoria como un lindo recuerdo y nada más. Ya era hora de enterrar el pasado y mirar solo al frente. Lo que en realidad deseaba era un nuevo hogar para todos nosotros. Uno en el que pudiésemos ser felices; lejos del dolor. Y aquello reafirmó mi resolución.


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La noche terminó con los tres enfilando a paso lento y tambaleante de vuelta hacia el khan donde habíamos dejado el equipaje. Yo no tenía la menor idea de hacia dónde me estaban llevando los pies y dudaba que Ashun estuviera en mejores condiciones que las mías, de manera que nos limitábamos a seguir a Zami y rogué porque él tuviera una mejor idea que nosotros de a dónde debíamos ir. En cierto punto de nuestro trayecto decidí que no quería esperar a llegar al khan para dormir en una cama y me pareció que el suelo era una opción razonable, por lo que estuve largo rato luchando contra Ashun en lo que este intentaba levantarme en peso muerto, jalándome por un brazo, mientras que, entre palabras ininteligibles, yo intentaba explicarle que si me ponía de pie me pegaría en la cabeza con el cielo.

No podía ver a Zami, pero le oía reírse de la situación.

Hasta ahí llegaban mis recuerdos, pues a la mañana siguiente desperté en una cama sin tener la menor idea de cómo había ido a parar allí. Zami estaba dormido junto a mí, boca abajo y despatarrado. Me despertó la presión que ejercía su codo contra mi sien, haciéndome torcer la cabeza en un ángulo muy incómodo. Quién sabe por cuantas horas estuve durmiendo en esa posición, pues sentía el cuello entumecido y la cabeza me dolía de modo terrible.

—¿Por qué estás en mi cama? —balbuceé con la voz pastosa. Sentía la boca seca y extraña. Puse los pies contra el costado de Zami y estiré las piernas para alejarlo de mí.

Zami enterró el rostro en la almohada y se quejó por lo bajo. Después de bostezar y sin abrir los ojos contestó:

—Tú eres el intruso. Eres tú quien está en mi cama.

Al erguirme, listo para contradecirlo, todo me dio vueltas y tuve que quedarme quieto para dar tiempo a mi visión de estabilizarse.

Me di cuenta de que Ashun dormía en la otra cama del cuarto y que en el piso a sus pies había un estera vacía, la que al parecer no había ocupado nadie. La capital era tan concurrida que una habitación con dos camas y una estera fue todo lo que pudimos conseguir.

El estómago me dolió y tuve náuseas, con certeza culpa de todas las cosas que había comido la noche anterior; pero no solo eso, sentía también un mareo molesto y una extraña pesadez de cuerpo que apenas me permitía tenerme erguido. Fue entonces que recordé el anís y todo el que había bebido. Posiblemente tres vasijas llenas, igual que Ashun.

Mientras procuraba mantener el equilibrio y en lo que intentaba determinar qué hora era, di otro vistazo alrededor. A Zami y a Ashun dormidos, sin ninguna preocupación, y pensé que no era una mala idea acomodarme y dormir un poco más. Aún nos quedaba la tarea de averiguar rutas para poder determinar qué barco debíamos tomar para la siguiente parte del plan, pero lo haríamos con fuerzas repuestas.

Me asomé a la ventana de la posada para echar un vistazo afuera. Desde el khan podía distinguirse una pequeña franja azul en el horizonte que correspondía al mar. Bastaba con verlo de lejos para que me atemorizase la idea de volver a estar a la deriva, pero sin importar cuánto lo pensara, de pronto parecía no haber ninguna otra alternativa posible. Como si ese hubiese sido el camino desde el comienzo. Ese y ningún otro. Como si fuera el destino.

https://youtu.be/-6GceRthLco

Ashun se movió en su lugar y se incorporó con pesadumbre, tras lo cual se llevó una mano a la cabeza y exhaló un largo gemido. Al momento de escudriñar por sus alrededores, como antes hiciera yo, y que su mirada se trabase en la mía, una sonrisa satisfecha y tranquila se le dibujó en los labios. Correspondí a ella echándome a reír... y pensé que aquello no estaba nada mal; que, aún pese a los estragos del licor, había sido una noche placentera. Una agradable distracción después de pasar la semana viajando, comiendo con rapidez y durmiendo apenas lo necesario para continuar con nuestro viaje al día siguiente, y antes de aventurarnos a la parte más difícil.

Ashun se rió conmigo y tuve la curiosa sensación de que pensábamos una vez más en lo mismo: Habíamos iniciado el viaje creyendo que no seríamos libres hasta llegar a un destino en concreto... sin percatarnos de que ya lo éramos. En las últimas semanas habíamos conocido muchas cosas nuevas; habíamos explorado lugares desconocidos; vagado sin rumbo; gastado dinero en frivolidades, dormido y despertado tarde; probado platillos e incluso bebido licor, y todo eso sin que nadie pudiera decirnos lo que teníamos permitido o no hacer, cuándo, cómo ni por qué, ni castigarnos o amedrentarnos por no hacer lo debido o mandado.

Si aquello era la libertad... se sentía bien.


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Después de que Zami se despertó y determinamos levantarnos nos hicimos con nuestro equipaje, pagamos el khan y nos pusimos en marcha al puerto de Umbul. Nos detuvimos por el camino a desayunar algo liviano y reunir fuerzas antes de partir en dirección a los embarcaderos. Ashun traía consigo el libro de cartografía geográfica de Eloi y él y Zami lo hojeaban ávidamente sobre la mesa mientras desayunábamos fruta, pan de semillas, queso de cabra y aceitunas verdes. Discutían sobre qué ruta de navegación era mejor tomar y señalaban la página siguiendo líneas imaginarias con el dedo. En cuanto a mí, yo todavía no podía entender nada de lo que había escrito en el dichoso libro y me limitaba a escuchar los extraños nombres que Zami y Ashun le daban a los distintos lugares que señalaban en los mapas.

—La ruta más segura es esta —indicó Zami, recorriendo con el dedo una línea irregular—. Es la que transcurre más cerca de Halzun.

El mapa que miraban era tan grande que ocupaba dos páginas completas y me pregunté qué sitio del mundo era. Tenía cientos de nombres; tantos que casi se tocaban entre ellos.

—¿Dónde es este lugar? —pedí saber, con problemas a la hora de ubicar a Nimia; aunque ahora, gracias al mapa, ya conocía su forma.

Ashun puso la mano sobre la primera página y la deslizó hacia la segunda:

—Todo esto es el mundo.

Levanté la vista para mirarlo atónito y luego otra vez a las páginas del libro. ¿Todo el mundo? Lucía pequeño para caber en dos páginas.

—Aquí estamos. Esta es Nimia —añadió Zami, situando el dedo en un punto minúsculo. Me costó verla, pero allí estaba. Después, él señaló otras formas en el mapa—. Estos también son continentes.

Observé boquiabierto. Nimia lucía diminuta en comparación con el resto de ellos. Solo en el viaje hasta aquí, por una muy pequeña parte de Hadiveh, me había parecido que el mundo era grande. Ahora me parecía que lo era demasiado... Toda mi vida la había vivido entre murallas, limitado tan solo a mi pequeña y muy reducida realidad, cuando allá afuera había miles de otros lugares; miles de cosas que aprender; personas que conocer...

Sonreí extasiado con la idea.

—Esta es otra ruta probable. —Zami trazó otra línea con el dedo—. El barco en el cual vine a Hadiveh venía desde aquí. Sin duda los habrá que vayan por la misma ruta, de regreso. Habría que buscar el momento más oportuno para hacernos con un bote y bajar en este punto.

Ashun asentía en silencio, pero podía ver en su expresión que continuaba sin estar muy convencido.

—Solo espero que sepas lo que haces, Zami...

—¿Aún no confías en mí?

—No hubiese accedido a que nos lleves en barco a la mitad del mar con la intención de bajarnos allí en un bote a remos, a esperar a que la suerte nos lleve a donde pretendes llegar si no confiara en ti.

Zami elevó las cejas, incapaz de rebatir a eso. Las dudas de Ashun eran las de cualquier persona con sentido común. Ninguno podía culparle. Muy en el fondo, yo albergaba las mismas interrogantes, pero pensar en ello me descomponía con rapidez; así que prefería no romperme mucho la cabeza.

Después de comer nos dirigimos según planeado hacia el puerto, donde el siguiente paso sería averiguar las rutas de comercio de los barcos ya amarrados allí, con la esperanza de encontrar uno para ese mismo día.

Los embarcaderos estaban repletos al punto en que resultaba asfixiante. La gente nos apartaba de su camino valiéndose de empujones y a nadie le importaba pisarnos los pies o encajarnos los codos por las costillas. En lo que Zami hablaba con distintas personas en el puerto, Ashun y yo esperábamos rezagados, aguardando por la información que fuera capaz de conseguir. Entre tanto, nos distrajimos observando por los alrededores e intentando no ser tirados y pisoteados por el tropel de gente que se movía en todas direcciones. La esquina de una jaula con perdices que un hombre balanceaba a su paso, sin reparo por nadie a su alrededor, me dio contra un costado cortándome el aire y haciéndome perder el equilibrio.

Ashun me atajó y yo imprequé en voz alta:

—¡Como no se te vuelen las malditas perdices!

—Yuren —me riñó.

—¡Son como una manada de jabalíes! ¿Pedir permiso para pasar los mataría?

Pero Ashun no dijo nada más y tampoco le percibí volver a moverse.

Temí haberlo perdido entre la muchedumbre, así que viré con rapidez para buscarlo y respiré de alivio al encontrarle todavía a mi lado. Mi hermano no despegaba la vista de Zami, quien hablaba con dos hombres desconocidos. Entre tanto, el talón de su pie golpeteaba con rapidez la madera del muelle. Estaba nervioso. Yo también lo estaba...

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El tiempo que permanecimos esperando a Zami fue suficiente para que mis ansias me llevasen a imaginar los escenarios más terribles. ¿Lograríamos llegar a la isla de la libertad? ¿O más bien pereceríamos a la deriva? Una cosa era viajar a bordo de un gran barco, pero una muy diferente era perderse en un bote a merced de las corrientes. Aun cuando confiaba en Zami, este había hecho el viaje una sola vez en su vida; el de ida. ¿Estaba en realidad seguro de cómo se hacía el de regreso? Pensé que, aunque no lo estuviese, desde luego no nos lo diría. Zami quería volver a casa y nosotros le habíamos dado una razón para hacerlo; pero corría por nuestra propia cuenta lo que pasara en ese viaje, pues nosotros habíamos aceptado acompañarle.

Mis nervios me llevaron a un punto en que empecé a sentirme de un modo extraño. Inquieto y en alerta, como un cervatillo en mitad de un claro; como si el peligro pudiese venir desde cualquier dirección. El sentimiento se volvió tan intenso que comencé a mirar agitado por los alrededores, en busca de ese peligro inminente del que mi imaginación azuzada por la ansiedad intentaba avisarme y el que probablemente no estaba allí.

La gente iba y venía de un lado a otro sin apenas mirarme; tan ocupados en sus propios asuntos y en llegar a donde se dirigían que dudaba que la mayoría de esas personas siquiera hubiese llegado a notarme.

Pero fue gracias a esa conclusión que, al peinar los alrededores con la mirada, dos pares de ojos fijos en mí no me pasaron inadvertidos. Se trataba de dos hombres de mediana edad que me eran por completo desconocidos, pero que sin embargo me observaban con una inusual familiaridad; como si ellos sí me conocieran.

Sus ojos me evadieron en cuanto les fijé la vista de regreso, pero noté que aún con el rostro vuelto me estaban mirando de refilón y de manera nada amigable. Después de escucharlo repetidamente antes de escapar de Kajhun y durante el viaje, finalmente me había convencido de que no era tan feo como solía creer. Quizá el tiempo había mejorado en algo mi rostro, pero tampoco podía creer que resultara tan guapo como para que me mirasen fijamente en una muchedumbre. Tampoco recordaba haber ofendido a nadie durante el viaje como para ganarme miradas como esas, así que me mantuve en alerta.

Uno de los hombres murmuró algo al otro y este asintió.

Sufrí escalofríos y retrocedí hasta aferrar la mano de Ashun con fuerza.

—¿Qué sucede? —preguntó mi hermano.

—Esos hombres están mirando hacia aquí —le indiqué por lo bajo.

Pero estos habían desviado la vista antes de que la de mi hermano los aludiese y Ashun se lo perdió apenas por un parpadeo.

—Es tu imaginación —dijo, pero yo estaba por completo seguro de ello.

—No, Ashun... —negué, empezando a temblar y jadear—. ¡No, Ashun, no lo es! ¡Nos miran!

Mi hermano volvió a escrutarlos y noté que se tensaba de golpe, pues alcanzó a advertir la mirada de uno de ellos justo en el momento en que este viró para evadir la suya. Noté que el pecho de mi hermano empezaba a subir y bajar con más brío de lo normal. Volví la mirada a los desconocidos. No se salían de lo ordinario; eran hombres de barba como casi la mayoría de los varones de mediana edad que había visto por todas las ciudades de Hadiveh, vestidos de túnica y chaleco y con turbantes en la cabeza.

Y entonces, Ashun cerró los dedos en torno a mi mano con tanta fuerza que me provocó un dejo de dolor:

—Yuren... —musitó, no como si quisiera hablarme en susurridos, sino como si la voz se le hubiese quedado atascada en la garganta, obra de una súbita impresión. Se había petrificado de pronto, como convertido en piedra.

Ya no estaba mirando en la dirección de los hombres, sino a algo que estaba a más distancia. Tuve que empinarme sobre las puntas de los pies intentando ver desde mi limitado campo de visión, por encima de las cabezas de la multitud, lo que mi hermano veía con claridad desde su estatura. Solo entonces fue que vi lo mismo que él y aquello hizo que la sangre se me helase en las venas y que me volviera de piedra junto con mi hermano.

Había dos sujetos enormes en una punta de los embarcaderos. Tenían brazaletes de hierro en las muñecas y aretes en las orejas, y las cabezas rapadas.

Eran soldados yroseos.

Los hombres que hasta ese entonces habían estado acosándonos se movieron con rapidez hasta alcanzarlos y, tras un breve intercambio, como la aguja de una brújula el dedo incriminador de uno de ellos se erigió en nuestra dirección, indicándoles a los soldados hacia donde mirar. Y bastó con que nuestras miradas y las suyas se encontrasen para que entendiera que habíamos sido reconocidos. Los soldados dejaron atrás a los hombres y se movieron decididos en nuestra dirección, hendiendo entre la muchedumbre como en un mar de gente.

El alma se me fue a los pies. Ashun empezó a retroceder y a jalar de mí, pero mis talones estaban clavados en su sitio.

Zami apareció de pronto de la nada y su cuerpo arremetió contra mí con tal fuerza que me obligó a salir de mi lugar y después nos instó a movernos con empujones frenéticos:

—¡¡Corran!! —nos dijo. Y Ashun y yo obedecimos sin hacer preguntas.

Hubimos de olvidar toda cortesía o buenas maneras y echar mano de lo que fuera necesario para abrirnos camino entre la gente. A nuestro paso tiramos equipajes, barriles, cajas, a niños e incluso a gente adulta, ganándonos sartas y rosarios de maldiciones e insultos desde todas las direcciones imaginables. Pero me importó muy poco, pues apenas podía oírlos. Todo lo que podía escuchar era el sonido de mi palpitar desenfrenado, ahogado a su vez por el intenso zumbido en mis oídos.

Había empezado a sentir frías las extremidades y el corazón se me desbocó en el pecho a un punto casi doloroso. A mis espaldas, sentía los empujones de Zami, mientras que al frente, Ashun jalaba con tal fuerza de mi brazo que sentí que me lo arrancaría. Sabía que nos estaban siguiendo. Ya conocía bien esa sensación. Los pasos de nuestros perseguidores sonaban más altos para mí que cualquier otro sonido de entre todos los que colmaban el aire y podía sentir el vello de mi nuca erizarse con un desagradable hormigueo, como si estuviesen jalándome de los cabellos con saña. Cuando por fin dejamos los embarcaderos y nos precipitamos a la calle, pudimos correr con más libertad.

Sin embargo, nuestra frenética carrera nos llevó a errar por la ciudad sin un rumbo fijo, solo dejándonos llevar por un muy primario instinto de supervivencia, el cual nos indicaba tan solo ir en la dirección opuesta a aquella en la cual peligrábamos; como si no fuésemos más que presas asustadas huyendo de sus terribles depredadores.

Por un momento, la imagen que había pasado desde el inicio del viaje pintando en mi cabeza y la cual era más detallada con cada día que pasaba añadiendo pinceladas, se volvió difusa y escurridiza; como si le hubiesen derramado agua encima y toda la pintura se hubiese corrido, dejando bordes borrosos y deslavados.

La imagen de todos nosotros juntos en un futuro volvía a estar difusa. «Libertad», la isla, y nuestra libertad... volvían a estar difusas

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