Songdo Central Park, Incheon, Corea del Sur.

8 de diciembre, 2017.
22:45pm.

Momo apretó los muslos de la chica que estaba sobre sus piernas, besándola con vehemencia.

Se encontraban en los asientos delanteros del coche, frotando sus cuerpos con obvios indicios de un final sexual. La chica jadeó, aumentando el vaivén de sus caderas contra su miembro y sujetándose de su cuello. Momo subió una de sus manos hasta alcanzar la curva de sus senos, apretando con sutileza, y cuando la oyó gemir, supo que era hora de terminar lo que había empezado.

Tiró su cabeza a un lado, llevando sus labios directo a su cuello. Chupó, lamió y mordió, abriendo sus ojos con suavidad justo para ver el vehículo negro con ventanas blindadas polarizadas aparcado a unos metros. No estaba segura de cuántos hombres habían dentro, pero con seguridad había uno en el asiento piloto.

Rápidamente sacó el cuchillo de su bota y no tardó en clavarlo en su yugular, viendo el espeso y gran chorro de sangre comenzar a salpicar por todas partes. El rostro de la chica se desfiguró, tratando de buscar aire mientras retenía la sangre con sus manos. "No te lo tomes personal..." Momo acarició su pálida mejilla, asqueándose al ver cómo la vida se iba de su cuerpo. "Eras bonita, pero delincuente. No puedes robarle a quien compra sicarios."

Una vez la sangre disminuyó su presión, empujó el cuerpo con fuerza a un lado. Ambas estaban rígidas, pero Momo era la única consciente de lo que sucedía. Arregló su nula erección antes de encender el aire acondicionado y salir del coche.

Suspiró, limpiando la sangre de su mandíbula y la de su cuchillo con un pañuelo, para luego tirarlo dentro y acomodar su cabello. Sabía que no había gente cerca, sobre todo porque el lugar parecía marginal, así que no le importaba estar caminando manchada de rojo.

"Buen trabajo." Una sonrisa se hizo presente en su rostro cuando la ventana bajó, y un viejo hombre apareció con su traje de esmoquin. Podía notar lo emocionado y delirante que estaba, cosa que le parecía enferma. "Eres una buena chica."

"Son seiscientos mil wons, ¿dónde están?" El señor estiró la mano hacia los asientos traseros, recibiendo una maleta de cuero. No estaba solo, lo que le indicaba que debía agudizar sus sentidos para prevención. "¿Te molesta si lo abro?"

"Claro que no, cielo." Momo la abrió, deleitándose con los fajos de billetes ordenados impecablemente. Esbozó una última sonrisa, cerrándolo.

"Ya sabes dónde encontrarme, mi trabajo terminó." Dijo, mirando su propia ropa con cautela. Debía cambiarse de inmediato. "Será mejor que hagan desaparecer esa chatarra, quémenlo."

"Lo haremos, señorita Hirai." Momo hizo una reverencia antes de encaminarse de vuelta al cuerpo ya muerto. Debía cambiarse de ropa allí, con ella, si no quería pruebas que pudiesen inculparla. "Señorita, espere." Se detuvo, girándose con una de sus cejas alzadas. "Queremos solicitar sus servicios una vez más."

"De acuerdo." Respondió, algo desinteresada. "Necesito información detallada de su persona, ya conoce mis requisitos. Puede mandármelo luego, lo leeré, y si es suficiente, puedo..."

"No." Negó el señor. Momo la miró un tanto confundida, aunque muy divertida. ¿Él la había interrumpido? Qué osado. "¿No quiere subirse? podemos hablar mucho mejor dentro..."

Momo ni siquiera podía conllevar el propio peso de sus acciones, no confiaba en sí misma, menos confiaría en él.

"Me quedaré donde estoy, no te esfuerces en convencerme." Su tono pretencioso y decisivo había provocado un escalofrío en el hombre. "Puedes organizar una reunión e iré en mi auto, avísame con anticipación y allí estaré."

El señor quedó en silencio durante un par de segundos. ¿Podría fiarse de ella y su precepto?

Asintió, mirando hacia el frente y sujetando el volante. Momo cumplía sus palabras, lo sabía. "Cámbiese de ropa, señorita. Nuestro mensaje le llegará durante estos días."