• XIX - Criminales •
https://youtu.be/id2B0bkiMDs
Una vez nos creímos a salvo, después de alejarnos lo suficiente del muelle como para ya no ser capaz de oír ni una sola gaviota, nos detuvimos a recuperar el aliento al cobijo de la sombra fresca de una muralla.
—Maldición... —Ashun jadeaba inclinado sobre sus rodillas. Tenía el rostro perlado de sudor y respiraba con dificultad—. ¿Cómo demonios nos encontraron aquí? ¿Y cómo nos reconocieron?
—¡¿Qué haremos ahora?! —pregunté a Ashun. La voz me tembló, evidenciando lo cerca que estaba de echarme a llorar, presa del miedo. De pronto todo lo que habíamos planeado se balanceaba al borde de un abismo, a punto de desaparecer en un vacío irrecuperable.
—¿Cómo fue que te percataste, Zami? —quiso saber Ashun.
Aquel pasó saliva antes de hablar y su garganta hizo un sonido estrangulado; como si tragase un puñado de tierra. Jadeaba todavía.
—Lo supe al mismo tiempo que tú. Seguí tu mirada en cuanto me fijé en que observabas algo con atención y fue entonces que vi a los soldados yroseos.
—¿Cómo sabes que nos buscan a nosotros? —insistí.
La expresión de Zami hizo que el estómago se me comprimiese con un calambre. Lucía afligido y nervioso.
—Los oí. Dijeron: «Son ellos. Los asesinos que escaparon de Yrose».
Volteé hacia Ashun. Sus ojos no correspondieron a la insistencia de los míos; pero podía hacerme una idea de lo que estaba pensando. ¿Por qué él? Ashun no había hecho nada; el asesino era yo. Y si permanecía más tiempo junto a él, lo juzgarían igual que como a mí.
Fue la primera vez que cayó sobre mí todo el peso de un hecho ineludible: mi hermano peligraba a mi lado.
—Parece que ya no nos siguen —dijo Zami al mirar por la esquina de la muralla de piedra tras la cual nos detuvimos a descansar, hacia donde se extendía la calle, desierta y silenciosa.
—Tenemos que volver al khan. —Ashun afianzaba el libro bajo su brazo como si temiera que fueran a quitárselo y me sorprendió que no lo hubiese tirado en la carrera—. Es cosa de tiempo antes de que nos encuentren aquí.
Pusieron los pies en la dirección del caravasar pero yo me rezagué.
Estaba paralizado de miedo y no conseguí moverme de mi sitio sino hasta que mi hermano se hizo con mi brazo y tiró de él. No supe decir si el temblor de su mano era el suyo propio o si yo se lo transmitía con el de la mía.
—¿Y después qué? —quise saber en un hilo de voz.
—Tendremos que ir al siguiente puerto. —Y acto seguido llevó su mirada a Zami como si esperase oír su opinión.
Este no lucía convencido. Agitó la cabeza en una negativa y Ashun y yo nos frenamos en espera de oír el porqué.
—Es demasiada coincidencia que los estén buscando justo aquí, de todos los lugares. Es posible que toda la litoral de Hadiveh esté advertida y este no sea el único puerto custodiado.
El rostro de Ashun se desencajó con miedo y yo jadeé aterrorizado.
—Pero entonces... ¿qué haremos? —masculló mi hermano.
Zami parecía tener ya una idea en mente y aquello me dio esperanzas:
—Debemos irnos de Hadiveh —sentenció—. La siguiente nación es Çoscum; podemos buscar un barco allá. Será un viaje largo, pero es la única alternativa. Lo que es ahora ya saben que están aquí así que Umbul ya no es segura. Por ahora lo mejor será regresar al khan y quedarnos allí hasta la noche. En cuanto haya oscurecido será más seguro movernos.
Ashun y yo nos observamos el uno al otro y llegamos a la misma conclusión de manera tácita. Una vez más, habríamos de confiarnos de la palabra de Zami y poner nuestra fe en que, después de haber estado evadiendo a la ley por toda Nimia durante dos años en busca de venganza, supiera mucho mejor que nosotros qué esperar y qué debíamos hacer.
Continuamos nuestro camino en acuerdo; no obstante, no dejé de pensar en el hecho de que mientras yo me mantuviese con ellos, no solo Ashun peligraba, sino que Zami también. Y, contrario a lo que creía, este no me debía nada. En cuanto a Ashun... estaba seguro de que él todavía podía ser libre; mientras mis crímenes y mis errores no continuaran persiguiéndolo.
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Inmerso en mis cavilaciones, no supe en qué momento llegamos al caravasar; solo me percaté de ello en el instante en que atravesamos el umbral de una puerta y nos encaminamos escaleras arriba, rumbo a la que era nuestra habitación. Una vez allí y tras haber deslizado el seguro, Ashun sacó las gemas de su equipaje y las contó en la palma de su mano para después guardárselas en el bolsillo. Metí por instinto la mano en los míos, atacado por un súbito acceso de ansias, y pude sentirme más tranquilo en cuanto palpé allí los pendientes de esmeraldas de Eloi. Pensé que podría haberlos perdido en la carrera; por lo que me tranquilizó saber que los tenía todavía.
Ashun se colgó la daga del cinturón y fue a meter el libro en su talego, pero Zami se lo impidió, posando una mano en su antebrazo:
—Primero deshagan su equipaje y lleven solo lo necesario —nos indicó a ambos—. Nos haremos con más provisiones en la siguiente ciudad. Por ahora, lo más conveniente es aligerar la carga lo más posible.
—No debimos prescindir tan pronto de los camellos... —dijo Ashun.
En lo que ambos se ocupaban de reorganizar el equipaje, yo me senté cerca de la ventana, oculto por la cortina, y me dediqué a vigilar en busca de cabezas rapadas. Estaba seguro de que en cualquier momento vería a los esclavos yroseos aparecer por la esquina del khan. Me di cuenta, luego de algún rato, que aferraba con tanta fuerza a mis propias rodillas contra mi pecho que apenas podía respirar y los brazos habían empezado a hormiguearme.
—Aléjate de la ventana, Yuren —me reconvino Ashun.
—¿Cómo supieron quienes éramos tan rápido? —murmuré, sin hacerle caso hasta que vino a sacarme él mismo y corrió la cortina con brusquedad.
—Lo que importa ahora es escapar. De nada sirve martirizarnos. —Ashun se dirigió entonces a Zami y su expresión se endureció con una entremezcla de tristeza y resignación—. Esto... se sale de todos nuestros planes.
Intercambiaron él y Ashun una breve, pero intensa mirada. Noté que Zami suspiraba y bajaba la vista al suelo con expresión meditabunda. Ashun atrajo su atención y le hizo levantar la vista con una mano sobre el hombro.
—Eres libre de hacer lo que sea que estimes conveniente para ti.
Sentí un vacío en el pecho al entender el significado de sus palabras.
Ashun acababa de exteriorizar lo que yo llevaba pensando desde el muelle: Zami no tenía por qué correr peligro por mí. Ya había hecho demasiado por ayudarnos y no era justo pedirle que se quedara si con ello se veía implicado con nosotros como nuestro cómplice. Ashun le estaba dando la posibilidad de irse y salvarse de cualquiera que fuera el destino que nos deparaba si éramos atrapados... y no pude reprochárselo.
No obstante, la posibilidad de que nos dejase me dolió más de lo que hubiese esperado; aun cuando era por su bien. No me había dado cuenta de lo mucho que me había acostumbrado a él durante esas semanas. Sin embargo, por sobre eso, de irse Zami no solo perderíamos a un buen amigo, al que había empezado a tener en gran estima, sino que la posibilidad de irnos a Ahzudy todos juntos, ser libres allá, hacerme fuerte para regresar un día por mis hermanos... se iría con él.
Pero Zami ya nos había ayudado en todo cuanto había podido; había hecho todo lo que había estado en su mano para garantizar nuestra seguridad hasta allí y ya no podía seguir arriesgando su vida. Lo que pasara de ahora en adelante no era su problema. Por lo cual... me avine a Ashun. Y en cuanto la mirada felina del zuharí me indagó, yo le dediqué una cabeceada.
En lo que este lo decidía, pensé en otra posibilidad. Ashun todavía podía lograrlo en compañía de Zami. Todavía podían escapar a Ahzudy y volver después a buscar a Eloi y a Laila. No solo eso, sino que, si lograban atraparme y echarme la soga al cuello en Yrose, nuestros perseguidores se contentarían.
Ya nadie los perseguiría. Se eliminaba el problema.
https://youtu.be/-6GceRthLco
—Ashun... —Mi voz sonó grave y rota por lo que tenía para decir. Quería salvar a mi hermano, pero tenía miedo; mucho miedo. No obstante, procuré sonar firme—. Tengo que entregarme.
Me gané una mirada estupefacta de parte de mis dos compañeros, pero no permití que aquello me hiciera dudar. Permanecí firme y les sostuve la vista.
—¡¿Qué dices?! —jadeó Ashun.
—Soy la única razón por la que los persiguen. Si me entrego, tú puedes ir con Zami a Ahzudy.
—Calla —farfulló mi hermano—. No sigas hablando, Yuren...
—Si lo hago de forma pacífica, es probable que ellos incluso se olviden de ti y entonces los dos podrán ser libres y...
Antes de darme cuenta tenía a Ashun agachado a mi altura, con los dedos hincados en mis hombros, propinándome sacudidas con todas sus fuerzas:
—¡No harás tal cosa! ¡¿Me oyes?! ¡No te lo permitiré!
Su reacción me dejó mudo y sobrecogido.
—Ashun...
—Te conozco bien. Sé lo impulsivo que eres. —El labio inferior le temblaba y me observaba con terror—. Por eso es que te lo advierto: ni se te ocurra cometer una estupidez como esa. Si crees que con eso me salvarías estás equivocado. ¡Me condenarías a mí también, Yuren, porque sin ti no pienso seguir, ¿lo entiendes?! —Me sacudió otra vez—. ¡No pienso perderte!
Los ojos se me colmaron de lágrimas y mi garganta se apretó.
—Pero... —bisbiseé, sin voz—. Pero si nos atrapan, Eloi y Laila...
—¡¿Crees que ellos me perdonarían?! ¡¿Qué Eloi lo haría?! El haberme salvado el pellejo dejando a nuestro hermano pequeño morir, ¡¿crees que yo me lo perdonaría?! —Negó con la cabeza—. No. No pienso dejarte. No lo harás.
No... Ashun no me dejaría. Es más, sabía que era capaz de entregarse también si yo lo hacía. No tuve más opción que la de abandonar esa idea y, una vez más, contra su propia seguridad, acatar la palabra de mi hermano mayor. Se me nubló la mirada. Y al instante siguiente estaba sepultado contra el pecho de mi hermano mientras que sus brazos me atraían con fuerza:
—Todo va a estar bien, ¿me escuchas? —Presionó fuerte los labios contra mi cabeza—. No dejaré que te atrapen, Yuren. No te dejaré morir.
Correspondí al abrazo de mi hermano rodeándolo con los míos y luché contra las lágrimas que pugnaban en las esquinas de mis ojos, contra mis párpados cerrados.
No podía ver el rostro de Zami, pero podía sentir su mirada sobre nosotros. Y entonces, oí la voz de mi hermano, a través de su pecho:
—Zami... tienes hasta la noche para decidirlo.
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Pasamos el resto de la tarde enclaustrados en la habitación. Zami ordenaba sus cartas, Ashun no dejaba de hojear el libro en su mano y yo me había dedicado por horas a dar vueltas por el lugar como un ratón atrapado en un balde. Hizo falta pagar al amo del khan el importe de otro día de estadía, pero teníamos contadas las horas antes de vernos obligados a dejar el sitio y huir.
Debí saber que matar a un señor Yroseo era mucho más serio de lo que había imaginado. Lo suficiente como para enviar soldados yroseos a cada ciudad litoral de Hadiveh para ponerlos tras mi pista. Y había sido un gran estúpido al creer que bastaba con subirme a un barco para escapar a lo que había hecho. Eloi había tenido razones para enviar a Ashun conmigo y entregarnos todos sus medios para su propio escape... Él sabía lo que enfrentaríamos.
No éramos iguales que todos los chicos que desertaban de los barcos; a mí se me buscaba por algo mucho más grave.
—Ya es tiempo de marcharse —anunció Zami, haciendo que Ashun levantase con rapidez la mirada de las páginas del libro y que mi corazón se saltase un latido. Nos miramos el uno al otro expectantes.
Significaba que era tiempo de que él y yo nos fuéramos del khan. Era probable que lo más seguro para Zami fuera permanecer allí; después de todo, le habían visto huir con nosotros del muelle. Ya debía ser un sospechoso a ojos de los soldados yroseos. Y si lo atrapaban lo reconocerían en seguida por sus crímenes pasados.
En cuanto a nosotros... debíamos salir pronto y buscar los medios para irnos de la ciudad sin levantar sospechas.
—¿Has... hecho tu elección? —preguntó Ashun.
Pero entonces, Zami le devolvió una sonrisa llena de seguridad:
—Para mí nunca la hubo. Vamos andando; tenemos un largo camino por delante.
Ashun y yo intercambiamos una mirada llena de asombro y luego indagamos a Zami con otra desbordando de gratitud.
Presa de una entremezcla de felicidad y miedo, me puse en pie con rodillas débiles. A partir de este punto, cualquier cosa podía pasar. Tomé mi capa de la mano de Ashun cuando me la extendió y me la colgué de la espalda echándome la capucha por encima de la cabeza mientras él se colocaba la suya.
—Iremos a las caballerizas de la ciudad y allí tendremos que hacernos con un par de caballos. —Intuí que al decir aquello, Zami se refería a que en realidad tendríamos que robarlos—. Después, huiremos al desierto.
—Espera, Zami —Ashun lo detuvo por el hombro. Entonces, se quitó la daga de Eloi del cinturón y le extendió la empuñadura—. En mis manos es por completo inútil. Es mejor si tú la llevas. Por favor, úsala.
Zami la observó en su mano un corto instante antes de aceptarla con una cabeceada ceremoniosa y meterla en su propio cinturón:
—Oigo y obedezco, hermano. Te la devolveré en cuanto estemos a salvo.
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Salimos de la posada cargando nuestros equipajes y nos desplazamos con lentitud por las calles, siempre mirando por las esquinas antes de avanzar, alertas a cualquier sonido de nuestro entorno.
Yo me mantuve todo el tiempo pegado a los talones de Ashun, atemorizado incluso de respirar, pues el silencio de la noche hacía que cada pequeño ruido resonase en la calle con un eco reverberante, anunciando a los gritos nuestra presencia.
En un tiempo que se me hizo eterno llegamos por fin a las caballerizas. Nos llegó desde lejos el olor a esquino y el resoplido de los animales de establo desperdigados en los corrales. Fue fácil para Zami amañar las cerraduras de cada puerta que se nos puso por delante y me pregunte qué clase de cosas había hecho en el pasado que le hubieran dado esa clase de experiencia. Ashun y yo aguardamos afuera, mirando ansiosos en dirección a la calle que habíamos dejado atrás, temiendo ser descubiertos. Zami salió del establo poco después trayendo a dos caballos por las riendas.
Sin demora colgamos nuestros equipaje de los animales y, tal y como habíamos hecho con los camellos, Ashun montó uno de los caballos mientras que Zami y yo viajamos juntos en el otro. Y, ya habiéndonos hecho con un método de transporte para poder salir de la ciudad y atravesar el desierto, pudimos respirar un poco más tranquilos.
En cuanto salimos, sin embargo, nos llegó desde el final de la calle el áspero grito de un hombre, rompiendo la quietud de la noche:
—¡Alto ahí, ladrones! ¡¿Qué creen que hacen con mis caballos?!
—Maldición... —siseó Zami—. ¡Andando! ¡Vamos!
Ambos jinetes espolearon a sus respectivos animales para obligarlos a correr y yo me sujeté con firmeza de la cintura de Zami para no caer y hundí el rostro en su espalda, sin deseos de mirar a la cara del pobre corralero a quien habíamos robado en cuanto este intentó acompasarse corriendo al paso de sus caballos, intentando asir al nuestro por las riendas.
Finalmente le dejamos atrás, imprecando y maldiciéndonos, y nos abrimos camino de nuevo a través de la penumbra, dejando como único vestigio de nuestro paso por allí el eco de un escándalo que se desvaneció a nuestras espaldas.
No nos tomó demasiado tiempo llegar a las afueras de la ciudad y a partir de allí el camino transcurrió en calma. Había creído que me sentiría a salvo una vez abandonásemos la ciudad; no obstante, en cuanto dejamos atrás las últimas casas y nos aventuramos por el desierto sentí que estábamos desprotegidos, pues sin edificios alrededor estábamos a plena vista, sin sitio donde ocultarnos o por donde escabullirnos.
El frío en medio del desierto era despiadado y los vientos azotaban con la ferocidad de latigazos. Fui perdiendo temperatura a una velocidad desmedida y pronto empecé a temblar y a castañetear los dientes —o quizá los nervios estuviesen ayudando—, por lo que me aferré más a Zami en el intento de cobijarme del golpe de las corrientes gélidas azotándome de frente y colándose por mi ropa, e intenté concentrarme en su calor. Ahora podía entender por qué era tan necesario acampar de noche en esa región.
Los animales habían cesado de galopar, pero se desplazaban a buen ritmo, confiados de las bridas que guiaban sus jinetes. Los caballos eran sin duda más cómodos que los camellos, pues su espinazo ofrecía una superficie mucho más estable sobre la que acomodarse y no se balanceaban al caminar.
—Si viajamos toda la noche sin parar mañana al medio día estaremos en la siguiente ciudad. —Zami se vio obligado a gritar para hacerse oír por encima de los bramidos del viento.
Oír aquello me reconfortó. Aun así, no podía dejar de arrojar miradas nerviosas por encima del hombro a la extensión de tierra que crecía a nuestras espaldas, atacado por la idea de que en cualquier momento seríamos alcanzados; pero todo lo que había era arena y quietud hasta donde alcanzaba el horizonte, allá donde terminaba el cielo y empezaba el desierto.
A la vez, no podía dejar de sentirme mal por los peligros que Ashun y Zami enfrentaban por mi culpa. Pensé una vez más en Eloi; en su decisión de enviar a Ashun conmigo y en cuánta razón había tenido respecto a mí; pues durante todo el viaje yo no había hecho sino depender de que me cuidasen.
Si fuera más listo o más fuerte, quizá no hubiese tenido que llegar a esa determinación para protegerme. Ashun estaría con él y Laila ahora, y estaría a salvo. En cuanto a Zami... quizá fuera mejor si jamás me hubiese conocido.
Me sentí débil y cobarde... pero aquello reafirmó una vez más mi determinación. Debía cambiar las cosas. Debía volverme fuerte de una u otra manera...
Ese era ahora mismo el deseo más imperativo y ardiente de mi corazón.
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Por horas me distraje solo en el vaivén a los lomos del caballo. Entretanto, peinaba las dunas con la mirada hasta donde alcanzaba mi limitada visión en la oscuridad. La luna a medio camino de menguar poco ayudaba, de manera que, aunque podía oír los bramidos del viento y sentir los pinchazos de los granos de arena que acarreaba contra mi rostro, no podía distinguir las nubes de polvo viajando en las corrientes como ocurría durante el día. Todo lo que alcanzaba a ver eran las tenues luces de la ciudad que íbamos dejando atrás, las cuales pronto se desvanecerían en la penumbra de la noche, igual que como había hecho la traza de los edificios.
Un extraño presentimiento comenzó a apoderarse de mí de un momento a otro, el cual no hizo sino acrecentarse conforme transcurrían los minutos y las luces se distorsionaban en mi mirada borrosa, como si se moviesen.
De pronto, me di cuenta de algo en lo que no había reparado antes y fue que los cascos de los caballos no emitían sonido alguno. Eran mitigados por la suavidad de la arena bajo sus patas. Aquello disparó nuevamente mi paranoia; pues pensé que si nosotros podíamos movernos por el desierto por completo desapercibidos, tampoco seríamos capaces de oír nada si acaso nos seguían.
https://youtu.be/5YITiyv-aTs
Agitado por la idea, entorné los ojos intentando ver algo en la oscuridad; pero todo lo que podía ver eran las luces de la ciudad a lo lejos. Y entonces, caí en cuenta de otro detalle: llevábamos horas viajando y las dunas ondulaban entre más nos adentrábamos al desierto... por lo que ya no deberíamos ser capaces de ver ninguna luz. Y, sin embargo, allí estaban.
Fue entonces que reparé en que lucían más grandes que en un comienzo, cuando debería ser todo lo contrario. Y al aguzar la vista, con los sentidos ahora alertas al extremo, pude percatarme de que el movimiento que tenían no se debía a mi mirada cansada ni al vaivén del caballo. Se movían en verdad
Inhalé una bocanada. Pero, antes de que pudiera advertir a Zami, algo pasó silbando por nuestro lado, rasgando el aire, y se hincó en la arena al frente.
—¡Zami...! —me ahogué con mi propio aliento.
—No puede ser. ¡Mierda...!
Zami giró sobre el caballo y afianzó mi cintura con un brazo. No entendí lo que hacía hasta que jaló de mí con fuerza, derribándome de mi sitio por uno de los costados del animal. Boqueé, creyendo que su intención era tumbarme de encima del caballo, y le rodeé el cuello con los brazos por reflejo para que no me tirase, pero lo que hizo en cambio fue girar de nuevo sobre la montura, llevándome en su brazo. Mi estómago se apretó de vértigo cuando volé por encima de la arena y mis pies delinearon un semicírculo por el aire antes de volver a hallar la seguridad de una superficie en el sitio frente a Zami.
—¡Baja la cabeza! —me indicó. Arrió a su caballo y este levantó ambas patas delanteras en el aire antes de acatar y empezar a galopar a toda velocidad—. ¡Corre, Ashun!
Lo que antes fuera un tranquilo y monótono vaivén a los lomos del animal se convirtió en un traqueteo desenfrenado que amenazó con tirarnos.
Miré por encima del hombro de Zami a nuestras espaldas y pude convencerme de que, en efecto, éramos perseguidos otra vez. Las luces que en principio había creído que correspondían a la ciudad, en realidad pertenecían a las antorchas que cargaban los hombres que cabalgaban ahora tras nosotros en el intento de darnos alcance.
Otro silbido hendió el aire junto a nosotros y en cuanto miré en la dirección desde la que había provenido pude ver, a la luz anaranjada de sus propias antorchas, que algunos de ellos estaban armados de ballestas. Fue allí que entendí por qué Zami me había movido del sitio a sus espaldas para situarme al frente. Obedecí a su indicación de antes y me encogí frente a él, cobijado por su cuerpo, rogando porque ninguna flecha lo alcanzara a él.
Tuve que sujetarme con fuerza a Zami para no caerme con los violentos remezones del espinazos del animal que corría enloquecido conforme su jinete lo espoleaba, clavándole el talón contra el costado. A nuestro lado, el caballo de Ashun galopaba con la misma velocidad.
No perdí de vista en ningún momento a mi hermano y deseé haber ido con él en su caballo, atemorizado por la idea de que se rezagara y le atraparan en mi lugar o que fuera alcanzado por una flecha.
En ello, nuestro caballo se detuvo a la carrera y dio un brusco tumbo. Profirió un agudo relinchido a la vez que se encabritaba y levantaba los cascos delanteros, batiéndolos en el aire. Caí contra el cuerpo de Zami y sentí un nuevo acceso de vértigo cuando vi el piso bajo nosotros por encima de su hombro. Fue allí que alcancé a vislumbrar el extremo posterior de una flecha hincada en la grupa del caballo y entendí qué era lo que le había hecho alterarse de ese modo.
Enloquecido de dolor, el caballo se apoyó en las patas delanteras y coceó con las traseras, tirándonos a mí y a Zami de la montura.
Volamos por los aires. Apreté los párpados con fuerza, sintiendo como el viento me azotaba desde todas direcciones durante la caída. El golpe fue duro, pero no tanto como había imaginado que sería. Y en cuanto abrí los ojos y hallé a Zami debajo de mí, me percaté de que no me había soltado en ningún momento y que había amortiguado parte de mi caída con su propio cuerpo.
https://youtu.be/FuZJtWflfMk
—¡Zami! —lo llamé, moviéndolo por los hombros, pero no reaccionó. Estaba quieto... demasiado quieto.
Sufrí un terrible escalofrío y mi memoria volvió de golpe a aquel día, hacía meses. Al golpe seco de la cabeza de Inoe contra el escalón de la puerta y al crujido de su cuello. El sonido de mis recuerdos me estremeció de pies a cabeza y empecé a jadear de terror, sin cesar de sacudir a Zami y sin dejar de llamarlo con gritos mudos y estertorosos.
—¡Zami! ¡Zami, despierta! Por favor... ¡Por favor...!
Lo sacudí una y otra vez, tocando su rostro y sus manos, como hiciera Laila con Inoe. Sentí la desesperación de mi hermana; todo su miedo...
Ashun frenó un poco más adelante y tiró de las riendas de su caballo para volver con nosotros en cuanto se percató de que habíamos sido abatidos.
Y deseé que no lo hubiera hecho... pues en el momento en que su animal regresó dos esclavos a caballo lo adelantaron y lo sitiaron junto a nosotros, bloqueándole cualquier vía de huida.
Pero Ashun no hubiese escapado. Jamás lo haría sin mí...
Una mano me jaló por uno de los hombros, apartándome de Zami de un tirón, y me hizo caer de espaldas sobre la arena helada. Cuando abrí los ojo una ballesta me apuntaba directo al rostro. Ashun se apeó de su caballo de un salto y vino a encontrarme, rodeándome con ambos brazos para protegerme con su propio cuerpo de las armas que me amenazaban.
Me fijé, por encima de su brazo alrededor de mi cabeza, en que eran siete soldados en total. Siete soldados... para capturar a dos niños.
Cuatro de ellos nos levantaron a mí y a Ashun del piso de un tirón y nos obligaron a caminar hacia el que parecía ser el cabecilla. Este no descendió de su montura y en cambio nos contempló con austeridad y petulancia desde su sitio en las alturas.
Otro soldado nos sostuvo una antorcha cerca del rostro y la excesiva proximidad del fuego me transmitió piquetes dolorosos sobre la piel, haciéndome apartar la cara. Pero me vi obligado a mirar al cabecilla otra vez en cuanto otro de los hombres me sujetó el rostro entre gruesos dedos callosos y me forzó a dirigir el rostro al frente y hacia arriba.
Al cabecilla le bastó una mirada para poder dictaminar:
—Es él. —Y después echó una mirada igual de cáustica sobre Ashun—. Los tenemos.
—¿No eran dos? ¿Qué hay del tercero?
Aquel echó una mirada sobre Zami, quien permanecía laxo sobre la arena, e hizo una mueca desdeñosa:
—Déjenlo; ya está muerto. Y ya tenemos a los fugitivos. —Sufrí un escalofrío con sus palabras. Después, la voz del soldado se levantó en la quietud del desierto otra vez en calma luego de la agitada persecución—. Obrero Yuren de la ciudad de Kajhun, quedas arrestado por el asesinato de Elim Bin Alikair y posterior fuga de la nación de Yrose. En cuanto al obrero Ashun, quedas aprehendido en función de tus actos en complicidad de un asesino fugitivo. Se te juzgará también de regreso en Yrose conforme a la gravedad de tu ofensa. Reza porque tu condena no sea la misma. En cuanto a ti... —Volcó sobre mí una mirada que pretendía ser de conmiseración, pero que no fue sino de sorna—. Espero que estas últimas semanas con vida te hayan sido gratas.
A la brevedad, fuimos maniatados con las muñecas al frente y luego forzados por las mismas sogas a ir a pie junto a los caballos.
—¡No! ¡Esperen! —Me resistí a avanzar, haciendo el intento de volver junto a Zami—. ¡Nuestro compañero está herido! ¡No pueden dejarlo aquí! ¡No pueden...!
—Silencio, impertinente. —Uno de los soldados me silenció con un golpe del dorso de su mano contra la quijada, derribándome sobre la arena.
Si alguna vez había creído que Eloi pegaba fuerte, jamás me hubiese imaginado la magnitud que tendría el golpe de un soldado yroseo.
Tanto mi vista como mi audición se nublaron por un instante y solo oí pitidos, antes de volver a escuchar las maldiciones de Ashun.
Sin que hubiese recobrado del todo mis sentidos fui obligado a ponerme de pie otra vez y a caminar gracias al tirón que propinó uno de los hombres a las amarras de mis muñecas. Ashun caminó conmigo y me hizo preguntas que no pude contestar. Mi vista, todavía borrosa por los bordes, se había quedado fija a nuestras espaldas, sobre el cuerpo inerte de nuestro compañero caído.
Las arenas que acarreaban las corrientes del desierto ya habían comenzado a cubrirlo. Si no estaba muerto, muy pronto lo estaría. Y todo por mí... Por protegerme. Otro sacrificio, como los que habían debido hacer todos mis seres queridos para cuidarme. Porque era débil...
https://youtu.be/BRfoY88tgU8
El camino de regreso a la ciudad por el desierto lo hicimos a pie. No importó cuanto me resistí y cuando clamé por piedad para con nuestro compañero abandonado a su suerte, mis súplicas fueron ignoradas.
Ashun y yo fuimos forzados a andar junto a la caravana atados de manos, amenazados todo el tiempo por las ballestas de los dos soldados que se apostaban uno a cada flanco para escoltarnos. De vez en cuando, estos erigían las ballestas y su dedo se movía cerca del gatillo en ademanes amenazantes para amedrentarnos; en especial cada vez que hacíamos cualquier otro movimiento que no fuera el de caminar.
Nuestros caballos iban atados al final de la caravana; incluso el que había servido de montura a Zami y a mí y que había sido herido por la flecha. Era forzado a moverse al ritmo de los demás aunque podía ver cuánto le costaba caminar. No obstante, al igual que nosotros, no tenía más opción.
Muchas preguntas me rondaban por la cabeza, sin embargo no estaba seguro de qué tan inteligente era hacerlas en nuestra posición. Era consciente de que no importaba cómo nos habían atrapado; todo lo que importaba ahora era que destino nos deparaba. Observé a Ashun, quien caminaba con la cabeza gacha, sumido en un silencio sepulcral. Sabía que yo estaba perdido sin importar qué hiciera, pero Ashun no merecía esto. Rogué porque, llegados a nuestro destino, al menos a él se le concediese una oportunidad.
El camino se me hizo eterno. Los vientos en el desierto eran cada vez más fieros y la dificultad que suponía moverse sobre las ondulaciones de las dunas de arena, entre tropiezos y puestas forzosas en pie, acuciados por las sogas, hizo que resultase el doble de exhaustivo.
—¿Estuvo bien dejar al tercer muchacho? —dijo uno de los soldados.
Levanté la cabeza ilusionado, con la esperanza de que decidieran volver por él. No me importaba caminar de regreso si con eso salvábamos a Zami; si acaso aún podía ser salvado; pero entendí que el soldado yroseo no compartía mis aflicciones. Sus dudas se encaminaban en un sentido muy diferente:
—Es claro que él les ayudaba a escapar.
—No es verdad. Solo viajaba con nosotros. —Las palabras salieron de mi boca de forma refleja. Mentí tan mal como solía hacerlo.
—Y sin embargo te pasaste una buena parte del camino rogando por regresar por él. ¿Por qué será?
—Nos hicimos buenos amigos por el camino —adujo Ashun—. Pero él no sabía quiénes éramos.
Me conmovió en gran manera que estuviese dispuesto a mentir por proteger a Zami... aún si aquello no tuvo ningún efecto.
—Y ahora su «amigo» pagó por los crímenes de ustedes dos —comentó otro soldado—. No es menos de lo que merece por asociarse con asesinos.
—Eres un maldito... —bisbiseé. Quizá un poco más alto de lo que debería.
Recibí una patada contra el hombro de uno de los soldados a caballo, la cual me tiró al suelo. Atado de manos como iba no pude frenar mi propia caída y me fui de cara contra la arena, la cual se me metió por los ojos, la nariz y la boca. Tosí, intentando limpiarme los ojos con los limitados movimientos de mis manos apresadas. La caravana no se detuvo, así que hube de ponerme de pie con rapidez si no quería ser arrastrado sobre la arena cuando la soga que me ataba se tensase.
—¡Cobardes infelices! —les gritó Ashun. Su intento de venir junto a mí para ayudarme fue frustrado cuando la que lo ataba a él fue jalada desde el frente de la caravana, forzándole a alejarse de mí—. ¡Es solo un niño!
—Un niño que asesinó a una persona —respondió el cabecilla, mirándonos por el rabillo de su ojo. Me percaté de que parecía nublado y lo cruzaba una cicatriz—. Silencio o te cortaré el cuello y te dejaré aquí. A quién quieren vivo es al chiquillo; de ti podemos prescindir.
No sabía hasta qué punto me tranquilizaba oír aquello. El hecho de que Ashun no compartiera mi posición y no hubiese un consenso todavía en cuanto a su destino por un lado podía significar que en Yrose eran conscientes de que el asesinato solo lo había cometido yo. Pero por otro... quería decir que la nación no estaba interesada en recuperarle vivo y, siendo ese el caso, podían deshacerse de Ashun en el momento en que les placiese.
—Deberías estar orgulloso —dijo de pronto el cabecilla, observándome de pies a cabeza con una media sonrisa—. Una pequeña alimaña miserable como tú no vale el precio que tiene tu cabeza. Por lo que has hecho morirás, pero al menos te irás de este mundo valiendo algo.
Las palabras del hombre se me clavaron en el pecho. No podía entender su inusitada crueldad. ¿No estábamos en la misma posición? ¿No había sido un obrero, como yo, antes de convertirse en un soldado? A juzgar por los pliegues de piel alrededor de sus ojos y su boca y su cabeza rapada salpicada de canas hirsutas, aquel hombre poseía la edad suficiente como para ser mi padre. Y, hasta donde sabíamos, no se podía descartar esa posibilidad. Pero allí estaba, jalando con rudeza desde su montura de la cuerda que me mantenía atado y que me conducía a la muerte, regocijándose de mis circunstancias.
Rememoré las palabras de Madre Teete: «Aquel que entrega la generosidad de su alma, la recibe multiplicada». Pero no tendrían jamás efecto en hombres como estos. Como sembrar una semilla en un campo infértil, nada germinaría. Nada florecería allí nunca.
El estómago me dolió y sentí que la cabeza estaba por estallarme. Me di cuenta de que no había pensado en mi propia muerte desde que habíamos escapado de Yrose. Había sido un iluso y un estúpido al haberme creído libre tan pronto. Y ahora pagaba las consecuencias... Todas mis esperanzas, mis expectativas y todo lo que había deseado hacer con la recién hallada libertad que creía tener en las manos se desvanecía ahora. Se vaciaba en mis palmas y se escapaba como agua entre mis dedos.
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La ciudad apareció frente a nosotros cuando el alba rompía a levante. Eché un último vistazo sobre mi hombro al desierto que se extendía a mis espaldas en la dirección de la isla de la libertad, la cual nunca llegaría a conocer. Durante todo el trayecto había esperado ver aparecer a Zami en el horizonte, a salvarnos tal y como había hecho las últimas veces, pero aquello no ocurrió.
Me invadió una amarga tristeza al verme golpeado por esa realidad. Nuestro querido amigo había muerto sin duda... y con él había muerto mi fe. No pude llorarlo, pues iba a reencontrarme con él muy pronto o al menos eso esperaba. Si había algo después de la vida, me importaba poco cómo fuera aquel lugar o en dónde estaría; si allí podía reencontrarme con Inoe y con Zami... después de todo, la muerte no sonaba tan mala. Todo lo que lamentaba era haber arrastrado a Ashun conmigo a la desgracia, haber dejado sola a nuestra Laila y no haber podido rescatar a Eloi.
Llegados a la ciudad nos enteramos de que un barco yroseo esperaba por nosotros amarrado en puerto. El viaje sería sin duda más largo que el que habíamos realizado desde Yrose a Hadiveh, por lo que calculé que me quedaba poco más de un mes de vida. Quizás fuera tiempo suficiente para aceptar mis circunstancias... o quizás no. Al menos era tiempo suficiente como para pensar las palabras adecuadas de despedida para que Ashun pudiera transmitir a nuestros hermanos si acaso era liberado. Lamentaba haber sido de el modo en que había sido con ellos toda la vida; lamenté las veces en que fui malhumorado con Ashun o las veces en que desobedecí a Laila, o me reusé a bajar la cabeza ante ella. Ante ella, de todas las personas... Nuestra madre; la única quien merecía todo mi respeto y humildad.
Pero, por sobre todo, lamenté todas mis peleas con Eloi y todas las cosas crueles que alguna vez le dije. Lamenté no entenderlo antes y lamenté haberlo herido tantas veces obra de mi rencor y mi envidia. Ahora ya nunca tendría siquiera la ocasión de pedirle perdón por todo ello como había decidido que lo haría, llegado el momento.
Tras entrar en la ciudad nuestra primera parada fue la caballeriza que asaltamos la noche anterior. El corralero del lugar se mostró agradecido al recuperar a sus caballos, pero desde luego que no fue gentil a la hora de escupir el suelo que pisábamos y maldecirnos; sobre todo después de percatarse de que uno de sus animales estaba lesionado. Ashun y yo ignoramos sus insultos. Alcancé a ver que el cabecilla de la caravana le entregaba al hombre un bolsillo pequeño, dentro del cual pude escuchar el entrechoque de monedas, y supe que él había sido sin duda nuestro delator.
Después de eso fuimos escoltados por toda la calle principal de la ciudad, atados por el cuello y las muñecas como animales, con los pies heridos de tanto caminar, las frentes empapadas de sudor y con las funestas expresiones de la vergüenza grabadas en los rostros; la de habernos creído vencedores y libres, todo para después ser arrastrados de vuelta a la ciudad en calidad de criminales, sometidos al escarnio público.
A nuestro paso la gente lanzaba insultos, escupía, murmuraba y nos miraba con desprecio, profiriendo palabras llenas de odio y miedo.
—Sucios asesinos —escuché decir a un hombre.
«Derramadores de sangre», «infelices», «criminales», «salvajes», «miserables», «malditos»... Los apelativos no terminaban. «Animales», «bestias», «malhechores»... «Demonios».
Sentía adormecidas las manos debido a lo ajustado de la soga que me rodeaba las muñecas. No podía verlas con claridad en busca de heridas, pues el sudor se me metía por los ojos, escociéndome. Tenía los pies tan lastimados que había empezado a cojear sintiendo como la piel se me desprendía de las zonas donde las sandalias me rozaban. Durante todo el camino fui incapaz de levantar la cabeza, pues sabía lo que encontraría en los rostros de la gente que flanqueaba la calle. En medio de tantos ojos llenos de desprecio, me sentí más pequeño e insignificante que nunca...
¿Pensarían igual todas esas personas si conocieran mis motivos?; ¿las circunstancias bajo las que había asesinado al alto señor yroseo?; ¿todo lo que se había sacrificado en mi escape?
El calor abrasador del sol nos acompañó hasta el puerto de embarque, en donde nos aguardaba un gran barco yroseo con los estandartes erigidos, ondeando la bandera con el emblema de la nación; dos espadas cruzadas en el centro y nueve estrellas en un círculo alrededor. Después de embarcarnos a bordo nos ingresaron por una rampa hacia la cubierta inferior y nos condujeron hasta la última, justo encima de la sentina, donde la humedad y la peste hacían de la suyas colmando la estancia de un aire denso y difícil de respirar. Allí estaban los calabozos; oscuros, sucios y pestilentes, dotados de barrotes gruesos, corroídos por la humedad salada en alta mar.
Ashun y yo fuimos desatados y forzados a entrar a costa de empujones.
—Aquí permanecerán hasta que el barco se haya pertrechado y todo el camino de regreso a Yrose, donde serán juzgados y ajusticiados —nos dijo el carcelero; un esclavo robusto y viejo—. Más les vale comportarse.
A nuestras espaldas, la puerta del calabozo se cerró con un espantoso estampido metálico que puso a vibrar todas las celdas.
Ashun y yo permanecimos de pie tras las rejas, observando en dirección a la escotilla por donde el carcelero desapareció. Ashun se dejó caer sobre el asiento de la celda —el cual constaba simplemente de un tablón transverso que pendía desde dos cadenas diagonales enganchadas a la pared— y allí abatió el rostro entre sus manos, quedando inmóvil. Por largo rato solo pude oír sus suspiros apesadumbrados.
Me partía el alma verle así... y más por mi causa.
—Lo siento —susurré, remordido—. Lo siento tanto, Ashun...
No obtuve respuesta de él y me dejé caer por mi parte sobre mis rodillas en el piso de la celda; devastado, exhausto y sin fuerzas para seguir.
Nos quedamos en silencio por un tiempo prolongado, acompañados solo del crujir las cuadernas del barco debido al vaivén sobre el agua, un persistente goteo viniendo desde algún lugar de la última cubierta y el chillido de las ratas en las sentinas, bajo nuestros pies.
Oí de pronto un gemido extraño, como el de un animal enfermo, y llevé mi mirada preocupada a Ashun. Pero aquel levantó la cabeza tan confuso como yo y nos observamos el uno al otro por unos instantes.
Un segundo gemido vino desde algún lugar, ajeno a nosotros. Solo entonces nos percatamos de un bulto agazapado en un rincón de la celda, el cual se movía al son de una respiración dificultosa. El lugar estaba en penumbras, salvo la reducida luz que se filtraba por la escotilla desde la cubierta superior, y no pudimos ver qué era. Creí que se trataba de algún animal grande, pero entonces un gemido más claro, más humano, surgió de la figura y supimos que era una persona.
Lo que antes fuera un bulto se deslió entonces de su posición ovillada y distendió cuatro largos miembros a los lados de su cuerpo con dificultad, dejando caer una manta de crin vieja, horadada y mustia. Pude ver allí que se trataba de un joven hombre con el torso desnudo, surcado de cientos de huellas de latigazos y con los brazos y hombros por completo cubiertos de terribles moretones ocasionados por golpes con algo contundente.
Boqueé al tiempo en que Ashun se levantaba de su lugar para acudir.
Mi hermano recogió la manta del piso y volvió a ponerla sobre los hombros del joven. Este tenía el rostro gacho, pero advertí que estaba casi desfigurado por los golpes. Entendimos que era otro prisionero y me pregunté qué crimen habría acometido como para merecer un trato tan brutal.
Cuando el muchacho salió de lo que parecía haber sido un largo y difícil sueño y levantó la cabeza, la familiaridad de su rostro me golpeó como un puñetazo y sufrí un terrible escalofrío que me sacudió por completo y me dobló las rodillas.
No era ni la sombra de sí mismo... pero era él.
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