• VII - Esclavo •
https://youtu.be/waBtt3cFOWA
No sé cuánto tiempo estuve sumido en esa aplastante oscuridad, atrapado entre el sueño y la vigilia; sin ser capaz de despertar, pero sin soñar tampoco. Creí oír música proveniente desde algún lugar. Una melodía familiar... Sonaba suave y atenuada; como viniendo de la distancia.
Una parte de mi consciencia regresó a mí gracias a ella, pero me encontraba todavía muy débil para abrir los ojos. No obstante, la melodía comenzaba a sonar más clara conforme me despertaba y la identifiqué como una voz; una que conocía. La había escuchado recientemente... pero algo me decía que la canción que entonaba esta vez era mucho más antigua que eso.
Y de pronto, volví al campo de hierba de antes por un momento fugaz; solo el tiempo suficiente para ver un rostro dulce frente a mí; pues justo en ese instante, me devolvió de golpe mis sentidos el doloroso espasmo de mi pecho, producto de un súbito acceso de tos.
Al abrir los ojos, el hogar estaba encendido, pese a que la luz de la ventana me indicaba que era de día. Me hallaba acostado en mi sitio de siempre; aunque la estera de Ashun no estaba. Por un momento, me resultó extraña la imagen de nuestra casa a mi alrededor; como si hubiese pasado mucho tiempo lejos y ya no me fuera familiar. O como si hubiese permanecido en aquel campo de hierba el tiempo suficiente como para olvidarla...
—¿Laila? —llamé con debilidad— ¿Ashun?... ¿Inoe?
No obtuve respuesta; la casa se sentía silenciosa y vacía.
—... ¿Eloi?
—El chiquillo duerme. Los demás ya se han ido.
La voz del demonio me alarmó. Viré el rostro en esa dirección y lo encontré sentado frente a la mesa, con los brazos cruzados sobre ella y observándome desde su rostro frío e indiferente. Volvieron a mí las imágenes de antes. El campo de matorrales, el mar y aquel muchachito sonriente... Tuve problemas en creer que fueran la misma persona.
Sin duda había sido solo un sueño.
Me erguí con dificultad. Todos mis músculos resintieron el peso de mi cuerpo y temblé de frío. Me resbaló por el rostro un paño húmedo que cayó sobe mi cama. Al tomarlo en mi mano para que no mojara las mantas me di cuenta de que estaba fresco.
Recordé de pronto la voz que oí antes de despertarme, la cual entonaba una canción, y miré a Eloi con los ojos en rendijas.
—¿Estabas cantando?
—No seas ridículo —espetó el demonio y me quitó la vista para ponerla en el fuego—. ¿Para qué estaría cantando?
Fruncí el ceño, confuso. ¿Eso también lo había soñado? Entonces recordé algo más. Las voces de Ashun y Laila poco antes; aunque estas se sentían más reales. ¿Se habían ido? ¿A dónde?
—¡Mierda...! —exclamé al resolverlo, después de un largo rato— ¡Debería haber entrado ya a trabajar! ¡¿Ashun se fue sin mí?!
—Cierra la boca, me duele la cabeza... —se quejó Eloi, hundiendo los delgados dedos entre los mechones de su cabello—. ¿Crees poder ir a trabajar en ese estado? Convulsionabas de fiebre como un animal agonizante hace solo un momento.
—Pero... ¡si no me presento...!
—Deja de fastidiar. Ashun y tú han estado haciendo horas extras todo el mes; no te meterás en problemas por un día...
Me extrañé. ¿Cómo sabía eso? Pensaba que Eloi se desentendía de todo lo referente a nosotros. Aun así, decidí confiarme de su palabra.
—¿Cómo está Inoe? —pregunté.
—Laila dijo que el té le hizo bien. Se lo dio por la mañana y ahora duerme. —El demonio me dio un vistazo fugaz y después volvió la vista al hogar—. Aún es temprano; tú también deberías dormir.
El claro de sus ojos reflejaba las llamas como un espejo. Sacudí la cabeza al percatarme de que me había quedado viéndolo y me recosté sin más protestas. Me encontraba bastante sumiso con mi hermano menos favorito esa mañana... Quizás se debiera a la fiebre.
Cerré los párpados para ver si podía dormirme otra vez. No me gustaba estar acostado sin hacer nada, pero me sentía demasiado débil para levantarme y debía descansar si quería recuperarme pronto. No podía dejar solos a mis hermanos con todo el trabajo que aún teníamos por delante y menos echarles encima otra carga; teniendo que comprar medicinas y cuidar de otro chiquillo con fiebre del minero.
Pero por más fuerte que cerré los ojos, no pude dormirme otra vez. Y, rendido, me distraje en la danza del fuego en la hoguera.
https://youtu.be/StKlbiCliC0
—¿Qué soñabas antes?
La pregunta inesperada de Eloi me dejó unos segundos sin saber qué responder. No quería que supiera sobre el sueño tan extraño que había tenido con él, pero tampoco tenía la energía mental de inventar algo creíble. En todo caso... ¿cómo sabía que había estado soñando?
—No sé... No lo recuerdo —mentí, tan mal como siempre, sin atreverme a darle el rostro—. ¿Por qué quieres saberlo?
Creí sentir su mirada sobre mí por un tiempo extenso. Después, el demonio suspiró de modo apenas audible.
—Por nada en especial... Estabas muy inquieto.
Otro largo silencio se asentó entre nosotros y yo intenté recordar más fragmentos de mi sueño. Entre más lo pensaba, encontraba más simbolismos extraños en cada aspecto del mismo. A Eloi de niño, juguetón, alegre, lleno de vida; corriendo por la hierba verde y fresca bajo el calor del sol... y al muchacho que era ahora; frío, apático e indiferente, a punto de ser engullido por un mar embravecido.
La noche anterior, durante el relato de Ashun, por más que intenté recordar cómo lucía Eloi antes no había podido hacerlo; pero en mis sueños lo había visto con claridad. Y el corto instante que pasé jugando con él se sentía demasiado real y vívido para ser solo un producto de mi cabeza. Era más como un recuerdo...
¿Era posible que de ese modo fuésemos antes? ¿Acaso hubo algún punto en el pasado en que el demonio y yo nos llevábamos bien?... ¿En qué nos importábamos el uno al otro?
Sentí una gran nostalgia al pensar en ello, aunque no pudiera recordarlo.
—¿Has estado cerca del mar alguna vez? —pregunté a mi hermano y Eloi me clavó una mirada confusa—. ¿Qué? ¿Por qué me ves de ese modo?
Los ojos del demonio me indagaban como si buscasen algo en mi rostro que no pudieran hallar allí.
—¿Tú nunca... lo has visto? —masculló.
—¿Cómo podría? Nunca he salido de la ciudadela.
Eloi lució todavía más desconcertado por ello. A veces parecía olvidar que era el único con esa clase de privilegios.
—Ha de ser muy hermoso —murmuré.
El demonio se quedó en silencio por otro rato. Parecía reflexionar sobre algo. Al final cerró los ojos en un largo pestañeo y desvió la vista.
—No me gusta el mar... Lo detesto.
—¿Por qué? —Inquirí, casi en un grito.
Eloi se tomó tanto tiempo para responder que creí que no lo haría. Pero, al final de un respiro, me sostuvo su mirada fija.
—Es demasiado ruidoso. —Sin necesidad de que sonriese, creí percibir en él cierto aire socarrón. Rodé los ojos al verme aludido por su indirecta.
Sin embargo, no parecía bromear con respecto a lo primero. Y no pude entender cómo alguien podría odiar el mar; por mucho que se tratara de Eloi, que odiaba todo.
Yo no había estado nunca cerca del océano, a pesar de que lo teníamos muy cerca. Solo lo había visto una vez, representado en mosaicos en el mural de un hamán en el ribete, y sabía que allí desembocaban los canales que surcaban la ciudad. Los altos señores, en cambio, acudían allí cuando les placía. Imaginé que cuando el amo Mailard sentía ganas de visitarlo, Eloi de seguro lo acompañaba.
—¿Cómo luce?
—Es azul.
Su respuesta me suscitó una leve risa, entorpecida por la tos, la cual le hizo levantar una ceja.
—No el mar —me carcajeé—; me refería al amo Mailard.
El cambio en su semblante fue inmediato y supe que había hablado de más. Eloi me quitó el rostro y se le torció con disgusto:
—¿Qué importa cómo luzca? Nunca lo vas a conocer.
Su respuesta hostil borró todo mi buen humor. Pero no tenía las fuerzas suficientes ni siquiera para discutir con él... Muy por el contrario, mi primer impulso fue el de disculparme por preguntar para zanjar el asunto allí; pero, obra del breve aliento que inhalé para armarme de valor, me atacó una tos escandalosa que hizo que convulsionara de modo patético sobre mi estera.
https://youtu.be/5aaTr6WtgV8
Escuché el entrechoque de la tapa de la caldera con agua y, poco después, apareció el cucharón rebosante frente a mi rostro. Eloi lo sostenía cerca de mis labios. La última vez que había tenido al demonio así de cerca me había partido la boca de un puñetazo, así que bebí con recelo. Aun así, el agua ayudó a refrescar mi garganta y calmar mi tos.
Llevé de modo reflejo las manos al utensilio para inclinarlo y beberme hasta la última gota, pero en cuanto sentí mis dedos rozar sus manos aparté las mías de inmediato y le clavé la mirada, en espera de su reacción. No obstante, los ojos del demonio huyeron a los míos y no dijo nada.
—Gracias... —dije en un susurro.
—No te habitúes. Más te vale no enfermar al igual que el chiquillo; ya es bastante repugnante vivir con un solo mocoso enfermo.
Me armé de paciencia para no hacer ningún comentario al respecto.
Eloi no regresó a la mesa. En cambio, dejó el cucharón en el mesón de la cocina y vino a sentarse cerca de la hoguera, junto a mí. Y una vez frente al fuego, extendió las manos para calentárselas al calor de las llamas en lo que yo volvía a recostarme. Resultaba extraño tenerlo tan cerca y, lo que era más insólito todavía, recibir cuidados de su parte; aunque estuviese haciendo un pésimo trabajo a la hora de hacerme sentir menos culpable por enfermarme.
Volví a quedarme prendado del reflejo del fuego en sus irises. ¿De dónde habría sacado esos ojos tan extraños? Demasiado azules para ser verdes... y al mismo tiempo demasiado verdes para ser azules. Y el azul, en cualquiera de sus gamas, era una rareza en Yrose.
—Es muy alto y tiene mucho vello —dijo de pronto.
—¿Huh? —enarqué una ceja.
Mientras que con Ashun podíamos llegar a saber los pensamientos del otro con solo mirarnos, me di cuenta de que Eloi y yo teníamos un serio problema a la hora de comunicarnos. Quizás se debiera a que no estábamos acostumbrados a conversar el uno con el otro para empezar...
—Mailard —me recordó Eloi, con aspereza.
Él jamás lo llamaba «amo» como Ashun o yo; pero tampoco usaba «Syd», como era lo usual para un joven al dirigirse a un hombre mayor respetado. Me pregunté si lo llamaba «Mailard» en su propia cara.
—¿Es gordo? —pregunté, alentado por su inclinación a responder.
Eloi torció una mueca. No le agradaba hablar de su señor; eso ya lo sospechábamos... pero si nunca iba a conocerlo al menos quería tener una idea de cómo lucía el hombre en cuya casa vivíamos.
—Más bien es robusto. Grande... Parece un oso.
—«El Oso Bermejo» —recordé. Le quedaba—. ¿Es pelirrojo?
—Tiene el cabello negro, igual que la barba. Pero se ha puesto más canoso con cada año que pasa.
—Entonces es viejo.
El demonio me hincó un gesto ceñudo.
—¿Por qué de pronto quieres saber estas cosas?
—No sé —me encogí de hombros—. Es que cuando me lo imagino... siempre pienso en un hombre viejo y obeso.
Eloi suspiró.
—... Ronda los cincuenta años.
Su respuesta me sorprendió. De manera que no era tan viejo...
—Lo llamaste Zahir la otra noche. ¿Ese es su nombre?
—Zahir Bin Mailard. Los altos señores usan dos nombres.
Bufé. Desde luego que tenían que ser superiores incluso en eso.
—¿Por qué?
—Llevan su nombre y el de su padre. «Bin» significa «el hijo de...». Igual que «Ibn».
—O sea que «Mailard» es en realidad el nombre de su padre. —Ahora lo comprendía—. ¿Tiene mal carácter? ¿Cómo es vivir con él?
—Basta ya —siseó Eloi. Lucía al límite de su paciencia cuando lo miré—. Estás empezando a marearme.
—Lo siento —susurré. Reconocí que me estaba excediendo...
A pesar de todo, me sentí feliz de mi logro. Mi hermano jamás iniciaba las charlas, pero tampoco se me hubiese ocurrido que podría tener con él algo parecido a una si yo lo hacía. Y solo en el último cuarto de hora había descubierto que no era tan difícil como me había imaginado; bastaba con hacer preguntas cortas y no ahondar demasiado en las respuestas.
Salté a otra interrogante que tenía desde hace unas semanas:
—¿Quién era ese sujeto? —Recordé al hombre gigantesco—. El que vino a buscarte aquel día. Es uno de sus esclavos, ¿verdad?
Mi hermano hizo una mueca desdeñosa, como si hubiese saboreado vinagre. Con claridad era otra persona de la que no le agradaba hablar; pero respondió con mayor soltura que si se tratase del amo Mailard:
—No es cualquier esclavo; es su guardaespaldas personal. Es un guerrero formidable... Lo lleva a todas partes con él.
Me estremecí.
—¿Por qué lo envió a él en específico? Me refiero... a un soldado. ¿Por qué si, de todos modos, no puede usar la fuerza contigo?
—Porque alguien como él no necesita usar la fuerza conmigo para amedrentarme. Y Mailard lo sabe —dijo Eloi, con acritud.
Fruncí el ceño con su respuesta. Y entonces recordé su amenaza de ese día y lo comprendí todo. «A ti no te haré nada». Se refería a nosotros. Y lo que hizo que Eloi le obedeciera fue la advertencia implícita de que podría hacernos daño; como se lo había hecho a Ashun. O peor...
Pensar en el incidente de aquella mañana hizo que mi cabeza trabajase por sí sola y me llevase a recordar algo que alcancé oír antes, cuando deliraba de fiebre. Abrí los ojos, alarmado, y me erguí en mi estera. El paño de mi frente volvió a resbalar por mi rostro, pero no me preocupé de recogerlo esta vez y empezó a mojarme las rodillas.
—¡¿Tú no deberías estar en casa del amo Mailard ahora mismo?!
—Eso no te incumbe —espetó el demonio.
—¡Claro que me incumbe! ¡Si no te presentas allí...! —La imagen del brazo de Eloi cubierto de aquellos horrendos cardenales amoratados; las marcas en sus costillas; su cojera... Todo vino de golpe a mi cabeza y apreté los párpados, preocupado—. Tienes que acudir ahora mismo...
Eloi tomó el paño mojado de mis rodillas y lo arrojó a un lado, sobre la madera. Parecía tenso, pero le estaba tomando más que nunca estallar, a pesar de que yo había cruzado la línea varias veces.
—Deja de parlotear —se quejó—. Me quedé a cuidar de ustedes solo para que Laila y Ashun no pierdan sus trabajos. Además, ya envié de vuelta el carruaje. Ya está hecho.
—¡Pero...! —Intenté razonar con él, mas no tenía cómo rebatir sin hacer mención a lo ocurrido la mañana que entré en su cuarto.
Sabía que no debía volver a hablar de eso; que con hacerlo solo reavivaría la ira del demonio... Y no estaba seguro de poder manejar una paliza en mi estado actual. Aún faltaba mucho para que Ashun y Laila regresaran. Para entonces, Eloi ya estaría despegándose pedacitos de mí de las suelas de los zapatos. Pero no podía conformarme y dejar el asunto así.
—Si enfureces al amo Mailard... pasará lo de la última vez.
Eloi apretó los labios y me arrojó un vistazo por el rabillo de su ojo antes de volver la vista al hogar.
—No enviará a Astor solo porque me retrase un poco. Me iré en cuanto lleguen los demás, si es lo que tanto te preocupa.
—¡No se trata de eso! —«Me preocupas tú». Pero no podía decirle eso... Por un lado, yo mismo tenía dificultades en reconocerlo. Y por el otro, él jamás me creería—. Me refiero... a lo que te ocurrió después.
https://youtu.be/_PXuOdja0e4
Los ojos de turquesas de Eloi volvieron a arder, a punto de estallar en llamas. Tragué saliva en cuanto me miró, rogando que mi estado fuera lo bastante lastimoso como para despertarle algo de piedad y que no me moliera a golpes después de lo que iba a decirle.
—Eso... fue lo que pasó, ¿verdad? El amo Mailard te castigó por no acudir con él. —Eloi hacía esfuerzos evidentes por domeñarse; algo muy raro en él. Guardó silencio, quitándome la vista con aspecto tenso; pero yo insistí—. ¿Qué fue lo que te hizo para dejarte esas marcas?
—¡¡Por una mierda...!! —estalló al fin y dejó su sitio junto a mí para ponerse en pie, con la evidente intención de estrangularme centelleando en su mirada—. ¡¿No puedes solo apreciar con la boca cerrada lo que los demás hacen por ti?! —Dio un manotazo a ras del mesón de la cocina y el cucharón salió volando y fue a estrellarse en la pared.
Supe, por el modo en que se torció su expresión y por el siseo que huyó de sus labios, que le había dolido; pues era de hierro. Lo observé atónito, con una entremezcla desconcierto y miedo.
—No tienes para qué reaccionar así, solo te hice una pregunta.
—¿«Una pregunta»? No has dejado de interrogarme desde que despertaste. —Exhaló, cerrando los ojos con fuerza, y se llevó exasperado una mano a la frente, crispando los dedos en su cabello cobrizo—. Siempre tienes que saberlo todo... ¡Nunca estás satisfecho con nada, mocoso malagradecido!
Mis fuerzas regresaban con fiereza; lo supe porque toda intención de portarme dócil se evaporó de golpe. Siempre que pensaba que habíamos superado nuestras diferencias el maldito genio de los dos volvía a hacernos pelear mucho peor que antes.
Eché las mantas a mis pies con rabia, empezando a acalorarme:
—¿Malagradecido yo? ¡¿Y qué hay de ti?! ¡Nunca se puede hablar contigo de nada! ¡Reaccionas de este modo cada vez que alguien intenta acercarse a ti, incluso cuando todo lo que intenta hacer es ayudarte! ¡¿Tan grande es tu deseo de que toda la gente que se preocupa por ti y que te quiere termine por detestarte un día?!
Eloi selló los labios y me observó con desconcierto, sin que otra palabra volviera a salir de ellos.
Yo no podía creer lo que acababa de ocurrir: había silenciado al demonio. Pero no pude alegrarme por ello, porque me pareció, aunque hubiese sido por el más corto instante, que lo que había cruzado las facciones de mi hermano había sido algo muy parecido al dolor.
—No preciso del amor de nadie —aseveró, arrogante.
El rostro se me desencajó y las comisuras me temblaron de ira.
—¿Cómo puedes decir eso? —Agradecí que Ashun y Laila no estuviesen ahí para escucharle.
—El mundo se rige por cosas muy diferentes al amor —sentenció el demonio—. Tendrías a bien aprenderlo ahora. Yo lo aprendí hace mucho...
—Te equivocas —discrepé—. Es por amor a nosotros que Ashun trabaja hasta que ya no puede más. Por amor Laila es capaz de arriesgarlo todo y poner su propia vida en juego. ¡Y eso te incluye, Eloi, maldita sea, sabes que no hay cosa que no harían por ti! ¡Es gracias al amor que sentimos por él que Inoe se ha mantenido con vida! —La voz comenzaba a temblarme de modo lastimero, pero no pude detenerme. Me había levantado de mi lecho para empinarme hacia él—. Lo que es más... algo hizo que trajeras medicina para él la otra noche. Y... algo tuvo que hacerte salir a buscarnos al Ribete, cuando nos salvaste.
Eloi parpadeó con los ojos muy abiertos. Distendí una sonrisa; una que no llevaba el menor rastro de alegría; pero tampoco de sorna. Una que era solo triste y que me resultó dolorosa.
—Incluso... quizá fue por algo parecido que te quedaste hoy a cuidar de mí, arriesgándote a sufrir otra vez lo que sea que te haya ocurrido antes. —Exhalé un largo respiro—. He comenzado a pensar... que no eres el monstruo que te empeñas en hacernos creer que eres. Solo que... en realidad desearía saber por qué te gusta hacer que lo creamos.
Se hizo un silencio sepulcral. De fondo, el crépito del fuego se oía lejano. El sonido de su respiración y la mía, altas y arduas, ahogaba cualquier otro. Ahora estaba seguro de que había conseguido enfurecerlo. Pude sentirlo una vez más; la estática en el aire... Vi la bofetada que venía en el modo en que su brazo se tensó a su costado. Pero esta nunca llegó.
—No eres más que un crío —resolvió Eloi. La sangre me hirvió en las venas porque eso fuera todo lo que tuviera para decir—. Espero que el día en que te estampes contra la realidad el golpe no sea tan duro.
Inhalé un aliento para seguir increpándolo. Sentía que tenía tantas cosas que quería decirle; que quería preguntarle; que quería echarle en cara... Pero eran demasiadas como para que pudiera decidir en un lapso tan corto de tiempo por cual de todas empezar.
Antes de darme tiempo, la voz de Inoe viniendo desde el otro cuarto y llamando a Laila me arrebató la oportunidad. Y, sin más remedio, le di la espalda al demonio para acudir con él. Me paré por algunos instantes sobre mis pasos, antes de entrar en el cuarto, buscando qué decir para no dejar las cosas así... pero entendí que era inútil. Y Eloi no dijo nada tampoco.
https://youtu.be/_IS5zYv8Zgo
Encontré a Inoe sentado en la cama con aspecto de apenas haber despertado. Me regaló una sonrisa dulce cuando me aproximé y toqué su rostro. No tenía fiebre y su respiración se oía regular y clara; sin rastros de flema. Me alegré por ello. Significaba que la medicina empezaba a hacer efecto y que, si seguíamos el tratamiento al pie de la letra, era posible que Inoe se curase muy pronto.
—¿Estaban peleando otra vez? —preguntó nuestro pequeño hermano, y negué con la cabeza, intentando imaginar cuánto de nuestra conversación habría oído para llegar a esa conclusión.
—No fue nada importante. ¿Puedo acostarme a tu lado?
Dio una cabeceada, emocionado como si le hubiese sugerido la mejor idea del mundo, y se movió sobre la cama para hacerme espacio.
Laila y yo teníamos casi la misma estatura; si acaso ella era más alta por un par de centímetros, de manera que no me costó acomodarme junto a Inoe del mismo modo en que ella solía hacerlo. Él se abrazó de inmediato a mi cuerpo. La cama era más cómoda que mi estera, así que, en cuanto puse la mejilla sobre la coronilla de la cabeza de Inoe, una agradable ligereza se apoderó de mis miembros.
Estuvo algún rato torciendo mechones de mi cabello alrededor de sus pequeños dedos y, arrullado por la sensación, sumada a su respiración tibia y suave junto a la mía, y a su aroma dulce de niño, sentí que me rendiría pronto al sueño.
—Yo no creo... que Eloi sea un monstruo —dijo Inoe de pronto, trayendo de vuelta de golpe la consciencia que empezaba a abandonarme.
Abrí los ojos y lo observé perplejo, pero él ya había cerrado los suyos y parecía que estaba por dormirse otra vez.
Aunque procurábamos guardar de él todo aquello que estimábamos que un niño de su edad estaba mejor sin saber —cosa que sabía que Ashun y Laila hacían a su vez conmigo— Inoe era más astuto de lo que todos le dábamos crédito. Y se daba cuenta de más cosas de las que mostraba.
Reflexioné en sus palabras. Pensé otra vez en el muchachito de mi sueño; el pequeño Eloi... Y después en el demonio triste, sumergido en el mar. Y fue solo entonces que me di cuenta de algo. Si yo no había visto nunca el mar... ¿cómo podía saber de qué manera lucía?
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https://youtu.be/xWPQ3gvNjhw
Desperté gracias al sonido de la puerta cuando ya era de noche. Lo supe por lo oscura que estaba la habitación y porque distinguía el resplandor de un par de velas al otro lado de la cortina. Laila nos observaba dormir acuclillada junto a la cama con los brazos cruzados sobre el jergón.
—Inoe es mío —bromeó— Tú puedes dormir abrazando a Ashun.
Me reí y observé a Inoe a mi lado, acurrucado contra mí como un gatito. Laila tocó mi frente, y el tacto de su palma no transmitió el malestar típico de la fiebre, por lo que supuse que esta se había esfumado. Mi hermana exhaló aliviada y se puso de pie. Yo miré hacia la negrura alrededor de los postigos cerrados de la ventana. No creía posible haber dormido tanto; no recordaba haberlo hecho así en mucho tiempo.
—Tienes mejor aspecto. Estaba muy preocupada esta mañana... ¡ardías en fiebre! —Apreté los labios, culpable—. Incluso delirabas. Repetías una y otra vez el nombre de Eloi.
Sentí que mi rostro volvía a tornarse febril al entenderlo. Por esa razón Eloi me lo había preguntado... O sea que me había oído... Le quité la vista a Laila, humillado al pensar en lo patético que debía haberme visto.
—Que extraño... —murmuré al incorporarme.
—Y que lo digas. —Laila se rió, buscando una muda de ropa en su arca—. Pensaba que sería la última persona a la que querrías tener cerca en tu lecho de muerte.
—Lo es. Ojalá no se hubiese quedado aquí. Hoy no se le olvidó ser un imbécil conmigo, como siempre; ni siquiera porque estaba enfermo —alegué, intentando borrar de la cabeza de Laila esa idea estúpida de que había estado llamándole porque le hubiese querido cerca o algo por el estilo. Todo había sido por culpa de un sueño tonto—. Como sea, ¿ya se ha ido?
—Se acaba de ir. Y Ashun está en la cocina preparando el té de Inoe. Yo me pondré a cocinar; a ver qué puedo hacer con lo poco que tenemos.
En lo que hablábamos, Laila se libró de la ropa de trabajo, quedándose solo con la delgada camisa interior, para después quitarse los pantalones y cambiarse a una de sus faldas. Estaba tan acostumbrada a vivir con cuatro muchachos que en algún punto había dejado de importarle que la viéramos desnuda o ella a nosotros.
A mí me era imposible ver a Laila del mismo modo que a cualquier otra chica, pese a que era muy bonita y que no teníamos ningún lazo sanguíneo. Éramos quienes más se parecían entre sí. Teníamos los dos el cabello negro y la piel del color de la canela, aunque nuestros ojos no podían ser más distintos; pues mientras que los de ella tenían un marrón claro y melado; un color frecuente en Yrose, en especial en las mujeres; los míos —según sabía ahora solo gracias al espejo de plata en el cuarto de Eloi— no parecían tener ningún punto de marrón; pero tampoco eran verdes, como también era habitual en los varones, sino que eran oscuros como aceitunas de empeltre. Aun así, para mí, Laila era mi hermana. Y ella debía vernos a nosotros del mismo modo.
Empecé a preguntarme si alguna vez había estado enamorada. Aún si la clase obrera no podía casarse ni tener hijos, éramos humanos. Ashun había albergado sentimientos por una muchacha tres años mayor que él cuando tenía catorce, pero al cumplir los dieciocho esta fue enviada al distrito militar, en donde de seguro habría engendrado hijos para luego ser vendida como esclava a otra nación.
No me gustaba pensar en el día en que Ashun, Laila, Inoe y yo debiéramos ser separados para no volvernos a ver. Hacerlo me ponía demasiado triste; de manera que prefería disfrutar tenerlos a mi lado por el momento; no importaba cuanto durase. Ashun y Laila irían al distrito militar al mismo tiempo. Había una ínfima posibilidad de que fuesen comprados por la misma persona al cumplir el plazo de ser vendidos y pudiesen vivir juntos.
En cuanto a mí y a Inoe... estaríamos solos. Pero era el destino de todos al convertirnos en adultos. Uno del que ni siquiera Eloi se salvaría. Él también crecería algún día; su rostro se volvería tosco al hacerse hombre y con toda certeza perdiera gran parte de la hermosura delicada que lo caracterizaba. Y entonces, ya no tendría lugar en la casa de un alto señor. Pero su destino no estaba claro para mí. ¿Pasaba un muchacho de tenerlo todo a ser vendido como esclavo al mejor postor?
Después de dar a Inoe su té y que Laila le diera la comida en la habitación para que no se enfriase al levantarse, los tres mayores nos reunimos en la cocina a cenar sopa de verduras con avena. No era un festín, pero todavía teníamos que ahorrar y era algo con qué llenar el estómago.
—Está bueno —comentó Ashun y sorbió su cuenco con apetito.
Yo no podía sentir bien el sabor, pero mi garganta irritada agradeció la facilidad con que el caldo tibio se deslizaba por ella.
—¿Qué dijo el maestro Sinon por mi ausencia? —pregunté a Ashun.
—Nada importante. Solo que te cortará una mano y te meterá en una celda hasta que te crezca —dijo mi hermano, después de sorber su escudilla con toda la calma del mundo—. Yo que tú faltaría mañana también.
—Ashun... —Laila meneó el rostro, curvando las comisuras hacia arriba.
Mi hermano mayor se rió con las mejillas llenas y, después de tragar, me dedicó una sonrisa que respondí entornando los ojos en reproche por su mala broma.
—No se molestó. Dijo que hemos estado trabajando muchas horas extras y que lo dejará pasar por esta vez, pero que mañana debes presentarte allí sin falta. Si sigues enfermo, él mismo te enviará a casa.
—El maestro Sinon es un buen hombre —opinó Laila—. La mayoría de los maestros se toman sus tareas como si fuesen verdugos.
—Tampoco castiga nunca a nadie severamente —concordé—; claro, a menos que se trate de casos serios.
Ashun coincidió con una cabeceada.
Todas las marcas de látigo en su espalda databan de nuestro trabajo en las minas de carbón, bajo el cargo de un maestro cruel, antes de que nos sonriera la fortuna y nos trasladaran a obras de construcción. Yo no tenía ninguna marca, pues los castigos más severos que había recibido habían sido golpes de varilla; que si bien dolían, no dejaban cicatrices. Todos los de látigo... se los había llevado Ashun en mi lugar.
https://youtu.be/FuZJtWflfMk
Pero los físicos no eran los únicos castigos posibles. También se le podía quitar a uno el salario por un par de días. Eso era peor que un golpe, pues un golpe sanaba; mientras que sin salario, uno no comía.
Según sabía, los esclavos de los altos señores eran quienes se llevaban los peores castigos. Desde ser azotados hasta arrancarles la piel de las espaldas, hasta ser desechados por sus amos y acabar haciendo trabajo forzado en los calabozos del distrito militar, forjando armaduras y armas; herrando caballos y construyendo campos de entrenamiento, sin salario, y con una vida miserable. Por otro lado, los sirvientes no solo arriesgaban a que su libertad fuese revocada y volver a ser esclavos, sino sufrir el mismo destino de los primeros, sin la posibilidad de volver a obtener la emancipación.
Aquello hizo que empezara a pensar otra vez en Eloi y en el motivo que había suscitado esa mañana una nueva pelea entre nosotros. Quería mantener mi promesa... Y ahora estaba seguro de que ni Ashun ni Laila estaban al tanto de la situación, o Eloi no se hubiese puesto así antes al enterarse de que yo lo sabía. Él temía que yo se los dijera.
Determiné hacer indagaciones propias:
—Eloi ha vuelto a ir tarde a casa del amo Mailard —mencioné, como si no le diera mucha importancia.
Laila apartó su escudilla vacía y reposó los codos en la mesa.
—No se puede hacer nada; él lo decidió...
—¿Creen que lo castiguen por ello? —insistí.
—En verdad espero que no —suspiró mi hermana.
—¿Qué clase de castigo recibe un mozo de compañía, de todas formas? —tanteé.
Laila y Ashun se dedicaron una mirada entre ellos.
—¿Por qué lo preguntas? —inquirió Laila, con los ojos en rendijas.
—No les pueden quitar el salario, pues no ganan uno —aventuré—. Y si su aspecto es una parte tan importante de su trabajo, imagino que no pueden recibir golpes... ¿no?
Ashun se sumió en un silencio mortal. Revolvía su cuenco en el que aún quedaba caldo como si hubiese perdido de pronto el apetito. Supuse que estaba preocupado por nuestro hermano y que mis preguntas al respecto no ayudaban. Pero si alguien podía saber algo al respecto era él; pues era el único a quien Eloi podía habérselo contado:
—¿Él te lo ha dicho? —le inquirí.
Noté que Laila lo contemplaba ceñuda, atenta a su respuesta. Nuestro hermano rompió su silencio al cabo de un rato:
—No creo que reciban castigos muy duros. Después de todo, su trabajo no tiene mucha cabida a meter la pata.
Aquello me dejó un poco más tranquilo. Pero Laila no parecía estar convencida. Se levantó y empezó a reunir las escudillas sucias.
—Pues yo pienso que, mientras sus rostros no sean malogrados, pueden sufrir castigos como cualquier otro esclavo —adujo—. Eso es lo que son, a fin de cuentas; por mucho que vivan en mejores condiciones.
Levanté perplejo el rostro al oírla. De pronto todo tenía sentido. Era la razón de que ninguno de nosotros hubiese visto nunca ningún signo de maltrato en Eloi. Era debido a que las porciones visibles de su cuerpo eran dejadas intactas a conciencia.
Mientras que el resto...
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https://youtu.be/-yHm7Sw27yQ
Después de comer, Ashun se acostó a dormir y yo me quedé ayudando a Laila a fregar los platos. Procuramos hacerlo en silencio y a la luz de una sola vela para dejar a nuestro hermano descansar. Después, la acompañé a afuera a verter el agua sucia del barreño.
—No deberías estar en el aire. Esta mañana tenías fiebre —me riñó ella.
—Ya me siento mejor —refunfuñé.
En lo que Laila inclinaba el barreño para vaciarlo, mi mirada transcurrió por la calle y fue a detenerse en las murallas exteriores de la ciudadela. Una gaviota sobrevoló por encima de una de ellas. Si uno prestaba atención, a veces era posible oír el rugido del mar a la distancia. Aunque era muy tenue y bajo... como un susurro.
—¿Has visto el mar alguna vez? —pregunté a Laila.
Ella negó y vino a sentarse junto a mí.
—Me encantaría verlo algún día. Solo lo he visto en pinturas; una vez en la casa de un noble. Luce maravilloso...
—¿Ashun lo ha visto?
—No lo creo. —Mi hermana me indagó con una ceja en alto—. ¿Tú sí?
Le dije que no con la cabeza. De eso estaba seguro. Pero entonces....
—Creo que soñé con él —admití—. Pero es imposible, porque nunca lo he visto. ¿Se puede soñar con algo que no conocemos?
—Quizá lo viste en otra vida.
Alcé la cabeza con rapidez para mirar a mi hermana:
—¿«Otra vida»? ¿Qué quieres decir?
—Lo leí en un libro una vez —reveló—. Debía recoger un encargo en la casa de un noble y, en lo que preparaban el paquete, me dejaron esperando en una biblioteca. El remitente era un hombre muy amable. Me preguntó si sabía leer y le dije que sí, así que dijo que podía leer alguno de sus libros para pasar el rato. Elegí cualquiera y resultó ser un libro sobre Milwan. La gente allá cree que, después de morir, un alma puede volver a nacer y vivir una vida diferente como otra persona.
Parpadeé, perplejo. En Yrose la creencia era que había un lugar a donde iba la gente después de la muerte; pero no como otra persona, sino como uno mismo. Lo conocíamos como «Paraíso». No podía imaginarme renacer como alguien diferente y vivir otra vida en este mundo.
Pero Laila tenía un aspecto maravillado en el rostro:
—¿Lo imaginas?
—No me gusta la idea —admití y ella me escudriñó.
—¿Te gusta nuestra vida?
Mi primer instinto fue decir que sí, pese a todo, pero no se trataba solo de eso. El único consuelo para los obreros de Yrose ante el hecho de ser separados para siempre de nuestros compañeros un día, era el de encontrarnos de nuevo en aquel lugar después de la muerte. La idea que proponía Laila descartaba por completo esa posibilidad. El solo pensarlo me espantó.
—Me gusta vivirla con ustedes —aseveré—. No querría vivir otra vida, como otra persona, en otro sitio... si no los tuviese.
Laila curvó una sonrisa conmovida y me besó la cabeza.
—Tienes mucha razón.
—¿Qué más cree la gente en otros lugares?
Mi hermana miró alrededor para asegurarse de que la calle seguía desierta y redujo su voz al volumen de susurros:
—En Çoscum, Mahashtán y otros sitios, la gente cree en deidades «superiores». En seres de mucho poder que no son de este mundo. Conocen el pasado y el futuro, deciden lo que es bueno y malo, y cuidan de las personas.
—¿De todas las personas? ¿De todo el mundo? —indagué y ella dio una cabeceada—. Eso es muy tonto. Si cuidan de las personas, entonces... ¿por qué tantas personas sufren?
Laila se mordió los labios y encogió los hombros.
—... No lo sé, Yuren. —Se levantó de mi lado y fue a sacudir el barreño para librarlo de los residuos de agua.
—Tal vez... esas deidades se han olvidado de Yrose —musité.
—No le digas a Ashun que te he dicho esto —me dijo mi hermana—. Ya sabes cómo se pone con estas cosas... Tampoco es conveniente que lo divulgues por ahí. No se supone... que hablemos de esto.
—¿Por qué? —ladeé el rostro buscando el suyo, pero ella lo rehuyó.
Abstraída, le dio una sacudida con poca fuerza al barreño:
—Existieron creencias similares en Yrose alguna vez, hace mucho, mucho tiempo... pero ellos las erradicaron. No puede existir nada para nosotros que sea superior a los altos señores. Todo lo que quedaron fueron seres malignos; como los jinn, ifrit, cheitan y esas cosas.
—¿Cómo sabes todo eso?
—Eloi me lo contó una vez. Lo leyó en un libro en la casa de su amo.
En lo que ella se secaba las manos al aire, me senté en la escalinata de la casa cerrando la puerta a mis espaldas para que el frío no apagase la hoguera.
Gracias a sus palabras me había olvidado del tema anterior y había vuelto a pensar en nuestro hermano.
—¿Qué quisiste decir antes? —pregunté a Laila—. Cuando dijiste que Eloi es un esclavo como cualquier otro.
Laila vino a sentarse junto a mí en la escalinata, con el barreño a sus pies, y estiró las piernas al tiempo que se sobaba las rodillas adoloridas. La quietud de la noche era absoluta.
—Brazaletes de hierro o de oro y piedras preciosas... Son cosas diferentes que significan lo mismo: ser de la propiedad de alguien más.
Su conclusión me dejó helado. Seguía sin poder concebirlo.
—No hay forma en que puedan compararse —rebatí—. Eloi viste las mejores sedas, cena festines sentado a la mesa con su amo y su familia como si fuera uno más de sus hijos... Toda la casa del amo Mailard es la suya. Si lo quisiera viviría allí, al abrigo del frío y del sol... No se ensucia, no corre ningún riesgo, no realiza labores pesadas...
—No es eso a lo que me refiero —replicó Laila—. Sí, tiene todas esas comodidades. Pero es alguien sin derecho a un salario, igual que un esclavo. Y mientras que nosotros tenemos un horario fijo para trabajar, después del cual podemos reunirnos a comer y descansar, Eloi debe acudir a la casa de Mailard cuando sea que es llamado; sin importar si ha dormido o no, si está enfermo o si siente malestar o dolor... Incluso los pocos días que su amo le concede, los puede revocar con la misma facilidad.
Me quedé mudo, sin cómo objetar a ello. Lo que decía Laila... era lo que había ocurrido el día del sol en que se suponía que Eloi descansaría, cuando Astor se lo llevó por la fuerza.
https://youtu.be/5Gl4UhXHjfc
—A decir verdad... —dijo Laila, denotando una profunda tristeza en su mirada amielada—, siento mucha lástima de Eloi.
Parpadeé, incrédulo por cómo sonaba aquello. Aun cuando todos los argumentos de Laila tenían perfecto sentido, todavía me costaba asimilar que personas en nuestra posición pudieran sentir pena por alguien como él. La envidia era todo lo que yo había conocido hasta el momento.
—¿Por qué lo dices?
—Todo el tiempo cansado, ensimismado, sin apetito, tan alejado de todos... A veces desearía con toda el alma que no hubiese elegido este camino. Que trabajase como nosotros. Una vida difícil, sí; pero con la libertad de sentarte a una mesa con la gente que te quiere y de descansar todas las noches. A veces pienso que, de haber sido de ese modo, Eloi seguiría siendo el mismo chico. Daría lo que fuera por verlo sonreír otra vez, del modo en que lo hacía antes....
El pecho se me apretó. Nunca había visto las cosas desde ese punto de vista. Siempre creí que Ashun le protegía en exceso; pero escucharlo de boca de Laila cambió por completo mi perspectiva de las cosas.
—¿Por qué no renuncia entonces? —Inquirí. Me negaba a creer que Eloi fuera una víctima. ¿Por qué continuaba al lado de su señor? Un obrero podía abandonar su trabajo. ¿Acaso tenía miedo de Mailard?, ¿o estaba demasiado acostumbrado a las comodidades? No valían la pena si implicaba ser un prisionero. No tenía sentido para mí—. Podemos volver a vivir en algún asentamiento. Todos los demás chicos viven así. Y él podría trabajar en cualquier cosa. Claro, le costaría acostumbrarse... pero su aspecto no es todo lo que tiene. Es muy listo y además es letrado. Tarde o temprano encontraría un trabajo que...
—No, Yuren, no es tan fácil —suspiró Laila, con un meneo de cabeza—. En realidad... hay otra cosa en la que un mozo es igual que un esclavo. —Su rostro se ensombreció y yo esperé ansioso por su explicación—. Desde el momento en que un muchacho acepta ser mozo de compañía de un alto señor, renuncia por completo a su libertad. Pasa a pertenecer a su amo como una propiedad; un objeto sin voluntad... Es un contrato irrevocable.
Observé atónito a Laila. No tenía idea de que fuera de ese modo. ¿Por qué hasta ahora me enteraba?
—¿No hay forma en que pueda retractarse?
—No, no la hay. Al convertirse en un mozo cedió su derecho sobre sí mismo a su amo y ahora es suyo hasta que este decida que su compañía ya no le es grata, y opte por prescindir de él. Eloi podría ser liberado mañana... o podría no ser liberado nunca; no importa qué edad cumpla, esta no es garantía para un mozo; así como no la es para un esclavo.
Tragué saliva, sumido en un silencio funesto.
—... ¿Por qué lo haría? ¿Acaso... nadie se lo dijo?
—Es estipulado en el contrato que firman el mozo y su amo. No hay forma en que no lo supiera.
—Entonces... ¿por qué? —Mi voz fue apenas un jadeo débil.
Laila subió la escalinata y abrió la puerta, pero la sostuvo junta antes de concedernos la entrada:
—Quizá él solo... creyó que hacía lo correcto.
Incluso luego de que Laila entró en la casa, hubo de llamarme un par de veces para hacerme entrar y lo hice de forma refleja. Tenía demasiadas cosas que procesar y sentía que mi cabeza no daba abasto...
Nunca hubiese creído la magnitud de la decisión que era convertirse en un mozo acompañante. Pero lo que me resultaba más difícil de asimilar era el hecho de que estos eran elegidos a muy temprana edad. Cualquier muchachito joven, pobre y con ansias de una vida menos miserable aceptaría los términos. Y Eloi lo había hecho. Había renunciado por completo a su vida y a todas sus posibilidades, sin saber lo que estaba haciendo. Con su inteligencia y sus talentos, a la hora de ser vendido él hubiese podido aspirar a una vida mejor que la de cualquiera de nosotros. Pero había sido por completo despojado de esa opción.
Y ahora era un esclavo. Un esclavo con grilletes dorados y ornados de gemas preciosas... pero un esclavo al fin.
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