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• V - Luz en la Oscuridad •

https://youtu.be/FuZJtWflfMk

De mi pelea con Eloi no se dijo más. El demonio y yo pasamos de hablar poco a ni siquiera mirarnos; y sin nuestras trifulcas diarias acostumbradas, el resto de la semana transcurrió en paz. Su extraña cojera desapareció al cabo de unos días y, durante los consecutivos, también su aspecto mejoró. Su humor irascible era el de siempre, así que me atrevía a decir con toda certeza que había vuelto a ser el de antes. Por otro lado, ese esclavo enorme, Astor, tampoco volvió a aparecer; de manera que, de momento, toda nuestra preocupación se resumía a la espera por una respuesta del doctor.

Y al fin, una noche, luego de estar en ascuas durante varios días, una moza de cordel de mi edad tocó a nuestra puerta y dio una nota a Laila.

—Es de parte de «su excelencia», el doctor Halil —le dijo, y después desapareció corriendo en la oscuridad de la calle, sin esperar respuesta.

Era tarde, por lo que Inoe dormía; pero en cuanto a Ashun, Laila, Eloi y yo, nos encontrábamos los cuatro desperdigados en la pequeña estancia en silencio. El demonio estaba de pie junto al hogar, calentándose las manos al fuego, mientras que Ashun y yo jugábamos con canicas en el suelo.

Me levanté de un salto y fui donde Laila para mirar con ella la nota en cuanto la desdobló, pero los trazos ante mí no tenían sentido alguno. Sabía algunas sílabas, pero no las suficientes como para ser capaz de leer una frase, por lo que aguardé impaciente a que ella lo hiciera.

—El doctor nos aguarda mañana —dijo mi hermana, con una gran sonrisa, aferrando firme la nota en ambas manos, y luego me arrojó una mirada dichosa desde sus grandes ojos castaño amielados—. Nos espera después de la media noche. Pero dice que solo uno de nosotros puede ir con Inoe. Si vamos en grupo, llamaríamos la atención.

Ashun se había puesto de pie también y se sumó a nosotros. Él no leía a la perfección, pero lo hacía mucho mejor que yo. Se miraron entre él y Laila, intentando decidir quién de los dos iría. Como siempre, yo estaba fuera de la discusión... Aquello me hizo sentir como un inútil otra vez.

—Creo que debería ir yo —determinó Laila—. Soy quien pasa más tiempo con él y quien conoce mejor sus síntomas.

Ashun no pudo rebatir a eso; pero yo podía ver en sus ojos cuánto le afligía la idea de que Laila se aventurase sola con Inoe en las calles a mitad de la noche, para ir en una misión tan arriesgada.

—Si un vigilante te sorprende rondando con un niño la casa de un médico a esa hora, van a sospechar lo que ocurre. Podrían llevarte con un cadí e interrogarte... Inoe no puede pasar mucho tiempo sin toser. Se darían cuenta de que está enfermo y entonces... —Cerró los ojos y negó con la cabeza—. No. De ninguna manera lo permitiré. Es peligroso.

—Ashun... Sé razonable —pidió ella.

—¿Por qué nos citaría después de la media noche si sabe que es más arriesgado? —demandé saber, empezando a dudar de las buenas intenciones del consabido doctor.

—Para protegerse a sí mismo —terció Eloi desde el fondo de la habitación—. El castigo para un médico que sea sorprendido tratando con obreros es la revocación permanente de su licencia para ejercer. Si un par de obreros son sorprendidos en su casa horas de servicio puede alegar que está siendo irrumpido y salvarse con eso el pellejo.

Suspiramos los tres al unísono. Tenía sentido... Y desde luego que el demonio lo sabía de sobra. Era quien más entendía de esas cosas.

Eloi continuó:

—No obstante... la revocación de una licencia no es nada comparado con lo que arriesgan ustedes. Ashun —aludió al mayor de nosotros—, ¿sabes lo que pasaría si los atrapasen?

Nuestro hermano selló los labios y le hurtó una mirada culpable.

—Lo sabemos —terció Laila, doblando la nota para guardarla en su bolsillo—. Pero es un riesgo que todos decidimos que tomaríamos.

—¿«Todos»? —Eloi levantó en alto la ceja bajo la cual le adornaba el lunar—. A mí pueden dejarme fuera. Si cualquier percance les acaece, yo me desentenderé de él por completo. Ténganlo en cuenta.

Antes de que pudiera abrir la boca para encararme con él, previendo mis intenciones, Ashun me puso una mano sobre el hombro y movió la cabeza en cuanto tuvo mi atención.

—No tendrás que responder por nosotros —dijo a Eloi—. Te aseguro que no te verás involucrado en esto.

El demonio volvió la vista al fuego y exhaló hondo:

—En ese caso, hagan lo que quieran...

Y, sin más palabras, abandonó su lugar para encaminarse escaleras arriba y meterse en su cuarto.

Después de la interrupción y tras largo rato discutiendo sobre quien debía ser el que llevara a Inoe con el doctor, Ashun y Laila acordaron, a gran pesar del primero, que nuestra hermana lo haría; solo porque, en su posición como mensajera, Laila podía excusarse con estar haciendo una entrega de carácter urgente en una de las casas del Ribete. Y en caso de más preguntas bastaría con negarse a responderlas alegando que se trataba de información confidencial. Ningún vigilante se atrevería a buscar problemas con un noble, si aquella afirmación resultaba ser cierta.

Pasamos otro tiempo elaborando la coartada y afinando los detalles. Ashun seguía sin estar convencido, pero no le quedó de otra que aceptarlo; pues, por más que nos quebramos la cabeza, no dimos con ninguna otra explicación que justificase la presencia de un obrero de construcción en el Ribete después de la media noche.

Al final, acordamos que Ashun le acompañaría hasta la muralla intermedia, la cual dividía el Ribete de las periferias, y así Laila no tendría que hacer todo el camino cargando sola a Inoe. Eso nos dejó más tranquilos a los tres.

Ya todo estaba decidido; solo quedaba esperar...


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https://youtu.be/r3Arb5j2ECc

Al día siguiente, durante nuestra jornada, la anticipación de lo que se haría por la noche nos mantuvo a Ashun y a mí todo el día sumidos en un tenso silencio; tanto para mantenernos ocupados en nuestras tareas y dejar de darle más vueltas al asunto, como para no terminar hablando demás y arriesgar la posibilidad de ser oídos por la persona equivocada.

Estábamos ansiosos por la hora de salida para poder llegar a casa y preparar todo con cuidado. Pero, como si el destino se hubiese propuesto entorpecer nuestros planes, durante la segunda jornada el obrero de turno para hacer la guardia en la obra esa noche se accidentó, cayéndose de un andamio, y el maestro Sinon designó a Ashun para remplazarlo por ese día.

La noticia nos cayó como un balde de agua fría. Mi hermano intento rehusarse, jurando y perjurando que podía hacer la ronda todos los días de la semana después de ese, pero el maestro Sinon, quien no parecía de muy buen humor después del accidente y el consecuente retraso en las tareas de ese día, se limitó a acallarlo por su exabrupto y a amenazarlo con un castigo más severo por insubordinación si continuaba alegando.

No pudimos hacer otra cosa que acatar y separarnos a la hora de salida:

—Tendrás que ser tú quien acompañe a Laila —me susurró mi hermano al despedirnos—. Mira que abrigue bien a Inoe. Cuento contigo, Yuren... Por favor, cuídalos.

—Obedezco —le dije por toda respuesta, a partes iguales feliz de tener por fin la oportunidad de ser de utilidad... y a la vez terriblemente ansioso.

Al volver a casa, apenas poner un pie dentro, Laila salió de la habitación de Inoe en mi encuentro. Ya parecía nerviosa y agitada, pero en cuanto se percató de que Ashun no venía conmigo pude ver con claridad cómo su expresión mutaba de la incertidumbre al pánico.

—¿Y Ashun? ¿Llegará pronto? ¡Ya ha oscurecido!

El pesado suspiro que me hinchó el pecho pareció decirle todo lo que necesitaba saber y Laila se llevó una mano al rostro en anticipación de la noticia.

—Surgió algo... No vendrá.

—¡¿Qué dices?!

—Pero ¡no te preocupes! Todavía lo haremos según planeado. —Intenté dar a mi voz toda la seguridad posible para tranquilizarla; aunque eso no pareció surtir mucho efecto.

Tras contarle a Laila lo ocurrido, mi hermana lucía abatida. Y yo podía entender por qué sentiría más seguridad en la compañía de Ashun que de la mía; después de todo, de ser sorprendidos, él podía correr rápido con Inoe en los brazos; algo que yo no podría hacer. Pero, aunque intenté no sentirme menoscabado por ello, no pude evitar la culpa por no poder parecerme a él.

Llegada la medianoche, Laila se ocupó de vestir a Inoe con ropa abrigadora mientras le ponía al tanto del plan, y yo esperaba bajo el quicio de su puerta, con los nervios royéndome y el estómago apretado al punto en que sentía que vomitaría.

—Debes mantenerte muy callado, ¿bueno? —le dijo Laila a nuestro hermanito. Este se limitaba a asentir—. Sé que es difícil, pero procura no toser. Si sientes que estás a punto de hacerlo, respira hondo por la nariz y concéntrate para aguantarlo, ¿está bien?

—Lo intentaré —dijo Inoe, y me miró confuso por el rabillo del ojo, sin comprender por qué debíamos tomar tantas precauciones.

Laila dudó antes de explicarle la regla más importante.

—Una última cosa. Si te digo que corras, correrás con todas tus fuerzas. Aún si yo me quedo atrás —le dijo, y yo apreté la mandíbula con solo pensar en esa posibilidad—. Corre sin importar qué. Yuren estará esperándote junto al portal. No te detengas hasta que lo encuentres. Después, vengan directo a casa, ¿entendido? —Con esto último se dirigió a ambos.

Inoe la observó con los ojos muy abiertos, y después a mí. No habíamos querido contarle a nuestro pequeño hermano sobre los riesgos que tomaríamos esa noche, pero tuve la sensación de que intuía que estábamos a punto de hacer algo indebido.

Se quedó en silencio con esa última indicación, renuente a acceder.

—Yo estaré bien —le dijo nuestra hermana—. Vendré a casa poco después que ustedes.

Pero yo sabía que, si tal fuera el caso, Laila jamás lo haría. Ella no llevaría el peligro directo a nuestra puerta. Me estremecí...

Al final, Inoe asintió. Y mi hermana y yo nos dedicamos una mirada cómplice para reconfortarnos mutuamente. El miedo del otro era evidente para ambos, pero no podíamos mostrárselo a Inoe.

Ya estaba todo listo para partir. De manera que, tras inhalar un hondo respiro para darnos valor, salimos por la puerta y emprendimos nuestro camino a través de la noche cuando ya no había un alma en las calles.

Anduvimos en silencio por un largo trecho antes de que Inoe se cansara y que Laila y yo tuviésemos que turnarnos para llevarlo aupado a las espaldas. Inoe era muy liviano, y después de varios años trabajando en construcción, mi fuerza era decente; pero estaba seguro de que de haber sido Ashun no hubiese tenido que cambiar con Laila tan seguido —era probable que hubiese podido llevarlo él solo todo el trayecto sin descansos—, y me sentí culpable otra vez, por no poder ser más fuerte.

Aun así, llegamos sin mayores dificultades al final de las periferias, a la muralla intermedia, y nos detuvimos bajo el portal del Ribete, allí donde al frente se alzaban edificios grandes y esplendorosos. La parte más peligrosa del recorrido iniciaba en donde yo debía quedarme.

—Ve con cuidado, por favor —le dije a Laila en el momento en que nos despedimos, juntando las frentes en un gesto afectuoso.

—Estaremos bien. No te muevas de aquí y no olvides lo que acordamos. Si Inoe aparece y no estoy con él, no me esperen. Deben correr, Yuren.

—Obedezco... —mascullé pese a lo difícil que me resultaba aceptar esa indicación y de lo todavía más difícil que sería acatarla dado el caso.

Laila cruzó el portal de piedra echando una última mirada en mi dirección y se encaminó con Inoe rumbo a su destino.

Fue difícil quedarme atrás. Y al cabo de solo unos minutos empezaba a preguntarme cómo lo soportaría por todo el tiempo que fueran a tardar, si apenas acababan de marcharse y ya me costaba mantenerme quieto en un solo sitio. La idea de ver aparecer a Inoe sin Laila... O peor, que llegase la mañana y no ver aparecer a ninguno de los dos, me volvía loco.

Incapaz de soportar más las ascuas, me paré bajo el portal, en el mismo sitio desde el que mis hermanos habían emprendido su camino, y me debatí por algún rato. Todavía podía alcanzarlos... Y, si cualquier cosa ocurría, podía ser yo quien se quedase atrás para ganarles tiempo a Laila y a Inoe de huir a salvo. Si Ashun era el corazón de la casa, Laila era la cabeza. Era quien administraba, quien delegaba y quien mantenía todo en funcionamiento. Si algo le ocurría, estaríamos perdidos. Yo era un cuento diferente... Mis hermanos podrían vivir sin mí.

Después de todo, Ashun me había encomendado cuidar de Laila y de Inoe, y estaba seguro de que él hubiese hecho lo mismo que yo estaba por hacer. En cualquier caso, tal y como había dicho antes a Ashun, un mozalbete de trece años podría salirse con la suya con más facilidad. O eso esperaba... Así que emprendí la carrera rogando por no perderme y por ser lo bastante listo como para actuar como él lo haría ante cualquier circunstancia.

No me costó mucho divisar a mis hermanos a la distancia. Y, a partir de ese momento, los estuve siguiendo desde las sombras, seguro de que Laila me enviaría de vuelta si me descubría. Evadir a los serenos vigilantes fue fácil. No había tantos como me había imaginado; aunque esconderme de su vista hizo que perdiera en reiteradas ocasiones el rastro de Laila y tuviese que tomar un riesgo mayor al apresurarme para alcanzarla de nuevo.

Después de un largo trecho, Laila se detuvo frente a una casa grande, precedida por un hermoso jardín, y transitó el camino de grava que lo atravesaba hasta un elegante pórtico, en donde azotó la aldaba de una puerta doble. Solo entonces salvé la distancia que nos separaba y llegué junto a ella.

Laila emitió un jadeo al verme y yo le dediqué una sonrisa llena de culpa. Ya estaba allí, a esas alturas ya no podía echarme.

—¡Yuren...! —exclamó en un grito silencioso.

En ese momento, la puerta se abrió y una sirvienta joven apareció allí. Sus ojos se abrieron al extremo al vernos y echó un vistazo nervioso hacia la calle.

Laila habló de forma atropellada:

—La paz contigo, b-buena hermana. E-estamos aquí para ver al doctor Halil. Envió una nota diciendo que...

—¡Shhh! —le indicó la muchacha y cerró la puerta a sus espaldas, sumiéndose junto a nosotros en la oscuridad del exterior. Después, bajó las dos escalinatas del pórtico, enganchó el brazo de Laila y tiró de ella en dirección a un costado de la casa—. Por aquí, por favor —nos indicó, y nosotros la seguimos sin hacer preguntas.

Por el camino, Laila no paraba de echar miradas por los alrededores. Yo me encontré haciendo lo mismo, aterrado de que, en cualquier momento, un sereno apareciese para interrogarnos o aprehendernos, a pesar de que ya estábamos al interior de la propiedad del doctor Halil. ¿A dónde éramos llevados? ¿Acaso era una trampa?

La muchacha se detuvo frente a una puerta más pequeña al costado de la casa, tocó tres veces y esta se abrió, revelando lo que parecía ser una cocina muy grande en la cual había varias sirvientas más.

—Su excelencia los espera, pero no podemos arriesgar a que los vea alguien. Por aquí —nos dijo y nos guio al interior.

Dentro estaba muy cálido gracias al hogar al fondo, el cual era el doble que el nuestro. Intenté no distraerme en toda la comida alrededor; sobre los mesones, colgada y puesta a secar junto a las ventanas y guardada en las alacenas; y seguí a Laila, Inoe y a la sirvienta hasta el final de la cocina, a través de una puerta que daba al resto de la casa.

Aquella parecía un palacio; o al menos me lo parecía a mí, pues nunca había visto techos artesonados, pisos de mármol ni paredes con tapices tan hermosos. La muchacha nos guio por otro tramo y cada habitación que vi por el camino parecía ser el doble del tamaño de nuestra casa completa.

Llegamos a una estancia acogedora, repleta de libros, en donde un hombre se hallaba de espaldas sentado en un sofá, leyendo junto a otro hogar.

—Syd Halil —llamó la sirvienta—. Se trata de la obrera Laila.

—Gracias, querida. Puedes dejarnos ahora —le dijo él, y dejando el libro a un lado se levantó para recibirnos.

Era alto y delgado, con una nariz ganchuda, llevaba un «kufi» en la cabeza y la barba canosa pulcramente recortada. Su rostro moreno plegado de arrugas era suave y afable. Sonrió al ver a Laila y a Inoe; pero su expresión cambió al notarme y me examinó con suspicacia:

—¿Cuál es el significado de esto? —murmuró bajo el bigote.

Imaginé que por «esto» se refería a mí y lo miré agraviado, con el ceño asentado sobre los ojos. Laila me arrojó un vistazo malhumorado sobre su hombro y me hizo bajar la cabeza ante él por la fuerza, empujándome la nuca, a la vez que ella e Inoe hacían lo mismo.

—La paz sobre usted. Mi hermano me siguió a escondidas, excelencia. Le ruego me disculpe. —Me levanté en cuanto me soltó y me sobé el cuello.

—Les dije que debían ser discretos —se lamentó el hombre, pero su enfado duró poco y después meneó la cabeza, paciente—. En fin, confío en que llegaron hasta aquí sin ser advertidos... La paz sea con ustedes. Ahora, desviste al niño, querida, y súbelo al mesón.

Laila sentó a Inoe en el sitio indicado y lo aligeró de ropa hasta dejarlo solo con los pantaloncillos interiores. Después, el doctor se hizo con sus instrumentos y comenzó su revisión. Le auscultó el pecho y la espalda con una herramienta extraña, indicándole respirar hondo y toser. Revisó sus ojos, su nariz y su garganta, le hizo esputar dentro de una escudilla y examinó el contenido con gesto ceñudo.

Yo aguardé durante todo el proceso en un rincón, convertido en una más de las estatuillas que adornaban la casa del noble.

https://youtu.be/_IS5zYv8Zgo

—Lo que me temí —dijo el doctor Halil—. Es fiebre del minero.

Laila y yo soltamos al unísono un suspiro amargo.

—¿Qué podemos hacer? —gimoteó ella.

—¿Qué le han estado dando hasta ahora?

—Eucalipto y hierbabuena. Solo eso...

El doctor se inclinó sobre su escritorio y humedeció en tinta un elegante cálamo de ave para después escribir en un papel.

—No podrán conseguirlo todo, pero es preciso que se las arreglen de alguna forma; al menos con las dos primeras hierbas —dijo al darle la nota a Laila—. La primera es clavo blanco de Yivih; es un antiinflamatorio y antibiótico que paliará la infección. Ya sea en hojas o en girofles secos, han de hervirlo en una infusión y dársela de beber todas las mañanas y noches por siete días. Una pizca bastará. La segunda es licoriza del desierto. Es un expectorante. Ambas pueden combinarse en el mismo té.

Conforme Halil hablaba, Laila leía con atención la lista, mientras que yo solo podía pensar en lo caro que saldría todo eso...

—El eucalipto es menos efectivo, pero en algo ayuda. Sigan dándoselo —continuó el doctor. Y entonces, su expresión se ensombreció—. En cuanto a la tercera cosa en la lista... a fe mía que es improbable que puedan obtenerla, pero, si hallasen la manera, contribuiría mucho a su recuperación. Es un antiséptico curativo poderoso. Se trata de miel con jalea real de abejas.

Laila y yo nos observamos poco esperanzados. Si la miel de abejas era costosa, dada la dificultad para cultivarla en el clima caliente y árido de Yrose, la jalea real era considerada un tesoro raro. Provenían ambas de las granjas de abejas del florido pueblo de Some, y la segunda era posible hallarla solo en las casas de los altos señores. Estos la usaban con fines cosméticos, para mantener joven la piel y brillantes el pelo y la barba. Por ello, su demanda era alta. Y por lo tanto era un recurso muy limitado y caro...

—No solo curaría las lesiones de sus vías respiratorias, sino que reestablecería su sistema inmune y reforzaría el efecto antibiótico de la primera hierba. Una cucharadita disuelta en la misma infusión debería bastar. Si la tuviera, podría darles un poco; pero la agoté en mi hijo, que enfermó a comienzos de otoño. —Parecía apenado; hasta cierto punto de culpable al no poder proporcionárnosla—. Tal vez podrían pedírsela a algún sirviente.

—¿A quién? Todos los sirvientes nos odian... —mascullé.

La expresión del doctor decayó, contrita, pero omitió mi comentario.

—Lo último en la lista es alcanfor. También es costoso, aunque más fácil de conseguir que la jalea real, y facilitará su respiración —dijo Halil—. Denle a beber solo agua hervida y alimentos cocidos. Con sus bajas defensas puede pescar con facilidad otra infección. Reposo y líquidos. No debe exponerse al frío ni a la humedad. Para la fiebre usen paños tibios; no fríos.

—Oigo y obedezco —asintió Laila en lo que vestía a Inoe.

Aquel le quitó la receta de las manos para inspeccionarla, aunque tampoco sabía leer, y la giró entre sus finos dedos.

—Tendrían a bien memorizarla y deshacerse de ella antes de emprender el camino de regreso —dijo el doctor—. Es todo. Tráiganlo en dos semanas. —La última de sus indicaciones nos alarmó por igual—. Entiendo que es difícil, pero necesito ver cómo evoluciona el pequeño. En cualquier caso, no es ninguna imposición; se los dejo a criterio.

Laila asintió. Pude ver en la resolución de su mirada que estaba dispuesta a correr ese riesgo otra vez.

—¡Ah, por cierto! —dijo mi hermana y se apresuró a tomar de entre sus ropas el bolsillo con dinares de cobre que habíamos reunido los tres, juntando todo lo que teníamos. Se lo extendió al doctor, bajando de nuevo la cabeza ante él—. Aquí tiene, por su amable servicio.

El hombre torció una sonrisa afable bajo su tupido bigote:

—Han sido valientes al venir aquí. Con eso basta. —Laila y yo nos miramos el uno al otro, sin entender, y aquel procedió a explicarse—. Como sabrán, hacer esto es arriesgado para mí, por lo cual mi intención al fijar un precio elevado es desalentar a todo aquel con afecciones menores, y reducir el número de las atenciones clandestinas que realizo solo a los casos verdaderamente serios. Todo lo que pido a cambio... es discreción.

Exhalé aliviado. El doctor Halil era sin duda alguien astuto como una comadreja, pero además era justo y con buenas intenciones.

—Gracias, Syd, gracias... Por favor, permítame besar su mano —solicitó Laila y el hombre accedió y se la extendió con solemnidad.

En lo que ella lo colmaba de bendiciones y buenos deseos yo le puse a nuestro hermanito las últimas prendas.

—Inoe, agradece al doctor Halil apropiadamente —le dijo Laila, en cuanto hubimos acabado—. Anda, besa su mano.

Este se apresuró a tomar la mano larga y nudosa del hombre para llevársela a los labios y luego a la frente. Laila debió suponer que era inútil pedirme a mí que hiciera lo mismo, pues se abstuvo de ello.

—Mejórate, hijo mío —contestó Halil con una sonrisa y le acarició el pelo rubio a Inoe—. Tengan cuidado en el camino de regreso. No olviden lo que les dije antes. En mi jardín están seguros hasta que decidan marchar.

Laila asintió. Yo exhalé, intentando no pensar en la idea de tener que vivir toda esa odisea de nuevo. Al menos ahora ya sabíamos qué esperar. Y lo más probable era que Ashun pudiera acompañar a Laila la próxima vez.

Tras despedirnos, la misma dama de antes nos condujo afuera, nos deseó la paz y nos recomendó salir en cuanto fuera seguro hacerlo. No obstante, no abandonamos el jardín trasero de la casa de Halil sin que antes tuviera que escuchar el sermón que Laila me tenía jurado:

—¡Eres un necio! No puedo creer que hayas desobedecido de este modo... ¡¿Y si te atrapaban, Yuren?! ¡¿Por qué me haces padecer incluso ahora?!

—¡Estaba preocupado! Lo siento, Laila... —me disculpé, sin ánimos de discutir... pero sin sentirlo en realidad.

Estaba feliz de haberlos acompañado, de haber podido escuchar por mi propia cuenta cuál era el diagnóstico de Inoe y lo que podíamos esperar. Aún si la confirmación de lo que temíamos no me dejaba mucho más tranquilo, al menos ahora tenía la verdad y no la versión azucarada de Laila o Ashun.

Rodeamos la casa juntos y, tras asegurarnos de que no había nadie alrededor, emprendimos el camino de vuelta algo más confiados, a sabiendas de dónde había serenos vigilantes y cómo evitarlos.

https://youtu.be/id2B0bkiMDs

Sin embargo, el frío nocturno no tardó en empezar a hacer mella en la delicada salud de Inoe, pese a lo abrigado que estaba, y provocar que empezara a toser. Empezó suave primero, pero se agravaba a cada segundo, igual que la otra noche.

—Inoe, silencio, por favor... —le dijo Laila, apremiante, en cuanto encontramos refugio en un callejón y pudimos detenernos un momento—. Te lo suplico, respira y aguanta; llegaremos pronto.

Nuestro pequeño hermano se esforzaba, pero la tos era más fuerte que él.

Y en el momento en que Laila lo dejó en el piso para sobarle la espalda en el intento de calmarle la tos, escuchamos pasos que no eran los nuestros; demasiado tarde como para reaccionar. Al instante siguiente, teníamos la luz de una lámpara frente a los rostros y un esclavo robusto, ataviado del uniforme de los serenos vigilantes de la ciudad, nos escudriñaba con una mirada torva.

—Obreros —ladró, arrugando el gesto—. ¿Qué hacen en el Ribete después de la queda?

Un frío gélido bajó desde mi nuca hasta el final de mi columna y me dejó las piernas débiles. Laila mudó de color, tornándose cetrina su piel acanelada; no obstante, procuró actuar sosegada y hablar con calma:

—La paz sea con usted —inclinó la cabeza e hizo una pausa en la que supuse que repasaba la coartada ensayada para sonar convincente—. Me llamo Laila. Obrera del despacho de mensajes y encargos en calidad de moza de cordel. Tenía un recado urgente que entregar, y...

—¿Y los otros? ¿También son mozos mensajeros? —La ironía en su tono hizo que parte de mi miedo mutara en rabia—. ¿Por qué van en grupo?

—Son mis hermanos. Solo me están acompañando.

El esclavo nos observó poco convencido, sopesando la explicación con la boca torcida. Me desesperó el tiempo que se tomó en volver a hablar:

—¿Un recado dices? ¿De parte de quién y a qué destinatario?

—Me temo que no puedo decirlo. Es...

—¿Cómo que no puedes decírmelo? —espetó el vigilante, de mal humor, como si Laila le hubiese proferido un insulto. El corazón me latía tan alto que sentía que lo tenía entre los oídos—. ¡¿Qué quieres decir con eso, niña?!

Inoe se aferraba con fuerza a la falda de nuestra hermana a la vez que sujetaba su puño contra su boca. Me percaté de que su cuerpo se sacudía con extraños espasmos... y entendí que hacía esfuerzos por no toser.

—El mensaje es confidencial —dijo Laila, tan tranquila como al comienzo—. Estaría en serios aprietos si el remitente se enterase de que di información de índole privada a un... servidor público.

No pasé por alto que había evitado de forma concienzuda la palabra «esclavo». Todo cuerpo de seguridad de la nación; tanto la policía diurna de las calles, como los serenos vigilantes nocturnos y los guardias en las casas de la burguesía y altos señores; se conformaba de soldados provenientes del distrito militar. Pero por mucho que fuesen guerreros entrenados, seguían siendo esclavos. Y la mayoría odiaban ser recordados del hecho.

—¡¿Cómo, entonces, puedes probar que lo que dices es la verdad?!

—Por favor, maestro —pidió ella con suavidad, buscando su lado amable con el cortés apelativo; aunque este título era exclusivo de los sirvientes con esclavos y obreros a su cargo—. Solo cumple con su deber, lo entiendo; pero yo también lo hago. No se repetirá. Iremos directo a casa ahora.

—No. No todavía —dijo otra voz, detrás del primer hombre.

Otra lámpara apareció ante nosotros. Se trataba de un segundo sereno vigilante, atraído por los gritos del primero. Era más alto, más viejo y, aunque su expresión era más templada, no dejaba de ser adusta. Parecía de mayor rango.

Consideré arremeter contra ellos para darle a Laila la oportunidad de escapar con Inoe, pero quizá todavía teníamos posibilidad de salir de esto de modo pacífico.

No obstante, Laila miraba ahora con terror; no al segundo hombre, sino a algún lugar detrás de él. Fue entonces que noté que aquel llevaba una correa al final de la cual había un can enorme; más alto que Inoe. Era un perro de cacería yroseo. Con cuerpos fibrosos y patas largas, estos eran muy rápidos, criados para correr grandes distancias detrás de presas veloces; razón por la cual eran compañeros preciados en la cacería de zorros dorados en el desierto de Alkhali. Lo que no sabía era que fueran usados también por la policía. Ahora correr ya no era una opción... Pero eso no era todo, sino que toda la calma que había podido mantener mi hermana hasta ese momento se hallaba exterminada... pues a Laila le aterraban los perros.

El sereno dio un paso al frente acompañado del can y nos examinó a los tres, de pies a cabeza:

—No es la primera vez que un grupo de obreros se escabullen en el Ribete para entrar en las casas y robar. Ya he tenido mi dosis de malandrines pasándose de listos. Podrán irse solo después de una inspección. Si no ocultan nada, no tienen nada que temer.

Aquello me tranquilizó, pues no cargábamos con nada que nos incriminase; no obstante, Laila no parecía tan segura.

Nuestra hermana fue la primera en pasar al frente. El primer sereno dejó la lámpara en el suelo, la hizo levantar los brazos y empezó a palpar las zonas holgadas de su ropa. No me agradó para nada el modo en que la estaba tocando; me pareció que se tomaba demasiado tiempo en ello, que sus manos discurrían por sitios donde era imposible que Laila llevara nada y que tenía una expresión extraña en el rostro. Pero ella no dijo palabra alguna; su mirada estaba puesta en el can y se mordía los labios hasta hacerlos palidecer. Harto de presenciar lo que ocurría, di un paso al frente para decir algo; pero Inoe se colgó de mi brazo y me miró atemorizado, sin despegar el puño de sus labios. No sabía si había sido capaz de ver mis intenciones, pero me aplacó con ello. Estaba siendo impulsivo otra vez...

—¿Qué es esto? —dijo el esclavo al momento de hacerse con el bolsillo de dinares de cobre de Laila y revisar su contenido.

—E-es la paga... p-por el recado que debía entregar —articuló apenas.

—Una paga generosa —dijo el esclavo, con incredulidad.

No le devolvió el bolsillo. En cambio se lo dio a su superior y este lo recibió en la misma mano en que llevaba al perro. Laila abrió los labios, pero se quedó en silencio en cuánto aquel tiró de la correa de su can y este dio un gruñido ronco, pendiente de ella.

Pero yo no le tenía miedo a ningún estúpido animal más de lo que le temía al demonio con el que vivíamos, y todos habíamos trabajado duro por ese dinero, así que esta vez no pude quedarme callado.

No obstante, al momento de adelantarme a Inoe y que este volviera a retenerme, una imagen por el rabillo de mi ojo hizo que me congelase y que todo el vello del cuerpo se me erizara de terror. Al interior de su mano empuñada, Inoe sostenía un papel.

No me costó deducir de dónde lo había sacado y recordé la advertencia del doctor Halil: «No olviden lo que les dije antes». No se refería a regresar en dos semanas... sino a la nota. Yo lo había malinterpretado por completo, y Laila se había distraído en reprenderme y lo había olvidado. Y ahora, por mi culpa, seríamos descubiertos. Pues lo que Inoe sostenía en su pequeña mano, era la receta con las medicinas.

—Ahora tú —me indicó el primer vigilante. Pero el miedo no me permitió dar un solo paso—. ¿Qué pasa contigo? He dicho que al frente, obrero —insistió, malhumorado—. ¿O es que tienes algo que ocultar?

Laila me arrojó un vistazo de ojos muy abiertos, sin comprender el motivo de mi conducta. No supe de qué forma advertirle sobre lo que había visto. Y aún si lograba darme a entender, tampoco había manera en que ella consiguiera quitarle a Inoe el papel y deshacerse de él sin que alguno de los dos serenos vigilantes lo notase.

Un duro golpe en las espaldas con la fusta del primer sereno me hizo dar un paso precipitado al frente, a la luz de la lámpara, y este se la volvió a colgar del cinturón y me palpó de pies a cabeza. Parecía seguro de que escondía algo, pero no halló nada y volvió a palparme por si acaso.

Un sonido salió de Inoe. Una sola tos contenida. Laila llevó alarmada la vista a nuestro hermano y fue solo entonces que pareció notar el papel al interior de su mano empuñada contra su rostro, con lo cual sacó la misma conclusión que yo y me dirigió una mirada tal que, de no ser por los esfuerzos que hacía por lucir calmada, juré que se hubiese largado a llorar allí mismo, pues su pecho se agitó y los labios le temblaron.

—El pequeño —demandó el vigilante con el perro, a lo que el otro compelió a Inoe a acercarse a la luz de la lámpara atenazando con poca gentileza su delgado brazo. El mismo de la mano en que sostenía la nota.

Inoe selló los labios con fuerza y su espalda se agitó en otro espasmo, casi sin poder aguantar más.

—No... Espere... —jadeó Laila en un hilo de voz y dio un paso al frente, con el cual se tambaleó de un modo en que me hizo creer que se caería.

En el momento en que el primero se agachó para empezar a inspeccionar a Inoe y fijó la vista en su manita empuñada, sentí que el mundo se me venía abajo. Le había fallado a Ashun... No había podido proteger a nuestros hermanos.

—¿Qué llevas ahí? —murmuró el sereno.

Era mi última oportunidad de actuar. Avancé, preparado para embestir contra ambos, aún si debía dejarme atrapar por el perro después.

—La paz sea con ustedes —terció de pronto una voz ajena a los presentes, frenándome en el acto.

La reconocí al instante, pero no quise creer a mis oídos y aceptar que se tratara de la persona a la cual sabía que pertenecía. Era imposible...

No pude convencerme sino hasta virar a nuestras espaldas y verlo con mis propios ojos, acercándose por el callejón con la soltura de un simple pasante que va por ahí con toda la seguridad del mundo.

El primer sereno se irguió, alertado por la intromisión de un cuarto intruso, y recogió por el camino la lámpara junto a sus pies.

—¿Y tú quién eres? —demandó saber, dirigiendo la luz hacia su rostro para verlo mejor.

Su expresión hostil se distorsionó en el instante en que el resplandor ambarino perfiló los hermosos rasgos y los ojos color turquesa fulguraron.

Entonces, el esclavo se debatió de un modo extraño, como si no diera crédito a lo que veía, e intercambió una mirada incrédula con el otro.

https://youtu.be/StKlbiCliC0

El hermoso demonio dio un último paso al frente, armado de una confianza absoluta, y distendió una sonrisa. Aquella sonrisa mortal...

—Eloi, de la casa del Oso Bermejo —declaró alzando la mano y dándoles el dorso para dejar a la vista el anillo con el blasón del oso rugiente, para probar que decía la verdad—. Estoy al servicio del amo y alto señor Zahir Bin Mailard, como su mozo de compañía.

Con solo escuchar ese nombre, los serenos intercambiaron una segunda mirada —esta vez, llena de pavor— y vacilaron en su sitio.

—¿Qué estás haciendo aquí y a estas horas? —preguntó el más viejo.

—He venido por mis hermanos —declaró Eloi, poniéndose frente a nosotros y cubriéndonos de la mirada de los vigilantes—. Mi hermana Laila tenía un mensaje que entregar. Los pequeños nunca habían visto el Ribete, así que insistieron en venir con ella. Dado que tardaban mucho, me preocupé y vine a buscarlos.

Los labios se me abrieron. ¿Cómo conocía nuestra coartada?

El mayor de ellos, sin embargo, no parecía dispuesto a dar su brazo a torcer. Tiró de la correa del perro y este empezó a gruñir.

—¿Quieres decir que, aun siendo un mozo, vives con estos obreros? ¿O es que te has escapado de la casa de tu amo?

Mientras que Laila se arredró, Eloi ni siquiera prestó atención al can. Se situó entre el perro y nuestra hermana, y se encaró con el sereno mayor.

—Mi amo y señor permite que vaya a mis anchas por donde me plazca. Tales son mis privilegios, dada la confianza que deposita en mí.

—¿Y podrá confirmar eso el amo y alto señor Zahir Bin Mailard si se lo preguntamos? No creo que le agrade que yo le entere de que su lindo mozuelo se escapa de su casa por las noches y encubre a ladrones.

Pero Eloi no pareció inmutarse. En cambio, sus párpados se entornaron con languidez y distendió otra de sus sonrisas embelesadoras.

—No tengo objeción a eso, aunque mi amo Zahir —noté que su tono había pasado a ser desafiante— es un hombre ocupado. Le agradaría aún menos ser arrancado de sus diligencias e importunado por dos esclavos de servicio público de un área que ni siquiera se corresponde con la de su ilustre merced; sobre todo si es para hacer cosa tal como insinuarle que su doncel personal precisaría de robar a alguien que está por debajo de su estatus. Estoy seguro de que entiende usted las ofensivas implicancias de una acusación como esa para un hombre tan orgulloso y de su elevada posición.

Los rasgos del hombre temblaron con rabia contenida y alargó la nariz. El otro no dejaba de mirar a nuestro hermano con la expresión en el rostro de quien contempla a un joven «ifrit». Por mi parte, no comprendí por qué lo llamaba «Zahir»; pensaba que su nombre era Mailard.

Inoe tosió justo entonces, en el momento menos oportuno, y las miradas de ambos vigilantes se dispararon a nuestro pequeño hermano con la velocidad de raudas flechas.

—Pero mira nada más... —dijo Eloi, inclinándose para hacer algo que en toda mi vida no le había visto hacer hasta ahora: alzar a Inoe en sus brazos—. Tú aquí afuera todavía y con este frío; no te vayas a enfermar. —Dicho aquello se irguió con él y se aseguró de lanzar a los hombres una mirada llena de advertencia—. ¿Es posible que nos permitiesen marchar ya? Mi hermano pequeño se está congelando, y yo he de acudir temprano por la mañana con mi amo.

Los serenos vigilantes no tuvieron más opción que la de hacerse a un costado. Con Inoe todavía en los brazos, Eloi le dio la espalda al perro como si no le preocupase ser mordido, y Laila aferró mi mano y tiró de ella, conduciéndome entre ambos hombres para sacarme del callejón. Pero nuestro hermano no nos siguió de inmediato. En lugar de eso viró de vuelta hacia el segundo sereno y extendió su mano hacia él:

—Creo que eso le pertenece a mi hermana —mencionó.

El hombre le clavó una mirada llena de inquina y, tras unos instantes, dejó caer sobre la palma del demonio el bolsillo con los dinares de cobre. Solo entonces, Eloi avanzó entre ellos con Inoe en los brazos y tomó la delantera frente a nosotros.

—¡Espera! El pequeño tenía algo en la mano —acusó entonces el otro vigilante. Laila y yo nos congelamos—. Yo lo vi.

—¿Es eso cierto? —murmuró Eloi a Inoe—. Muéstrales.

Nuestro hermanito extendió las dos manos al frente y les enseñó a los serenos vigilantes sus palmas desnudas. El papel había desaparecido.

Los hombres quedaron mudos. Ya no tenían cómo retenernos.

—Yuren —llamó Eloi, haciéndome levantar la cabeza de modo abrupto. Escucharle pronunciar mi nombre con tal suavidad me dejó perplejo. Lo miré ojiplático; inerme ante la dulzura aterciopelada de su voz—. Laila, vámonos.

Y lo seguimos por fin, sin el valor para voltear a mirar a los hombres que dejábamos a nuestras espaldas.

A pesar de que no contábamos con la compañía del mayor y más fuerte de nuestros hermanos, de la manera más inesperada... me sentía seguro. No encontramos más obstáculos por el camino. Este fue distinto del que habíamos hecho Laila y yo, pero nos limitamos a seguir a nuestro hermano en silencio.

https://youtu.be/c5-kwn11YPI

Eloi cargó a Inoe casi todo el camino de regreso. Nuestro pequeño hermano lucía maravillado entre sus brazos y se hallaba inmóvil, aferrándose con cuidado a su cuello, como si con hacer cualquier movimiento brusco fuese a deshonrar la solemnidad que parecía implicar para él el mero hecho de obtener un gesto amable de parte del temible demonio.

Cuando llegamos al final del Ribete, y en cuanto Eloi dejó a Inoe en el piso, Laila empezó a respirar de forma frenética, como si hubiese estado todo el camino conteniendo el aliento. Después, los ojos se le anegaron y un par de gruesas lágrimas le surcaron las mejillas morenas, resbalándole hasta el mentón y mojándole el pecho.

—¡Eloi! —chilló en un jadeo, echándole a nuestro hermano los brazos sobre los hombros y empezando a sollozar con el rostro sepultado en su fino cuello.

Creí que el demonio la apartaría de un empujón, igual que a mí o a cualquiera que se acercara demasiado a él, pero no lo hizo. Y aunque tampoco la abrazó de vuelta ni tuvo ninguna clase de gesto reconfortante para con ella, esto pareció bastar para Laila, pues su llanto se amainó de a poco. Y cuando se separó de él, estaba sonriendo con los labios en una línea temblorosa:

—Estaba tan asustada... ¡Creí que...!

—Basta ya. No llores —dijo Eloi—; te ves muy fea cuando lloras.

Laila se rió, limpiándose los ojos con el talón de su mano, y se sorbió con fuerza la nariz.

—¿Cómo nos encontraste?

—Eso no importa... Les dije que se meterían en problemas. ¿Qué pasó con Ashun?

—Tuvo que hacer guardia en la construcción —dijo Laila en mi lugar—. Así que Yuren me acompañó.

El demonio me echó un vistazo por el rabillo de su ojo y yo rehuí a su mirada, encogiéndome en mi lugar con las manos a la espalda.

—¿Tú no tendrás problemas por esto? —preguntó Laila y yo levanté la vista, atento a la respuesta. Era algo en lo que no había pensado.

Eloi se quedó en silencio unos instantes. Al cabo de un momento, negó con la cabeza:

—Nadie se atreverá a decirle nada a Mailard.

La forma en que lo dijo confirmó otra de mis sospechas. Aún si era bondadoso con Eloi y con nosotros, el amo Mailard debía de ser un hombre de temer. Y, a juzgar por la reacción de los serenos vigilantes al oír su nombre, aquello parecía ser algo bien sabido.

¿Era acaso el Oso Bermejo más terrible que el Demonio?

https://youtu.be/xWPQ3gvNjhw

Laila sollozó por otro rato, hasta que Inoe se metió debajo de su brazo y le rodeó la cintura con los suyos para reconfortarla.

—Te estás congelando... —dijo ella al percibir sus manos frías, las cuales tomó en la suyas para calentárselas—. Vamos a casa. Todos...

En el silencio de nuestro camino de regreso, y gracias a la pregunta de Laila, empecé a pensar en algo. Ante la renuencia de Eloi de involucrarse en nada de lo que tuviésemos planeado esa noche, y teniendo en cuenta la amenaza del sereno vigilante de delatarlo con el amo Mailard, ahora tenía todavía más razones para creer que el causante de las heridas en su brazo era su propio señor. Y si el motivo de ese castigo era en realidad el haber fallado en acudir a su llamado, y el amo Mailard había sido capaz de lastimarlo así solo por eso, no quería pensar en lo que le haría si se enteraba de lo ocurrido hoy.

Creí comprenderlo entonces. Eloi no deseaba meterse en más problemas porque temía a las repercusiones con su amo... y con justa razón. Una vez más, me sentí culpable por haberlo juzgado mal antes.


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Estar de nuevo ante la puerta de nuestra casa en las periferias me llenó de una alegría prodigiosa. El aroma de la madera vieja, la calidez de sus adentros, la mesa en el centro... Estábamos en nuestro hogar. Y supe que no lo cambiaría ni por diez casas como la del doctor Halil.

Laila tomó de nuevo a Inoe en los brazos —a este se le cerraban ya los ojos a causa del cansancio—; sin embargo, antes de meterse en el cuarto, volteó por última vez hacia nuestro hermano y le dedicó una sonrisa dulce:

—No sé qué hubiésemos hecho sin ti, Eloi. Gracias...

Por toda respuesta, aquel bajó la mirada. Juré percibir cierto bochorno en su rostro. Entonces, para mi sorpresa, Laila me acarició la mejilla con una mano suave. Sus dedos siempre tenían un agradable olor a papel.

—Y a ti, Yuren, por haber venido por mí. —Se inclinó y me besó la frente—. Si no los tuviera... estaría perdida.

Dicho esto, Laila desapareció con Inoe detrás de la cortina.

Eloi y yo nos quedamos solos en el silencio y la penumbra de la estancia principal. Lo contemplé de refilón por el rabillo de los ojos, esperando cualquier cosa de él. Un reproche; un insulto que estuviese guardándose de Laila; una mueca desdeñosa... Lo que fuera.

Pero todo lo que hizo Eloi fue dejar escapar un suspiro, antes de voltearse hacia las escaleras y emprender su propio camino a su cuarto.

No llevaba ni dos peldaños cuando le detuve:

—Espera —mascullé. Aquel me ignoró y siguió adelante—Oye, ¡espera! —demandé esta vez.

Y entonces, cometí el error de intentar detenerlo por una de las muñecas.

Se libró de mí de un tirón violento y sostuvo rígida la mano en alto, con lo que supuse que estaba a punto de descargarla sobre mí en la forma de una bofetada. Me cubrí el rostro con ambas manos... pero el golpe no llegó. Y en cuanto bajé los brazos y lo miré, lo encontré paralizado y observándome de vuelta con ojos incendiarios.

—No me toques —me advirtió, igual que la otra noche.

https://youtu.be/5Gl4UhXHjfc

Recordé de pronto sus marcas y creí que lo había lastimado al tocar su piel; pero mis dedos apenas habían conseguido rozarlo. Y luego me di cuenta de que su brazo lesionado era el otro.

Aun así, suspiré con deferencia y asentí.

—Lo siento... ¿Podrías escucharme?

Increíblemente, su furia pareció mitigarse con ello y bajó la mano.

Su cara de pocos amigos al sostenerme la mirada casi consiguió desalentar mis intenciones, pero continué con lo que quería decirle. Nuestro hermano había tomado un gran riesgo al venir por nosotros. No importaba que me odiara a mí; había salvado a Laila y a Inoe. Tragué saliva antes de hablar:

—Gracias. Por... venir por nosotros.

El demonio solo parpadeó, aunque creí notar que sus ojos se agrandaban. Después, me quitó la mirada e hizo por marcharse otra vez. Yo volví a llamarlo. Había una última cosa que quería decirle.

—Eloi... —Pensé que ahora sí me ignoraría y seguiría su camino, pero se detuvo—. Lo de antes... no se lo he dicho a nadie. Ni siquiera a Ashun.

No sabía yo mismo por qué necesitaría hacerle saber eso. Quizás, en el fondo, deseaba que supiera que, aún después de nuestra pelea, su secreto estaba a salvo conmigo... porque quería que confiara en mí.

Eloi no dijo nada; solo me sostuvo su mirada gélida. Y entonces, sus ojos duros se suavizaron y su ceño tenso se relajó. Aquello me atrapó con la guardia baja por completo y me paralicé ante el aspecto dócil de su rostro.

Tuve la sensación de que estaba a punto de decirme algo, pues abrió brevemente los labios y yo me tensé, expectante... Pero desistió al último momento, y en cambio se llevó una mano a la pechera de la túnica para sacar algo de ella, que después me extendió. Me apresuré a tomarlo y vi que se trataba de la receta del doctor Halil.

Abrí los ojos con pasmo. Así que ahí estaba...

Después, con la misma soltura altiva de siempre; ese orgullo arrogante que le caracterizaba; Eloi reanudó su camino hacia su cuarto y se metió en él sin siquiera despedirse, dando un portazo con poca fuerza.

Suspiré, meneando la cabeza, y se me curvó una sonrisa. Ya no podía enojarme con él por ese tipo de cosas... Nuestro hermano era así.

Glosario

Kufi: tocado simple en forma de gorra rodondeada y sin borde que va en la cabeza.

Ifrit: especie de genio poderoso capaz de cambiar de forma para presentarse como un joven o una joven de belleza sobrenatural; apariencia con la que seduce y engaña a los hombres con fines malévolos.

Syd: apelativo honroso usado para dirigirse a cualquier hombre mayor respetable.


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