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• VIII - Cambio de Estación •

https://youtu.be/ayEnJUtnSg8

A la mañana siguiente me desperté primero que nadie. Ashun roncaba todavía y ni un solo sonido salía del cuarto de Laila e Inoe. Me alegró darme cuenta de que mis síntomas casi habían desaparecido por completo y me levanté al instante, listo para regresar a trabajar, dispuesto a enmendar mi indisposición del día anterior.

Pensé en sorprender a mis hermanos preparando el desayuno, así que, sin perder más tiempo y cuidando de no hacer ruido, puse a hervir el agua para dar a Inoe su infusión y corté el poco pan que nos quedaba en rebanadas delgadas para aumentarlo y ponerlo a tostar.

Pronto las rebanadas comenzaron a tornarse de un tono dorado y a expeler un aroma tentador. Justo cuando el agua comenzaba a hervir, las orillas del pan empezaron a oscurecerse, así que lo retiré del fuego, reuniéndolo en una canasta que puse en la mesa, y después saqué el cazo del fuego, puse hojas frescas de la medicina de Inoe en su tazón y vertí el agua encima. Después le añadí la miel y dejé que se disolviera.

Emanaba un aroma amargo y potente, y sentí lástima por Inoe, pero el pan le alegraría. Además, estaba seguro de no haberle escuchado toser en toda la noche y eso solo podía significar que la medicina empezaba a surtir efecto. Di en silencio las gracias al doctor, deseándole bendiciones; a Laila, por atreverse a proponer visitarlo, y Ashun, por trabajar tan duro. Las cosas mejoraban de a poco y por fin el mañana ya no lucía tan negro.

Sin embargo... aún había una persona a quien debíamos agradecer.

Vertí el resto del agua en la tetera con hojas nuevas de té negro y contemplé cómo cambiaba de color. Eloi quizá regresaría pronto de la casa de su señor y yo tendría para él una taza fresca de su bebida favorita servida en la mesa. Quería, de una vez por todas, hacer las paces con él.

Aunque solíamos pelear todo el tiempo por tonterías, las últimas semanas habían estado plagadas de rencillas no menores. Antes no les daba demasiada importancia; así eran las cosas entre nosotros —aunque no tenía claro cuando habían comenzado—, pero, después de saber un poco más de su pasado, gracias a Ashun, y de reflexionar en las palabras de Laila la noche anterior, sentí que podía entenderlo un poco mejor. Reconocí que había estado actuando como un hermano terrible... Y de pronto me encontré deseando, de corazón, hacer algo por él; aunque solo fuera hacerle sentir que yo también era su familia... y que me tenía.

La cortina del cuarto de abajo se abrió de pronto revelando a Laila y a Inoe en la puerta. Nuestro hermano pequeño se precipitó hacia la mesa con una enorme sonrisa en el rostro y se sujetó del borde para mirar sobre ella.

—¡Pan tostado! ¡Mira, Laila! —exclamó emocionado al descubrir mi sorpresa y tomó sin demora su lugar en su silla acostumbrada.

Tenía las mejillas sonrosadas; no como signo de fiebre, sino como el rubor de un rostro saludable. Sus ojos estaban brillantes, su voz ya no tenía rastro de ronquera ni su pecho emitía silbidos al respirar.

Laila se aproximó somnolienta, pero lucía descansada. Sus ojeras debido a las noches intranquilas se habían vuelto tan habituales que, libre de ellas, me pareció que sus ojos se veían más grandes y hermosos que nunca, y se iluminaron más al mirar la mesa.

—No tenemos mantequilla, pero sabrá bien de todos modos —dije.

Sonriente, alcanzó una tostada para Inoe y se hizo con otra, y ambos le dieron una gran mordida, haciéndolas crujir entre sus dientes con gusto.

—¡Hmm! —concedió ella—. A Inoe y a mí nos despertó el aroma.

—Hace mucho que no comíamos pan tostado —farfulló él con las mejillas llenas, salpicando migajas.

Me llenaba de dicha verlo tan feliz y repuesto.

Ashun se irguió sobre su estera y se frotó los ojos. Delineó por su parte una sonrisa al vernos a todos allí en pie.

—Pan tostado, Ashun, ¡ven! —le dijo Inoe.

Este desvió la mirada hacia mí y pareció alarmado por un momento.

—¿Qué haces en pie tan temprano, Yuren?

—Ya me siento bien, así que hoy iré contigo sin falta.

—Mejor quédate y durmamos juntos de nuevo —sugirió Inoe.

Laila frunció los labios simulando enfado. Después, le retiró migajas de la mejilla y se la besó:

—De ninguna manera; no te permito que me remplaces otra vez.

Ashun se levantó y estiró la espalda. Al aproximarse me puso una mano sobre la frente para cerciorarse de que la fiebre había remitido y pareció más tranquilo al corroborarlo.

Poco después, todos tomaron su sitio y el cuadro que conformaron me colmó de una alegría indescriptible. Los mayores estaban tranquilos, mientras que nuestro hermano más pequeño sanaba poco a poco. Aun así, faltaba uno más...

Eloi no tenía un sitio en la mesa y sólo teníamos cuatro sillas, por lo que dejé libre la que yo solía ocupar y acerqué una caja para mí. Rogué porque regresara antes de que nos fuésemos a trabajar. Que, por una vez en mucho tiempo, pudiésemos comer todos en familia. Ya no recordaba cuándo había sido la última...

Fue entonces que oímos los cascos de un caballo afuera y una sonrisa me curvó los labios. Eloi nunca estaba de humor al regresar de casa de su amo, pero quizás el té negro y el pan tostado le tentaran.

Sin embargo, después de que las ruedas del carruaje se detuvieron y los cascos dejaron de sonar, oímos en la calle una serie de voces mitigadas que sonaban agitadas y apremiantes. Distinguí la voz de Eloi como jamás la había oído, estertorosa y suplicante; pero la segunda que logré identificar me hizo estremecer con un escalofrío violento y un terrible presentimiento envió una corriente helada por mi columna, pinzando todos mis nervios.

https://youtu.be/id2B0bkiMDs

Ashun debió reconocerla también, pues saltamos los dos de nuestro asiento al mismo tiempo.

Laila no había tenido la oportunidad de conocerlo, pero Ashun y yo se lo habíamos contado todo. Y ella debió ver nuestra ansiedad y nuestro temor, pues salió de su silla y estrechó a Inoe contra su cuerpo.

—¡¡No abran la puerta!! ¡¡No salg-...!! —nos gritó Eloi desde afuera, pero algo lo silenció de modo abrupto.

Mi hermano mayor y yo nos miramos alarmados el uno al otro por un instante muy breve antes que una serie de estampidos retumbasen contra la madera del otro lado de la puerta, provocando que esta se remeciera.

¿Debíamos abrir después de la advertencia de Eloi? Aún si no lo hacíamos, los golpes no tardarían en echar la puerta abajo de todos modos.

¡Tengo a su hermano aquí conmigo! —La voz grave de Astor sonó como los rugidos de un animal—. ¡Si no abren ahora, él será quien pague las consecuencias!

Tras oír aquello, Ashun no dudó ni un instante en precipitarse a la puerta para obedecer. Y Astor, el esclavo, apareció allí; tan alto y fornido como lo recordaba, bloqueando parte de la luz del exterior. No obstante, su enorme cuerpo cubría esta vez solo la mitad del margen de la entrada. Del otro lado, la luz se recortaba alrededor de una silueta más pequeña y delgada.

En su enorme mano izquierda, como la garra de una bestia, el esclavo mantenía cautivo a nuestro hermano.

Al verlo se me escapó un boqueo seco y sin aire. El aspecto de Eloi era mortecino; casi fantasmal... Estaba mortalmente pálido, ojeroso y tenía los labios apretados en una línea temblorosa. Las piernas se le doblaban de tal manera que parecía colgar sin fuerzas de la zarpa de Astor, quien atenazaba su hombro con una inquina malintencionada.

Su debilidad se hizo evidente en cuanto el esclavo lo soltó y Eloi se desplomó de rodillas en la entrada, azotándolas con dureza en las escalinatas de piedra. Ashun cayó frente a él y ese fue el momento que el gigante aprovechó para asirlo por el cuello hasta casi asfixiarlo y después arrojarlo fuera de las escalinatas, sobre el piso terroso. Me espantó la facilidad con que logró lanzar a alguien del tamaño de mi hermano mayor.

Me precipité al frente en un reflejo, pero me detuvo al acto el grito mudo y exhausto de Eloi:

—¡Yuren, no...!

Y entonces, ante el horror de todos, Astor se metió en la casa con dos zancadas, atrapó en un zarpazo la diminuta muñeca de nuestro hermano más pequeño, haciéndole soltar su tostada con un aullido de dolor, y lo arrancó de los brazos de Laila.

Nuestra hermana profirió un grito y se colgó de él, pero una dura bofetada del esclavo contra el rostro la arrojó de espaldas entre las sillas. Antes de que Ashun o yo pudiésemos interferir, el esclavo desenvainó una cimitarra de su cinturón y la sostuvo sobre Inoe, amenazando con dejar caer el arma sobre él si cualquiera de nosotros hacía otro movimiento en falso.

Los cuatro nos paralizamos.

—Todos afuera —ordenó y salió de la casa llevándose a Inoe, quien se debatía en su mano intentando liberarse al tiempo que clamaba por nosotros a través de gemidos mitigados por el pujo del llanto.

—¡¡No!! —gritó Laila y, desesperada, se levantó para ir a su siga, aún con piernas temblorosas y la nariz sangrante—. ¡¡Inoe!!

Yo salí detrás de ella y Ashun se puso de pie en su lugar, pero ninguno se atrevió a acercarse por miedo a lo que Astor podría hacerle a su presa. Este sujetaba el delgado brazo de nuestro hermano más pequeño con tanta fuerza que temí que fuera a rompérselo si cerraba tan solo un poco más los dedos.

Asido al quicio de la puerta, Eloi se levantó con dificultad. Aún en pie, parecía incapaz de sostenerse erguido.

—¡¡Laila!! —sollozó Inoe. Las lágrimas ya delineaban gruesos trazos en sus mejillas, pálidas por el miedo. El color rozagante de hace solo unos minutos lo había abandonado para dejarle otra vez con aspecto macilento.

—¡No le haga daño! ¡Se lo suplico! —rogó Laila, implorando a Astor con las manos juntas frente a su rostro—. ¡Eloi, por favor, haz algo!

—Eloi, ¿qué está pasando? —farfulló Ashun.

—Eloi... —susurré yo.

Pero no obtuvimos respuesta alguna de su parte; solo la culpa en su mirada. Entonces, Astor tomó la palabra y se dirigió a nuestro hermano, por completo ajeno a nosotros, como si fuesen ellos dos los únicos allí presentes:

—Lo lograste, colibrí. —Volvió a usar aquel extraño término para aludirlo y noté que hacía una mueca burlona—. Al fin colmaste la paciencia del amo. —Creí advertir en su tono y en su modo de mirar que la situación le provocaba un placer morboso—. ¿Crees que tienes el privilegio de hacer lo que te plazca, mozo? —le dijo, con aspereza—. Si no entiendes por las buenas que debes respeto a tu señor, igual que cualquiera de nosotros... —Su tono se ensombreció—, a fe mía, que entenderás por las malas. ¡¡De rodillas!! ¡¡Todos!! —nos ordenó en un grito y situó el filo de su arma contra la garganta de nuestro hermanito.

No tuvimos más opción que la de obedecer y golpeamos los tres las rodillas en la tierra.

—No hagas esto... Te lo ruego, Astor, por favor —suplicó Eloi, dejándome estupefacto. ¿El demonio estaba implorando?—. Haz lo que quieras conmigo; te juro que jamás se lo diré a Mailard, ¡mátame si lo hago!

El esclavo torció una mueca mordaz. Llevó el extremo de su cimitarra al mentón del mozuelo y le alzó el rostro.

—Olvidas que no puedo tocarte, colibrí. Curioso... porque te complace mucho recordármelo —repuso con frialdad y bajó la cimitarra—. No obstante... por consideración a tu persona, te haré un favor. Permitiré que elijas a uno de ellos —sentenció—. Solo a uno podrás salvar del castigo.

—¡Inoe! —gritó Laila, en breve—. ¡Que sea Inoe! Te lo suplico, Eloi, ¡¡sálvalo!!

Ni Ashun ni yo objetamos. La elección era indiscutible.

Eloi nos miró de uno en uno con expresión funesta. Pude ver, incluso a través del velo oscuro que ensombrecía sus ojos, que el castigo no sería liviano. Pero, si al menos nuestro hermano más pequeño se salvaba de él, supe que el resto de nosotros estaría dispuesto a afrontar lo que fuera.

Solo hubiese querido poder salvar también a Laila...

—Se agota el tiempo, mozuelo, ¿o prefieres que lo elija yo?

—¡¡Eloi, por favor!! —gritó nuestra hermana.

—El pequeño... —susurró Eloi al fin, derrotado—. Elijo al pequeño. Entrégame a Inoe.

—Oigo y obedezco —dijo Astor, con una cortesía cáustica.

Vino entonces en dirección a nosotros con la cimitarra dispuesta en la mano. Me percaté de que no llevaba una fusta, ni ningún otro tipo de herramienta de castigo; solo la hoja del acero, desnuda y refulgente. El corazón me empezó a latir con rapidez y la respiración se me desbocó, conforme lo comprendía. El castigo era la muerte. Pero.... ¿por qué?...

Algunos sirvientes se hallaban asomados a las puertas y ventanas de sus casas, y un persistente murmullo de voces alarmadas se extendía por la calle.

«Ayuda, por favor», clamé en mi fuero interno, mirando alrededor; pero todas las mirabas que interceptaba rehuían a la mía. «¡Alguien...!»

Pero nadie vino en nuestro auxilio. Nadie se atrevería...

Astor se movió frente a los tres y nos indagó de uno en uno. Se detuvo en Laila primero y repitió la acción anterior, levantándole el mentón con la cimitarra. Pareció evaluar cada pulgada de su rostro con detenimiento. Ella sollozaba, pero lucía resignada. Una gota de la sangre de su nariz cayó sobre el acero. Temí que fuera a cortarle el cuello de un tajo y todo en mi interior se constriñó con un calambre. Pero Astor bajó el arma y ella a su vez bajó su cabeza, y el esclavo pasó de largo sin hacerle nada. Se detuvo después frente a Ashun y este imitó el gesto de Laila, inclinando el rostro. Jadeé, temiendo para él el mismo destino... pero el esclavo volvió a pasar de largo.

Eloi solo temblaba con la vista gacha, incapaz de mirar. Por mi parte, seguí con la mirada a Inoe, quien se debatía todavía presa del férreo agarre de su captor en intentos de soltarse.

Finalmente, el esclavo se detuvo frente a mí. Yo alcé la vista, sin que tuviera que levantarme el mentón con el arma y lo miré enrabiado. Astor se detuvo en mí por un tiempo más largo. Lucía intrigado.

—¿Acaso no piensas bajar la cabeza, obrero? —masculló.

A mi lado, oí a Ashun murmurar mi nombre en advertencia. Sabía lo que debía hacer; mis hermanos mayores me lo habían dicho muchas veces. Pero no pude... En cambio solo apreté los labios y entorné los ojos para disimular el temblor de mis párpados, bajo los cuales podía sentir agolparse las lágrimas. Continué mirándolo con desafío, listo para aceptar cualquiera que fuera el castigo por esa insolencia.

Astor torció una mueca, parecida a una sonrisa... y después me pasó de largo también. ¿Qué pretendía con todo eso?

Se detuvo al final frente a Eloi, a quien sostuvo una mirada ruin por un tiempo largo antes de entregarle a nuestro hermanito.

—Eloi... —sollozó Inoe y alargó con súplica hacia él su temblorosa mano libre.

No obtuvo de parte de él más que una mirada fría. Sin embargo, Eloi le extendió su mano en retorno. Con ello, los ojos verdosos de Inoe se iluminaron, esperanzados, y empezó a sollozar de alivio.

Justo entonces, Astor sonrió; y la sangre se me enfrió en las venas. Una parte de mí no lo comprendió; la otra... lo hizo demasiado tarde.

Al momento de soltar el fino brazo de nuestro hermano pequeño y antes de darle tiempo a Eloi de alcanzarlo, Astor arremetió una bofetada con el dorso de su mano contra el rostro de Inoe, con tal fuerza que cortó su llanto al instante y la magnitud del golpe le levantó los pequeños pies descalzos del suelo. Inoe aterrizó sobre las escalinatas de la casa, golpeándose en seco la cabeza en uno de los escalones y el cuello en el filo de otro.

Hubo un crujido. Y después... solo hubo silencio.

La visión de su cuerpo inmóvil en las escalinatas nos petrificó a los cuatro. El tiempo pareció detenerse...

https://youtu.be/kB-FBDzu9xM

Y entonces, los segundos empezaron a transcurrir lentos en el instante en que nuestra hermana se levantó de su sitio tambaleante, salvó la distancia que la separaba de Inoe en un trote de piernas débiles y cayó de rodillas junto a él, envolviéndole entre sus brazos para levantar del piso la parte superior de su cuerpo. Laila acarició con desesperación su rostro y su pelo intentando reanimarlo, besó sus mejillas y su frente, y lo llamó en farfulleos mudos. Después... ella solo cesó de llamarlo.

Un mutismo sepulcral se adueñó del lugar... el cual fue rasgado de modo violento en cuanto el primer grito escapó de la garganta de Laila; un sonido enervante, agudo y áspero, como si la fuerza del cual la estuviese desgarrando desde dentro.

Ashun fue en pos de ellos con pasos trémulos, mientras que yo fui incapaz de moverme. Sentí como si todo a mi alrededor se desvaneciese y dejase de existir. Ya no había otros sonidos, luz, el frío del viento ni el calor del sol... Solo la visión de Laila sacudiendo sin parar el cuerpo inerte de Inoe, mientras profería alaridos cada vez más altos y estremecedores, sesgados por sollozos roncos y violentos.

Aparté la vista, incapaz de seguir mirando, y mis ojos encontraron los de Eloi. Lo último que vi de mi hermano, el demonio, fue su suave rostro distorsionado a causa del terror y sus grandes ojos de turquesas despojados de todo su fuego y de toda luz. Astor lo apresó de un brazo y, tal y como lo había traído a nuestra puerta, lo arrastró de regreso y lo forzó dentro del carruaje.

Poco después, el carro se perdió al final de la calle, llevándose el sonido de las ruedas y de los cascos del caballo, y dejándonos sin otro que el de un llanto femenino desgarrador.

Así nos quedamos solos los tres frente a la puerta abierta de nuestra casa; a mí, todavía arrodillado en el suelo, a Ashun de pie junto a nuestra hermana, sin atreverse a tocarla... y a Laila, estrechando con fuerza el cuerpo de nuestro pequeño Inoe, como en el afán de evitar que se le escapase la vida... La cual más tarde entendimos que se había esfumado antes de que cualquiera de nosotros hubiese siquiera empezado a comprender lo que había ocurrido.


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https://youtu.be/FuZJtWflfMk

A veces, la vida toma virajes inesperados. Basta solo un soplo de viento en la dirección incorrecta desde el sitio más recóndito para producir un cambio en las corrientes que provocará tarde o temprano una tempestad en el lugar más insospechado. Del mismo modo, algo tan simple como una palabra, una mirada, una decisión o una acción, pueden cambiar por completo el rumbo de las cosas y modificar así el destino; ya sea el de una sola persona o de muchas. Y entonces, todo lo que fue y todo lo que podría haber sido... de pronto ya no existe. Y el tiempo, indiferente como siempre, sigue su curso.

No se detuvo después de ese momento nefasto; los días continuaron transcurriendo. El sol asomaba cada mañana en el horizonte y volvía a desvanecerse del otro lado de la ciudad al cabo de unas cuantas horas, sumiendo a Kajhun en la penumbra. Y la luna brillaba como una perla en el abismo del cielo, moría con lentitud en el transcurso de los días, hasta que ya no quedaba nada de ella, y después emergía otra vez, brillante y gloriosa, como un ave «benu». Con el tiempo había aprendido a aborrecerla... Odiaba que, aún sin conocer la vida, tuviese el derecho de renacer después de muerta y de brillar aun cuando todo lo que había a su alrededor era oscuridad.

Las estrellas dejaron de parecerme bellas también. Y nunca más volví a la ribera a contemplarlas.

Nuestras vidas tampoco se detuvieron. Me levantaba cada mañana, cumplía mis tareas a fuer de la costumbre y después llegaba a casa, exhausto, y dormía. Dormir era lo único que hacía que pasara más rápido el tiempo y creía que con ello el dolor también pasaría. Pero no pasó; solo creció cada día y se hizo más y más amargo.

Ashun y yo hablábamos muy poco y la casa siempre estaba oscura. Había perdido ese característico aroma que le daba el hogar encendido que ya nadie se molestaba en encender y el de la deliciosa comida de Laila cocinándose al fuego. También había pasado a ser demasiado silenciosa. No hubo más risas de niño pequeño, no más llantos y no más tos... Solo la quietud y la oscuridad; la cual se expandía cual plaga, impregnando cada rincón de la casa e infectando los corazones de quienes la habitábamos como una enfermedad.

—Sigue igual —susurró Ashun, dejando sobre la mesa el plato de Laila, intacto, y vino a sentarse en la silla frente a mí.

Encontré en ello una tortuosa usanza.

Era el quinto día seguido... Nuestra hermana se consumía con el paso de estos sin que ninguno de nosotros pudiera hacer algo. Había perdido su trabajo debido a sus reiteradas ausencias y ahora éramos Ashun y yo los únicos que manteníamos la casa. En principio habíamos creído que sería difícil sin la parte de Laila, pero nos tomó poco tiempo percatarnos de que era más fácil incluso que antes; ahora que nuestra pequeña familia de cinco había pasado a conformarse por dos que apenas comían y por una hermana que se negaba a hacerlo, postrada en cama y muriendo lentamente de tristeza.

Ashun se levantó de la mesa de forma tan abrupta que me hizo dar un brinco. Y para cuando me levanté con el fin de detenerlo, a sabiendas de cuáles eran sus intenciones, ya era tarde para alcanzarlo. Se internó en la habitación que antes fuera de Laila y de Inoe y que había pasado a ocupar ella sola, tomó por los hombros a nuestra hermana y la irguió con brusquedad sobre la cama, a una altura en que pudiera mirarla a los ojos:

—Ya es suficiente, Laila, ¡esto no puede seguir así! —Había una desesperación dolorosa en su tono de voz.

Laila ni siquiera tuvo las fuerzas de volver a recostarse. Se quedó sentada allí, con el rostro orientado hacia sus muslos, sin decir una palabra.

—Por favor... —rogué para apoyar a Ashun—. Te necesitamos. No podemos hacer esto sin ti....

Aun sin mirar a ninguno de los dos, sus ojos se humedecieron y su boca se tensó a fuerza de un llanto contenido. De manera contradictoria aquello me alivió, pues era signo de que todavía era capaz de oírnos.

Me senté junto a ella y rodeé sus hombros. Sus huesos sobresalían de modo alarmante bajo su piel. Desde que Inoe ya no estaba, Laila no había dejado la cama si no era para desahogar sus necesidades. Allí comía lo poco que Ashun y yo conseguíamos darle en la boca con ruegos y súplicas, y se pasaba las noches sollozando. Su rostro estaba demacrado y pálido; tan consumido que parecía haber envejecido tres décadas. Me aterraba en demasía verla en ese estado... Temía que la vida fuera lo bastante cruel como para arrebatárnosla también.

https://youtu.be/FuZJtWflfMk

—Te traeré otra cosa, ¿está bien? —sugerí, intentando pensar en algo que pudiera tentarle a comer—. Avena con fruta o...

—No quiero nada —susurró, tajante.

Nos quedamos en silencio por otro largo rato.

Entonces, Ashun propinó a los hombros de nuestra hermana una sacudida violenta. Me alarmé; él jamás había tratado así a Laila. Pero aquello pareció surtir efecto, pues ella levantó el rostro y lo miró con pasmo.

—¡¿Entonces qué quieres?! —vociferó Ashun. La voz le temblaba de frustración—. ¡¿Qué pretendes con esto?!

No tuve que intervenir para hacer que Ashun la soltara, pues el empujón que ella le dio contra el pecho fue suficiente para apartarlo.

—¡¡Déjenme sola!! —chilló, con la voz rota tras semanas y semanas de llantos mitigados contra su almohada—. ¡¿No lo entienden?! ¡No quiero nada! ¡Todo lo que quiero...! —Su voz se rompió de manera irremediable y las lágrimas de sus ojos anegados se desbordaron por fin sobre lo poco que quedaba de sus mejillas—. Solo quiero que me dejen sola...

—Laila... —susurró Ashun. El dolor distorsionó su voz hasta hacerle sonar como un hombre de edad avanzada—. No eres la única que perdió a un hermano. Y yo no estoy dispuesto a perder a nadie más. No así.

Laila se mordió el labio inferior con tanta fuerza que lo hizo palidecer hasta adquirir el mismo tono de sus dientes. Deseé que Ashun no le hubiese recordado del hecho en un momento como aquel, pero estaba desesperado.

Y yo también...

—Por favor Laila... Por favor —suplicó entonces y, tomando sus manos entre las suyas, le besó los nudillos—. Por favor... regresa.

Las débiles facciones de nuestra hermana fueron cruzadas por una amargura estremecedora y se crisparon en un rictus. Al final, abatió la cabeza hasta que su rostro halló el pecho de nuestro hermano.

—Inoe... —Pronunció su nombre, como no lo había hecho desde aquel día nefasto, y luego rompió a llorar como si la tristeza y el dolor acumulados que había estado dejando salir gota a gota con cada lágrima silenciosa, escapase de pronto en la forma de un caudal, a medida que los sollozos aserraban su pecho, estremeciéndola por completo—. Mi pequeño Inoe...

Abracé con fuerza a Laila por el costado y sentí su brazo alrededor de mi espalda. Después, los de Ashun nos rodearon a ambos.

Y así abrazados, lloramos los tres; genuina y sinceramente como niños... y desahogamos por fin todo lo que habíamos estado conteniendo hasta ese momento, en el intento de no derrumbarnos.


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https://youtu.be/c5-kwn11YPI

Otro mes transcurrió. Con el cambio de estación las noches ya no eran tan frías, pero yo me empecinaba en encender el hogar de todos modos, solo para combatir la oscuridad que había estado demasiado cerca de engullirnos a los tres en un abismo sin escapatoria.

Laila hacía esfuerzos en levantarse y sentarse a la mesa a comer con nosotros la mayor parte del tiempo. Resultaba excruciante mirarla, pues en su estado, sumado a su desinterés por todo y la melancolía de su mirada, no era sino la sombra de mi hermana alegre, vivaz y dulce. Pero era peor no verla. Al mismo tiempo, yo evitaba a toda costa mirar la silla a su lado; pero mis ojos viajaban allí sin remedio y el pecho se me constreñía de un modo agonizante al encontrarla vacía. Cuando eso ocurría, cerraba con fuerza los párpados y me sorprendía rogando con toda el alma que, al abrirlos, estuviese de vuelta en mi estera, igual que esa mañana, después de una noche de fiebre... y que todo no hubiese sido más que una horrible pesadilla.

Pero era real. Y solo quedaba sobreponernos y continuar. No había otra opción... Aun así, con recuperar a Laila, solo uno de los tres vacíos había sido llenado —aún si a duras penas—, pues sin contar aquel dejado por Inoe, el cual no sería llenado jamás, todavía quedaba otra grieta en nuestra familia.

Desde que se había ido en aquel carruaje, no volvimos a saber más nada de Eloi. De eso hacían ya tres meses.

Tras la abrupta y muy temprana partida de nuestro hermanito, mientras que Laila, Ashun y yo nos habíamos tenido los unos a los otros durante todo ese tiempo, ayudándonos a ser fuertes, Eloi no había tenido a nadie. Estaba solo... viviendo quizás aún bajo el mismo techo que el hombre responsable.

Eso... si seguía con vida.

—¿Creen... que permanezca en casa de Mailard? —preguntó Laila, revolviendo el contenido de su escudilla.

Esa noche, Ashun preparó la cena. Nos turnábamos cada día.

El solo oír de nuevo aquel nombre hizo que empezara temblar de rabia y empuñé la cuchara en mi mano hasta clavarme los ángulos en la palma.

—Aún no sabemos si ese cerdo maldito se dio por satisfecho con lo que hizo —continuó ella, ante el silencio de Ashun y mío. Hizo su escudilla a un lado y abatió el rostro entre las palmas de sus delgadísimas manos—. ¿Y si vendió a Eloi?... ¿Y si le hizo algo malo?

Los ojos de Ashun se ensombrecieron bajo su espeso entrecejo. Esperé palabras reconfortantes de su parte; que nos brindara calma como solía hacerlo siempre... pero en su lugar solo hubo silencio.

—No lo sé... —fue todo lo que dijo al final del cual, sumiéndonos a todos en una profunda y angustiosa contemplación.

No había forma en que pudiésemos averiguarlo. Al perder Laila su trabajo, había perdido el privilegio de recorrer la ciudad a placer. Y las ascuas con respecto a nuestro hermano; si estaba vivo; si estaba bien...; crecían y se hacían más tortuosas con cada día sin noticias suyas.

Llegada la noche, después de que Ashun y Laila se durmieran, me levanté en silencio y subí a paso lento y pausado las escaleras a la planta superior, procurando no hacer ruido. Una vez arriba, me detuve un momento frente a la puerta del cuarto de Eloi y dudé allí. Había permanecido cerrada desde que se lo llevaran y mis hermanos mantenían un compromiso tácito de no entrar, como una forma de honrar su deseo, aún en su ausencia.

https://youtu.be/5aaTr6WtgV8

Lo que era yo... acudía allí en secreto todas las noches.

Me pasaba horas mirando por la ventana hacia la calle en la espera de ver el carruaje negro aparecer. A veces tomaba el libro que reposaba sobre su mesa de noche y lo hojeaba, aunque no fuera capaz de entender nada de lo que decía. Tenía muchas ilustraciones extrañas. Consistían en siluetas irregulares surcadas por cientos de líneas. Algunas eran constantes, otras puntuadas, y cada área delimitada tenía plasmada una palabra. Pero todo lo que podía identificar en ellas eran las letras presentes en mi nombre; la única cosa que sabía cómo escribir. No tardaba mucho en darme por vencido y cerraba el libro.

Otras veces me conformaba con tenderme sobre su cama y aspirar su olor, el cual se desvanecía un poco más con cada día que pasaba. Allí esperaba hasta que el sueño me venciese y entonces salía dejándolo todo como estaba y cerraba la puerta, para después regresar a mi sitio junto al hogar y dormir las pocas horas que quedaban antes de la mañana.

En esta ocasión, con el mismo cuidado que siempre —como si pudiese sorprenderme; como si estuviese allí todavía— abrí la puerta y entré.

Fui directo a dejarme caer boca abajo sobre su cama y aspiré su aroma, ya muy tenue. Pensar que solía encontrarlo desagradable... que me enojaba... y ahora no me traía más que una asfixiante melancolía.

Con un suspiro me levanté y fui hasta el tocador, en donde destapé y olí cada uno de sus perfumes, a ver si podía encontrar aquel que más se pareciera al suyo. Y aunque los fragantes aromas a nuez de coco, sándalo, azahar y jazmín, entre otros que no pude identificar, colmaron la habitación, ninguno era como el de sus colchas. El suyo propio.

Rendido, husmeé entre sus joyas, acariciando las caras resplandecientes de las gemas preciosas que las adornaban, y toqué los dientes del peine de carey, esperando encontrar allí algún cabello color cobrizo. Pero estaba limpio como si nadie jamás lo hubiese utilizado.

No comprendía qué me estaba pasando; por qué deseaba con tanto fervor hallar algo con lo que asirme mejor a su recuerdo o que me ayudara a revivirlo con mayor claridad.

—Vienes aquí cada noche —la voz de Ashun desde la puerta me sobresaltó. Solté el peine y este se precipitó en el tocador con un golpe seco.

Observé a mi hermano, presa del pánico. No sabía que estuviera al tanto de lo que había estado haciendo. Me arrebolé incapaz de responderle; demasiado ofuscado para pensar en algo.

Ashun vino a sentarse a mi lado en el suelo.

—Yo también lo echo de menos —dijo, recogiendo el peine del piso, y después tocó los dientes como antes hiciera yo.

Sus palabras me sumieron en una profunda reflexión. No se me había ocurrido que ese fuera el motivo... Antes de esa misma noche, hacía solo unos instantes, ni siquiera me había parado a pensar por qué lo hacía. Y era tan evidente que resultaba ridículo no haberlo pensado antes.

Echaba en falta al demonio... Extrañaba a Eloi.

—Solo... me dejaría más tranquilo saber cómo está —me defendí, incapaz de reconocerlo, y las mejillas se me acaloraron de bochorno—. A Laila le reconfortaría.

Ashun dejó el peine en el tocador y fue a sentarse en silencio sobre la cama de Eloi, mirando por la ventana abierta. Me sumé a él en ese silencio que se había hecho tan habitual para nosotros y llevé la vista en la misma dirección. La brisa empezaba a perfumarse con las suaves notas de la primavera que ya se avecinaba. Me puse a pensar en que pronto haría más calor, que habría mosquitos y que las arañas empezarían a salir de sus escondites, y en lo mucho que eso solía empeorar el humor de Eloi, quien odiaba a los bichos con mayor ardor que a cualquier otra cosa.

—Al menos... no tendremos que soportarlo en verano.

https://youtu.be/-6GceRthLco

Ashun se rió de mi broma, aunque en otras circunstancias me hubiese reñido por ella. Debía saber que el sentimiento detrás en esta ocasión era todo, menos malintencionado.

—Solía ser tan ruidosa... Esta casa —comenté—. ¿Verdad?

—Lo era. Y lo extraño.

—Aún con nuestras peleas...

—Lo prefería así —admitió Ashun—. Daría lo que fuera por volver a esos días... Aunque tuviera que separarlos; aunque Laila se desesperase con ustedes y aunque... —Ashun hizo una pausa y se rió—. Aunque Inoe se asustara y llorase. Será una primavera muy silenciosa...

Los dos sellamos los labios y exhalamos un suspiro al unísono.

De súbito, como un relámpago, me asaltó un pensamiento. Me paralicé con los labios entreabiertos en una «o».

—La primavera —repetí—. Ashun... ¿y si hubiera una forma?

Mi hermano levantó de golpe la cabeza. Fui a acuclillarme frente a él con las manos en sus rodillas, consumido por la euforia que empezaba a experimentar. Necesitaba oír su aprobación, y de ese modo convencerme de que la idea no era tan descabellada como me lo parecía.

—¿Qué dices? —indagó él, con aspecto ceñudo.

—¡Me refiero a Eloi! ¡¿Y si pudiésemos averiguar cómo está ahora?!

Ashun me observó entornando los ojos:

—¡¿Cómo?!

Parte de mi seguridad se evaporó ante su mirada atenta.

—No tengo certeza de que vaya a funcionar... —dudé—, pero...

—¡Habla, Yuren! —me apremió mi hermano— Sea lo que sea, podemos intentarlo.

A decir verdad, me resultaba extraño que hasta ahora no se le hubiese ocurrido a ninguno de mis dos hermanos mayores; en especial a Laila, cuando de por sí era ella la de las ideas intricadas para conseguir algo que no parecía posible. Pero Laila no estaba en condiciones de pensar en nada últimamente.

Inhalé hondo y me armé de valor antes de hablar:

—La fiesta de primavera de ese cerdo de Mailard —empecé. En algún momento, esa forma de llamarlo se me había pegado de Laila y había empezado a llamarlo así, pese a los reproches de Ashun—. ¿No es en unos días?

Ashun dio una cabeceada paulatina.

La fiesta de primavera en casa de Mailard era una celebración soberbia. A ella asistían altos señores, no solo de la ciudad de Kajhun, sino de todas partes de Yrose. Ese hombre amaba los excesos... Y aún los numerosos sirvientes y esclavos que tenía a su servicio parecían no dar abasto, pues enviaba cada año a buscar obreros con el fin de contratarlos solo por esa ocasión para trabajar en su casa. Y se decía que la paga era excelente.

Pero, a pesar de que toda mi vida había ansiado ver los Jardines Señoriales con mis propios ojos, yo nunca lo había intentado. Por un lado, era sabido que solo los chicos mejor parecidos eran seleccionados. Y por otro, aún si por obra de algún milagro resultaba elegido, Eloi estaría furioso... Sin embargo, allí estaba nuestra oportunidad. Los dos podríamos probar suerte y bastaría con uno solo para lograr nuestro cometido.

Expliqué a Ashun la idea de forma atropellada. No obstante, el rostro de mi hermano palidecía con cada palabra. Y, para cuando acabé, Ashun estaba perplejo y sumido en cavilaciones.

—... No —dijo al final, echando por tierra mis esperanzas—. De ninguna manera.

Pese a la sorpresa inicial y a la consecuente rabia por su rotunda negativa, no pasé por alto el miedo en sus facciones; aunque tampoco supe cómo interpretar su tono afligido.

—¿Qué pasa? ¿No crees que resulte?

—No es eso, Yuren... —susurró, sin voz.

—¿Y cuál es el problema?

Ashun apretó los labios. Pareció a punto de hablar por un momento... y luego volvió a sellarlos. Repitió el gesto un par de veces hasta que, al final, logró pronunciar una respuesta corta y escueta.

—Es riesgoso.

—¡¿Y eso qué?! ¡No podemos estar peor de lo que ya estamos!

—Shhh —me silenció—. Despertarás a Laila. Y te equivocas. Sí que podemos. Mucho peor. Además... he oído que Mailard solo elige a muchachos muy jóvenes. Jamás me tomarían.

—Solo eres un poco mayor que Eloi.

—Mi estatura lo contradice. Además, mis cicatrices me juegan en contra. No encajaría allí de ninguna manera... Eres tú quien tiene las mayores posibilidades. Pero es eso precisamente lo que me preocupa.

—¿Por qué? —demandé saber. Y luego suspiré dolido al entenderlo—. No crees que me elijan... porque no soy apuesto. Es eso, ¿verdad?

Ashun ladeó el rostro:

—¿De dónde sacas que...? —Meneó la cabeza con un suspiro—. No, Yuren, no es por eso. Además, lo más seguro es que Astor ronde cerca. —Apreté los dientes con la sola idea de ver a ese monstruo otra vez, pero Ashun parecía angustiado por otros motivos—. Y si te descubre ese sujeto... No —zanjó—. No puedo dejarte hacerlo.

—Ashun... —rogué a mi hermano.

—No puedo arriesgarte a ti también. Si algo te ocurriese, Laila no lo soportaría. —Ashun dio una cabeceada—. ¡Yo moriría si te pasara algo por permitir esto, ¿lo entiendes?!

—No va a pasarme nada —le aseguré, conmovido por sus palabras—. Confía en mí por una vez, ¿quieres? ¡Por favor! ¡Déjame... ser útil!

—¿Así que se trata de eso?

—¡Claro que no! Es solo... que por una vez está en mis manos hacer algo. Déjame hacerlo por todos nosotros. Por favor... Déjame ir a buscarlo.

Ashun lo consideró por largo rato. Yo estaba listo para insistir toda la noche de ser necesario y él lo sabía. Debió tomar eso en consideración antes de hacer una elección, pues, tras pensarlo mucho, al final asintió en acuerdo, aún con cierta renuencia, haciéndome estremecer de júbilo.

—Con una condición.

—¡Lo que sea!

Mi hermano frunció el ceño.

—Una vez en casa del amo Mailard, todo lo que harás será buscar a Eloi. Y en cuanto lo hayas visto te irás de allí de inmediato.

—¿Eso por qué?

Mi hermano calló por unos instantes.

—Astor —dijo al final—. Si te descubre, no hay manera en que se quede de brazos cruzados.

—Bien... —acepté—. Ahora dime lo que tengo que hacer para entrar.

Aún reacio, Ashun suspiró a través de los dientes:

—Basta con presentarte en la plaza el día de la selección y esperar lo mejor. No tienes que hacer nada; ellos eligen.

Asentí con pocas energías. No sonaba convencido en absoluto con la idea. 

https://youtu.be/5Gl4UhXHjfc

Y además... había un detalle en el que no había pensado:

—Cuando lo vea... ¿qué debería decirle?

—No tienes que decirle nada; basta con que lo veas y así asegurarnos de que continúa en casa de Mailard y de que se encuentra bien.

—¿Y si él me ve?

—Estoy seguro de que se alegrará.

Rodé los ojos con un suspiro. No sabía si intentaba tomarme el pelo con eso o si era lo bastante ingenuo para en verdad creerlo.

Estaba seguro de que, entre los tres, yo era no solo el menos apropiado para hablar con él, sino al que menos le alegraría ver; pero era nuestra única alternativa. Y yo me conformaría con verlo con mis propios ojos y asegurarme de que estaba a salvo. Laila se quedaría tranquila con eso y Ashun quizá volviera a tener las esperanzas de antes.

—En todo caso, si la oportunidad se da para que hablen, dile que pensamos en él, y que ninguno de nosotros lo culpa.

Asentí por segunda vez, sin la intención de contradecirlo. Con la muerte de nuestro hermano pequeño, al fin tenía razones para odiar a Eloi con todas mis fuerzas; pero aunque toda la evidencia le señalase como el responsable... ni siquiera yo podía culparlo.

Había sido engañado por Astor, igual que nosotros.

Si acaso había un culpable... ese era yo. Quizá si hubiese bajado la cabeza... Si no lo hubiese enojado. Pero al final determiné que no había nada que ninguno de nosotros hubiese podido hacer en ese momento para evitar ese desenlace. Lo había visto en su mirada ruin desde el comienzo. El objetivo de Astor era hacernos el mayor daño posible... y lo había logrado.

—Y eso es todo, Yuren. Pero Laila no puede saber nada de esto. La mataríamos de angustia.

—Bien —dije con determinación.

Ashun me puso la mano sobre la cabeza y me obligó a bajarla:

—«Sobre mi cabeza y mis ojos» —me corrigió—. Es lo apropiado a la hora de responder a un alto señor.

—Preferiría morirme.

—Entonces el oído y la obediencia bastarán. Yuren, no debes olvidarlo... No seas insolente. Y no des vueltas los ojos —objetó ante mi gesto, del cual a veces no era siquiera consciente—. En especial a alguno de ellos.

—¿Algo más? ¿Reverencio a cada viejo pomposo que se me cruce por delante? ¿Les beso las pezuñas?

Ashun me revolvió el pelo de la cabeza con fuerza, tras lo cual me observó con una sonrisa dulce por largo rato:

—Estoy orgulloso de ti... ¿Cuándo fue que te volviste tan valiente?

Sonreí. No lo era en realidad... pero ahora tocaba obligarme a serlo.

No sabíamos si, con el tiempo, Mailard perdonaría a Eloi y le permitiría regresar a vivir con nosotros. Mucho menos sabíamos cuándo sería eso... Por lo que, de momento, solo esa pequeña posibilidad de verlo otra vez y regresar con noticias suyas era todo lo que teníamos.

Nuestro último consuelo.


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https://youtu.be/MFbMoaCWBCA

El día de la selección, la plaza junto al mercado estuvo tan atestada de chicos que me resultó imposible mantener la fe de que, entre tantos, yo resultase seleccionado. Así fue hasta que un esclavo de aspecto serio y atemorizante se detuvo frente a mí.

Esperé a que me echara de allí a patadas por feo; lo cual hubiese resultado humillante después de que Ashun pusiera tanto esmero en bañarme, tallándome hasta dejarme roja la piel, deshiciera todos los nudos de mi caótico cabello con el peine de Eloi —para lo cual había debido emplear tanta fuerza que había roto varios dientes y este había quedado repleto de pelos negros—, y fuera tan lejos como para ponerme unas gotas de aceite perfumado de benjuí en la coronilla.

En cambio, el hombre me observó de pies a cabeza. Se detuvo en mi rostro, el cual me hizo girar a un lado y al otro; me hizo levantar y bajar los brazos; agacharme y erguirme para comprobar el estado de mi espalda y al final me abrió la boca para revisarme los dientes como si estuviese comprando un puto caballo. La ausencia de dos muelas al final de mi boca no pareció molestarle demasiado, pues después de hacerme un par de preguntas simples con el fin de asegurarse de que no era retardado, por último demandó mi nombre y se lo di. Noté que hizo una marca junto a él, que no pude leer. Después, anotó mi edad y mi ocupación y llamó a un obrero joven. Este cargaba un recipiente con tinta y un timbre de oro que relucía, el cual usó para marcarme las dos muñecas con el símbolo de un oso rugiente que reconocí como el mismo símbolo del anillo que usaba Eloi. Al final me dio una nota en papel elegante que tampoco pude leer.

—Muéstrale esto a primera hora de la mañana a tu maestro. Te servirá de salvoconducto para ausentarte por todo el tiempo que se te requiera en casa del amo y alto señor Ibn Mailard. Después preséntate en la puerta poniente del Ribete y espera allí tus siguientes indicaciones.

Asentí a la orden, incapaz de creer mi propia suerte.

Esa noche, tras asegurarnos de que Laila dormía y después de haber pasado toda la tarde ocultando mis muñecas para que no viera los símbolos, Ashun me llevó al cuarto de Eloi. Mientras me peinaba otra vez, recogiéndome la mitad del cabello como solía usarlo él, me dio las últimas indicaciones:

—Con toda certeza les digan esto a la hora de servir en la casa del amo Mailard, pero procura memorizarlo ahora. No mires directo a los ojos a ningún alto señor cuando les sirvas; mantén la cabeza gacha a menos que te digan que puedes levantarla y no les hables, a no ser que te hagan una pregunta. No toques a los altos señores, no te dirijas a ellos primero y no creo que haga falta decirte que no metas las manos en su comida.

—¿Crees que soy imbécil? —pregunté, molesto—. ¿Cómo sabes tanto de todo esto? ¿Eloi te lo ha contado?

—Una parte. —Ashun se acomodó en su sitio y guardó silencio por unos instantes—. Yuren... ¿podría encarecerte una cosa?

—¿Qué es?

—Ya te lo he pedido antes. Y sé que es difícil tratándose de ustedes... pero, por favor, si llegan a hablar, no vayan a discutir —dijo con súplica—. Conoces a Eloi. Es posible que no se tome nada bien el verte en casa del amo Mailard, pero te aseguro que nos extraña y que se culpa todos los días por lo que sucedió. Lo último que queremos es que la única ocasión que tenga de ver a uno de nosotros en mucho tiempo le deje un recuerdo amargo. ¿Crees que puedas hacer eso por mí?

Di una cabeceada paulatina. No estaba seguro de lograrlo, pero estaba dispuesto a tratar. Mi hermano mayor sonrió satisfecho con ello.

En lo que me sujetaba el pelo, estuve pensando en la relación de los dos.

—¿Cómo te volviste tan cercano a él? ¿Y cómo lograste qué confiara en ti? Nunca dejó que ninguno de nosotros se acercara siquiera.

—No creas que no era lo mismo conmigo. Pero mientras que tú y Laila prefirieron dejarle ser, y con justa razón, yo fui un poco más obstinado —contestó Ashun—. Nunca permití que me alejase. No creas que no me llevé mi propia dosis de golpes e insultos; dudo que puedas recordarlo... Pero imagino que terminó aceptando que no importaba cuán desagradable se comportase, no se desharía de mí.

Suspiré, dándome por aludido con su relato. Quizás si yo hubiese hecho lo mismo, nuestra relación hubiese sido diferente... No podía sentir por Ashun otra cosa que admiración; por su perseverancia y su bondad.

Era algo que me dije que debía empezar a imitar.

—Yuren —llamó mi hermano, de pronto—. Una cosa más.

Lo observé atento, en espera de qué otra indicación me daría. Ashun se tomó una pausa y al final habló casi a través de sus dientes:

—Por ningún motivo te quedes solo con ninguno de ellos. Me refiero a los altos señores. Bajo ninguna circunstancia, ¿está claro? —Lo miré con ojos en rendijas. Antes de que pudiera preguntar, Ashun sonrió—. Ellos... se ofenden con facilidad. Y tú no sabes medirte al hablar.

Suspiré. Ashun realmente no me tenía ninguna fe... Le dije que sí solo para dejarlo tranquilo y aquello pareció surtir efecto. Aunque algo parecía que continuaba preocupándole. Lo veía en sus ojos divagantes y ausentes.

En cuanto a mí, esa noche apenas pude dormir. Pronto vería con mis propios ojos ese mundo tan extraño y tan inalcanzable. El mundo perfecto de esplendor al que Eloi pertenecía... y por lo cual había pasado tantos años envidiándolo y resintiéndole.


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