• VI - Tiempos felices •
https://youtu.be/ayEnJUtnSg8
Durante la semana siguiente, mis hermanos y yo trabajamos duro, de sol a sol; ocupando a veces nuestra hora de descanso y haciendo sobretiempo después de la jornada. Laila tomaba cada encargo que podía en el despacho de mensajes; incluso si debía atravesar corriendo toda la ciudadela, y Ashun y yo nos turnamos para hacer guardia en la obra por las noches, para así poder echar mano de cada dinar extra que pudiésemos reunir para costear el tratamiento de Inoe.
Además de eso, reservamos cada día una cuarta parte del dinero destinado a víveres para ahorrarlo también; de manera que, en adelante, tendríamos que racionar de forma estricta la comida.
No obstante, así como todo esfuerzo tendría su recompensa, también había un precio que pagar. Y habiendo trabajado demasiado, dormido poco y comido de forma deficiente, para cuando el mes acabó, los tres teníamos los huesos hechos polvo.
Llegó el primer día del sol del mes quinto del año. Me desperté cuando el alba rasgaba el horizonte. Ashun dormía aún sobre su estera, así que me levanté intentando no despertarlo, pero advirtió enseguida el instante en que salí de mi lecho y empecé a vestirme.
—¿A dónde vas? —Su voz sonó pastosa por el efecto del sueño.
—La paga es mejor durante los días no asignados —le recordé, procurando no mostrar ninguna vacilación en caso de que quisiera disuadirme—. Iré a la obra a ver qué puedo hacer y así ganar algo extra.
En Yrose, el trabajo duro era recompensado. Esto no solo se traducía en horas extra bien remuneradas; sino que, si el momento llegaba de prescindir de obreros, aquellos con una asistencia intachable, sobretiempo, días no asignados trabajados y quienes no solo renunciaban con frecuencia a su hora de almuerzo para continuar laborando, sino que eran además los primeros en llegar y los últimos en irse, podían sentirse algo más a salvo; mientras que todas las demás cabezas corrían un mayor peligro de rodar.
Nadie tenía un puesto asegurado de trabajo. Si un obrero no era eficiente, era remplazado sin más. Y encontrar otro oficio luego de eso era un asunto feo; pues el ser despedido dejaba una mancha indeleble. Ningún maestro querría a un obrero desechado; así como nadie querría una herramienta inservible. Sin trabajo no había paga y sin paga no había comida. Pronto, el obrero desempleado debía abrigarse a la misericordia de otros para subsistir. Pero los recursos ya eran de por sí escasos, y una boca más que alimentar que no contribuyese nada a cambio, se convertía rápido en un parásito indeseable que nadie quería llevar a cuestas. El obrero podía llegar a ser marginado por completo por todos. Y en dado caso, el único destino posible era perecer de hambre y frío. Ese hubiese sido el destino de Inoe después de enfermarse y perder su trabajo... pero nosotros jamás lo hubiésemos permitido. En nuestra familia ninguno se quedaba atrás.
No tardé en oír el crujido de las mantas en cuanto Ashun se incorporó y a la brevedad se estaba vistiendo a la par que yo. Hubiese querido que descansase y, aunque fuera por una vez, me dejara todo a mí... pero Ashun no era así.
—Deberías quedarte tú —me recomendó—; has trabajado toda la semana hasta casi caer muerto.
—Igual que tú —rebatí—. Si tú puedes seguir, yo también.
Él movió la cabeza con un suspiro. Sabía que no era fácil desalentarme cuando me proponía algo.
Noté que el frío me afectaba esa mañana de modo mucho más dramático que de costumbre. Lo percibí en lo entumecidas que estaban mis extremidades y en el dolor del roce de la ropa sobre mi piel erizada de frío. Además de eso, sufrí un acceso de mareo en cuanto me puse en pie y mi cuerpo se sintió pesado sobre mis piernas.
Lo atribuí a los primeros trazos de invierno en el ambiente y me agaché junto a la hoguera para atizar las brasas moribundas, en el intento de liberar algo de calor.
—El clima se siente diferente hoy, ¿verdad?
Ashun me observó con cierto punto de compasión cuando me froté los brazos para calentármelos.
—Anoche estuvo lloviendo tupido; el día estará húmedo y muy helado. Será mejor que te abrigues para salir.
Alcé la vista, extrañado. ¿Había llovido? No lo había escuchado...
Desayunamos rápido un poco de queso y pan antes de disponernos a marchar. Laila se levantó un poco después que nosotros y nos encontró en el quicio de la puerta, calzándonos las chinelas para salir. Estaba vestida como si fuera a algún lado y llevaba su morral colgado del hombro:
—¿Qué hacen en pie? Hoy no les toca trabajar.
—Iremos aun así. La paga es mejor los días de descanso. Fue idea de Yuren. —El reconocimiento de mi hermano mayor me llenó de dicha y le dediqué una sonrisa agradecida—. ¿Y tú? ¿Te toca trabajar también?
Laila suspiró agobiada y se colgó la capa a las espaldas:
—No... Fui a ambos zocos ayer y, como pensaba, las medicinas de Inoe no están en los mercados; por lo que tendré que ir a las boticas del Ribete y buscar allí. Aún no sé cuánto vayan a costar, así que me llevo todo el dinero —dijo, palpándose la bolsa—. Aprovecharé que Inoe duerme.
Cuando Ashun abrió la puerta, afuera parecía que hubiesen echado sendos baldazos de agua y a ras de la ciudad se levantaba una espesa bruma. Me pregunté cuan cansado tendría que haberme dormido como para no escuchar una lluvia de esa magnitud.
Ashun y yo tuvimos que cambiarnos el calzado por nuestras viejas botas de cuero, llevando las chinelas cada uno en su talego, y colocarnos la capa. El clima de Kajhun solía precipitarse a los extremos a lo largo de todo el día —siendo las horas de sol infernalmente calurosas, con noches y mañanas heladas; en especial en esas fechas— por lo que, sin duda, requeriríamos de ropa más fresca alrededor del mediodía. Emprendimos el camino los tres juntos. Las calles se hallaban resbalosas y nuestros pies se hundían en el lodo, de manera que había que luchar con cada paso para liberar los zapatos de la succión del fango.
En las puertas del Ribete nos separamos de Laila deseándole la paz para luego partir cada cual a su respectivo destino. Llegados a la construcción, algunos obreros más madrugadores ya habían echado mano de sus herramientas y empezado a trabajar. Ashun y yo nos presentamos junto al mesón. El maestro Sinon no estaba; en su lugar había un esclavo viejo, quien aguardó en espera de que nos identificásemos.
—Ashun, obrero constructor de mano pesada —se presentó mi hermano, mostrando la pequeña placa de madera que colgaba de un cordel alrededor de su muñeca a modo de identificación.
—Yuren, obrero constructor de asistencia —me identifiqué por mi parte, mostrando la mía.
El supervisor revisó la planilla de registro y no tardó en notar que nuestros nombres no estaban en la asignación de ese día. Sus ojos, como canicas de vidrio hendidas en su rostro surcado de pliegues, se movieron por la hoja del día anterior, y del anterior a ese, y sacó conclusiones propias:
—Trabajando duro, veo. ¿Alguna razón en particular?
—Ninguna, maestro —me apresuré antes de levantar sospechas—. Aprovisionándonos para los días más fríos del invierno.
—Yrose necesita a más jóvenes así. La paz sea con ustedes. Se les pagará por las horas extra al final del día.
https://youtu.be/MFbMoaCWBCA
Ashun y yo entramos a la brevedad en la obra y nos pusimos a trabajar sin perder un solo minuto. No obstante, nuestras suposiciones de que el cielo se abriría al sol del mediodía fueron echadas por tierra en el instante en que empezó a caer una ligera llovizna sobre nosotros.
Si ya de por sí era difícil moverse y trabajar con los pies hundidos en el lodo, todavía más lo era hacerlo con la lluvia metiéndose por los ojos, cegándonos cada cierto rato y obligándonos a dejar lo que estábamos haciendo para sacudirnos el exceso de agua del ceño.
—No se puede trabajar así —me lamenté, agachándome para recoger una pila de tablones.
Y al levantarlos resbalé en el lodo y me caí sobre el trasero y la espalda en un charco de agua, empapándome por completo. Me incorporé jadeando de frío y maldiciendo entre el castañeteo de mis dientes. Ashun no tardó en venir en mi encuentro y me tendió la mano para ayudar a levantarme.
—¿Estás bien?
—Mojado... pero sí.
—Ten más cuidado, podrías lastimarte igual que Inoe.
Mientras que Ashun me sacudía los posteriores de la ropa, yo me sequé las manos en mi propia camisa y las froté para abrigármelas. Mis dedos entumecidos por la humedad fría estaban amarillentos y rugosos.
—Incluso el clima se pone en nuestra contra todo el tiempo...
—Ve a casa al terminar la primera jornada, Yuren, con la paga de medio día ya es suficiente. Yo haré el resto de las horas.
—De ninguna manera. Aún no sabemos si Laila ha podido comprar todo y solo nos quedan unos días para llevar a Inoe a su primer control —repliqué obstinado, estrujando las esquinas de mi ropa mojada—. Tampoco hemos podido conseguir nada de la receta para aliviar sus síntomas. ¿Qué se supone que hagamos, sino trabajar?
Ashun se tornó ceñudo. Al cabo de unos instantes, dio un suspiro y me regaló con una sonrisa optimista que reavivó mis fuerzas.
—Tienes razón. Sigamos, pues...
Pero el resto del día, el clima solo empeoró. La lluvia enfriándose sobre mi espalda ya empapada reducía mi temperatura a gran velocidad, y ya casi no sentía los dedos de las manos ni de los pies por el frío inclemente. Encima de eso había empezado a toser y me sentía a cada hora más destemplado y débil. Determiné que solo podía deberse a lo mal que nos habíamos estado alimentando y a lo cansado que estaba...
... porque... no podía estar enfermo. No podía.
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Perdí la noción del tiempo y el día se me escapó entre cavilaciones y tareas efectuadas de forma refleja; por lo que la campanada del final de jornada me sobresaltó y casi lloré de dicha con la idea de regresar a casa.
La paga de ese día fue bastante mejor, y Ashun y yo regresamos felices de haber podido hacer unas cuantas monedas extra. Tarde o temprano, todo valdría la pena.
Sin embargo, al cruzar la puerta —empapados, tiritando de frío y con los músculos entumecidos— encontramos a Laila sentada a la mesa con expresión umbría. Al oírnos entrar levantó la vista y sus labios se volvieron en una línea tensa, a la vez que un pesado suspiro huyó por su nariz.
Ashun y yo nos aproximamos alarmados, sin siquiera secarnos antes afuera, y acudimos con ella para averiguar qué ocurría.
—¡¿Le pasó algo a Inoe?! —farfullé yo.
—No... Él está durmiendo.
—Entonces, ¿qué sucede? ¿Conseguiste la medicina? —preguntó Ashun.
https://youtu.be/c5-kwn11YPI
Laila tomó entonces un pequeño paquete que había sobre la mesa y lo abrió ante nosotros para revelar su contenido. Se trataba de una hierba clara y de aroma muy penetrante. Era una cantidad diminuta.
—¿Qué es?
—La medicina para Inoe. El clavo blanco.
—¿Por qué compraste tan poco? —quise saber, extrañado.
La expresión funesta de nuestra hermana me lo dijo todo.
—Es todo lo que pude comprar —reveló, con la voz amortiguada a la altura de la garganta—. No me alcanzó para la licoriza; solo para esto. Todo lo que trabajamos... todo lo que habíamos ahorrado... solo para esto.
Ashun me miró en silencio con gesto preocupado. Yo me había quedado inmóvil, con el labio inferior atrapado entre los dientes apretados hasta provocarme dolor. Cada vez que teníamos una esperanza y nos atrevíamos a soñar, la realidad nos despertaba con una bofetada.
Después de un largo rato en un silencio mortal, Ashun se apartó de nosotros y puso a calentar agua en un cazo pequeño. Después regresó y tomó el paquete con la medicina de las manos de Laila.
—Ashun... —susurró ella, en un aliento exhausto.
—No hay nada que hacer —dijo nuestro hermano con una sonrisa tenue—; debe empezar a tomarlo hoy mismo.
Laila se llevó ambas manos a la cabeza con ademán afligido y abatió el rostro, aspirando un sollozo:
—No va a funcionar, Ashun... No alcanzará ni para una semana. Y nos hemos quedado sin nada; ni siquiera para comida para nosotros. ¡Menos aún para el resto de las medicinas! ¡¿Qué vamos a hacer ahora?!
No soportaba ver a Laila así, tan desolada...
—El doctor dijo que solo una pizca bastaba. Y podemos ahorrar más dinero para comprar lo demás —dije, tomando sus manos en las mías para dar fuerza a mi promesa—. No te preocupes, ¡trabajaremos más duro todavía! ¡Y mira! Esto es lo que hemos ganado hoy.
Me apresuré a sacar el bolsillo de mi cinturón con mi paga de ese día. Ashun me arrojó el suyo y lo atajé en el aire. Después, vertí el contenido de ambos sobre la mesa y las monedas tintinearon entre ellas.
Laila pareció utilizar sus últimas fuerzas en alzar el rostro y mirar. La visión de las monedas de cobre en dos pequeñas pilas no borró la tristeza de su rostro, pero hizo lo posible por sonreírme; aunque pude ver en sus facciones temblorosas cuán difícil le resultaba hacerlo.
Ashun vino donde nosotros, se agachó frente a ella y le acarició los hombros de arriba a abajo para reconfortarla:
—Todo va a estar bien, ya lo verás.
—Gracias, muchachos... —musitó ella, acariciándome la mejilla, a lo que yo atrapé su mano y le besé los nudillos.
Ashun aunó su frente a la de ella, y luego me tomó por la nuca y me atrajo para hacer que me uniera a ellos. El cabezazo entre los tres suscitó risas llorosas. Y escuchar la de Laila me devolvió las fuerzas...
Oímos entonces el sonido de pasos suaves en la dirección de la puerta del cuarto junto a la escalera y nos separamos para mirar al mismo tiempo. Inoe se había levantado y estaba de pie bajo la cortina. Se frotaba los ojos con pereza y dio un bostezo lánguido, el que fue interrumpido por un ligero acceso de tos. Una sonrisa débil se dibujó en su rostro pálido cuando nos vio a los tres allí reunidos, pero esta se desvaneció de sus labios al advertir las lágrimas en el rostro de Laila.
Nuestro hermano pequeño vino preocupado donde ella y descansó los brazos extendidos en su regazo:
—¿Qué sucede? ¿Por qué estás triste? —quiso saber, retirando con uno de sus finos pulgares una lágrima de la mejilla de Laila.
Nuestra hermana se limpió los ojos con la muñeca y se sorbió la nariz, procurando ocultar su pena, para regalarle una sonrisa fresca. Después lo alzó del piso para sentarlo sobre sus rodillas y lo rodeó con sus brazos tiernos:
—No pasa nada. ¡Mira! —Le señaló las monedas sobre la mesa—. Nuestros hermanos lo han ganado hoy para nosotros. Son muchas monedas, ¿verdad?
—Mira Inoe —le dije yo y agarré un puñado—. ¡Somos ricos!
Nuestro hermano pequeño las contó una a una con emoción, hasta donde le alcanzaban los números que se sabía.
—¿Qué compraremos con todo esto? —quiso saber.
—Aún no lo decidimos —le dijo Ashun, ayudándole a armar pequeñas torres con ellas—. ¿A ti qué te gustaría comprar?
—Golosinas —contestó Inoe a la brevedad—. Como las que Eloi nos regala a veces. Las que tienen pistachos y azúcar.
Nos observamos entre los tres y dimos una cabeceada en un acuerdo tácito. Supimos al mismo tiempo que, sin importar cuánto nos tardásemos en reunir lo suficiente para comprar el resto de la medicina, reservaríamos una pequeña parte del dinero, la cual sería destinada solo a golosinas.
El conocido sonido de un carruaje afuera nos hizo levantar los rostros y quedarnos en silencio. Poco después, la puerta se abrió revelando al último de nosotros. Eloi nos observó de uno en uno. El carruaje había desaparecido en la noche antes de que entrara a la casa y cerrase a sus espaldas.
Venía ataviado con las elegantes ropas que usaba para acudir donde su amo; un conjunto de chaleco y sirwales de seda roja y brillante, con un largo ropón a juego y engalanado con gruesas joyas de oro y gemas. Al verlas empecé a pensar otra vez en la posibilidad de robar alguna de su cuarto para venderla... Solo por una de las piedras preciosas de su collar —las cuales parecían ser rubíes— obtendría una suma soberbia de dinero. Y si Eloi se metía en problemas por ello yo estaba dispuesto a responder ante su amo, confesar mi delito y enfrentar cualquiera que fuera el castigo. Todo lo que quería era salvar a Inoe, no importaba el costo...
Ni Laila ni Ashun enteraron sobre nada de lo que ocurría a Eloi. Aquel fue directo a la mesa, sin distraerse demasiado en nosotros, y se paró allí, vacilante y pensativo. Noté que estaba demasiado pálido otra vez y que tenía en el rostro la misma expresión nauseosa de la mañana en que casi se había desmayado. Creí percibir también el mismo aroma dulce. Lucía en extremo cansado; como si apenas pudiese mantener los ojos abiertos.
Entonces, el demonio metió la mano entre sus anchos ropones y sacó dos recipientes que dejó sobre la mesa. Después pasó de largo, sin decirnos nada, y fue hasta la caldera de agua sobre el mesón de la cocina para beber un par de cucharones.
Nos dirigimos entre los tres miradas inquisitivas, imaginé que con las mismas preguntas, empezando por lo que contenían los recipientes o si se suponía que debíamos abrirlos. Viendo que ninguno de mis hermanos mayores se movía, tomé de la mesa el primer recipiente y lo abrí. Un aroma fuerte golpeó mi olfato y vi que contenía una especie de pasta blanca con una fragancia que hacía arder la nariz. Inoe hizo un respingo al olerlo y me examinó igual de curioso que yo, esperando una explicación que no supe darle.
https://youtu.be/5Gl4UhXHjfc
Laila tomó el recipiente de mis manos. Y la familiaridad en su rostro al oler el interior me indicó que ella sí sabía lo que era:
—Es pomada de alcanfor —susurró, con los ojos muy abiertos.
Se apresuró a abrir el segundo recipiente, pero tampoco pude reconocer lo que había en él. Parecía un líquido espeso como la manteca, pero de un amarillo blanquecino y brillante, el cual despedía un aroma dulce.
Nuestra hermana dio un boqueo, incrédula. Ashun tomó el contenedor de sus manos, raspó la superficie con el meñique, recogiendo una pequeña porción, y se lo llevó a la boca.
—Miel con jalea real... —determinó, igual de pasmado que ella.
Para el momento en que desciframos el contenido de los dos recipientes, Eloi ya había pasado de largo otra vez por nuestro lado y se encaminaba a su cuarto.
Ashun lo detuvo al pie de las escaleras:
—¡Espera! ¡¿Cómo has conseguido esto?!
Laila y yo esperamos atentos, con seguridad haciéndonos la misma pregunta. Si Eloi no recibía un salario, solo existía una forma en la que podía haber echado mano de un tesoro como aquel.
—No la robaste... —dije, ante el espanto de Laila—, ¿verdad?
Eloi comenzaba a lucir cada vez más irritado de verse detenido para ser interrogado; pero se mantuvo en calma. Aun así, no fue capaz de responder.
—Dinos, por favor, cómo la conseguiste —pidió Laila, bajando a Inoe de sus rodillas para ponerse de pie e ir donde nuestro hermano—. Robar de la casa de un alto señor es algo muy serio, Eloi, ¡si alguien se enterase...!
—No la robé —espetó él con sequedad, silenciando a Laila. Después dio un suspiro—. Procuren guardarla en un lugar fresco. Y hagan que les dure...
Dicho esto, se encaminó escaleras arriba a paso pausado, entró en su cuarto y cerró con un feroz portazo a sus espaldas. Y, como era costumbre, después ningún sonido volvió a salir de allí.
El ambiente que dejó su breve paso por la estancia principal fue agridulce y extraño. Por un lado, estaba la felicidad inmensa de tener en las manos lo que era la clave a la mayor probabilidad de Inoe de curarse. Pero, por el otro... estaba lo que podría ocurrirle a Eloi si fuese acusado de robar algo tan valioso de la casa de su amo; o a nosotros, si alguien descubriese que lo teníamos.
Nos distrajo el sonido del agua hirviendo en la boca del cazo, y Ashun se apresuró a retirarla del fuego para empezar a preparar la infusión para Inoe. Laila se dejó caer de regreso en la silla e Inoe volvió a buscar su falda, pero ella apenas le puso atención:
—No es correcto, Ashun... Podrían castigarlo severamente. ¡Podrían cortarle los dedos! ¡O podrían enviarlo a las minas de Ikaina!
—¿Qué hay en las minas de Ikaina? —pregunté, e Inoe aguardó atento por la respuesta, igual de perdido que yo.
Ashun estaba pensativo y ceñudo. No salió de sus cavilaciones sino solo para contestar a la pregunta que Laila dejó sin responder.
—Son las minas donde se extraen el cobre y la turquesa. Están ubicadas en las quebradas de los páramos de Ikaina —nos explicó—. A los obreros rebeldes o que han cometido crímenes que no ameritan la ejecución se les suele enviar allí... aunque, para el caso, es lo mismo. Una sentencia de muerte.
Me quedé frío con esa revelación.
—¿Enviarán a Eloi allí por mí? —masculló Inoe.
—No —dijo Laila y volvió a alzarlo del suelo para besarle una y otra vez el rostro—. No lo harán. No me hagas caso...
—El amo Mailard no lo permitiría... —secundó Ashun.
Pero la expresión sombría de su rostro contradijo su seguridad y yo me estremecí con el pensamiento.
La infusión de hierbas de Inoe pronto estuvo lista y Laila le puso una cucharadita de la jalea, la cual se disolvió en el agua caliente del té. Se lamió uno de los dedos que había rozado con el borde del recipiente y torció la expresión con un respingo:
—No sabe nada como la miel.
Cuando entregó a Inoe la taza y este la probó, nuestro pequeño hermano frunció una mueca todavía más profunda:
—Está muy amargo. No me gusta.
—Has de bebértela toda —lo reprendió Laila, cosa que hacía muy rara vez—. Todos tus hermanos han trabajado duro para conseguir tus medicinas. —Pero su voz no tardó en suavizarse—. Sé bueno y termínala.
Inoe asintió de poca gana y le dio otra probada.
Sus suaves facciones se arrugaban cada vez que saboreaba la infusión, pero, sorbo tras sorbo, se bebió hasta la última gota y Laila le limpió las comisuras, sonriendo aliviada.
Yo todavía no era capaz de salir de mi perplejidad. ¿Qué pasaba en realidad por la cabeza de Eloi? ¿Por qué era un completo monstruo un día y al siguiente estaba arriesgando perder ambas manos o ser enviado lejos a morir, en castigo por robar de la casa de su amo por Inoe? ¿Por qué actuaba todo el tiempo como si no le importásemos y después se aparecía en el preciso momento en que necesitábamos de su ayuda?
No podía entenderlo... Se contradecía una y otra vez. Su actitud era la misma de siempre; hostil, huraña y agresiva. Y sin embargo, otra vez nos había salvado.
Antes de dormir, Laila estuvo largo rato masajeándole el pecho a Inoe con la pomada alcanforada. Una vez acostumbrados al olor, su aroma resultaba fresco y agradable.
Estuvimos los cuatro en la habitación de Laila e Inoe hasta altas horas de la noche, riendo y hablando de muchas cosas diferentes; entre ellas, fantaseando sobre qué compraríamos con todo el dinero ganado, omitiendo el hecho de que solo podía estar destinado a la medicina de Inoe.
Dejar volar un momento la imaginación y evadirnos de la realidad sirvió para tranquilizar nuestros corazones y mejorar nuestros ánimos. Y cuando nuestro hermano menor al fin se rindió al sueño por obra de los masajes y el cansancio, Laila se acostó a su lado para dormir también y Ashun y yo salimos de la habitación deseándoles las buenas noches para ir a acostarnos a nuestro sitio de siempre, junto al hogar.
Inoe no volvió a toser, por todo el tiempo que Ashun y yo permanecimos despiertos luego de eso. A pesar de ello, ni mi hermano ni yo nos dormimos enseguida. Nos hallábamos pensativos y silenciosos; imaginaba que por motivos similares. Sentí que necesitaba hablar una vez más con mi hermano mayor. Hacerle todas esas preguntas que tenía... y quizá me ayudara a desentrañar el atadijo confuso que eran mis propios pensamientos:
—¿Cómo era Eloi antes? —pregunté a Ashun en voz baja, temiendo que el susodicho fuera a oírme.
Ashun pareció sorprendido con la pregunta, pues me observó con expresión tal como si no estuviera seguro de haberme entendido bien.
—¿Qué quieres decir?
—Laila siempre dice que era diferente... —me expliqué—. Pero yo no puedo recordar que lo fuera. Todo lo que recuerdo son sus ataques de furia. Al Eloi malvado, cínico, cruel, apático... A Eloi, el demonio.
—¿Por qué lo llamas así? —Ashun dio un bufido—. Es por esos chicos, ¿no? Musav y Tonur; así lo llamaron ellos hace unas semanas. ¿Te han estado hablando de él otra vez? Solo espera a que yo...
—No es por eso —negué. Ashun se volvió ceñudo.
No solo se trataba de ellos; así solían llamarle todos los obreros quienes le habían conocido antes de que se convirtiese en un mozo de compañía, pero ninguno de mis hermanos sabía que esa era también mi forma de llamarle en secreto cada vez que pensaba en él.
Antes sentía que le quedaba bien. Ahora no estaba tan seguro...
—Es porque ha sido uno todo este tiempo. Por eso es que me cuesta imaginarlo siendo distinto. Nunca se me pasó por la cabeza que podía ser de otro modo... hasta este último tiempo —expliqué a Ashun sin atreverme a mirarlo. Me acomodé sobre mi espalda, con las manos entrelazadas sobre el estómago y observando en cambio al techo—. Ha actuado... diferente.
Mi hermano mayor suspiró con suavidad y paciencia.
—La enfermedad de Inoe nos ha orillado a todo a hacer cosas que no hubiésemos creído que haríamos. Es cierto que Eloi ha cambiado mucho, pero siempre se ha preocupado por nosotros... a su propio modo. En eso sigue siendo el mismo.
Entorné los ojos. Antes me hubiese reído en su cara. Aquella noche, a la orilla del canal, le hubiera dicho que era estúpido y que eso no podía ser cierto. Pero ahora experimentaba dudas.
Giré sobre mi estera para mirar a Ashun y me puse sobre mi costado:
—¿De qué modo cambió? —quise saber.
https://youtu.be/aXSW5AXFcyA
A mi hermano se le dibujó una sonrisa en los labios y fijó la mirada en un punto muerto, como si mirase en algún lugar de sus recuerdos:
—Antes era un pequeño «cheitán». Siempre tenía alguna maldad en mente... Le gustaba mucho burlarse de la gente y hacer bromas pesadas a todos —me relató—. Imagino que siempre hubo cierta picardía maliciosa en él. Pero no era egoísta, malvado o cruel; en absoluto... Era soñador, alegre, tenía mucho sentido del humor y una gran imaginación. Te lo dije esa noche, en la ribera: tú me recuerdas mucho a él, Yuren.
Me erguí de golpe, sin llegar a imaginar cómo o de qué forma podríamos parecernos Eloi y yo. No tenía sentido. Pero, a diferencia de aquella noche, esta vez no me ofendió con ello.
—¿Hablas en serio? —pregunté con genuina curiosidad.
—Lo creas o no —afirmó Ashun—. Impulsivos, irascibles, con poca paciencia... Indómitos. Pero con un gran corazón, un amor inconmensurable por los suyos y una determinación de hierro.
Escuchar cumplidos como esos viniendo del hermano mayor al cual idolatraba era para mí como oír los favores de una deidad. Pero seguía sin encontrar de qué modo podría tener eso en común con nuestro terrible hermano.
—Él se la pasaba soñando con una vida esplendorosa. Rodeado de lujos, riquezas, y teniendo una vida fácil. Justo como tú.
Me encogí, dándome por aludido. Supuse que entonces sí teníamos algo en común.
Ashun continuó:
—Eloi nunca estuvo satisfecho con nuestras circunstancias. Además... creció escuchando cosas a su alrededor que le metieron ideas en la cabeza. —A medida que Ashun me relataba aquello, su expresión se iba tornando de a poco más lúgubre—. Que tenía una gran belleza, unos ojos hermosos, una sonrisa encantadora...
Me acomodé sobre mi estera para oírle mejor y evaluar los cambios de su rostro conforme hablaba, cada vez más interesado:
—Continúa.
Ashun apretó los labios y me dio un vistazo fugaz por el rabillo de su ojo. Tuve la sensación de que había estado a punto de guardar silencio; pero, ante la insistencia de mi mirada, tomó un respiro y continuó:
—Entonces, un día... un muchacho mayor del asentamiento en el que vivíamos, cuando tú eras incluso más pequeño que Inoe, le dijo que, si cuidara mejor de su aspecto y supiera leer, podría llegar a ser el mozo de compañía de algún alto señor. —Ashun torció una mueca, como si hubiese saboreado algo agrio—. Eloi se encaprichó con esa idea. Fue a partir de entonces que empezó a cambiar. Se obsesionó con su apariencia al punto de ser irritante. Odiaba ensuciarse, hacer cosas que fueran a dejarle marcas en la piel y... ¡Ay de quien se atreviese a tocar su rostro o su cabello! —El gesto lúgubre de Ashun se iluminó por un momento fugaz y alargó una sonrisa divertida—. Laila estaba tan harta de él...
Soltó una carcajada y yo me reí con él de solo imaginarlo.
—Suena peor que ahora...
—Lo era; te lo aseguro —se rió Ashun, y luego su expresión volvió a decaer—. A partir de allí no paró. Aprendió a leer y a escribir gracias al mismo chico, quien era letrado, y después a cantar y a tocar el duduk. Le enseñó cómo sonreír, cómo moverse y cómo mirar para llamar la atención. Y así... al final cumplió su cometido.
—Se convirtió en un mozo de compañía —finalicé yo. Ashun apretó los labios y asintió sin mirarme—. Y... ¿cómo fue que conoció al amo Mailard?
Mi hermano entornó la mirada y se alzó de hombros:
—No estoy seguro... Nunca me lo contó. Todo lo que nos dijo una noche... fue que trabajaría para un hombre muy rico y poderoso, pero que debíamos despedirnos por un tiempo. Se marchó a la semana siguiente... y durante el próximo año casi no lo vimos. Hasta que un día... vino a la tienda en la que vivíamos y nos anunció que nos marchábamos; que a partir de ahora viviríamos en una casa. Laila y yo nos le reímos en la cara, diciéndole que había perdido la razón. Y entonces... apareció un carruaje, seguido de una carreta. —La mirada de Ashun se llenó de sombras extrañas. Volvía a estar perdido en sus memorias y yo observaba fijo sus ojos, como si intentase verlas también, al interior de ellos—. Eloi se subió en el carruaje como un joven señor; mientras que nosotros fuimos acomodados en la carreta con todas nuestras cosas... y vinimos aquí.
»Ni yo ni Laila supimos cómo lo había hecho; hasta esa noche, cuando nos contó que se convertiría en el mozo acompañante de un alto señor de Kajhun. Dijo que a cambio le había pedido esta casa para nosotros y... que de ahora en adelante, ya nunca más volveríamos a pasar frío viviendo en una tienda en los cantos.
Di una lenta cabeceada, asimilando los detalles de la historia. Laila nos había contado una parte antes a Inoe y a mí, pero nunca tan a fondo y me pregunté por qué nunca le había pedido más detalles a Ashun. Ahora podía entenderlo un poco mejor...
Después de todo... sí me parecía a él; salvo un muy importante detalle: Eloi poseía gracia y belleza... y yo no. Torcí una mueca, asolado por esa idea que nunca me había sido ajena. Era lo que había dividido nuestras posibilidades. Lo que le había obsequiado a él el mundo que soñaba, y que me había limitado a mí a seguir soñando con él sin ser nunca merecedor del cual; condenado a mirarlo solo a través de él.
No obstante, aún restaba un cabo suelto. ¿Por qué había cambiado justo al cumplir el que había sido su deseo por tanto tiempo? ¿Después de obtener lo que quería?
—Pero, Ashun, entonces... ¿qué le hizo volverse del modo en que es ahora?
Ashun volvió a acomodarse en su estera, sobre su espalda. Se tomó una tendida pausa antes de responder; y antes exhaló un profundo suspiro.
—Quizá... solo se dio cuenta de que en realidad no era lo que se imaginaba —sentenció, indicándome con eso que la historia había llegado a su término—. Vamos a dormir. Tenemos que seguir trabajando duro, para ahorrar lo necesario y comprar más medicina para Inoe. La poca que pudo costear Laila no durará demasiado.
Ashun se puso de cara al fuego y me dio la espalda, poniendo un fin abrupto a nuestra charla y dejándome igual que al comienzo. Ahora conocía el antes y el después del demonio, pero mi hermano jamás había respondido a mi pregunta inicial. Si acaso, ahora albergaba más dudas que nunca.
No obstante... tenía razón. Era tarde, y los dos debíamos descansar.
—Sí... —asentí. Habría tiempo de hablar en otra ocasión.
Antes de acomodarme para dormir arrojé una mirada hacia el cuarto de Eloi, donde aquel con toda certeza ya dormía.
Antes de que el sueño me venciese estuve por otro tiempo pensando en la historia de Ashun. En los tiempos felices, hasta donde mi memoria no alcanzaba. No obstante, era la última parte de la historia aquella en que no podía dejar de pensar. Todo el asunto me transmitía una ansiedad extraña...
¿Qué llevaría a un muchacho de su edad, alegre y lleno de sueños, a volverse alguien frío, melancólico y agresivo, justo después de haber cumplido el sueño por el que había luchado tanto?
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Desperté bajo cielos azules y rodeado de hierba, al aire libre; sin recuerdos de cómo había llegado hasta allí. Confuso, me erguí y miré alrededor. No reconocía el lugar, pero se sentía muy familiar... Parecían matorrales, tan espesos que no podía ver a través de ellos. De pronto, una silueta pequeña pasó corriendo cerca de mí. Un muchachito emergió de la hierba y se perdió entre la misma al instante. Yo me levanté y corrí detrás de él.
Podía verlo cada tanto entre las hojas. Tenía la edad de Inoe, pero estaba seguro de que no lo era. Lo supe porque su cabello no tenía ese brillante color trigo, sino algún punto de cobrizo. No podía ver su rostro, pero podía escuchar el eco de su risa; la risa más dulce que hubiera oído en mi vida.
Me costaba desplazarme entre los matorrales. Quería alcanzarlo, pero era demasiado rápido y escurridizo. Maldije en cuanto lo perdí de vista y empecé a errar en círculos, sin saber a dónde dirigirme.
De pronto, volví a escuchar las risas de antes y algo me arremetió desde un costado, tumbándome sobre la hierba. Y cuando abrí los ojos, allí estaba el muchacho al que había estado persiguiendo, riendo mientras me mantenía apresado contra el suelo. No lo reconocí. Su silueta se recortaba contra el sol, de manera que una sombra densa se proyectaba en su rostro y no podía verlo con claridad. Solo noté que era demasiado joven y delgado para haber sido capaz de tirarme con tanta facilidad. Pero, en cuanto le puse las manos contra el pecho para quitármelo de encima, noté que las mías eran también las de un niño muy pequeño.
Giré y lo tumbé para quedar sobre él, y en cuanto la luz del sol le dio de frente, pude ver al fin su rostro y reconocerlo. Pero era imposible...
Vi sus grandes ojos de turquesa, las ondas suaves de su cabello y el lunar bajo la delgada ceja. Era Eloi; pero con el aspecto que debía haber tenido a la edad de Inoe. Y aun así, lucía tan diferente.
Sonreía, mas no del modo en que había aprendido a hacerlo para agradar a su señor, o con el cinismo con que se burlaba de nosotros. Sonreía de manera genuina y alegre; de una forma que consiguió contagiarme.
Rodamos uno sobre el otro sobre la hierba, forcejeando y empujándonos con poca fuerza, entre risas y gritos de jolgorio, hasta que consiguió ponerse otra vez sobre mí, se levantó y volvió a correr, perdiéndose otra vez entre los matorrales. Me erguí y volví a seguirlo, pero pronto lo perdí de vista de nuevo.
Quise gritar su nombre, llamarlo; pero la voz no salía de mi garganta, por más que intentara forzarla fuera de mi pecho. Mi camino me llevó hasta el final de los matorrales y estos se abrieron ante mí hacia una gran explayada de arenas blancas, al final de la cual vi algo que me era desconocido; pero que, aun así, supe que solo podía tratarse del mar.
Me cegó al principio con su resplandor azul e intenso. Se extendía hasta el infinito, hermoso como nunca antes había visto nada. El pequeño Eloi no estaba por ninguna parte ya, y me fijé entonces en que una silueta interrumpía la llanura de las aguas quietas del océano al frente.
Empecé a dar pasos para acercarme, intentando ver mejor; hasta que, una vez lo bastante cerca, pude ver de quién se trataba. La persona metida en el agua hasta los muslos era él; pero con la edad que tenía ahora: Eloi, el muchacho de quince años.
Me percaté de que lucía más lejano a cada instante y que cada vez se asomaba menos por encima del agua, y comprendí que se adentraba de a poco en las profundidades.
Tuve miedo; un miedo terrible...
Ya se había sumergido por encima de la cintura y no paraba de avanzar. Estaba vestido con la túnica de color rojo, y esta flotaba a su alrededor sobre las olas como sangre, arremolinándose en torno a él de un modo en el que parecía a punto de engullirle.
«Eloi», intenté llamarlo, pero no pude proferir sonido alguno.
Viendo que no podía gritar para detenerle, salí de los matorrales y empecé a correr por la arena hacia el mar, hasta que estuve metido al nivel de la cintura en el agua. Estaba fría, pero no me importó.
«¡Eloi!», volví a intentar, con el mismo resultado. Mi voz no conseguía salir; solo podía articular su nombre mientras lo veía alejarse.
De pronto las mareas empezaron a agitarse. A partir de ahí ya no pude avanzar más en su dirección, pues las olas me empujaban de vuelta a la orilla y no me permitían acercarme. Él, sin embargo, seguía avanzando con facilidad. El agua le llegaba a la altura del pecho ahora.
Mis intentos por darle alcance se transformaron en una lucha desesperada en que trataba con futilidad de apartar el agua de mi alrededor con brazadas para impulsarme, sin conseguir avanzar ni un poco. Las olas eran cada vez más fuertes y rompían alrededor de mi hermano con una fiereza terrorífica. Pero aquel no parecía ni siquiera percatarse. No me miraba, ni al mar, sino a algún punto en la lejanía incierta a la cual se dirigía. Conforme las corrientes se embravecían, el viento empezaba a azotar con fuerza, sacudiéndole el cabello sobre la cabeza de un modo violento, y las mareas se jorobaban a su alrededor, más altas que él.
Estaba a punto de ser tragado por ellas y yo solo podía observar y luchar contra las olas de la orilla, sin poder hacer nada por rescatarlo.
«Eloi». «¡Eloi...!», jadeé, una y otra vez, intentando arrancar algún sonido de mi garganta. El frío me paralizaba, el agua se me metía por los ojos y temblaba producto de terribles escalofríos, aunque el calor del sol caía sobre mi cabeza y ardía sobre mi piel, comenzando a sofocarme.
«Vuelve. Vuelve. Vuelve... ¡¡Eloi!!»
—Eloi... —Al fin, mi voz consiguió sonar; pero débil. Y en el momento en que lo hizo todo se volvió negro y la oscuridad me aplastó.
—¡Yuren! —oí de vuelta, pero la voz pertenecía a Laila. No podía verla. Todo lo que había era oscuridad. No obstante, el frío y el calor en mi rostro prevalecían—. Tiene mucha fiebre, Ashun... ¡¿Crees que...?!
—No. Estuvimos todo el día ayer bajo la lluvia y se quedó con la ropa mojada cuando volvimos. Ha de ser solo un resfriado.
Noté un extraño peso encima de las cejas. Se sentía húmedo y frío. Alguien me libró de él por un instante y oí el chapoteo del agua. Después volví a sentirlo, solo que ahora estaba tibio.
—¿Y si no lo es? —replicó Laila; su voz estaba llorosa— Ashun, ¿y si ha pescado lo mismo que Inoe? ¡¿Qué haremos si empeora?!
—No pasará... Tranquila, va a estar bien.
No entendía de qué hablaban, pero no podía escuchar a nadie más. De pronto, recordé el frío terrible del agua, la aspereza acerba de los vientos... y al tercero de mis hermanos, metido entre las olas, a punto de ser tragado por los mares.
—¡Eloi...! —gemí con dificultad e intenté incorporarme, pero no tenía las fuerzas para hacerlo.
—Continúa llamándolo... —dijo mi hermana.
El escuchar sus voces pero sin poder verlos comenzaba a desesperarme. Se oían lejanos, como si me hablasen a través de una pared, y su sonido se ahogaba más a cada segundo.
—Delira, Laila. Es por la fiebre; se le bajará con los paños. —Dio un suspiro agobiado—. Nosotros tenemos que irnos o nos sancionarán.
—No, Ashun... No puedo dejarlo así.
—Vayan. —No pude reconocer la tercera voz; todo había empezado a sonar demasiado bajo; pero me produjo un alivio extraño oírla—. Yo lo vigilaré.
Hubo una pausa.
—Pero... ¿estás seguro? ¿No vendrán por ti hoy?
—Ya lidiaré con ello. Apresúrense.
Lo siguiente que dijeron las voces sonó mitigado por un extraño zumbido en mis oídos y fui incapaz de entenderlo.
A partir de allí... mis sentidos se apagaron con lentitud. Y luego ya no pude oír nada más. Todo lo que vino fue el silencio, acoplándose a la oscuridad.
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