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❈•≪08. Pensamientos deformados≫•❈

Cuando era más joven, Hongjoong siempre encontró molesto la auto-lubricación. Comprendía su finalidad: hacer más fácil el proceso de emparejamiento; sin embargo, en cada ocasión que su celo aparecía o un ciclo de calor relámpago tomaba posesión de su cuerpo, la función predispuesta a hacer más placentero su vida sexual, le irritaba, por el contrario de satisfacerlo.

Una anomalía particular y de baja escala que pocos experimentaban de la misma forma.

No obstante, el día de hoy, no le parecía así.

Ya que al despertarse acalorado y con las mejillas sonrosadas, el omega podía decir que agradecía que su cuerpo generara lubricación propia, lo que le ahorraba el tener que gastar en lubricante, ya sea en botellas o paquetes.

Y en un principio, había resistido el impulso de tocarse a sí mismo, más por una cuestión de pena que de timidez. Y respeto, por sobre todo, ya que sus compañeros de habitación todavía se encontraban allí en el dormitorio. Sin embargo, a medida que escuchó la puerta abrirse y cerrarse con el correr del tiempo, la urgencia fue creciendo a un punto inevitable y la necesidad comenzó a consumar sus entrañas en un fuego que no podía apagarse con nada.

Fue así que seducido por la lujuria y tentado por el ardor del placer, que terminó bocabajo y con una mano metida dentro de sus pantalones cortos de dormir. Acariciando su miembro a medio formar y resbaladizo. Cerrando los ojos por la vergüenza que lo asaltaba en el fondo de su cabeza, continuó con sus atenciones personales. Tocándose con lentitud, recorriéndose desde la base hasta la cabeza, deteniéndose en el glande con deliberación. Apretó sus bolas hasta gemir y delineó su escroto con las yemas de los dedos, sintiendo esas sensación cosquilleante apoderarse de sus terminaciones.

Sin embargo, eso no fue suficiente y en su mente lo supo.

Por lo que muy a su pesar y con las imágenes vívidas en su cabeza, una de sus manos serpenteó por las líneas definidas de su cuerpo hasta llegar a la parte trasera, donde su entrada. Recordando la tez bronceada besada por el sol y los músculos torneados, su primer falange se coló por la apertura humedecida de sus nervios. Sintiendo la incomodidad inicial, Hongjoong la supo superar con rapidez. Introduciendo el dedo por completo, para acto seguido, proceder a ingresar el segundo dedo con relativa facilidad.

Disfrutando del ardor de la expansión, el omega apretó los labios con fuerza. Y de ese modo, comenzó a abrir y cerrar sus dedos, en forma de tijeras, moldeando su entrada con la longitud limitada de sus dígitos. Para el momento en el que el tercer dedo ingresó, por su cabeza pasó una memoria susurrada de palabras dulces en un tono rasposo y una voz grave. Llevándolo a un siguiente nivel de excitación y adrenalina.

Estimulando dos puntos sensoriales distintos, Hongjoong se dejó llevar por las emociones que lo rodeaban y penetraban profundo en sus terminaciones. Arrasando con su razón y haciéndola migajas.

Seducido por ese calor que se expandía en lo más bajo de su vientre, dobló los dedos en su interior hasta conseguir dar con su próstata. Y al hacerlo, el mundo que tenía por delante cobró una magnitud de colores brillantes e intensos detrás de sus párpados. Fue una experiencia de otro planeta que lo consumió como un agujero negro. Tragando cada parte de su cuerpo hasta reducirlo en la nada misma.

Apretando su frente contra las almohadas, el sudor empezó a cubrir su piel con una capa fina pero notable, sus mejillas antes sonrosadas ahora ardían enrojecidas y su respiración errática, era pesada e incontenible. Una combinación de quejidos sin forma y plegarias sin importancia. Un desastre que no podía ser canalizado de ninguna manera posible. Y como si fuera poco, entremedio de ese lío, sus labios no paraban de aclamar por un nombre prohibido. 

Porque la imagen de ese rostro esculpido, poseedor de una mandíbula fuerte, lunares paralelos, nariz recta y ojos gatunos, predadores en unas obsidianas oscuras, se repetía constantemente en su mente. Llenando su imaginario con labios carnosos y palabras dulces que contradecían su personalidad bruta y bufona. Y a pesar de esto último, lo tenían empapado y subido en una nebulosa de placer inalcanzable.

Los chasquidos obscenos de su cuerpo, como sinfonías abstractas de un deseo a punto de ser consumado.

Y embriagado en esa determinación vertiginosa, Hongjoong comenzó a mover su muñeca con un ahínco más marcado y a masajear su bola de nervios con una desesperación frenética. Queriendo alcanzar lo que por lejos, le pertenecía: su orgasmo.

Sacando los dedos de su interior resbaladizo, el omega lentamente los llevó por su cuerpo perlado hasta que alcanzó a su cuello, todavía cubierto por el cuero rojizo de la noche anterior. Y con una fuerza mayor por el obstáculo que lo restringía, apretó la piel maltratada debajo del material agradable, haciéndolo poner los ojos en blanco y jadear con énfasis.

Ese momento donde sus dedos apretaban con una rudeza controlada las venas cubiertas que trasmitían su pulso, fue un punto de inflexión, donde el blanco se convirtió en negro y el fuego terminó de construirse en sus venas. Quemando cada nervio existente en su sistema y haciéndolo retorcerse en su propia cama empapada de fluidos.

Fue así que un manto abrasador lo acogió de manera reconfortante y lo hizo sentirse en las nubes. Fue grato y satisfactorio de una forma que no pudo poner en palabras. Pero en el momento que se volvió consciente de su estado físico y de los fluidos que se le pegaban con incomodidad a la piel, bajó de esa neblina de éxtasis que le empañaba el juicio.

Por este motivo es que odiaba los celos relámpagos en un principio, a pesar de que hubieran señales de que sucederían, era una molestia innecesaria y una advertencia de que su celo real se aproximaba. Lo que era aún más irritante.

Porque sí, Hongjoong era esa clase de omega, que una vez se le alborotaban las hormonas, se volvía insufrible. Su humor se volvía de perros y se tornaba más arisco también. Los celos para él eran una pérdida de tiempo. Poco satisfactorios o divertidos. Y no entendía porqué. Además, no es que fuera especial, porque conocía a más como él. Incluso betas que la pasaban horrible.

Suspirando del cansancio, se deshizo de esos pensamientos por un rato, y giró por sobre su cuerpo, quedando bocarriba. Respiración agitada y todavía poco uniforme. Eso sí, había sido la primera vez que se masturbaba con tanta intensidad. Había sido todo una experiencia y no se arrepentía, sin embargo, se avergonzaba del objeto de su musa. Fue tan inesperado como aterrador, jamás creyó tocarse por el defensa de los Red Falcons y menos en uno de sus celos relámpagos. Fue tan raro como de no creer.

Tenía conocimiento de que el sujeto le atraía y era su tipo, no obstante, no creía que eso lo llevaría por esos caminos. Ni cuando lo descubrió le había pasado, por lo cual encontraba extraño que ahora sí fuera el caso. Para sus adentros, sólo pedía que no fuera nada serio. Simplemente un objeto de inspiración y nada más, producto de las hormonas y las mierdas alfa-omega de las que siempre escuchaba por ahí.

Gruñendo por lo bajo, se puso de pie y luego de acomodarse las prendas, se dispuso a sacar las sábanas manchadas y tirarlas en su canasto de ropa sucia, total, hoy no le tocaba limpieza y ni alcoholizado bajaría en ese estado a la lavandería de su piso. Podía dejar esa tarea para mañana, incluso para el siguiente día de ese. No tenía prisas y dudaba que alguien lo fuera a visitar pronto.

Cansado y sin muchos ánimos, colocó un cambio nuevo en la cama y tras pensarlo cuatro veces, finalmente se sacó el collar del cuello, para cuando había llegado a su dormitorio la noche anterior sólo se topó con uno de sus compañeros y tuvo que usar de excusa el que había perdido una apuesta y por eso el accesorio en su piel, en su mente sólo rogaba para que el tipo le hubiese creído y él no se hubiera visto sospechoso de ningún modo. Es todo lo que pidió y seguía pidiendo.

Al terminar con esa tarea, sacó de su armario un bloqueador de aromas en aerosol y lo esparció por toda su habitación, simplemente para prevenir daños colaterales. A él no le gustaba correr riesgos innecesarios. Y al culminar con eso, se consiguió una muda de ropa nueva, pero en el instante que se encontró preparado para salir de su habitación e irse a dar una ducha, la puerta de su cuarto se abrió de golpe, robándole un susto y haciendo soltar lo que cargaba encima por la impresión.

—¡Carajo!, ¿es que a ti no te enseñaron a tocar? —masculló, entre dientes, agachándose de inmediato a recoger sus prendas limpias—. Y de todos modos, ¿qué coño haces en mi habitación a esta hora?

—Vine a ver cómo estabas —respondió el moreno con simpleza, recargándose en el marco de la puerta y evitando su escape—. Pero por lo que puedo apreciar, estás de maravilla. Soltando insultos con esa boca sucia tuya y actuando como un gato viejo y gruñón.

—No quieras empezar, Song, apenas son las nueve de la mañana y tengo que bañarme.

Sonriendo de lado, el alfa avanzó un par de pasos hasta que la distancia entre ellos se volvió densa como cuerdas gruesas que podías sentir asfixiándote—. No me quiero hacer una idea de porqué.

Siguiendo la mirada del alto, Hongjoong maldijo por lo bajo al percatarse de su pantalón manchado, aparte de que su entrada todavía se encontraba humedecida. Tragando en seco, el omega se estremeció cuando el alfa llevó una de sus manos a su cuello y acarició las marcas en él. Fue tan suave y gentil, que le hizo recordar a su actitud del día anterior.

—Hueles más dulces, ¿sabes? —comentó con casualidad, como si sus caricias amorosas no le afectaran en lo más mínimo, al final del día, apenas acababa de salir de una situación de riesgo—. Es como un afrodisíaco. Tan tentador.

Mordiéndose el labio inferior, Hongjoong tuvo que hacer uso de toda su voluntad para no caer en la tentación personificada que era, en este caso, Song Mingi y seguir adelante con su plan original.

—Tengo entrenamiento a las diez, lo qué sea que estés pensando, olvídalo. No va a pasar.

Asintiendo lentamente, el defensa se echó para atrás, sorprendiéndolo. Creyó que iba a poner mayor resistencia—. Deberías cubrir bien eso entonces —le indicó con un cabeceo, apuntando a su cuello—. No queremos que tu entrenador se haga una idea equivocada.

—Ya lo tengo todo resuelto, no te preocupes...

—¿Tomaste la pastilla? —se aventuró a preguntar, interrumpiéndolo.

—Iba a hacerlo después de ducharme —murmuró con la vista desviada. Rayos, casi lo olvido.

Suspirando con pesadez, Mingi hurgó en su bolso antes de extender un envoltorio azul y sellado en su dirección: supresores de omega. Sorprendido porque los tuviera, su boca no pudo evitar hacer el siguiente comentario.

—¿Por qué cargas con esto?

—Eres mi amante —le dijo como si no fuera obvio—, lo mínimo que debería hacer, es tener algunos supresores de omega en caso de una emergencia.

—Vaya, qué considerado —murmuró, abstraído, viendo el envoltorio.

—No soy un hijo de puta, Hongjoong. Me esfuerzo, ¿de acuerdo?

Ahorrándose las palabras, el aludido simplemente asintió antes de abrir el supresor y llevarlo a su boca. No pretendía herir al alfa. Haciendo un esfuerzo extra para tragarlo sin ayuda de agua. Para cuando lo hizo, pudo sentir los primeros efectos esparcirse por su cuerpo. La relajación de sus músculos y la pérdida de tensión en sus nervios. Fue leve, pero mucho mejor que en el comienzo.

Y estando distraído, el alfa aprovechó para tocarlo, tomándolo de la muñeca con la yemas de los dedos y arrastrándolo al borde de su cama, donde lo hizo tomar asiento. Confundido, lo miró con ojos grandes y expectantes, no obstante, lo único que sucedió a continuación, dejó fuera de órbita al omega, porque el moreno de la nada, frotó sus mejillas entre sí. Intercambiando aromas como la última vez.

—¿Está por llegar tu celo también? —no pudo evitar preguntar. Los alfas tendían a tomar esa actitud cerca de sus celos, por lo que no descartaba la posibilidad.

—No, sólo que hueles demasiado bien —dijo con simpleza, para acto seguido, agregar:—, además, ya te lo dije, soy celoso. No quiero que vayas oliendo así en clases. Llamarás la atención de otros.

—Iba a ducharme —alcanzó a murmurar, totalmente descolocado.

—¿Y eso es todo? —cuestionó el defensa al separarse, hurgando en su bolso de nuevo, extrayendo un recipiente pequeño, familiar—. ¿Nada de bloqueador de aromas o cremas?

Hongjoong abrió la boca, sin embargo, no emitió sonido alguno. Derrotado por los cuestionamientos acertados de Mingi, había olvidado completamente todo sobre el bloqueador. Por lo que no tenía sentido ponerse a discutir o fingir algo que no iba a hacer en un principio.

Rendido, observó al alfa untar sus dedos con la crema y proceder a presionarlos con cuidado en su piel maltratada, en un inicio ardió y se sintió incómodo. Pero después de un par de pasadas, se acostumbró a la sensación habitual. La fragancia del áloe vera, llegando a su nariz y relajándolo.

A gusto con las suministraciones, el omega se dejó hacer en paz. Sin quejas ni argumentos de que él podía por su cuenta. Las objeciones se guardaron y los refunfuños se acallaron por el día. De ese modo fue no sólo silencioso, sino que también agradable, increíblemente. 

—Sólo tienes que esperar a que seque y puedes ducharte, luego de eso el maquillaje —recitó el alfa como ambos ya sabían. Despertando al rubio de su ensoñación.

—Lo sé —murmuró, distraído, parpadeando un par de veces—. Gracias.

Mirándolo un segundo, el pelinegro asintió—. No hay de qué —replicó tras carraspear.

—Entonces, ¿quién te dejó entrar?

—Uno de tus compañeros.

Ah fue todo lo que dijo el rubio antes de empezar a maquinar en su cabeza, preguntándose si lo había oído o si no había sido el caso, dónde había estado y haciendo qué. Preguntas que no obtendrían una respuesta y lo mantendrían intranquilo un tiempo, eso sin dudas.

—Creo que ya puedes ir a ducharte, te esperaré aquí.

—De acuerdo —murmuró más por inercia que cualquier otra cosa—. Aguarda, ¿por qué vas a esperarme?

—Te llevaré al gimnasio, por supuesto.

—¿Tienes práctica? —preguntó con una ceja enarcada.

—Cerca del mediodía, ¿por qué?

Encogiéndose de hombros, el rubio no quiso hacer mención de lo extraña que era su proposición, por la que se lo guardó y sonrió a duras penas. Dirigiéndose fuera de su habitación, preguntándose en el camino, si estaba bien dejar al alfa sólo en su cuarto. Cómo sea, tenía un entrenamiento al que asistir e iba con el tiempo contado, por lo que esas dudas podían quedar para otro día.

Bajo la cascada de agua templada, su cuerpo terminó de relajarse por completo y de superar los síntomas que todavía pesaban en sus extremidades, como el letargo y el malestar en el vientre. Complacido de que así fuera, se ocupó de lavar su cabellera rubia y de enjuagar cada área de su cuerpo a detalle, deshaciéndose del aroma a semen y lubricación. Para cuando se halló lo suficientemente limpio, se decidió por salir y vestirse.

Con una toalla colgando sobre su cabeza, regresó a su habitación, sólo para encontrarse a Mingi fumando y mirando por la pequeña ventana que daba al campus. Una vista nada especial pero que por alguna razón, realzaba el atractivo del sujeto allí parado. Tan simple y mortal como cualquier otra persona.

—Deberías dejar esa porquería —murmuró sin darse cuenta, colocando sus prendas sucias en el canasto donde sus sábanas.

—¿Te molesta que fume?

—Sólo pienso que es un desperdicio de dinero y salud, pero no era más que un comentario. Tómalo como tal —respondió con un encogimiento de hombros, pasando a mirarlo de soslayo. ¿Desde cuándo a él le importaba si el otro fumaba o no? La respuesta se sepultó en un cajón desolado en su mente.

—No seas tan agresiva, princesa, agradezco la preocupación.

Antes de que Hongjoong pudiera decirle qué pensaba de su mierda de apodo y de su supuesto agradecimiento, el tipo dejó el cigarro a un lado en la ventana y con una velocidad inhumana, se acercó y le robó un beso que supo amargo producto de la nicotina. Desconcertado, no pudo hacer otra cosa más que mirarlo reírse y actuar como tonto. Llevando aquellas manos grandes a su cabeza y terminando de secarle el pelo por él.

Un acto de extrema gentileza.

—Gracias —murmuró tontamente cuando el otro acabó. Haciéndolo reír por segunda vez.

—Cuando quieras —contestó con simpleza, sonriéndole con una suavidad que no comprendía por completo.

Sin saber a dónde mirar y qué decir de regreso, Hongjoong se limitó a dar un pequeño asentimiento, para inmediatamente después, proceder a recoger su bolso y su mochila. Asegurándose de que no se dejaba nada, estuvo a punto de salir de su cuarto, no obstante, una mano en su antebrazo lo detuvo de hacerlo. Dejándolo confundido.

—Tu cuello, cariño. Debes cubrirlo.

—¡Oh! —exclamó—. Mierda —murmuró a continuación, lanzando sus cosas a la cama y pasando a hurgar en su escritorio hasta encontrar su base. Al hacerlo, tomó asiento en la silla con rudeza y comenzó a trabajar sobre su piel. Usando el espejo a un costado para poder guiarse bien.

Casi veinte minutos después, cubrió cada parte con éxito. Sellando con polvo para que dure en su lugar el tiempo suficiente como para que nadie lo note. Comprobando el resultado por tercera vez, pudo sentirse satisfecho y es así que se levantó, volviendo a recoger sus cosas. Tras darle una rápida mirada a Mingi, Hongjoong le indicó que era momento de partir. Lo que éste supo entender con relativa facilidad. Siguiéndolo desde atrás.

Todo el recorrido de su dormitorio al primer piso, y de éste al estacionamiento, ocurrió en silencio. Bordeado por una tensión legible pero no incómoda ni densa, lo que fue una fortuna. Simplemente estuvo allí como recuerdo de la existencia de sus personas como individuos y de su falta de interacciones. Nada más.

De igual forma fue su ida al gimnasio.

Motivo por el cual, el rubio se apresuró por bajarse del auto, sin embargo, no contó con que el pelinegro lo seguiría de cerca. A pesar de ello, Hongjoong lo manejó bastante bien, el hecho de ignorar su presencia, por supuesto. Incluso si era imposible, la grandiosidad de su figura podía percibirse y sus feromonas fragantes no dejaban de asaltar su nariz con esa intensidad amarga propia del chocolate.

Cerrando los ojos un momento, el omega se detuvo en seco y las fuertes pisadas que le acompañaban, lo hicieron también, casi al mismo tiempo.

—Gracias por haberme traído —susurró al voltearse, mirando en todas direcciones menos al alfa—. No era necesario pero me ahorraste tiempo —comentó con casualidad, apuntando a su entrenador. Al hombre no le gustaban los impuntuales.

—No hay de qué —replicó el alfa pelinegro, observándolo con una intensidad que comenzaba a quemarle la cara—. ¿Ensayas para algo en especial?

—Una competición de universidades, se da cada año a mediados de otoño. Más estudiantes participan, sólo que en distintos horarios. Por eso no ves a nadie más ahora.

—¿Kang también?

—Probablemente, aunque no sé cómo se maneje con sus horarios de clases y del musical.

—Suerte en ese caso. Espero que lo hagas bien.

Levantando la vista, Hongjoong no pudo evitar sorprenderse antes las palabras auténticas de Mingi, quien le mostraba una sonrisa de dientes disparejos, tan distintas a las usuales y más engreídas, fue un cambio que lo dejó sin palabras. Y el beso que le acompañó, tan suave en su mejilla como el roce de una pluma, lo tuvo sonrojándose.

—Suerte con tus saltos excéntricos, princesa. Espero que puedas conseguirlos.

El aludido no dijo nada, sólo vio partir al moreno hacia un costado de las gradas y llevarse el celular al oído, preguntándose internamente, en qué momento le había sonado que ni siquiera lo había llegado a escuchar.

«¿Y qué con su actitud?», se cuestionó, cejas fruncidas y labios abultados. Una confusión válida pero no quejumbrosa.

✦• ───── ⸙ ───── •✧

—¿Qué rayos fue eso de recién? —preguntó San, brazos cruzados y músculos torneados en una dureza de años.

Mingi no lo sabía, pero sus amigos habían atestiguado su comportamiento más afable con Hongjoong desde el instante que ingresó al gimnasio. Lo que lo dejó helado, no los había percibido en ningún momento. Por ningún lado.

—No sé de qué hablan —respondió con una indiferencia calculada, tomando asiento en una grada y observando al rubio hablar con su entrenador a la distancia. Llevaba ropa de entrenamiento y reforzada, las que estaba habituado a ver en él. Negra y aislada del frío.

—Oh vamos, sólo admítelo, te gusta —intervino el más joven del trío, Jongho. Su tono siendo algo exasperado—. Siempre lo ha hecho —declaró con contundencia—. Por eso eres un imbécil con él, porque no sabes gestionar tus sentimientos.

—Sé manejar muy bien mis emociones, gracias.

—¿Por eso siempre tienes que actuar como un pavo real cuando Seonghwa está presente?

Enarcando una ceja, el pelinegro se volteó hacia el de cabellera azul—. ¿De qué hablas? —preguntó, genuinamente confundido.

—Cada vez que él aparece o está cerca de Hongjoong, te comportas como un pavo real, sacando las plumas para demostrar que lo tienes donde lo quieres y que el pobre no tiene posibilidades.

—No las tiene porque Hongjoong no está interesado, ni es un potencial alfa para él, es todo. No porque yo influya en algo o tenga prioridad en sus decisiones.

—Claro que influyes —objetó Jongho con el ceño fruncido—. Si no actuaras con Hongjoong de la manera en el que lo haces, él se fijaría en otros prospectos en vez de ti.

—Qué ridiculez.

—Piénsalo —le dijo el beta mayor—. Al principio lo molestabas, por lo que toda su atención estaba dirigida a ti por ese motivo y al de defenderse de tus continuos ataques de niño malcriado —relató con seriedad, gesticulando con las manos—. Luego, por alguna razón que sigo sin comprender, se volvieron amantes. Por lo que su omega está plenamente enfocado en ti, porque eres su alfa actual —especificó con claridad, para acto seguido agregar:—. Aún si te comportas como un idiota y no admites que es porque te gusta. No le das espacio a que conozca a más personas y tampoco dejas que se le acerquen.

—Eso no es cierto —masculló entre dientes, cegado en una obstinación cruda—. Si fuera por mí, que se le acerquen los alfas que quieran no podía importarme menos.

—¿Recuerdas el cumpleaños de San? —preguntó el beta más joven, cruzado de brazos en una firmeza inamovible. Negado a zanjar el tema—. Le cortaste el rollo con aquel sujeto sólo porque estabas celoso.

—Se veía como un idiota más, en mi defensa —argumentó de manera pobre, sin inmutarse—. Además, era un jugador de los Gwang Dreams. No iba a permitir que bailara con el enemigo.

—Ahí está el punto, ¿qué más da lo que haga o deje de hacer? —cuestionó Jongho con una franqueza experta—. Es su vida, y hasta donde todos sabemos, es libre de hacer con ella lo qué quiera. Tú no tendrías porqué intervenir.

Mingi quiso decir, por décima vez, que no hacía nada de lo que era acusado. Sin embargo, las palabras no salieron y su mente se llenó de una confusión ajena a la coherencia de sus oraciones. Boqueó como un pez fuera del agua, para al final, sólo soltar un gruñido frustrado.

No pudiendo creer que fuera así de inepto.

—¿Me están diciendo que me gusta Hongjoong y no lo había notado antes?

—Exactamente —contestó San con un asentimiento pleno, aplaudiendo para un poco de teatralidad—, ¿no me digas que no lo sabías? —cuestionó con sarcasmo. Uno que le sentó muy mal.

—¿Luzco como alguien que sepa de sus aparentes sentimientos? —replicó, crispado. Apretando la mordida.

—No, luces como alguien perdido.

—Se los dije —murmuró el beta más joven, relajado en su asiento—, es por su incapacidad para gestionar sentimientos que no se había dado cuenta.

—¿Eres psicólogo o estudiante de canto? —preguntó con aspereza, mirándolo de soslayo.

—Tu amigo —respondió con una firmeza que no dio espacio a las dudas—. Y por eso mismo voy a darte un consejo, si no quieres que te terminen odiando de en serio, comienza a cambiar esa actitud tuya y el modo que tienes de dirigirte a Hongjoong.

—Todos tenemos un límite de qué podemos soportar de alguien más, independientemente de qué tan buen sexo tengan, en su caso particular. La química no lo es todo —acotó el peliazul.

—Sé eso.

—Entonces actúa con madurez —replicó Jongho. Para tener veinte años, era una máquina letal a la hora de decir verdades.

Sin ningún argumento a su favor, Mingi tomó la decisión más razonable de todas y guardó silencio. Pero para su desgracia y el entrometido de San, no duró demasiado.

—En serio, ¿por qué no nos cuentas cómo terminaron juntos? No tienen nada en común más que el hielo.

Rodando los ojos, el único alfa del grupo recogió sus cosas y subió tres gradas y se dejó caer en el metal como si fuera algodón, y por consiguiente, causó un estruendo que llegó hasta oídos del omega en la lejanía. Quien apenas se volteó para corroborar qué sucedía.

A pesar de todas las cosas malas que pudiera tener en su haber, él no era la clase de chico que divulgaba lo qué hacía con sus parejas o compañeros. Simplemente porque no le nacía, y en especial, porque tenía ciertos códigos que se negaba a romper. No se trataba de una moral elevada ni una ética de monje, ni mucho menos, sólo de principios básicos a pesar de que sus modales pudieran decir lo contrario. Por lo que sus amigos no sabían que él ayudó a Hongjoong con uno de sus celos, tampoco tenían conocimiento de los intereses personales de éste por el dolor, ni hablar de las cosas que habían hecho hasta el momento.

No sabían nada de nada y así se quedaría, ya que no le correspondía a él contarlas. Y si es que el omega quería compartirlas en un primer lugar con personas que apenas conocía. Lo que dudaba.

¿Estás bien?, susurraron aquellos labios finos a la distancia, como si fueran capaces de adivinar que algo comenzaba a perturbarlo. Mordiéndose el interior de la mejilla, asintió con lentitud. Haciéndole saber que sí, que nada le pasaba. Y viéndolo así, y aunque fue un instante breve de segundo, Mingi no pudo evitar recordar su primer encuentro. Donde lo primero que se topó al girarse bruscamente, fueron un par de ojos grandes y castaños, empañados en un brillo especial.

En aquel momento, cegado por el enojo y la frustración, no lo había notado, pero aquellos orbes siempre eran la primera cosa que observaba. La primera en la que se fijaba con tanto detenimiento. La claridad de sus pupilas y la intensidad de su proyección, eran características que no había notado antes, pero le robaban el aliento.

—Bueno, mierda, fui un crío con él, ¿qué carajos hago ahora? —susurró para sí mismo, golpeándose el rostro con una mano.

—Dicen que el primer paso siempre es admitirlo. Luego vas trabajando sobre la marcha.

Sobresaltándose y con el corazón en la garganta, Mingi miró hacia arriba sólo para encontrarse con el amigo de Hongjoong, Wooyoung. Sonriendo como si nada y de piernas cruzadas con delicadeza.

—¿Cuándo llegaste?

—En el momento que parecías muy concentrado en tu auto-compasión.

—Hace nada, genial entonces. ¿Qué buscas?

—Hablar principalmente —respondió con suavidad—. ¿Podemos?

—¿El tema? —cuestionó con una ceja enarcada, reticente.

—Mi mejor amigo, por supuesto. ¿Sabes que le atraes, no?

«Directo al punto», pensó con gracia.

Y Mingi quiso reírse en ese momento, sólo cortamente y de forma histérica, pero la urgencia estuvo. Claro que sabía que le atraía a Hongjoong, y todo gracias a su aroma, sus feromonas tenían la tendencia de volverse más dulce a su lado, más fragantes y frescas. Como un soplo de primavera. Era cálido y acogedor. Muy evidente también, un llamado bastante claro que estaba dirigido hacia él y nadie más.

Y aún así, tenían esa relación tirante de la que, parecía, no podían escapar.

—¿Y qué sucede con eso? —preguntó él, no muy seguro de hacia dónde iban las cosas.

—Nada especial, pero me gustaría que fueras más amable con él. A veces no sabe elegir alfas.

—¿Por qué no sólo dice que no me quieres a su lado? —preguntó—. Seguro sabes cuáles es nuestra conexión.

—Lo sé —admitió, para acto seguido agregar:—. Sería muy cruel y falso de mi parte decir que no te quiero a su lado —respondió con una sonrisa de hiena y un tono cargado de emoción—. Aún así, quiero que quede claro una cosa, dentro de todo, no pienso que seas su peor elección. Por el contrario, si mejoraras tu carácter y tu trato hacia él, podrías hasta incluso ser una de sus mejores opciones de alfa en el futuro.

—¿Y quién dijo que quiero algo más que sexo con él?

—La forma en la que siempre lo estás marcando con tu olor lo hace muy transparente —replicó con mayor seriedad, viéndolo directo a los ojos. Ese omega no se iba con largas, pudo apreciar—. Aunque no lo creas, Hongjoong es un poco ingenuo y últimamente te defiende inconscientemente. Él piensa, o dice mejor dicho, que el intercambio de olores es algo común en el comportamiento de alfas. Que todos lo hacen —remarcó al final—, pero ambos sabemos que a menos que esa persona en cuestión no esté interesada en la otra, no lo haría. Intercambiar fragancias simboliza afecto, seguridad y confianza. No es algo tan insignificante ni que harías con cualquiera.

—Te equivocas conmigo, soy alguien celoso, por eso lo hago y...

—Sé que eres alguien celoso, siempre malogras los cortejos de Hongjoong. Desde el principio inclusive, ¿o qué, no lo habías notado?

No, quiso responder Mingi. Porque honestamente no se había dado cuenta de que lo hacia. Lo tenía claro con Seonghwa, eso sí. Cada acercamiento que éste buscaba tener, él estaba listo para hacerlo fracasar. Pero por alguna razón, su cerebro había bloqueado los otros cuatro acontecimientos.

El primero había sido dos meses después de que hubieran tenido aquel cruce violento por el ranking de las notas. Una alfa muy bonita de su clase, comenzó a cortejar a Hongjoong a pesar de que éste le dijera no estar interesado en una relación tan formal. Apenas tenía diecinueve años, por lo que era un no rotundo a semejante propuesta. Y Mingi no tuvo que hacer mucho para cortar su rollo, simplemente repetir las palabras del omega y dejar en claro que alguien como él no estaba disponible. Cualquier impresión que se haya hecho la chica de su intervención innecesaria, nunca lo sabrá. Tampoco recuerda su expresión o el sonido de su voz al intervenir. No obstante, bastó para que desistiera. El rubio no demoró en saber que se trató de él.

Al año siguiente, el omega ya tenía otro pretendiente, esta vez, un patinador como él. Era un beta alto y bien formado, rostro redondo y ojos pequeños pero una risa distinguida. Bastante amable por lo general y bueno en su área. Sin embargo, por algún motivo, Hongjoong no había conectado con él. Y lo supo por la postura que siempre tomaba cuando sus horarios de entrenamiento se enlazaban, sonrisa torcida inclinada a una mueca incómoda, hombros encorvados y espalda rígida. Señales de inconformidad que el pelirrojo pasó por alto.

Alejarlo le costó más esfuerzo, ahora que lo pensaba, pese a que el rubio quisiera aparentar que no aprobaba su comportamiento grosero, en el fondo estaba agradecido de que le quitara semejante lapa de encima. Sus feromonas tendían a realzarse cuando aparecía sólo para hacer un par de bromas con respecto al otro sujeto y sus malos cumplidos. Dañar su ego fue lo que mejor funcionó y que Hongjoong no hiciera mucho para defenderlo, fue la cereza del pastel.

Una combinación ideal.

Las otras dos fueron más de lo mismo, ahora que lo pensaba con profundidad.

—Es un pasatiempo un poco particular el mío, no lo pienses muy profundo —le dijo con indiferencia, sacudiendo la mano. No sabiendo de qué huía.

—¿Sabes? —murmuró el omega de cabellera violeta, totalmente despreocupado de su actitud. Desenfadado y todavía sonriente—. Sé que no eres un mal alfa, cuidas bastante bien de Hongjoong, estás al día con su tratamiento y no lo juzgas, pero con esa actitud no llegarás a ningún lado. Él no va a hacerte daño.

Mingi apretó los labios y volvió la mirada hacia la pista. Él sólo sabía que las personas te hacían daño si las dejabas—. ¿Por qué debería de juzgarlo? —cuestionó, en su lugar, más para sí que para el otro—. A cada persona le excita algo distinto, y si su estilo de vida es ese, ¿quién soy yo para dictar algo diferente?

—A eso me refiero —señaló Wooyoung con esperanza. Una que parecía inquebrantable—. Eres un imbécil y lo has tratado mal un rato desde que se conocen, pero no eres malo. Él piensa lo mismo, ¿sabes?

—¿Y tienes su permiso para decirme esto? —preguntó con una ceja enarcada, viendo a Hongjoong girar en su eje y realizar un salto, cayendo con la pierna contraria a la cual usó de impulso, brazos estirados a los lados con delicadeza. Como un cisne—. Porque si fuera él no estaría muy contento de que mis amigos me delaten de esa manera.

—No lo estoy delatando, para estas alturas, ya deberías de haberlo notado. Al final del día, es obvio que confía demasiado en ti.

Y él lo sabía, era fácil de detectar cuando dejaba que lo manipulara a su antojo en la cama. Más aún cuando permitía que le pusiera un collar, por lo que había investigado en su tiempo libre, era algo de extrema confianza en el mundo del rubio. Un acto que no se le permitiría a cualquiera por las implicaciones que conllevaba ser la reliquia de alguien.

Y Hongjoong era el tesoro de Mingi.

—¿A qué viniste realmente, Wooyoung? —preguntó en un suspiro, ya harto de tanta plática—. ¿A darme una advertencia o a tirarme a tu amigo encima?

—Yo no lo pondría de esa manera, diría que te estoy dando alas y un poco de dirección. Siento que te hace falta esto último.

—¿Por qué? —cuestionó con falso desconocimiento—. ¿Eres un guía espiritual ahora?

Ignorándolo, el omega más joven fue directo al punto—. Porque sé que lo cuidarías bien.

—¿Estás seguro? —preguntó, observando con asombro a Hongjoong girar sobre su eje repetidas veces, brazos cruzados en una equis y piernas juntas—. Tú mismo acabas de decir que lo trataba mal. Esa es una contradicción muy grande, hombre.

—Exacto, tratabas —remarcó con firmeza—, esa es la palabra clave aquí. Sé que estás mejorando.

¿Lo estaba? Tuvo la urgencia de preguntar, pese a ello, las palabras no salieron y su garganta se transformó en un nudo. Pero él no tuvo mucho tiempo para concentrarse en sus emociones que se desbordaban, cuando sintió una mano apoyarse en su hombro con seguridad.

—No es presión, es sólo lo que noté, ¿de acuerdo? —comentó con mayor amabilidad—. Lo único que vengo a pedirte, es que no lo lastimes. Por favor.

Mingi asintió ante la ironía de la petición, no confiando en sus palabras y miró cómo a la distancia, la música se detenía y Hongjoong se deslizaba fuera de la pista. Respirando hondo, relajó sus facciones lo mejor que pudo y lo observó quitarse sus patines con prisa. Muy para su sorpresa, el omega se encaminó directo hacia donde él estaba, y por ir apurado, tropezó con sus propios pies y acabó derrumbándose encima suyo, con los brazos rodeando su cuello y la cara impactando en su pecho. Era seguro que su rodilla se había raspado en el proceso.

Riéndose, el rubio levantó la vista como si no le importara y lo miró con esas obsidianas claras y brillantes que, de nuevo, lo dejaron sin aliento. Perdido en su transparencia.

—¿Por qué tan apurado? —preguntó con el tono más casual que pudo. Su corazón bombeando sangre como loco y golpeando su esternón con una fuerza desmedida. A punto de romperlo.

—Quería saber tu opinión..., sobre mi práctica —aclaró con una sonrisa ligera, entusiasmado por alguna razón—. ¿Cómo piensas que estuve?

Mingi cogió una profunda inhalación antes de responder, aquella no era una pregunta cualquiera, tampoco se trataba de una pregunta trampa, en realidad era la muestra de confianza de un omega buscando la opinión de su alfa. Tan simple y puro como eso.

Pese a ello, entender la magnitud de lo que se encontraba sucediendo, lo dejó paralizado. Que el rubio demostrara ese grado de confianza en él tenía que significar algo más allá de lo insustancial.

—Vi un par de giros impresionantes —logró articular, impostando la voz—. Principalmente uno de los últimos. Fue asombroso —admitió con honestidad, rodeando la cintura ajena con lo brazos.

—¿El loop? —preguntó con impresión el omega, alzando las cejas—. Es un salto bastante simple en realidad, ¿y te gustó? —preguntó con evidente incredulidad.

—Lindura, yo sólo conozco una cosa del patinaje y es en el hockey, no me pidas que no me asombre con algo distinto a ello por más simple que sea. Fue genial, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —accedió con relativa facilidad, besándolo en la mandíbula, para su completa sorpresa—. No sabía que te quedarías a verme ensayar.

«Ya somos dos», quiso decirle, sin embargo, se abstuvo de soltar esas palabras y lo pensó mejor. Sintiendo como la mirada del otro omega que todavía permanecía allí, le quemaba la nuca con una insistencia dolorosa.

Por alguna razón le tenía fe y, por algún motivo aún más alocado que ese, Hongjoong parecía tenerla también. Pensando en retrospectiva, ya había sido bastante arrogante y malicioso con el rubio, como para continuar manteniendo esa postura cuando bien sabía que era agotador. Y peor aún, cuando su alfa había desarrollado cierto apego por el omega unos meses mayor.

¿Por qué no cambiar? ¿Limar asperezas? Al final del día, ya eran jóvenes adultos, se supone que debían saber lidiar con ello.

—Siempre te veo al final, ¿porqué no hacerlo desde el comienzo?

Echándose para atrás con una sonrisa, Hongjoong enarcó una ceja—. ¿Estás ligando conmigo?

Arrimándose contra su oído, Mingi no pudo evitar sonreír—. Puede ser —confesó por lo bajo, en un susurro íntimo que se mantuvo para dos—. ¿Por qué, no puedo?

Riéndose de forma tonta, el omega le puso una mano en el pecho y se echó para atrás, las comisuras de los ojos arrugadas y los labios elevados en una mueca imborrable. Fue tan distinto a lo que acostumbraba a ver, que no pudo evitar pensar en sólo una cosa:

—Qué lindo —pensamiento que se le escapó y flotó en un silencio breve. Para su total desconcierto, las mejillas del más bajo se tiñeron de un intenso rojo. Adornando su expresión en una timidez inusual.

—Gracias —contestó de regreso. Avergonzado.

Y en ese momento, donde sus pensamientos eran un lío y estaban revueltos, Mingi no pudo controlar las palpitaciones descarriadas de su corazón y la sangre que comenzaba a subir a sus orejas. Demostrando que él tampoco había salido ileso de la situación.

Carraspeando con fuerza, Hongjoong redirigió su atención hacia el omega de pelo violeta, que para sorpresa de nadie, se encontraba conteniendo una sonrisa y muy atento a ellos dos. Como si fueran un espectáculo de circo.

—¿Viniste a buscarme? —preguntó cuando su voz se proyectó lo suficientemente clara.

—Sí, pero si quieres ducharte y quedarte a ver su entrenamiento también, no tengo problemas. Es más tranquilo aquí que en la cafetería.

Observando el perfil del omega como un halcón, el alfa aguardó por su respuesta, olvidándose de sus amigos que parecían más que interesados en su nuevo comportamiento.

—Seguro —lo escuchó decir al rubio—. Voy a sacar ventaja de que todavía no llegan los demás y tomaré una ducha rápida —murmuró mientras comenzaba a levantarse—. Enseguida regreso, ¡espero me hayas traído mi postre favorito! —le dijo mientras se alejaba, bajando las gradas con la misma prisa que las había subido.

—¡Ve más despacio! —le gritó él por inercia, sólo para escuchar una risa melodiosa en respuesta.

—A eso me refiero —murmuró Wooyoung, palmeando su espalda como si lo estuviera felicitando por un logro desconocido—. Cuando lo intentas, eres un sol. Eso es lo más feliz que lo he visto en un tiempo, gracias —agregó al levantarse, bajando las gradas con mayor prudencia que su mejor amigo—. ¡Ah!, por cierto, su postre favorito es de chocolate. Saca tus propias conjeturas de porqué.

Mingi sólo parpadeó como un tonto, viendo al omega descender las escaleras y sentarse junto a San y Jongho, quienes todavía lo miraban como buitres a la espera de algo. Tragando en seco, él se contuvo de hacer conclusiones precipitadas con respecto a lo que Wooyoung le había dicho.

Es más, prefirió olvidarlo. Hacer como que nunca escuchó nada. Porque de ninguna forma posible, aquello podía ser viable.

Su cabeza ahora era una telaraña de pensamientos no resueltos y tenía una práctica de por medio, por lo que, darse el lujo de pensar en un omega risueño con el que mantenía una conexión sexual, no era su prioridad.

Luego podía arrancarse los pelos por ello y delirar cuánto quisiera. Ahora debía mantenerse enfocado.

Lo que no le estaba saliendo muy bien que digamos, porque cuando llegó el mediodía, en lo único que su cabeza pensaba, era en Hongjoong y su comportamiento inusual y amoroso. No es que le causara algún tipo de conflicto, es sólo que no comprendía de dónde nacía. Qué razones o acciones había tenido él, como para que se diera.

Porque el único que se le venía en mente, era su quiebre del partido anterior. Donde no pudo contener su frustración incluso delante del omega, aún si no quería mostrar esa faceta débil suya. Pero las acciones y la conversación habían sido tan mínimas, que ponía en duda su capacidad para crear un vínculo emocional.

«Puede ser que su celo se encuentre cerca», y con ese pensamiento en mente, y a sabiendas que los omegas se volvían más susceptibles en temporadas de calor próximas, pudo sentirse un poco más tranquilo. Sin embargo, ya se encontraba en la pista de hielo, jugado un 2 a 2 con sus propios compañeros para cuando llegó a esa resolución, lo que significó sólo una cosa: que se había distraído; y como si no fuera nada el disco de caucho pasó por delante de sus ojos, directo a portería.

Gruñendo por lo bajo, Mingi resopló cuando uno de sus compañeros le palmeó el hombro y otro de ellos se rió de su despiste. Como defensa no sólo se tenía que ser grande sino que también ágil de mente y reflejos, en lo que él había fallado horriblemente.

—¿Qué pasa, Song? —escuchó a uno de los betas decir—. La princesa allí te distrae.

Deslizándose enfrente del castaño y menudo, el alfa chocó sus pechos con rudeza—. ¿Qué dijiste? —preguntó a través del casco, la respiración fría y pesada.

—Wow, wow, wow —dijo el otro jugador, levantando las manos pero todavía sonriendo con un ápice de burla—. Llevas un rato viendo en su dirección, ¿no se supone que deberías concentrarte en nosotros, hombre? —preguntó con malicia—. El juego está aquí, no entre sus piernas.

En el hockey, las provocaciones físicas eran más visibles que las verbales, aún así, eran igual de comunes. Todo con tal de sacar a la competencia de su eje y hacerlos obtener alguna infracción por agresiones deliberadas o acciones imprudentes.

Lo que vendría a ser su caso de estar en una situación real y no en un entrenamiento "amistoso".

—¿Qué coño acabas de decir sobre él?

—Vamos, todos sabemos que quieres meterte entre sus piernas, siempre molestándolo, siempre encima de él, es obvio para todos en el equipo.

—¿Qué mierda...?

Mingi estuvo a punto de soltar su bastón y de aclarar un par de equivocaciones que su compañero estaba teniendo, no obstante, hubo un jalón en su antebrazo que lo hizo retroceder, y al girar por encima de su hombro, se encontró con la expresión estructurada y seria de su entrenador. Quien lucía como si no entendiera nada.

—¿Qué sucede con ustedes dos? —preguntó con una rigurosidad de acero—. Deteniendo el entrenamiento y armando un escándalo por nada. ¿Quiénes se creen que son? —masculló con un vena resaltando de su frente, claramente frustrado—. Esperaba algo mejor de ti, Song, ¿qué pasa con esa actitud?

—Siento interrumpir la práctica, entrenador, pero si este sujeto de aquí aprendiera un poco sobre modales no habría pasado nada en un inicio.

—¿Y cuál fue el motivo de su discusión? —preguntó con la mirada estrecha, crítica.

—¿No lo ha notado entrenador? —preguntó el beta con la osadía de ser sarcástico—. No deja de hacerse ojos con el patinador de allí. Es un desastre. Su mente está metida en sus...

—Vuelve a decirlo y será la última cosa que digas en tu vida, bastardo.

—¡Song! —llamó el entrenador con firmeza, resonando por todo el gimnasio—. ¿Qué sucede contigo y Kim?

Apelando a la franqueza, el moreno realizó una reverencia de noventa grados hacia el alfa más viejo y soltó aquello que contenía duramente en su pecho.

—Es mi omega, señor, simplemente me tenía preocupado su estado, es todo. Lamento en serio haberme desconcentrado de esa manera. No se volverá a repetir.

—¿Está cerca de su fecha de celo?

—Es lo que supongo, señor.

—Deberías haberme avisado antes y excusarte del entrenamiento.

—No estamos emparejados, señor. Sólo somos..., ya sabe.

—¿Novios? —preguntó con una ceja enarcada, para ese punto, todo el equipo se encontraba viéndolo.

Mingi quería explicar que era algo más complicado que eso, sin embargo, se contuvo de revelar la privacidad de la vida sexual suya y de Hongjoong y en cambio, asintió con cierta resistencia. Después de todo, esa no era la verdad.

Lo que era cierto, es que a los compañeros emparejados se les daba el privilegio de saltarse las clases o aquellas actividades extra curriculares si uno de los dos se encontraba cerca de sus fechas de celos, con la finalidad de que cuidaran de sus respectivas parejas y no sucedieran incidentes mayores. No obstante, debían presentar un comprobante médico de que no estaban mintiendo. De esa parte se encargaba la enfermería de la universidad, haciendo sus estudios pertinentes a quien fuera el afectado en cuestión.

—Byeong, discúlpate por ofender a su compañero —ordenó el entrenador, poniendo una mano en el hombro del susodicho y eso sólo significaba una cosa: no réplicas.

—Lamento haberlo ofendido, no sabía que eran pareja. Sólo estaba jugando.

En sus palabras no había honestidad o arrepentimiento real, pero el defensa derecho no se lo tomó a pecho y simplemente lo ignoró. No buscaba hacer de un grano de arena, una montaña.

—Esas no son maneras de comportarse —dijo el hombre, viéndolos a ambos con seriedad—. La práctica de hoy queda concluida por el día, todos necesitan enfriar sus cabezas. Espero que en la siguiente ocasión, todos recuerden qué es lo importante.

—Sí, señor —murmuraron al unísono todos. Como un pelotón de soldados.

—Una derrota no es excusa para un comportamiento tan bajo —continuó hablando, una voz impostada y los brazos tras la espalda—. Son adultos, quieran o no, actúen como tal.

—Sí, señor.

—Ahora los quiero a todos fuera de mi vista, lárguense a los vestidores.

Mingi no duró mucho tiempo allí metido, luego de sacarse todo el equipamiento pesado de encima y dirigirse a la primera ducha disponible que encontró, no cruzó palabras con nadie como usualmente lo hacía ni tampoco bromeó con sus más allegados en el equipo, todo por aún estar irritado por la forma despectiva y vulgar en la que Hongjoong había sido tratado. O referido en dado caso.

Y tan ensimismado se halló de su entorno, que no se dio cuenta de que sus amigos y de aquellos que no lo eran, que se le acercaron de repente, hasta que sintió las feromonas familiares a gardenias de San, no mucho después, lo golpeó la fragancia más serena y frutal de Jongho, sacándolo de su caparazón.

—¿Qué pasó allí en la pista que parecías a punto de irte a las manos? —preguntó el peliazul, confundido y evidentemente preocupado.

—Nada, sólo tonterías de Byeong, es todo. Sabes que es un bocaza.

—A mí me pareció mucho más —comentó Wooyoung con una mirada analítica. Recordándole que también se encontraba allí.

—Bueno, al final no fue nada, sólo una pulla sin sentido.

—¿Entonces por qué reaccionar a ella?

Mingi le reconocía al omega más joven la astucia y la perspicacia, no obstante, su cerebro no se había enfriado lo suficiente como para tolerar que lo empujaran más allá de sus límites. Y para su fortuna, el único que pareció leer bien la habitación, fue quien irónicamente estuvo involucrado de manera indirecta.

—¿Estás bien? —un tono de voz suave, amable y delicado al oído. Eso fue todo lo que escuchó. Reconfortante incluso podía decir.

—No —admitió con una franqueza aplastante, sorprendiendo a más de uno—. Así que si dejáramos el tema hasta aquí, sería de mucha ayuda. Sólo quiero comer comida grasosa y echarme a dormir un rato.

—Vayamos por unas hamburguesas entonces —sugirió Hongjoong, sonriéndole con comprensión—. ¿Qué tal suena eso?

Mingi se mordió el interior de la mejilla con insistencia, hasta que la piel se rasgó y el sabor metálico de la sangre le llegó al paladar, pero no le importó, porque en ese instante, hizo lo que pudo para contener el impulso inopinado de querer besar a Hongjoong como si fuera lo que lo mantenía a flote.

Impulso que no supo porqué se generó realmente.

—Suena como un muy buen plan, de hecho.

—A por esas hamburguesas si es así —alentó Jongho, sonriendo de forma tenue pero afable.

De esa manera, los cinco terminaron metidos en el BMW negro del alfa, quien los llevó al local de comida rápida más próximo que encontró. Allí, increíblemente, tuvieron un rato de calidad, donde hubieron risas y un par de bromas cruzadas. Fue un ambiente ameno y cómodo hasta cierto punto, pero todos notaron que el alfa del grupo seguía navegando por los rincones de su mente, sumergido en pensamientos abstractos que no podía descifrar aunque lo intentaran.

Y no es que ninguno lo haya intentado, simplemente lo dejaron ser. Porque había ocasiones en la que era mejor simplemente fingir que nada había pasado y darle tiempo a la persona para centrarse. Reorganizar sus ideas y, a veces, a uno mismo.

Para cuando terminaron de comer y de pasar el rato en grupo, el ocaso se encontraba en su máximo punto, decorando el cielo de notas doradas y naranjas, haciendo las nubes lucir más esponjosas y tridimensionales. Fue mágico y también inesperado.

Y para cuando terminó de dejar a cada uno en su destino, los últimos que quedaban en el auto, eran Hongjoong y Mingi.

—Mi dormitorio no queda en esa dirección —comentó el omega de forma causal, con la frente apoyada en la ventana.

—Lo sé —murmuró el alfa después de un rato, refugiándose en el silencio—. ¿Quieres pasar el rato conmigo, princesa? Realmente no me siento con ganas de dejarte ir.

Riéndose, el rubio se giró a verlo—. Qué sentimental de tu parte —susurró—. Pero qué planeas hacer, creí que querías echarte a dormir un rato.

—El plan sigue en pie por si te interesa, tu práctica se vio intensa. Te vi repetir el mismo salto como cinco veces.

—Prestaste atención —murmuró con asombro, ojos brillantes y labios separados con ligereza.

—¿Cuál sería el punto de verte practicar si no lo hiciera?

—A otros alfas no les interesaba verme practicar, ¿sabes? Lo encontraban aburrido —admitió con cierta resistencia—. Decían que siempre era lo mismo una y otra vez.

—Pues vaya imbéciles, no estoy de acuerdo con ellos.

Riéndose, Hongjoong se sacó el cinturón de seguridad una vez el auto se detuvo y se inclinó hacia él, depositando un beso en su mejilla, fue tan dulce como su fragancia que Mingi lo encontró irreal.

—Me apeteció —murmuró ante su mirada desconcertada—. Gracias por lo de hoy. Fue un buen día en general —le dijo mientras abría la puerta del auto—, cuando te sientas cómodo, puedes contarme lo que pasó en el hielo, lo mantendré en secreto, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —accedió con sorprendente facilidad, negado a la idea de rechazarlo.

Y una vez se hallaron en la habitación de Mingi, Hongjoong se desplomó sobre su cama, demostrando lo verdaderamente cansado que estaba y cuán al límite había llevado su cuerpo sólo por convivir con sus amigos. Mordiéndose el labio inferior, el moreno no demoró en seguirlo de cerca y tras un cruce de miradas específicos, el omega se colocó de lado y estiró uno de los brazos, invitándolo a que se acerque. Lo que el alfa hizo sin dudar.

Procediendo a una cercanía superior, rodeó la cintura del omega con los brazos y ocultó su rostro en la curvatura de su cuello, tomando de sus feromonas con tranquilidad. Hasta que los nudos de sus músculos se deshicieron y sus extremidades entumecidas pudieron respirar otra vez. Fue como un adormecimiento natural.

Cerrando los ojos, Mingi no se cuestionó si eso estaba bien o mal entre ellos, o si rompía algún límite en su relación, simplemente dejó que Hongjoong lo contuviera y las cosas fluyeran de la manera en la que tenían que fluir.

Es todo lo que le importó en ese instante. Hongjoong y nada más.



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