❈•≪06. Realidad distorsionada≫•❈
"El nos veremos por ahí", fue más pronto que tarde, para el cero impresionado de Hongjoong y justo tuvo lugar en una de sus primeras clases matutinas. Justo cuando se encontraba bebiendo su café, en ese momento es que vio por la puerta del auditorio como ingresaba el moreno al lugar y con cara de muy pocos amigos.
Dándole un sorbo a su bebida para despertar los nervios, observó a Mingi pasarse una mano por su cabellera corta y descomponer su peinado perfecto. El sujeto iba vestido con una remera sin mangas, dejando sus brazos al descubierto, unos pantalones de mezclillas sueltos en las piernas y unas zapatillas simples en los pies. Nada extraordinario o muy excéntrico, sin embargo, él se encontró imposibilitado de apartar la mirada del alfa.
Lo que fue un desastre y una derrota para sí mismo más que nada.
Chasqueando la lengua, lo notó detenerse un segundo y sacar su celular del bolsillo, tras fruncir el ceño tecleó en la pantalla con rapidez y se lo metió en el bolsillo de nuevo. Luego de eso, lo observó levantar la cabeza y mirar en su dirección en el momento justo que él suspiraba de la incredulidad. Nadie podía verse así de bien. Era injusto.
No obstante, el moreno debió interpretarlo de la manera incorrecta, porque sonrió como si hubiera ganado un billete de lotería. Lo que no descartaba, teniendo en cuenta la suerte que siempre le seguía y los lujos que lo acompañaban. Rodando los ojos, el omega se concentró en sus bebida fría y en las notas de la conferencia de hoy. Iba a ser un día largo y no tenía tiempo suficiente para pensar en su encuentro consumado del viernes a la noche, de su falta de interés o de su ineptitud.
Cuando las prioridades llamaban a la puerta, había que atenderlas.
Aún así, éstas parecieron difuminarse en el instante que el alfa caminó por su lado, y nuevamente, ocupó un asiento que de manera habitual no solía tomar. Por alguna razón que fingía no comprender, el chico solía inclinarse por las ventanas. Donde el sol encandilaba con fuerza en verano y el invierno soplaba sin misericordia.
Y como era de esperar, la brutalidad de la realidad le golpeó en la cara, cuando hubo un tironeó de sus prendas que le hizo espabilar y salir de su momentánea ensoñación. Encontrándose con nadie más ni nadie menos que el alfa de cabellera negra y mechas blancas.
—¿Qué es lo que se supone que haces? —fueron sus primeras palabras en salir, bruscas y ácidas. Producto de la mera inercia y la falta de control que solía tener cuando se trataba de ese sujeto en particular. Levantando ambas manos, el moreno dejó sus notas en la mesada y lo miró como si no tuviera nada que ver.
—Ni siquiera te he tocado —defendió de manera vaga. Mirándolo con determinación y una llama ardiente de provocación. Queriendo que caiga en su trampa, seguramente.
—En serio eres insoportable.
Resoplando un quejido, se levantó del asiento dispuesto a tomar otro en el auditorio, sin embargo, una mano se enredó en su muñeca y lo detuvo en seco. Haciéndolo caer en su lugar con rudeza. Inconforme con el trato recibido, su expresión se contrajo y sus ojos brillaron en un ardor gélido. Contradictorio pero compatible a partes iguales.
—No huyas tan rápido, princesa, que todavía no me aburro.
Soltándose de su agarre, el omega rubio chasqueó la lengua, sin embargo, se mantuvo allí por alguna loca razón. De esas que trataba de negar—. ¿Podrías, ya en serio, dejar de llamarme así? —preguntó como último acto de clemencia—. Soy un hombre, por todos los cielos.
Y por algún motivo que desconocía, los sentidos de Hongjoong se alzaron como barreras en segundos y sus nervios vibraron como si se trataran de un terremoto. Y la sensación de haber pisado cristal, lo paralizó por completo. Mingi frente a él, se mostró serio, con el mentón apoyado en su palma y los ojos encapsulados en una nebulosa de pensamientos infranqueables.
Fue inquietante y al mismo tiempo emocionante. No obstante, no hubieron palabras instantáneas de su parte. Sólo un riguroso examen que lo dejó con una sensación incómoda en las entrañas. Y para cuando se halló dispuesto a seguir adelante, el alfa actuó con una velocidad escalofriante, tomándolo por la mejilla con una fuerza que le hizo jadear y mirar en su dirección de forma obligatoria.
Desconcertado, su primer instinto fue luchar contra la opresión que se estaba ejerciendo sobre su persona, sin embargo, la siguiente secuencia de movimientos que se suscitó, lo dejaron despojado de su voluntad. Ya que el alto, haciendo uso de sus reflejos, acercó su rostro hasta que el aliento mentolado de su boca le estuvo rozando la oreja y sus palabras inapropiadas lo estremecieron desde adentro hacia afuera.
—Aún así no te molesta ser mi perra.
Incrédulo por lo escuchado, el más bajo manotea al más joven sin conseguir nada en realidad, indignado y claramente molesto, lo vuelve a intentar, sólo que esta vez, hay otra mano sujetándolo y deteniéndolo.
—Lo qué suceda dentro de esas cuatro paredes, se queda allí, ¿entendido? —masculló el omega entre dientes, procurando por que el resto de sus compañeros no los escuchen. No quería que nadie lo asociara con la Muralla de Fuego de ser posible. Más teniendo en cuenta su contexto.
—Así que, ¿no vas a negarlo?
¿Negar, qué? Quiso preguntar Hongjoong. La verdad había sido dicha, de una manera desagradable y poco digna, pero eso no lo hacía mentira. Él era de una forma u otra, la perra de Song Mingi. Y eso no le disgustaba en lo absoluto, es más, le asombraba que lo hallara fascinante.
Lo que por el contrario, no le gustaba tanto, era que el tipo fuera un ignorante y un imbécil de primera cuando se trataba de su persona. Pero por alguna razón, no era lo suficiente como para echarlo para atrás y hacerlo renunciar a su acuerdo sexual.
Porque la verdad sea dicha, era un masoquista. Le gustaba la degradación, la humillación y una buena dosis de dolor. Físico o emocional, daba igual. Es cómo era. Y conseguir un compañero de cama que aceptara esas condiciones tan fácilmente, era complejo como la mierda. Algunos resultaban ser juiciosos a más no poder y otros moralistas elevados de primera que se dedicaban a darle lecciones de vida y de cómo debería de estar llevando a cabo su sexualidad. Lo que era pésimo. Además, él tampoco buscaba un sádico desconsiderado y egocéntrico. Sólo alguien que comprendiera qué necesitaba. Y Mingi resultó ser una alternativa ideal, sorprendentemente.
El tipo era un egocéntrico, sí, que de eso no hubieran dudas, pero también era bueno con su boca. Sabía qué decir y cómo meterse en el rol dominante fácilmente, lo que adjudicaba a su genética como alfa, ya que es obvio que era inexperto en el tema de qué conllevaba cuidar y tratar con un masoquista. O lo que era el cuidado previo posterior en general.
Sin embargo, era bastante hábil para resolver en la ocasión, lo que se merecía unos puntos de reconocimiento a su aparente ingenio. Y tal vez y sólo tal vez, se debía a su resentimiento y tirria frustrada que era capaz de tratarlo del modo en el que le gustaba y hacía tiempo no experimentaba. Ya que su último novio, fue un encanto de persona, pero no lo que buscaba a nivel sexual. Era tan vainilla que dolía y la química nunca floreció como debió. No obstante, sabía aceptar y reconocer con sencillez, que no todos tenían los mismos intereses ni se sacrificarían por el placer de otros. Como tampoco sacrificarían el placer de uno. Y no debía ser de esa manera. Forzada y poco natural. Eso estaba mal. Era incorrecto en todos los sentidos. Debía darse de forma orgánica y consensuada, principalmente.
¿Y por qué no buscar dicho placer en un matón de ciento ochenta y cuatro centímetros?
La tensión ya existía y las asperezas eran como chispas a una llamarada constante, una combinación peligrosa que podía salir mal en cualquier momento, pero que se sentía tan bien extrañamente. No era perfecto pero tampoco una locura. El sexo lo había comprobado.
Y Dios, qué buen sexo había sido ese. Hacía tiempo que no experimentaba una dosis de placer tan elevado como para dejarlo adolorido, aunque claro, el juego de temperatura había sido algo ingenioso viniendo de parte de alguien que desconocía de su mundo por completo. Lo que sólo lo dejaba intrigado y con la pregunta frecuente de qué más era capaz de hacer con él si le daba vía libre.
«¿Qué otros trucos tendrá bajo la manga?», se preguntó. «¿Velas, vendaje, ataduras, correas, collares, fustas...? ¿Sabrá algo de eso?», la mente empañada de Hongjoong no se contuvo en indagar para sí. Envuelto en una penumbra de intenciones pecaminosas.
Pero no fue hasta que sintió un apretón más fuerte en la ternura de su piel, que el omega no soltó un quejido que atrajo miradas y le hizo enfocarse nuevamente en el alfa frente a él. Quien de repente, lucía una expresión ilegible y tosca. Inconscientemente, él apretó los muslos por la intensidad de su mirada. Sus nervios se tensaron y sus terminaciones comenzaron a zumbar en sus oídos. Fue electrizante e inesperado.
—Eres una zorra —afirmó Mingi de la nada, apretando su agarre y tirando de sus cuerpos más cerca—. Pensando sólo en sexo y soltando tus feromonas, llamándome en media clase.
Hongjoong se encontró muy dispuesto a negar esto último, lo del llamado para ser exactos, pero al reconocer su aroma flotando directamente en dirección del alto y haciéndose cada vez más notorio, sus labios hicieron muecas extrañas que no sirvieron de nada para construir un argumento que lo defienda. Fue patético y humillante, y su cerebro recibió las señales de la manera incorrecta, porque al tener la presencia dominante de un alfa frente suyo, hizo que algo en sus pantalones se removiera.
Aferrándose a las prendas impropias, el omega no pudo evitar removerse en su sitio y sentir cómo algo comenzaba a fluir puertas afuera. Sin embargo, respiró hondo y cerró los ojos un segundo. Fue una milésima de tiempo, cuando sintió algo presionarse en la piel de su mejilla y la rudeza de un agarre desaparecer como si nunca hubiera existido. Al abrir los ojos, se dio cuenta que se trató de Mingi, quien frotaba la nariz en su mejilla, consolándolo y llenándolo con su aroma. Camuflando el propio en un acto de protección.
La magnitud del hecho lo enajenó por completo, pese a ello, se mantuvo paralizado, permitiendo que el alfa haga su trabajo y lo tranquilice. Sus feromonas intensas, perdiendo densidad y volviéndose de una textura suave casi imperceptible. Un toque dulce que sólo había olfateado una vez. Detrás de las gradas.
—Deberías tener mayor control de tus pensamientos —destacó el alfa contra su piel, haciéndole cosquillas—. O podrías meternos en un problema grave —agregó sin un tono en particular, riéndose por lo bajo—. ¿Serías tan amable de abrir la boca para mí?
Reducido a una masa maleable, Hongjoong separó los labios con cuidado y sintió una ligera presión sobre su lengua, al apartarse, Mingi se encontraba sonriéndole en grande, burlesco por su obediencia, más que cualquier otra cosa.
Ante su expresión confundida y su clara reticencia a tragar lo que se hallaba en su boca, el alfa no hizo otra cosa que reír, molestando a sus compañeros que claramente, tenían cosas más importantes en las que enfocarse a diferencia de ellos dos.
—Es una pastilla —comentó el jugador de hockey, mostrando el pequeño envoltorio azul—. Te ayudara con tu pequeño problema. Deberías tenerlas contigo más seguido. Dan igual los efectos secundarios, ¿sabes?
Hongjoong no dudó de ello, ya que rápidamente, pudo reconocer, lo que era un supresor, el color del empaque y la forma circular, le dieron razones evidentes para no desconfiar del atleta frente a él. Sin embargo, quiso abogar porque tenía las suyas en su mochila, aún así, desistió de hacerlo al encontrarlo inútil. Y asintiendo con lentitud, se encargó de tragar lo recibido, sin embargo, no aceptó la botella de agua que se le tendió y tomó de la suya. Ni cinco minutos después, sus feromonas comenzaron a reducirse. Perdiendo la densidad dulce de su efecto atrayente.
—De nada —murmuró el alfa de mechas, burlándose de su situación y silencio.
Resoplando por lo bajo, Hongjoong lo soltó y se preparó a decirle lo que pensaba de su "ayuda", no obstante, la puerta del auditorio se abrió y sus palabras fueron cortadas con la rudeza estricta de su profesor del día, por lo que se guardó su molestia para sí y se decidió por ignorar a Mingi, lo que funcionó bastante bien las primeras horas.
Cuando quería, las cosas le salían como deseaba.
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Para Mingi, Hongjoong era una criatura que no podía describir con palabras. No había una cosa positiva que pudiera decir del omega, nada más allá de que era un poco caliente y un buen festín en la cama.
Y eso ya era mucho viniendo de alguien como él. Con un criterio desalineado y un juicio superficial. Lo que no le costaba admitir al ser verdad.
Y mientras que con un oído escuchaba las palabras duras de su entrenador, ya que el día de hoy las cosas en la práctica no habían salido tal cual las planeó, con el otro intentaba distinguir de qué se supone que Seonghwa y Hongjoong conversaban. ¿Y por qué rayos el tipo continuaba intentándolo cuando estaba claro que no tenía posibilidades algunas con el omega?
Eso último le causaba mayor curiosidad que cualquier otra cosa.
Pero inconscientemente, sus manos se aferraron al bastón de hockey con fuerza y su ceño se frunció hasta obtener relieves de inconformidad. Y fue gracias al silbato del entrenador, que pudo espabilar, volviendo a la realidad que lo rodeaba. Una llena de testosterona, sudor y feromonas amargas. Logrando así, olvidarse de las sonrisas cruzadas y la postura, claramente, incómoda del omega en la lejanía.
Para cuando se les dio la señal de que podían ir a las duchas y quitarse los uniformes de entrenamiento, Mingi lo pensó dos veces, deteniéndose a medio camino y disculpándose con uno de los compañeros con los cuales hablaba. Enseguida de ello, pasó a deslizar el fierro de sus patines en la dirección contraria a la de sus compañeros. Sintiendo como el metal duro cortaba las capas de frío compuesto bajo su peso.
Aprovechando la distracción de Hongjoong, quien patinaba en reversa, alejándose de Seonghwa con palabras cordiales, sacó su bastón unos centímetros y cómo era de esperarse, el momento de colisión sucedió de manera efectiva. El rubio trastabilló a causa suya y la bolsa que cargaba consigo pasó a terminar en el suelo. Pese a ello, el omega supo mantener el equilibro bastante bien. Lo que no lo llevó a caer al suelo de casualidad.
Volteándose con una rapidez inhumana, Hongjoong miró a Mingi con fuego en los ojos, como si no estuviera enfrentando a uno de los alfas más grandes de la universidad o al mismísimo Muro Escarlata. Lo observó como si fuera un imbécil más del montón. De esos que de vez en cuando se metían con él por realizar patinaje artístico.
Lo que era estúpido, pero no lo dejaba fuera de esa bola de idiotas.
—¿A qué coño vino eso? —exclamó el omega, enfurecido. Estabilizándose con sus patines de eje.
—No te vi —fue su respuesta, sosa y desinteresada de una mejor—. Lo siento —murmuró sin hacerlo. Mostrando una sonrisa en compensación.
Agachándose, el rubio recogió la bolsa del suelo con brusquedad y se la tendió, golpeando su pecho en el proceso con una fuerza que le quitó el aire.
—Las lavé, así que no tengas miedo, no se te va a pegar ninguna enfermedad. Imbécil.
Justo cuando Hongjoong se encontró dispuesto a marcharse, Mingi detectó por su vista periférica, a Seonghwa patinando en su dirección. El ceño arrugado y las comisuras fruncidas en una mueca disconforme. A sabiendas de qué sucedería a continuación, el alfa sonrió de la manera más afable posible y tendió una mano, sujetando al omega por la muñeca sin ejercer una fuerza real. Demostrando que podía huir si lo quería.
—Espera un segundo —le dijo con un tono falsamente gentil que pudo notarse a leguas—, no pretendía hacerte caer, eso fue demasiado y lo reconozco. Lo siento, ¿de acuerdo?
Entrecerrando los ojos, el más bajo se mostró escéptico. Lo que fue un punto a favor de éste, no era crédulo ni mucho menos ingenuo. Eso le gustó. Sin embargo, no bastó para que se rindiera.
Y siendo la persona osada que era, extendió una mano y la llevó hasta la nuca del rubio, sosteniéndolo con una firmeza mayor pero todavía endeble, fácil de deshacer. Confundido y reticente, el contrario enarcó una ceja pero no se echó para atrás como alguien anticiparía. Sino que se mantuvo allí. Demostrando valentía o una obstinación absurda.
Cualquiera sea no le importó.
—Vamos, Hongjoong, no seas así de duro conmigo. Agradezco que hayas lavado las prendas que te presté —murmuró con una tesitura más genuina, sorprendiendo al omega. Cejas alzadas y labios ligeramente separados. Y eso que dijo, no era mentira, le gustaba su ropa limpia. De ese modo la había prestado, después de todo—. No me veas así, hablo en serio. Gracias.
—¿Qué estás tramando? —preguntó Hongjoong, finalmente haciéndose oír. Voz tranquila y mirada desconfiada. Mingi no pudo evitar reír. La distancia entre ellos y Seonghwa era cada vez menor.
Y él era alguien a quien le gustaba demostrar que podía tener cualquier cosa que quisiera.
—¿Por qué siempre piensas que tramo algo? —repreguntó con diversión, jugueteando con los cabellos al final de la nuca ajena. En un gesto sereno—. ¿No te he tratado lo suficientemente bien?
Relamiéndose los labios, el patinador artístico se aferró a la bolsa que todavía no agarraba y lo miró con ojos grandes, dos esferas que parpadearon en un intención deliberada.
—No —fue su respuesta, corta y seca. Sin aliento.
Sonriendo de medio lado, Mingi supo que tuvo a Hongjoong donde lo quiso—. ¿No? —cuestionó con una falsa incredulidad, enredando los dedos en aquellos cabellos dorados—. Pero si no recuerdo mal, hice que te portaras tan bien para mí. Fuiste obediente y un desastre bajo mis manos. Yo diría que te traté excelente, ¿qué piensas tú ahora?
Separando los labios, Hongjoong no ofreció una respuesta, sólo un quejido a medio formar y estrangulado que reveló la identidad de su situación. Complacido por el espectáculo que estaba montando, sus ojos se desviaron de aquellos castaños unos segundos, sólo para encontrarse con que Seonghwa había detenido su avance. Tan sólo a tres metros. Lucía confundido y ligeramente decepcionado al ver como el omega se sostenía a sus prendas y se inclinaba en su dirección, seducido por el calor de la tentación y el arrullo cálido de sus palabras sugerentes.
Satisfecho con los resultados conseguidos, se inclinó hacia abajo, hasta que su aliento acarició el del omega y sus miradas se enlazaron en un vínculo de acero. Irrompible y tenso.
Era fascinante ver a Hongjoong en esa faceta tan desarmada y abierta, el chico siempre tenía las barreras alzadas y rara vez se volteaba a verlo si no era para discutir. Pero ahora, se hallaba sumergido en una especie de trance, liberando sus feromonas y actuando tan maleable para él que era surrealista. Y ante el recuerdo de haberlo tenido bajo sus manos dos veces, sus dedos apretaron la opresión sobre su cabeza y la echaron hacia atrás, facilitando su acceso al cuello del rubio.
Si hay algo que a Mingi no le avergonzaría reconocer, era lo bien que olía el chico. Era atrayente y fragante. Un aroma exquisito que le sentaba bien. Le incentivaban a querer devorarlo por completo y llenarlo desde adentro. Era un impulso casi animal que no sabía bien de dónde surgía.
Era fascinante, insistía.
Más la idea de haberse enterado que Hongjoong resultó siendo un masoquista de primera. Algo bastante inesperado teniendo en cuenta sus tendencias a la confrontación y al lío. La manera en la que le había excitado ser tratado con tanta bajeza, activó algo dentro suyo que no sabía que existía. Le encantó por no decir menos. Y tener esa posibilidad de poder jugar a la par que desquitaba años de frustración con Hongjoong, hicieron que Mingi se sintiera en la cima.
Como el rey de reyes.
El poder y la adrenalina, lo sumieron en un fuego eterno y en un placer incomprendido.
Es como si tuviera un objeto de cristal en las manos con las capacidades de romperlo en cualquier instante.
Esa clase de gloria.
—¿No vas a contestar? —preguntó cuando el silencio se extendió demasiado para su gusto.
—Mingi... —susurró el omega con un matiz de súplica, apretando los puños—. Por favor...
Riéndose, el aludido se arrimó hasta que sus labios se acariciaron—. ¿Por favor, qué? —preguntó con un tono demandante.
—Bésame —pidió en un murmullo necesitado. Los ojos empañados y la boca entreabierta.
Sonriendo victorioso, Mingi no pudo terminar de concebir que Hongjoong se encontrara rogando. Y por él, nada más. Era tan increíble que su ego se hinchó como un globo. Seducido por la sensación de poder, él se inclinó hacia abajo y terminó de acortar la distancia que los separaba. Fundiendo sus bocas en un beso hambriento y desesperado, de inclinaciones fervientes que los dejaron rápidamente sin aliento, pero eso no fue motivo para que se detuvieran.
Sus labios se abrieron aún más y su agarre sobre la cabellera ajena cobró fuerza, tironeando de ella más cerca. Hasta dejar una marca de ardor en su cuero cabelludo y una impresión de su deseo en aquellos labios finos con sabor a menta.
Gruñendo por lo bajo, Mingi acercó sus cuerpos hasta que esa línea invisible desapareció y sus pechos se aplastaron entre sí, el calor se fundió en uno solo. Acalorado y hambriento de más, aquella mano que reposaba en la cadera de Hongjoong, descendió por los laterales de su cuerpo. Serpenteando por su piel cubierta, no obstante, un carraspeo fuerte los hizo separarse.
Y al girarse sobre sus hombros, se encontraron con un chico de complexión atlética, ojos gatunos y cabellera azul. Choi San en su máximo esplendor. Brazos cruzados y postura recta. Determinada.
—Es bueno saber que se llevan así de bien —comentó de manera casual, apoyado en la barra de ingreso.
Apartando sus manos de Hongjoong, Mingi suspiró hondo—. Es bueno ver que no tienes nada mejor qué hacer —replicó con hastío, rodando los ojos.
Colorado, el omega no dijo nada más y soltó la bolsa que cargaba en sus manos para deslizarse lejos, tanto que su figura se volvió una silueta distorsionada en la lejanía. Pasándose una mano por la cabellera corta, el alfa la recogió y miró en el interior. Comprobando, de que en efecto, se trataban de sus prendas.
—Deja de refunfuñar tanto, no es como si en un principio fueran a hacerlo en la pista de hielo.
—Cierto —declaró el moreno con facilidad, colgándose el bastón de hockey al hombro—. Pero eso no significa que no me hubiera gustado seguir besándolo, ¿sabes?
—Todavía me pregunto cómo es que deja que lo toques. El sujeto te detesta.
Sonriendo, Mingi se mostró confiado al decir:—. Soy bueno para complacerlo.
—Incluso si es verdad —empezó diciendo San—, todavía te metes con él como si tuvieras cinco años. ¿Qué sucede contigo?
—Simplemente es así —declaró con poca convicción, encogiéndose de hombros. Entrecerrando los ojos, el beta se mostró escéptico.
—No me quieras engañar —le advirtió el peliazul, apuntándolo con un dedo—. Sé que hay algo más.
—No me apuntes —masculló el alfa, comenzando a quitarse los guantes de protección y dándole un respiro a sus manos sudadas—. No hay nada más, es lo qué es y punto.
—Seguro.
—No me interesa si me crees, San, yo sé que es así.
—¿Por eso no dudaste en meterte en sus pantalones? —inquirió con una ceja en alto.
—Ya sabes lo qué dicen, los alfas no pueden resistirse a los omegas en celo.
—Sólo un idiota se creería eso —afirmó San con un tono de reprimenda—. Y sólo un absoluto imbécil se creería sus propias mentiras.
—Lo qué digas, nos vemos al rato —replicó entre dientes, patinando hacia la salida. Tenía que cambiarse y ducharse, no tenía tiempo para reflexiones personales.
✦• ───── ⸙ ───── •✧
—Hueles mucho a Mingi últimamente.
—Somos compañeros de banco —respondió Hongjoong mientras se llevaba un trozo de carne a la boca. Negándose a levantar la cabeza y confrontar a Seonghwa. Recientemente era de ese modo.
—Los vi besarse hace cuatro días —comentó con naturalidad, haciéndolo toser. Mierda.
—¿Lo hiciste? —preguntó en una inflexión aguda.
—Después de que él terminara su entrenamiento —respondió el alfa castaño con un asentimiento, aparentemente, tranquilo.
Hongjoong enrojeció superficialmente y dejó de masticar, tragando con fuerza lo que se hallaba en su garganta. Escuchándose el sonido y todo. Y él no entendía porqué razón se encontraba avergonzado, besarse era normal y no tenía nada de malo. Además, Mingi era atractivo y lo deseaba. Era el orden natural de las cosas. Una secuencia prevista teniendo en cuenta el contexto que los rodeaba.
Asimismo, todavía no entendía cómo es que Seonghwa no se daba por vencido. El chico había admitido ser terco con respecto a su cortejo, el cual nunca aceptó en primer lugar, y era más una imposición de su parte que algo más allá.
Y no lo malentiendan, Park Seonghwa era una buena persona, inteligente y atractivo, además de bastante carismático y risueño. Sin embargo, debía reconocer que el chico era persistente y un poco denso de la manera errónea. Lo que no le gustaba para nada. Y era hipócrita de su parte, porque se acostaba con un chico y compañero de clase que lo trataba como le venía en gana. A veces era burlesco y otras un imbécil completo. Y en raras ocasiones, es que mostraba algo de afabilidad.
No obstante, y aún así lograba hacer que se sintiera atraído por su persona. Lo que Seonghwa no despertaba en él.
Los chicos buenos eran un paraíso de buenas intenciones, mientras que los descarriados, eran una promesa ardiente de un fuego eterno.
Justamente lo que él buscaba. Que las llamas del infierno lo abrazaran y lo consumieran en cenizas.
—Tenemos algo sexual —declaró en una voz ligera, casi susurrada. Procurando discreción. Sabía que esa verdad no le sentaría bien a Seonghwa, pero él no veía el punto de mentir. Tampoco el hecho de dar falsas esperanzas.
—Sí, lo sé —masculló el castaño con obvia disconformidad—. Ya me lo dijiste, cuida de tus celos.
Sacudiendo la cabeza, no sabe Hongjoong si fue necesario o no, pero él igualmente se encontró aclarando la confusión del alfa frente a él.
—No es así. Si tienes que ponerlo en palabras, dirías que somos amigos con derechos.
—Sólo que ustedes no son amigos —resaltó Seonghwa con cierta acidez. Comprensible, pero eso no detuvo la boca de Hongjoong. Rara vez algo lo hacía.
—No, no somos amigos y nos llevamos pésimo, pero eso lo hace atractivo.
—Sigo sin creer que dejes que una persona cómo él te toque.
—No espero que lo entiendas, Seonghwa —le dijo al terminar con su comida, pasando a recoger su bandeja y colgándose su mochila al hombro. Sus clases por el día habían terminado y por suerte, Mingi no se había ensañado con él ese día, en realidad, ni siquiera lo había mirado. Lo que era extraño, siempre tenía un comentario que hacer, recibiera respuesta o no. Porque así de molesto era—. Es mi vida, al final del día —sentenció—. Y lo siento, ¿sí? Pero no hay más qué pueda decir.
—¿Tú avalas esto? —escuchó al alfa preguntar, ignorando sus palabras. Wooyoung que venía con ellos y hasta el momento se había mantenido en silencio, se pronunció con claridad.
—No —fue su respuesta, tajante y determinante, sin embargo hubo más—. Pero como bien dijo, es su vida. Y si esa es la decisión que quiso tomar, lo apoyo. Siempre lo haré. Y si se equivoca, estaré ahí para él, es todo lo que puedo hacer como su mejor amigo.
—Pensé que tú eras la voz de la razón en su amistad —murmuró el castaño, claramente inconforme.
—Si esperas que diga que eres mejor opción y más compatible con él, no va a pasar. Eso sólo lo elige un omega, y Hongjoong ya eligió a su alfa. Nos guste o no, las cosas son así.
—Es sólo que no entiendo porqué elegir a alguien que te trata mal.
Cruzando miradas cómplices, Wooyoung fue quién tomó la palabra—. Sólo piénsalo más profundo —le aconsejó con simpleza—. Además, si el sujeto que resulta ser tú tipo y deseas, te propone ser su amante, aún si es un poco idiota a veces, ¿no aceptarías?
—No estoy tan desesperado.
Cogiendo aire, Hongjoong lo miró de lado—. Deberías analizar tus palabras mejor antes de usarlas —le advirtió antes de doblar en un pasillo junto a su amigo y separar caminos con el alfa. Dejándolo con la boca abierta y una expresión de culpa en el rostro.
—No estoy de acuerdo en la forma que se expresó, pero entiendo que es producto de la frustración. Le gustas mucho, ¿sabes?
—Eso no le da el derecho de insultarme y menos de imponer sus sentimientos sobre los míos.
—Lo sé bien, Joong, simplemente lo entiendo un poco. No es mal chico.
—Y concuerdo contigo de que no lo es, pero a veces debería ser menos denso y saber aceptar cuando las cosas no se dan. No me gusta y tampoco me atrae. Es un hecho que no puedo ni quiero cambiar, ¿entiendes?
Wooyoung asintió—. Me pasa con San —confesó con tranquilidad—, la única diferencia entre nosotros, es que a mí me gusta él y a ti sólo te atrae Mingi.
Hongjoong asintió sin darse cuenta, no obstante, el sonido de su celular, alertando de un mensaje nuevo, lo distrajeron momentáneamente. Y al sacarlo de su bolsillo, se llevó la sorpresa de ver de quién se trataba.
SMG
¿Estás ocupado?
Recibido, 19:17.
Enarcando las cejas por la sorpresa, el omega giró el móvil y se lo mostró a su mejor amigo, quien tuvo una reacción más calma. Ojos atentos y expresión curiosa, pero eso fue todo.
—Apúrate —le dijo el de cabellera violeta con ademanes rápidos—. Responde y averigua qué quiere.
Hongjoong
Depende de qué quieras.
Enviado, 19:20.
SMG
Verte, por supuesto.
Recibido, 19:22.
Sintiendo la adrenalina correr directo a su corazón y acelerarlo en una euforia ciega, el omega se relamió los labios por el repentino nerviosismo y pensó en su respuesta un rato largo.
Hongjoong
¿Cuál es la trampa en esto?
Enviado, 19:26.
SMG
No hay una.
La práctica fue una mierda y quiero joderte.
Recibido, 19:30.
—Eso fue honesto —murmuró Wooyoung a su costado, husmeando—. Le doy un punto por eso —agregó con cierta burla, palmeando su espalda—. ¿Vas a aceptar?
—¿Por qué no? —dijo mientras tecleaba una respuesta—. Un alfa frustrado es fuego en la cama.
—Te recuerdo que éste no tiene mucha experiencia.
—Creo que con la disciplina adecuada podría tenerla. Es potencial puro.
—¿Las cosas no funcionaba al revés? —preguntó con algo de confusión evidente.
Riéndose, el omega mayor le dio un apretón en el hombro—. Él no es quien siempre tiene el control, querido amigo.
—Lo qué sea. A ti sólo te gusta correr riesgos —dijo con un dejo de sonrisa, sacudiendo la cabeza—. Ten cuidado y mantén a tu perro bajo control, ¿de acuerdo?
—Prometido —le susurró con una sonrisa completa, extendiendo su meñique. El cual pronto se enredó en el meñique del omega más joven.
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A pesar de lo que le hubiera dicho a Wooyoung, Hongjoong se encontraba, lógicamente nervioso. Sería la segunda vez que tendrían sexo sin estar bajo los efectos del celo, cualquiera de ellos, por lo que era algo a considerar. Además, no tenía idea de qué había planeado Mingi, ya que desde que llegó a su habitación, la cual se hallaba bastante desordenada, con un par de varios anillos en el suelo, no había hecho nada más que fumar por la ventana. Una expresión ilegible y de brazos cruzados.
Atractivo a la vista, con los músculos tensos e hinchados, pero confuso de igual forma. Ya que no sabía qué anticipar.
Y cuando se encontró preparado para preguntar si lo iba a joder de una vez o no, para así marcharse porque el silencio comenzaba a incomodarlo, el alfa se le adelantó y se giró a verlo con unas obsidianas oscurecidas en una densidad espesa. Fue un cambio tan grande que le robó el aliento. Frente descubierta y labios gruesos abrazando la cola del cigarrillo encendido en un intenso naranja. Sus entrañas se revolvieron y por su mente sólo pasó un pensamiento, de que esto era exactamente lo que le atraía tanto de Mingi. Esa cantidad de testosterona bruta y esa despreocupación que podía pasar por desinterés pero no llegaba a serlo del todo.
Aparte de su apariencia física, eso no había que hacerlo a un lado, el tipo era caliente. Piel dorada besada por el sol, junto con unos hombros anchos que se alzaban en una espalda amplia y descendían en una V hacia una cintura estrecha de ensueño que volvía a expandirse en unas caderas fuertes y en unos muslos carnosos.
La tentación divina personificada en un sujeto de temperamento cuestionable y modales flojos.
—Estás emanando feromonas —anunció el moreno con un tono ronco, no sabía si por el cigarro o por otra razón.
Apretando los muslos para contenerse, el rubio lo miró directo a los ojos y fue tan franco como le fue posible en ese estado de deseo y anhelo frustrado—. De alguna manera tengo que llamar tu atención, ¿no?
Exhalando el humo de sus pulmones, el alfa se acercó hasta estar frente a él—. Luciendo así no tienes que hacer mucho trabajo.
Hongjoong quiso preguntar a qué se refería pero luego de bajar la mirada, lo comprendió. Llevaba pantalones rasgados que mostraban un exceso de carne y un crop-top negro de mangas largas ajustado a su cuerpo que revelaba apenas un asomo de su vientre. Para no ir tan descubierto, llevaba una chaqueta de mezclilla por encima. El clima era propicio y lo suficientemente balanceado como para que no se muriera de calor. Así que estaba cómodo. Aparte de bonito.
—¿Es así? —preguntó con la cabeza ladeada, haciéndose hacia atrás en la cama y exponiendo más piel de la esperada—. En clases no me diste ni una sola mirada.
—No sabía que aclamabas por mi atención —replicó el pelinegro con astucia, no obstante, él sonrió.
—No sabía que me encontrabas atractivo. Creí que era un fenómeno que no tocarías ni con un palo por ser becado.
—Pero aquí estamos, ¿no? —devolvió el alfa con una media sonrisa, deliberada y de intenciones que no podían descifrarse—. En mi habitación, contigo luciendo así y conmigo a punto de hacerte lo que eres.
—No me digas nada, ¿me harás tuyo? —preguntó con una sonrisa burlona, se conocía esa frase de manual.
Encaminándose hacia el escritorio, Mingi se rió mientras apagaba su cigarrillo a medio consumir.
—No eres mío —afirmó el defensa de los Red Falcons, apoyándose en el escritorio y procediendo a sacarse un anillo del dedo anular, para acto seguido, tirarlo al suelo. Sorprendiéndolo—. Pero sí eres mi perra.
—¿Lo soy? —cuestionó con un tono de seda, humedeciéndose los labios—. ¿Cómo estás tan seguro?
—Puedo demostrarlo —respondió con sencillez, recogiendo algo de la superficie y dando zancadas en su dirección. El ruido metálico de un objeto chocando con el cuero, le llamó la atención, no obstante, sus ojos no pudieron despegarse de aquellos más oscuros—. Incluso puedo hacer que lo digas.
—¿Cómo? —preguntó con la garganta seca. Ahogado en aquel tono rasposo y extrañamente suave.
—De la manera más fácil, princesa, tratándote como una.
Y así, ante sus ojos, se le mostró una correa de un brillante tono rojo. Era casi granate. Decorado con hendiduras doradas y una cadena gruesa del mismo color, terminando con un mango rojizo.
Impresionado por lo que estaba observando, los ojos castaños de Hongjoong, se abrieron en grande. Mientras que sus entrañas por dentro, se sintieron remover. Una combinación de ansias y euforia. Fue un movimiento tan inesperado por parte de Mingi, que no pudo evitar jadear de la emoción.
Un collar no era cualquier cosa.
—La tarea es simple —anunció el alfa sin darle el tiempo suficiente a digerir lo qué estaba sucediendo frente a sus ojos—, tienes que recoger los ocho anillos del suelo y ponerlos en su lugar —avisó con un tono calmo, deshaciendo las ataduras del collar y pasando a rodear su cuello con éste. La textura del cuero fue agradable contra su piel, a su vez que no era ni muy grueso ni muy fino, la medida justa como para que se sintiera cómodo y aprisionado al mismo tiempo. El color haciendo que su piel destaque aún más en un contraste de pintura—. No puedes usar las manos, sólo la boca y tampoco puedes caminar. Te quiero ver arrastrándote, princesa, hasta que hayas recogido cada uno de los anillos. ¿Entendido?
Y sin previo aviso, el alfa tironeó de la cadena y le arrancó un jadeo, haciéndolo levantarse de golpe y que espabile.
—Te hice una pregunta, ¿entendido, sí o no?
—Sí —dijo sin aliento. Asintiendo repetidas veces para mayor confirmación.
—Bien, así me gusta.
Y limitándose al silencio, Mingi volvió a tironear de la cadena en una señal evidente porque lo siguiera, lo que Hongjoong hizo sin quejas de por medio. La adrenalina nublando su juicio y la excitación quemando su cuerpo.
Una vez llegaron al escritorio del moreno, el defensa lo hizo colocarse de rodillas en el suelo y para sorpresa suya, el patinador lo vio atar la correa a una de las patas de éste. Un nudo seguro y tenso al punto de que tiró de su collar. Irguiéndose en la grandiosidad de su altura, el alfa lo miró desde arriba con satisfacción y de nuevo, el único pensamiento en la mente del omega, fue lo impresionante que lucía. Un aura imponente y sin comparación que tragaba la suya por completo.
Era fascinante.
Tomando asiento en la silla de jugador profesional donde todavía colgaba la sudadera de los Red Falcons, Mingi extendió las piernas de una manera obscena y descansó ambas manos en el regazo, viéndolo con intensidad. Era tal que la sentía arder sobre su piel. Como si un sol se estuviera comiendo a un planeta entero. Esa clase de magnitud.
Cerrando las manos en puños, Hongjoong respiró hondo y vio la distribución de los anillos, todos se encontraban colocados de una manera estratégica, separados a una distancia considerable pero no imposible. Y con eso en mente, se agachó a recoger el primero de ellos. De construcción simple y de plata. Un aro circular que podías ver en cualquier lado. Tomándolo entre sus dientes con cuidado, y a su vez, ansioso por hacerlo bien, gateó hacia el escritorio. Soltándolo de forma exitosa sobre el recipiente de cerámica donde yacían otros.
Inconscientemente, su mirada se dirigió hacia Mingi, en busca de su aprobación. Vaya sorpresa fue la suya, al encontrarlo con el cierre bajado y los pantalones también, su miembro excitado al aire. Descubierto en una obscenidad brillante y a medio formar.
Cerrando los ojos, él nunca creyó que viviría algo como eso. O que siquiera tendría la fortuna de ver a alguien como el defensa de los Red Falcons masturbándose a su causa. Y todo por empinar el trasero y coger unos anillos con la boca.
El recuerdo de la tarea que se le había sido asignada, lo hizo gemir profundo. Sumergido en una excitación que comenzaba a viajar en dirección sur y con parsimonia, empezaba a inundar su mente de escenarios pecaminosos.
Soltando otro gemido, el ruido seco del impacto de un objeto contra una superficie firme, lo hizo salir de sus casillas. Mingi lo había nalgueado. Desconcertado y con los labios abiertos, el omega miró hacia el alfa con ojos luminosos.
—Por cada anillo que se te caiga o por cada demora que considere demasiado larga, recibirás una reprimenda —avisó con un tono áspero y una tesitura grave que torció sus entrañas—. Esa fue la primera, yo que tú dejaría de fantasear tanto.
—Sí —fue lo único capaz de decir.
Procediendo a recoger el segundo anillo, Hongjoong tuvo que gatear unos centímetros más lejos del alfa que olía delicioso; a chocolate fundido y espeso; era de no creer la profundidad de su aroma.
Recogiendo el accesorio con extrema paciencia, volvió a su lugar de origen para así depositarlo donde correspondía. Siendo su segunda victoria. Sin embargo, cuando se halló a nada de ir por el tercero, sintió una tensión en la correa. Fue leve pero aún así perceptible y su cuello, al igual que sus pobres rodillas, lo resintieron. Mirando hacia atrás, comprobó que no se trató del alto deteniéndolo, sino que el largo del collar, comenzaba a faltar. Haciendo cálculos rápidos, el omega concluyó que para el octavo anillo, su cuerdas vocales serían un desastre y las marcas que se fundirían en su piel serían imborrables por días.
Pero de nuevo, ese lapso considerablemente corto de estimación, le llevó a ganarse su segunda reprimenda. Sólo que ésta, fue más fuerte que la anterior y ardió en sus músculos más superficiales. Siseando, el rubio contuvo un quejido lo mejor que pudo y continuó con lo que se le había ordenado. Recogiendo ese dichoso tercer anillo y llevándolo de regreso con los demás.
De igual forma y pese a la tensión tirante de la correa, hizo lo mismo con el cuarto y el quinto, para el sexto, la situación empezó a complicarse, porque sus rodillas dolían y su cuello quemaba de una manera fantástica. El cuero enterrándose en su piel con saña. Aún así, fue capaz de recoger el objeto.
La dificultad se presentó con el séptimo anillo, ya que con estirar la mano, sería fácil de tomar, pero con la boca, tenía que hacer más fuerza de la prevista, lo que conllevaba a que la piel de su garganta hiciera fricción con el cuero del collar. Y desesperado al igual que perdido por no saber cómo solucionar el pequeño inconveniente, Hongjoong se giró hacia Mingi en busca de ayuda.
Lo que fue un error.
Porque al instante que sus ojos se toparon, el alfa de ciento ochenta y cuatro centímetros dejó de acariciarse para con la mano que tenía disponible y limpia, tomarlo por la mandíbula con una sujeción demoledora. Una que dolió y se sintió real en sus huesos.
—¿Qué sucede con esa cara tuya? —preguntó con una ingenuidad de papel, burlándose de su lamento—. Creí que las perras como tú eran capaces de seguir órdenes simples como la que te di, ¿qué es tan complejo?
—No puedo, Min...
Apretando sus labios juntos, el alfa hizo que se tragara el resto de sus palabras, dejándolo a medio camino, desolado y sin respuestas.
—No quiero escucharte decir que no puedes hacerlo, ambos sabemos que sí. Eres capaz de recoger esos anillos de mierda como de coquetear con otros alfas, sólo no quieres hacerlo. Admítelo.
Parpadeando varias veces, Hongjoong sacudió la cabeza a los lados—. Sí quiero...
—Entonces hazlo.
Tragándose las lágrimas, el rubio respiró profundo por la nariz, llenándose de feromonas más que de aire puro y se arrastró nuevamente hacia donde se encontraba el séptimo anillo. En el instante preciso que se agachó, la correa tironeó con rigidez, haciéndole torcer los labios en una mueca y soltarlo. Consiguiendo así, su tercera reprimenda. El ruido resonó por las cuatro paredes con una magnitud preocupante, no obstante, eso le arrancó un gemido profundo y lo tuvo lubricando de ambos lados.
Recién al tercer intento y luego de que una lágrima se escapara, es que consiguió levantar el accesorio del suelo. Su cuerpo dolía y sus rodillas tenían raspones para ese punto, pero la única información que llegaba a su cerebro era placer. Y en oleadas.
Hacerse con el octavo anillo, fue todo un suplicio, el cuero se enterraba en su garganta y el largo de la correa era demasiado corto como para permitirle llegar a él. Lo que lo tuvo hecho un desastre de lágrimas y quejidos. Y al parecer, eso pareció remover la compasión en Mingi, porque para sorpresa de Hongjoong, se halló deshaciendo la rigidez del nudo y dándole más vía libre de movimiento, siendo así que, pese a lo borroso de su visión, obtuvo el accesorio entre sus dientes.
—Buen chico —escuchó decir al alfa, un tono gentil e inesperadamente dulce—. Acércate.
Obedeciendo, Hongjoong se dirigió a él, colocándose entremedio de sus piernas. Y al mirar hacia arriba luego de restregar las lágrimas fuera, se encontró con un Mingi sonriente. No era burlesco ni sarcástico, era genuino. Afable incluso.
—¿De verdad lo hice bien? —preguntó con incredulidad, mirándolo con ojos brillantes y la mente empañada en placer. Mientras tanto, el defensa se inclinaba y desprendía los botones de su pantalón con facilidad.
—Lo hiciste mejor de lo que hubiera imaginado —respondió el impropio, enderezándose y enrollando una mano en su miembro erecto. Hinchado en una excitación incontenible y venoso. El patinador no pudo evitar relamerse los labios—. Ahora, ¿porqué no te sientas ahí y abres la boca para mí? ¿Puedes hacer eso, cariño?
Pavoneándose en el cumplido, el omega asintió repetidas veces—. Puedo hacerlo. Yo puedo hacerlo para ti.
—Como una buena perra lo haría para mí, ¿no es cierto?
—Sí.
—¿Porque tú eres mi perra, no es así?
—Así es, lo soy.
Riéndose de forma ronca, el alfa lo tomó por los lados de su cabeza y lo arrimó a su miembro alzado, y cómo éste le pidió, se mantuvo allí sentado con la boca abierta mientras Mingi ingresaba en su garganta. Al principio lo hizo con lentitud, un gramo agradable de consideración, pero luego, se movió sin misericordia. Entrando y saliendo a su antojo. Hongjoong no pudo hacer otra cosa que soportarlo. Elevado a un placer que no podía poner en palabras y reconfortado en una nube de suavidad indescriptible, se sintió acogido. En casa.
Y cuando se le otorgó el permiso de tocarse, no pudo evitar gemir, la vibración arrancándole un gruñido al moreno, quien acariciaba la punta que sobresalía por su mejilla con dedicación.
—Dios, te sietes tan bien —murmuró Mingi, sin aire. Embistiendo su boca con mayor ímpetu—. ¿Quieres tragarlo o no?
Succionando la punta con avidez, Hongjoong lo miró desde abajo y pestañeó un par de veces antes de asentir con lentitud, deslizándose por el miembro contrario con suavidad. Visiblemente excitado y con las pupilas dilatadas, Mingi jadeó largo y tendido antes de acelerar el ritmo de sus estocadas. Entregado a la situación, él recibió la calidez de su clímax sin mayores quejas. Cerrando los ojos y gimiendo del gusto. El sabor no era el mejor pero eso no le importó a su mente intoxicada de feromonas.
Y una vez lo tragó, se hizo hacia atrás, el corazón acelerado y las pupilas extendidas en una oscuridad sin nombre. Presionado por unas ansias incontenibles, se bajó el pantalón y la ropa interior hasta las rodillas, y con una prisa sin igual, llevó una mano a su miembro duro y la otra a la parte trasera y también humedecida de su cuerpo. Infiltrar dos dedos, fue tan sencillo como la tabla del uno. Dar con su próstata por el contrario, le resultó un tanto más difícil. Sin embargo, dio con ella. Siendo un desastre de lágrimas y líquido preseminal derramado.
No sabe si fueron segundos o minutos, pero la oscuridad de su orgasmo lo abrazó con un calor destructor que se inyectó en sus venas y traspasó sus nervios. Perdido en esa nebulosa de colores fluorescentes, Hongjoong se fue hacia adelante, perdiendo el equilibrio y terminando con la frente apoyada en la alfombra afelpada y gris del alfa. Lo que provocó la risa de Mingi.
—Mírate, princesa, hecho todo un desastre. Y por mi culpa. Quién diría que llegaría el día que te vería en tal estado —declaró el pelinegro con mechas blancas, en un tono burlón. Como acostumbraba. El rubio ni siquiera pudo cerrar los ojos y tomar un descanso, cuando el defensa lo tomó por la cadena y lo jaló hacia arriba, haciendo que levante el rostro. Sus ojos encontrándose—. Oliendo a mí como una absoluta perra.
—Joder, sí.
Riéndose, el alfa se inclinó hacia abajo y fundió sus labios en un beso arrebatador que les supo a gloria, semen y lujuria. Una combinación ardiente que los dejó sin aire. Y al separarse, es como si todavía no lo tuvieran.
—Hueles tan bien —susurró Mingi, pegado a su mejilla.
—¿En serio? —preguntó Hongjoong aún algo ido.
Asintiendo contra su piel, el moreno comenzó a mezclar sus aromas—. Es refrescante y dulce, me fascina. Va tan bien con el mío.
«Jazmín y chocolate no es una mala combinación», pensó el omega, dándole la razón al alfa. Asintiendo también. Inconscientemente, intercambiando fragancias.
—Sí.
Riéndose, el defensa se alejó unos centímetros como para que sus ojos pudieran encontrarse—. ¿Es lo único que sabes decir? —preguntó con diversión, palmeando sus mejillas con suavidad, lo que le impresionó—. ¿O es que tanto placer te jodió las neuronas?
—Eso último probablemente.
—Así me gusta más, ¿qué tal estás? —preguntó con curiosidad, ladeando la cabeza—. ¿Estás conmigo ahora?
—¿Tú lo estás? —repreguntó, incrédulo de escucharlo tan amable y atento a su estado—. Quiero decir, ¿no vas a limpiarte y dejarme tirado?
Riendo, el alfa lo ayudó a sentarse. Su miembro y muslos manchados, todavía expuestos—. Nah, me informé un poco sobre el tema y aprendí que el cuidado posterior es algo importante.
—¿Algo? —cuestionó con una ceja enarcada—. Mi estado emocional y mental dependen de ti, es tu responsabilidad hacerme volver a la "normalidad".
—¿Qué pasa si no te cuido? —preguntó el alto una vez terminó de desatar la correa de la pata de la mesa. Sin embargo, no le quitó el collar ni la cadena.
—Podría permanecer en ese espacio mental más tiempo y causarme daño, confundirme o alterarme. Por lo que es primordial que después de nuestras sesiones, me mantengas en tierra.
—¿Alguna vez experimentaste algo como eso?
—Una vez —confesó con tranquilidad, disfrutando de las caricias en su espalda. Se sentían bien—. Un chico con el que salía casualmente me puso en trance y me dejó allí por una hora, no sabía si había hecho algo mal o si mi rendimiento había sido pésimo, así que sólo lloré y lloré hasta que el imbécil me trajo devuelta. Puede no parecer la gran cosa, pero realmente me sentía para la mierda.
—Así que, ¿realmente puedes perderte en esto?
—Bueno, sí, si te dejas ir demasiado.
—¿Y cómo lo consigues? —preguntó, procediendo a tomar unas toallas húmedas y limpiar su piel.
—Confianza, seguridad y conexión —respondió con inmediatez, un tono claro y palabras distinguibles—. En serio tengo que entregarme a ti mentalmente para lograrlo.
—¿No acabas de hacerlo? —preguntó, confundido. Frunciendo sus cejas oscuras.
—Parcialmente —contestó, apoyando el mentón en la rodilla ajena—. Tenemos cierta conexión, pero no confío en ti ni me trasmites seguridad.
—Confías en mí —aseguró Mingi, sorprendiéndolo por la determinación de su réplica—. De no ser así, no permitirías que te ponga un collar o juegue contigo. Incluso si es poco, confías en mí.
Y Hongjoong que nunca lo había pensado antes, se quedó anonadado. Sumergido en un mar de interrogantes, porque ahora que lo pensaba y por más que no le gustara, Mingi tenía algo de razón en lo que decía. Confiaba en él lo suficiente como para permitir que lo domine. De lo contrario, nada estaría pasando entre ellos. Sexualmente hablando, claro.
—Vaya —es todo lo que pudo decir. Completamente asombrado.
—No lo habías pensado, ¿cierto?
—No para ser honesto —murmuró por lo bajo, todavía impresionado—. Es decir, nos tratamos fatal, ¿por qué confiaría en alguien como tú?
—Esa es una pregunta que sólo tú puedes responder —replicó el moreno con un encogimiento, pasando a abotonar su pantalón y pararse—. A menos que ya la sepas y la estés negando.
El omega frunció las cejas, definitivamente no tenía idea de porqué confiaba en el alto, quizás se debía a su omega que tenía cierto apego por el alfa del moreno o tal vez y sólo tal vez, el deseo influía en su confianza a éste. No estaba seguro.
De lo único que estaba seguro, es que no sabía de si quería averiguarlo, porque algo en el fondo le decía que ya conocía la respuesta y nada tenía que ver con el deseo per se.
—¿A dónde vas? —preguntó, cambiando de tema, mirando cómo el defensa de los Red Falcons se mantenía elevado frente a él. Enseguida a su pregunta, hubo una mano extendida en su dirección.
—Voy a tomar una ducha, ¿qué creías?
Alzando ambas manos, el omega mostró una señal de paz y aceptó la palma que se mantenía extendida hacia él, levantándose finalmente del suelo. Fue doloroso y sus rodillas al igual que sus piernas lo resintieron, transformando su rostro en una mueca evidente que ocasionó la risa del alfa, sin embargo, el rubio la cortó de un golpe seco al estómago. Eso derivó al tintineo de la cadena que aún se mantenía unida al collar.
—¿Dónde conseguiste esto? —preguntó con curiosidad, tocando el material con las yemas de los dedos.
—Internet —respondió de manera vaga, quitando la cadena—. ¿Quieres mantenerlo o quitarlo?
Mordiéndose el labio inferior, el omega levantó la cabeza del collar rojizo y se lo desprendió por su cuenta, entregándolo a su propietario—. Mi garganta comienza a escocer —explicó con casualidad.
—Tengo una crema para eso, tomemos el baño primero.
Y así lo hicieron, fue en completo silencio y cada uno se dedicó a su propio cuerpo, pero técnicamente se ducharon juntos y bajo el mismo chorro. Fue algo insólito que los mantuvo procesando la situación en sus interiores. Y al finalizar, Hongjoong se sorprendió de estar en la cama de Mingi, piernas cruzadas y con el alfa pasando una especie de crema sobre los hematomas que le habían quedado en el cuello producto del collar y los tironeos sufridos.
Fue tan incómodo que el omega sintió la urgencia de salir corriendo, sin embargo, se contuvo. Guardó silencio y fue paciente. Aún impresionado por la amabilidad de aquellos dedos que tendían a ser bruscos con él.
—Listo —anunció el moreno, apartándose unos centímetros—. Deberás usar maquillaje para cubrirlo unos días, pero estarás bien, no hay laceraciones de ningún tipo. Procuré no atarlo demasiado.
—Gracias —susurró con la garganta ahogada por la incomodidad, oprimida por la vergüenza. Era la primera vez que dirigía ese tipo de palabras hacia el de mechas blancas por lo que le resultaba raro.
—No hay de qué, supongo —dijo el alto con un encogimiento de hombros, un tono neutral y una expresión plana—. ¡Ah! —exclamó de repente, sorprendiéndolo—. Ven seguido para continuar con el tratamiento. Me gustaría encargarme de eso.
—Okay.
—Si sientes algún malestar, llámame.
—De acuerdo, aunque estoy seguro de poder manejarlo por mi cuenta.
—Cómo prefieras.
Asintiendo sin más, el rubio recogió sus cosas y tras una rápida mirada al alfa, partió fuera de su habitación con el corazón acelerado. La enorme sudadera de invierno con las iniciales SMG cubriendo el desastre que era su cuello.
De camino a su dormitorio, Hongjoong no pudo dejar de pensar en Mingi y en toda la situación vivida, había sido de otro mundo, una de sus mejores experiencias que no dudaría en compartir con Wooyoung, eso seguro.
Habían estado tan comprometidos con el otro que en algún punto de su reflexión, le asustó. No obstante, eso es lo que implicaba y lo que buscaba en ese tipo de vinculación: complementación. Y de manera increíble y casi risible, la había encontrado en Mingi. Hongjoong seguía digiriendo eso todavía.
Ese hecho y el que confiara en el alfa de alguna manera que desconocía. O que de hecho hacía pero su cerebro lo tenía tan sepultado en quilos de obstinación, que ya era difícil distinguir el motivo.
Cómo sea, Hongjoong tenía un montón de cosas que compartir con Wooyoung. Principalmente lo del collar, un acto de dominación y de entrega absoluta que no había esperado experimentar tan pronto. El sólo recordarlo hacía que sus entrañas se removieran.
Era casi seguro que esa noche no dormiría ni un poco.
Y entre la fantasía y la realidad, no le quedaba más nada que una irrelevancia onírica.
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