• Epílogo •
https://youtu.be/t2D3yV5-Deo
Las provisiones se habían acabado. No teníamos más comida ni agua. Aunado a las que habían caído por la borda; nuestro escape había sido demasiado apresurado y había iniciado demasiado lejos de nuestro destino. Perdí en algún punto la cuenta de cuántos días llevábamos a la deriva y de pronto todo lo que sabía era que el calor ardiente del sol se estaba llevando de a poco mi conciencia y que tenía hambre; mucha hambre... y mucha sed.
Y que moría a causa de ello.
—Yuren. Yuren. Resiste... —Aquella voz, ahora lejana y amortiguada por mis sentidos abotargados, era lo único a lo que podía aferrarme.
—Ashun... —Mas no era la suya.
—Se ha ido, Yuren...
—No... No... Ashun... ¡Vuelve...! —No sabía cuánto tiempo había pasado clamando y plañendo, ni en qué momento había dejado de hacerlo. Se entremezclaba y confundía con el momento en que había comenzado a desfallecer, obra de la debilidad, pero todavía sentía impresas en las mejillas el calor abrasador de las lágrimas y el rostro febril.
También había pasado de estar ovillado en un extremo alejado del bote, derramando lagrimas sin control y sufriendo terribles espasmos a fuerza de los sollozos que me sacudían, arrebatándome el aliento, a estar recostado en el mismo sitio en estado ajeno y catatónico, sin fuerzas ya que restasen en mí; primero, demasiado débil como para seguir llorando; y después, demasiado incluso para continuar viviendo.
Las únicas fuerzas que quedaban en mí las derrochaba repitiendo una y otra vez el nombre de mi hermano, con la esperanza de que si lo llamaba lo suficiente, regresaría. Que le vería aparecer otra vez; que lo recuperaría a mi lado y todo no habría sido más que una pesadilla. Deseaba con todo mi ser estar de regreso en ese calabozo con él; cuando todavía quedaban esperanzas.
Soñé muchas veces que Ashun conseguía saltar al agua justo detrás de nosotros y estaba a bordo de ese bote... y luego despertaba. Otras, soñaba que había caído al mar; que nos había perdido de vista y que ahora vagaba solo entre las olas. Y cuando despertaba estaba tan convencido de ello, que volvía a llamarle sin descanso, confiando en que mi voz le guiaría de vuelta a nosotros y podríamos reunirnos.
Zami jamás intentó disuadirme de ello.
Los días eran infernales y las noches acerbamente frías. Zami había bogado sin descanso con los remos, sin que ninguno de los dos extremos, frío o calor, le frenase. Sudaba durante el día hasta empapar sus ropas y temblaba tanto de frío por las noches después de darme su ropón, que incluso en mi estado, apenas despierto, podía escucharle castañetear los dientes.
Y cuando liquidaba todas sus fuerzas y el cuerpo le exigía el descanso haciéndole cabecear, remando casi dormido, venía a recostarse a mi lado y me envolvía entre sus brazos para transmitirme el poco calor de su cuerpo.
Me hablaba de muchas cosas diferentes hasta dormirnos; la mayoría de las cuales o bien no escuchaba debido al abombamiento de los oídos y mis pensamientos dispersos... o no recordaba después, dada la fragilidad de mi mente.
A lo largo de los días sólo había podido retener aquellas que más repetía: «Tienes que resistir». «Llegaremos pronto». «No me dejes...». «Puedes aguantar un poco más». «Yuren». «Yuren». «¡Yuren...!».
Y fuera de eso sólo recordaba el mareo, la lengua seca y pastosa, los calambres agonizantes del hambre que me hacían retorcerme de forma terrible y los desesperados intentos de Zami por mantenerme consciente, refrescándome el rostro con agua salada, proporcionándome sombra en la cabeza con su propio cuerpo cuando el calor era insoportable y cubriéndome con sus ropas y con sus propios brazos por la noche cuando el frío era despiadado.
Una tarde llovió. Siempre tuve la certeza de que esa noche fue la que nos salvó la vida.
Los piquetes fríos del agua sobre el rostro y los brazos me habían hecho abrir los ojos apenas lo suficiente para ver a Zami recogiendo agua de lluvia acumulada en el fondo del bote con un extremo de su ropa, para luego venir hacia mí y estrujar la tela cerca de mis labios, dándomela a beber. Las fuerzas apenas me alcanzaron para tragar, pero el agua fresca le devolvió a mi cuerpo la energía necesaria para sobrevivir esa noche; aún a pesar del frío terrible del fondo mojado del bote, donde hubimos de dormir.
La mañana siguiente fue tan calurosa como todas las que habíamos pasado a la deriva, pero el cielo nublado dada la lluvia reciente fue más piadoso.
Y cuando creí que había llegado a mi límite, luego de pasarme horas desvariando y alucinando, sentí las sacudidas de Zami más apremiantes que nunca. Me daba bofetadas nerviosas y rápidas contra la mejilla y me movía por los hombros.
Fue tanta su insistencia que no tuve más remedio que el de abrir los ojos.
Cuando lo hice, estaba recostado contra su pecho y este me rodeaba con ambos brazos para sostenerme erguido.
—Yuren, ¡despierta!... ¡Yuren...! ¡Yuren, mira!
Su mano se alargó hacia el horizonte señalando algo.
Y allí, entre la bruma del océano, o quizá de mis propios ojos a punto de rendirse y claudicar, creí distinguir, tenue y borrosa, lejana y casi irreal... una silueta en la línea que dividía el mar del cielo.
Zami pronunció una última palabra antes de que mi consciencia se desvaneciera por completo:
Ahzudy.
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• FIN LIBRO I •
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