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Noche "7"

De un momento para otro sentí un una frialdad que me helaba hasta los huesos, y ésta se encontraba sobre mí. Rápidamente, me giré retrocediendo a mi vez, apartando abruptamente también así aquella mano que se encontraba en mi hombro. Esos movimientos permitieron que me quedara justo al lado de Ángela y ese vampiro. Quizás había reaccionado de una forma exagerada, pero su aura... no era algo para lo que estar bromeando. Tenerlo así de cerca, me hizo pensar que me encontraba casi en los brazos de la parca. Y dado que aún no podía confiar en él enseguida, lo interrogué, pues no tenía idea de que pudiera estar alguien esperándonos al descender.

—Eres tú... ¿Abigor? ¿Qué haces aquí? —mantuve mi guardia, y le hice ese planteamiento.

—¿Quién es él? —preguntó Ángela, quien tenía sus ojos bien plantados en la apariencia del chico: los orbes de él eran rojizos como el sobretodo que llevaba, su cabello era del mismo color y tan largo, que quizás le media hasta la cintura, también su forma se veía especialmente picuda, pero no exagerado, aunque sí era lo suficientemente arreglado como para darle un aspecto un poco salvaje. Por lo demás, al tener su abrigo abierto, se podía divisar una camiseta negra junto a nos pantalones verde flúor, sin mencionar, que sus rasgos físicos eran muy llamativos, quizás más que nada para las hembras y machos de la raza humana.

—¿No sabes quién es? Él es otro de los duques de los infiernos, dicen que es muy poderoso, y que también sus armas pueden variar desde una lanza a un cetro. Posee sesenta legiones, e incluso dicen que sabe el porvenir y los secretos de las guerras como el arte de hacerse amar por sus soldados —sonreí para mí y agregué—. Sería un poderoso aliado.

—Es un sujeto abrumante —mencionó entre dientes Kamui, después lo vi ponerse frente a Ángela para protegerla.

—¿Tan poderoso es? —preguntó ella interesada.

—Diablos... ¿qué clase de ángel eres que no puedes sentir una simple energía? —la regañé.

—Hey, hey, no deberías ser tan duro con ella, Syrkei. Después de todo te resultará valiosa en un futuro —refutó el pelirrojo—. Perdonen por inmiscuirme, pero parecían demasiado absortos con mi presencia. Tal y como ha dicho el príncipe de las tinieblas, me llamo Abigor. Me gustaría platicar más a fondo con ustedes, así que... ¿por qué no vamos a un lugar más apartado? —mencionó él. Por nuestra parte nos miramos entre nosotros, y finalmente le di el visto bueno a su propuesta.

Prontamente nos apartamos de la gente, y nos subimos a un carro de acero, el cual, por lo que me explicó Abigor, era un transporte nuevo de este siglo. Para más adelante, ya nos encontrábamos todos dentro y trasladándonos al castillo Sir Fon; ese sitio por lo que nos comentaba el pelirrojo, no era tan espectacular, pero al menos podría considerarse como un buen refugio.

Llegamos después de darle unas buenas vueltas a una de las montañas; la edificación se encontraba justo detrás de esa cumbre, y se levantaba firmemente contra las rocas, pero aún estaba lejos de nosotros, es decir, a unos cuantos kilómetros, es por eso que tuvimos que caminar el resto del trayecto, ya que el vehículo no podía con el empinado camino. Una vez terminada la andada, nos tocó el horror de subir innumerables escaleras escabrosas hasta que nos topamos con unos barrotes de hierro negro. Allí fue cuando Abigor hizo un ligero movimiento de muñeca logrando así desaparecer lo que nos impedía el paso.

—Adelante —dijo él, y procedimos a internarnos en ese sitio. En lo que avanzábamos, apreciamos el impactante recibimiento de los jardines, los cuales estaban decorados de toda clase de flores, incluso de yerbas medicinales.

—Esto es una amplia variedad —musité.

—Así es, después de todo, nosotros también usamos las propiedades de las plantas para nuestro beneficio —aclaró Abigor quien estaba delante de nosotros.

—Esas son... —las palabras de Ángela se perdieron al mismo tiempo que detenía su paso, pues señalaba con sus ojos una especie poco conocida para el ojo humano, y que sin lugar a dudas, sólo se encontraba en el inframundo.

—Así que la conoces —me acerqué y ella asintió—. Es inesperado que tengas de éstas aquí —voltee con una mano ya en la cintura hacia el dueño.

—Hay más de esas, y muchas otras especies raras que traje del tártaro. Pero no estamos aquí para hablar de herbología, así que sigamos —de ahí nos movimos al siguiente punto, una sala bien acomodada y que se veía mucho más anticuada que las que había visto hasta el momento desde mi llegada. Una vez todos nos acomodamos, excepto el vampiro, quien se quedó afuera haciendo vigilancia, empezamos con la charla.

—Bien, imagino que tienes un buen motivo para traernos hasta aquí —me crucé tanto de brazos como de piernas, y esperé pacientemente su explicación. Por su parte, él sonrió.

—Exactamente, y como has de adivinar, mis motivos son simples, y los rumores sobre tu objetivo, vuelan incluso más rápido que la pólvora —asentí—. Y ya que me ha despertado el interés, te ayudaré con una condición.

—Alto ahí. ¿Qué ganas tú ayudándome? Pues entiendo que Aini haya accedido por razones personales, ya que se rumorea que anda con una humana. Sin embargo, a ti te desconozco por completo, y es por eso que no entiendo el porque te arriesgarías —le mencioné.

—Es muy sencillo, hay algo que tu padre me ha negado, y es un descanso.

—¿Ah? —expresé confundido.

—Así es, quiero poder descansar un poco de las guerras. Sabes... es mucho más divertido torturar psíquicamente a los humanos y que se destruyan por mano propia, es por eso que quiero concentrarme más en ese punto, pero teniendo a cuestas a tú padre... creo que lo comprendes. Por otra parte... tengo un favor que pedirte, y dado que actualmente estoy ocupado con temas actuales, voy a decirte lo siguiente: si me entregas la capa de Aamon, quien es un demonio de un estatus inferior, puedo asegurarte que todas tus batallas se verán aseguradas respecto a su victoria, ya que ese objeto, entrega grandes dotes a su portador. La encontrarás en el desierto del Armagedón, en el cual se haya un oasis de aguas carmesí. Si la encuentras, te aseguro que te seguiré y te recompensaré, siempre y cuando también cumplas con lo primero que mencioné.

—Entonces, ¿solamente debo ir a buscarla? —le dije. La tarea me parecía sencilla, sin embargo, no podía asegurarme que nada se interpondría en mi camino, es por eso que me tomé más seriamente aquella prueba.

—Así es —me sonrió con amabilidad, lo cual hizo que mi estómago se revolviera—. No tienes por qué preocuparte por ese ángel, ni tampoco por tu lacayo. No les haré daño, siempre y cuando cumplas con tu palabra —me aseguró, pero Ángela, quien estaba escuchando dijo algo a todo esto.

—No es como si no fuera a defenderme si me atacas —mencionó algo temblorosa.

—Sé de lo que eres capaz, muchacha —aseguró Abigor medio burlándose de ella.

—Como sea —no entendía bien a que se refería, ¿pero acaso podría hacer algo más allá esta tonta?, la verdad es que nada podía asegurármelo.

—¿Te irás ya? —me preguntó el pelirrojo al ver que me levantaba.

—Sí

—Ve por detrás del castillo, allí encontraras un portal que te llevará al desierto, por lo demás... tendrás que arreglártelas solo —me informó.

—De acuerdo —me dirigí hacia la puerta, pero antes de irme, lo miré por sobre mi hombro y le eché una advertencia—. Espero que cumplas lo que dijiste, sino... tendrás serias consecuencias, y te aseguro que las legiones que posees no serán suficientes para detenerme —él se echó a reír a todo pulmón, y asintió varias veces.

—¡Sí, sí, eso lo sé! No te preocupes, sé que tan fuerte es el heredero de las sombras.

Una vez finalizada nuestra charla, me trasporté al portal detrás del castillo, y me introduje en el mismo. Sabía en qué lugar me encontraba, y que nuevamente mi posición era el inframundo, pero además, el sitio al que debía dirigirme estaba a millas de donde yo había aparecido, es por eso que aprovechando la ocasión, llamé a mi corcel, quien en un parpadeo apareció frente a mí. Gracias a mi bestia alada, pude acortar el tiempo, e inmediatamente llegué al lugar deseado. El sitio era claramente desolado, no había tampoco ni una pisca de arena, sólo tierra seca con algunas estalactitas y rocas que imitaban a las precarias tumbas de soldados caídos.

—El manto debe de estar cerca —miré a mis alrededores, y me topé con el oasis mencionado, pero por si fuera poco, dentro de sus aguas flotaba lo que buscaba—. Ahí está —bajé entonces de mi caballo, y me incliné para tomarlo, aunque me dio un poco de trabajo debido al peso, de igual forma eso no me impidió cumplir con mi cometido. Una vez tuve el objeto en mano, lo estrujé y lo doblé para más tarde acomodarlo en el lomo del animal. Sin embargo, no todo iba a salir bien. Debajo mí, un agujero oscuro se abrió, pero afortunadamente logré salir de un salto sujetando también el manto, el cual había tomado por precaución, e hice bien porque lamentablemente, mi caballo no tuvo la misma suerte, ya que fue tragado entre relinches desesperados por aquel agujero.

—Has estado escapando por mucho tiempo, ¿no es así Dark Knight? —logré escuchar.

Detrás de una estalactita pude divisar a una mujer, la cual poseía una vestimenta claramente reveladora: en su pecho había un sostén bermellón, y posicionado en sus caderas una fina minifalda que hacía conjunto con el dichoso, sin mencionar, los tacones de aguja que quizás podrían degollar a alguien de una patada. Sus alas también destacaban, y eran tan oscuras que se fundían con el desolado paisaje. Por otra parte, sus ojos eran de un azul eléctrico, pero además, su cabello se veía corto hasta los hombros, y quizás, estaban teñidos de un opaco castaño.

—¿Quién te crees que eres para entrometerte en mi camino? —me recobré enfurecido, y elevé al mismo tiempo mi energía maligna.

—Es una lástima que ya me hayas olvidado, querido Syrkei. Soy una de las primeras mujeres con las cuales te has acostado en el averno. Soy una Alouqua, una de tus innumerables prometidas —es común ver este tipo de seres en el inframundo, después de todo, ella es una especie de súcubo vampiro, tiene la habilidad de cansar a sus presas y de absorber su energía vital hasta matarlas. Tuve una vez un ligero encuentro con ella tiempo atrás, por lo que era de esperarse que no la recordara después de estar con tantas mujeres en el hogar de los condenados. De todas maneras, de alguna forma, ya me sentía asqueado por esa vida a la que me impuso mi padre, y no entiendo del todo el cambio, pero podría decir que comenzó cuando conocí a Ángela. Actualmente, no existe otra cosa que me motive más que ella.

—No hacía falta que lo dijeras para que me diera cuenta de que eres una de esas repugnantes criaturas. ¿Y qué dices, prometido?, perdona, pero no creo haberme relacionado con una bazofia como tú en algún momento determinado de mi existencia, y si lo he hecho, entonces ahora mismo me arrepiento de eso.

—Con que eso piensas. ¿Acaso te ha cambiado los ideales esa perra?

—Ella no tiene nada que ver con esto —aseguré, aunque no podría negar que me había afectado indirectamente.

—¡Cállate! ¡No creas que no sabemos nada de lo que quieres lograr, por eso, yo seré la primera que obtendrá tu cabeza antes que nuestro gobernante! Pero no te preocupes, mis miles de guerreros te despedazaran tan lentamente, que te aseguraran una agonía digna del príncipe de los infiernos. ¡A él! —me señaló.

De pronto, una neblina de azufre empezó a levantarse a mí alrededor. Intenté escaparme con el manto, sin embargo, me fue imposible, porque de entre la niebla empezaban a extenderse seres fantasmales que con cuyos ojos envueltos en llamas buscaban los míos con amplia sed de sangre.

—No creas que podrás superarme tan fácilmente —mi voz se escuchaba claramente ronca, y mi energía se tornaba cada vez más sádica, después de todo, al saber que no tenía posibilidades de huir, sólo me quedaba enfrentar lo que allí cernía. Pero pasó algo impensable, no me esperé que Abigor apareciera, e interrumpiera el hechizo de esa monstruosa mujer, quien al ser abofeteada con violencia por él, mostraba un rostro lleno de pavor, pues sabía que seguramente él la mataría.

—¡Por favor, piedad! —rogó ella para luego arrodillarse frente a él. Por mi parte, fui testigo de cómo la neblina desaparecía junto a esos seres.

—Este será tu castigo por interrumpir la prueba que tenía para él —le mencionó, y al poco tiempo, vi como estiraba su mano hacia ella, pero también, encendía ésta en llamas, lo cual daba a entender que iba a destruirla. La Alouqua ahora estaba desprotegida, y fácilmente sería destruida por mi futuro subordinado, aunque eso no era de mi incumbencia, aun así, algo en mí me decía que no debía permitirlo, e inconscientemente fui a tomar de la muñeca al pelirrojo, deteniendo así su acción.

—¿Qué crees que haces Syrkei? ¡Hay que destruir todos los seres que levanten su mano contra ti, y también a los que se opongan a tus deseos. ¿Acaso ese no era tu lema? —me miró con una terrible decepción mezclada con molestia.

—El que tiene la última palabra aquí soy yo, Abigor —levanté mi mano con la capa de Aamon para así demostrarle que había cumplido con el trato. El duque miró el manto algo inconforme, pero aun así decidió soltar al súcubo vampírica, y se inclinó ante mí.

—Al final lo has logrado, justo como lo esperaba de un verdadero líder. Mi lealtad, tanto como mi fuerza, ahora te pertenecen mi joven amo —él se incorporó—. Y si tanto deseas salvar la vida de esta Alouqua, no tengo otra opción que aceptar tus afanes —a pesar de que decía eso, podía ver en su rostro el desgane por seguir aquella orden.

—¿De verdad... me perdonas la vida? —preguntó ella.

—Si quieres morir, puedo cambiar de opinión —le aseguré.

—¡No, no, no, no quiero! En verdad gracias —al ver que se me acercaba, retrocedí y la paré con una de mis manos.

—No te acerques —le advertí.

—Lo siento, yo sólo quería agradecerte con un... pequeño beso.

—Me temo que eso no será posible, guarda tu cariño para alguien más —le ordené a ojos cerrados.

—¡Al menos me gustaría agradecerte de alguna manera! —me suplicó ella. Yo suspiré pesadamente, y miré tanto a esa mujer como a mi nuevo camarada.

—Entonces desde ahora estarás bajo las órdenes de Abigor. ¿Contenta? —no es común poner a alguien bajo el mando de quien casi lo mata, pero a mí no me importaba, sólo quería quitármela de encima.

—¿Es enserio? —refunfuñó ella.

—Si no te gusta, simplemente vete, infórmale a mi padre que tu plan fracaso, y resígnate a morir.

—¡Está bien, lo entiendo, me quedaré bajo sus órdenes!

—Bien, está decidido entonces —mencionó el duque, quien parecía imparcial sobre la decisión que había tomado. Después de esa corta charla, mi nuevo subordinado abrió otra brecha para regresar.

—Por cierto, ¿cómo es que sabías lo que pasaba? —le pregunté.

—Recuerda que puedo ver el futuro, así que me adelanté a los hechos —me mencionó—. Ahora, entremos.

Ambos asentimos, y entramos finalmente al portal. Sorpresivamente, aparecimos precisamente en la sala en donde Ángela y Kamui nos esperaban.

—¡Syrkei! —exclamó ella emocionada. Al parecer, estaba aliviada al ver que llegaba a salvo. No obstante, su expresión cambió a una de curiosidad al ver a la chica que venía con nosotros e inmediatamente no dudó en preguntar—. ¿Quién es ella?

—Ella es una Alouqua, también es mi ex-prometida —le informé, pero inmediatamente ella se tornó un poco pálida—. ¿Qué te pasa? ¿Por qué no dices nada? —levanté una ceja ante su extraño comportamiento.

—¡No, no es nada! —dijo nerviosa—. Así que ex-prometida... Bueno, supongo que tienen mucho de qué hablar, así que yo iré a alguna otra habitación —sonrió aún con nervios, y ella se dispuso a irse, pero apenas pasó por mi lado, la tomé de la muñeca.

—No entiendo que es lo que te pasa, ¿por qué te vas? —le dije seriamente, pues la verdad no la entendía, ya que para mí sólo había sido una presentación más que normal.

—¡Te dije que estoy bien! —frente a sus inesperada insistencia, fruncí el ceño, y miré a los otros dos allí presentes.

—Les ordeno que se retiren, debo hablar a solas con ella.

—¡Pero! —manifestó Alouqua tratando de entrometerse en medio de mis anhelos. Fue entonces cuando la miré fijamente sin dejar de sostener a Ángela: mi mirada era tan fría, que le provocó temblores que le llegaron hasta la última fibra de su alma. ¿Y cómo lo sé?, porque lo pude sentir, casi palpar e incluso saborear.

—¡He dicho que se vallan! —volví a exigir, y ella se encogió, Ángela me miró con un poco de preocupación, y Abigor ni se mosqueó.

—Vámonos Alouqua, es algo que tienen que arreglar entre ellos —él tomó de la mano a la demonio de nivel inferior, y se la llevó consigo. Una vez sonó la puerta que indicaba nuestra soledad, empecé con la charla.

—Ángela, quiero saber qué es lo que te sucede. Has estado extraña desde llegué —por la posición en la que se encontraba, pude ver como se mordía sus labios, y a continuación se zafó de mi agarre, lo cual me sorprendió. Luego, no esperé que ella fuera a girarse para gritarme.

—¡No me ocurre nada! —aunque decía eso, sus ojos estaban envueltos en unas finas sabanas hechas de agua. No entendía porque estaba tan alterada, pero la tomé de los hombros sorpresivamente y la obligué a sentarse sobre el sillón blanco.

—¡Te lo preguntaré de nuevo, y no me salgas con que no es nada! —fijé mis orbes en los suyos, y vi por un momento como quería rehuir de mí, entonces apreté el agarre, y hablé de una forma más amenazadora—. Soy un experto en decir mentiras, y créeme... no vas a engañarme —pero ahora que lo pensaba... ¿acaso estaba celosa de Alouqua?, si era así, entonces tenía que hacerle entender que ya no había nada con aquella mujer—. Podría ser... ¿qué estés celosa de Alouqua?

—¿Qué? —ella se exaltó en su lugar, pero no demasiado debido a como la sostenía—. No es... no es eso.

—Incluso te pusiste a llorar —le indiqué con un movimiento de cabeza.

—¡No estoy llorando, sólo se me metió algo en el ojo! —inmediatamente, se puso a restregarse los ojos con ambas manos.

—Mira... —ya cansado, suspiré y procedí a explicarle—. Ya no tengo nada con esa mujer, y mucho menos tengo la intensión de casarme con cualquier cosa —le indiqué.

—No lo entiendo. ¿Qué ya no tienes nada con esa chica? ¿Por qué te disculpas? —sus orbes reflejaban deseos de que dijera algo con más peso, pero en realidad... yo no conocía aquellas palabras que quizás ella tanto estaba deseando escuchar, por eso en mí se plasmó una expresión de angustia.

—Yo... no lo sé —le respondí finalmente.

—¿De verdad no lo sabes? —y yo asentí, pero ella negó con la cabeza—. No, sí que lo sabes —me quitó las manos de sus hombros cuando apenas aflojé un poco el agarre, y tomó mis manos con una suavidad que me era irreconocible, pero que al mismo tiempo, me hizo poner nervioso.

—¿Qué quieres decir? —parpadee confuso, y ella procedió a explicarme.

—No puedo comprenderlo del todo, pero... puedo decirte que al principio me dabas un poco de miedo. Y aunque sé que te conozco poco, no sé... como explicar este sentimiento —soltó una de mis manos para colocarla en su propio pecho—. Siento... siento que el corazón se me acelera, y que me duele cuando te veo con alguien más —sus orbes se cerraron con algo de fuerza—. Es por eso, que... que pienso que en realidad, tengo sentimientos por ti. Creo que me estoy enamorando de ti —¿qué era eso?, hasta ahora nadie me había dicho algo así, y esa palabra que había utilizado me era completamente ajena. En el momento en que yo me había quedado pasmado, escuché decir a las plantas que entorpecían la estructura, que el amor era un sentimiento maravillo, y que era sentir la necesidad de estar siempre con esa persona, algunas otras agregaban nuevos datos, como que es también desear abrazar y besar a ésta misma. Entonces, lo que yo estaba sintiendo, no era otro cosa que... ¿amor?  

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