Volviendo A Las Viejas Usanzas
Una habitación oscura, sin luz alguna que indicara salida posible. Afuera, resonaban unos pasos lentos sobre un piso metálico, un fuerte golpe resonó cercano y se hizo la luz. Unas botas negras de cuero, los bordes de una túnica como el carbón y un olor a chamusquina es lo único que se pudo notar antes de que la oscuridad volviera a cernirse en la habitación con otro golpe.
—¿Qué tal llevas estos días sin mí, querido? —Se escuchó una voz lenta, sin prisas, preocupada en pronunciar cada letra correctamente—. Supongo que habrás pasado una semana muy agradable. —La sorna resaltaba en sus palabras—. ¿Qué se siente al estar como una paloma cagando? Supongo que ahora sabrás lo que opinan ellas. —Cada oración era prácticamente soltada con una carcajada—. Por cierto, casualmente... ¿sientes la necesidad de rascarte la nariz o algo más? —Y una risa maléfica brotó de sus labios.
Otro golpe, y una luz alumbró una esquina del cuarto. Un hombre pelinegro agachado, con los pies atados a la pared, obligado a estar puesto en cuclillas ya que sus manos también se encontraban atadas a escasos centímetros de los pies. Tenía la cabeza gacha ante la luz repentina que lo enfocaba, de pelo corto y liso despeinado, con una camisa de tirantes blanca y unos pantalones largos azules, con los pies descalzos, y por su piel reinaba un fuerte sarpullido de reacción ante algún veneno. Bajo él había un charco maloliente, y si te fijabas podías denotar los bultos extraños que recorrían la parte trasera de los pantalones.
—Veo que alguien necesitó hacer sus necesidades —volvió a decir con asco y burla la sombra—. Para lo poco que has comido, me extraña tal cantidad de... heces. —Y otra carcajada brotó de sus labios—. ¿Qué pasa? ¿Te ha comido la lengua el gato? ¿Ya no piensas venir a fanfarronear? —Espera una respuesta que nunca llega, así que continúa—. Hoy tengo una sorpresa para ti —ríe de nuevo—. Me encantaría quedarme a charlar como otros días, pero hoy viene a tomar el té Velkan y debo encargarme del otro. A cambio, te permito algo de libertad... —Suena un golpe seco y las luces alumbran la habitación entera.
A unos metros de la puerta se podía vislumbrar una joven con túnica, su pelo negro alborotado, y la cara con rastros de cenizas. Bajo las faldas de su vestimenta se podían notar unas botas negras con plataforma, las cuales cubrían unas mayas también color azabache. Tenía una sonrisa en la boca y, a pesar de sus altos zapatos, tenía un reducido tamaño. Si la vieras en otra situación y no supieras que ella había formulado las oraciones anteriores, creerías que era una niña inocente que vagaba sola por el mundo.
—Un placer hablar contigo, Óscar, como siempre —dice con una voz infantil completamente distinta a la anterior.
Sin más espera se fue por la puerta, no sin antes dar otros dos golpes para que el preso fuese liberado de esa incómoda posición y que un plato de macarrones con un vaso de agua agua apareciera frente a él.
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