❈•≪14. Intimidad y consideraciones≫•❈
Relamiéndose los labios, Mingi tocó la puerta del dormitorio de Hongjoong con nerviosismo. Habían pasado tres días desde la última vez que se vieron, y aparte de sentir la adrenalina por este motivo, estaba también el factor de quererle contar que había obtenido el reconocimiento de Wooyoung. Lo que para él, era un mérito muy importante y valioso, por sobre todo.
Sin embargo, toda la emoción se vio drenada de su cuerpo en el instante que le abrieron la puerta y un aroma intenso a jazmín le golpeó hasta dejarlo sin aire. Fue como si le hubieran dado directo en el estómago con una pesa de 25 kilos. Y la expresión de la persona al otro lado, no era mejor tampoco.
—¿Eres el compañero de Hongjoong? —preguntó con lo que parecía cansancio, pasándose una mano por el pelo—. Porque eres el décimo alfa en llamar a la puerta y me estoy cansando de mandarlos a volar.
—Lo soy —afirmó de manera torpe, sobrecogido por la información. Alfas habían querido aprovecharse de la situación de Hongjoong. ¿Qué mierda?
—¿Nombre?
—¿Disculpa? —dijo sin entender, viéndolo como sacaba un papel del bolsillo y curioseaba en él.
—Tu nombre —repitió con exasperación, mirándolo mal. Ese beta tenía huevos para hablarle así a alguien que lo doblaba en tamaño y altura—. Hongjoong me dio uno específico. Concuerdas con la descripción físicas pero eso no es de mucho. Muy ambiguo para mi criterio, así que, por favor, me dirías tu maldito nombre.
Respirando hondo, Mingi supo de inmediato que esa no fue buena idea, su cuerpo reaccionando a las feromonas de su amante como usualmente lo hacía, estremeciéndose por la fragancia potente y seductora. Un almizcle especial que había sido creado para embrujar hombres.
—Song Mingi, defensa de los Red Falcons.
—¿Posición exacta?
—Derecha —dijo tras rodar los ojos. También exasperado.
—Lleva encerrado en su cuarto desde ayer —informó no mucho después—, no ha salido para nada. Ni siquiera para comer, tampoco nos permitió entrar, así que... —guardándose el papel, hizo ademanes en el aire con las manos—. Quedas a su cargo. Buena suerte.
Y una vez le dijo todo eso, el beta procedió a salir del dormitorio, dejando la puerta abierta para que pueda ingresar mientras él se marchaba libremente. Confundido, el alfa dio pasos adentro, sintiendo como el seguro se ponía de forma automática en la cerradura una vez cerró la puerta. Y sólo por curiosidad, preguntó si había alguien allí, sólo para recibir silencio de respuesta.
Al parecer, uno a uno, habían abandonado el barco.
Tragando en seco, el moreno se encaminó hacia la puerta que correspondía al cuarto del omega y una vez estuvo frente a ella, sus dedos se enroscaron en la manija, para su sorpresa, no hubo resistencia alguna y pudo abrirla con facilidad. Una vez lo hizo, todas sus terminaciones se sumergieron en una piscina de intenciones libertinas y su mente se llenó de imágenes obscenas. Las feromonas que emanaban de allí eran de otro mundo. Densas y tormentosas de una manera que hacían doler la entrepierna.
—¿Hongjoong? —probó en llamar, asomando la cabeza con cierto temor—. Soy yo, Mingi.
Y con lo que se encontró en el interior, lo dejó con la boca abierta y los bordes del corazón adoloridos. Hongjoong se hallaba en un rincón de la habitación, acurrucado en sí mismo y con las manos en el estómago, la frente pegada al suelo afelpado y bañado en un sudor que se deslizaba hasta perderse en la alfombra.
Era brutal. Una imagen que desgarraba almas.
—Cariño —susurró con la voz hecha un lío, una inflexión lastimera y baja, compasiva—. ¿Por qué no me llamaste o a Wooyoung?
—No quería molestar —respondió a duras penas, girándose para verlo. La respiración le pesaba y estaba claro que le dolía inhalar y exhalar de forma continúa.
Mordiéndose el labio inferior, el alfa se aferró a la manija de la puerta con fuerza—. ¿No tomaste ninguna pastilla?
—Es un celo real, Min. Los supresores apenas harían algo.
El moreno podría haberse enfocado en el apodo y en la manera tan dulce en el cual fue pronunciado, sin embargo, sus prioridades eran otras: Hongjoong estaba teniendo un celo y llevaba aguantando ese estado de tortura desde ayer, según le informó el beta de hace rato.
Algo digno de admirar y de criticar a partes iguales.
—¿Quieres que entre? —preguntó con cautela, viéndolo desde la distancia con una preocupación grabada a fuego en sus facciones.
—Por favor —murmuró el omega, lágrimas acumulándose en sus ojos—. Te necesito.
Obedeciendo a su amante, Mingi no dudó en cerrar la puerta tras su espalda y en dirigirse hacia el rincón donde el omega reposaba entre jadeos, y con una determinación inamovible, lo rodeó con los brazos. Pegándolo a su cuerpo y colocándolo en una postura más cómoda de aquella encorvada.
—Todo estará bien, cariño. No te preocupes. Ya estoy aquí —le susurró a modo de consuelo, acariciándole la espalda de forma repetida.
Asintiendo en silencio, Hongjoong se elevó por su cuenta y poniendo algo de esfuerzo extra, llevó su rostro hasta la garganta de Mingi, tomando de sus feromonas con tranquilidad. Inhalando y exhalando de la mejor manera en la que le era posible. Consciente del acto, procuró emitir un aroma relajante, poco invasivo o intentos.
Y al principio las cosas se mantuvieron de ese modo, ingenuas e inocentes. No obstante, el rubio se encontraba atravesando un celo, por lo que pronto y al reconocerlo como su compañero habitual, el deseo en sus venas se exteriorizó por sus poros, liberándose en feromonas seductoras de un calibre difícil de eludir. Fragantes e irresistibles. De primera categoría como el mejor de los manjares.
Empañados en esa capa de lujuria innegable, ambos terminaron haciéndose un camino hacia sus bocas. Fundiéndose en un beso lento y profundo. De intenciones urgentes.
Al separarse, sus miradas obnubiladas por las del otro, se encontraron en un universo paralelo donde sólo existieron ellos dos. Acalorados y envueltos en una capa como la brea, las manos de Mingi comenzaron a trabajar el cuerpo de Hongjoong a su antojo. Empezando por quitarle las prendas. No fue hasta que lo tuvo desnudo para él que notó cuán humedecido se hallaba. Tanto por delante como por atrás.
Todo un sueño vulgar para cualquier persona.
—Dios, eres un desastre absoluto, ¿qué debería de hacer contigo? —murmuró para sí mismo, sin embargo, el omega lo escuchó.
—La camiseta —susurró entre jadeos—. Quiero ponerme la camiseta, por favor.
En un inicio, Mingi no comprendió a qué se refería Hongjoong, a pesar de ello, se esforzó por leer las indicaciones silenciosas de éste y su mirada dio con la línea visual que el rubio se encontraba siguiendo en ese preciso instante, sólo para ver que se trataba de la dichosa camiseta de entrenamiento de los Red Falcons.
Bañado en la comprensión, el alfa tuvo que esmerarse para conseguirla y una vez lo hizo, se la colocó al omega, cubriendo lastimosamente media parte de su cuerpo. Al hacerlo, éste pareció recobrar energías, porque de un momento para el otro, se hallaba abrazándolo por el cuello y enfrentándolo. Ojos castaños empañados en una lujuria sin nombre.
Y lo que más le asombró, fue ver el atrevimiento del rubio al comenzar a menear las caderas, frotándose con su erección cubierta. Gimiendo, Mingi lo miró con atención, llevando sus manos a la cintura de Hongjoong. Incentivándolo a ir por más. A que continuara persiguiendo ese ardor que le incendiaba las venas con una eternidad de mil soles.
Jadeando, el omega se acercó a su cuello y comenzó a dejar un trazo de marcas violáceas que descendían hasta su manzana de Adán. Donde para su sorpresa, fue colocada una impresión dental que le robó el aliento. Apretando la tierna carne del rubio, el defensa hizo que sus caderas se presionaran con mayor insistencia. Una jugada que los hizo suspirar con profundidad.
Tanto de alivio como de emoción.
Llevando una de sus manos a la nuca del más bajo, tironeó de él hasta que sus bocas se encontraron en un beso fogoso que consumió sus alientos con rapidez. No obstante, eso no los detuvo de seguir magullando sus labios con un fervor arrasador. Hinchados y rojizos, la lujuria los tiñó a la perfección de una insinuación lasciva.
Deslizando las manos por su cuerpo, Hongjoong las llevó hasta sus pantalones, donde con una prisa desmedida, le desabrochó los botones y le bajó la cremallera. Liberando su miembro erecto como un mástil y aliviando su propia persona indirectamente. Tal fue así, que suspiró largo y tendido. Sus hombros cayendo y su abdomen hundiéndose.
—Min —susurró el omega después de un rato, agónico—. Te deseo.
—¿Quieres hacerlo como siempre o más suave? —preguntó mientras una de sus manos lo sostenían por la mandíbula y lo obligaban a enfocarse en él y no en su erección.
—¿Cómo quieres hacerlo tú? —preguntó en un jadeo, meciendo las caderas con lentitud. Castigando a ambos en un placer infinito.
—Dios, quiero desarmarte por completo tan mal —confesó con brutalidad desmedida, apretando su agarre.
—Entonces, ¿qué esperas?
Gruñendo entre dientes, Mingi volvió a conectar sus labios en un beso profundo. Demoledor pero que los tuvo satisfechos. Fue casi como una experiencia religiosa, no obstante, apenas duró lo suficiente como para disfrutar de ella. Como el pasar de una estrella fugaz.
Ya que en el segundo siguiente a que sus bocas se separaran, el defensa, sin previo aviso, metió dos de sus dedos al interior de la boca del omega y comenzó a frotar su lengua con vehemencia. Escuchándolo jadear de la impresión, sus labios se torcieron en una sonrisa maliciosa.
—Maldición —masculló él, sintiendo como su miembro se retorcía por la vista que la lujuria estaba creando delante suyo. Labios hinchados y separados; ojos entrecerrados y humedecidos; espalda encorvada en un ángulo imposible de calcular y piel perlada. Era delirante—. Si pudieras verte, querrías joderte con los dedos de la misma manera en la que estás jodiendo tu lengua ahora mismo.
Gimiendo, al rubio no le quedó de otra más que cerrar los ojos y permitir que el alfa siguiera con lo que estaba haciendo. Doblegando su voluntad de una manera que no se podía describir. Tan brutal y castigadora, difícil de enfrentar. Y cuando el moreno llevó una de sus manos a la base de su cuello y lo apretó, las pupilas de Hongjoong se convirtieron en dos esferas tragadas por el universo.
Pero inesperadamente para el más bajo, la misión personal de Mingi no eran los juegos de respiración, no en esa ocasión al menos, por lo que no mucho después, se halló aligerando su agarre y llevándolo a la parte posterior de su nuca. Para en una secuencia impensada de acciones, tironear del cabello del rubio con fuerza y echar su cabeza hacia atrás. Así fue como el alfa comenzó a mordisquear su cuello y a dejar pequeñas impresiones rojizas como claveles en primavera.
Ahogado en un placer más allá del convencional, el patinador sólo pudo gemir y gemir, una y otra vez.
—Pobre criatura patética —murmuró el alfa, acercándose a su oreja—, restregándote en mi pierna como una zorra. ¿No deberías de tener mejor control? —preguntó con malicia—. Creí haberte entrenado bien, ¿acaso no lo hice?
Farfullando palabras ininteligibles, el omega no pudo responder, atropellado con su propia saliva. Lo que sólo fue un espectáculo de diversión para el alfa, que procedió a entretenerse con el lóbulo de la oreja contraria. Mordisqueando la concha y tironeando de ella un par de veces, ocasionando que las uñas romas del rubio se deslicen por la superficie apenas descubierta de sus muslos.
Para cuando el moreno se encontró satisfecho, lo tomó por un brazo y con una agilidad propia, lo hizo dar vuelta en su regazo. Colocándolo de espaldas. Pudiendo apreciar la tela roja que conformaba su uniforme de entrenamiento y una nuca expuesta, sin marcar. Su corazón palpitó con la fuerza de mil tambores y la furia de unos leones, al enfocarse en esa zona tan sensible y vulnerable. Si sus dientes se llegaran a clavar allí por accidente, se volverían compañeros para siempre.
Y Jesús, la sola idea de estar atado, de crear un vínculo eterno con Hongjoong, hizo que algo en sus entrañas se removiera con fuerza. Era como si la tentación estuviera tocando a la puerta. Tentándolo y haciéndolo caer en sus artimañas.
Sin embargo, Mingi no se dejó seducir por la imprudencia y en cambio, enfocó su atención en aquellos dos globos que abrazaban su erección con sutileza. Llevando sus manos al culo de Hongjoong, él los apretó con fuerza hasta que sus dedos quedaron impresos y el más bajo gimió. Echando la cabeza hacia atrás. Envuelto en un placer ardiente.
Acalorado por la visión enfrente suyo, el más alto no pudo evitar clavar sus uñas en la tierna carne de sus nalgas, al punto de que se pusieron rojas. Marcadas de una forma perpetua.
—¿No vas a responderme? —preguntó con la voz rasposa.
—Min... —susurró de nuevo, acogido por sus emociones. Ido.
Riéndose de su reacción, el moreno le dio un beso en la zona de sus glándulas de olor. Causando que se estremezca a pesar de que su intención principal, era consolarlo.
—¿Tienes un preservativo por algún lugar de este chiquero?
—En la mesa de noche —respondió con la voz gastada. Palabras mínimamente coherentes y audibles.
Estirando una mano, el alfa tuvo que hurgar a tientas en el interior del cajón, hasta que sus dedos, perceptivos al igual que su mente, dieron con lo que pudieron identificar como unos paquetes. Y al extraerlos, pudo confirmar, que en efecto, se trataban de unos condones.
Aliviado, tomó uno de ellos y lo abrió, procediendo a ponerlo alrededor de su miembro. La opresión del látex sintiéndose asfixiante en su carne roja y erecta. Cerrando los ojos un momento, sintió al rubio gimotear un quejido arrastrado preguntando porqué tardaba tanto. Porqué no lo estaba tocando.
La necesidad emergiendo en su tono.
—¿Quieres que te toque? —preguntó en un arrullo de seda—. Entonces muévete y haz algo para que quiera hacerlo.
Y Hongjoong lo hizo, siendo la persona obediente que era, le demostró que podía seguir sus instrucciones y complacerlo al mismo tiempo. Porque no mucho después de que lo nalgueara para animarlo, el omega usó la fuerza de sus brazos para levantar su culo y apoyándose en una mano, llevó la otra por debajo de su cuerpo, agarrando su erección cubierta con seguridad. Haciendo que sus nervios tiemblen de la emoción.
Y sin preparaciones de por medio, Hongjoong guió su miembro al interior de su entrada con una confianza ciega que fue demoledora. El calor y lo estrecho de su canal, fundieron sus neuronas de placer y provocaron que su mordida se apretara con resistencia. Sintiendo la tensión que derivaba de controlarse y resistir el impulso de querer moverse.
Pero al final, lo pudo mantener en orden, y con una fijeza de acero, vio como, lentamente, el omega comenzaba a subir y a bajar por el largo de su erección. Deslizándose de manera tentativa. Cerrando los ojos, Mingi se entregó al placer que evocaban esos movimientos temblorosos en él.
Fue tan agradable que no pudo evitar jadear una maldición.
Y así, de manera paulatina, Hongjoong comenzó a construir una montaña de sensaciones en el interior de Mingi que ardieron como un centenar de soles en expansión. Asimismo, él se mantuvo obsoleto de interacciones, simplemente resoplando y conteniéndose lo mejor posible hasta que llegados a un punto, la excitación lo consumió como la luz a una luciérnaga.
Y empapado en esa seducción mortal, Mingi comenzó a dar estocadas certeras en el canal de Hongjoong, sintiendo a la perfección como se expandía para él, como los nervios renuentes, dejaban de luchar y le permitían abrirse camino hasta aquella bola sensible que se conocía como próstata. Y en ese preciso instante, su omega se convirtió en un mar de gemidos desaforados que no dieron lugar al silencio. Una sinfonía de carnes húmedas chocando y jadeos sin aliento que lo llenaban todo. Cada rincón y pequeño espacio donde las ondas de energía pudieran llegar.
Fue envolvente. Como un velo de fuego que los dejó perlados en un sudor interminable.
Y en ese punto brutal de lujuria y excitación, Mingi no perdió la oportunidad de zambullirse por completo, tomando las riendas con una facilidad digna de un líder. Por lo que, con una rudeza ya familiar, su mano fue a parar a la cabellera de Hongjoong, tomando sus mechones con firmeza y haciéndolo encorvar la espalda a un punto bestial. Acercándose, empezó a depositar un camino de besos por su piel perlada. Saboreando la sal de su lienzo magullado.
Retratando en él, un sin fin de distintas expresiones de rudeza y descontrol.
Mientras se encargaba de eso, por otro lado, su mano fue a parar al miembro desatendido del rubio. Tomándolo en su poder y acariciándolo con la misma intensidad con la cual lo penetraba.
—No más —escuchó decir a Hongjoong en algún punto difuminado de su encuentro.
Gozando de las sensaciones, Mingi lo ignoró por completo, no había escuchado ninguna palabra clave ni visto ninguna señal de alerta, por lo que continuó maltratando la piel del rubio y tomándolo sin descanso. Lo que, lentamente, los llevó a un barranco de profundidades oscuras y limitaciones incalculables.
Y creando fricción en la erección ajena, supo que las cosas sólo escalarían a otro nivel. Porque pronto los quejidos del omega pasaron a ser una especie de sonidos sin estructura. Y de alguna manera, su cabeza había logrado zafarse de su agarre, cayendo hacia adelante entre lágrimas que resonaban al compás de sus embistes. La sobre-estimulación de su miembro lo tenía hecho un desastre absoluto y eso le fascinaba.
No obstante, en el segundo que sus oídos escucharon la palabra kimchi, su mano actuó de forma inmediata y dejó de juguetear con la hendidura de la erección contraria, al igual que también la soltó. Observando como las piernas del moreno comenzaba a sacudirse con violencia y su cuerpo entero convulsionaba. Avasallado por el poder de su orgasmo.
Estimulado por la vista que tenía enfrente, Mingi llevó una de sus manos a la nuca de Hongjoong y sin importarle un carajo nada, lo empujó hacia adelante, haciendo que su rostro se presioné contra la alfombra y al igual que la parte de su pecho y manos. La posición le debió de ser incómoda, pero non lo escuchó advertirle que se detuviera, por lo que siguió ensimismado en su propia nebulosa de placer ascendente. Penetrando en el interior de Hongjoong con una certeza agobiante. Y aferrado a sus caderas, el placer oscuro y pesado, lo absorbió, llevándolo a otro plano dimensional. Donde los colores fueron brillantes y el fuego fue una flama interminable que arrasó con sus nervios quebradizos y deshizo sus terminaciones vibrantes.
Y actuando con rapidez, el moreno se apresuró por salir del interior del más bajo y en un impulso de lo más bestial, se sacó el condón para con una vehemencia pocas antes sentida, empezar a bombear su miembro hasta que, por fin, el elixir de su liberación fue expulsado y cayó directamente en el culo y parte de los muslos del patinador. Llenándolo con su esencia.
Respirando con pesadez, el alfa se hizo hacia atrás, hasta que su espalda dio contra la pared fría. Un consuelo bienvenido que lo hizo sentir a gusto. Y sin olvidarse del omega que todavía lloraba en la misma posición en la que lo había dejado, el defensa se estiró a tomarlo entre sus brazos, arrastrándolo consigo de regreso a la frescura de aquel rincón.
Quitándole los mechones pegoteados de la cara, Mingi no tuvo que hacer mucho para que se calmara y volviera a tierra, sólo consolarlo de la manera que tendía a hacer últimamente, liberando sus feromonas en una frecuencia menor y más suave posible, a su vez que, realizaba patrones relajantes y aleatorios en su espalda cubierta por la camiseta.
La cual no tuvo que mirar para saber que se encontraba manchada por fluidos de todos tipos.
—¿Cómo te sientes? —preguntó luego de un rato.
Carraspeando, el omega intentó impostar la voz, pero eso no le sirvió de nada, porque a la hora de pronunciarse, lo hizo con la voz entrecortada, una cadencia penosa y un matiz adolorido. Como si sus cuerdas se hubieran cortado en algún punto de su desconexión.
—Como si me hubiera arrollado un camión —murmuró, viéndolo desde abajo.
Sonriendo, el alfa continuó masajeando su espalda—. Por eso te dije que tomaras algún supresor, te sentirías mucho mejor de...
—No me refiero a ese tipo de dolor, Min, sino al que me causaste. Es como si me hubieras vuelto a construir miembro por miembro.
—Oh —susurró en comprensión, sus mejillas tornándose rosas—. Pediste que fuera rudo, y eso te di —se defendió, apartando la mirada. Riéndose, el rubio colocó una mano en su mejilla. Haciendo que lo vea.
—Lo hiciste bien, no te preocupes, aunque sí debería de tomar un supresor. Todavía me siento algo acalorado pese a la actividad física.
Carcajeándose, Mingi sacudió la cabeza ante el pudor ajeno—. Sexo, cariño, pese al sexo —corrigió con diversión. Recibiendo un golpe por parte de Hongjoong.
—Cállate —le pidió entre dientes. Avergonzado al parecer.
—Mientras más lo pienso, más lindo te encuentro.
—Por favor, no te pongas meloso ahora, acabamos de tener sexo y estoy sensible, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —susurró antes de besarlo en la frente sudada.
Suspirando profundo, el alfa terminó con su administraciones en la espalda del omega y procedió a hacer que ambos se pongan de pie. Fue un poco difícil al principio, pero lo consiguieron con un poco de esfuerzo extra. Sus cuerpos se habían entumecido por la actividad y entorpecido sus acciones.
Pero una vez lo consiguieron, el alto comenzó a mirar a su alrededor hasta que dio con un par de toallas húmedas sobre el escritorio del más bajo. Tomándolas, limpió el rastro ya seco que había dejado en las piernas del más bajo. Viendo como éste se estremecía bajo su toque inocente.
Una vez lo limpió superficialmente, lo guió hacia el exterior de su habitación, llevándolo por el pasillo hacia el baño, una vez allí, se puso a hurgar en el botiquín de primeros auxilios hasta dar con un frasco de pastillas azules. Cogiéndolo, se lo tendió al omega que esperaba pacientemente a su lado. Quien manso, aceptó llevarse una a la boca y tragarla sin más.
—Eso ayudara a disipar los últimos efectos del celo —le explicó sin necesidad, haciéndolo reír.
—Lo sé —pronunció el rubio con una sonrisa ligera en los labios—. ¿Sabes? —murmuró antes de que se metieran bajo la ducha—. Este es nuestro primer celo que pasamos juntos desde que empezamos a salir.
Ladeando la cabeza, Mingi no pudo evitar arrinconar a Hongjoong contra el rincón de la ducha, la cascada dificultando su visión.
—No lo había pensado hasta ahora —replicó en un tono bajo—. Es verdaderamente tierno que lo mencione. Es lindo. Oficial.
—¿Oficial? —preguntó con la cabeza ladeada, el flequillo obstruyendo su vista.
—Que tú y yo nos estamos cortejando —explicó con una sonrisa de triunfo.
—No veo la hora que lleguen las citas.
Fue todo lo que Hongjoong dijo antes de proceder a rodearle el cuello con los brazos y tirar de él hacia abajo, fundiendo sus labios en un beso profundo y lento. De intenciones amorosas. Mingi no necesitó palabras para saber lo qué significaba.
✦• ───── ⸙ ───── •✧
Seonghwa suspiró con pesadez en el instante que vio a Yeosang pasar por su lado sin saludarlo, como si no se conocieran y fueran meramente desconocidos. Que a ver, en teoría, ellos no eran más que casuales. Personas que se frecuentaban de vez en cuando, más nunca que usualmente. Pero el punto allí es que lo hacían. Que tenían algún tipo de vínculo.
Disfuncional y confuso, pero era algo que estaba construyéndose. Un tipo de cercanía gravitatoria.
La verdad es que no sabría cómo describirla.
—Sé que todavía estás enojado conmigo —musitó una vez lo alcanzó. El omega caminaba rápido, dando amplias zancadas. Innecesarias, para ser honesto, pero notando que lo quería eludir tanto, lo comprendía.
—No sé de qué hablas, no estoy molesto —replicó el de cabellera caramelo, todavía sin mirarlo y con el mentón firmemente elevado. En una postura obstinada. Por alguna razón tuvo una sensación de déjà vu.
—No finjas conmigo, por favor, quiero que nos llevemos bien.
Deteniéndose un momento, el patinador de joven edad, se giró a mirarlo. Expresión plana y ojos ilegibles, pero labios curvados ligeramente en un rictus dubitativo. Evaluando sus palabras, posiblemente.
—¿A qué te refieres con llevarnos bien? —le preguntó, voz clara y una cadencia monótona. Distinta a las versiones anteriores donde se había mostrado más juguetón y risueño. Era como si de repente, hubiera puesto una muralla entre ellos—. Es como, ¿ser amigos, cierto?
—Sí, a eso me refiero. Creo que podríamos encajar bien.
—Ese es el problema Seonghwa, al principio actúe por impulso, pero mientras más lo pienso, menos sentido tiene. Mi acercamiento inicial debió quedarse como eso, un recuerdo insulso de un sujeto cualquiera, nada más.
—¿A qué te refieres? —preguntó, confundido. Las palabras rebuscadas nunca habían sido de su agrado. Así como el calificativo de "sujeto cualquiera", incluso si nunca interactuaron más allá de saludos casuales, era más que eso.
—Tú me gustas —confesó por segunda vez, exasperado. Pasándose una mano por el pelo ligeramente largo y ondulado, atrayendo la atención de algunos estudiantes que pasaban por ahí—. Ya me había declarado, pero como esperaba, no me tomaste en serio...
—Aguarda un segundo, creí que estabas jugando —se defendió con las manos en alto, sintiéndose atacado por alguna razón. Él jamás menospreciaría los sentimientos de alguien, en este caso, sólo los había malinterpretado—. No pretendía que pensaras que no me importan.
—Sé que no lo hacen, tú y yo apenas...
—Lo hacen —interrumpió el alfa, acercándose—. Y si vas a usar la carta de que apenas nos conocemos, deberías de actuar con congruencia, ¿sabes? —le aconsejó con una sonrisa liviana, intentando aminorar su evidente malhumor—. Escucha Yeosang, tu aroma me relaja, ¿entiendes? Y sabes que no es muy común que pase.
No todos los aromas relajaban a las personas, era como una especie de anomalía. Donde la mayoría se veían afectados, puesto que, podías encontrar una persona con la que eras compatible emocional y sexualmente, pero su fragancia como tal, podía no causarte ninguna reacción o estimulación. Como podía ser el caso contrario, donde sólo el aroma de la persona era lo que te atraía y no ésta misma.
Cualquiera de las situaciones, eran bastante frecuentes y complejas. Ya que por evidentes razones, alguien podía salir lastimado al no verse correspondido de la forma que se esperaba.
En el caso de ellos dos, uno estaba atraído al otro mientras que la otra parte, encontraba estimulante su aroma. Factores que podían potenciarse y complementarse de ser de una sola dirección, pero aparentemente, ese no era el caso. Iban en dos vías. Ya que una de las partes guardaba sentimientos por alguien más. Mientras que la otra, se hallaba desolada en sus propias emociones.
Una situación realmente lamentable.
—¿Qué importa eso cuando no puedes corresponder mis sentimientos? —preguntó con dureza, una actitud impenetrable que lo había dejado sin aliento. Era tan distinto a Hongjoong en muchos aspectos, y creer que al principio los había llegado a ver como iguales—. Dime, genio, ¿de qué me sirve ese dato?
De nada, realmente no le servía para nada, sin embargo, Seonghwa se quedó contemplando la situación más de lo previsto. Él podía intentarlo, fue un pensamiento fugaz pero de escala desproporcionada que le inundó la mente. Podía hacerlo.
—Podemos intentarlo —sugirió en un acto claro de impulsividad—. ¿Qué dices?
—¿Estás loco? —repreguntó con incredulidad, el rostro deformado por completo—. No voy a ser el reemplazo de nadie. Nunca.
Aventurándose a que le pateen las bolas, Seonghwa dio varios pasos hacia adelante hasta que la distancia se volvió finita y en un acto de atrevimiento puro, sostuvo el rostro de Yeosang entre sus manos. Aquello estaba siendo muy precipitado y si las cosas salían mal, el único culpable sería él por su imprudencia más grande hasta el momento.
—Hablo en serio, Yeosang, intentemos esto.
Y a esa distancia, el aroma a cerezas era más potente, una fragancia volátil que se infiltraba por los poros y hacía vibrar las terminaciones. Simplemente fascinante.
—Si estás tan seguro, bésame ahora mismo.
Seonghwa separó los labios, dispuesto a decir porqué aquello no era una buena idea, no obstante, el fuego en los ojos cafés de Yeosang le dijeron que no estaba dispuesto a aceptar una retirada de su parte. Aquello era un reto. Una prueba para demostrar qué tan convencido se encontraba de su decisión.
Y él quiso hacerlo, demostrarle cuán determinado podía ser cuando quería intentar algo nuevo, sin embargo, por el rabillo del ojo notó la presencia de Hongjoong a la lejanía y eso lo distrajo sin quererlo. Porque para su sorpresa, se encontraba acompañado del grupo de Song. No por Wooyoung, sino que por el dúo de los Choi.
Algo insólito.
Y con esa facilidad, logró aislarse de su alrededor, sin embargo, esto no le gustó a alguien. El aroma potente que lo había estado envolviendo, pronto, se tornó agridulce, como si un árbol lentamente fuera perdiendo sus hojas y sus frutos comenzaran a pudrirse, perdiendo esa característica distintiva que los hacía brillar.
Y parpadeando, miró hacia abajo para encontrarse con la expresión cerrada de Yeosang, ojos impenetrables y labios apretados en una decisión templada.
—Eso pensé —le dijo antes de tomarlo con una mano por la mandíbula y acercar sus caras hasta que lo único que vio fue a Yeosang y lo único que percibió fue su aroma incomparable a la cereza. Un elixir de los mismos dioses—. No vales el tiempo como pensé, Park. Suerte con tu auto-compasión.
Y una vez dicho eso, el omega lo soltó de la misma forma que se escapó de su agarre con facilidad a pesar de la firmeza de éste. Estupefacto, Seonghwa sólo miró marchar a Yeosang hacia un camino distinto del gimnasio mientras sacaba su celular del bolsillo y se lo llevaba a la oreja.
Perdido y confundido, el alfa se miró las manos con impotencia antes de soltar una maldición.
Él tenía que corregir aquello.
❃
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro