• X - Doncel •
https://youtu.be/id2B0bkiMDs
Caminé a la velocidad de un trote detrás de Eloi y aun así tuve dificultades para seguirle el ritmo. Este se detuvo en su camino y echó un vistazo hacia su amo para asegurarse de que no era visto. Después, me hizo otra seña y se internó en el corredor; no obstante, lo vi desviarse y torcer en la dirección contraria del camino a las cocinas. Al cruzar la entrada, le había perdido de vista otra vez, pero fui en la misma dirección, hacia las puertas que flanqueaban el pasillo. No supe si había pasado a través de alguna, así que anduve en línea recta con la esperanza de encontrar alguna abierta.
Sin embargo, al pasar junto a una que supuse cerrada, esta se abrió apenas en una rendija y una mano delgada emergió del interior, se afianzó a mi chaleco y jaló de mí con tanta fuerza adentro que me despegó los pies del suelo. Caí rodando sobre un piso de alfombra hasta frenar sobre mi cara. Inmediatamente después, oí un gran portazo.
Al momento de erguirme, el impacto de lo primero que vi me dejó helado en mi lugar. Un oso gigantesco se erigía parado en dos patas en medio del lugar, con las fauces abiertas y las garras prestas. Di un boqueo y me preparé para levantarme y escapar. Pero entonces, pasada la impresión, noté que el animal estaba demasiado quieto, como si fuera una estatua... y comprendí que no estaba vivo; aunque no sabía cómo se tenía en pie. Giré en el piso hasta quedar sentado, apoyado en las manos, y miré a mi alrededor. El lugar parecía ser una especie de sala de trofeos de cacería. Las paredes estaban repletas de cornamentas, cabezas y pieles de diversos animales, y había otros cuantos más dispersos por la sala, los cuales, al igual que el oso, conservaban el pelo y tenían ojos brillantes, aunque estaban petrificados en posición de ataque.
Sufrí un escalofrío repentino; no por la visión a mi alrededor, sino después de recordar cómo había acabado allí y que ahora estaba encerrado con la fiera más aterradora de todas; la única entre todas ellas que podía desmembrarme ahora mismo.
Al momento de girar hacia la puerta cerrada, el demonio deslizó el seguro y sus ojos como flamas heladas me abrasaron de pies a cabeza.
—¿Qué te dijo? —espetó, hablando entre los dientes. Ladeé el rostro sin entender nada—. Quita esa cara de idiota. Ese... hombre; el alto señor que te habló, ¿qué fue lo que te dijo? ¡No te atrevas a mentirme!
Sus palabras me dejaron tan frío e inmóvil como las criaturas que decoraban la sala de trofeos. Parecía que hubiesen pasado solo unas cuantas horas y no tres meses desde la última vez que nos vimos.
—Que-quería vino... y s-se lo serví.
—Mientes... ¡Te estaba hablando, lo vi! ¡Dime la verdad o yo...!
Retrocedí sobre el piso cuando Eloi se precipitó un paso en pos de mí.
—¡No lo sé! No lo oí. Estaba borracho; no se le entendía nada.
Eloi se calló de modo abrupto y respiró. ¿En verdad me había creído?
No veía razón para mentirle... pero inclusive mi escaso sentido de supervivencia así me lo indicó. De cualquier modo, ¿qué podría importarle si un alto señor se fijaba en mí? Él ya tenía uno y era claro que este jamás lo cambiaría por nada. Y aún si no fuera así... como si yo pudiese competir con él.
Eloi se detuvo a mirar mis ropas por algunos instantes y me apartó la vista con un bufido y un meneo de cabeza. Me encogí de bochorno al suponer, gracias a su gesto desdeñoso, que debía de lucir ridículo vestido así. Tiré por reflejo de la tela del chaleco, como si pudiera estirarla, para que me cubriese mejor.
—Yuren... —Cada sílaba de mi nombre sonó en su boca como si las escupiese—. ¿Qué demonios crees que estás haciendo aquí?
—Tan simpático como siempre. —Rodé los ojos y me puse de pie con dificultad. Procuré respirar hondo y recordarme a mí mismo la promesa a Ashun de no pelear con él—. También me da mucho gusto verte.
Al momento de erguirme del todo frente a él y fijarle la mirada, volví a quedar inmóvil al reparar en un detalle. Parpadeé extrañado. Había pasado un tiempo... pero recordaba a la perfección que antes debía alzar la vista para mirarlo a los ojos. Mientras que ahora, sus ojos estaban a la altura de los míos. Tuve la sospecha de que él también se había percatado de ello, pues se echó hacia atrás y me dio un vistazo de pies a cabeza. Pero contradijo mis suposiciones al obviarlo por completo y continuar incordiándome.
—Responde a la pregunta, ¿qué has venido a hacer aquí?
—Ashun y yo... lo planeamos. Quería cerciorarse de que...
—No —me cortó, sin permitirme terminar—. No, Ashun jamás te hubiese enviado aquí. —El demonio cerró los ojos y se masajeó las sienes.
—Está preocupado por ti. Y Laila también. —Omití el que yo también lo estaba... Y, más importante, que había sido mi idea en primer lugar.
Eloi se apartó las manos de la cabeza y me dirigió los ojos. Lo percibí bajar la guardia, pero por un instante corto antes de que su rostro se volviese pétreo otra vez. Se le escapó un suave suspiro por los labios entreabiertos.
Pareció a punto de decir algo... y entonces su mirada se desvió al sitio en que el chaleco de mi uniforme se abría, dejándome a la vista el pecho, y el demonio volvió a apartar la mirada con disgusto. Percibí que su respiración se agitaba y que las manos le temblaban en puños a los lados del cuerpo.
—Yuren... te prohíbo que vuelvas a comparecer en el salón. —El tono de su voz se convirtió en siseos amenazadores y sus ojos ardieron en los míos—. No me hagas repetírtelo. Si vuelvo a verte allí te haré azotar; ¡no te quepa duda de que puedo hacerlo!
Aunque hice esfuerzos por mantenerme templado, su tono prepotente se abrió pasó por un resquicio de mi paciencia y la amenaza con la que ultimó su demanda terminó de romperla por completo.
—¿Así como harás azotar a ese pobre chico? —inquirí y el demonio giró el rostro hacia mí con los párpados en rendijas.
—... ¿Qué? —masculló.
—Ese pobre copero. Ya lo abofeteaste por su error. ¿Qué más le harán? ¿Qué fue lo que te hizo, además de manchar tu preciosa túnica?
Eloi se quedó un momento en silencio. Ni siquiera se esforzó en negarlo.
—Enfurecerme. Y tú vas en vías de conseguir lo mismo que él. Diles a los demás que estoy bien —zanjó—. Ahora... vete a las cocinas y quédate allí.
Me sentí profundamente herido por su forma indolente de hablar. El que no le hubiese puesto ni siquiera un poco feliz verme no era más de lo que esperaba; pero que ni siquiera estuviese conmovido por la preocupación de nuestros hermanos, por quienes ni siquiera se había dignado aún a preguntar, era algo que no toleraría.
—No tengo nada más que hacer en este lugar; solo vine a cerciorarme de que estabas vivo... y lo estás. Y además... puedo ver que llevas el duelo mucho mejor que nosotros —le dije, sin poder contenerme—. No puedo creer que seas capaz de sentarte sobre cojines a la diestra del hombre que asesinó a nuestro hermano pequeño... Sé que Inoe no te importaba, pero ¡por consideración a Laila...!
—¡Te equivocas! —exclamó Eloi. Tuve fe en que contradijera mis palabras con respecto a Inoe, pero me decepcionó una vez más—: Mailard nunca le ordenó a Astor matar a Inoe. A ninguno de ustedes. Le envió al distrito militar en cuanto le conté lo que hizo. Con toda certeza esté ahora en las minas de Ikaina. Ya no trabaja más para él.
Saber eso me hizo sentir de un modo confuso. Me alegraba oírlo, pero a la vez sentía que no era castigo suficiente. Por otro lado, Mailard tampoco tenía las manos limpias de sangre y aun así quedaba impune de todo.
—Solo que eso no va a traer a Inoe de vuelta, ¿o sí? —Por primera vez creí distinguir en sus ojos un atisbo de algo parecido al remordimiento cuando estos se entornaron y se dirigieron al piso—. Aunque no lo haya ordenado, fue él quien le dio a Astor la libertad de proceder a su antojo.
—Lo sé...
—¡Entonces ¿por qué lo justificas?! —bramé, perdiendo la paciencia.
—¡No lo justifico! ¡Soy consciente de la parte que Mailard tuvo en esto!
La cólera que había estado burbujeando en mi interior bulló por fin.
—¡¿Por qué, entonces, te comportas como un cachorro a su alrededor?! ¡¿Por qué le ríes las chanzas y finges que estás a gusto en su presencia?! —grité, exasperado, antes de que el temor a que nos oyesen me hiciera bajar la voz—. ¿Cómo eres capaz siquiera... de mirarlo a los ojos y sonreír para él?
—Es mi maldito deber hacerlo, Yuren —zanjó tajante, silenciándome.
Exhalé un resoplido por la nariz con los labios apretados. Eso lo sabía.
Nos quedamos los dos en un largo silencio, roto al fin por un suspiro mío.
—No te molestaré más —dije a Eloi.
Y, sin nada más que pudiera hacer allí, caminé hacia la puerta para marcharme. Pasé junto a Eloi sin mirarlo y él hizo lo propio. Pero, antes de que pudiera abrir, su voz me detuvo de golpe sobre mis pasos.
—¿Cómo está Laila?
Respondí del único modo en que podía contestar esa pregunta.
—... Destrozada.
Me di el valor de mirarlo por última vez, pero él tenía la vista en el piso y no pareció ni siquiera percatarse, así que pude observarlo con detenimiento. De pronto, el demonio había dejado de lucir temible y había una desgarradora fragilidad en él, la cual impidió que me marchara.
—¿Ella... me culpa? —preguntó entonces, con el tono de voz de un niño pequeño arrepentido, y la boca se me abrió de asombro y perplejidad.
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Recordé las palabras de Ashun. Y luego llegó a mí el golpe de un recuerdo que no sabía que tuviera. Una de las últimas cosas que Inoe me había dicho.
Fue la noche después de mi pelea con Eloi, cuando me recosté a su lado. La noche antes del día negro en que todo se derrumbó: «Yo no creo que Eloi sea un monstruo». Nuestro hermanito, con toda certeza, había visto con sus ojos inocentes más a fondo en él de lo que yo, cegado por el rencor, podía ver solo en la superficie. Algo que apenas ahora veía con claridad: Eloi jamás se mostraba vulnerable... porque tenía un miedo terrible a ser lastimado.
—Es como si no la conocieras... —siseé—. Nadie te culpa, idiota. ¡Lo único que Laila desea es que regreses a casa con nosotros! —La voz se atoró en mi garganta en la última sílaba, a punto de quebrarse. Después, le quité la vista con el rostro impregnado de arrebol—. Todos... lo deseamos —admití.
Eloi pareció sorprendido por lo último. Quizás se lo esperaba de Laila y de Ashun, pero no de mí. Jamás de mí. No me importó que lo supiese; al contrario, me sentí aliviado de decírselo. Hacerlo me quitó un peso del pecho.
—No puedo. No ahora... —sentenció de modo sombrío.
Tras una pausa, asentí. Pese a todo, ahora era consciente de su situación y sabía que no podía culparlo por ella, aunque quisiera... Nos quedamos por otro rato en silencio. Me di cuenta en ese momento de que no quería marcharme... y tuve la sensación de que él tampoco quería que me marchara.
Y fue allí, una vez derribada su muralla, que me percaté de cosas que en el salón, a la distancia, no había podido notar. Sus ojos verde-azules habían perdido gran parte de su brillo. Estaban apagados y tristes, y llevaban la huella de muchas noches intranquilas. Su piel melada lucía palidecida, como si hubiese pasado meses sin ver la luz del sol. Y me percaté también de que había adelgazado mucho. La suntuosidad de sus ropajes no me había permitido darme cuenta al principio, pero ahora me era difícil ignorar cuan desmejorado y decaído se veía Eloi; a un punto en que me hizo estremecer.
—Estás muy flacucho... —observé, pero mi voz fue débil.
—Tú sigues igual de entrometido —masculló—. Y... estás más alto.
Se me abrieron los ojos al oírle. ¿Lo estaba? ¿Se debía a eso? Antes de que pudiera preguntar, Eloi levantó por fin la mirada. No obstante, fue como si mirase en algún lugar de mi dirección, mas no a mí.
—Yo tengo que volver. Diles a Ashun y a Laila... —La voz no continuó saliéndole y apretó los labios.
—Bastará con decirles que te he visto... y que estás bien, supongo —terminé.
Eloi asintió tras una pausa, dando por terminado nuestro breve encuentro. Pero no pude conformarme con eso, pues su aspecto lo contradecía por completo. Parecía muerto en vida... y aquello no dejaba de turbarme.
—Eloi... —lo llamé con suavidad—, ¿en verdad lo estas?
Un respiro estertoroso le sacudió el pecho.
—No comiences, Yuren... Por favor, no lo hagas.
—No pareces tú mismo —observé. La preocupación fue evidente en mi tono—. No solo estás más delgado, tus ojos lucen hundidos.
—Es por el kohl...
—¿Qué más pasó ese día? —insistí—. ¿Qué te hizo ese cerdo de Mailard?
—Silencio —me reconvino con nerviosismo—. No me hizo nada...
—No te creo.
—Lo que hizo Astor fue castigo suficiente, ¿no te parece? Después... las cosas siguieron igual que siempre.
Sabía que jamás me lo diría. O bien era demasiado orgulloso, o no quería preocupar a nuestros hermanos. Mas debía cerciorarme por mí mismo. Así que, sin darle tiempo a evitarme, afiancé uno de sus brazos en mi mano y arremangué la orla de la manga de su túnica. Él se paralizó, brindándome con ello unos segundos para mirar con detenimiento.
No encontré marcas. A decir verdad, durante la danza, cuando se había quitado el ropón no había podido ver ninguna. Mas no conforme con eso, enrosqué los dedos en la pechera de su chaleco y en el instante en que intenté moverlo para ver si escondía lesiones en el torso, una repentina bofetada con el dorso de su mano me giró la cara y me hizo retroceder tres pasos.
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Me sujeté la mandíbula con los ojos abiertos al extremo. Nunca conseguiría entender cómo alguien tan menudo podía llegar a pegar tan fuerte.
—No me toques —articuló.
Dos gotas carmesí brillante cayeron en la alfombra y me erguí de a poco. La rabia ardiente hizo hervir la hiel en mi estómago hasta subirme por la garganta y agriarme la lengua. Toda compasión que hubiese podido sentir por él hasta ese momento se evaporó. Me reí sin humor.
—... Eres un demonio —siseé, jadeante.
Mis palabras provocaron un ligero cambio en él; casi imperceptible, pero este se desvaneció igual de rápido y su rostro volvió a tornarse frío.
—Termina con esto y lárgate. No vuelvas a hablar con ellos. Con ninguno. —Supe a quienes se refería, aunque no lo dijo, y me recordó a Ashun.
Rodé los ojos al tiempo en que vaciaba los pulmones en una exhalación.
—¿Qué pasa? Parece que temieses que fuera a quitarte tu trabajo. No te preocupes, no soy lo bastante apuesto. Tampoco sé bailar. —Omití mencionar la propuesta del alto señor; aunque podría haberlo hecho, solo para molestarlo. Tal vez todavía estaba a tiempo... y él no haría sino sabotearlo.
Eloi dejó colgar los hombros con un suspiro e hizo una mueca parecida a una sonrisa, pero sin rastro de alegría.
—No durarías un día haciendo esto... —dijo y echó a caminar hacia la puerta. Esta vez fue él quien pasó por mi lado sin mirarme.
Su petulancia enardeció mis ánimos ya incandescentes.
—¿Sentándome sobre almohadones de plumas y dando de comer fruta a un viejo en la boca? Es todo lo que Ashun me contó que era.
Eloi volteó en redondo a verme. Juraría que se había puesto aún más pálido y que lo que torcía ahora sus facciones era la rabia. Esa rabia conocida...
Pero no logró intimidarme esta vez.
—... ¿«Lo que Ashun te contó»? —susurró en un hilo de voz. Después me quitó la vista y torció una sonrisa mordaz. Me quedé mudo, observándolo con el ceño fruncido de confusión.
Al final, me dio por completo la espalda y alargó la mano para quitar el seguro de la puerta. Sin embargo, antes de salir por ella me advirtió:
—Lárgate y jamás regreses, Yuren. No quiero volver a verte aquí.
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Después de que Eloi abandonó el salón, dejando la puerta abierta, yo permanecí inmóvil por largo rato. Aunque no esperaba un abrazo de su parte, ni escuchar que me había extrañado... al menos imaginaba algo distinto de lo usual después de no habernos visto en meses. Pero las cosas seguían iguales entre nosotros; no habíamos cambiado en absoluto...
Ni siquiera la muerte de Inoe nos había enseñado nada.
Salí a paso lánguido a través de la puerta y enfilé por el corredor cuando Eloi ya cruzaba entre las cortinas hacia el salón principal. Por mi parte, hice mi propio camino hacia las cocinas... mas no entre en ellas. En cambio, me asomé por un costado de los cortinajes para mirar hacia el salón principal. La fiesta continuaba alegre y jolgoriosa, ajena a nosotros. Me di cuenta de que Eloi no planeaba volver a la celebración, pues se movió bajo el soportal, oculto por las sombras, y se metió detrás de los cortinajes donde él y Mailard habían aparecido al comienzo de la fiesta. El aro de su cabeza se enganchó en una de las cortinas y Eloi se lo arrancó con furia y lo lanzó a un costado, emitiendo un estruendo metálico que reverberó cuando chocó con el mármol, y quedó ahogado por las risas y la música.
Por mi parte, me alejé de la cortina y me encaminé por fin hacia las cocinas para buscar algo que hacer allí. No obstante, me detuve otra vez en la puerta sin llegar a entrar. Si antes el aroma de la comida me hacía agua la boca, todo lo que sentí al olfatearlo de nuevo fueron nauseas. Me sentía tan mal; tan enojado y triste, que todo lo que quería era marcharme de allí; ir a casa, decirles a mis hermanos que Eloi estaba con vida y después olvidarme de todo.
Al final... había roto mi promesa a Ashun.
Pero me di cuenta de que el motivo por el cual me sentía tan miserable no era ese, sino el hecho de que todo lo que recordaría Eloi ahora, durante todo el tiempo que tuviera que permanecer lejos de su familia, serían mis palabras hirientes.
No podía dejar las cosas así otra vez... No quería. No sabía cuándo volvería a verlo... o si acaso lo volvería a ver. Aquella podría ser mi última oportunidad de hacer las cosas bien. Debía dejar, de una vez por todas, de ser un chiquillo.
Me di la vuelta, regresé a la puerta hacia el salón y me escabullí lo mejor que pude por el mismo camino de Eloi bajo el soportal, dispuesto a alcanzarlo. Para retractarme y disculparme con él.
Sin embargo, una visión repentina al frente me hizo frenar en seco y retroceder hasta esconderme detrás de un pilar. Cerca del arco de piedra, junto a la cortina de raso, estaba el alto señor Alikair. Tenía en la mano el aro de oro de Eloi, que debía haber recogido del suelo. Observé intrigado, preguntándome qué tenía pensado hacer con eso, y pude ver el momento exacto en que se lo guardó en la pechera de la túnica. Se me abrieron los labios de estupor. ¿Para qué necesitaría robar un hombre como él? Lucía tan rico como todos los demás altos señores. ¿No había estado dispuesto a pagar por Eloi su peso en oro? ¿De qué le servía una pieza insignificante de joyería?
Entonces, echando un último vistazo alrededor para asegurarse de que no era visto, Alikair se metió detrás de la cortina y su silueta tras el raso continuó su camino en la misma dirección en que mi hermano había desaparecido.
Me quedé de piedra en mi sitio, convertido de nuevo en una más de las estatuas de la casa de Mailard. Si continuaba tras Eloi, me toparía sin duda con el alto señor y estaría en graves problemas por husmear en la casa de Mailard. Pero ¿no era justo eso lo que hacía Alikair? Y además, estaba robando. Sin saber si era lo correcto, pero embargado por un mal presentimiento, lo seguí y entré por la cortina cuando nadie me veía.
Del otro lado me encontré con una extensa galería, con celosías de madera a un costado, que daban hacia un inmenso jardín oscuro, y cuadros y tapices del otro, adornando los muros entre las pilastras. El corredor acababa al pie de unas largas escaleras marmoladas que ascendían hacia un pabellón y luego torcían para continuar ascendiendo, perdiéndose detrás de una pared.
Por el camino resultó todavía más evidente que Alikair se había escabullido allí sin permiso, pues cada tanto se detenía para mirar a sus espaldas y cerciorarse de que no era seguido antes de avanzar; ocasiones en que yo debía esconderme detrás de las pilastras y me sacaba ventaja. El hombre tramaba algo malo y, fuera lo que fuera, encontraría a Eloi en su camino.
Lo perdí un momento cuando subió el primer tramo de escaleras y hube de permanecer oculto hasta que llegó arriba y continuó por el segundo tramo, para que no pudiese verme por el rabillo del ojo al momento de virar. Después, caminé tan rápido como pude sin hacer ruido y subí por mi parte las escaleras. Al final del primer tramo, distinguí arriba la enorme sombra del alto señor proyectarse al final de la pared lateral y luego desaparecer cuando se internó por el pasillo del piso superior.
Yo continué por el segundo tramo de escalones. Pero, en cuanto llegué arriba, la imagen a mitad del pasillo me impidió subir el último y me arrimé en silencio a la pared del lado del corredor, desde donde espié oculto.
Alikair había acorralado a Eloi junto a la puerta de una habitación. Hablaban en susurros, por lo que no pude escuchar lo que decían, pero mientras que el hombre lucía sonriente y gentil, yo podía ver que detrás de la expresión cortés que embellecía el rostro del demonio había una ira contenida que hubiese estallado hace mucho de tratarse de uno de nosotros, sus hermanos, y no de uno de los señores a los que debía respeto y pleitesía.
Conforme hablaba, el amo se mecía beodo, producto de todo el licor que había ingerido. Agucé el oído lo más que pude, pero sólo podía captar palabras sueltas y frases emborronadas.
No obstante, una cosa sí pude oír con claridad:
—... conmigo a Idun y podrás verlo con tus propios ojos. Este sitio es un gallinero en comparación. Solo piénsalo... —Entorné los ojos sin comprender a qué se refería. Entonces, sus gruesos dedos anillados atraparon el fino mentón de mi hermano y lo obligaron a alzar el rostro para mirarlo. Su gruesa voz se transformó de pronto en una súplica afligida y tortuosa—. Cualquier cosa, Eloi... Pídeme cualquier cosa...
No pude escuchar lo que mi hermano dijo a continuación, pero vi que meneaba la cabeza. Y, al final, en sus labios se dibujó un muy evidente: «no».
La conversación se dio por concluida, pero una extraña corazonada me obligó a quedarme donde estaba. Y, segundos después, entendí que había hecho bien en obedecerla.
Alikair dejó ir el mentón de Eloi. Parecía devastado...
Y entonces, noté sus brazos tensarse por medio segundo, antes de atajar con agresividad la espalda del doncel y ceñirlo con fuerza contra su cuerpo, obligándolo a arquearse contra él. Su mano libre se movió por su cintura y se introdujo por su ropa. Mi hermano luchó por liberarse con protestas mudas, pero aquello solo pareció enardecer al hombre, quien lo apresó con más fuerza.
La impresión de lo que veía me paralizó. Pero, en el instante en que el hombre se inclinó para ir en busca de los labios de su víctima, una rabia ardiente me empujó medio cuerpo fuera de mi escondite.
https://youtu.be/lDHMPGL5QhU
Sin embargo, demasiado pronto para darme el tiempo de acudir, la furia del demonio despertó. Eloi se echó hacia atrás y, tomando un impulso apresurado, propinó al alto señor Alikair un golpe de puño tan fuerte contra la carnosa mejilla que el sonido del golpe recorrió todo el corredor en silencio, saturándolo de ecos.
El corazón se me hundió al estómago. Fui paralizado por el frío que estremeció mi cuerpo en el momento en que la sangre se evaporó de mis venas al comprender las implicancias de lo sucedido.
Eloi acababa de firmar con ello su sentencia de muerte.
Las manos me temblaron frenéticas en espera de que el alto señor diera voces de la ofensa. Al mismo tiempo, rogué por que el cariño que le profesaba Mailard fuera suficiente para salvarlo. Después de todo, Eloi había sido atacado y solo se había defendido; yo era testigo y hablaría en su favor si debía hacerlo. Elegí ser ingenuo y creer que todo podía resolverse, pero al mirar al rostro de mi hermano supe en seguida que las cosas no serían tan fáciles. Él sabía tan bien como yo lo que había hecho, pero era evidente que conocía mejor las repercusiones, pues la ira parecía haberse esfumado de su rostro dejando en sus facciones solo un terror paralizante.
El golpe no solo consiguió que Alikair lo soltara, sino que lo petrificó en su lugar. Sostuvo una gruesa mano contra su propia mejilla con expresión incrédula. Los segundos transcurrieron lentos y desesperantes.
Mi hermano se alejó de él unos pasos tambaleantes, hasta tocar el quicio de la puerta con su espalda, y luego escapó por un costado y echó a andar rápido con expresión hierática en su rostro pálido, de regreso hacia las escaleras para regresar por donde había venido. Tenía la vista en el piso, así que no me vio, pero yo retrocedí de manera involuntaria de regreso a mi escondite, a sabiendas de que pronto se encontraría conmigo.
No obstante, aquello no estaba destinado a ocurrir. El joven mozo no pudo ir muy lejos antes de que el alto señor atrapase con rabia en su gran zarpa su delgado brazo y tirara de él con tal fuerza que le hizo volver de una zancada. Entonces, a fuerza de luchas y empujones, entre protestas y súplicas mitigadas, Alikair forzó a Eloi a retroceder dentro de la habitación junto a la que se hallaban discutiendo, perdiéndose ambos al interior.
Empecé a respirar con rapidez, víctima de un terror acuciante. Si hablaba de lo ocurrido, se comprometería a sí mismo. Alikair de seguro mataría a su víctima con sus propias manos para vengarse.
Mis piernas se movieron por sí solas. Crucé el corredor en una carrera, sin saber con exactitud qué era lo que haría, solo rogando por llegar a tiempo. Para un obrero, enfrentar a un alto señor era una ofensa que podía terminar en una pena de muerte; pero sin importar qué pasara allí dentro, no iba a perder a otro hermano. No; no perdería también a Eloi.
Pero, en cuanto crucé la puerta de la habitación, el escenario que encontré dentro fue muy diferente de lo que esperaba y me petrifiqué bajo el quicio.
Eloi se hallaba aprisionado de espaldas sobre una gran cama de doseles, debatiéndose para librarse del hombre quien se había apostado sobre él, casi a punto de cubrirlo del todo con su enorme cuerpo. Este lo sujetaba contra los edredones con una sola de las manos, mientras que con la otra intentaba librarlo de las ropas, sin conseguirlo gracias a las fieras luchas de su presa.
Fue como si la pieza faltante encajase al fin.
Lo que el amo Alikair deseaba con tanto fervor no era a otro sirviente en su casa; no a cualquier chiquillo entrenado para sonreír, entre los muchos que ya había. A quien deseaba era a Eloi. A él en específico. No a sus canciones y su danza; no a su compañía y asistencia; tampoco su conversación o sus palabras elocuentes. Lo deseaba por otra cosa en concreto; lo cual, tras enfrentar la negativa de Mailard y, posterior a eso, también la de Eloi, ahora pretendía reclamar por la fuerza antes de marcharse.
La rabia se desplegó como una llamarada desde mi esófago hacia todos mis miembros. Para el momento en que Alikair consiguió darle la vuelta al pequeño mozo, lo aprisionó de nuevo contra la cama y metió la mano entre sus propias ropas, dispuesto a consumar las intenciones que ya estaban claras para mí, yo ya había sorteado la habitación completa.
A la carrera, salté sobre la cama y mi puño voló directo a la cara del hombre con una fuerza de la que, hasta ese entonces, no sabía que era poseedor. Al impacto, mis nudillos crujieron contra su pómulo y un calambre electrizante me recorrió desde la punta de los dedos hasta el hombro. Alikair se tambaleó y cayó por un costado. En la caída agarró las cortinas de los doseles y las arrancó de los soportes. Por mi parte, rodé por los pies de la cama y aterricé frente al travesaño, sobre mis manos y rodillas.
En lo que el alto señor luchaba por ponerse en pie, yo me erguí primero —jadeante de cansancio y de terror— y llevé la vista a mi hermano.
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Eloi me observaba desde su sitio en el lecho, respirando agitado y con sus grandes ojos color turquesa abiertos al extremo. El forcejeo con Alikair le había dejado con el cabello agolpado en el rostro y la ropa desbaratada, y sobre las porciones de piel que el alto señor había conseguido desnudar por la fuerza, sus manos agresivas habían dejado marcas por todo su cuerpo. Marcas como las que yo ya conocía y las cuales él intentó cubrir con el extremo de su ropón.
Ver en ese estado tan deplorable y frágil a Eloi, el hermoso demonio, a mi querido y tan difícil hermano... hizo que el corazón se me apretase.
Eloi viró de pronto el rostro y sus labios se entreabrieron en el afán de una advertencia, pero demasiado tarde; pues me llegó de la nada un puñetazo tan fuerte contra el estómago que me arrebató todo el aire, perlándome la frente de sudor frío, y les quitó toda la fuerza a mis piernas.
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Golpeé el piso hecho un ovillo. Con cada intento de inhalar el aire, los músculos de mi abdomen se constreñían de un modo agonizante y me veía obligado a expulsarlo sin alcanzar a llevarlo a mis pulmones. Me sentí mareado y débil, y lo vi todo negro por un instante.
—¡¡Yuren!!
El sonido de la voz de mi hermano me devolvió parte del sentir, pero no pude reaccionar y permanecí lánguido sobre el piso. Desde allí vi la silueta de Alikair a través de mis ojos borrosos como una sombra idéntica a la estatua del oso del salón de trofeos de Mailard.
—Alimaña inmunda... —farfulló aquel con un paso falseado hacia mí.
Entre las siluetas borrosas de mi visión distinguí la figura delgada de mi hermano colgarse de él. Hubo una lucha corta antes de que Alikair consiguiera tumbarlo otra vez sobre la cama. Y, habiéndose olvidado de mí, puso su atención de vuelta en mi hermano y reanudó sus intenciones. El licor parecía estarle llevando a actuar por puro instinto, sin pararse a medir consecuencias; pero la ira comenzaba a surtir el mismo efecto en mí.
Me forcé a levantarme. Y, una vez en pie, hice uso de mis últimos remanentes de fuerzas para propulsarme contra el alto señor, embistiéndolo al final de una carrera con todo el impulso de mi cuerpo.
De no haber sido por el licor, estaba seguro de que ni siquiera hubiese podido moverlo; pero el equilibrio del hombre estaba tan mermado por toda la bebida fuerte ingerida que no me fue difícil desbalancearlo. Solo que esta vez Alikair ya no tuvo de donde más asirse.
Sus pies se enredaron en los doseles caídos de la cama y trastabilló agitando los brazos. En sus intentos desesperados por recuperar su balance retrocedió sin mirar a donde iba y chocó contra las delgadas celosías de madera de la ventana, abriendo un agujero en ellas con la espalda. Y en cuanto la parte inferior de su cuerpo halló tope contra el antepecho y su enorme mitad superior se inclinó sobre el vacío a través de la celosía rota, fue su propio peso lo que le hizo precipitarse de cabeza del otro lado.
La caída fue corta y acabó en un espantoso estampido, acompañado de un sonido crujiente.
Mis pasos me llevaron por sí solos en una marcha tambaleante hasta la ventana y me asomé para constatar lo que había hecho. El cuerpo sin vida de Alikair se hallaba tendido de espaldas sobre las baldosas del patio con los brazos y piernas extendidos. Tenía la trenza castaña enrollada alrededor del cuello y bajo su cabeza crecía un denso charco color carmesí.
La visión transmitió a mi espalda un escalofrío violento. Demasiado tarde me percaté de la presencia de dos altos señores en el jardín, quienes me contemplaban con los pálidos rostros en rictus, y retrocedí para ocultarme.
Sentía mi cuerpo moverse lento y pesado, y el paisaje a mi alrededor ondular de modo extraño, como en un sueño. O una pesadilla...
Al momento de virar, buscando a mi hermano, todavía no terminaba de asimilar lo que había hecho. Mas lo que vi reflejado en sus ojos en el momento en que los hallé... fue la muerte. Mi muerte.
—Yuren... —murmuró aquel con la voz débil.
Oímos el sonido de algo rompiéndose en pedazos y Eloi y yo volteamos al mismo tiempo.
En la puerta de la habitación había una mujer. Era muy alta y muy hermosa, ataviada de ropas finas y adornada de joyas. Con una mano se sujetaba el rostro, conteniendo el aliento, y con la otra se hallaba asida al tocador a sus espaldas. Había un frasco de perfume roto a sus pies. La mujer tenía los ojos desorbitados de terror. Había visto lo que había hecho y ahora conocía mi cara.
Sin darme tiempo a explicarme o a hacer cualquier movimiento, esta retrocedió hasta la puerta y después desapareció corriendo por el pasillo. Si antes había tenido una minúscula posibilidad de salvarme alegando que el amo había tropezado y caído... ahora estaba condenado. La resignación llegó sorprendentemente rápido. Determiné que no importaba... Lo había hecho para salvar a mi hermano. Y si el precio era la muerte... lo pagaría.
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De pronto, una mano delgada y gélida atenazó la mía y jaló de ella, obligándome a moverme de mi sitio para salir de la habitación. Para cuando me di cuenta de lo que ocurría, Eloi tiraba de mí y me conducía corriendo a toda velocidad en la dirección contraria a las escaleras.
Torcimos un par de veces por corredores vacíos y llegamos a un área por completo diferente que me hizo preguntarme cuan grande era el lugar. Eloi me empujó dentro de una habitación, a través de una puerta doble, y entró detrás de mí. El sitio estaba oscuro, pero cierta claridad se filtraba en la habitación gracias a la luna llena. Sin decir nada, Eloi me condujo hasta la ventana y abrió los postigos de par en par, dejando que se filtrase una fuerte corriente de aire que le meció la túnica y el pelo sobre el rostro.
—Tenemos que saltar.
—¡¿Qué?! —gemí.
Mis pensamientos todavía estaban entorpecidos por el aturdimiento de lo que acababa de ocurrir, pero entendía que si un hombre grande como Alikair se había partido la cabeza como un huevo al caer desde esa altura, nosotros no teníamos ninguna posibilidad.
Sin darme tiempo a objeción, Eloi me compelió a subir juntos al alfeizar. Sentí su mano helada estrujar con fuerza la mía justo antes de que diera un paso del otro lado y se precipitase al vacío, llevándome consigo.
Ni siquiera pude gritar.
Al final de una larga caída azotamos una superficie dura y helada, la cual cedió bajo nuestro peso con un chapoteo ensordecedor y nos engulló hacia un lugar en tinieblas. Una fuerza invisible tiraba de mí en una dirección. Al intentar respirar, un frío denso se metió por mi boca y nariz y comprendí que estaba sumergido. Todo estaba oscuro como una bóveda y no supe en qué dirección nadar para salir a flote. Cuando creí que me ahogaría sin remedio, la misma mano de antes tiró de mí. Y en cuanto mi rostro hendió la superficie del agua hacia el exterior y pude respirar aire otra vez, el alivio fue pasajero, pues de inmediato vino la tos y el ardor producto de la que ya había tragado e inspirado, y la fuerza de las corrientes amenazó con volver a hundirme.
—¡Eloi...! —lo llamé y este emergió a mi lado justo en ese momento.
—Te tengo —jadeó—. ¡No te sueltes!
Las corrientes nos acarrearon sin esfuerzo río abajo. No eran demasiado fuertes, pero aun así hubimos de batallar por mantener las cabezas a flote. Mientras que yo nadaba con ambos brazos, Eloi lo hacía con uno solo de ellos. Con la otra mano continuaba sujetando mi ropa. En lo que éramos acarreados por las aguas, gracias a la claridad de la luna pude ver nítidos los alrededores y avisté la casa de Mailard alejándose más y más. Determiné que habíamos saltado desde uno de sus alminares, una de cuyas ventanas se hallaba ubicada justo encima del río. Por eso me había parecido oírlo tan cerca antes...
Nuestro camino se vio interrumpido de modo abrupto al momento de alcanzar la muralla de los Jardines Señoriales y estrellarnos con los barrotes del desagüe, contra los cuales las corrientes nos azotaron sin piedad. El río se abría paso a través de la muralla por un conducto en forma de semicírculo por el cual no sabía cómo pasaríamos.
Eloi tiró de mí hacia un extremo del desagüe, en donde mis pies hallaron tierra firme en la que poder afianzarlos para resistir el empuje de las corrientes, y desapareció de mi lado, hundiéndose en las aguas. Hubo un estruendo metálico y el último barrote se movió a un costado, abriendo espacio suficiente para permitirnos pasar. Antes de que pudiera llamarlo, mi hermano volvió a emerger y me guio entre ellos, fuera de la muralla.
Hubimos de nadar hasta la orilla y allí descansamos por un momento muy breve antes de que Eloi me obligara a levantarme y correr otra vez. La tarea se dificultó el doble con los miembros helados y la ropa empapada y pesada.
Sentía el cuerpo débil y que ya no podría seguir por mucho más tiempo, pero la mano de Eloi afianzando la mía no me permitió desfallecer. Estaba gélida y temblorosa, pero su agarre era firme. Una vez más, luego de tanto tiempo, me sentía seguro con él... y apretujé sus dedos sin querer dejarle ir.
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Además de su salida secreta por el desagüe, me di cuenta de que Eloi conocía demasiado bien el trayecto fuera de los Jardines Señoriales. Pero además de eso también fue capaz de guiarnos por el Ribete de manera que no nos topásemos con ningún sereno vigilante, como si supiera de memoria su recorrido habitual, así como el camino más seguro para evadirlos. Me lo había parecido la primera vez, cuando nos guio a mí, a Laila y a Inoe fuera del Ribete, pero ahora resultaba evidente.
Una vez fuera de la muralla intermedia nos detuvimos frente a lo que parecía ser un almacén abandonado. Eloi me empujó dentro con poca gentileza y después entró cerrando la puerta tras de sí.
Solo entonces fue que pudimos pararnos a respirar.
Jadeábamos. Eloi lo hacía inclinado sobre sus rodillas y yo todavía en el piso, a donde había ido a parar, por segunda vez ese día, con su empujón.
Dentro estaba claro gracias a la luz de la luna llena que se escurría por una claraboya alargada en lo alto de una de las paredes del almacén, proyectando un rectángulo azulino sobre nosotros, el cual disipaba parte de la penumbra. El lugar estaba repleto de enseres viejos y oxidados.
Eloi se dejó caer sentado sobre una caja. Abatió el rostro entre sus manos, mientras que yo permanecí inmóvil sobre el suelo frío de madera apolillada.
Conforme pasaba la agitación de la carrera y recuperaba el aliento, mi cabeza recobró poco a poco la claridad; pero llegaron con ello los recuerdos de lo que acababa de suceder. Se sentían lejanos, como memorias de años atrás, las cuales no estaba seguro de que fueran ciertas. Pero debían serlo. El dolor en las costillas por el golpe del alto señor era muy real, el frío lacerante me recordó que estaba empapado después de nadar por el río y la claridad de la luna me trajo el recuerdo del alminar iluminado de la casa de Mailard.
Miré mis manos. No había sangre en ellas, pero no tenía por qué haberla. Pues aunque no hubiese blandido un cuchillo, nada podía borrar lo que había hecho con ellas: había asesinado a una persona.
Levanté una mirada temerosa a mi hermano. Pese a la oscuridad, alcancé a ver que tenía una expresión fúnebre en el rostro.
—Qué hiciste, Yuren... —dijo Eloi, al cabo de su largo silencio, y después lo repitió una y otra vez—: Qué hiciste... Qué hiciste...
Con el sonido angustioso de su voz, las lágrimas pugnaron por escapar de mis ojos.
—No hay forma en que puedan saber mi nombre... ¿verdad? —farfullé, aferrado a esa pequeña esperanza—. Es decir... podría haber sido cualquiera de los otros chicos... O podría...
—Tu nombre está en la lista de sirvientes que fueron reclutados en la plaza —espetó él, arrancando mi fe de raíz, como un hierbajo—. Salim guarda el registro cada año precisamente en caso de que a algún chiquillo estúpido se le ocurra meter la pata y así poder atraparlo. Cuando lo repasen y vean que faltas... sabrán que fuiste tú.
—¡¿Entonces por qué huimos?! ¡Ahora será obvio que soy el responsable! ¡Si no hubiésemos...!
—¡Era el único modo, Yuren! —gritó Eloi, crispando los dedos, sin apartar el rostro de sus manos—. Esa maldita mujer en la puerta era Zobeida, la esposa de Mailard... y vio tu cara. Ella te hubiese reconocido de todas formas.
Guardé silencio. Y recordé que no había sido la única. Otros dos Altos señores también me habían visto...
Eloi volvió a abatir el rostro entre sus manos.
—Lo único que hicimos con esto... fue ganar algo de tiempo.
El miedo volvió a adueñarse de mi ser. Temblaba, pero no se debía al frío de mi ropa húmeda. Los temblores venían de algún sitio de mi interior.
—¿Qué... va a pasar conmigo?
Eloi cerró con fuerza los labios un instante. Asentí con lentitud al comprenderlo, pese a lo atemorizado que estaba. Ya lo sabía. Lo había sabido desde el inicio... Solo que por un breve momento, mientras corría con mi mano en la de Eloi transmitiéndome su seguridad, por mi ingenuidad infantil había esperado oír algo diferente de lo que me dijo al final:
—... El castigo por lo que has hecho es la muerte.
Permanecimos largo rato en silencio dentro del almacén. La expresión de mi hermano ya no era de miedo ni de ira; tampoco parecía alterado; solo estaba pensativo y me sorprendió la facilidad con la que aceptaba que yo me iba a morir; que me iban a matar. Pero ni yo mismo era capaz todavía de comprender del todo la magnitud de las circunstancias.
Parecía ajeno; irreal... Como algo que estuviese sucediéndole a otra persona y no a mí.
No podíamos permanecer en ese almacén para siempre; tarde o temprano tendríamos que salir. Tarde o temprano nos hallarían. Tarde o temprano me arrestarían... No sabía a qué aguardábamos, ni a qué se refería Eloi con «ganar tiempo» si mi destino ya estaba sellado; pero no me importaba esperar y así aplazar un poco más mi final.
El peso de lo que había hecho se iba volviendo más aplastante con cada segundo que pasaba asimilándolo. Nunca en mi vida había pensado en asesinar a nadie. Nunca había sido mi intención matar a aquel hombre. Golpearlo, sí; con todas mis fuerzas. Pero no asesinarlo.
Sin embargo, me asustó darme cuenta de que no sentía remordimiento por lo hecho... solo por las repercusiones. Porque ahora Eloi estaba involucrado. Y porque Ashun y Laila perderían a otro hermano.
—No quería hacerlo... —balbuceé, sin saber qué más podría decir en mi defensa.
—Silencio, Yuren... Cállate.
—¡No era mi intención, Eloi, yo solo...! —chillé, con la voz rota por mi garganta congestionada de llanto suprimido—. Yo solo quería protegerte...
Por primera vez en todo el tiempo que llevábamos escondidos allí, Eloi levantó la vista para mirarme. Parecía perplejo por mis palabras y no podía culparlo. Yo también estaba sorprendido de mí mismo...
En ese instante, momentos atrás, hubiese podido darme la vuelta. Fingir que no había visto nada. Hubiese sido tan fácil... O podría no haberlo seguido y jamás me hubiese enterado de lo ocurrido esa noche. Pero no importaba cuánto lo pensara, no podía imaginarme ningún caso en que hubiese podido hacer la vista gorda. Ashun había tenido razón todo el tiempo. Yo nunca había odiado en realidad a Eloi.
Mi hermano exhaló un respiro amargo, llevando la vista al suelo:
—No tendrías qué haberte entrometido... —susurró en un aliento.
La tranquilidad con la que dijo aquello me dejó estupefacto por unos instantes. ¿Acaso no comprendía lo que había estado a punto de ocurrirle?
—¡¿Y si no lo hubiese hecho?! —farfullé, sin poder evitar alzar la voz, al tiempo en que suprimía un insoportable acceso de náuseas—. ¡Eloi, lo que ese hombre quería hacerte...!
—¡¡Ya estoy acostumbrado, maldita sea!! —estalló mi hermano al fin, propinándole un golpe tan fuerte a la caja donde se hallaba sentado, que una densa nube de polvo se levantó junto a él cuando se puso de pie. Las partículas volaron por el aire formando un aura azulina y nebulosa a su alrededor—. ¿Aún... no eres capaz de entenderlo?
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Sus ojos color turquesa tenían un tono azul acerado gracias a los matices fríos de la noche. Me distraje en ellos todo el tiempo que le tomó a mi cabeza procesar sus palabras. No estaba seguro de lo que había oído. Aunque su rostro estaba crispado de rabia, su mirada no fue capaz de reflejarla. Había en ella, en cambio, un dolor agonizante; tan intenso que empezaba a traducirse en un intenso temblor de miembros y en un tambaleo que me hizo creer que colapsaría en cualquier momento. Lucía tan frágil y desvalido; tan débil; tan roto... El hermoso demonio estaba completamente roto por dentro. Pestañeé con lentitud mientras mi cabeza divagaba en una insondable deriva.
—¿Alguna vez... te preguntaste cuál era el precio, Yuren? —musitó entonces—. ¿El precio que pagaba por esta vida; por la seguridad de un hogar para ustedes? —Su voz sonó al último al volumen de susurros.
Permanecí sin responder. Eloi se volteó entonces, dándome la espalda. Y, tras una vacilación, dejó caer sus prendas superiores por sus hombros hasta su espalda baja.
Recorrí con la mirada su delgado cuerpo. Eran apenas perceptibles gracias a la muy tenue iluminación; solo fui capaz de distinguirlas porque ya me eran familiares. Se trataba de las mismas marcas que había visto antes en su brazo e idénticas a las que Alikair le había dejado; pero estas eran más antiguas. Las más notorias estaban en su espalda baja, mientras que había otras dispersas cerca de su cuello y hombros. Eran nítidas impresiones de un par de grandes manos. Y no me fue difícil deducir su naturaleza, solo a juzgar por su ubicación y la dirección que seguían las franjas amoratadas por toda su piel.
Me llevé una mano a la boca, mareado, y volteé el rostro incapaz de seguir mirando. Había sido un gran estúpido todo ese tiempo.... Todas las señales habían estado allí y yo no las había sabido hilar. Era demasiado infantil, demasiado tonto... quizás incluso hasta demasiado inocente para deducirlo.
Y ahora todo cobraba sentido en la forma de esa espantosa revelación.
Eloi volvió a cubrirse antes de volver a darme la visión de su rostro; un rostro demacrado y desvaído; anegado de tormento y vergüenza.
—Hasta ahora.... solías pensar que mientras ustedes trabajaban, yo no hacía más que descansar cómodamente sobre cojines, ¿no es así?
Asentí una vez con la cabeza. Era consciente de que aquella era la respuesta más fría que podía haberle dado, pero estaba demasiado abrumado incluso como para medir mis propias reacciones.
Aquello solo consiguió enardecerle y pateó una caja, encolerizado.
—¡Mientras tú trabajabas al sol junto con Ashun y regresabas a casa cada noche a descansar, yo era el juguete del cerdo de Mailard...! —Su voz se quebró de forma abrupta y Eloi colapsó al fin. Cayó desplomado sobre sus rodillas perdiendo el rostro entre sus palmas, y allí permaneció por largo rato, en silencio, sufriendo intensos espasmos en lo que intentaba contener lo que parecían ser sollozos. Temí acercarme; incluso para intentar consolarlo. Yo mismo tenía miedo de tocarlo; como si fuese una vieja vasija de loza agrietada, a punto de caerse en pedazos. Sus siguientes palabras fueron susurros débiles y llorosos—. Un juguete que sana... y al que puede romper cuantas veces quiera. Hasta que llegue el día en que ya no sane más...
El mentón me tembló, todavía incapaz de pronunciar palabra.
¿Cómo no había sido capaz de verlo? ¿Qué tan ciego había tenido que ser como para no percatarme de en dónde desembocaban todas mis suposiciones? Y todo porque, cada vez que estaba cerca de la verdad, me afanaba por convencerme a mí mismo de otra cosa y así estar a salvo... A salvo de aquello que había estado durante años torturando a mi hermano en secreto. Sentí náuseas; una rabia indescriptible; un inmenso dolor.
—¿Aún... piensas que tengo suerte de trabajar para un amo? —Eloi alzó el rostro de entre sus palmas trémulas para mirarme, dándome una vista de sus ojos frágiles. Tenía en los labios la sonrisa más desgarradora que había visto nunca—. Yo también lo creía, cuando era un poco más joven que tú. Lo anhelaba porque, al igual que a ti, nadie me había contado la verdad. La razón de que los altos señores tomen como sirvientes a muchachitos jóvenes en un mundo donde yacer con una mujer y engendrar hijos resulta tan problemático.
Cerré los ojos con fuerza, pensando en todos esos muchachos que había visto en la fiesta de Mailard. Todos varones. Tan jóvenes como yo y... tan jóvenes como Inoe. Todos a disposición de los deseos perversos de hombres enfermos y sádicos. Qué ignorante había sido. Qué estúpido y qué ciego...
—Yo soy quien siente envidia de ti, Yuren —musitó Eloi, perdiendo la vista en sus rodillas—. Yo soy quien desearía estar partiéndome la espalda en un campo de siembra y luego venir a casa, agotado, pero con una sonrisa en el rostro y una paga honesta en las manos. Y de ese modo... poder mirar a mi familia a los ojos. —Se le escapó una sonrisa por una de las comisuras. Una sonrisa tan pura, tan llena de esperanza y de inocencia; y tan fugaz. Esta se desvaneció en sus labios con la misma rapidez—. No llegar a yacer en una cama por horas, usado, sucio... y rogando morir.
Las facciones se me contrajeron obra de la tensión en mi garganta a fuerza del llanto que apenas contenía.
—Un día deseaste que fuera yo el que se estuviese muriendo en vez de Inoe. —Recordó Eloi, empezando a calmarse—. Yo también lo deseaba, Yuren; cada día lo he deseado...
Sacudí la cabeza de un lado al otro.
—No...
—Lo hubiese hecho con gusto en su lugar.
—¡¡Basta!! —jadeé al momento de abandonar mi lugar. Al instante siguiente estaba frente a él, de rodillas, estrechando entre los brazos el delgado cuerpo de mi hermano con todas mis fuerzas.
Los segundos dejaron de transcurrir. Me percaté de que era la primera vez que lo abrazaba de ese modo. Si había habido otra ocasión, en mi niñez, no podía recordarla. Todo lo que tenía era el ahora; su calidez, pese a sus ropas mojadas, y el aroma de su cabello. Diferente al aroma de Ashun o el de Inoe; diferente de cualquiera de los perfumes de su tocador.
Era su propio aroma. Uno que, sin saberlo, me había hecho mucha falta...
Eloi se petrificó. Entonces, sentí sus manos contra mi pecho afanar para apartarme; luchando contra mí igual que siempre.
—No me toques...
Su resistencia me alivió. Todavía restaba algo de su ímpetu en él; algo que podía ser salvado... y me aferré a ello.
Pero al final se rindió. Y su cuerpo quedó lánguido contra el mío.
—Suéltame... Por favor... —Su voz sonó suplicante esta vez.
—No volverás a hacerlo —le juré cuando me aparté para mirarlo, sin soltar sus hombros—. Nunca más. ¡No dejaré que vuelva a ponerte una mano encima!
Sus ojos todavía húmedos volvieron a apagarse tras un instante de observar los míos. Y luego... se dirigieron al piso entre nosotros.
—Como si tú pudieses hacer algo...
Me estremecí con sus palabras, presa de la impotencia.
No estaba dispuesto a aceptarlo... Quería con toda el alma creer que podía hacer algo al respecto. Estaba seguro de que, si lo intentábamos, entre todos encontraríamos la forma.
Pero a mí ya no me quedaba mucho tiempo. Lo supe en cuanto Eloi se libró de mis brazos y se puso de pie:
—Tenemos que ir a casa... Antes de que se den cuenta de que dejaste los Jardines y te busquen allá.
Glosario
Alminar: Torre cilíndrica, elevada y poco gruesa, típica de la arquitectura del medio oriente.
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