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❈•≪07. Acercamientos íntimos≫•❈

Hongjoong tomó asiento en las gradas junto a Wooyoung con nerviosismo, viendo el lugar abarrotado de estudiantes vistiendo camisetas rojas que se contraponían con el azul y blanco de los Gwang Dreams en una lucha feroz de alaridos y aplausos de aliento. Sonidos y palabras ilegibles que se alzaban por encima de la casualidad de unas voces.

Era como estar en el coliseo viendo a gladiadores a punto de sacarse las tripas.

Un espectáculo cargado de testosterona y adrenalina. Feromonas esparcidas por todos lados: extasiadas y ansiosas. Era insoportable al punto de que, de vez en cuando, Hongjoong tenía que aspirar de su propia fragancia en la muñeca o recostarse más contra Wooyoung. Quien se hallaba igual de entusiasmado, pero su aroma a lavanda no resaltaba tanto incluso en ese estado, aún si San se encontraba a su costado derecho. Aullando desaforado.

Era una versión que no había contemplado del beta antes y le asombraba. Era tan enérgico como un cachorro. O como en un lobo en plena luna llena.

Dios, él incluso estaba asombrado consigo mismo ya que nunca se creyó atestiguando un partido de hockey sobre hielo. Pero allí estaba, observando el juego de la semana y todo porque su mejor amigo había sido insistente en que lo acompañara.

Porque hacer de tercera rueda en una cita era mejor plan que estar en su dormitorio estudiando o viendo alguna serie pendiente, eso sin dudas. Que se note la ironía, por favor.

Resoplando por lo bajo, se cruzó de brazos y dirigió su atención hacia la pista, encontrándose con quien menos esperaría, Song Mingi en un extremo de la pista. Inconscientemente, se mordió el labio inferior y se llevó una mano al cuello, acariciando la superficie con cuidado. Como había prometido, y muy para su sorpresa, el alfa se había encargado de pasar crema en sus hematomas aparte de un ungüento con bases en áloe vera que le había sentado fantástico. Como agua bendita a su ardor.

Fue un verdadero shock verlo cumplir con su palabra y ser tan dedicado en ello con el pasar de los días.

Todavía su piel no se recuperaba por completo, pero era cierto que había mejorado considerablemente. Y aunque sea difícil de creer, gracias a las atenciones del moreno.

Sacudiendo la cabeza, se detuvo a sí mismo de profundizar en las acciones contradictorias del alfa, ya que en la mañana, apenas llegó a clases, se comportó de la misma manera en la que solía hacerlo. Y no dudó un segundo en meterse con él, llamándolo princesa y tirando de su pelo sólo porque no le respondía de regreso, muy para su suerte, el profesor del día no tardó en hacer acto de presencia y cortar con las tonterías del alfa pelinegro y con mechas blancas.

A pesar de estar acostumbrado a su comportamiento infantil, fue un poco frustrante recibirlo, cuando una hora antes, había sido lo más cercando a delicado con él al momento de continuar con su tratamiento.

Es como si se trataran de dos Mingi totalmente distintos. En la intimidad era lo más cercano a gentil y en público era una bestia de cinco años y con el cerebro reducido.

Suspirando con pesadez, el omega dejó esos pensamientos resguardados en un rincón, donde estaba seguro, no los sacaría pronto. Lo qué sea que anduviera mal con el tipo, no era problema suyo. En lo único que debía enfocarse ahora, aparte del juego, era de su actitud en la cama. De ahí en fuera, que hiciera lo que quisiera. Le daba igual a esta altura de su vida.

Tenía otros asuntos que requerían de su atención más que ese alfa.

Y de tanto pensar en él, debió de manifestar algún tipo de anhelo al universo, porque Mingi se encontró volteando sobre su hombro y mirando directo a sus ojos. Unas esferas oscurecidas en un negro pesado y determinado que encogía hombros y devoraba planetas. Era alucinante. Hipnotizado, sus labios se separaron y sus ojos se agrandaron, pero no hubieron palabras ni mayores expresiones. Sólo esa conmoción que lo dejó petrificado.

Incluso si el sujeto se hallaba vistiendo sus prendas de requerimiento, las cuales si no se equivocaba y había aprendido bien de Seonghwa tiempo atrás, constaban del casco, por supuesto, una cuellera gruesa, hombreras como coderas, guantes y pantalones, como espinilleras y patines de cuchillas, obviamente.

El rojo mezclado con el blanco y el emblema de un halcón que los representaba en la camiseta que llevaban por encima de todo el equipo de protección. El Muro Escarlata lucía preparado para combatir a sus oponentes con el bastón fino y alargado en la mano.

—Estás corriendo el maquillaje —advirtió Wooyoung en un susurro a su lado.

Dejando de sobar su cuello, Hongjoong se giró a verlo—. ¿Lo estoy? —preguntó de manera tonta. Ido y desconcertado de sus propias acciones.

El omega más joven asintió con suavidad, abriendo su pequeño bolso al mismo tiempo—. ¿Tienes comezón? ¿Te duele? —inquirió con una expresión preocupada, sacando distintos tonos de lo que, rápidamente, reconoció como base.

—No, no —contestó, sacudiendo ambas manos en el aire—. No me había dado cuenta de que lo estaba haciendo, es todo. No siento ninguna molestia.

—Eso es bueno —susurró el de cabellera violeta, sonriendo fugazmente una vez encontró la base adecuada a su tono—. Todavía no puedo creer que te hayas dejado poner un collar por él. ¿Sabes lo qué significa?

—¿Tú lo sabes? —repreguntó, queriendo picarlo.

—Lo busqué en Naver —respondió con una mirada de soslayo, ligeramente crítica pero empañada en su totalidad por el cariño—. Lo que me lleva a cuestionarme lo afines que son.

—No lo somos tanto, sólo fue un impulso del momento, supongo...

—No quieras engañarme —le advirtió su mejor amigo, comenzando a colocar la base en las áreas que había malogrado—. Tú no harías nada impulsivo cuando se tratan de esos casos, te conozco. Es porque lo deseas tanto que lo permites —y en sus palabras, hubo un doble mensaje que pasó por alto.

—¿Acaso eres psíquico?— preguntó a modo de broma, alzando la cabeza cuando se le pidió. El tema de conversación empezaba a incomodarlo. La verdad flotando cerca de la superficie, y eso no le gustaba.

—No, pero es fácil de conjeturar cuando se trata de ti —respondió con sencillez, encogiéndose de hombros—. Y más si hablamos del famoso "sueño húmedo de todo el campus" —repitió, sardónico, haciéndolo sonrojar. Sus palabras de aquel momento eran una vergüenza que quería olvidar.

—No me lo recuerdes —le pidió en un quejido ahogado, agachando la cabeza con levedad.

—No te juzgo, Hong —se adelantó a decir su amigo más joven—. Entiendo que te atraiga, pero deberías de ser más honesto contigo mismo, ¿sabes? Intentar de distorsionar la realidad no te ayudará en nada.

—Lo sé —murmuró el rubio cuando el omega comenzó a sellar el maquillaje con polvo traslucido—. Es sólo que lo detesto, ¿entiendes? No comprendo como puedo desearlo.

—Son dos emociones intensas, es por eso que puedes desearlo del modo en el que lo haces —le explicó con calma, una expresión tranquila y una voz susurrada que se asemejaba a un arrullo—. Además, una no está tan alejada de la otra, si lo piensas bien. Es como el amor. Son conceptos finitos y adyacentes al otro.

—No metas al amor en esto que nada tiene que ver.

—El apego tampoco está tan alejado, ¿sabes?

Rodando los ojos, Hongjoong apartó las manos de Wooyoung de su cuerpo y volvió a su posición inicial, las manos en el regazo hechas puños y la espalda recta.

—Tampoco digas eso, no estoy aquí por él, sino por ti que me obligaste a venir.

—Sabes que podrías haberme rechazado...

—Nadie puede hacerlo, ahora cállate.

—¡Oh, vamos! —exclamó al guardar sus cosas—. Algún día tenías que presenciar un juego.

—Los veo practicar todo el tiempo, ¿cuál es la diferencia? —preguntó con una ceja enarcada.

—Eso es cosa de niños, aquí está la acción real.

Suspirando hondo, Hongjoong le dio la razón a Wooyoung, sólo porque sabía que no tenía sentido discutir con él. Aparte de eso, no quería decirle que, era muy probable, que en esos 60 minutos de partido, se aburra como mula. Ya que, si nunca le había interesado el hockey sobre hielo antes, no lo haría ahora. No importara quién estuviera jugando.

Y siguiendo esa línea de pensamientos, su mirada se dirigió hacia el equipo vestido de azul y blanco, los Gwang Dreams, identificando de inmediato a Seonghwa. Era uno de los alfas más altos dentro de su equipo, por lo que no le fue muy difícil. Y contrario a la mirada encendida de Mingi, se topó con una opaca y decepcionada.

Una que le hizo suspirar por segunda vez. Él nada podía hacer con los sentimientos de Seonghwa, ya había sido claro con él en más de una ocasión, entendía que eran una fuerza superior que no podían eliminarse tan rápidamente, sin embargo, las personas tenían control de sí mismas. Podían elegir y tomar acción. Y Seonghwa seguía eligiendo incorrectamente cuando se trataba de él.

Sacudiendo la cabeza, volvió su atención al centro de la pista, donde se había formado un triángulo y habían dos personas a cada lado de la línea divisoria. Confundido, Hongjoong se inclinó en dirección de San.

—¿Qué está pasando? —le preguntó en un murmullo, sin querer alterar a quienes estaban concentrados a sus lados.

—Es una alineación —respondió el beta de cabellera azul con una sonrisa amable—. Los dos centros enfrentados y los dos extremos listos para atacar, cuando el silbato del árbitro suene, el más rápido de ellos se hará con el disco y ahí es donde el juego comienza.

—¡Oh! —exclamó en comprensión, asintiendo varias veces—. ¿Y de qué se encarga Mingi?

Riéndose, San se pronunció con calma—. Evita que la ofensiva llegue a portería. Por eso su posición es tan cerca de ella, no sólo tiene que ser grande, sino que también tiene que saber patinar bien, ¿sabes? No sólo hacia adelante, sino que hacia atrás. Es una mierda de posición. Siempre estás al límite de que el disco entre a portería y tú única función es evitarlo cómo sea.

—Ahora que lo pones así siento un poco más de empatía por Seonghwa.

Recibiendo un codazo, Wooyoung lo miró con mala cara—. No es el único bajo presión allí.

Guardándose las palabras, el omega rubio sólo levantó las manos en señal de rendición y se dedicó a mirar el juego, tan pronto el silbato del árbitro resonó por el pequeño gimnasio. Haciendo que las personas griten llenas de una euforia incontenible.

En una milésima de segundo, los Gwang Dreams se hicieron con el disco de caucho, y en un segundo extra, se hallaron avanzando hacia la portería de los Red Falcons, sin embargo, el medio centro de los rojos, según le indicó San, fue bastante hábil para recuperar el objeto negro y llevarlo en la dirección contraria.

Y así, entre empujones y tirones, los Red Falcons hicieron su primera anotación, inundando el gimnasio de exclamaciones ininteligibles. Chasqueando la lengua, Hongjoong aplaudió por mera cortesía. Estando en el sector de ese equipo, no cabía espacio a la irreverencia.

En los siguientes quince minutos, el rostro de Hongjoong pasó por distintas facetas, y cada una de ellas fue peor que la anterior. Ya que pronto descubrió porqué el apodo principal de Mingi era "Muro Escarlata".

En una de esas jugadas de riesgo, de la cual San le había explicado de qué se trataba: básicamente era cuando el disco se acercaba demasiado a uno de los defensa o a la zona de portería y se corría la posibilidad de una anotación, el lateral izquierdo patinó en dirección de Mingi, quien sin dudarlo en lo más mínimo, reaccionó con una rapidez que lo dejó helado en su asiento y con los puños cerrados inconscientemente. No obstante, logró arrebatar el disco del adversario y avanzar unos cuantos metros, pero en el momento que se halló dispuesto a realizar un pase, hacia uno de sus compañeros, un tipo alto salió de la nada y le dio directo en la cara con el codo. Haciendo que media tribuna exclame de la impresión.

Eso no lo derribó y así, parte de su uniforme, se llenó de gotas de sangre, justo en el momento que dieron veinte minutos de juego transcurrido, el árbitro silbó una infracción y el final de la primera mitad del partido.

Sacándose las manos de la boca, que no sabe en qué momento fueron a parar ahí, el omega se volteó hacia su amigo y se lo encontró recostado en el hombro del beta, bebiendo de su gaseosa con tranquilidad.

—Esto es una masacre sobre hielo —declaró con exageración, apuntando hacia lo que acababa de ocurrir y observando de soslayo como atendían la herida superficial de Mingi.

—Ni siquiera viste lo más interesante —dictaminó su mejor amigo.

Y lo "más bueno" o la "mejor parte" como también acotó San, fueron las acciones del alfa pelinegro en el hielo. Quien en la segunda mitad de partido, impactó su corpulenta figura contra el lateral izquierdo que lo había golpeado de forma intencionada. Haciéndolo sangrar también y llenando su uniforme de manchas disparejas.

Fue de ese modo violento que Hongjoong supo porqué del apodo. Si no era su sangre, era la del adversario, pero Mingi siempre cargaba con la intensidad del rojo encima suyo.

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Muy para sorpresa del omega rubio, el juego se dio vuelta con relativa rapidez, pasando de estar 17 a 13, el marcador subió a 25 cerca del final, coronando a los Gwang Dreams como los vencedores de ese encuentro. Dejando a los Red Falcons como los perdedores.

Entre tanto tumulto y tantas personas levantándose decepcionadas por el desenlace, Hongjoong intentó encontrar la silueta de Mingi, sin embargo, falló increíblemente en ello. Lo que le asombró, algunos de sus compañeros aún permanecían en la pista despidiendo al público y saludando a sus adversarios.

Y en medio de esa confusión, acudió a San por respuestas, porque si algo caracterizaba a Hongjoong, es que era alguien curioso.

—Suele hacer eso cuando pierden —aclaró el beta de cabellera azulada—. Se escabulle a los vestidores y deja el lugar primero con autorización del entrenador. Nunca sé qué excusas le inventa.

Comprendiendo mejor la situación, el más bajo concluyó que el alto, simplemente eran de los chicos que no sabían perder y es todo. Lo que no le asombraba en lo más mínimo, y encogiéndose de hombros, volvió a tomar asiento en la grada mientras escuchaba como la pareja a su lado planeaba una segunda cita.

—¿Quieres venir con nosotros? —preguntó Wooyoung, sonriente y emocionado. Emitiendo feromonas como loco. Lo qué sea que le haya dicho San, lo tenía por las nubes.

Riéndose, Hongjoong sacudió la cabeza con suavidad—. Estoy bien así —les dijo a los dos, viéndolos—, voy a esperar que el área se despeje para irme. Pueden marcharse primero si quieren.

—¿Estás seguro? —preguntó San—. Iremos por helado.

—No les quiero arruinar la diversión —insistió con una sonrisa conocedora—. Sólo vayan a divertirse. Estaré bien, lo prometo.

Apretando los labios, Wooyoung tardó pero desistió—. De acuerdo, pero avísame cuando hayas llegado a tu dormitorio.

—Prometido —le dijo, trazando una equis en su pecho.

Riéndose, el omega más joven realizó el mismo gesto antes de tomar la mano de San y arrastrarlo lejos.

Suspirando con pesadez, el rubio se deslizó en la banca que ocupaba y apoyó la cabeza en la que tenía por encima. Cansado y sumamente intranquilo. Lo que había atestiguado, lo dejó sin ganas de querer participar en otro enfrentamiento. Había sido una carnicería. Sujetos estrellándose entre sí, sacándose los dientes y oprimiéndose entre los cristales de seguridad. 

Demasiada violencia para alguien que estaba acostumbrado a un ambiente más tranquilo, competitivo como la mierda y feroz, pero por lejos menos violento. Si no contaba las caídas o las lesiones que podían ocurrir por accidente.

De igual forma, le había impresionado ver jugar a Mingi, a quien nunca había tomado en serio en su corta vida. El alfa tuvo una determinación de fuego desde el principio y se movió con una rudeza increíble que lo dejaron sin aliento. Tan distinto a lo que solía presenciar en las prácticas, donde era más juguetón y despreocupado.

Fue una faceta que no esperaba aprender de alguien como él.

«Y hablando del Diablo», pensó cuando el gimnasio quedó vacío y el ruido metálico de las puertas de los vestidores se hizo sentir.

Desentendido de la situación, Hongjoong contuvo el aliento y no se movió un centímetro, observando a Mingi caminar hacia la barra de ingreso a la pista y sostenerse a ella con fuerza. Lo supo por la manera en la que sus nudillos se pusieron blancos. Su respiración era pesada en todo ese silencio y su bolso se mecía de manera sutil. Como si se estuviera conteniendo, pero de un minuto al otro, lo escuchó soltar algo semejante a un alarido y lanzar su bolso a un costado. Lo más impactante para el rubio en esa ocasión, fue distinguir el sonido que hacía una persona al sorber sus lágrimas.

Y contra todo pronóstico, sus labios se encontraron separándose por cuenta propia y su conexión cerebro-boca, viéndose afectada por completo y rompiendo con la trémula quietud del gimnasio.

—¿Estás bien? —pronunció en un susurro gastado, temeroso de formarse en un primer lugar.

Incrédulo con lo que acababa de hacer, cuando su plan original era pasar desapercibido y dejar al alfa descargarse lo mejor posible para luego marcharse, el rubio se cubrió los labios con ambas manos. El sonido seco irrumpiendo en esa tensión tejida con cadenas y pulsando en sus venas como si se tratara de lava.

«¿Y qué mierda de pregunta era esa?», pensó el omega para sus adentros, viendo la obviedad de la situación. Tragando en seco, él sólo aguardó. El corazón acelerado y pulsando en su pecho con fuerza. A un punto de que parecía, rompería su esternón.

No obstante, Mingi detuvo su arrebato y se giró lentamente, pasando a mirarlo, de cuclillas y a metros de distancia, de repente el alfa le pareció tan pequeño en su comparación, la grandiosidad de su persona olvidada en lágrimas contenidas y mejillas sonrojadas por la frustración o la vergüenza, no estaba seguro.

—¿Por qué todavía estás aquí? —preguntó el alfa en lugar de contestar. Un tono ronco y una voz quebrada a causa del llanto que retenía, seguramente. Hongjoong había estado en esa posición antes, sabía cómo se sentía, cuánto ardía y lo difícil que era pronunciar palabras claras.

—Quería despejar la mente —murmuró de manera honesta, para acto seguido carraspear—. Lamento que no hayan ganado.

Riéndose de forma seca, el pelinegro asintió—. Yo también —fue todo lo que dijo antes de voltearse.

Mordiéndose el labio inferior con indecisión, Hongjoong se impulsó hacia arriba y recogió su pequeña cartera donde llevaba sus objetos personales, y tras otro rato de vacilación donde escuchó un quejido estrangulado por parte del moreno, se dirigió hacia abajo en las gradas. Al principio dubitativo, preguntándose qué demonios hacía y si, siquiera merecía el privilegio de ello, pero a medida que la distancia era más corta, sacó una confianza que no supo de dónde salió y enredó sus brazos alrededor del cuello del alfa. Reconfortándolo y olvidándose de sus prejuicios.

Para sorpresa suya, Mingi se recargó en sus brazos y cerró los ojos. No obstante, dejó de llorar. Su garganta convulsionó y su nariz continuó sorbiendo mocos, pero no hubieron lágrimas de por medio.

—Hace dos días —empezó diciendo Hongjoong, un tono sereno y una mirada distante, pintada en la lejanía de las paredes—, tuve una audición para un musical sobre hielo que va a realizar la universidad a final de año. Mis padres fueron para apoyarme —agregó con un tono agridulce, inclinando sus labios en una sonrisa—. Les habrías caído bien con esa actitud coqueta tuya, al menos a mi madre —continuó con apenas un rastro de diversión—. No quedé —confesó de golpe—. Tuve un par de errores que con mi entrenador habíamos practicado sin descanso, pero igualmente fallé en esos saltos. Otra persona tomó el papel.

—¿Era el rol principal? —preguntó el alfa con la voz ronca. El omega asintió contra sus cabellos—. Eso apesta. ¿Quién se quedó con el puesto?

—Kang Yeosang —murmuró con simpleza, sin resentimiento alguno—. Es un chico dulce, bastante talentoso. Lo hizo increíble, para ser sincero.

—¿El chico de la marca en la cara? —cuestionó.

—¿Lo conoces?

—Jongho lo hace —corrigió sin más—, son amigos o compañeros en unas materias selectivas, no lo sé muy bien —respondió con un encogimiento de hombros—. No suenas enojado, ¿sabes?

—Porque no lo estoy —remarcó sin un tono en particular—. Decepcionado, eso sí. Pero nada más. Fue una pena, pero tendré otras oportunidades. Deberías de verlo así también. Una derrota no significa el fin, sólo un nuevo comienzo.

—No soy el capitán, Hongjoong —confesó con una agonía que podía palparse y dolía—, pero la gente siempre espera más cosas de mí en este equipo que del propio líder.

—¿Porque eres el mejor defensa de la universidad?

—Porque soy el chico de oro —admitió para sí, suspirando con una pesadez de mil hombres. Apartándose, el moreno lo miró directo a los ojos, esclerótica enrojecidas y pupilas humedecidas, es todo lo que pudo observar—. ¿Por qué me estás consolando?

—Porque a diferencia de ti, no soy un imbécil —declaró con simpleza, permitiendo que la mano del alfa se pose sobre la curvatura de su cuello—. Además, me diste pena.

Riéndose, el pelinegro comenzó a acariciar el maquillaje de su piel, corriéndolo—. En eso puedo darte la razón, no eres un idiota.

Riendo también, el omega ladeó la cabeza, ocasionando que su flequillo le cubriera la vista parcialmente—. ¿A qué viene el cumplido? —preguntó a modo de broma. Sintiéndose a gusto con el alfa. Lo que era extraño. Siempre solían estar en una constante tensión.

—Es mi forma de agradecerte el consuelo, no era necesario —musitó con tranquilidad, más compuesto—. Aparte de eso, quiero meterme en tus pantalones, para liberar un poco de estrés. El juego fue una absoluta mierda.

Carcajeándose, Hongjoong echó la cabeza hacia atrás al mismo tiempo que percibía como los brazos de Mingi se colaban debajo de su remera y se enredaban en su cintura. Acercándolo a su cuerpo fornido y presionando su labio herido contra su mejilla. Eso debía arder.

—¿Qué, piensas hacerlo en el suelo del gimnasio?

—¿Qué? —remarcó el contrario, imitándolo, alejándose para sonreírle—. ¿No te gusta la exposición? —relamiéndose los labios, el defensa lo miró de arriba hacia abajo y viceversa, expectante.

—Me gusta correr riesgos —murmuró el rubio con suavidad—, pero nada que sea perjudicial. No quiero que me expulsen de la universidad, ¿sabes?

—Lástima que soy alguien celoso y me gusta mantenerte en secreto.

—¿Por eso me tratas como si fuera un pedazo de basura en clases?

—Tú lo dijiste —murmuró el alfa, desviando la mirada unos segundos imperceptibles. Al parecer con culpa—. Soy un imbécil sin reparos.

Hongjoong comenzaba a dudar de esto último, no pensaba que Mingi fuera un santo o un alma bondadosa, pero creía que tenía más capas de las que proyectaba y más grises de los que mostraba. Nada que le dijera que era una buena persona, pero algo que le hacía conjeturar que tal vez, no era tan malo.

Al final del día, las personas solían decir que todos tenían una segunda versión de sí mismos.

Y antes de que pudiera ofrecer una respuesta adecuada y coherente, el alfa se encontró ganándole la palabra.

—Juguemos a algo simple, ¿qué dices?

—¿A las escondidas? —cuestionó con burla, enarcando una ceja, escuchando a lo lejos pisadas. Probablemente del guardia o del señor de limpieza.

—Si logras subir las gradas primero que yo —comentó el atleta, ignorando su pésimo chiste—, te llevo a tu dormitorio y te dejo en paz por hoy, si no es así, hacemos lo que yo quiera —dictaminó con seguridad, sonriendo con altivez—. Cualquier cosa sea. Dónde sea. ¿Qué te parece?

Desenredando sus brazos del cuello ajeno, el rubio mostró una sonrisa delicada, de bordes suaves y de intenciones indescifrables.

—Trato.

Y una vez dicho eso, empujó al alfa con todas sus fuerzas y se puso de pie con rapidez, tan pronto ubicó las escaleras, se lanzó camino a ellas, escuchando de fondo un exagerado YAH que ignoró por completo y le sacó una risa inesperada.

—¡Permiso! —gritó al divisar al señor de limpieza, sus zancadas llevándolo cada vez más cerca de la salida.

Nervioso y con la risa burbujeando en lo profundo de su garganta por segunda vez, Hongjoong no podía creer que se estuviera divirtiendo con una propuesta de inclinaciones indecentes de Song Mingi. Pero eso mismo es lo que estaba pasando.

Incrédulo, siguió avanzando, negado a mirar hacia atrás. Y todo por el efecto sorpresa.

No obstante, en el medio de esa descarga de adrenalina, cometió un error. Y confiado de que iba en la delantera, de repente, sintió como su cartera era retenida y una fuerza mayor a la suya, lo detenía en su lugar y lo hacía retroceder un escalón. Asombrado, miró a su costado sólo para encontrarse con el perfil fugaz del alfa. Quien en dos parpadeos, alcanzó la puerta, empujándola con una mano y traspasando sus aberturas con una facilidad que lo dejó helado.

—¡Tramposo! —acusó de inmediato, apuntándolo con su dedo al detenerse—. Tiraste de mi cartera.

—No habían condiciones, Hongjoong, sólo una meta. Y yo la gané.

—Haciendo trampa —insistió de brazos cruzados.

—Tú aceptaste competir —le dijo—. No me quieras culpar porque hayas perdido.

Chasqueando la lengua, el omega se dejó arrastrar por aquellas manos firmes y rodear por aquellos brazos fuertes, y sorpresivamente, el alfa empezó a frotar sus mejillas. Intercambiando sus olores.

«¿Y esto?», se preguntó, totalmente confundido. Era la primera vez que el moreno se mostraba afectivo con él. Después de todo, esa acción, aparte de servir como un método de marcar a alguien superficialmente: máximo un día; era una forma de mostrar interés por la otra parte.

Y él ahora mismo se encontraba cuestionando qué tipo de interés tenía el alfa sobre su ser. ¿Porque no había otro aparte del sexual, cierto?

—Lo qué sea —dijo más para sí que para el otro, sin embargo, sirvió de igual modo—. ¿Qué tramas hacer conmigo?

—Muchas cosas —prometió en un tono susurrado mientras caminaban por el pasillo—. Pero ahora mismo, sólo una.

—¿Cuál? —insistió en preguntar una vez se hallaron frente al auto negro del defensa.

—Una travesura —contestó con una sonrisa de zorro, desbloqueando las puertas e invitándolo a subir.

—¿Por qué tengo que ir en los asientos traseros? —preguntó con las cejas fruncidas—. Es descortés y... ¡Dios mío! —exclamó de repente, cubriéndose los labios y expandiendo los ojos—. ¿Quieres tener sexo en el auto...?

—¿Es lo suficientemente riesgoso según tu criterio?

—Joder, estás loco —afirmó a las risas, incrédulo. No obstante, se lanzó a rodearle el cuello con los brazos—. Es una mierda exhibicionista la tuya, pero estoy dentro.

—Técnicamente no lo es, pero entiendo tu punto.

Olvidándose de las palabras, Hongjoong fue directo a las acciones, levantándose en puntas y besando a Mingi con fervor. Bocas abiertas y lenguas curiosas. Ni lento ni perezoso, el pelinegro llevó una de sus manos a su trasero, sosteniéndolo contra de su cuerpo con firmeza. Jadeando por más, el bajo se presionó contra el alto y demandó hasta lo que no tenía de su boca. Importándole poco su alrededor.

Sonriendo a medio beso, el moreno se apartó con lentitud, haciéndolo desear más de ese contacto fogoso que dejó rastros en su piel.

—Tan necesitado como siempre —comentó el defensa de los Red Falcons, casi burlándose de él—. ¿Qué debería hacer con alguien como tú? —murmuró con sus labios rozándose.

—Lo qué quieras.

—¿Es así? —preguntó, tomándolo por la mandíbula. Examinando sus perfiles con detenimiento—.  ¿Debería jugar contigo hasta que me aburra entonces?

—Por favor.

Fue gracias a esas palabras, que ambos terminaron en el interior del BMW negro de Mingi. Recostados en los asientos traseros besándose por segunda vez. Labios presionados en una urgencia voraz y cuerpos unidos a un límite imposible de romper. Calor abrasador y alientos mezclados. Sensaciones que ardían y necesidades que vibraban en lo profundo de sus entrañas. Es todo lo que eran.

Pronto, Hongjoong no demoró en hallarse de espaldas, con el rostro presionado contra el cuero del asiento y el trasero alzado, sujetado por las manos grandes de Mingi, intentando de mantener el equilibrio para no irse de lado. A su vez que el moreno apoyaba su erección a medio formar en su hendidura cubierta. Gimiendo, el omega cerró los ojos cuando sintió las feromonas del otro comenzar a llenar el auto. Una fragancia intensa y amarga que le perforaba los pulmones con una fuerza demoledora.

Sin embargo, lo que le arrancó su segundo gemido, fue la mano que se coló por entre sus cabellos y tiró de ellos con rudeza, obligándolo a levantar la cabeza y exponer su cuello maltratado. El cual fue besado sin reparos, labios ansiosos que dejaron marcas y dientes que se entrometieron y tironearon de la piel sensible, despojando al omega de su fortaleza y desarmando su voluntad a quejidos sin estructura.

Complacido, el alfa gruñó entre dientes y realizó una impresión superficial en su hombro. Arruinándolo en su totalidad. Y sin poder resistir la urgencia que carcomía sus entrañas y quemaba sus venas como lava, el omega rubio comenzó a frotar su culo contra la excitación del moreno. Ganándose una tirada de pelos que lo transportó a un paraíso de colores oscuros.

—Como siempre siendo una perra ansiosa —musitó el defensa, cerca de su oído. Un susurro arrastrado e íntimo—. ¿Debería ponerte tu collar para que sepas comportarte?

Jadeando de la impresión, Hongjoong hizo lo mejor que pudo para voltear y conectar su mirada con la de Mingi. Obsidianas oscurecidas en un infinito sin nombre—. ¿Lo traes contigo? —preguntó sin aliento. Agitado.

—De vez en cuando —comentó con casualidad, sin perder esa postura imponente y esa determinación férrea en los ojos. El más bajo tuvo que cerrar los suyos un momento, emborrachado de esa imagen libidinosa que prometía un ardor eterno.

—Quiero usarlo —afirmó con la voz rota, cansada por el esfuerzo de la posición—. Si lo tienes, lo quiero.

—Lo sabía, eres insaciable —y luego de decirlo, lo soltó con rudeza, alejándose para dirigirse al asiento delantero, directo hacia la guantera—. Nunca imaginé que serías así en la cama, ¿sabes? Te pensé más vainilla.

—No estamos en la cama.

Riendo, el alfa extrajo el collar de la guantera y se lo mostró, el rojo brillando bajo la claridad tenue que los rodeaba—. Es bueno ver que todavía puedes bromear, veremos cuánto te dura.

—Es bueno saber que me imaginaste en este tipo de escenarios —pronunció con la voz agitada por la información—. No sabía que te gustara tanto.

—¿Gustarme? —repitió entre risas—. No podrías estar más equivocado, lindura. Sólo quiero joderte sin descanso.

—¿En un auto? —tuvo el descaro de preguntar cuando ya se encontraba mojado—. ¿Alguien lo ha visto? —procedió a preguntar, cuando sintió la sensación familiar del cuero rodearlo con naturalidad. El tintineo de la hebilla siendo una sinfonía dulce al oído.

—Jongho —respondió el impropio con calma, asegurándolo con destreza.

—¿Y qué le dijiste sobre tener eso en tu auto?

—Que pertenece a mi perro —murmuró con una sonrisa, ambos sabían que no tenía uno—. ¿O debería haber dicho perra?

—Mierda —masculló cuando sintió como su miembro se retorcía, seducido por las palabras impropias del alfa. Sus feromonas no eran de mucha ayuda tampoco. La excitación y la testosterona, tenían su cabeza un poco mareada.

—No traigo la correa pero siempre que necesite sujetarme a algo puedo usarte a ti, ¿no es así? —preguntó en un tono bajo, sosteniéndolo de los pelos con firmeza.

—Sí, sí puedes.

—Tan fácil de manipular —exclamó el pelinegro con mechas blancas, riéndose del gusto—. Eres todo un encanto, ¿sabías?

Desentendido de su alrededor y de lo que se encontraba pasando, el omega sacudió la cabeza, no obstante, el alfa continuó pronunciando palabras dulces en su oído a la vez que le permitía restregarse en su excitación ya formada.

—No podemos estar todo el día aquí o nos atraparán, porque no comienzas a desabrocharte esos botones por mí, cariño, así puedo joder tus muslos de una vez.

¿Joder sus muslos, dentro de un auto costoso? Hongjoong tuvo que gemir ante la imagen mental. Simplemente obscena. Descarada a más no poder.

Y reducido a una masa maleable que sólo obedecía indicaciones sin cuestionarlas, llevó una de sus manos a sus pantalones, y como pudo, empezó a desabrochar sus botones y a bajar su cremallera, para cuando terminó, le dio luz verde al moreno para que continuara. Quien sin demoras, no dudó en descender la prenda que les estorbaba hasta sus rodillas dobladas. Fue incómodo y poco agradable en muchos sentidos, pero eso sólo le causó más placer.

El hecho de que estuvieran en un estacionamiento público de la universidad, elevó sus niveles de endorfinas hasta intoxicar su cerebro.

Retorciéndose en su sitio, Hongjoong cerró las manos en puños y atrapó su labio inferior entre sus dientes cuando sintió el miembro erecto de Mingi deslizarse por la carne de sus muslos. Entregado a la situación, sus ojos rodaron hacia la parte posterior de su cabeza cuando una mano se enrolló en su miembro apenas erecto pero goteando a más no poder al igual que su entrada ya resbaladiza.

Lo que fue el punto culmine para el más bajo, fue sentir como dos dedos ingresaban a su interior sin resistencia alguna. Lentamente, moldeando sus anillos a la perfección y llegando a la profundo sin dificultades aparentes. Lo que le hizo ver estrellas, fue el momento exacto que aquellos dedos se curvaron en su canal de nervios y dieron con su próstata con agilidad. En el instante que la comenzaron a masajear, todo se volvió borroso para el omega.

La mano que lo acariciaba con insistencia en su miembro, el aliento que susurraba promesas pecaminosas en su oído, los dedos impertinentes que lo frotaban sin descanso junto con las feromonas intensas, todo era un recuerdo borroso en su mente perturbada. Memorias en una nebulosa tormentosa.

Y de esa manera impaciente y casi ansiosa, su clímax se fue construyendo con rapidez, los botones correctos siendo apretados, pero lo que lo llevó a esa montaña de placer, fue que de repente, Mingi pasara a sostenerlo por el pelo con rudeza y sumergiera su cara en la curvatura de su cuello, llenándolo de feromonas. Pero lo que lo hizo explotar como una supernova, fue la impresión dental que se plasmó en su piel y rasgó sus terminaciones con una brutalidad salvaje. El gemido que escapó de sus labios se debió a la intensidad de la acción y a la lengua que se pasó por sus heridas. El calor denso entremedio de sus piernas, volviéndose insignificante.

—Joder —masculló Hongjoong entre dientes, la respiración pesada y el cuerpo adolorido de una manera deliciosa—. Santa mierda, ¿me mordiste?

Apoyando la frente en su espalda, el alfa tuvo que tomar una profunda inhalación antes de pronunciarse—. No pude evitarlo —comenzó diciendo—. Lo siento pero olías tan bien, como para devorarte.

Jadeando, el omega se esforzó por concentrarse en el punto y no en el cumplido—. ¿Sabes qué podría haber pasado de estar en celo?

De encontrarse en su celo, el que Mingi lo mordiera, hubiera significado que ambos se enlazaran. Pero al no estar en su ciclo de calor, simplemente la acción quedó como una herida superficial de un intento fallido por conectar mente y alma.

—Pero no lo estás —señaló el impropio con cierta despreocupación—, sólo te quedará la marca, nada más. Así que no te preocupes innecesariamente, cariño.

—Aún así —remarcó él. Las cejas fruncidas y el tono firme, inamovible—, no deberías de ser tan irresponsable, al menos debiste preguntarme si podías marcarme, ¿sabes?

—Lo siento —repitió en una voz más suave—. No te enojes conmigo, prometo que la siguiente vez estaré más atento a mis acciones, ¿sí?

Mordiéndose el labio inferior, Hongjoong asintió con recelo—. De acuerdo —murmuró con delicadeza, recomponiéndose. Una respiración más estable y clara—. Se sintió bien, ¿sabes? —comentó en un susurro, un tanto avergonzado y segundos después—. El que me mordieras —aclaró—. Aunque fuera superficial, hizo que mi cuerpo se estremeciera. Fue extraño. Nadie lo había hecho antes.

—¿Me estás diciendo que nadie te había mordido antes, siendo tú un masoquista?

—¿Es tan raro?

—Bueno, es la forma más básica de dolor. En mi cabeza asumí que ya estabas acostumbrado a que te marcaran fuera de temporada.

—Ahora ambos sabemos que no es así —murmuró con timidez, carraspeando—. ¿Te sientes mejor?

—Si te refieres a si estoy menos estresado, sí, desquité mi mierda contigo —respondió con franqueza, separándose y procediendo a hurgar en el interior de su bolso, sacando una toalla. Y muy para sorpresa del omega, siendo limpiado primero con ella—. Gracias por hacerlo, no estabas obligado a aceptar.

—Lo sé —dijo con lentitud, observando al moreno prenderle los botones y subirle la cremallera con detenimiento. Era la primera vez que actuaba con tanto tacto. Parecía casi inconsciente.

—Bien —murmuró, limpiándose también con la misma toalla y vistiéndose. En el momento exacto que la metía de regreso al bolso y él se encontraba separando los labios para agradecer, alguien les tocó la ventana del auto y una luz traspasó los cristales oscurecidos. Cegándolos momentáneamente—. Creo que nos atraparon —susurró el moreno, sonriendo como un niño.

La mueca fue tan juvenil y auténtica, que por alguna razón, le robó el aliento. Dejándolo como un tonto con la boca abierta y los ojos expandidos como si hubiera visto una criatura sobrenatural de dos cabezas.

—Bajen la ventana, muchachos.

Carraspeando, Mingi se vio un instante antes de hablar—. No creo que eso sea posible, señor, nosotros ya no íbamos.

Y para desconcierto de Hongjoong, el alfa comenzó a pasarse a la parte delantera del auto, esquivando la palanca de cambios y la apertura estrecha de los asientos. Fue lo más surrealista de la tarde.

—¿Qué haces? —le preguntó en un susurro, buscando ser discreto. No quería que el guardia los escuchara.

—Pasándome al asiento del conductor —respondió como si no fuera obvio—. Los vidrios son de vinilo, el guardia no puede vernos, así que tranquilo.

—Eso no me tranquiliza demasiado —murmuró con una inquietud que podía palparse—. Si bajas la ventana podría olernos y saber que...

—No voy a bajar la ventana, no estoy demente.

El aroma a sexo y almizcle corporal eran intensos en el interior, por lo que cualquiera que tomara una bocanada de aire, sabría lo qué habían hecho allí. Aparte de las pruebas evidentes y visibles en sus respectivos cuerpos. La única barrera de seguridad que tenían eran las ventanas y puertas selladas. Nada más.

—Sólo quiero corroborar sus identidades. Por favor, bajen la ventana. No voy a volver a repetirlo.

—Sólo baja la ventana, a estas alturas ya lo debe sospechar —murmuró el rubio en un chasquido irritado, cruzándose de brazos. Rendido.

—¿Estás seguro? —preguntó el alfa, enarcando una ceja y volteándose a verlo con intención. Una que no supo interpretar para nada.

—Sólo hazlo.

—Como tú prefieras —replicó con un encogimiento, presionando un botón y bajando no sólo la ventana del conductor, sino que también la suya. Fue así que se toparon con un beta de mediana edad, aroma que no podía distinguir por las feromonas que lo rodeaban y consciente de la situación, los colores se le subieron a la cara—. Sentimos la demora pero estábamos...

—Ahorre las palabras, joven Song. Simplemente le voy a dar una advertencia, no vuelva a realizar algo semejante en este lugar, por favor. Tenga algo de decencia y respeto por la institución. De lo contrario se lo haré saber a los directivos de la universidad, su comportamiento vulgar no es admisible en este centro, ya debería saberlo.

—Sí, señor. Lo siento mucho, no volverá a pasar.

—Eso espero, ahora salgan de aquí y que ese muchacho se quite eso del cuello, por favor.

—Como ordene, señor.

Realizando una vaga reverencia, Mingi se apresuró a subir las ventanas y a encender el motor del auto, mientras tanto Hongjoong, digería las palabras del guardia, inmediatamente algo en su cabeza hizo conexión y se llevó una mano al cuello, sintiendo la textura agradable y cómoda del collar. Escandalizado, su piel ardió en un tono escarlata que no tenía comparación y una de sus manos voló por inercia hacia el hombro del pelinegro, golpeándolo.

—¡No me dijiste del collar! —exclamó en una inflexión aguda, totalmente abochornado.

—¡Te pregunté si estabas seguro!

—¡¿Y eso qué tiene que ver con el jodido collar?! —preguntó, totalmente fuera de sí—. No soy adivino, por todos los cielos. Debiste advertirme.

—Creí que habías entendido el mensaje, lo siento, ¿de acuerdo?

—Dios —farfulló para sí, cubriéndose el rostro con las manos. Increíble.

—Jesús, Hongjoong, a veces eres tan absurdo que quisiera ponerte una mordaza.

—¿Absurdo? —masculló con las cejas fruncidas y una inflexión ofendida—. El único absurdo aquí eres tú, hablando de mordazas y cosas sexuales mientras estoy enojado. Qué estupidez.

—¿En serio sólo en eso te enfocaste, en que quiero amordazarte?

—¿Había algo más en lo que enfocarse? —replicó con una ceja enarcada, procediendo a curvar uno de sus labios.

—Voy a conseguir esa mordaza —prometió con una determinación estremecedora—. Esa boca tuya la necesita con urgencia.

—¿Sabes que eso sólo me excita, cierto?

—Sí, y eso que acabo de joderte en los asientos traseros —murmuró para sí, incrédulo.

—Hablando de los asiento, lamento haber ensuciado tu tapizado, puedo darte algo de dinero para la limpieza y...

—No te molestes —le cortó el alfa de inmediato—, no es nada que no pueda solucionar. En serio —insistió al encontrarse con su mirada por el retrovisor y notarlo inseguro—, yo puedo cubrirlo. No te preocupes.

Hongjoong se mordió el interior de la mejilla y asintió con lentitud, esta versión más gentil de Mingi comenzaba a hacerle cosas en la cabeza. Y más aún cuando condujo hasta su dormitorio y lo dejó en la puerta de su edificio. Un gesto que no había tenido nunca con él.

—¿Quieres quitarte el collar ahora o mantenerlo para ti un día? —le preguntó al ver que no se lo quitaba.

—Mantenerlo —susurró sin aliento, mirándolo directo a los ojos.

—Qué buen chico —susurró Mingi, arrimándose hasta que sus labios se rozaron—. Queriendo mantener el collar de tu dueño. Qué lindo.

Cogiendo aliento con fuerza, Hongjoong se impresionó por el cumplido y no pudo evitar acercarse un poco más, seducido por la ternura de su voz.

—¿Tú crees? —preguntó, agitado—. ¿Que soy lindo?

—Por supuesto que lo pienso —murmuró, sonriéndole con un carisma incandescente—. Eres la criatura más hermosa que he visto.

—¿Sí? —cuestionó.

—Absolutamente —respondió con firmeza.

Y sin más, sus bocas se conectaron en un beso profundo que dejó a ambos sin aliento. Respiraciones pesadas y una mano que descansaba en su mejilla con gentileza. Al separarse, sus miradas se encontraron un segundo insustancial pero de magnitudes potenciales.

—Gracias por traerme.

—Cuando lo necesites, llámame. Tienes mi número.

—¿No sería una molestia para ti? —preguntó con genuina curiosidad—. Quiero decir, soy yo. Me detestas, por si lo habías olvidado.

—No lo arruines, Hongjoong y sólo ve a descansar. Sé que estás cansado.

—Lo siento —susurró con algo de pena, sonriendo de forma apretada—. Gracias de nuevo. Ve con cuidado —le dijo una vez abrió la puerta del auto—. Escríbeme cuando llegues.

Sin esperar la respuesta del moreno, Hongjoong salió de su auto y se encaminó al interior del edificio con la cabeza gacha. El collar raspando su piel y destacando bajo los ojos de las personas curiosas que se encontraban en recepción, todavía despiertas.

Y al llegar a su dormitorio, ignoró a sus compañeros y se fue directo a su cama, derrumbándose sobre el colchón con los brazos y las piernas extendidas. Agotado y un tanto descolocado. Sin embargo, se sentía bien. Conforme de alguna manera. Seguro con el cuero que le rodeaba el cuello. Centrado hasta podría decir.

Acariciándolo, cerró los ojos un momento, respirando profundo incluso para centrarse. Definitivamente, tanta feromona, estaba comenzado a joder sus neuronas.



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