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Noche "1"

En todo este tiempo en el que he estado, en todos esos años que he invertido en mis entrenamientos, no he pensado que alguna vez o en algún momento, me toparía con algo a lo que se refieren los mortales, a esa palabra tan típica que ellos usan, esa cosa que desconocía mi corazón y que no entraba en mis reglas, eso que nunca me imaginé por lo que alguna vez lucharía, aquello que atrajo mi curiosidad y al mismo tiempo trajo mi tristeza, ese misterio que no conocía y que pronto sabría que era, se llamaba amor.

Esto ocurrió un día al que yo llamaría como común. Me encontraba en las llanuras planas del gran mundo subterráneo al que todo mortal teme, al que toda persona de malas hazañas va en el momento de su muerte. Podría agregar a esto que yo estoy con vida en estas tierras, pero poseo un corazón que apenas palpita, el cual es tan duro como una piedra, aunque a pesar de que posee tanta frialdad, aún puede sentir mucho. En ese mismo infierno sólo se puede apreciar una vista desolada, junto a apenas unas cuantas grietas en el suelo, y unas estalactitas que posan en el mismo.

En medio de mi entrenamiento uno de los mensajeros de mi padre se presentó a toda prisa y con exageración; odiaba la manera de proceder que tenía para interrumpir mis prácticas.

—¡Señor Syrkei!, su padre, el rey del inframundo, ¡lo necesita en sus aposentos!—dijo con tono extravagante.

—Muy bien, esclavo, dile que iré enseguida —pasé mi mano por mi largo cabello blanco, mientras le hacia un gesto de repulsión, pues nuestros sirvientes eran tan grotescos, que no había otra forma de tratarlos, más que con desdén.

Luego de la retirada del inmundo ser, tomé mi caballo negro y lo monté a toda marcha hacia el castillo de mi padre, el cual quedaba en lo más profundo del inframundo, en donde yace la más terrible oscuridad.

Al llegar, bajé de mi caballo y entré por la gran puerta de madera que posee el castillo de mi padre. Pasé a la gran sala, en donde apenas iluminaba un par de antorchas, mis ojos color sangre destacaban por la penumbrosa habitación, y con ellos observé a mi creador sentado sobre su trono, en ese preciso momento, sus orbes se clavaron sobre mí, a continuación, con su voz gruesa y ronca me dijo.

—Al fin llegas. Hoy es el día en que recibirás tu misión, la cual ejecutaras sin reprochar en la tierra de los mortales —él procedió a estirar su brazo con su puño cerrado, y al abrirlo, me mostró una tiara dorada, la dichosa parecía tener un circulo en el centro, pero además, parecía que debería colocarse en la frente y no en mi cabeza—. Tu misión consiste en matar a uno de los Ángeles de Dios para poder probar que eres un verdadero demonio, y en segundo lugar, quiero que siembres la oscuridad eterna en aquel mundo al que Dios ha creado con tanto esmero —al poco tiempo, lo vi bajar de su trono, se acercó a mí, y colocó la tiara recién creada sobre mi faz.

El objeto inmediatamente empezó a expulsar pequeños círculos de un tono áureo, que dio como resultado, que mis alas negras fueran ocultadas, casi como si nunca las hubiera tenido, seguido de eso, el rey de ese lugar retiró sus manos de mi frente, y luego se dirigió nuevamente a mí con su impactante voz.

—Esa tiara que usas, te hará pasar por un humano. Quítatela cuando vayas a pelear contra aquel Ángel —me indicó.

Lo miré sin expresión. Todo esto me habría las puertas para llevar a cabo una gran hazaña, pero no sólo eso, sino que era mi oportunidad para superar a mi padre, y hacerme con su trono. Aquel pensamiento, hizo que sonriera malévolamente a mis adentros, y finalmente, decidí contestarle, casi al instante, sus palabras con una expresión neutral.

—No te defraudaré, padre, lo juro por mi honor —el que un demonio jurara en vano, no era pecado, sino más bien, era considerado una gran acción.

—Sé que puedo confiar en ti —él liberó una tenebrosa carcajada en lo que yo me retiraba.

En lo que salía del castillo, mi ropa azul marino ondeaba un poco, y esto se debía a mi prisa, pero más que nada, porque las mangas de mi camisa entre abierta, como el final de mis pantalones, eran amplios, por lo que ocultaban mis puños como mis pies. En los bordes de las mangas yacían unos rombos en color dorado brillante, y en mi cintura, una cinta verde que era lo suficientemente ancha como para usar de cinturón; las puntas del objeto se dejaban caer y se movían con elegancia.

Una vez estuve fuera, noté a mi corcel esperándome. Quizás cualquier mortal hubiera pensado que era un simple caballo, pero lo cierto era que, los caballos infernales poseen alas ocultas que se adaptan bien a su pelaje, lo cual evita que sean vistas fácilmente, y que además, puedan hacerse pasar por caballos normales.

Volví a montar a aquel ser poco usual, y entonces cabalgué hasta llegar a las puertas del tártaro, en las cuales podía ver a cerberos dormir plácidamente junto a estás. Me detuve unos segundos para despertar de un golpe al descuidado demonio, quien luego se levantó rugiendo con imponencia, pero que sin embargo, a mí no logró cohibirme.

—¡Abre las puertas! —le exigí, y en un suave lloriqueo, se sentó bajando sus cabezas, lo cual dio como resultado la abertura de las puertas.

Enseguida le indiqué a mi corcel que volviera a su trote, y traspasamos aquel portal. En lo que avanzaba, notaba como las escaleras que estaban debajo de nosotros se llenaban de arena, y al poco tiempo, salimos de una especie de agujero en el suelo hacia un desierto en pleno día, es por eso que nos detuvimos definitivamente.

Bajé de mi montura, y miré a mis alrededores, para luego notar como las plumas de mi caballo brillaban intensamente con la luz de aquel mundo, es por eso, que tuve que mandarlo de regreso antes de que la puerta al hades se cerrara por completo. Al poco tiempo, fui testigo de cómo las arenas finalmente se tragaban la entrada, y me quedaba finalmente solo. Ahora debía encontrar al inmundo ser que tenía que destruir, y para ello, necesitaba consejo de algunos camaradas, así que me puse en marcha, ya que yo sabía dónde buscar.

Apenas giré mi cuerpo en la dirección que debería recorrer, me topé de repente con una humana, lo cual me sorprendió. Estaba seguro que no había nadie en los alrededores, pero ella allí estaba: era una chica de cabello largo de color castaño, sus ojos eran celestes, sus ropas eran del mismo tono azul marino que las mías, a excepción de la parte de la falda, la cual era violácea, desde los hombros hasta la base del cuello tenía un color blanco que rodeaba a la prenda, pero que además estaba adornados de cristales coloridos en los bordes, y a los costados, sosteniendo un mechón de cada lado, tenía una cinta rosa, pero además, en su cuello, tenía una gargantilla que en cuyo centro poseía un corazón. ¿Era una especie de monja...quizás?, me detuve a pensar, pues de ella no emanaba ninguna especie de fuerza sobre natural.

—Hola —me dijo acercándose a mí, pero mantuve firme, y con algo de extrañeza la interrogué.

—¿Quién eres tú? —le pregunté con tono severo.

—Me llamo Ángela, mucho gusto, ¿y tú cómo te llamas? —había cumplido bien su papel, es decir, el de presentarse, pero aun así no despejaba mis dudas sobre ella, es por eso que la miré con desconfianza, lo cual al parecer la hizo preocuparse por la expresión que puso.

—No tengo motivos por el cual deba decirte mi nombre, así que Adiós —le dije, e inmediatamente me atreví a pasarla por un costado para seguir mi camino, después de todo, no tenía tiempo para tratar con mortales, eso no me ayudaría a dar con mi objetivo. Sin embargo, la voz de esa chica parecía hacerme algún tipo de eco en mi cabeza, es por eso que me detuve un momento, y la observé disimuladamente sobre mi hombro. La vi sumida en sí misma, casi parecía como si estuviera rodeada por las sombras, y por una de sus típicas criaturas, la cual la tomaba de sus piernas para luego obligarla a permanecer sin rechistar en su sitio.

Fue breve el instante en que me detuve para observarla en su quietud, luego volví a ponerme nuevamente en marcha. Por algún motivo, la arena empezó a agitarse en la lejanía, o más bien, unos pies pequeños lo hacían, y de repente, justo delante de mí, apareció la muchacha, quien estaba, al parecer, algo agitada. Yo la miré con enojo, pues se estaba entrometiendo.

—¡Por favor, permíteme viajar contigo! —dijo ella con cierta desesperación, al mismo tiempo, sus manos se juntaron en forma de ruego sobre su pecho. Sin embargo, en mi caso, en lugar de sentirme conmovido, estaba iracundo.

—Has lo que quieras, no me importa —como no quería lidiar con esa inútil humana, simplemente la dejé ser, y seguí mi camino. Por algún un motivo que desconocía, no se me pasó por la mente preguntarle sobre sus orígenes, o si vivía cerca del pueblo al que me dirigía, más sólo pasamos el día caminando uno al lado del otro, hasta que llegamos a un oasis, y decidí que era mejor descansar allí. Dado que no quería que me siguiera, y más que nada, porque no estaba seguro de quien era, planeé matarla esa misma noche.

—Descansaremos cerca de esa palmera —le comuniqué, y luego me acerqué a sentarme, e inesperadamente ella también se sentó a mi lado.

—¡Sí! —respondió ella con emoción, casi parecían que sus energías no mermaban, mientras que yo me encontraba algo cansado por la caminata diurna. ¡Era incomodo!, pero también era la única compañía que tenía. El inframundo suele ser muy solitario para un demonio como yo, y tener de compañero a un ser humano, era algo impensable, extraño, pero más que nada, inaudito.

El silencio nos envolvió otra vez, y sólo había llegado a escuchar su tono unas cuantas veces, pero eso me hacía sentir afortunado, ya que no me encontraba con una persona que pudiera ser imparable en su expresión del lenguaje. Por ahora, me dediqué a analizar mí alrededor, el lugar era diferente al de donde yo venía, y daba cierta paz, una que no llegaba a explicar. Las estrellas se encontraban sobre nuestras cabezas, pero yo no las miraba; estaba inmerso en lo que debería hacer después de esto.

—¡Qué hermosas están las estrellas! —mencionó ella mientras miraba el extenso campo estelar.

—Sí... claro —había dado una pequeña mirada hacia arriba, y luego volví a fijar mi rostro al frente; estaba claro que no me interesaba lo que hablaba en lo más mínimo.

Otra vez volvía a sonar sólo los grillos en el ambiente, y al parecer, ella no parecía sentirse incomoda con mi resiente desinterés, mucho menos se veía enfadada, es más, se notaba somnolienta. Al rato, la vi desvanecerse, y eso seguramente se debía a que no pudo sostener sus parpados por más tiempo. Pero en cuanto estuve a punto de levantarme, sentí un peso en mi hombro, el cual pertenecía a su cabeza, al parecer, no pudo controlar aquel aspecto, y ahora ella descansaba sobre mí.

—Diablos —musité, y por un leve momento, sentí que mis mejillas se calentaban, lo cual me provocaba una molesta sensación, es por eso que me apresuré, pero con cuidado, a acomodarla sobre la palmera, tomando así distancia de ella. Una vez la miré de otro ángulo, hice crecer mis uñas con un solo objetivo, desgarrar su garganta.

—Ahora vas a descansar para siempre —le murmuré, e inmediatamente bajé mis uñas a su cuello, pero una fuerza mayor me detuvo. De pronto, me vi imposibilitado. ¿Qué era esto? ¿Cómo podía ser sometido de esta manera? Mis manos temblaban, todo mi cuerpo lo hacía, y sólo por estar observando dormir a esa chica. ¿Qué era eso tan especial que la envolvía? Era como si en realidad alguien la estuviera protegiendo sin estar ahí realmente.

No tuve otra opción más que resignarme, pues no lograba llevar a cabo lo que deseaba, así que mis uñas regresaron a la normalidad, y me quedé viendo a esa muchacha.

—Tienes suerte —le mencioné suavemente, y de inmediato, sentí como si mi corazón de piedra se descascarara, e incluso, se despejara. ¿Qué es esto?, me pregunté, pues era una sensación inexplicable, era algo que ella me provocaba, me hacía conmover, derretir, e incluso, casi desvanecer. Fue allí que volví a darme cuenta que mis mejillas otra vez ardían. Me toqué la cara con el motivo de hacer desaparecer aquel efecto, pero fue casi inútil. Esta reacción inexplicable, me hizo retroceder, y dejar para más tarde lo que quería hacer—. Creo... que lo dejaré para otro momento; no me siento bien —me dije a mí mismo, y mis palabras se las llevó el viento junto a la noche.

Desconcertado por lo sucedido, terminé por sentarme a una determinada distancia de ella, pero tampoco pude evitar plantarle ojeadas de vez en cuando, pues me traía curiosidad por algún motivo. Sin embargo, la noche hacía su trabajo, y me entregó el más profundo sueño en el momento menos esperado. 

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