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Phoenix y los hombres de fuego

Phoenix Cooper era una estudiante que vivía en un pueblecito al lado de Ciudad Real. Ella, tenía un mar infinito como ojos, una moneda como cara, un botón de nariz, unas perlas como dientes y un pelo como el fuego. Estaba estudiando para ser profesora de lengua en Madrid. Tenía veinte años. Amaba leer y escribir. Era muy inteligente, valiente, intuitiva y arriesgaba todo por sus amigos. Su vida era muy ajetreada con los estudios, pero había una época en el verano donde no tenía nada que hacer. Ese año, sin embargo, su vida cambió completamente con una llamada.

Una mañana, algo tarde a decir verdad, estaba preparándose un buen desayuno; cuando, el teléfono sonó y corrió a cogerlo.

—Buenos días, Phoenix. Sé que nunca lees el periódico, pero es importante que leas el de hoy y vengas enseguida a hablar conmigo —dijo Theodore Smith, un gran hombre que era su segundo padre.

La llamada se cortó sin que pudiese añadir algo más. Nix (como solían llamarle los más cercanos normalmente), le extrañó el comportamiento de Theo, porque él solía ser muy tranquilo y tomárselo todo con calma razonándolo y pensándolo muy bien. A pesar de las malas vibraciones que le traían las palabras de este, siguió sus instrucciones: compró el periódico de hoy, y se fue para la única biblioteca del pueblo. Al llegar, Theo, estaba dando vueltas apunto de un ataque de nervios.

—¡Nix, al fin llegaste! ¿Lo has leído, al periódico me refiero? —preguntó casi gritando Theo cuando vio a la chica acercarse.

—Tranquilízate hombre. No, no lo he leído todavía, ¿por qué este interés tan especial? —le respondió de lo más tranquila la muchacha

—¡¿Qué me tranquilice?! —gritó el otro exasperado. Luego de pensarlo un par de segundos, respiró profundamente y continuó hablando—. Bien, como no me has hecho caso, y no lo has leído, te lo resumo. Se trata de que, con lo pequeño que es el pueblo, alguien está robando y quemando tiendas de libros. También ha desaparecido mucha gente, como la hija de Steven, el de la librería que hay en la siguiente manzana. Esa niña ayudaba mucho a su padre y sabía tanto como él o más.

—¿Y qué ocurre con eso? Siempre ocurren cosas así en otros lugares y la chica solo es una. —respondió con hambre, ya que no le había dado tiempo a desayunar.

—¡Phoenix, piensa! —dijo estresándose otra vez—. A lo que me refería es que si le ha ocurrido a él, también nos puede ocurrir a nosotros. A mi me pueden matar y quemar la biblioteca, y a ti te podrían secuestrar y hacer daño.

—No te preocupes, Theo, no nos va a ocurrir nada y tu biblioteca seguirá siendo única. —dijo en tono tranquilizador la chica.

Después de hablar de otras cosas se despidieron. Unos días más tarde, esta vez casi al anochecer, Theo volvió a llamar a la pelirroja para hablar de cosas importantes. Nix llegó y, en esta ocasión, la esperaba sentado en una mesa con varios papeles esparcidos por toda la mesa y un café en la mano.

—Hola, Theo, ¿me llamabas? —comentó de buen humor llamando la atención del hombre.

—Sí, sí, por supuesto. Siéntate. —contestó distraídamente indicándole una silla enfrente de él—. Escucha, Phoenix, sé que no le das mucha importancia a esto, pero después de lo que te voy a contar vas a cambiar de idea. —Comenzó a decir con voz misteriosa, dejando los papeles de lado—. Según lo que sé es que a todos los lugares que van, los queman, y con su ceniza dibujan un fénix. A veces solo queman algo en concreto y en la puerta pegan una pluma roja, como si de un fénix se tratase.

Con la mención del fénix ella puso todos sus sentidos en la conversación, y desde entonces le ayudó con las investigaciones, metiéndose sin darse cuenta en un nuevo mundo tan terrorífico como fascinante. Desde entonces no consiguieron mucha información, pero toda era conseguida por Theo y nunca le decía como la conseguía. Eso le hacía desconfiar cada vez más de él. Entonces, un día, Nix se lo comentó intentando parecer despreocupada, aunque no lo consiguió.

—Nix, sé lo que piensas —dijo sonriendo comprensivamente—, pero: la desconfianza entre nosotros, nos hará débiles; hay que tener confianza y estaremos unidos por siempre.

Esa noche, Nix se fue a casa con un mal presentimiento y, a pesar de que las palabras de Theo resonaban en su cabeza, no confiaba tanto como antes en él. A la madrugada siguiente, estaba dando vueltas en la cama sin poder dormir. Al final, se levantó, vistió y desayunó, para finalmente dirigirse temprano a la biblioteca. Pero cuando llegó, encontró una pluma roja en la puerta. Ella, con el miedo recorriéndole el cuerpo, pasó corriendo para buscar a Theo, pero no estaba. Entonces, gritó por la impotencia. Después, llamó a la policía. El señor le dijo de malas formas que eso no podía ser cierto, ya que ellos estaban en la librería al otro lado del pueblo incendiada completamente. Por lo que buscó alguna pista por su cuenta. Allí solo quedaba parte de la mesa donde Theo la había convencido para investigar sobre el tema. Pegada a la mesa había una nota que decía con tinta roja y la letra notablemente cambiada:

Esto os ocurre por meteros en asuntos ajenos. Podéis despediros del viejo, no lo volveréis a ver.

Ella, se sintió fatal y desesperada porque antes de todo esto ella le había dicho a Theo que no confiaba en él. Pero la pelirroja no se rindió tan fácilmente y buscó entre todas las cenizas hasta que se encontró con uno de los relojes de bolsillo favoritos de Theo tirado en el suelo. Lo abrió y vio que estaba parado en una hora exacta. De repente notó que la parte en la que se encontraba el mecanismo del reloj estaba suelta. Con curiosidad, Nix, lo abrió dejando ver que no quedaba mucho del mecanismo y en su lugar había una nota. La nota estaba escrita por Theo y se notaba que tenía prisa cuando la escribió, en ella ponía un nombre: "Ignis Masters" que en latín significaba: "Los hombres del fuego". Después de esto, fue al otro incendio que hubo para ver si podía descubrir algo más. En este lugar, al que le costó mucho llegar porque no le dejaban entrar, solo habían quemado los libros: los habían sacado y habían hecho una pila con ellos para quemarlos. Al fondo de la tienda, se encontraba un cuadro muy hermoso y con curiosidad se acercó, pero antes se chocó con alguien.

—Lo siento. Estaba tan distraída mirando el cuadro, que no me di cuenta de cuando empecé a caminar. —dijo, Nix, con tono de disculpa ofreciéndole su mano al chico que había tirado.

—No te preocupes, no importa. El cuadro es increíble ¿verdad? Yo iba a tomarle una foto. —dijo él con una sonrisa amable. Ante lo último, Nix lo miró confundida y él se rió—. Soy Alexander Miller y soy el fotógrafo provisional del periódico. Si quieres, después, podemos ir a la cafetería de al lado y llámame Alex.

—Yo soy Phoenix Cooper, pero me puedes llamar Nix. Por supuesto que me gustaría ir, ¿te importaría si antes miro ese cuadro? —Aceptó la invitación, al principio dudando y luego convencida por las últimas palabras de Theo.

El cuadro estaba hueco por una parte entre el marco y la pintura, para que no se viese a simple vista. Allí encontró un escarabajo pelotero encerrado, y otra nota de Theo con la fecha del día siguiente y un reloj que ponía hoy y marcaba una hora, que casualmente era una más tarde que el del reloj de bolsillo. Entonces el señor con el que había hablado antes por teléfono gritó:

—¡Todo el mundo fuera! ¡Vaciaros los bolsillos antes de salir y dejar de hacer de detectives! —les gritó casi con odio—. No sé que estáis buscando cuando esto solo lo han hecho unos gamberros. —murmuró lo suficientemente alto como para que Nix, que estaba cerca, lo escuchase.

Ella, no entendía como podía estar tan seguro de saber que solo eran unos gamberros. Al salir intentó que no notase el reloj y las notas, pero se los quitó, rompió las notas en pedacitos y tiró el reloj. Al final, se fue a una cafetería con Alex llamada "Beetles" y se lo pasó increíblemente bien. Casualmente, el nombre de la cafetería en inglés significaba escarabajos. Así el puzle de su cabeza fue colocándose, descubriendo que al día siguiente, una hora después de la que ponía en la hoja, en la cafetería en la que había estado se encontraría en peligro.

Siguió a su instinto y fue a la cafetería a esa hora, no sin antes avisar a la policía. Ya llevaba un tiempo esperando cuando empiezan a tocar las campanadas de la iglesia indicando que es la hora. De repente, con la última campanada las luces se apagaron y sintió como alguien la inmovilizaba y le ataba las manos y los pies. Se comenzaron a escuchar susurros y por último un golpe sordo seguido de un alarido de dolor y un sollozo. Después de eso una voz conocida comenzó a hablarle aunque no entendía mucho por no haber dormido bien estos últimos días y el grito la había desconcentrado. De repente, una luz entro por la puerta, seguido de varios disparos y después el sonido de unas esposas. La luz se encendió y se encontró a su mejor amiga, Clare Miller, sollozando sobre el cuerpo de alguien. En cuanto le quitaron las ataduras, antes de que le preguntasen algo, corrió hacia el cuerpo y gritó, gritó como hace unos instantes lo había hecho Clare porque él era su segundo padre, para las dos. Al final, arrestaron a Alex y a Clare por asesinato, secuestros, robo y muchas otras cosas. La cabeza de Nix comenzó a maquinar y a colocar las piezas del puzle, así averiguó que ellos no podían ser los culpables. A Clare la conocía de toda la vida y era imposible que hubiese hecho algo así, aparte ella era la única que le habría dicho a Theo todo sobre "Ignis Masters"; y Alex, aunque lo acabase de conocer, deducía que era el que revisaba todo por la mañana para saber si todo estaba en orden, pero en realidad dejaba pistas para ver si las encontraban, aunque eso cambió cuando tenía que verlas ella para reconocerlas, y si él no la hubiese traído aquí por la tarde, jamás lo hubiese descubierto y aunque fuese una trampa habría sabido que avisaría a la policía y vendrían. Todas estas razones las pasaron por alto y los encarcelaron injustamente. Desde entonces, Phoenix lucha por la justicia y busca al verdadero asesino de Theodore Smith.

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