• XIV - Los Hasti •
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Enmudecí por largo rato, en lo que intentaba asimilar las palabras de mi hermano, sin convencerme. Pero, por más que busqué en el mapa, ya fuera un punto, una mota, un borrón, o siquiera una letra... no había nada en la dirección señalada. Una vez más, volví a sentirme como el mayor idiota.
Me llevé ambas manos a la cabeza y me revolví el pelo, presa de la frustración. ¿Por qué, aún después de todo lo que había pasado, continuaba siendo el mismo niño estúpido e ingenuo de siempre? No le di la razón a Ashun. Me sentía demasiado humillado para eso, pero admití mi derrota con el solo acto de tomar mi bolsa del piso para echármela al hombro y empezar a caminar en dirección a las escaleras, sin más objeción y sin mirarlo.
Sentí sus pasos detrás de los míos poco después y juntos salimos en silencio de la casa. Una vez afuera, tomamos un rumbo diferente a aquel por el que habíamos venido y enfilamos en cambio por una calle desconocida.
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Después de algún trecho, hubimos de detenernos a descansar junto a una muralla por culpa de mi tobillo adolorido. Me desplomé contra la piedra y resbalé con la espalda hasta quedar sentado en el piso frío.
—Te lastimaste al caer de la carreta, ¿verdad? —Ashun levantó mi pie y evaluó el golpe—. Está un poco hinchado, pero no parece que sea serio.
Apenas lo escuché. Todavía no era capaz de decir una palabra al respecto de lo ocurrido ni tampoco había querido mirar a los ojos de Ashun, temiendo que viera en los míos cuan enojado estaba conmigo mismo. Le había dicho a Eloi que no era necesario enviar conmigo a Ashun, pues creía que podría cuidarme solo; pero con cada paso que daba lo contradecía. Primero, al haber estado a punto de ser atrapado, y después, confiando en un completo extraño que podría habernos hecho daño.
—No puedo creer que nos mintiese... —murmuré.
Ashun guardó un breve silencio con los labios apretados y suspiró:
—No te sientas mal, yo casi le creo —dijo en un intento bastante mediocre de hacerme sentir mejor. Viendo que no tenía caso, guardó silencio y se sentó junto a mí—. Seguiremos en cuanto hayas descansado, ¿de acuerdo?
Asentí solo por darle en el gusto. El tobillo ya no me dolía tanto y no estaba cansado; al menos... mi cuerpo no lo estaba. Era la carga mental de mis pensamientos incansables lo que estaba drenando mis energías.
—¿Por qué Eloi tenía un libro como ese? —pregunté a Ashun.
Mi hermano tensó los labios en una línea y me escudriñó atento.
—La noche en que hablamos, antes de partir, tú nos escuchaste... ¿no?
—No sé lo que escuché. Nada sobre ningún libro, por lo menos.
Ashun respiró hondo y tomó un aliento antes de hablar:
—Eloi estuvo planeándolo todo desde el comienzo. Quería escapar con todos nosotros; solo... estaba esperando el momento propicio.
Asentí. De eso sí estaba al tanto. Recordaba haberlo oído cuando Ashun se lo preguntó a Eloi. Era la razón de que me sintiese tan culpable ahora... Había arruinado todos sus planes. De pronto, también recordé haber escuchado el crujido de hojas de papel. Al fin todo encajaba.
Ashun sacó una vez más el libro de la bolsa y lo hojeó frente a mí. La página en que se detuvo era distinta del mapa de Nimia:
—Cuando los pajes del barco nos hablaron de Hadiveh recordé haberla visto antes en estas cartas y me di cuenta de que Eloi la había señalizado, doblando la esquina de esta página. —Me enseñó la marca del doblez.
—Por eso confiaste en ellos... —susurré, intentando alisar la esquina de la página con el dedo—. No sabía que había libros como estos.
—Yo lo vi muchas veces en su mesilla, pero nunca lo miré. No supe lo que contenía hasta esa noche, cuando me lo dio. Lo tenía por una sola razón —me dijo y luego reveló—: Él buscaba sitios a donde pudiésemos escapar.
Hojeé el libro en las manos de Ashun esperando encontrar alguna otra seña de Eloi. Una nota, una marca, una pista... Lo que fuera; aunque no pudiese leerla. Nunca había visto su caligrafía; pero apostaba a que sería hermosa. Mas no había nada... Había sido tan cauto como para evitar hacer marcas evidentes en el libro por si alguien lo descubría en su poder.
—Si tan bien planeado lo tenía todo, entonces... ¿por qué demonios no vino con nosotros? —mascullé, dolido, cerrando el libro de un golpe. Después me arrepentí y acaricié el lomo, como si le hubiese hecho daño...
—Tú lo oíste. Mailard nos estaría persiguiendo por todo el continente ahora mismo. Por eso nos dio esto. Confió en que nos serviría, dado que él no estaría con nosotros.
Oír eso me disparó una corriente dolorosa desde el pecho hasta el estómago, pues empecé a pensar en algo que antes no me había parado a considerar: No solo nos había dado las gemas y la daga; sino también el libro que pretendía usar para saber a dónde dirigirnos de haber podido escapar todos juntos. Y él se había quedado sin nada. Llegar a esa conclusión derrumbó mis últimas esperanzas; las que a duras penas había conseguido mantener hasta ese momento en pie.
—Que estupidez —susurré, empezando a entenderlo—. Yo lo hojeé cientos de veces y ni siquiera sabía lo que era. Son ellos quienes tendrían que haber venido con nosotros, ¡no el maldito libro! No sé leer; nunca en mi vida había visto un maldito mapa. Y ahora, con o sin libro, estamos perdidos en una ciudad desconocida con gente buscándonos y con un ladrón tras nuestra pista. ¡Eloi fue un gran idiota si pensó que serviría de algo dárnoslo!
Ashun se quedó viéndome unos instantes y luego soltó una ligera risa por la nariz, al tiempo en que sacudía la cabeza:
—¿Quién te entiende? Un momento parece que has dejado de odiarlo, y al siguiente...
—¡No lo odio, Ashun! —repliqué, elevando la voz más de lo que pretendía—. ¡Si lo odiara no estaría deseando con todas mis fuerzas que hubiese venido con nosotros y estuviese aquí! ¡Y Laila! ¡Por mi culpa todo lo que planeó Eloi fue en vano! ¡Esto es todo lo que pudo hacer y se quedó sin nada!
Ashun me observó ojiplático en cuanto me puse de pie, pese al dolor del tobillo, y empecé a gritar agitando los brazos:
—¡¿No lo ves, Ashun?! ¡Nos dio todo lo que tenía; todos los medios que había preparado! ¡Nunca fue su intención reunirse con nosotros! ¡Nos lo dijo para que nos fuéramos tranquilos! ¡Fui un idiota al creerle y tú eres un idiota tan grande como yo si tú también se lo creíste!
En un pestañeo, Ashun estaba de pie junto a mí, sujetándome por los hombros y propinándome leves sacudidas en el intento de tranquilizarme:
—Basta ya. ¿Quieres calmarte un poco?
—¡Soy un estúpido, estúpido niño! —gruñí, golpeándome con los puños a los costados de la cabeza—. ¡Un maldito mocoso torpe que no hizo sino arruinarlo todo para todos! —Sentí que algo se desataba al fin en mi interior. Que estallaba como una marmita, derramando todo lo que había estado guardando—. ¡Nunca volveremos a ver a nuestros hermanos y es todo mi culpa, Ashun! ¡Eloi no debió enviarte! ¡Él solo debió dejar que me capturasen y me cortaran la cabeza! ¡Y todos estarían mucho mejor sin mí!
—¡Oye! —Ashun me sujetó con fuerza las muñecas para que dejara de golpearme—. ¡Para con eso! ¡¿Qué clase de cosas estás diciendo?!
—¡Es la verdad!
—Yuren... —Mi hermano mayor soltó un pesado resuello. No aflojó la fuerza de sus manos alrededor de mis muñecas hasta que cesé de luchar y me quedé en silencio—. ¿Le crees a un extraño cuando te habla de un paraíso imaginario en medio del mar y no eres capaz de creerle a nuestro hermano?
—Gracias, Ashun —ironicé—. Como si necesitara más sal en esa herida.
—No me lo tomes a mal —se rió él y pasó de sujetar mis muñecas a sostener mi rostro—. Vamos. No pongas esa cara.
No quise ni imaginarme el aspecto que debía tener en ese momento, con los ojos húmedos y rojos, prontos al llanto, las mejillas hinchadas entre las manos de Ashun y la boca en una mueca temblorosa.
—Lo siento, no fue mi intención que sonara así. —Ashun delineó una sonrisa apenada—. Lo que intento decir es que deberías confiar más en él. Dijiste que estabas dispuesto. Si nos dio los medios para poder huir es porque quería que lo lográsemos. Y lo haremos. Encontraremos un sitio; uno que sí exista, y buscaremos allí nuestra propia libertad. Y cuando lo hayamos conseguido, encontraremos la manera de contactar con Eloi y con Laila. Y ellos vendrán a reunirse con nosotros.
Desvié la mirada, poco convencido. Ashun soltó mi rostro solo para alzarme el mentón, sujetando mi barbilla:
—Todo va a estar bien, ¿me oyes?
Dado que esperaba por una respuesta no me quedó más remedio que darle la que quería. Al fin y al cabo... no tenía más opción que creerle. Y quería hacerlo, con todas mis fuerzas, pero mi falta de fe se interponía.
Asentí. Y zanjada con eso la conversación, tras haber descansado, seguimos avanzando sin un rumbo fijo por otro largo trecho. La noche ya devoraba la tarde y las calles iban del rojo a un violeta opaco.
—Es muy tonto... —dije a Ashun mientras caminábamos—. Fueron tres meses sin saber absolutamente nada de él. Y ahora... —Me frené en mitad de la oración. Me di cuenta muy tarde de que en realidad no quería que Ashun supiera lo que pasaba por mi cabeza. Pero mi hermano era perspicaz.
—Y lo extrañas más que entonces, ¿verdad? —No le di la razón, pero tampoco lo negué. Sobraban las palabras—. Supongo que estábamos demasiado distraídos con... —Ashun se calló de golpe en mitad de la idea.
Yo sabía lo que diría. Y bajamos al mismo tiempo la cabeza con pesadumbre. Recordar de forma tan repentina a nuestro hermanito pequeño hizo que las paredes interiores del pecho volvieran a arderme como en carne viva. La herida era profunda y estaba todavía muy fresca para tocarla.
Sacudí la cabeza para no rememorar las circunstancias de su partida, que lucharon por abrirse paso en mi cabeza de forma involuntaria, y me concentré en el recuerdo de su sonrisa dulce. Pero aquella tampoco me trajo consuelo alguno... pues aquella imagen jamás volvería a ser otra cosa que una memoria que se desvanecería más con cada día.
—¿Piensas en él? —pregunté al cabo de algunos minutos—. Quiero decir... en Inoe. —Y dicho esto, tuve por primera vez en meses el valor de rememorar los momentos después de su muerte.
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Tras perder a nuestro hermano más joven, velamos despiertos junto a su cuerpo toda la noche con cirios para ayudarle a encontrar el camino al «otro lado». Laila recortó un mechoncito de su pelo y lo guardó en una pequeña caja. Al día siguiente, Ashun fue a la construcción y se excusó por ambos, y el maestro Sinon nos permitió un día de duelo. Nuestro hermano mayor regresó con paja seca y una caja. Preparamos su cuerpo como mejor pudimos, bañándolo y poniéndolo en la caja vestido con sus ropas favoritas, junto con algunas pertenencias y sus únicos dos juguetes; un caballito de madera con su soldado y una bolsa de canicas. Durante la tarde, los vecinos nos ayudaron a cargar todo hasta la orilla del río y a encender una pira para incinerar su cuerpo. Después se quedaron junto a nosotros hasta que dejó de arder. Aquella fue la primera vez que nos brindaron su amabilidad.
Mi hermano se había quedado en silencio. Cuando volteé a verlo, se mordía con fuerza los labios y tenía la mirada en sus pies. Me pareció que sus ojos devolvían reflejos húmedos. Ashun se había mantenido fuerte por nosotros todo el tiempo, pero bastaban ese tipo de gestos, los que rompían su aparente estoicismo, para saber que los recuerdos le dolían lo mismo que a mí.
—Todo el tiempo —susurró al fin—. No ha pasado un solo día en que no piense en él. También pienso en Laila y en Eloi.
—Pero es diferente —disentí—; porque ellos todavía viven, ¿verdad?
Ashun lo consideró y después dio una cabeceada.
—Supongo que lo es.
Nos movimos en silencio por otra distancia, en lo que yo ponía en orden mis pensamientos. Mi hermano me concedió todo el tiempo del mundo.
—Yo intento no pensar en sus caras. Quizás por eso los extraño tanto; aun a Eloi y Laila cuando sé que siguen vivos. Porque no soy lo bastante fuerte como para visitarlos, ni siquiera en mi memoria. Y temo que a este paso se desvanezcan...
Mi voz casi se rompió al final de mi confesión, pues fue al llegar a esa conclusión que algo en mi cabeza cobró sentido al fin.
Por eso no podía recordar a Eloi en tiempos anteriores, cuando éramos más cercanos, ni recordaba demasiado sobre nuestro anterior trabajo en las minas de carbón. Sin darme cuenta, había adoptado la costumbre de evadir los recuerdos dolorosos y restringir mi propio acceso a ellos en mi memoria, hasta que estos desaparecían sin remedio de ella. A eso se debía el que no pudiera recordar cosas duras. O incluso las cosas buenas, si estas habían tenido un desenlace triste. Sacudí la cabeza con fuerza. No quería que pasara lo mismo con mis hermanos. No quería olvidar jamás a mi pequeño, dulce Inoe; no quería olvidar la sonrisa tierna ni las manos suaves de mi Laila...
Y jamás quería volver a olvidar a Eloi.
—No quiero que se desvanezcan, Ashun... —susurré—. Pero es tan doloroso. Soy un hermano terrible... ¿verdad?
—Todos lidiamos con el dolor de un modo diferente, Yuren. No eres mejor ni peor hermano por llevar las cargas a tu propia manera.
Medité las palabras de Ashun durante largo rato, en completo silencio.
—Sé cuánto extrañas a Laila —continuó él—, pero... nunca creí que llegaría el día en que te oiría decir que extrañabas a Eloi.
Apreté los labios, amedrentado. Sin saber por qué, las palabras de Ashun se sintieron como una acusación bochornosa.
—Pensaría que eso te alegraría. Al fin y al cabo... tenías razón sobre mí.
—La tuve. Y lo hace —admitió con una sonrisa más deferente—. Me alegra; es solo que me pregunto qué provocó ese cambio tan drástico.
Suspiré. La respuesta era quizás mucho más simple de lo que se esperaba.
—Solo me di cuenta de que estaba equivocado respecto a él.
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En ese punto, mi hermano alargó una sonrisa postiza:
—También estabas equivocado respecto a mí —observó, fallando en ocultar su tono triste—. ¿Significa... que ahora es a mí a quién odias?
Frené para mirarlo, incrédulo; molesto de que tuviera esa impresión tan fea de mí. Como si no me conociera...
—No lo hago, Ashun, maldita sea. No importa qué hayan hecho, los dos tenían sus razones. En cambio yo no tengo razones para odiar a ninguno.
Aquel me indagó unos instantes y luego exhaló con una sonrisa:
—Has madurado mucho el último tiempo.
No pude aceptar el cumplido. Según yo, seguía siendo un niño crédulo y estúpido. Todavía encontraba cosas de las que tendría que haberme percatado mucho antes y seguía cometiendo los mismos errores de siempre.
—No es verdad... —negué con un suspiro.
—Lo has hecho, Yuren. Perdonar a las personas es un gran paso.
Sellé los labios, sintiendo que me subía la bilis del estómago y que me ardía en algún lugar del pecho. Ante lo que mi hermano sugería, me vi incluso menos capaz de aceptar el cumplido, teniendo en cuenta las implicancias.
—¿De eso se trata madurar en realidad? ¿De perdonar a los demás sin importar lo que hagan?
Ashun dio una cabeceada, pero bastó que viera mi expresión para que la suya se volviese dubitativa. Yo nunca había sabido en realidad lo que era odiar a alguien. Lo que antes pensaba que lo era, se trataba en realidad de muchas emociones que no sabía cómo manejar y que resultaban en rabia y frustración. Pero ahora sí conocía el odio. Y debía contradecir de nuevo a Ashun.
—Dije que no odio a ninguno de los dos. ¿Cómo podría? Son mis hermanos. Pero en cambio sí odio al infeliz de Astor por haber asesinado a Inoe. Y odio al cerdo maldito de Mailard por lo que probablemente le esté haciendo ahora mismo a Eloi. —Me estremecí con esa idea en cuanto salió de mis labios—. Lo odio tanto que desearía que muriera de un modo terrible... No puedo perdonarlos. Jamás lo haré. Si madurar implica perdonar a personas horribles que no tienen reparos en lastimar a otros o que obtienen placer de ello, entonces no creo que haya madurado. Y no creo que lo haga nunca.
Ashun calló. Le había dejado sin una respuesta que darme, pero desearía no haberlo hecho. Antes, jamás cuestionaba la palabra de mi hermano. Era algo que había empezado a hacer de modo muy reciente; y en parte se sentía liberador tener mi propia versión de las cosas y obedecer mis propios instintos; pero había momentos, como aquel, en que desearía poder creerle otra vez sin ponerlo en duda y que, de ese modo, sus palabras me hiciesen sentir mejor.
—Al final... sigo siendo un chiquillo que no puede hacer nada bien. Y daría lo que fuera por cambiar eso... Quiero ser como ustedes; quiero ser listo, como Eloi; o valiente, como Laila. Y fuerte, como tú...
Ashun se adelantó hasta ponerse frente a mí y cortó mi camino. Después me miró a los ojos con gesto severo.
—Basta ya, Yuren. Todos cometemos errores. Pero el reconocerlos y el deseo de mejorar son prueba de que ya no eres un chiquillo. Ahora bien, eso no significa que tengas que apresurarte en crecer.
Pero hube de discrepar con Ashun una vez más.
—Te equivocas. —Suspiré, alzando la vista al cielo, intentando ver alguna estrella—. Son las circunstancias como estas... en las que es preciso hacerlo pronto.
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Nuestros pasos nos llevaron a un sitio elevado en la calle desde donde se podía ver el mar a lo lejos, unido al cielo nocturno como si fueran un solo manto negro, y el muelle era apenas visible al cobijo de la penumbra. Había muchísimos menos barcos que en la mañana; sin embargo el barco de Yrose en el que habíamos venido seguía allí atracado, con las velas arriadas; señal de que no tenía planeado irse pronto. Escuché a Ashun soltar un respiro.
—Tendremos que ser muy cuidadosos a partir de ahora.
—¿Crees que aún nos estén buscando?
—No lo sé... Pero si nos ven por las calles con toda certeza nos reconozcan. Para este momento ya debe haberse corrido la voz.
Me mordí los labios con remordimiento; atribuyéndome gran parte de la culpa. Ramzi lo había planeado todo de manera que tuviéramos un escape discreto y, por causa mía, era probable que ahora todos en el barco supieran lo ocurrido. Incluso él podría verse en aprietos por mi culpa.
—¿Y si se dieron cuenta de que Ramzi nos ayudaba? ¿Y si le pasó algo?
Ashun negó con la cabeza; pero supe, por el modo en que evadió mis ojos, que no estaba del todo seguro de aquello él mismo. Se dio un cuarto de vuelta para continuar por la calle y por el camino me revolvió el pelo:
—No lo creo; él ya había hecho antes este tipo de cosas. Vamos. —No pude avanzar con él; en cambio me quedé de pie allí donde estaba—. ¿Qué pasa? —dijo Ashun, deteniéndose al percatarse de que no lo seguía.
Suspiré con la vista puesta en el barco amarrado al muelle.
—Es solo... que me gustaría asegurarme de que Ramzi se encuentra bien.
—¿Y quieres volver hasta allá? —se escandalizó—. ¡¿Estás demente?!
Apreté los labios. Una parte de mí quería hacerlo... la otra, una que era mucho más sensata e imperativa, solo quería alejarse pronto y lo más posible.
El estómago me rugió otra vez y empecé a extrañar los pastelillos de maíz de Benu. Aquello hizo que me acordara de Zami... y que parte del apetito se me espantase. ¿Cómo había podido mentirnos de ese modo? ¿Por qué? Ashun lo había sabido desde el comienzo, pero yo no. Y, para mi vergüenza... había habido un momento, en medio de sus historias fantásticas, en el que deseé con todo el corazón visitar aquella isla, Ahzudy —si aquella era en realidad una palabra—. Eloi nos había dicho que debíamos buscar un lugar en el que poder vivir libres. Y aquel lugar, un asilo de esclavos, una isla llamada «Libertad», por un instante había sonado como el sitio perfecto a dónde ir. En definitiva, sonaba demasiado bueno para ser cierto...
Después de volver a movernos y de mucho andar, Ashun y yo nos detuvimos en las puertas de un recinto cerrado desde cuyos adentros podía divisarse luz y ruido de gente, y del que venían muchos aromas apetitosos. Ashun insistió en que dentro no solo estaríamos seguros, sino que podríamos conseguir información sobre la ciudad para saber a dónde dirigirnos. Incluso era posible que pudiésemos conseguir trabajo en el que poder ganar un poco de dinero, aunque fuera solo fregando platos, barriendo o ayudando en la cocina. Así que le seguí dentro en cuanto se deslizó bajo la cortina de la entrada y penetramos juntos al interior.
El recinto estaba cálido y los aromas a comida eran todavía más fuertes. Empezaban a arrancarle rugidos furiosos a mi estómago y rogué porque, si no nos dejaban trabajar por dinero, al menos nos dejaran hacerlo a cambio de un plato de viandas; aunque estaba exhausto y todo lo que deseaba era recostarme un momento. Nos habíamos pasado todo el día caminando y la noche anterior no había podido dormir nada debido a los nervios.
Ashun y yo anduvimos entre las mesas que colmaban la estancia hacia una barra al fondo del recinto, donde un hombre muy robusto servía licor desde un tonel a unos cuantos sujetos barbudos y de mal aspecto sentados frente a él, encorvados en torno a sus jarros. Al vernos aparecer, al hombre le bastó con echarnos una mirada por el rabillo del ojo para poner cara de repugnancia, como quien ve a dos ratas mojadas salir de un desagüe.
—¡¿Qué hacen aquí?! Este sitio no es para niños miserables.
—Solo queremos información —dijo Ashun—. Nos iremos enseguida, maestro.
—No soy ningún maestro y no tengo tiempo para ustedes, andrajosos. Lárguense —dijo echándose el tonel vacío al hombro para luego meterse a una especie de bodega tras una cortina a sus espaldas.
—Obeso de mierda... —mascullé a media voz, a lo que mi hermano me reprendió con un doloroso codazo entre las costillas—. ¡Auu!
Uno de los hombres sentados a la barra empezó a mover los hombros en lo que poco después noté que era una risa suscitada por mi comentario.
—¿Qué tipo de información buscan? —nos preguntó, girando sobre su asiento para mirarnos. Supe por sus ojos que no era demasiado viejo, pero la tupida barba le hacía parecer como si lo fuera. Usaba un turbante cuyas vueltas me entretuve siguiendo con la mirada en lo que Ashun hablaba.
—La paz sea con usted. Estamos buscando trabajo.
—¿Y de qué quieren trabajar? ¿No tienen padres, acaso?
Ashun y yo nos arrojamos un vistazo lastimero.
—No —contesté yo, retador.
—No importa de qué —secundó Ashun—; tomaremos lo que sea.
El hombre nos observó de uno en uno por largo rato. Noté que se detenía en mí, aun cuando continuó dirigiéndose a mi hermano.
—Hay un... recinto, no muy lejos de aquí. Un hamán que ofrece ciertos servicios. —Empinó su jarro y luego se limpió el bigote con la manga—. Es posible que el chiquillo tuviera una oportunidad allí. ¿Qué edad tiene?
—Trece —contesté sin comprender por qué era importante.
—Eso podría ser un problema. No admiten a menores de catorce, pero no pierden nada. Tiene un rostro bonito y no está mal alimentado.
Entorné los ojos y ladeé la cabeza, sin comprender.
De súbito, mi hermano le propinó un brusco tirón a mi brazo y me condujo lejos de la barra y del hombre.
—Vámonos.
—¿No quieren saber a dónde deben dirigirse?
—Váyase al demonio —le espetó Ashun. Los labios se me abrieron.
—¡Espera! ¡Ashun! —me debatí, sin éxito.
Una vez de vuelta al frío de las calles y en la penumbra nocturna, me libré del agarre de mi hermano de un tirón. El que me arrastrase por allí según le daba la gana se estaba volviendo una costumbre que no me agradaba para nada. Lo que era peor, nos había hecho perder una oportunidad.
—¡¿Qué pasa contigo?! —le recriminé—. ¡A mí no me importa tener que trabajar!
—No sabes lo que dices...
—¡Un hamán, Ashun! ¡¿Qué tan difícil es enjabonar a viejos con un...?!
—¡¿Eres estúpido?! —vociferó él, con una mirada encendida de cólera, y yo enmudecí, asombrado por su inusitada brusquedad—. ¡Eloi tenía razón sobre ti! ¡No había forma de que sobrevivieras un solo día estando solo!
Su aseveración se me hincó en el pecho como un puñal.
—Ashun... —susurré con los ojos fijos en él, herido con la dureza de su tono y su elección de palabras.
Mi hermano resopló llevándose las manos a la frente.
—¡¿Qué tipo de trabajo crees que ese sujeto tenía en mente en un hamán para un chico de tu edad?! ¡¿Ah?! —exclamó, agitando los brazos—. ¡¿Qué hubieras terminado haciendo de no haber estado contigo?!
Fue solo allí que lo entendí. Se me revolvió el estómago y perdí el apetito por completo. Tuve que apoyarme de la pared que tenía detrás.
—No puede ser... ¿Aquí...?
—¡En todas partes, Yuren! ¡En todo el mundo! —vociferó—. ¡No saqué a un hermano de Yrose para que terminase haciendo lo mismo que hace el que tuve que dejar atrás!
—¡Ustedes! —tronó una voz, ajena a nosotros.
No me dio tiempo ni siquiera a virar antes de que una mano me cayera sobre el pecho, a la altura del cuello. Me aprisionó contra la misma pared contra la que me apoyaba, haciéndome dar con la cabeza contra la piedra.
—¡Yuren! —el instante en que Ashun hizo el intento de venir en mi ayuda, otro hombre apareció y le puso la hoja de una cimitarra contra la garganta, a lo que Ashun levantó ambas manos en alto, inerme.
No me costó adivinar quienes eran esos hombres gracias a su aspecto con las cabezas rapadas y los brazaletes de hierro de sus muñecas. Eran esclavos de nuestra nación; pero iban armados, lo cual me indicó que eran soldados.
Y solo podían haber venido de un sitio...
—Muchacho. ¿Acabas de decir «Yrose»?
El primero me alzó el mentón para observarme de forma fija por algunos segundos. Creí percibir una leve chispa de familiaridad en su forma de mirar.
—Sabía que me eran conocidos desde el momento en que entraron. Son los desertores de esta mañana.
Todo el rostro se me perló de un sudor frío y pegajoso.
De pronto, el choque de dos aceros me hizo pegar un brinco, sobresaltado. Ashun estaba libre de la hoja que le sujetaban al cuello y empuñaba en la mano la daga de Eloi, con la que entendí que había golpeado el arma de su captor para apartarla de sí mismo.
Con la breve distracción creada por mi hermano, el segundo esclavo apartó su atención de mí el tiempo suficiente como para resolver que debía actuar también. Levanté la rodilla y asesté un golpe a la entrepierna de mi propio captor, haciéndole torcerse sobre sí mismo con un quejido ahogado. Ashun terminó de apartarlo de mí con un golpe de puño contra la quijada y después atenazó mi muñeca y me instó a correr con él.
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—¡Mocosos inmundos! —oí exclamar a uno y su voz sonó tan cerca que tuve la sensación de que le bastaría alargar el brazo para alcanzarme.
Aceleré el paso. Podía apostar a que todavía no era pasada la medianoche y estábamos huyendo otra vez. Corrimos sin descanso, sorteando a toda velocidad calles y callejuelas, y metiéndonos por un callejón y por otro sin un destino fijo, solo escapando.
Podía sentir a nuestros perseguidores pisarnos los talones. El corazón se me había disparado y me golpeteaba el pecho como el aleteo de un pájaro; las piernas comenzaban a cosquillearme —en especial la del tobillo lastimado— y cada vez me resultaba más difícil regular mi respiración. Estaba seguro de que estaba llegando a mi límite y de que colapsaría, cuando un vistazo a mi alrededor me hizo sacar fuerzas de flaqueza. Estábamos cerca del escondite de Zami. El muchacho podía no ser la persona honesta que había creído en un principio, pero nos había mostrado un buen refugio. Quizás, si éramos lo bastante rápidos, podríamos ser capaces de hallarlo y entrar sin ser vistos por nuestros perseguidores.
—¡Por aquí! —le indiqué a Ashun, tirando de su brazo de forma tan repentina que no le dio tiempo a resistirse cuando lo obligué a torcer por una callejuela que reconocí y que supe que nos llevaría por el camino correcto. Pero nuestros perseguidores no tardaron en acompasarse a nosotros y de nuevo les tuvimos casi encima.
De pronto, la mano de Ashun se zafó de la mía.
—¡Busca a Zami! —me gritó, a la carrera, y sentí cada sílaba alejarse.
Fue entonces que me percaté de que había dejado de escuchar sus pasos junto a los míos y un terrible presentimiento me clavó al piso, dejándome sin fuerzas para seguir corriendo; menos aún para obedecer a lo que me indicaba.
Al voltear sobre mi hombro, Ashun se había detenido y, daga en mano, se hallaba plantado en medio de la calle, bloqueando a nuestros perseguidores el paso para permitirme huir. Estos se habían detenido frente a él, cautelosos al percatarse de que estaba armado. Pero eran dos soldados bien entrenados contra un chiquillo.
—Estás muerto... —jadeó uno de ellos y ambos reanudaron la marcha.
—¡No! ¡Ashun! —lo llamé, gobernado por el pánico cuando los hombres avanzaron hacia él con las cimitarras en alto.
Quise volver sobre mis pasos para ir con él, pero este me detuvo antes siquiera de empezar a avanzar con un grito que restalló tan alto que me hizo encogerme en mi sitio con un estremecimiento.
—¡¡Huye!!
En el momento en que se lanzó contra sus oponentes yo levanté las manos en alto en el reflejo de detenerlo; como si a esa distancia fuera capaz de frenarlo. Al instante siguiente, el abrupto estampido de dos aceros me hizo llevarme las manos a los oídos y cerrar con fuerza los ojos y los dientes al mismo tiempo. Caí acuclillado e indefenso en el piso, incapaz de seguir adelante.
—¡¡No!! ¡¡No, Ashun!!
Abrí los ojos en el instante en que algo cayó a mi lado con un estruendo metálico. La daga de Eloi estaba allí en el suelo frente a mí. Me frené de alzar la vista, por miedo a qué me encontraría. Todo lo que sabía era que había bastado un solo golpe de cimitarra para desarmar a mi hermano. Ashun jamás había tenido oportunidad...
Armado de valor y obedeciendo a un impulso suicida, fui a tomar la daga con la intención de regresar por él.
Pero en ese momento, una silueta se deslizó en la oscuridad con tanta rapidez que se convirtió en un borrón y creí que alucinaba. La daga había desaparecido de enfrente mío antes siquiera de alcanzar a rozarla con los dedos.
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Dirigí la mirada al frente y allí estaba de nuevo, moviéndose a toda velocidad en dirección del sitio de la pelea, entre la oscuridad. No pude mirarla por mucho tiempo, pues justo en ese instante, una de las cimitarras se levantó por encima de Ashun y descendió a toda velocidad para impactarlo. Me llevé ambas manos a la boca para contener un grito.
Sin embargo, el filo del arma nunca encontró su objetivo. Algo se interpuso entre mi hermano y el sable, produciendo otro entrechoque metálico.
Cuando Ashun se apartó, allí estaba la silueta otra vez. Reconocí la mata de cabello castaño en una coleta y la silueta delgada de Zami con un brazo en alto, al final del cual empuñaba la daga de Eloi, con la que había detenido el ataque del soldado antes de que impactase a mi hermano.
No di crédito a lo que veía.
Ashun se apartó de la pelea para venir junto a mí y me rodeó con ambos brazos. Lo vislumbré por el rabillo de mi ojo, pues fui incapaz de apartar la mirada de lo que sucedía al frente en cuanto la verdadera batalla, entre Zami y los esclavos yroseos, dio inicio.
La cimitarra del segundo esclavo se alzó justo sobre él. Estaba seguro de que no sería lo bastante hábil como para bloquear otro ataque mientras se ocupaba de detener el primero, pero echó por tierra mis suposiciones en el instante en que se movió con tanta rapidez a un lado que su silueta se volvió difusa y el filo del arma aterrizó sobre el piso, emitiendo un ruido ensordecedor al chocar metal contra piedra. El impulso del golpe errado se llevó al esclavo de bruces hacia adelante. Si la pérdida del equilibrio no le hizo caer sobre el rostro, en cambio sí lo consiguió el golpe que Zami le asestó con el codo contra la nuca, tumbándole sobre el estómago.
Con el segundo esclavo en el suelo, Zami volvió a volcar su atención en el primero. Detuvo un puñetazo de este con el antebrazo libre y, acto seguido, dio la media vuelta con ligereza —sin dejar de detener el sable de su perplejo atacante sobre su cabeza con ayuda de la daga— y al momento de darle la espalda, le propinó al hombre un duro golpe con la parte de atrás de su propio cráneo contra la boca y la nariz. Este retrocedió dos pasos con la cabeza echada hacia atrás sobre el cuello, exclamando un quejido borboteante con el rostro embozado en sangre.
Aprovechando el aturdimiento de su atacante, Zami se elevó del piso en un salto tan alto que sus pies estuvieron a la altura del pecho del esclavo, donde lo pateó con tal fuerza con ambos pies en el aire que hizo al hombre caerse de espaldas. Para terminar con su impresionante maniobra, dio un giro de cabeza en el aire y fue a aterrizar justo sobre la espalda del hombre en el suelo, quien hacía por levantarse, volviendo a desplomarle.
Tras haber sacado a ambos de combate, se apartó para venir a nuestro encuentro y nos instó a correr con una mano tras la espalda de cada uno.
—¡Vamos! ¡Antes de que se levanten!
Ashun estaba demasiado atónito para protestar y obedeció a la indicación sin chistar. Yo hice lo mismo. Otra vez corríamos a toda velocidad, pero esta vez, estaba casi seguro de que nadie nos perseguía.
Pese a que podía apostar a que ya no había forma de que nos estuviesen siguiendo, no paramos de correr hasta estar de vuelta en el escondite de Zami, por cuya escalera nos precipitamos apenas entrar para poder dirigirnos a la segunda planta y escondernos hasta que el peligro pasara.
No hubo palabras por largo rato, solo jadeos exhaustos. Zami se repuso de la carrera en poco tiempo. En cuanto a Ashun y a mí, caímos desplomados sobre el piso, por completo extenuados. Zami se aproximó a la ventana y permaneció algún tiempo oculto tras las cortinas, mirando hacia la calle en lo que mi hermano y yo recuperábamos el aliento. Cuando nuestra respiración se normalizó, todo quedó en silencio otra vez. Afuera solo se escuchaba un ligero céfiro de viento y un par de grillos en las lejanías.
—Ya no nos siguen... —declaró Zami y se alejó de la ventana.
Ashun todavía parecía no dar crédito a lo ocurrido. Tampoco yo, pero mi hermano lucía a lo mucho pensativo y cauteloso, mientras que yo estaba boquiabierto y en estado de estupefacción.
De súbito, Zami echó a andar hacia nosotros, empuñando todavía la daga en su mano, y Ashun reaccionó poniéndose frente a mí en ademán protector. Pese a sus intentos por actuar valiente, pude ver en su mirada que estaba asustado; y no era para menos. Yo también temí por los dos por un momento. Si Ashun no había tenido oportunidad con los esclavos estando armado, no iba a ser rival para el muchacho que los había derrotado a los dos juntos y solo usando la daga que ahora ya no teníamos.
—No te acerques... —La voz de mi hermano cargaba una extraña mezcla de súplica y amenaza—. Te daremos las gemas y después nos iremos.
Zami se detuvo sobre sus pasos y observó a Ashun con expresión confusa. Cuando sus ojos verdosos se posaron en mí yo bajé los míos, avergonzado.
—Creo... que no estoy entendiendo. —Zami giró la daga en su mano con una maniobra y le ofreció a Ashun la empuñadura—. Esto es de ustedes.
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Ashun la observó en su mano, luego examinó la expresión de Zami... y solo después de un largo y tenso silencio, recibió la daga y volvió a guardarla en su cinturón. Me fijé otra vez en que, a pesar de ser delgados, los brazos del zuharí eran más musculosos de lo que aparentaba bajo la anchura de sus ropajes. Y ahora sabía el por qué. Bandido o no... era un guerrero.
—He encontrado a alguien interesado en comprarte las gemas. Puedo llevarte yo mismo mañana o puedo indicarte en donde hallarlo. —Cogió su albornoz de entre sus pertenencias junto a su lecho y volvió a ponérselo. Volvía a tener el aspecto con el que lo habíamos conocido; con el cual parecía incapaz de matar una mosca.
Ashun y yo nos observamos el uno al otro, confusos.
—¿Todavía no confías en mí? —preguntó Zami a mi hermano y, tras un largo rato sin obtener ninguna respuesta de su parte; o de la mía; el muchacho se rió, con lo cual aligeró un poco el ambiente—. Supongo que es justo. En cuanto a mí, no he retirado mi palabra. Pueden pasar aquí la noche, si lo desean. En tanto deciden qué hacer, yo estaré abajo encendiendo el hogar.
Zami pasó junto a nosotros directo hacia las escaleras y desapareció por ellas en la planta baja. Yo arrojé a Ashun una mirada ceñuda en reproche:
—¿Sigues creyendo que tiene malas intenciones? —pregunté a mi hermano en susurros, cuidando de que el aludido no fuera a escucharnos.
Ashun dio un resoplido y me quitó la mirada.
—No lo conocemos, Yuren. Todavía no sabemos eso.
—Si hubiese querido robarnos antes, ¿crees que hubiese tenido necesidad de ir a buscar apoyo? Tú lo viste allá afuera. Podría liquidarnos ahora mismo, él solo, si eso quisiera.
—Todavía puede hacerlo.
Mi hermano no parecía dispuesto a perder esa contienda. Pero yo no tenía ganas de una. Así que suspiré, rendido.
—Acaba de salvarnos la vida —le recordé—. Merece por lo menos que le demos las gracias apropiadamente. Después, si aún lo quieres, nos iremos.
Sin esperar ninguna respuesta de su parte, eché a andar y pasé por su lado para ir abajo a buscar a Zami. Sin embargo, Ashun se me adelantó en el último momento y caminó delante de mí.
Abajo nos llegó el resplandor de una luz anaranjada y la agradable calidez que emanaba desde el hogar que había empezado a flamear con debilidad, conforme Zami atizaba las brasas para avivar el fuego que acababa de encender. Ashun me dirigió una última mirada de pocos amigos antes de hablar y yo lo acucié con un gesto. Si no tomaba la palabra pronto, yo lo haría.
—Gracias... por lo que hiciste por nosotros —dijo a Zami, dejando de lado por fin su orgullo.
Sus palabras sonaron sinceras, así que me contenté con eso y decidí que a cambio acataría cualesquiera que fueran sus deseos a partir de allí.
—¿Se encuentran los dos bien? —masculló Zami, con tranquilidad. No parecía que diera mucha importancia al hecho de que acababa de derrotar a dos soldados yroseos armados sin haber sufrido ni un solo rasguño.
Renqueé todo el camino hasta el hogar de modo patético. La carrera y las escaleras habían vuelto a agudizar el dolor de mi tobillo.
—Lo estamos. Gracias, Zami —contesté y me senté a su lado.
Extendí las manos al frente, hacia el fuego, en el intento de calentármelas. El susto había hecho que toda la sangre del cuerpo se me helara y la calidez de la hoguera fue bienvenida en mi piel. No pude evitar bostezar, tras lo cual froté mis ojos cansados. Los sentía como si me hubiese caído de cara en la tierra y los tuviera sucios y secos.
—El chico está herido y exhausto —le dijo Zami a Ashun—. Sé que es difícil creer en la palabra de un extraño; sobre todo de uno que se comporta demasiado amable, pero te aseguro que no tengo motivos para robarles o hacerles algún daño. Descansen aquí aunque sea por esta noche.
Observé de modo suplicante a mi hermano. Estaba agotado, tenía frío y hambre, y no sabía si sería capaz de volver a correr si acaso éramos acorralados otra vez. En especial si debía volver a dejar a Ashun atrás. Sentí náuseas de solo recordar lo cerca que había estado de morir por darme tiempo.
—Por favor —le susurré a Ashun—. Si no confías en él, confía en mí.
Ashun lo consideró un momento largo. Y, cuando creí que no tenía caso intentar convencerlo, accedió con una cabeceada.
Respiré aliviado y alcancé a ver que Zami torcía las comisuras.
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https://youtu.be/ayEnJUtnSg8
Aunque estaba cansado, bastó que mi cuerpo hallara una posición horizontal cómoda para que todo el sueño se me espantase como solía pasarme siempre que estaba preocupado por algo. Incluso Ashun se durmió primero que yo. Para el momento en que viré para verlo en el intento de conversar, ya estaba como un muerto y roncaba. Torcí la boca con fastidio. Era irónico lo poco que le había costado dormirse después de todas sus protestas a la hora de acceder a quedarse, mientras que yo no podía pegar un ojo.
Zami seguía abajo. Ashun y yo nos habíamos acomodado arriba, sobre el tapiz, y usábamos nuestros talegos como almohada. Giré en mi lugar de un lado al otro buscando una posición cómoda, pero el piso no era de madera, como en nuestra casa en Kajhun, sino de piedra, y se sentía duro y frío aún a través del tapete. Por otro lado, mis pensamientos zumbando a un volumen tan alto no me ayudaban en nada.
Sentí pasos en las escaleras y, poco después, Zami entró en la habitación con expresión exhausta. Fue directo a recostarse en su estera, en donde se acomodó de lado usando su propio brazo como almohada. Parecía a punto de dormirse, pero todavía había cosas que quería preguntarle.
—¿Por qué mentiste cuando me hablaste de la isla?
Mi pregunta le hizo abrir los ojos y mirarme con los párpados en rendijas.
—¿Hm? —musitó—. ¿Qué te hace pensar que te mentí?
Lo miré dolido por toda la confianza que había depositado en él.
—Tu isla no aparece en un mapa. Quiere decir... que no existe.
—Desde luego que no aparece en ningún mapa. —Zami dibujó una sonrisa—. No hubiésemos podido vivir como gente libre hasta ahora si fuera tan fácil hallarla.
Guardé silencio. Su explicación tenía sentido, pero seguía dando lugar a muchas dudas. Aun así, quería creerle... Decidí que indagaría luego en ello.
—¿En dónde aprendiste a pelear así? —pregunté en cambio.
Zami dejó escapar un largo respiro y giró para mirarme.
—En Ahzudy a todos los niños se les enseña a luchar desde pequeños.
Lo miré ilusionado. De nuevo estaba creyendo en sus palabras con demasiada facilidad, pero ahora al menos tenía pruebas de que lo que decía era cierto. Nunca había visto a nadie moverse de esa manera.
—¿Puedes enseñarme?
Pensé que se burlaría de mi osadía o que me miraría como a un idiota. Pero sonrió de manera afable y reafirmante, transmitiéndome una gran tranquilidad. Había algo en él muy distinto de Ashun o Eloi. No me trataba con condescendencia; me escuchaba y ponía atención; era más paciente y más templado; más maduro y adulto... Me recordaba a Laila.
—Yo no sé más que un par de trucos para poder defenderme. Los verdaderos luchadores allí son los guerreros «Hasti».
—¿Quiénes son?
—Son la élite de luchadores de la isla. Quienes protegen a sus ciudadanos de animales, invasores y cualquier otra amenaza. Ellos sí son formidables.
Me regodeé con esa idea. No podía imaginarme a nadie luchando con más habilidad que Zami. Pero, si lo que decía era cierto, ¿qué tan fuertes eran los guerreros Hasti? La idea de poseer la fuerza suficiente como para enfrentar a quien fuera y así ya no tener que escapar nunca más de nadie, y de proteger a quienes amaba... sonaba asombrosa.
—Entonces... ¿pueden enseñarme ellos?
Pese a que me esperaba una rotunda negativa o incluso que Zami se riera en mi cara por lo estúpido de mi pregunta; pues sabía que mi petición era osada; todo lo que hizo este fue alzar las cejas con una sonrisa cálida.
—Para eso tendrías que venir conmigo a Ahzudy.
Lo observé por largo rato, considerando sus palabras. Parecía descabellado, pero la idea de visitar la isla de la libertad no me era ajena. Era algo que me rondaba por la cabeza desde que había oído de ella. Era una fantasía infantil al inicio, pero oírlo salir de la boca del propio Zami hizo que la idea cruzara el umbral de lo quimérico para empezar a cobrar fuerza como algo posible. Algo que podía lograrse... Volteé para ver la espalda de Ashun moverse al son de una respiración quieta. Temí que fuera a despertarse y escuchara nuestra conversación, pues presentía que la idea no sería tan emocionante para él como lo era para mí, así que hablé un poco más bajo a partir de allí, echando miradas nerviosas a mi hermano:
—¿Hablas en serio? ¿Podrías llevarnos contigo?
Zami lo meditó por algunos segundos que me resultaron eternos. Si ahora me daba una negativa o admitía que solo había estado tomándome el pelo, no podría con la desilusión.
—Tu hermano puede que tenga otros planes —dijo, tras echar un vistazo a Ashun, dormido como un tronco. Su respuesta, aunque vaga, alentó mis esperanzas. No era una afirmativa rotunda, pero tampoco se estaba negando.
—¡No importa! —exclamé más alto de lo que había pretendido.
Zami me hizo una seña con un dedo contra sus labios para indicarme bajar la voz. A estas alturas era incapaz de hacerlo, pero lo intenté:
—Yo lo convenceré —declaré—. Si consigo que acceda, nos llevarás, ¿verdad, Zami? ¿Prometes que lo harás?
Aquel me escrutó con los ojos en rendijas y la intensidad de su mirada gatuna me inquietó. Un «zuharí»; alguien quien ve lo oculto... Me pregunté si era capaz de ver en mis pensamientos. Pensé que indagaría en mis motivos, pero todo lo que hizo fue apartar la vista y asentir.
—No veo por qué no. —Miró al techo, como si contemplara algo en sus pensamientos, y después interrumpió sus cavilaciones con un suspiro—. Aunque... todavía no estoy seguro de cuándo volveré.
Lo observé, esperando que continuara, pero no lo hizo. Y entonces lo recordé. Se trataba de esa persona a la que había venido a buscar a Nimia.
Zami se quedó en silencio unos instantes. Al cabo de una pausa larga, giró sobre su costado para darme la espalda. Pensé que ya no volvería hablarme. No obstante, lo hizo para decirme una última cosa:
—Aunque... quien sabe. Quizá... ya sea tiempo —masculló.
—¿Tiempo?
—... De volver a casa.
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