❈•≪05. Alcohol y tabaco≫•❈
Hongjoong no comprendía porqué razón había puesto tanto empeño en su apariencia, si al final se hallaba malhumorado y de brazos cruzados en un rincón de un pequeño departamento abarrotado de gente.
Y con poner empeño, se refería a que realmente se había arreglado, con ayuda de Wooyoung claro. Entre ambos habían decidido que se colocara una remera negra, estrecha a la figura y de mangas largas con transparencia en la zona de hombros y espalda. Encima llevaba un crop-top azul marino, mientras que en el cuello lucía una gargantilla del mismo color con un pequeño diamante artificial, en cuanto a las piernas, llevaba un pantalón azul, simple, pero la única característica especial que tenía, es que portaba una media falda tableada cosida en el lado derecho.
Nada muy aventurado pero sí lo suficientemente poco convencional.
Y le gustaba de ese modo, él no se regía por las normas sociales que dictaba el público general. Lo que le apetecía usar, es lo que le apetecía y punto, nada tenía que ver con el resto; ni con su casta ni con su género. Un pensamiento que había forjado con el largo de los años.
Incluso se atrevía a usar maquillaje, lo que en esta ocasión había hecho: sombras cafés para resaltar el castaño de sus ojos, difuminadas, y tinte cereza en los labios. Cortesía de su mejor amigo.
Quien no se había quedado atrás con su apariencia tampoco y realmente se había lucido con sus prendas, portando una camiseta con un pronunciado corte en V de color azul oscuro, maquillaje ahumado en los ojos y delineador oscuro en ellos, haciendo que resalten, brillo en los labios y pantalones ajustados con un par de roturas excesivas. Zapatillas de plataforma y una cabellera violeta revuelta, básicamente era un sueño de omega. No se veía increíble, sino que arrebatador.
Mientras tanto él, miraba a la distancia como Mingi le susurraba cosas a una beta y la hacía reír de forma escandalosa. Todo un espectáculo, eso sin dudas. Pero Hongjoong no era de los que se quedaban de brazos cruzados, sin hacer nada, regodeándose en su auto-compasión. Estaba en una fiesta y había sido invitado por el alfa con la idea de divertirse, pero si éste no quería prestarle atención o no se encontraba interesado en darle un poco de su tiempo. Bien, que así fuera. Él tampoco se hallaba dispuesto a rogar por las migajas de nadie.
Así que, en lugar de permanecer recostado contra una pared, perdiéndose de la diversión que lo rodeaba. Decidió enderezarse y dirigirse hacia donde se encontraba Wooyoung siendo todo risas con el beta de San. Algo bastante encantador, en realidad.
—¿Pasándola bien, chicos? —preguntó al acercarse a ese pequeño rincón donde habían otras personas más.
—Fantástico, de hecho —respondió su amigo, entusiasmado—. ¿Qué me dices tú? —preguntó—. Pareces un poco fastidiado.
—Sólo un idiota jugando conmigo, nada serio —comentó con neutralidad, encogiéndose de hombros. Al final del día era verdad. Asintiendo, su mejor amigo supo leer entre línea y no profundizó—. ¿Tienes alguna cerveza para mí ahí?
Riéndose, el más joven asintió por segunda vez y sacó una de una pequeña conservadora, tendiéndosela. Del único que aceptaría una bebida en su vida, abierta o cerrada, sería de Jung Wooyoung y de nadie más. Esa era su franja de confianza cuando se trataba de situaciones de riesgo.
Destapando la bebida con una cuchara al alcance, le dio un trago profundo, llenándose del sabor amargo de la cerveza y dejando que aligere sus nervios de forma natural. Al apartar el pico de sus labios, vio cómo Wooyoung se recostaba en el costado de San con casualidad y le susurraba algo en el oído, rodando los ojos con afecto, desvió su atención de ellos y se concentró en su alrededor. Topándose con un par de ojos cafés que lo miraban con una fijeza predadora que no había sentido hasta el momento.
Inclinando la cabeza, Hongjoong analizó al sujeto desconocido con atención, era alto y atractivo, tenía una mandíbula pronunciada pero que se perdía en las líneas suaves de su piel de bebé. Ojos redondos y grandes con doble párpado. Cabellera verde limón, una elección cuestionable que opacaba el tono claro de su tez, pero que tampoco se le veía mal. Tenía un cuerpo atlético como de nadador y un aura intensa. Definitivamente era alfa.
Dándole otro trago a su cerveza, lo vio susurrarle algo a uno de sus acompañantes y caminar en la que parecía ser su dirección, expectante y con los nervios a flor de piel. Lo observó detenerse frente a él y notar que no era más que unos cuatro o cinco centímetros más alto. De la misma altura de Seonghwa, tal vez. No estaba muy seguro al respecto.
—¿Estás solo? —preguntó con un vaso de alcohol en la mano, desde allí podía oler que se trataba de whisky. Una bebida potente que no le gustaba. Demasiado amarga para su gusto. Incluso acaparaba el aroma natural del alfa. Del cual no estaba seguro si olía a fresas o tabaco. O de hecho esto último lo había cogido de quienes estaban fumando allí. Imposible estar seguro.
—Con mis amigos —respondió tras cabecear hacia el par de tórtolos que se mantenían en su propia burbuja—. Pero no me molestaría un poco de compañía —dijo con una sonrisa sugerente, pestañeando en su dirección. Diversión era diversión, daba igual de quién viniera.
—En ese caso, ¿no quisieras bailar conmigo? —preguntó el alto de cabellera verde, extendiendo su mano disponible—. Pareces un poco solitario. Y es una pena teniendo en cuenta lo bien que luces.
—Gracias —replicó entre risas—. No te ves mal tampoco...
—Hueng —se presentó de inmediato, dándole un ligero apretón a su mano, en cuanto sus palmas se conectaron.
—Un gusto, Hueng. Yo soy Hongjoong.
—Lo mismo digo, Hongjoong —y tras una corta pausa, el alfa se volvió a pronunciar—. Realmente eres precioso, permite que te lo diga.
Riéndose, el rubio se soltó del agarre y se llevó la cerveza a los labios—. Gracias —dijo entre dientes—. ¿Bailamos? —preguntó luego de cruzar un par de miradas sugerentes.
—Bailemos —accedió el chico alto. Heung.
Llevándolo a una parte despejada de la sala, el sujeto no dudó en colocar dos manos en su cintura y atraerlo a su cuerpo. Manteniendo un mínimo de distancia entre ellos. Achispado a causa de la cerveza, no lo encontró intrusivo y sólo sonrió. Siguiendo el ritmo de la canción que sonaba a reventar en ese pequeño y modesto departamento, del cual no tenía la menor idea de quién era el dueño.
Tampoco comprendía cómo el guardia de los pasillos no los había sancionado todavía, después de todo, aquello era un dormitorio universitario.
Fluyendo con la calidez de un cuerpo más grande pegado al suyo, el omega se dejó seducir por la tentación y luego de acabarse su primera cerveza, se volteó, presionando su espalda en la amplitud del pecho impropio. Disfrutando de ese tipo de contacto. Meneando sus caderas, ladeó la cabeza cuando sintió una respiración hacerle cosquillas en la oreja y sentir unos labios planos pronunciando palabras dulces pero ininteligibles.
En esa situación, donde lo único que pudo escuchar fueron murmullos distorsionados, se rió. Pero en el momento que sintió la humedad de unos labios rozar la piel de su cuello, cerca de sus glándulas de olor, su mente se fue a blanco y un suspiro escapó de su boca.
Abriendo los ojos, su mirada recorrió la habitación repleta de cuerpos en movimiento sólo para encontrarse con la imagen obscena de Song Mingi solo en el sofá que anteriormente ocupaba, un cigarrillo en los labios, anillos en la otra y piernas abiertas con exageración. Inconscientemente, de sus labios escapó un jadeo y sus pupilas se expandieron. No obstante, no se dejó convencer por la seducción y su vulgaridad, y siguió frotándose en el alfa a sus espaldas del cual ya había olvidado el nombre. Permitió incluso que aquellas manos viajaran por las curvas de sus caderas y se colocaran en un área peligrosa de su cuerpo, todo bajo la atenta mirada del defensa de los Red Falcons.
Emocionado por lo riesgoso de la situación, su corazón comenzó a latir con fuerza dentro de su pecho, era como estar jugando al gato y al ratón de una manera retorcida que le emocionaba. Porque allí habían sólo dos posibles reacciones que podría obtener: o el tipo no hacía nada en el mejor de los casos y seguía coqueteando con otras personas, o intervenía y le cortaba su diversión como estaba habituado a que sucediera.
Cualquiera fuera de las dos, Hongjoong no se dejó intimidar por la intensidad de aquella mirada demandante y llevó sus brazos hacia arriba, con los ojos clavados en el alfa a unos metros, y rodeó el cuello del sujeto a sus espaldas como pudo. Balanceándose al ritmo de la música agitada y de lenguaje extranjero que exclamaba promesas sugerentes de un encuentro ardiente.
Cerrando los ojos, el omega no pudo evitar gemir cuando sintió unos dientes rozar la parte trasera de su nuca y unas manos acercarse cada vez más a la zona de su entrepierna. Sin embargo, algo pasó, hubo una interrupción, un momento culmine y una voz familiar que no sonaba nada compuesta, regañándolo.
—¿Bailando con el enemigo, princesa?
Saliendo de su burbuja de euforia desmedida, Hongjoong se llevó el susto de su vida cuando se percató que Mingi se encontraba justo frente a ellos, el cigarrillo colgando de una de sus comisuras y la mirada encendida en algo que no podía determinar a causa de la neblina mental en la que estaba.
Parpadeando varias veces, observó con incredulidad como una mano del moreno se dirigía hacia la suya y tiraba de él suavemente, intentando apartarlo del otro alfa. Al cual le estaba costando recordar el nombre y no parecía muy contento con la intromisión de Song.
—Busca tu propio omega, Song, este de aquí ya es mío.
—¿Ah, sí? —murmuró el alfa con mechas blancas en el pelo, casi divertido—. No tenía idea que las personas fueran propiedades.
—Sabes a qué me refiero, chico de oro.
Observando a Mingi, Hongjoong notó lo bien vestido que iba también. Remera negra por debajo de una chaqueta de mezclilla gris deslavada y con algunas roturas superficiales, en conjunto con unos pantalones estrechos a sus muslos grandes y con un par de cadenas a los costados. La cabellera la tenía echa hacia atrás, incluso si era corta, todavía algunos mechones caían sobre su frente. Minúsculos, pero perceptibles.
—¿No quieres venir conmigo, princesa? —preguntó en su dirección, haciéndolo espabilar. Sorprendido por la suavidad de su tono—. Creí que habíamos quedado en algo.
—¿Lo conoces? —preguntó el alfa de cabellera verde cerca de su oído. Disconforme por la situación.
—¿Quién no? —farfulló en un resoplido, ya malhumorado—. ¿No estabas divirtiéndote hace un rato? —preguntó en lugar de contestar, apuntando con su mentón hacia donde el moreno había estado con la beta todo risueño.
—No es mi tipo, además, sólo conversábamos. Nada serio.
—Parecías muy alegre —señaló sin poder evitarlo, deteniéndose y apartándose unos centímetros del otro alfa. Ya no estaba con ánimos de bailar.
—Siempre puedo estarlo un poco más para ti.
Resoplando, el omega se disculpó con el alfa de cabellera verde y se encaminó hacia la cocina, en busca de una bebida refrescante que le aclarara los pensamientos. Sintiendo superficialmente como el jugador de hockey lo seguía de cerca. Las pisadas de la Muralla de Fuego eran pesadas y su presencia imponente, difícil de pasar por alto o de confundir. La fragancia del chocolate amargo acaparando cualquier otra cosa a su alrededor.
—¿Por qué me estás siguiendo? —preguntó cuando llegaron a la cocina y él se hizo con una botella de agua. Cerrada.
—Porque se supone que deberías estar pasando el rato conmigo, ese había sido el trato. No con el enemigo.
Riéndose, el omega sacudió la cabeza con incredulidad—. El trato había sido que asistiera al cumpleaños de San, no que estaría pegado a ti como una lapa o algo parecido.
Ladeando la cabeza, el alfa se acercó unos pasos y extendió las manos, esperando que las tomara, cosa que no hizo, sin embargo, eso no lo detuvo de mantenerlas allí. Aguardando. Extrañamente paciente.
—Vamos, princesa, con lo lindo que luces. No deberías tener esa cara por mi culpa.
—Siempre tengo esta cara por ti, ¿cuál sería la diferencia ahora?
—Que quiero que nos divirtamos. Anda, prometo no ser un imbécil.
Mordiéndose el labio inferior, Hongjoong realmente lo consideró, viéndolo con esa mirada caída en una súplica aparentemente honesta y con las manos todavía extendidas, hicieron que apelara a esa parte bondadosa de su corazón. Lo que no debió de hacer. Aún así, accedió, estirando una de sus manos y aceptando la del moreno.
Sonriendo victorioso, el alfa lo arrimó más cerca hasta que la respiración se volvió un mito entre ellos y la tensión un hilo caliente que lo hizo sudar. Humedeciéndose los labios, Hongjoong miró a Mingi con expectación.
—Te ves deslumbrante hoy, Hongjoong.
Enarcando una ceja, el omega se mostró sorprendido—. ¿Nada de princesa? —cuestionó—. ¿Sólo halagos y mi nombre?
—¿Quieres que te llame así?
—No, sólo me asombra que no sea lo primero que escape de tu boca.
—¿Prometí que no sería un imbécil, no? —replicó con una sonrisa—. Soy un hombre de palabra. ¿Quieres bailar o ir a un lugar más privado?
—¿Apresurado por meterte en mis pantalones? —preguntó con diversión, apoyando una mano en el pecho impropio. Sintiendo la dureza que lo construía y alzando la cabeza hacia arriba para verlo mejor.
—¿Cómo podrías saberlo? —repreguntó el atleta, enarcando una ceja, igual de divertido.
—Hueles como si quisieras arrancarme las prendas.
—¿Qué puedo decir? —murmuró el alfa con la cabeza inclinada, viéndolo desde arriba—. Te ves como todo un manjar que no puedo esperar a ponerte las manos encima.
Carcajeándose, el rubio se hizo hacia atrás y se pasó una mano por la cabellera—. ¿Y quién dijo que vas a tener la oportunidad de hacerlo?
—No lo sé, la manera en la que me miras, tal vez. O si quieres, puedes llamarlo intuición.
—¿Qué hay sobre ese lugar privado que ofreciste? —preguntó con curiosidad, desviando el tema—. ¿Dónde queda?
—¿Quieres conocerlo? —cuestionó el moreno mientras jugueteaba con sus dedos pequeños.
—¿Por qué no?
Sonriendo de manera sugerente, el alfa apretó el agarre en su mano izquierda sin causarle daño y lo guió fuera de la cocina, arrastrándolo por el mar de gente que era ese dormitorio, muy para su sorpresa, lo llevó al exterior, hacia un corredor vacío. Y confundido, lo único que hizo fue seguir sus pasos, hasta que llegaron a otra puerta, la número 207, en ella el moreno ingresó una clave y le pasó a mostrar un interior tenue, apenas iluminado. No se oían voces ni sonidos más que el retumbar de la música a unos metros y el de sus pasos quedos.
Ladeando la cabeza, se quitó las zapatillas en la entrada como hizo el moreno, y lo siguió hasta otra puerta, la que para sorpresa de nadie, fue una habitación modesta y de dimensiones calculadas. Se veía casi igual que su habitación, sólo que en ésta había una escritorio de un marrón más claro y una silla de jugador profesional roja, más cómoda que la silla que él tenía, eso seguro. Un portador de anillos a rebosar y partituras sobre la mesa a medio completar, cuadernos y libros bien organizados y un piano electrónico a un costado, justo al lado de un cesto de basura. Paredes beige y cortinas celestes.
Era una habitación impecable.
La remera amplia de invierno, roja y blanca, colgada en la silla con las iniciales SMG en la espalda le dijeron que se trató del dormitorio del alfa. Aparte de las cantidad de feromonas acumuladas.
—No sabía que compartías piso con San —murmuró de forma distraída, continuando analizando su alrededor.
—Así nos hicimos amigos, el primer año nos topamos por los pasillos y desde entonces las cosas fluyeron entre nosotros. Jongho fue como un agregado a la combinación que vino naturalmente.
—Toda una sopa de personalidades —comentó al pasar, deslizando sus dedos por la remera de los Red Falcons antes de girarse—. No me trajiste aquí para hablar de la vida ni de tus amigos, ¿o sí?
—No realmente, pero si no quieres hacer nada conmigo, ¿podemos conversar un poco?
Riéndose, el omega inclinó la cabeza—. No te ves convencido de eso último.
—Me disculpo, no es mi mayor fuerte.
—¿La convicción o la plática? —preguntó a modo de burla.
—Puedo ser muy determinado en las cosas que quiero —declaró con un ímpetu que lo paralizó, fingiendo calma, se apoyó en el escritorio a sus espaldas.
—¿Cómo cuales? —preguntó con una ingenuidad plástica que ninguno se creyó.
—Tú.
Mordiéndose el interior de la mejilla, Hongjoong observó a Mingi avanzar con lentitud en su dirección, y cuando estuvieron cara a cara, una de las manos ajenas se levantó casi que en cámara lenta y se posicionó en su mejilla con suavidad. Sosteniéndola como si fuera de cristal.
Tan diferente a las actitudes que solía tener: más bruscas y agresivas.
—Eso puede ser demasiado para alguien como tú —le respondió cuando sus respiraciones se entremezclaron. Tabaco y alcohol, una mezcla mortal—. Además, creí que me odiabas.
—El deseo a veces puede ser más intenso —admitió sin un tono especial o una profundidad reveladora—. Y estoy seguro de que puedo trabajarte a mi antojo si quiero.
Separando los labios con anticipación, lo único que obtuvo Hongjoong fue una desconcertante mirada fija y nada más, porque en ese momento en el que él se encontró receptivo para cualquier cosa que alfa decidiera hacer, bien como éste lo sugirió, decide tomar su cigarrillo y llevarlo a su boca. Todavía mirándolo.
Soltando un quejido por lo bajo, el omega no pudo evitar contraer su expresión en una mueca decepcionada, lo que pareció divertir al impropio ya que sus comisuras se elevaron ligeramente. Y para terminar de eclipsar el momento con sus acciones tan inapropiadas, Mingi liberó el humo en su rostro. Haciéndolo fruncir la nariz por el aroma a nicotina y sacudir una mano.
Pero por alguna razón, eso hizo que sus entrañas pesaran por dentro y su boca quedara abierta, a la espera de más. Riéndose en su cara, el alfa con mechas blancas en el pelo, deslizó la mano que tenía en su mejilla con suavidad, hasta que terminó acaparando su mandíbula en un opresión sentida pero aún inofensiva. Increíblemente.
—Eres una criatura sin igual, nunca me había topado con alguien como tú —pronunció el alfa, fascinado—. Tan dispuesto a cualquier cosa.
Forzándose a espabilar, el omega arrugó el entrecejo—. No puedes imponerte en mí —le replicó del modo que pudo, viendo la expresión confundida del chico—. Me gusta rudo y me gusta que me degraden, pero eso no significa que puedas maltratarme o abusar de tu casta por encima de la mía. Incluso si estamos teniendo sexo, tienes que preguntar qué quiero.
Ladeando la cabeza como un cachorro regañado, el alfa se mostró, increíblemente comprensivo— ¿Por qué me estás diciendo todo esto?
—Si vamos a tener sexo, como pienso que vamos, deberías saberlo —argumentó de forma coherente—. O al menos deberías de haber estudiado por tu cuenta, si estabas tan interesado.
—¿Qué hay que estudiar? —inquirió el impropio, desconcertado—. Es sólo sexo...
—No lo es —interrumpió al instante—, en este tipo al menos, no lo es. Mi seguridad y bienestar están en tus manos, lo que decidas hacer me perjudicara de alguna manera, por lo que tienes que ser considerado.
—Así que, ¿no es sólo zarandearte y decirte un par de cosas?
Hongjoong respiró hondo ante la pregunta de Mingi. En parte incrédulo y en parte ofendido. No esperaba que lo supiera todo pero que tampoco fuera tan ignorante.
—No —respondió de forma contundente, viéndolo con el entrecejo cada vez más fruncido—. Tú tienes que corroborar que yo esté bien, no que sólo lo esté disfrutando, si es que lo estoy —dijo luego de darle un manotazo y liberarse de su agarre, demostrando lo débil que estaba siendo en ese momento—. Además, tengo límites, aunque no lo parezca.
—¿Cómo cuales? —preguntó Mingi cruzado de brazos, curioso más que enojado.
—No me van los juegos acuáticos, si entiendes a lo que me refiero.
—No te gusta que te orinen encima, entendido —masculló el moreno con menos tacto, entendiendo rápido y haciéndolo jadear de la impresión—. ¿Qué? ¿No es eso acaso?
—A veces se me olvida que eres un puerco insensible —murmuró para sí, obteniendo una mala mirada—. Pero cómo sea. Tampoco me interesan los juegos de cuchillos, nunca me causó estimulación sexual ni nunca lo hará. Puedo asegurarlo.
—¡¿Lo has intentado?!
—No, sólo he visto gente que lo práctica —contestó con honestidad, relamiéndose los labios. Internet era un mundo vasto y peculiar—. No estoy en contra de los juegos de respiración y de temperatura. Tampoco en contra de las ataduras y el vendaje.
—Ya veo —murmuró Mingi—. Entonces, dentro de esos límites, ¿puedo hacer lo que quiera siempre y cuando te lo consulte antes?
—Pedir permiso es algo básico de los modales humanos —le recordó con cierta acidez.
—Comprendo —murmuró mientras le daba una calada a su cigarrillo, pasando a observarlo—. Juguemos a algo entonces, para familiarizarnos con el otro, ¿qué te parece?
—¿A qué quieres jugar? —preguntó con las entrañas dadas vueltas, viéndolo tomar asiento al borde de la cama con tranquilidad, piernas extendidas y postura relajada.
—Es algo simple, para entrar en calor —comentó con una sonrisa torcida que no le gustó del todo, las insinuaciones deliberadas en ellas le pusieron la piel de gallina—. Sólo tienes que sentarte en mi regazo y mostrarme cómo te das placer. ¿Sencillo, no?
—¿Cuál es la trampa? —preguntó con la voz seca. Sintiendo como su sangre comenzaba a viajar en dirección sur. Muy para su sorpresa y pese a lo vergonzoso que era masturbarse delante de alguien más. Imaginarse haciéndolo para el defensa de los Red Falcons, nada más ni nada menos que la Muralla de Fuego, era otro nivel de humillación.
—Averígualo —le dijo con una risa—. Eres listo, no tardaras en descubrirlo.
Humedeciéndose los labios, Hongjoong se despegó de la mesa después de unos minutos de consideración y procedió a encaminarse, cuando estuvo lo suficientemente cerca y ocupó el regazo del alfa, pudo sentir sus feromonas intensas, cargadas en una anticipación amarga y fundidas en un deseo bruto. Removiéndose sobre aquellos muslos, el rubio bajó la mirada y pasó a desprender el primer botón de su pantalón, cerrando los ojos y bajando la cremallera en silencio. La risa que retumbó en aquellas cuatro paredes, lo hicieron encogerse hacia adelante y apoyar la frente en el pecho amplio del jugador de hockey.
—No puedo creerlo —lo escuchó susurrar, una voz ronca y una risa atrapada a medio camino—. Ya estás erecto.
—Lo siento —murmuró de regreso sin entender porqué. Sólo sabía que se sentía avergonzado.
—No tendrás mucho trabajo que hacer así, qué pena —replicó el alfa con una lástima fingida, exhalando el humo de sus pulmones—. Ya estás todo mojado.
—No te burles —le advirtió entre dientes, enroscando una mano en el falo de su erección, sintiéndose bien. Ligeramente reconfortado. Estaba duro y simplemente por la idea planteada en su cabeza, era de locos. Más aún que ellos dos tuvieran algo de química.
Llevando una mano a su mentón, Mingi lo hizo levantar la cabeza y enlazar sus miradas con una potencia abrasadora—. ¿No es lo que te gustaba? —preguntó casi con sarcasmo—. ¿Que me burle de ti? ¿O acaso sólo puedes tolerarlo cuando te viene en gana? —siguió presionando, mirándolo con esas obsidianas que no tenían comparación—. Creí que las perras como tú eran más fáciles de complacer, ¿o es que no tengo permitido llamarte de ese modo, princesa?
Sintiendo como su mano tartamudeaba sobre su cabeza, y el líquido preseminal continuaba saliendo, Hongjoong sólo pudo gemir, descolocado y perdido en una nebulosa de estrellas brillantes y mantos oscuros. Riéndose de su situación, Mingi se sacó el cigarrillo de los labios y para completa sorpresa del omega, tiró las cenizas encima de sus bolas resbaladizas. El ardor que sintió, lo hizo arquear la espalda y cerrar los ojos con fuerza. Inclinando su pecho hacia el alfa.
Maravillado, el defensa de los Red Falcons se inclinó y depositó un beso en su mejilla. Fue húmedo, un contacto duradero y una caricia ardiente que sirvió de consuelo.
Acariciándose a lo largo de la base, el omega sintió como algo volvía a caer sobre su miembro y como éste se retorcía de la molestia, la hendidura liberando más líquido y sus ojos volteándose hacia atrás, al mismo tiempo que su mano lo continuaba masturbando. Una fricción acelerada y un calor espeso que le revolvía el estómago.
Haciéndose hacia adelante, sus labios, más a ciegas y por inercia, comenzaron a besar el cuello de Mingi, dejando rastros rojizos de un camino desorganizado y una pasión incomprendida. Jadeando, el omega se meció inconscientemente contra su mano en busca de su liberación en cuanto escuchó el gruñido del alfa, tan gutural y animal, que lo dejaron sin aliento.
Rodeando por esa neblina de placer abrigador, Hongjoong nunca supo qué sucedió con el cigarrillo que Mingi se encontraba fumando, que de repente, el tipo se halló volteando sus posiciones y dejándolo a él presionado contra las mantas del colchón. Sus pantalones bajados hasta las rodillas y su ropa interior también, completamente arruinada por su auto-lubricación.
Amasando sus nalgas, el alfa le preguntó si esa era la manera en la que se complacía, tan simple y básica, diciéndole también que comenzaba a aburrirlo. Lloriqueando ligeramente, el omega supo interpretar lo qué quería, y apretando los dientes, deslizó una mano hacia la parte trasera de su cuerpo, llevándola a su entrada ya humedecida. Y sin dudas de por medio, ingresó dos dedos. La resistencia inicial que hubo, lo paralizó un momento, sin embargo, al moreno le robó el aliento su atrevimiento.
Y mientras comenzaba a joderse con esos dos dedos, pudo distinguir el sonido de una cremallera siendo bajada y el ruido de las cadenas chocando entre sí, lo siguiente que sintió, fue unas manos toqueteando su culo y un dedo entrometido entre los suyos, más grueso y más largo. La diferencia le hizo gemir y enterrar la cara en las sábanas. No obstante, lo que lo envolvió en un manto de locura desaforada, fue la sensación de algo grueso y caliente frotándose en su hendidura. La erección descubierta de Mingi. Y eso no fue lo único que notó, el tipo se estaba masturbando también.
Acalorado y con el cuerpo bañado en un sudor superior al tolerable, Hongjoong apresuró sus embistes y la manera en la que giraba su muñeca, queriendo alcanzar la gloria dorada de su clímax, y para cuando dio en su próstata al doblar los dedos, todo se tiñó de un blanco incandescente que le cegó la vista y le hizo temblar las piernas entumecidas. Su boca se abrió en una exclamación tendida y sus párpados se llenaron de lágrimas cuando ese dedo intruso, continuó frotando sobre su bola de nervios. Haciéndolo ver estrellas de diferentes tamaños y colores.
Fue como zambullirse en una piscina repleta de fuego, sus nervios reventaron por dentro y sus terminaciones se encendieron de colores opuestos. Fue tan abrasador, que no supo que otra cosa hacer, que pedir por clemencia.
—¡Para! —pidió entre lágrimas, aferrándose a las sábanas con una mano—. ¡Para, ya para!
Y Mingi se detuvo, sacando su dedo y acabando encima de su espalda descubierta y su culo empinado. Las gotas calientes y espesas de su semen fueron fáciles de distinguir en su piel ardiente.
Jadeando con fuerza, Mingi se derrumbó encima suyo y le rodeó la cintura con los brazos, comenzando a marcarlo con su aroma justo por encima de las glándulas de olor. Nada que sorprendiera o espantara a Hongjoong, era típico de los alfas hacerlo después del sexo. Era una forma más de reclamo. Y teniendo en cuenta sus tendencias, a él no le molestaban. Eso hacía que su omega interno se regodeara en una felicidad retorcida.
Para cuando el alfa terminó de cumplir con su tarea personal, Hongjoong despegó los brazos que le oprimían con fuerza y comenzó mirar a su alrededor. Encontrando lo que necesitaba.
—¿Puedo usar esa toalla que está en el cabecero para limpiarme?
Colocándose sobre su espalda e intentando regular su respiración, el moreno asintió en cuanto el más bajo lo miró por encima de su hombro—. Adelante —dijo con un ademán indiferente.
Cogiendo la toalla, Hongjoong se encargó de limpiarse superficialmente y una vez terminó, tuvo que volverse a girar hacia el alfa que, mientras mejor lo miraba, más cuenta se daba de que parecía muy dispuesto a dormirse.
«Dios, ¿este sujeto no sabe lo que son los cuidados posteriores o qué mierda con su actitud? Incluso si me odia... Vaya idiota», pensó para sus adentros, frunciendo el ceño con fastidio.
—Necesito ropa interior nueva —informó luego de que se aclarara la garganta.
—Puedes tomar prestadas una de las mías. De seguro te quedan.
Terminándose de sacar el pantalón que no quería arruinar por nada en el mundo, el rubio fue hasta el cajón que el pelinegro con mechas le apuntó y de allí extrajo una prenda interior, asegurándose de que fuera su talla. Una vez con ésta en la mano, cogió su pantalón y se metió a la ducha sin consultar.
Él no iba a estar oliendo a sexo y semen por su dormitorio. Y se encontraba lo suficientemente cansado como para dejarse el aroma del alfa, después de todo, no era tan malo. Olía bien. Era fragante. Sin dudas un buen aroma para un alfa con tanta testosterona como ese.
Suspirando por lo bajo, sacudió la cabeza y se deshizo de cualquier pensamiento relacionado al tipo. Encargándose en su lugar, de limpiarse. Una vez terminó, volvió a vestirse y para cuando regresó al dormitorio por su cartera personal y sus cosas en sí, se encontró con el alfa con un nuevo cigarrillo en los labios, una apariencia impecable de no creer y una mirada intensa que le abriría el rostro en cualquier instante.
—Cambié de idea —dijo el moreno con neutralidad, haciéndolo ladear la cabeza con curiosidad—. Ya no quiero que pasemos nuestros celos juntos.
Enarcando una ceja, el más bajo lo miró unos segundos antes de pronunciarse—. ¿Qué quieres hacer entonces? —cuestionó, nervioso—. ¿Contacto cero?
—No, por el contrario, mantengamos las cosas causales. ¿Qué me dices? —propuso con naturalidad, dándole una calada nueva al cigarrillo y encendiendo la punta de un rojizo intenso—. Cada vez que alguien quiera tener sexo, puede recurrir al otro. Sin temas personales ni otras personas. Sólo sexo. Solos tú y yo.
—¿Por qué el cambio de opinión? —quiso saber el rubio.
—Me gustó probarte y hasta que no me aburra, la idea de compartirte, no me sienta bien. Soy un poco celoso, qué puedo decir.
Riéndose, el omega sacudió la cabeza y se cruzó de brazos—. No soy un juguete que puedas tener, Mingi.
—Sólo piénsalo. Si lo quieres, me tienes. Si no es así, lo entenderé.
—¿Y no habrán más rencores de por medio?
—Ninguno. En lo absoluto.
Mordiéndose el labio inferior el omega asintió—. De acuerdo —dijo tras una evaluación muy precipitada de su parte—. Intentemos esto. Quiero ver qué tanto puedes hacer conmigo.
—Sólo tienes que probarme, Hongjoong y verás —le dijo con una media sonrisa.
Riéndose, el susodicho extendió su móvil hacia Mingi y permitió que navegara por sus contactos y se agendara allí del modo en el que quisiera. Al terminar y justo cuando obtuvo su celular de regreso, hubo un tirón en su muñeca que lo hizo trastabillar y terminar en una postura doblada frente al alfa, al mirarlo, el omega se llevó la sorpresa de recibir un beso en la mejilla. Fue tan sutil que apenas pudo decir que se trató de uno.
Al enderezarse, lo único que pudo hacer, fue verlo confundido. Por su lado, Mingi, se mostró satisfecho.
—No vemos por ahí, princesa.
Le dijo como habituaba a hacer cada vez que se burlaba de él, sólo que en esta ocasión, hubo una sugerencia implícita.
Suspirando de manera pesada, no se molestó en devolver el saludo, y en cambio, sacó el celular para avisarle de su situación a Wooyoung: estaba volviendo a su dormitorio, esperaba que él se lo siguiera pasando bien pero, por si acaso, se mantendría pendiente al móvil.
Una vez hecho eso, se dispuso a caminar los casi treinta minutos de distancia hasta su edificio en el medio de la madrugada, con las estrellas ocultas y la luna a medio revelar. Acompañado por el clima relente y el ruido de los insectos escondidos en la hierba alrededor del campus.
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