• XV - Nueva claridad •
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Una brisa fresca venía desde algún lugar, la cual me acariciaba el rostro, y percibía una luz cálida sobre mis ojos a través de mis párpados cerrados. Sentí un aroma familiar, pero que no reconocí. Era salino. Todo lo que podía recordar era haberlo sentido antes, hace algún tiempo. Abrí alarmado los ojos al sentir de súbito un viento helado azotar mi cuerpo y miré a mi alrededor mientras me erguía. Me encontraba al aire libre, tendido sobre la hierba, y el cielo azul y despejado se cernía sobre mí en toda su amplitud.
Lo primero que hice fue buscar a Ashun o a Zami, pero estaba solo... así que, confuso y atemorizado, me levanté y empecé a caminar. Sentía bajo los pies el crujido de la hierba seca y los observé adelantarse el uno al otro por un rato, intentando recordar de qué forma había acabado en aquel lugar, hasta que me topé de golpe con una pared de matorrales, los cuales se envaraban más altos que yo. Un sonido acaparó mi atención. Una risa infantil que provenía desde el interior, acompañada del crujido que emitía un cuerpo moviéndose de un lado al otro con rapidez entre las hojas.
Mis piernas se estaban moviendo antes de que me diera cuenta y me interné en la maleza sin saber a dónde iba o a quien estaba siguiendo. La risa sonaba como la de un niño pequeño al que conocía. Pensé de inmediato en Inoe y el corazón me dio un vuelco. No era posible... No había manera de que estuviera aquí... ¿o sí? La risa volvió a arrancarme de mis pensamientos y decidí seguirla, determinado a descubrir a quien pertenecía, con el corazón desbocado por aquellas esperanzas suscitadas por algo que sabía que era imposible; solo para cerciorarme de ello con mis propios ojos.
Conforme mis pasos adquirían más velocidad y se convertían en una carrera, mi respiración se agitó. Iba apartando el mar de hierba fuera de mi camino a brazadas, como si nadase en él. Las risas sonaban cada vez más cerca. De pronto, me abrí camino entre las hojas hacia un área abierta, como una especie de claro. Había del otro lado del cual una figura infantil de espaldas. No era Inoe. El cabello que el viento le agitaba sobre la cabeza no era rubio, sino cobrizo. Entonces, el muchachito se dio la vuelta para mirarme con una sonrisa en su rostro melado. Y ver una vez más sus grandes ojos color turquesa hizo que el pecho se me constriñera de modo doloroso.
«Eloi...» susurré, pero mi voz no fue más que un soplo de aliento.
Sonreí emocionado y me apresuré para llegar junto a él. Quería abrazarlo; tocarlo otra vez; jugar juntos tal y como en aquella ocasión, hacía mucho tiempo. No obstante, a medida que intentaba correr, mis piernas se volvían cada vez más pesadas y rígidas, y no conseguía avanzar ninguna distancia. El trecho entre nosotros solo parecía hacerse más y más largo.
«¡Eloi!», intenté gritar, sin éxito. Las sílabas de su nombre se quedaban atascadas en mi garganta y allí morían sin encontrar escape.
Los matorrales detrás de él se agitaron. Algo se movía entre ellos; una figura tan grande que me paralizó de terror en mi sitio. La hierba se partió entonces hacia los lados, revelando a un animal gigantesco; robusto, encorvado, cubierto de pelo oscuro. Sus ojos rojos refulgían y me estremecí cuando abrió el hocico y me mostró una hilera de dientes afilados.
Pero Eloi no se inmutó. En cambio, hundió los delgados dedos en el pelaje del animal en una caricia, la cual la fiera aceptó dócil, aún sin dejar de observarme con amenaza ni de mostrar los colmillos.
«Aléjate... ¡Te va a matar!...», quise advertirle, pero las palabras solo sonaron en mis pensamientos.
En eso, el animal se dio la vuelta y se irguió frente al muchacho en toda su estatura. Lucía como un gigante a su lado. Pestañeé, aterrorizado, y al hacerlo me di cuenta de que la figura había cambiado. Ya no era un animal lo que se erguía en dos patas frente a mi indefenso hermano; sino un hombre. Un hombre alto y corpulento al que reconocí de inmediato. No podía verle el rostro, parecía perderse en las alturas, pero sabía quién era. La rabia ardió dentro de mi ser, bullendo como el agua dentro de una marmita.
Emprendí una nueva carrera. Deseaba estrangularlo hasta matarlo; deseaba ver el terror en sus ojos mientras se le iba la vida... Mas no podía avanzar; seguía alejándome en cada paso. El hombre puso una mano colosal sobre el hombro del muchachito y le impelió con la gentileza de un padre amoroso a dar la vuelta para caminar con él de regreso al herbazal, lejos de mí.
«¡¡Eloi...!!» intenté llamarlo para que no se fuera con él. Pero no me escuchaba. En cambio, sonrió con dulzura al hombre y se marchó con él. Había en su mirada tanta inocencia; tanta ingenuidad...
Él no conocía cuál era su destino. No sabía hasta donde le llevaría ese camino; pero yo sí. Y no podía llegar junto con él para detenerlo; no podía salvarlo. Así, desaparecieron juntos entre los matorrales. Estos se cerraron a su paso y comenzaron a alargarse, alzándose gigantescos frente a mí, como si pudiesen tocar el cielo. Me impedían ver el camino al frente y empezaban a cerrarse como una cúpula sobre el claro, sumiéndome en la oscuridad.
De pronto, el cielo se volvió oscuro y la hierba bajo mis pies empezó a crecer también y a arremolinarse a mi alrededor. Cambiaba de forma y de color, y rugía tan fuerte con el viento que emitía un sonido como el del mar embravecido. De un momento a otro, ya no era hierba seca lo que me envolvía y me ahogaba, sino agua. Luché para mantenerme a flote, pero me jalaba y hundía. Di bocanadas, desesperado. Debía salir y rescatar a mi hermano.
«¡Regresa! ¡Eloi!»
Finalmente, las corrientes me engulleron hasta lo profundo, hasta un sitio oscuro y frío en el que ya no pude seguir respirando.
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La visión regresó a mí y mis sentidos despertaron de forma tan violenta que di un salto y me erguí en mi sitio, jadeante y con la frente perlada de sudor. Por un momento pensé que me encontraba de vuelta en casa; como si al mirar a mi alrededor pudiera ver a todos mis hermanos; a Inoe sentado a la mesa junto a Ashun, a Laila frente al mesón de la cocina preparando su deliciosa comida... y a Eloi calentándose las manos junto a la hoguera.
Pero el sitio era por completo diferente; aunque conocido. Estaba de regreso en el refugio de Zami... y sentí deseos de echarme a llorar. Miré a mi alrededor, buscando a Ashun, pero no estaba por ninguna parte. En cambio, encontré al zuharí acuclillado junto a mí, observándome con alarma. Tenía aún sobre mi hombro la mano con la que me había despertado.
—¿Estás bien? —preguntó con suavidad.
Asentí y me froté los ojos con fuerza. En parte para espabilar; pero también en un intento de disimular la humedad en mis lagrimales. Se trataba otra vez del mismo sueño... pero jamás había tenido ese desenlace terrible.
—Ashun ha salido —me informó Zami—. Le indiqué en dónde podía vender las gemas, pero no quiso despertarte. Volverá dentro de poco.
Dicho esto se apartó de mí para ir a sentarse en el marco de la ventana, desde donde me contemplaba aún. Por un momento, temí que Ashun hubiera estado en lo correcto con respecto a Zami y que este le hubiese hecho algo para quitarle las gemas; pero en ese caso, ¿por qué me mantendría a mí con vida? Decidí que mi estado de alerta solo estaba siendo azuzado por la angustia del sueño. Y me di cuenta entonces de que Zami no tenía puesto su albornoz y que la prenda reposaba en cambio sobre mí y me mantenía caliente. Me sentí conmovido por el gesto y mis miedos se disiparon.
https://youtu.be/D05OjFy23iM
Tomé el albornoz y me aseguré de devolvérselo al momento de ir a acomodarme cerca de él, del otro lado de la ventana.
—Gracias —dije en un murmullo y él solo sonrió al recibirlo.
La brisa fresca y la luz del sol sirvieron para que terminara de despertar del todo. Calculé que sería cerca de medio día. No recordaba haber dormido tan bien en mucho tiempo. Zami revolvía sus cartas con la mirada puesta en la calle, sin decir una palabra. Su silencio era muy distinto al de Eloi... No me sentía nervioso con él; al contrario. Me daba paz.
—¿Qué edad tienes, Zami? —pregunté.
—Veintidós.
Su respuesta me dejó perplejo. Había creído que no sería mucho mayor que Ashun; dos años a lo mucho. Entendí entonces por qué parecía tan maduro y por qué se preocupaba tanto por nosotros. Por qué nos cuidaba... Debía considerarnos unos niños... pues él ya era un hombre.
—Yo tengo trece. Ashun está por cumplir los dieciséis.
—Él parece mayor. Es bastante alto y robusto —opinó.
—Todos los hombres yroseos son muy grandes. Pegan un estirón de un día para el otro y se convierten en gigantes.
Zami apartó su vista de la ventana para mirarme.
—Yo no soy el mejor ejemplo —dije con encogimiento. Y él se rió.
El sonido de su risa me transmitió calma y parte de su buen humor.
Después de eso, me entretuve mirando cómo mezclaba y reordenaba sus cartas. Aquello hizo que empezara a preguntarme una cosa...
—¿Los zuharíes... pueden descifrar sueños?
Zami me observó con curiosidad. Y entonces, se volvió cavilante:
—Podemos. Aunque no es una ciencia exacta. Es más complejo de lo que se piensa. Lo que un elemento pudiera significar para una persona, podría significar para otra algo por completo diferente. Los sueños, como los seres humanos, son muy subjetivos.
Lo reflexioné por un momento. Aunque el sueño se repetía, en ninguna de las dos únicas ocasiones en que había podido ver más allá del campo de matorrales había sido capaz de rescatar a mi hermano del peligro. Ya fuera del mar o del animal. Lo perdía sin remedio...
¿Significaba eso que jamás podría recuperarlo? ¿Qué no podría ayudarlo?
—¿Pueden decirte el futuro? —pregunté, temeroso de la respuesta.
—No —negó Zami, con gesto apenado al no poder darme una respuesta más alentadora—. No hay poder en el mundo capaz de predecirlo. El futuro es frágil y cambia constantemente. Lo que puede ser ahora, mañana ya no.
—Pero dijiste que tu familia practica la adivinación.
—La adivinación no está a menester ligada al futuro. Por medio de la adivinación puedes saber algo que pasó o que está pasando ahora mismo. Lo que puede esconder una persona a conciencia o algo de lo que no es aún consciente. Todo por medio de la interpretación. Ya sea de símbolos, marcas, eventos o por medio de sentir su aura, leer su mirada y sus manos. O... —Levantó en alto una de sus cartas—. Por medio de oráculos, como estos.
—Ya veo... —suspiré, decepcionado.
Zami me observó ceñudo unos instantes.
—Sin embargo —prosiguió—, los sueños pueden mostrar a profundidades los sitios más recónditos de tu mente y corazón. —Devolvió su mazo de cartas a su cinturón y se acomodó—. Cuéntame tu sueño. Quizá no pueda decirte el futuro, pero podría ayudarte a entender el presente.
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Consideré su propuesta. Y al final acepté con una cabeceada e intenté recordar todo lo mejor que pude.
—Es algo distinto cada vez, pero siempre es el mismo lugar. Despierto frente a un campo muy alto y espeso de matorrales, y empiezo a correr entre ellos para seguir a... —Me detuve en medio del relato—, a una persona; pero con el aspecto que debió tener hace muchos años. No puedo ver el camino... A veces la maleza me encierra o me engulle, y me desespero. Solo he podido escapar de ella dos veces. La primera vez, salía hacia una playa con un mar embravecido y... esa persona se sumergía en las olas. Pero esta vez... estaba junto a un animal enorme con grandes colmillos. Nunca puedo alcanzar a esa persona... y no puedo correr ni gritar. No puedo hacer nada...
Zami se llevó una mano a la barbilla y se frotó el mentón.
—Veo un par de elementos significativos en tu sueño. Los matorrales altos podrían simbolizar el estar perdido; pero verte engullido y atrapado en ellos parece significar que es un poco más complicado que eso. Por otro lado, el mar es una fuerza indómita; impredecible... y suele representar circunstancias más allá de nuestro control y con la capacidad de destruirnos.
Presté atención, por completo sumido en la exactitud de sus palabras.
—En cuanto al animal... ¿Lo viste con claridad? ¿Qué animal era?
Guardé silencio. No quería admitirlo... pero estaba claro.
—Un oso —susurré, sintiendo que la ira volvía a bullir dentro de mí.
Zami lo consideró por un momento.
—Los osos simbolizan fuerza y poder. Pero un animal grande en los sueños puede simbolizar peligro y el miedo consecuente.
Asentí. Tenía sentido... Aun cuando odiaba a Mailard y en mi sueño hubiera querido matarlo, en mi actual posición me era imposible. Incluso la sola posibilidad de acercarme lo suficiente a él resultaba intimidante.
—¿Qué hay... de lo demás? —pedí saber; aun cuando dudaba que fuera buena idea, viendo que la primera parte solo había conseguido desalentarme.
—Una persona, unos años más joven —repitió Zami—. ¿Cómo un niño?
—Sí, como un niño —asentí, impaciente.
Zami torció los labios y fijó la vista en el piso entre nosotros:
—Los niños representan pureza, inocencia, comienzos, cosas nuevas... pero también fragilidad e ingenuidad.
No pude evitar pensar otra vez en el muchachito alegre y travieso de mis sueños. Se correspondía con el modo en que Ashun y Laila recordaban a Eloi.
Tras analizar cada elemento, el joven zuharí prosiguió a su explicación:
—Lo que yo interpreto de tu sueño es una situación que escapa a cualquier cosa en tu poder para hacer algo al respecto y en la que estás indefenso. En ella te sientes atrapado, perdido e impotente. El camino a seguir aún no está claro y el destino no solo es incierto, sino que alberga peligro y es posible que incluso... muerte. —Zami se tomó una pausa y yo lo observé ojiplático y con los labios abiertos—. Esta persona que dices... ¿es alguien querido?
Se me cerró la boca por reflejo y le hurté la vista. Por toda respuesta asentí, sorprendido por todo lo que había podido deducir; pero a la vez inquieto por cuanto más podría sonsacar de ello.
—Bien, esta persona querida convertida en un niño no representa otra cosa que a la misma, pero en su estado más frágil y vulnerable. Alguien que está en peligro y desvalido ante la situación anterior, a punto de ser engullido por ella... y a quien desearías poder proteger.
Concluida su explicación mi pecho se sentía constreñido y pesado, y observaba a Zami otra vez con los ojos muy abiertos. De pronto, todo parecía claro. Mi propia situación y la de Eloi... Era tal cual.
Sin embargo, las últimas palabras de Zami me hicieron recapacitar sobre algo más. Lo que me había traído hasta aquí en primer lugar... En ello abocaba todo. Deseaba proteger a Eloi. Y, sin importar cuan grandes fueran las adversidades y cuán indefenso estaba ante ellas... de pronto tenía un propósito y un motivo para mantenerme en pie.
—Gracias —dije a Zami, ahora lleno de nuevas fuerzas.
Él pareció captar el cambio en mi expresión y asintió.
—Espero haberte ayudado.
—Lo hiciste. Has hecho mucho más de lo que crees por nosotros... y jamás podríamos pagártelo.
En respuesta, Zami sonrió con afabilidad.
Desvió de regreso la vista a la calle y nos quedamos largo rato en silencio.
—¿Puedo preguntarte yo algo? —dijo de pronto.
—¿Huh? —contesté ansioso, sin entender por qué necesitaría pedir mi permiso para eso. Sufrí nervios repentinos y temí haberle dado más información de la que era prudente—. C-claro... ¿qué cosa?
Cuando volteo para mirarme, tenía una sonrisa extraña en el rostro, como divertido, pero a la vez como si se reservase algo.
—¿Quién es Eloi?
Su mención me dejó frío. Examiné con detenimiento a Zami en lo que intentaba determinar si lo habría oído de Ashun o si yo lo habría nombrado en algún momento sin percatarme. Antes de que pudiera preguntar, su sonrisa se distendió aún más y se me adelantó.
—Lo siento. Es que no parabas de repetir ese nombre mientras dormías —se burló y disimuló una sonrisa contra sus nudillos.
Sentí un calor sofocante subir hasta mi cabeza e irradiar a través de mis mejillas. Así que lo había estado llamando otra vez en voz alta...
—No es nadie que te importe —dije, más a la defensiva de lo que pretendía, y me puse de pie para salir del sitio junto a Zami.
Este asintió con lentitud, sin dejar de sonreír divertido.
—¿Se trata de la persona de tu sueño?
—No —mentí y le quité el rostro con temor a delatarme—. Se trata de... alguien más.
—Ya veo. Supongo... que entonces será la dueña de estos, ¿no?
Levantó frente a mí su mano, en la que sostenía los pendientes de esmeraldas de Eloi y los que, tras palpar con desesperación entre mis ropas, me di cuenta de que yo ya no tenía conmigo.
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—¡Devuélvelos! —bramé, alargando la mano para recuperarlos. Zami me esquivó con rapidez y salió de la ventana de un salto, poniéndose fuera de mi alcance en cuanto hice otro intento de quitárselos—. ¡¿De dónde los sacaste?! ¡¿Por qué los tienes?!
—¡Calma! Se te cayeron mientras dormías. Solo te los guardaba.
—Dámelos —demandé extendiendo la mano frente a él con la palma abierta, respirando alto en el intento de domeñar mi enojo. Ahora el rostro me ardía por dos razones diferentes.
En lugar de eso, Zami retrocedió dos pasos y los observó en la suya.
—Lucen muy caros. Puede que cuesten incluso más que los rubíes. Dime la verdad, ¿a quién le robaron todo esto?, ¿de qué están huyendo y por qué?
Evadió otro intento mío de acercarme; esta vez no para asir los pendientes de su mano, sino para echarme contra él. Sin embargo, al momento de esquivarme y que pasara de largo por su lado sin conseguir atraparlo, él sí consiguió asir mi brazo; el cual me torció detrás de la espalda para luego tumbarme de estómago en el piso. Sentí justo después el peso de su cuerpo en cuanto se sentó sobre mi zona lumbar para inmovilizarme.
Me debatí como una fiera en el intento de librarme, pero era fuerte y más pesado, y solo conseguí retorcerme de forma patética.
Zami había empezado a reír.
—Está bien, no te sulfures. Quieres que te lleve conmigo, ¿no? —preguntó mientras yo gruñía y me revolvía—. No puedo viajar con dos extraños sin saber sus intenciones; yo también necesito confiar.
—Ashun te hará puré si llega y ve esto —lo amenacé.
—Mejor que no le demos ese disgusto. ¿Vas a confesar ahora?
—¡No le hemos robado nada a nadie! —bramé. En realidad, yo tampoco deseaba que mi hermano se enfrentase a él después de ver lo que era capaz de hacer—. Las gemas fueron un obsequio —le expliqué, como antes habíamos explicado a Ramzi. En el fondo... Zami tenía razón. También necesitaba poder confiar en nosotros—. Y mi nombre no es Yadiz. Es Yuren.
—Lo sé. Oí a tu hermano llamarte así cuando escapaban. ¿Y esto? —Agitó los pendientes en su mano—. Es lo que recogiste ayer del suelo. Lo que casi provoca que los atrapen, ¿no?
—Son un recuerdo de alguien —admití a regañadientes y luego me debatí otra vez—. ¡Ahora suéltame, idiota, me estás aplastando!
—Cuida tus palabras. —Me puso una mano detrás de la cabeza y luego me presionó el rostro contra el suelo, haciéndome besar el tapiz.
Harto de sus juegos, conseguí tumbarlo girando sobre un costado con todas mis fuerzas. Zami soltó los pendientes para frenar su caída y yo aproveché de quitárselos. Volví a guardármelos en la ropa y empecé a caminar para salir del cuarto, hecho una furia.
—¡Oye! ¡Eres bastante fuerte! —se rió Zami, desde el suelo.
—Vete a la mierda.
—¡Espera, no te enfades! —dijo, entre risas, poniéndose de pie.
—¡Déjame tranquilo!
—Esos pendientes son joyería fina. ¿Eloi es alguna chica noble de Yrose?
Apreté los dientes y me detuve sobre mis pasos. Contarle a Zami quien era Eloi implicaba contarle toda la historia. Desde quien era, lo que hacía, cómo me había enterado y por qué habíamos huido, abandonándole... Lo más seguro era que ya supiera que era la persona de mi sueño, pero otra cosa era confirmárselo. Además, a Ashun no le agradaría nada que se lo confiara.
Pero Zami no se contentó con mi silencio y caminó detrás de mí rumbo a las escaleras. Me quedó en claro que no iba a dejar ir el tema.
—Bien, entonces no es ninguna noble —se rió—. Sin embargo tenía en su poder joyería fina como esa. ¿Entonces es... una putilla?
Toda la sangre del cuerpo se me heló en las venas, dejándome frío y tembloroso. Pero entonces... sufrí un abrupto cambio de temperatura que me puso a jadear. La sangre fría empezó a hervir y a burbujear por todo mi cuerpo. Subió caliente hasta mi rostro exangüe y se agolpó allí, en algún lugar de mi cabeza en donde pulsó, nublándome los sentidos.
Lancé el puñetazo sin pensar en ello; menos aún supe dónde iría a parar. Estaba seguro de que Zami conseguiría eludirlo o por lo menos frenarlo; pero, al igual que yo, es probable que no se imaginara cuál iba a ser mi reacción, pues mis nudillos encontraron certeramente su mejilla y la fuerza del golpe lo arrojó de espaldas sobre el tapiz.
https://youtu.be/vWBzdReqg1s
Me quedé estupefacto unos segundos, conforme la sangre volvía a helarse en mi cuerpo. Al temible luchador de la noche anterior, a quien había derrotado a dos soldados yroseos armados, yo lo había tumbado de un golpe. Pero no pude sentir orgullo ni satisfacción; todo lo que restaba en mi ser era una rabia desmedida. Zami me observaba con los ojos muy abiertos, sujetándose el rostro desde su sitio en el suelo. No pude mirarlo por más tiempo. Estaba seguro de que si me quedaba el asunto iría a peor y, en el mejor de los casos, perderíamos al único aliado que teníamos en la adversidad.
Al final de las escaleras me encontré con Ashun, pero continué sin deseos de explicar nada y me sacudí su mano en cuanto me atajó por el hombro.
—¡Oye! ¿A dónde vas? —me llamó.
No le hice caso. Estaba fuera de la casa antes de darle tiempo a otro intento de alcanzarme y al final de la calle antes de que pudiera llamarme otra vez desde la puerta.
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En otros tiempos hubiese corrido hasta toparme con la ribera del río, donde me hubiese visto obligado a detenerme; pero ahora no había un límite claro. Y aunque hubiese querido irme lejos; no importaba a donde fuera a parar, todavía me restaba algo de sentido común, así que no me alejé demasiado.
Mis pasos me llevaron al bazar del día anterior. Empezaba a reconocer las calles, aunque solo las había recorrido un par de veces, y aquello me dio cierta seguridad. Al menos sabía cómo volver al refugio; pero no tenía el menor deseo de hacer eso.
Me detuve en el pequeño puesto de comida de la primera vez. La misma anciana de antes estaba ahora afuera del local, sentada a la mesa donde nos sentamos Ashun, Zami y yo.
La observé por un momento, intentando mirar dentro de sus ojos fijos. Sus pupilas eran grises y tenían una luminiscencia extraña, como dos lunas veladas dentro del cielo oscuro que eran las irises dentro de las que nadaban. Me quedé de pie frente a ella sin saber si debía alejarme, quizá volver por donde había venido, o acercarme y saludar. No tuve opción más que de lo segundo, pues levantó la cabeza al advertirme, no supe cómo.
—Oh, mis disculpas —dijo con una sonrisa—. Vine a tomar un poco el fresco y mis pensamientos se dispersaron sin que me diera cuenta —añadió en el afán de levantarse.
—No, por favor —le dije, indicándole por medio de gestos con las manos que se detuviera. Me frené al recordar que no podía verlos y en cambio toqué su brazo—. Siéntate, Sett. No quería importunarte.
—Eres el muchacho de ayer. —La mujer distendió aún más la sonrisa—. Pero no te quedes de pie. ¿Querrías regalar a una vieja unos minutos de tu compañía? —preguntó, palpando el sitio a su lado—. Toma asiento, joven, y disfruta de la quietud y del fresco conmigo.
Me apresuré a aceptar su invitación y me senté a su lado, atento a sus palabras. Pero la anciana permaneció en silencio con el rostro alzado hacia el cielo, como si pudiese verlo. La observe con atención unos instantes y fue entonces que me di cuenta de que lo que hacía era olfatear con suavidad el aire que transcurría por el pequeño bazar.
La imité y aspiré un aliento intentando determinar qué era lo que olía. Al principio no capté nada fuera de lo ordinario, pero tras cerrar los ojos y conforme prestaba más atención me di cuenta de que podía oler la brisa perfumada del aroma salino del mar, que ya me era muy familiar. Venía aromatizada también del petricor de la tierra, la madera de la mesa, un olor metálico que reconocí como el aroma del cobre; el que había aprendido a reconocer en los puestos del bazar, así como el de la greda de las vasijas y la lana de las telas; y por supuesto, el aroma a comida que venía desde dentro del local.
Percibí incluso el aroma de la anciana a mi lado; olía a ropa guardada por mucho tiempo y un poco a alcanfor, pero resultaba agradable. Asimismo, escuché el sonido de la brisa balancear la cortina de la tienda, haciendo ecos al pasar por entre las casas, el murmullo lejano del bazar, y mi respiración y la de la anciana, a un ritmo agradable y quieto. Me sorprendí de las cosas que uno podía advertir solo con el sentido del olfato y la audición sin necesidad de ver nada. Al abrir los ojos y mirar a mi alrededor, sumado lo que podía ver a todo lo que había podido oler y escuchar, hizo que notara el mundo con más claridad que nunca. Todo se sentía más nítido y vibrante. Más vivo.
—Es un gran ejercicio, ¿no es así? —dijo la anciana—. La comida y el aire no es todo lo que alimenta al cuerpo, mi dulce joven. El mundo está lleno de cosas que satisfacen el alma.
Sonreí, asombrado con su enseñanza. Empecé a pensar que todas las personas nacíamos con más de un sentido y, sin embargo, cuando existía la visión, la cual dábamos por sentada, los demás eran ignorados. Pero allí estaban. La amable Sett me hizo percatarme de que yo mismo solía poner bastante atención a los aromas y no me había dado cuenta hasta hora. Solía gustarme el aroma dulce a niño que desprendía la pequeña cabeza rubia de Inoe, el aroma del hogar a madera y cenizas, el cual solía haber en nuestra casa, y el aroma a arcilla y barro, porque me recordaba el aroma de Ashun, luego de pasar el día pegando ladrillos en las obras de construcción. Recordé que las manos de Laila olían a tinta y a papel, y que las mantas con que Ashun y yo nos cubríamos al dormir cerca de la hoguera tenían olor a leña quemada.
Intenté determinar qué tipo de aroma era el que me recordaba mejor a Eloi. Podía nombrar varios, pues mi hermano siempre olía a perfume y usaba muchos diferentes; recordaba el aroma de cada uno de los que había en su tocador, cuando tomé la costumbre de olerlos en su cuarto. Pero entonces recordé la noche en que escapamos de la casa de Mailard. Tras saltar al río el agua había borrado de su piel cualquier rastro de perfume, licor o incluso la huella del alto señor Alikair. En ese momento olía solo como sí mismo... cálido, dulce y familiar. Y aunque no podía asociarlo a nada, podía recordarlo con claridad. Sin embargo, había un aroma mucho más frecuente que, aunque cambiara su perfume, siempre tenía encima: el aroma a té.
La misma muchacha del día anterior, la hermosa Benu, no tardó en aparecer bajo la cortina alertada por la presencia de un posible cliente, aunque yo no tenía nada que ofrecerle a cambio de comida.
—Eres uno de los muchachos que estaban ayer con Zami —dijo al notarme y cambiar el afán de saludo de sus labios por una mueca confusa.
Oír su nombre hizo que recordara mi enfado con él y apreté los dientes. Pero, en el fondo, sabía que no era razonable estar enfadado. Zami no tenía forma de saber que había dicho algo malo. Imaginé que solo pretendía bromear, pero el trago amargo ya se había deslizado hasta mi garganta y me escocía allí. Necesitaba algo de tiempo para enfriar mi cabeza.
—Está acompañándome unos instantes —explicó la anciana Sett.
Me aclaré la garganta antes de mirar a la muchacha. Intenté ignorar la piel que dejaba al descubierto con su forma reveladora de vestir; pero mirar a sus grandes ojos castaños era igual o más inquietante, por lo que tuve que desviar la mirada de vuelta a la mesa.
—Uh... ¿podría pedir algo de agua? —pregunté, nervioso de solo hablarle.
La muchacha no dijo nada, solo desapareció de nuevo tras la cortina y regresó un minuto después con un jarro lleno que me puso en frente.
—Aquí tienes, cielo.
Le di las gracias y empiné el jarro de forma tan precipitada que el agua se me coló por las comisuras, mojándome parte del pecho. La carrera mezclada con el enfado me había dejado muy sediento. Al dejarlo vacío en la mesa noté que Benu no se había ido. Parecía consternada.
—¿Qué ha pasado? —preguntó—. ¿No le habrá ocurrido algo a Zami?
«Sí, resulta que le di un puñetazo y después hui». No le hubiese dicho eso; pero al menos mi propia chanza consiguió relajarme.
Negue otra vez, procurando sonreír para parecer natural.
Ella asintió, aliviada, y se marchó al instante de vuelta en el local, dejándonos solos otra vez a la anciana ciega y a mí. De alguna manera, el hecho que no pudiese verme me hacía sentir cómodo en su presencia. Hundí el rostro en una de las palmas con el brazo acodado sobre la mesa y permanecí así por un rato, en lo que aclaraba mis pensamientos.
Aún si mi reacción había sido un reflejo, le debía a Zami una disculpa.
https://youtu.be/NEzwoOB-_DI
Me sorprendió de pronto la mano de la anciana en cuanto tomó la que yo tenía sobre la mesa y deshizo mi puño apretado estrechando mis dedos entre los suyos. Su piel se sentía frágil y movediza; las venas de su dorso como relieves suaves bajo lino delgado; pero su piel estaba tibia y acepté el gesto, devolviendo el gentil apretón. La anciana me acarició el dorso con la otra mano y me dedicó una sonrisa de labios delgados y pálidos:
—Hay mucha tristeza en tu corazón, hijo mío —dijo con pena—. ¿Será que siendo tan joven la vida te ha arrebatado ya a una persona amada?
Levanté de golpe la cabeza.
—¿Cómo... sabes eso, Sett?
—Tus manos tiemblan y están frías. Las manos frías revelan frío en el espíritu; y no hay frío más terrible para el corazón que aquel que es dejado por una ausencia. ¿No querrías contarle a una anciana tus tribulaciones?
Guardé silencio. Reconsideré si era educado callarme de ese modo ante la pregunta de una persona mayor, pero me resultaba todavía más descortés hablar solo para negarme a darle una respuesta.
—He tenido que alejarme de dos personas muy queridas —resumí. La anciana asintió, dándome suaves palmadas sobre el dorso de la mano. Su disposición a escucharme, su sonrisa amable y la delicadeza maternal de su toque me dieron la confianza para continuar—. Una de esas personas... sufre mucho. Y no hay nada que yo pueda hacer al respecto.
Nos quedamos en silencio un momento. El gato rayado del día anterior vino a sobarse contra mis muslos y yo le acaricié el lomo con la mano libre. El animal empezó a ronronear cuando me desplacé a su cuello y pude sentir allí las curiosas vibraciones de su garganta. Aquello me trajo algo de calma.
—Su nombre es Rokh —dijo la anciana.
—¿Cómo el pájaro legendario? —lo recordé de los cuentos que Laila solía contarnos a Inoe y a mí cuando éramos más pequeños.
—Así es —sonrió la anciana.
—Igual que «Benu». El ave que renace.
La anciana asintió nuevamente. Era un nombre hermoso... le quedaba.
—No sé qué clase de problemas tenga esa persona tan querida tuya y no sé de qué modo puedas ayudarla... —dijo la anciana, con tristeza—, pero estoy segura de que sufriría aún más si supiera que sientes dolor por su causa.
Me picó en los ojos la sal de las lágrimas y me limpié las esquinas con el dorso de la mano, sorbiéndome la nariz en el intento de aliviar la congestión que de pronto me entorpecía el paso del aire.
Sollocé de modo tan repentino y abrupto que me asusté a mí mismo.
—Ven aquí, mi dulce niño —susurró la mujer con la ternura de una madre en el instante en que, tras tantear el aire buscando mi mejilla y después de hallarla, atrajo con suavidad mi cabeza hacia sí.
Bastó con que mi rostro encontrase el sitio cálido y mullido sobre su hombro para que las lágrimas se desbordasen sin remedio de mis ojos. Ya no pude contenerme más y, antes de saberlo, estaba llorando sin vergüenza. Me sentí otra vez como un crío estúpido y cobarde. Pero entonces recordé que, aunque había estado muchas veces a punto de hacerlo, en realidad no lloraba desde que me había despedido de mis hermanos. Y hacerlo fue como librarme de un gran peso en el pecho; como si se deshiciese un nudo el cual no me había permitido hasta ahora respirar con normalidad.
Sentí la mano temblorosa de la anciana acariciarme el pelo y por largo rato me susurró palabras amables de consuelo mientras yo derramaba lágrimas sobre su pecho. Me llevó un largo tiempo desahogarlo todo.
—Perdóname, Sett... —susurré, en cuanto mis sollozos se amainaron.
Al apartarme de ella tenía el rostro febril y empapado; la nariz me goteaba y los ojos me escocían... pero mi pecho se sentía fresco.
—Por favor, llámame Madre Teete —pidió la anciana, buscando otra vez a tientas mi mejilla para secármelas con sus dedos nudosos—. Y no hace falta que pidas perdón, mi muchacho. No hay motivo de vergüenza en las lágrimas sinceras.
Sin darme cuenta, estaba sonriendo otra vez.
Un aroma apetitoso me llegó de pronto. Al levantar la vista, intrigado por el hambre que me despertó el olor, había frente a mí dos pastelillos de maíz y el jarro estaba de nuevo lleno; esta vez... con leche fresca. Advertí la trenza de Benu desaparecer bajo la cortina en cuanto ella se metió en el recinto.
—La vida es muy bella, mi niño; escucha a una anciana —dijo Madre Teete y me acarició el pelo mientras yo apuraba aprisa el primer pastelillo, pasando cada bocado con un trago de leche—. Aun cuando yo no puedo verla, puedo vivirla a través de mis otros sentidos. Pero tú que sí puedes verla, nunca dejes que las lágrimas la empañen para ti.
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https://youtu.be/ayEnJUtnSg8
Cuando volví al refugio, algunas horas más tarde, no había nadie allí. Me sentí mal de pensar que estaban buscándome; pero si volvía a salir era posible que volvieran ellos y no me encontraran, y quien sabe por cuánto tiempo estaríamos jugando a las escondidas; así que subí al piso de arriba y me senté en la ventana a mirar el cielo hasta que hubo oscurecido.
Por primera vez en un largo tiempo, las estrellas me parecieron bellas otra vez. Ahora sabía lo que tenía que hacer. Y con el pecho despejado de llanto y la visión más clara que nunca; una que abarcaba todos mis sentidos; era como si pudiera ver el camino al frente con mayor nitidez.
No me percaté de en qué momento me quedé dormido, acurrucado junto a la ventana, pero juraría haber sentido el viento helado en algún punto y luego dejé de sentir frío.
Y al despertar tenía nuevamente el albornoz de Zami encima.
Su silueta en la oscuridad, del otro lado de la ventana, me arrebató la respiración por un momento.
—Tu hermano te la tiene jurada por desaparecerte de ese modo —me advirtió, aunque percibí un tinte bromista en su voz. La única luz provenía desde abajo y era escasa, pero pude ver con claridad que mi golpe le había dejado una marca en el pómulo y aparté la vista, apenado por mi arrebato.
—Lo siento mucho... —mascullé.
—No es a mí a quien debes las disculpas.
—No me refiero a eso. Lo siento por... Ya sabes; lo que pasó.
Cuando alcé la mirada, Zami me observaba con ese gesto afable y deferente al que empezaba a acostumbrarme y que me transmitía tanta calma.
—Yo soy quien lo lamenta —se disculpó, apartando la mirada—. Ashun me lo contó todo. El por qué reaccionaste de esa manera con lo que dije.
Lo observé atónito unos segundos. ¿Se lo había contado todo?.... ¿Todo?
—¿Qué fue lo que te dijo? —sondeé.
Zami elevó el pecho en un suave respiro y me apartó la vista.
—Lo que importa es que lo siento en verdad; hice una broma de mal gusto.
Suspiré. De manera que entonces sí lo sabía todo... El hecho me puso algo incómodo, pero al menos ya no tendría que contárselo yo. Ya conocía toda nuestra situación; ya no teníamos mucho más que esconderle.
—No tenías cómo saberlo —le dije, en el intento de reconfortarlo.
Aquello no pareció surtir ningún efecto, pues su expresión todavía lucía devastada por la culpa. Me dirigió entonces sus ojos y abrió los labios como en el afán de decir algo, sin parecer encontrar el valor. Y, justo en el momento en que pareció hallarlo, Ashun se asomó por las escaleras y me petrifiqué.
Mas no había la furia que esperaba encontrar en su mirada; de seguro porque había tenido tiempo suficiente de calmarse durante las horas que yo había permanecido dormido sin enterarme de en qué momento habían regresado.
—No vuelvas a hacer algo como eso nunca más. Ya hablaremos tú y yo —fue todo lo que dijo, antes de dar la vuelta para volver a descender por las escaleras—. Bajen. La comida casi está lista.
Observé confuso y esperanzado a Zami:
—¿«Comida»?
—Ya tienen dinero para subsistir por un tiempo —me informó aquel, poniéndose en pie para acudir—. No pudo vender todas las gemas, pero ya encontraremos a alguien que compre las que quedan. Entre tanto, hoy cenaremos como el sultán de Hadiveh.
El aroma de la comida me hizo bajar antes de que Ashun tuviera la oportunidad de llamarnos otra vez y boqueé con lo que veía. La vieja mesa del refugio estaba limpia y cerca del hogar, y sobre ella se disponía fruta, pan y queso de cabra. Había un enorme cazo de guisado de carne con patatas cocinándose al fuego, que expelía un olor que me puso a salivar. Entre la fruta había un gran ramillete de uvas y algunos higos. Las uvas fueron lo primero que me llevé a la boca en cuanto me abalancé sobre la mesa. Eran rosadas y estaban tan dulces que me cosquillearon bajo la lengua.
—¡Eh! —dijo Ashun, apartándome el cuenco—, no te comas la fruta primero. Siéntate y espera. El guisado ya casi está listo.
El joven zuharí se quedó de pie junto a la mesa y arrancó del cuenco lejos de mí un puñado de uvas que se llevó a la boca.
—Zami está comiendo fruta.
—Zami es un hombre adulto; puede hacer lo que le dé la gana.
Resoplé, empezando a refunfuñar por lo bajo, pero el enfado se me fue en cuanto Ashun empezó a servir las escudillas de guisado y me puso la primera en frente. No perdí un solo segundo antes de comenzar a devorarlo. Sabía distinto al de Laila, pero aun así estaba sabroso con el sazón inconfundible de Ashun. Alcancé una hogaza de pan y antes de poder tragar el contenido de mi boca, ya le estaba dando una mordida. Estaba tierno y crujiente, como recién hecho, y me hizo dar un gemido de gusto.
—Guarda algo de apetito —dijo Ashun de pronto y sacó una última cosa de una canasta junto al hogar. Era un paquete pequeño, el cual puso sobre la mesa y desenvolvió. Reconocí el olor antes de que pudiera ver la forma.
—¡¿Son fatayer?!
—De cangrejo y queso —sonrió Ashun—. Te lo había prometido.
Ataqué uno de inmediato. Aún estaban calientes, la carne de cangrejo estaba tierna y el queso se fundía en la boca. No eran nada como los de Kajhun; estos estaban muy llenos, sin pedazos de caparazón, no escurrían grasa al morderlos y tenían tanto queso que se caía por los bordes.
Lloriqueé de felicidad a la vez que masticaba.
—Son los mejores que comí en la vida —gimoteé como un cachorro.
—Se los compramos a Benu esta tarde —dijo Ashun—. Fuimos hasta el bazar a buscarte y dijo que habías estado allí hacía un rato y que no te veías muy bien. Me preocupaste mucho —me reconvino.
—Me regaló dos pastelillos de maíz —admití con la boca llena, concentrado en mi comida. Incluso los fatayer le quedaban increíbles.
Zami torció el gesto, agraviado.
—No me digas. Tardó meses en acceder a darme uno sin dinero y solo bajo la promesa de pagarle después.
—También me dio un jarro de leche —añadí para molestarlo.
—Aprovecha esa suerte mientras eres un niño —me recriminó él.
Ashun apartó su escudilla en cuanto la hubo terminado y puso los codos sobre la mesa para mirarme con severidad:
—Acabo de recordar que tú y yo teníamos una conversación pendiente.
Rodé los ojos, con las mejillas hinchadas de comida. Tragué y alcancé un higo para darle una mordida. Estaba dulce y jugoso y le di otra.
—¿Sobre qué? Déjame comer en paz. Ya estoy aquí; no me pasó nada.
—Yuren, esto es serio —insistió Ashun—. No puedes escapar e irte por ahí cada vez que te enojes como lo hacías antes. No estamos en Kajhun.
—Ya lo sé...
—No, no lo sabes. Si lo supieras no lo hubieras hecho en primer lugar. El barco se fue apenas esta tarde. Podrían haberte atrapado y llevado de vuelta a Yrose. ¡Todo lo que hicimos hubiera sido por nada!
Antes de que abriera la boca para protestar en mi defensa, Zami lo hizo:
—No fue su culpa, Ashun; creo que ya establecimos eso. —Reclinó los codos sobre la mesa al igual que él para observarle—. Me parece que hay otra cosa más importante de la que deberíamos hablar ahora.
Ashun dio una cabeceada y yo los miré a ambos sin entender.
—Zami opina que después de nuestro escape tan escandaloso ya no es seguro que nos quedemos en Hadiveh. Así que nos acompañará hasta Umbul, la capital —me reveló. Antes de darme tiempo a responder, se adelantó—. Desde allí zarpan cientos de barcos cada día, a todas las naciones de Nimia e incluso al otro lado del mar. Entre tanto, averiguaremos un destino seguro con el libro de cartografía. Ahora que el barco de Yrose ya se fue, mañana podremos avituallarnos y partiremos por la noche o a la mañana siguiente.
Observé a Zami y este me devolvió una mirada cómplice. Era evidente que no le había comentado a Ashun nada sobre nuestro trato la noche anterior...
—¿Y después qué? —pregunté a mi hermano en el intento de sondearlo y así preparar el terreno para lo que tenía pensado sugerirle a continuación.
—Buscaremos un barco que nos lleve a donde quiera que elijamos. La siguiente nación es Çoscum; allí quizá podamos...
—No —corté, impaciente, empezando a tamborilear sobre la mesa con los dedos—. Me refiero a qué pasará cuando estemos a salvo.
Ashun me observó dubitativo y pestañeó dos veces.
—Pues... haremos lo que tengamos que hacer para sobrevivir. Trabajaremos, buscaremos donde vivir y...
—¿Y qué pasará con Eloi y con Laila? —demandé saber.
https://youtu.be/nMLRqiRIONo
Mi pregunta lo silenció durante un tiempo más largo del que me agradó.
—Haremos según lo acordado. En cuanto sea prudente, buscaremos la forma de ponernos en contacto con ellos para reunirnos.
Meneé la cabeza. Había perdonado a Ashun por guardar el secreto y seguía sintiendo por él el mismo afecto, pero ya no podía creer en su optimismo.
—Mailard no dejará ir a Eloi con tanta facilidad. ¿Cómo se las arreglarán? Ya no puede dejar la casa en los Jardines Señoriales. ¿Cómo esperas que logre escapar y todavía llevándose a Laila con él?
—Nosotros pudimos escapar aún después de... —Ashun paró en seco de hablar y dirigió una mirada cautelosa a Zami. Entendí que al contarle nuestra historia había omitido una parte. Una muy importante—. Como sea, nuestras circunstancias fueron las más difíciles. Ellos lo lograrán, estoy seguro.
Suspiré, exasperado. Empezaba a darme cuenta de una particularidad en mi hermano que había estado siempre en él y que yo apenas empezaba a notar. Era una curiosa tendencia a evadir los problemas; a ignorarlos para que no le afectasen. No era optimismo; más bien era su modo de huir a lo que le era difícil o poco grato; como hacía yo al reprimir mis recuerdos.
Había pasado años ignorando la situación de Eloi aunque era plenamente consciente de ella y ahora estaba convencido de que este le había dicho la verdad sobre escapar, porque al igual que yo, no soportaba el hecho de que en realidad era imposible.
Pero si yo tendía a ser fatalista, al menos eso me mantenía con los pies bien puestos sobre la tierra. Éramos las dos caras de una moneda. Determiné que no podía avenirme a Ashun confiado de que tomase la decisión correcta cegado por su facilidad para obviar los inconvenientes.
—Tenemos que ir a buscarlos —concluí.
Ashun se quedó mudo y con los labios abiertos. Me contemplaba con los ojos desorbitados y yo le sostuve la mirada, dispuesto a defender como fuera mi posición.
Me dolía discrepar una vez más con él y sabía que esto nos llevaría a otra pelea. Sin embargo, no podía dar pie atrás a estas alturas. Ya había decidido lo que quería hacer y estaba más seguro de ello que de ninguna otra cosa en la vida: volvería yo mismo por mis dos hermanos... y salvaría a Eloi.
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